Viajes a Eilean: Iniciación

Da Idaean

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Luna, una estudiante de instituto madrileña, consigue que sus padres le permitan pasar el verano con su tía E... Altro

Prólogo
Capítulo 1: El viaje
Capítulo 2: El primer día
Capítulo 4: Sueño de otro mundo
Capítulo 5: La promesa

Capítulo 3: Revelaciones

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Da Idaean

3. Revelaciones

Emma se sentó en una roca y observó a su alrededor, sintiéndose cansada y vencida. Juraría que otras veces, mientras paseaba por el bosque, había visto cientos de matas de romero a su alrededor. Era imposible que hubiesen desaparecido todas. Casi parecía que alguien las hubiese estado arrancando para que ella no pudiese encontrarlas pero pensar aquello era ridículo.

El bosque estaba cada vez más oscuro. Dentro de poco habría anochecido por completo. No la asustaba la oscuridad. Había recorrido aquel bosque de noche tantas veces que casi podría guiarse a ciegas por él con tanta seguridad como por su casa. Pero aquel día había andado mucho y se sentía agotada. Tenía ganas de estar en su cocina, comentando cosas con Luna, pero debía haberse separado varios kilómetros de casa buscando aquellas dichosas matas.

Se levantó, dispuesta a volver y dejar la búsqueda para el día siguiente. Miró de nuevo alrededor, sintiéndose desesperada. Necesitaba las plantas de verdad. Seguía sintiendo aquella presencia empujando cada vez con menos sutileza para penetrar en su mente y cada día se encontraba más débil para impedirle el paso. Tenía que realizar un ritual que la protegiese contra esa fuerza negativa porque no estaba segura de poder seguir resistiendo por sí misma. Y, además, no quería estar agotada y de mal humor aquellos días que por fin tenía a Luna consigo. Quería contarle y enseñarle tantas cosas... ¿Por qué tenían que haber empezado aquellas sensaciones justo ese verano?

Trató de tranquilizarse. La idea de que alguien intentase conocer sus pensamientos era desagradable, pero ella no tenía nada que ocultar. No había ningún oscuro secreto del pasado que la persona que intentaba leerle la mente pudiese utilizar para hacerle daño. Pero, precisamente por eso, toda aquella situación la desconcertaba aún más. ¿Qué interés podía tener aquel desconocido en ella para llevar semanas intentando saltarse las barreras mentales que levantaba, teniendo en cuenta la ingente cantidad de energía psíquica que tenía que estar gastando para ello? ¿Y qué ser tenía el poder suficiente como para llevar semanas insistiendo sin descanso en aquel asedio?

Si pudiera convencerse de que sólo eran imaginaciones suyas, de que se estaba obsesionando sin sentido... Pero desde la noche anterior tenía el convencimiento de que no era así. Había aprovechado la fuerza de la Luna Azul   para tratar de identificar a la persona que la estaba atacando, para descubrirla o al menos asustarla, pero todo había resultado inútil. A pesar de haber realizado sus hechizos de videncia más poderosos, no había conseguido levantar la niebla que la separaba de aquella persona. No había podido ver a su atacante pero si había percibido su resistencia y su poder. Y quien quiera que fuese el ser que la acechaba, parecía que había percibido sus intentos de descubrirlo, porque llevaba desde aquel momento atacando con más fuerza. Por eso tenía que probar aquel antiguo hechizo de protección que había encontrado en unos viejos papeles de su abuela. El problema era que para ello necesitaba romero y parecía que se había desvanecido de la faz de la tierra.

Se levantó, cerró los ojos para aspirar el aroma del bosque y, después de saludar a los guardianes de los elementos, musitó una plegaria:

Aquí acudo a vuestra generosidad.

Prestadme vuestro enfoque y claridad.

Llevadme a lo que no puedo encontrar.

Restableced mi calma y mi paz mental.

Le dio la impresión de que la brisa que la acariciaba cambiaba levemente. Se forzó a no abrir los ojos mientras el aroma del bosque iba variando. El olor de la tierra húmeda, de las agujas de pino y de la hierba fresca se fue desvaneciendo. En su lugar apareció una fragancia que ella reconoció de inmediato. Romero. Sonrió y, sin abrir los ojos, siguió aquel aroma. Unos metros más adelante, abrió los ojos y observó la mata verde, con sus flores azuladas. Dio mentalmente gracias a los guardianes y se agachó para recoger varias ramas. Ahora ya podía volver a casa.

