Satanas-Mario Mendoza

By yeriksann

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Este es un libro muy bueno que me gusta demasiado es muy bueno todos los derechos son de Mario Mendoza pero l... More

2. LAS LΓ“BREGAS TINIEBLAS DEL HADES

Una Presencia Maligna

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By yeriksann

Una luz intensa y joven nace desde arriba, desde las tejas transparentes del techo y las altas aberturas que hay en los muros, y se desparrama a todo lo largo de la plaza de mercado. Son las siete de la mañana. Los vendedores anuncian sus productos, sus precios, sus rebajas y sus ofertas con voces fuertes y entrenadas que generan una algarabía que atraviesa las paredes del recinto hasta alcanzar las calles que rodean la parte externa de la plaza.

La abundancia salta a la vista en los múltiples corredores que se extienden paralelos de sur a norte y de oriente a occidente: naranjas, mandarinas, maracuyás, mangos, guanábanas, limones, zanahorias, cebollas, pimientos, tomates, rábanos y una lista innumerable de frutas y vegetales que esperan a los compradores en bultos, cajas de madera y bandejas de cartón y de plástico que están ubicadas al alcance de la mano. Los olores de las hierbas bombardean las narices heladas de los caminantes: la albahaca, la limonaria, el cilantro, el perejil, el cidrón.

En una esquina, abarcando el espacio completo desde el piso hasta el tejado, están los locales de artesanías y plantas ornamentales: helechos, cactus, pequeños pinos en miniatura, y al lado, proliferando por los intersticios y los rincones, los canastos, las materas, las cucharas de palo y los objetos elaborados en cabuya y en cuerdas de fique.

 En la esquina contraria están las carnicerías y las ventas de animales vivos: gallinas, patos, conejos, hámsteres y gallos de pelea. Aquí y allá hay hombres y mujeres transportando víveres en pequeños carros de metal, trasladando cajas de madera atiborradas de tomates o de remolachas, moviendo bultos de papa o de arveja.

 Parecen pequeñas hormigas cumpliendo con ciertas funciones predeterminadas en las cercanías del hormiguero. De pronto, una voz femenina sobresale en medio de los múltiples ruidos que produce la muchedumbre:

 —¡Tinto! ¡Aromática!

 Es María, la vendedora de bebidas calientes, que camina por los corredores de la plaza ofreciendo el café oscuro, el agua de canela o de yerbabuena, el agua de panela sola o con pedacitos de jengibre y jugo de limón. Es una mujer blanca, de caderas anchas y muslos firmes, ojos negros y largos mechones ensortijados del mismo color, una cabellera abundante recogida atrás en una coleta agreste y salvaje que contrasta con la finura de sus rasgos, con la delicadeza de su boca y con el diseño rectilíneo de su nariz aguileña.

 Mide un metro con setenta centímetros y eso la obliga a sobresalir —contra su voluntad — por encima de la estatura promedio de las demás mujeres, y de muchos hombres que apenas se ponen a su lado sienten la superioridad física de esta muchacha lozana y rozagante de diecinueve años de edad.

 —¡Tinto! ¡Aromática!

 El tono es potente pero no agresivo, se impone sobre su auditorio sin gritar, sin levantar la voz de manera exagerada. Eso la convierte en una especie de sirena que cruza altiva la plaza de mercado mientras seduce con su canto melodioso a los transeúntes que la contemplan ansiosos y sedientos. María se acerca a un vendedor cuarentón y pasado de kilos que guarda los billetes doblados en el bolsillo derecho de una bata de trabajo raída y sucia.

— Me debe dos tintos y un agua de panela con limón, don Luis. 

—¿Cuándo va a dejar esa seriedad conmigo, María?

 —Págueme, don Luis, por favor.

 —Venga, hablemos.

 —Tengo que trabajar.

 —Si saliéramos juntos no tendría que trabajar así.

 —Págueme que tengo que irme.

 —Qué mujer tan terca.

El hombre saca unas monedas y se las entrega con disgusto, como si estuviera regalando una limosna a un pordiosero andrajoso y maloliente. 

—Luego le doy el resto. A ver si cambia esos modales, María, y aprende a ser más amable conmigo.

Ella recibe el dinero sin decir nada y continúa su peregrinaje lento y cadencioso. Dos corredores más allá se detiene frente a una de las carnicerías y le dice al hombre que atiende detrás del mostrador con un cuchillo enorme entre las manos: 

—Vengo por los trescientos pesos, don Carlos. 

—Entre, María. 

—Tengo afán. 

—Usted siempre tiene afán. 

—Estoy trabajando. 

El carnicero se inclina hasta quedar acodado en el mostrador de baldosín, muy cerca de ella, y le dice en voz baja: 

—Con ese culo bien administrado, mamita, usted estaría viviendo como una reina.

— Respéteme, don Carlos. 

—Es la verdad, usted está cada día más buena. 

—Págueme los trescientos pesos, por favor. 

—¿Sabe qué es lo que pasa con usted? Ella se queda callada. 

El hombre continúa:

—Que se cree de mejor familia. 

—Yo no me creo nada. 

—Usted es una engreída, se cree mejor que todos aquí. 

—Por favor, págueme que tengo que irme.

—¿Sí ve? Nos desprecia porque en el fondo aspira a conseguirse un noviecito de plata, un niñito bien que la saque a sitios costosos y elegantes. 

—No más, don Carlos, si no quiere pagarme vengo más tarde. 

—Yo quiero pagarle por ese cuerpecito, mamita, salgamos esta tarde calladitos para un motel y verá que no se va a arrepentir. Le voy a dar buena plata.

— Después vengo por los trescientos pesos. 

—Aquí la espero cuando quiera, mi amor. 

