No podía creerlo.
El amanecer se asomaba como si se burlara de su desgracia.
Ser profesor de geografía y dirigir el club de boxeo al mismo tiempo parecía sencillo, pero no lo era. Luego del exámen número treinta, su pluma cayó en el escritorio, llenando el silencio inquietante en el que se había sumido.
Nunca, en sus veintiocho años de vida, había pasado en vela de esa forma. Era normal que no durmiera un día para tomar una siesta en la tarde, pero esto era una locura.
Todo el fin de semana sin dormir y hoy, ya lunes, tendría que ir a clase como si nada hubiera sucedido.
Totalmente alucinante.
Pero la mejor parte de la semana eran los lunes; no porque la cafetera de la sala de profesores tenía café fresco o porque se sentía en el aire un aura de renovada energía.
No.
Los lunes tenía clase en el salón que quedaba justo al lado del archivo de historia. Además, la ventana del salón del club de historia daba justo al gimnasio y Kirishima podía apreciar la esbelta y preciosa figura del profesor de historia.
Izuku Midoriya alegraba sus mañanas y hacían llevaderas sus noches, cuando se acordaba de esa sonrisa suya que iluminaba hasta el casillero más oscuro y apestoso del vestidor de hombres.
En fin.
Se duchó, arregló lo mejor que pudo su cabello y el aspecto miserable que tenía su rostro. Solo lo primero parecía presentable.
Con la poca fuerza de voluntad que tenía, llegó a su puesto justo antes de que la junta matutina comenzara, luchando para no quedarse dormido en plena reunión.
Cuando terminó, su mirada estaba perdida en el horizonte. Parecía un zombie, eso era seguro.
–Kirishima, ¿Te encuentras bien? –La voz de Midoriya le sacó de su letargo–. Te ves muy agotado, ¿Quieres ir a descansar a la enfermería?
–No, descuida Midoriya, tus ojos son parte de lo que necesito para continuar con mi día... deberías salir al cine conmigo, eso sería... fantástico...
Y antes de que pudiera reparar en lo que acababa de decir o en el fuerte sonrojo en el rostro del profesor de historia, Kirishima cayó dormido sobre su escritorio, ignorando las miradas de incredulidad de aquellos que habían escuchado.
Así, un lunes en la mañana y sin pensarlo, Kirishima había invitado a Midoriya a su primera cita.
Una de tantas que vendrían.