Luna apoyó la mano en la pared, insegura. Los peldaños resonaban a cada paso, despertando ecos. A la luz de la vela, la zona central de las escaleras parecía brillar, como si el paso de cientos de pies a lo largo de los años hubiese pulido y suavizado la madera. Mantuvo la vela en alto y miró hacia abajo. No se distinguía nada desde allí, sólo una gran mesa en el centro de la estancia.

En el aire flotaba un olor extraño, a hierbas y especias. Quizá era allí donde su tía preparaba las medicinas. Si aquel era su lugar de trabajo, quizá no debería seguir bajando. Podría romper algo. Bajó la vela de nuevo para que iluminase el siguiente escalón y continuó el descenso. No tocaría nada, tan sólo echaría un vistazo rápido y volvería a subir.

Una vez delante de la mesa se quedó perpleja, intentando encontrar alguna explicación a aquella colección de objetos. Algunos de ellos podían utilizarse para preparar jarabes o pomadas, como un pequeño cuchillo de plata, un cáliz o un caldero de hierro pero a otros no les encontraba ninguna lógica. Sobre la mesa había decenas de velas y piedras de diferentes colores y tamaños. Le dio la impresión de que no estaban esparcidas al azar, sino situadas siguiendo un orden determinado, cuyo centro eran unas toscas imágenes de piedra que representaban a un hombre y una mujer. Luna se acercó más a las pequeñas figuras pero no se atrevió a alargar el brazo para tocarlas. Nunca había visto unas figuras así. De la cabeza del hombre surgía una gran cornamenta de ciervo y llevaba una vara de madera en la mano. Sobre la cabeza de ella reposaba una media luna. Ambos estaban sentados en tronos y las figuras tenían un aire de autoridad. Debían ser dioses pero, ¿de qué religión? Luna se fijó en el trozo de madera en el que reposaban. Era una estrella de cinco puntas dentro de un círculo. Aquello era el símbolo del demonio, lo había visto en algún programa de televisión.

Se sintió nerviosa y asustada. Todo aquello no le gustaba. Su tía podía ser muy simpática pero estaba metida en cosas que ella preferiría no saber. Quizá su madre siempre había sospechado que era una bruja y por eso se había negado a dejarla venir. Pensó que debería salir de allí cuanto antes pero un libro negro situado en el centro del altar llamó su atención. Le echaría sólo una ojeada y después saldría de allí, fingiría que no había visto nada y al día siguiente le diría a su tía que tenía que marcharse porque echaba mucho de menos su casa.

Abrió la tapa del libro con cuidado, temiendo que se rompiese. La cubierta era rugosa y pesada, fabricada con algún tipo de piel envejecida. Las páginas estaban amarillentas y parecían frágiles, no tanto por los años transcurridos como por el mucho uso. Luna acarició con cuidado la primera página. Estaba escrita a mano, con tinta negra. El borde estaba lleno de dibujos que simulaban las diferentes fases de la luna. En el centro, con grandes letras, se podía leer “Libro de las Sombras”.  Miró por encima las siguientes hojas. Era la escritura de su tía, sin duda alguna. Pero, ¿qué significaba todo aquello?

Empezó a leer la segunda página. Parecía un poema o un cántico. Luna se concentró, intentando comprender su significado:

Escucha la palabra de las brujas

Nuestro secreto en la noche escondido

Cuando el camino se hace sombrío

Nosotras lo revelamos en esta luna.

Ante el fuego y el agua fluyendo,

Por el soplo del aire y por la tierra

Y del espíritu la quintaesencia

Festejamos en un círculo sin tiempo.

Para la Candelaria y la recolecta

En la fiesta de Mayo y Todos los Santos

Cuando los días y las noches sean exactos

Cuando el sol esté en su cenit o amanezca.

Trasmitido desde antiguas edades

De hombre a mujer, de madre a hijo

A lo largo de los años y los siglos

Desde el tiempo de las almas primordiales.

Sobre dos místicos pilares asentados

La sombra tras la luz en sucesión

Por siempre en eterna oposición

Están Dios y Diosa representados.