María se aleja y sale de la plaza en busca de un lugar donde nadie pueda observarla. Se sienta en el andén con los ojos aguados, deja los termos en el piso y se agarra la cabeza entre las manos. Una ira súbita le asciende por el cuerpo y se le agolpa en el rostro enrojeciéndole las mejillas y la frente. Piensa hasta cuándo tendrá que aguantar las obscenidades y las groserías de los trabajadores de la plaza, sus insinuaciones descaradas, sus pagos tardíos y humillantes, sus miradas lascivas y lujuriosas.

Trabaja desde las tres de la madrugada hasta las cuatro de la tarde y todos los días es lo mismo: vejaciones, ofensas y maltratos continuos. ¿Hasta cuándo? ¿Por qué no puede estudiar como las demás jóvenes de su edad y conseguir un trabajo decente que le permita costearse unos estudios en finanzas o computadores? ¿Por qué nadie cree en ella? ¿Por qué no la consideran una persona de bien, por qué se ríen de sus aspiraciones? ¿Por qué la tratan como una prostituta vulgar y despreciable?

Dos hombres la observan a pocos metros de distancia sin que ella se dé cuenta. Están vestidos con jeans ajustados y con chaquetas de cuero lustrosas que reflejan los rayos del sol. Miden cerca de uno ochenta de estatura y su contextura es atlética y bien formada. Oscilan entre los veinticinco y los veintiocho años, llevan el cabello cortado a ras y ambos parecen atrapados sin remedio en la imagen de la bella vendedora llorando en silencio y sin esperanza alguna.

 —¿Es ella? 

—Sí. 

—Es perfecta. 

—Y espera que le veas la cara. 

—Bien vestida será irresistible. 

—Una mejor que ella es difícil de encontrar. 

—¿Hace cuánto la conoces? 

—Un año más o menos. 

—¿Confía en ti? 

—No confía en nadie. 

—Te hago la pregunta al revés: ¿desconfía de ti? 

—Siempre la he tratado con respeto. 

—Bien, acerquémonos. 

Los dos hombres caminan despacio, sin prisa, como si quisieran detener el tiempo y no interrumpir el momento de soledad y de ensimismamiento de la joven que se seca las lágrimas con las manos temblorosas. Llegan hasta ella y se paran a un costado, muy cerca de la tabla de madera donde reposan los termos de bebidas humeantes. María voltea el rostro y, al verse observada, suspira y termina de limpiarse los ojos llorosos. Dice con amargura:

—Hola, Pablo. 

—Qué tal, María. 

—Ya ves. 

—¿Qué te pasó? 

—Nada que no me suceda todos los días —y vuelve a suspirar

—Estoy harta de trabajar en este agujero. 

Los dos hombres se observan entre ellos. María repite: 

—Estoy cansada de este trabajo. 

—Es duro, sí. 

—Estoy desde la madrugada y lo que recojo escasamente me alcanza para pagar el cuarto y la comida. 

—No vale la pena. 

—Así no voy a hacer nada en la vida. 

—Tal vez pueda ayudarte. 

—¿Tú? 

—Mira, éste es mi amigo, Alberto. 

El hombre se acerca y le tiende la mano a María: 

—Mucho gusto. 

—María 

—dice ella estrechándole la mano y poniéndose de pie. 

—Busquemos un sitio para conversar 

—¿Conversar? 

—pregunta María con recelo. 

—¿No me dices que quieres cambiar de trabajo? 

—¿Me vas a ayudar? 

—Conversemos, María. Si te sirve lo que voy a proponerte, bien, y si no, no pasa nada, me voy y ya está. 

—Ahí podemos tomarnos una gaseosa 

—dice ella señalando una cafetería del otro lado de la calle. 

María recoge la tabla con los termos y los tres se acercan al establecimiento, se sientan a una mesa y piden tres gaseosas. Un mesero coloca las tres botellas en triángulo sobre la mesa. 

—Bueno, hablemos 

—dice María directamente, sin preámbulos. 

—Tengo una propuesta para hacerte. 

—Cuál es. 

—Estamos buscando una persona como tú, joven, con ganas de triunfar en la vida. 

—Quiénes. 

—Alberto y yo 

—contesta Pablo tranquilo mientras observa a su amigo. 

—Y de qué se trata 

—insiste María. Pablo baja el tono de la voz: 

—Primero quiero decirte que te respetamos. Lo que voy a proponerte son sólo negocios y nada más. No tenemos ningún interés personal en ti, y ni Alberto ni yo vamos nunca a sobrepasamos contigo. ¿Está claro? 

—Sí —afirma María tranquilizándose de pronto, bajando la guardia. 

—Esto no es un pretexto para acercarnos a ti ni nada parecido — continúa Pablo con la voz suave y pausada—. Necesitamos a alguien de confianza con quien empezar a trabajar, alguien inteligente, despierto, con ganas de hacer dinero, alguien como tú. 

—¿Qué es lo que hay que hacer? 

— pregunta María con un brillo en los ojos. 

—Hay mucho dinero de por medio, María, dinero de verdad. 

—¿Es algo que tiene que ver con drogas? 

—No. 

—¿Seguro? 

—Seguro. 

—Porque yo de mula no me meto. Prefiero morirme. 

—No tiene nada que ver con eso. 

—Si es mucho dinero tiene que ser algo ilegal 

—comenta ella con la botella de gaseosa en la mano. 

—Es fácil, María. El dinero lo tienen los ricos, lo acumulan, lo esconden, y no dejan que ninguno de nosotros nos acerquemos a él. Podemos trabajar toda la vida honradamente y jamás tendremos un peso. El sistema está diseñado para que ellos sean cada vez más ricos mientras nosotros somos cada vez más pobres.




PD: los capitulos los ire subiendo de a poco porque el pc me va un poco mal y  me puedo demorar en subir los demas


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