Señor de las sombras, Dios Astado

Caballero de los vientos es de noche

De día se torna rey de los bosques

Habitando los valles y los claros.

A su antojo es anciana o se hace joven

Sobre su barca de niebla navegando

Esférica dama argentina brillando

Sombra matrona de la medianoche.

El Señor y la Señora del Arte

En el fondo del espíritu habitan

Su voluntad libera o esclaviza

Por siempre renacidos e inmortales.

Bebe el vino del Dios y la Diosa

Danza y ama si los quieres honrar

Hasta el día que te recibirán

En la paz al final de tus horas.

Haz lo que desees, a nadie dañes

Es el gran reto que afrontarás

Y la ley única que has de acatar

En lo que al Dios y a la Diosa atañe.

Luna fue pasando las páginas del libro, sin poder creerse lo que estaba leyendo. ¿Qué era todo aquello? ¿Brujas? ¿Dioses astados? El pentáculo sobre la mesa seguía llamando su atención, obligándole a mirarlo continuamente como si la llamara. Se sentía cada vez más inquieta pero no quería marcharse sin encontrarle algo más de lógica a todo aquello. Sin embargo, cada página que miraba la inquietaba aún más: rituales de protección, invocaciones, proyección astral, clarividencia... Y pensar que había creído que su tía era una adorable curandera, una mujer quizá un poco excéntrica pero que ayudaba a los demás. Lo que tenía delante probaba que practicaba la brujería, la magia negra...

En aquel momento, el crujido de uno de los peldaños de la escalera la sobresaltó. Sin pensarlo un segundo, agarró el cuchillo de plata que descansaba sobre el altar y se dio la vuelta. Su tía la miraba, unos escalones más arriba. Su figura le pareció enorme, poderosa e imponente.

    — Deja eso antes de que te hagas daño— su voz parecía enfadada y demostraba una autoridad que no le había oído hasta aquel momento—. Y sal de aquí. Es peligroso jugar con cosas que no se conocen.

Luna agachó la cabeza y, sin decir nada, dejó el puñal sobre la mesa, cerró el libro y se dirigió hacia la puerta. Su tía continuó parada en medio de las escaleras, mirándola subir. Al pasar por su lado, Luna no pudo evitar que le temblasen las piernas. ¿Qué era lo que iba a suceder? Ella no creía en la brujería, no pensaba que su tía pudiese echarle alguna horrible maldición pero, ¿y si estaba tan loca como todo aquello parecía indicar? ¿Y si decidía librarse de ella para que no pudiera contar nada?

Su tía la siguió de cerca, cerrando la puerta a sus espaldas. Luna pensó en aprovechar aquellos segundos para escapar pero, ¿adónde iría de noche, sin dinero, sin teléfono...? Escenas de las películas de terror que había visto a lo largo de su vida se empeñaban en invadir su cabeza. Aquello era estúpido. Era su tía, podía estar enfadada pero no le haría daño.

Sintió la mano de ella en la espalda, empujándola suavemente hacia la cocina. Luna se dejó guiar, mientras pensaba qué podía hacer. Su tía le señaló una de las banquetas, indicándole que se sentase y se dirigió al fogón.

    — ¿Quieres un chocolate caliente?— le preguntó mientras ponía leche al fuego.

Luna no supo que contestar. ¿Qué significaba aquella pregunta? ¿Es que su tía pretendía fingir que la escena de unos minutos atrás no había sucedido, que no guardaba en su sótano toda clase de artilugios para practicar la magia negra? ¿O es que estaba tratando de envenenarla con una taza de chocolate?

    — No, gracias— susurró Luna, con la cabeza aún agachada—. No tengo hambre.

    — Estás temblando. Te sentará bien— le dijo Emma mientras seguía cocinando—. Y puedes estar tranquila. No tengo ninguna intención de envenenarte.

Luna se estremeció. ¿Acaso podía leerle la mente? Entonces ningún plan que pudiese idear para escapar de allí daría resultado. Continuó en silencio mientras Emma acababa de preparar las tazas. Después, su tía las colocó sobre la mesa y se sentó frente a ella.

    — Supongo que tendrás muchas preguntas que hacerme— le dijo tras pegar el primer sorbo a su taza—. Empieza por donde quieras.

    — No sé qué decir... No entiendo nada— murmuró Luna, levantando un poco la vista.

    — Podrías empezar por pedir perdón por haber entrado en un lugar privado— la expresión de su tía seguía siendo firme pero no parecía la de una bruja vengativa preparándose para convertir a alguien en sapo—. Me va a costar días arreglar todo lo que has estropeado.

    — Pero si no he roto nada. Casi ni he tocado lo que había ahí abajo...— se defendió Luna.

    — No digo que hayas roto nada. Pero has estado manejando cosas que no conocías, contaminándolas con tu miedo y tus pensamientos negativos— la mujer se frotó las sienes y suspiró profundamente, como si intentara calmarse—. No estoy enfadada contigo, Luna. En realidad la culpa es mía por haber olvidado cerrar. En fin, el mal ya está hecho.

    — Lo siento, no sabía...

Se quedó mirando a su tía, sin creer del todo que no fuese a haber represalias y sin saber qué pensar de ella. Ya no le parecía peligrosa. Volvía a ver a la mujer que estaba sentada delante de ella como una persona normal. La observó atentamente. Parecía cansada de nuevo y en su mirada había un brillo de preocupación. Se arriesgó a preguntar, después de todo ella la había invitado a hacerlo.

    — Pero, ¿qué era todo lo que había abajo? Eres una... una...

    — Sí, soy bruja. Me dedicó a la curación y a la adivinación, tal y como te he contado esta mañana. Y también realizo rituales de otros tipos y también te lo habría contado cuando estuvieses preparada para entenderlo. Ahora mismo debes estar pensando tantas cosas extrañas sobre mí...— le explicó con una sonrisa agridulce— Para que te quedes más tranquila, ni tengo tratos con el diablo, ni practico la nigromancia, ni echo maldiciones.

    — Pero entonces, ¿qué eran los símbolos satánicos que he visto abajo?— preguntó Luna, no muy convencida.

    — ¿Símbolos satánicos?— Emma se rió abiertamente, mientras negaba con la cabeza—. Por Dios, Hollywood nos está haciendo peor publicidad en veinte años que la que nos ha hecho la iglesia católica en toda su historia. El pentáculo que viste abajo no es un símbolo satánico. De hecho, es un antiguo amuleto de protección contra el mal.

    — ¿Y las estatuas? El hombre con los cuernos...

    — Las estatuas son el dios y la diosa a los que adoro, la fuente y la razón de todo lo que existe. Están presentes en todo lo que nos rodea y son la causa de que el mundo se mueva, del ciclo de la vida y de la muerte... Pero no son demonios, no representan ninguna fuerza maligna— la expresión de Emma se había suavizado, como si le emocionase hablar con Luna sobre aquello—. En realidad, nosotros no creemos que los demonios existan, que haya un mal como contrapartida del bien. El bien y el mal están dentro de todos nosotros, nos complementa y no puede existir el uno sin el otro. Pero debo estar aburriéndote...

    — No, para nada— le dijo Luna, interesada—. Has dicho “nosotros no creemos”. ¿Sois muchos? ¿Perteneces a alguna secta?

    — ¿Secta? Que palabra más fea para menospreciar a la gente que no sigue las creencias de la mayoría— su tía volvió a reír—. Esta religión es tan antigua como el mundo mismo. Desde la prehistoria los hombres han creído en unos dioses representados por el sol y la luna, han adorado sus ciclos y sus cambios y han visto la divinidad en cada una de las criaturas de la tierra. El cristianismo ha luchado durante siglos por acallarnos, ha disfrazado nuestras festividades como ritos católicos ante la imposibilidad de enterrarlos en el olvido, nos ha perseguido durante siglos para intentar eliminarnos...

    — No te enfades— intervino Luna—. No sabía cómo preguntarlo. Quería saber si sois muchos, si os reunís en grupos para hacer rituales...

    — ¿Como los aquelarres de las antiguas brujas? No, al menos yo no lo hago. Sé que en algunos lugares están más organizados, enseñan nuestros conocimientos a los nuevos aprendices, realizan ceremonias conjuntas... Yo nunca he tenido contacto con un grupo así. Todo lo que sé lo aprendí de mi madre, que a su vez lo aprendió de la suya.

    — ¿La abuela era bruja?— preguntó Luna, con los ojos muy abiertos.

    — Sí, y muy buena además— Emma sonrió, recordando—. Conocía todas las hierbas y podía ver en el corazón de los demás sin necesidad de rituales de adivinación. De hecho, te llamas Luna porque ella se empeñó, en homenaje a nuestra Diosa.

    — ¿Mi padre lo sabía?

    — Claro, pero el siempre pensó que eran supersticiones de pueblo y no le dio la mayor importancia. El problema siempre ha sido tu madre. Creo que piensa que vuelo en escoba y que puedo hacer que se pierdan las cosechas o matar al ganado con sólo mirarlo. Por eso me ha costado tanto tiempo que te dejasen venir.

    — ¿Y qué cosas puedes hacer? ¿Puedes conseguir dinero, o hacer que alguien se enamore? ¿Puedes saber lo que está haciendo alguien que está lejos?

    — Es muy tarde para hablar de esto, Luna— ante su gesto de decepción, le acarició la mano mientras le sonreía—. Lo siento, tengo que arreglar el sótano porque es muy urgente que esta noche realice un ritual. Pero prometo que mañana empezaré a explicarte todo lo que quieras.

Luna se levantó decepcionada y se dirigió a las escaleras. Le habría gustado pasarse la noche hablando de todo aquello pero no quería poner a prueba la paciencia de su tía pidiéndole que le dejase presenciar el ritual. Al llegar a la puerta, se giró y se apoyó en el dintel.

    — Sólo una pregunta y prometo que me iré a dormir y no te molestaré más— esperó a que su tía asintiera—. ¿Qué tipo de ritual es? ¿Qué pretendes conseguir con él?

    — Ay, Luna...— su tía suspiró y Luna percibió de nuevo el cansancio y la preocupación en sus ojos—. Es un ritual de protección.

    — ¿Protección? ¿Contra qué?

    — Ni yo misma lo sé con seguridad, es difícil de explicar. Pero prometo que mañana intentaré contártelo— la sonrisa de su tía resultó más forzada esta vez—. Anda, vete a la cama y descansa.

Luna asintió y subió a su habitación pero fue incapaz de quedarse dormida. Se tumbó en la cama, contemplando la luna llena y el bosque oscuro, sintiendo como si aquel paisaje conectase con su interior y la llenase de fuerza. Pasó mucho tiempo dándole vueltas a lo que su tía le había contado, excitada por la posibilidad de saber más. Se sentía como si todo aquello no le resultara ajeno, como si dentro de ella hubiese existido una parte dormida que empezaba a despertar.

Luna suspiró, se concentró y recitó en voz alta, mientras encendía la vela amarilla:

    — Guardianes del Este, Señores del Aire, yo os convoco a presenciar este ritual y proteger este círculo— miró por el rabillo del ojo, esperando a que su tía asintiera, y continuó—. Guardianes del Sur, Señores del Agua...

    — No, no... Los Guardianes del Sur son los Señores del Fuego. Y, además, deberías haberte girado hacia el sur— la reprendió su tía.

    — ¿Pero cómo voy a saber dónde está el sur?— se quejó Luna, separándose del altar para ir a sentarse frustrada al otro lado de la habitación.

    — Es muy fácil. Si recuerdas que los guardines del Sur son los Señores del Fuego y piensas que el fuego es rojo, sólo deberás girarte hacia la vela roja, que era la siguiente que debías encender— le explicó ella—. ¿Y no te he dicho ya mil veces que si sales del círculo estropeas todo el trabajo y tienes que volver a empezar?

    — Estoy harta ya. Llevamos tres días con lo mismo— protestó, apoyando la barbilla en las manos con cara de aburrimiento—. ¿No podrías enseñarme otra cosa?

    — No, ya te he explicado que el círculo de protección es indispensable. Te servirá para canalizar tus energías y para evitar que cualquier fuerza negativa pueda afectarte. Hasta que no sepas realizar el círculo perfectamente y te sientas a gusto en su interior no puedo enseñarte nada más.

    — ¿Y no podría al menos echarle un ojo a tu libro? Sólo para aprender algo de teoría...— insistió ella—. Prometo no intentar hacer nada de lo que vea.

    — No, no me fío de ti. Eres demasiado curiosa. Mientras no sepas cerrar el círculo, no te enseñaré nada más— Emma sonrió ante la expresión de desesperación de Luna—. A lo mejor te estoy exigiendo demasiado. Deberías salir, buscar a alguien de tu edad...

    — No, no es eso. Me encanta todo lo que me explicas. Es sólo que soy tan torpe...— explicó Luna—. A veces temo no estar hecha para esto.

    — Claro que vales para esto— su tía se levantó, caminó hacia ella y la cogió suavemente por la barbilla para obligarla a mirarla a los ojos—. Si trabajas duro, podrás hacerlo. Pero el camino de la sabiduría es largo y hay que recorrerlo poco a poco, disfrutando cada detalle, y tú te empeñas en correr.

Luna observó las ojeras de su tía, cada vez más marcadas en su rostro. En los últimos días la notaba cada vez más pálida y cansada. Se pregunto si el trabajo adicional de estar enseñándole estaba resultando demasiado para ella.

    — ¿Te preocupa algo?— le preguntó su tía.

    — Sí... bueno... Estoy preocupada por ti. Pareces cansada y no sé si es por mi culpa.

    — No, cariño, para nada. No tiene nada que ver contigo— Emma sonrió y se encogió de hombros, restándole importancia.

    — Entonces, ¿por qué es?— insistió Luna—. ¿No funcionó el ritual de protección?

    — Vaya, eres muy perspicaz— comentó su tía—. Pues no, no funciono como esperaba, así que estoy buscando algo más eficaz.

    — ¿Pero contra qué intentas protegerte?— le preguntó Luna.

    — No lo sé exactamente... Es una sensación continua en mi cabeza, como si alguien quisiera entrar a leer mis pensamientos. A veces ataca con mucha fuerza, otras es tan sutil que casi lo olvidó, pero lleva semanas ahí, como si esperase un momento de debilidad— Emma pareció arrepentirse de lo que estaba contando y sonrió, quitándole importancia—. Venga, ahora viene el momento en que tú me recomiendas un buen psiquiatra.

    — No, yo te creo— le dijo Luna, muy seria—. Si te puedo ayudar en cualquier ritual para que esto pare, dímelo. Intentaré no ser tan torpe.

    — Muchas gracias por el ofrecimiento pero ya te he dicho que no habrá rituales de ningún tipo mientras no sepas cerrar el círculo— bromeó su tía—. Esta conversación me recuerda que necesito ciertas hierbas para el nuevo ritual que estoy preparando. ¿Quieres acompañarme al bosque a buscarlas? Creo que a las dos nos vendría bien algo de aire puro.

Luna asintió y se levantó. Le habría gustado que su tía le contase más cosas y poder ayudarla a que no se sintiera tan angustiada, pero tampoco quería insistirle y hacerle recordar todo aquello. Se forzó a sonreír despreocupadamente mientras su tía le pasaba un brazo por el hombro.

    — Vamos, cariño. No te preocupes por mí— le dijo su tía mientras salían—. Serán sólo desvaríos de una vieja loca.

    — Tú no eres vieja ni estás loca— protestó Luna, riendo.

    — Gracias, eres un encanto. Y a cambio de esa sonrisa, te contaré un secreto. ¿Recuerdas el horrible monstruo que te dio la bienvenida tu primera noche aquí? ¿El de la capa y la antorcha?— esperó a que Luna asintiera, abrió un armario situado en una esquina y sacó una larga capa negra y una túnica blanca de lana—. Mira éstas son las ropas que se llevan para realizar nuestros rituales. En una semana o dos tendré preparadas unas para ti.

    — ¿Entonces el fantasma que vi eras tú?— preguntó Luna, asombrada. Su tía fue a contestar pero una carcajada se lo impidió.

    — Sí, cuando te vi en el ventanal, entré aquí por la puerta trasera, me cambie de ropa y volví a la puerta principal. Sé que la bienvenida que te di fue un desastre pero, si tuviera que organizarla de nuevo, me encantaría que fuese exactamente igual sólo por volver a ver la cara que pusiste— su tía volvió a estallar en una carcajada.

    — Pues yo no le veo la gracia— dijo Luna, enfadada—. Me diste un susto de muerte.

    — Está bien, perdona. Para resarcirte mañana te enseñaré a preparar cocimientos e infusiones con las hierbas que recojamos, en lugar de seguir torturándote con el círculo de protección— Emma esperó a que Luna asintiera—. Y no te preocupes por mí, en serio. No me pasará nada.

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