— ¡Hyuuung! Por favor~— puchereó. YoonGi giró su vista hasta JiMin, quien hacía pequeños pucheros —Porfi...
—Ugh, está bien...— respondió finalmente y JiMin dio un saltito de emoción.
Se acercó al lugar donde vendían algodones de azúcar y le compró uno a JiMin, bajo la atenta mirada del menor, quien tenía sus ojos brillando y su carita entera rebosante de alegría.
Esperaron un rato hasta que el vendedor se los entregó y Mochi lo tomó, alegre, agradeciendo.
Tuvo que tomar a JiMin para que no se pusiera brincar de alegría. Sabía lo torpe que era.
—Hyuung, gracias gracias gracias~— sonrió con emoción.
—No es nada, enano— dijo con burla, viendo el instantaneo puchero del pelirrosa.
Caminaron por todo el parque mientras JiMin comía por pedacitos el algodón de azúcar. YoonGi lo miraba con atención, el cabello del menor asemejaba mucho a un algodón de azúcar. También era muy dulce.
—Dame— dijo YoonGi al menor, quien inmediatamente lo miró y dirigió un pedacito de algodón de azúcar a los labios ajenos. El mayor sonrió y comió de ese pedazo de algodón. JiMin tenía una linda y gran sonrisa surcada en sus labios.
Aquél gesto había hecho que la gente les mirara de manera incómoda, quizás estaban siendo más cercanos de lo que deberían. YoonGi tomó un poco de la cintura a JiMin y lo alejó, cosa que hizo instantaneamente al pelirrosa pucherear.
No dejaría que miraran mal al menor.
(...)
Eran ya las 6 de la tarde, estaban volviendo a la casa del menor.
—Hyung~ me gustó salir con usted— habló JiMin, tomándole de el brazo suavemente.
—También me gusta salir contigo, bebé— dijo sonriendo levemente.
Llegaron a la casa de JiMin.
—Adiós, nos vemos mañana, Minnie— sonrió el mayor acariciándole los cabellos al pelirrosa.
—¡Adiós, hyung~!— le dio un abrazo, cálido y con mucho cariño, como los que solía darle JiMin.
YoonGi ya se iba a ir, pero...
—YoonGi hyung...— se giró y lo miró.
JiMin se acercó a él y le dejó un besito en el cuello. Fue un beso simple, inocente y tierno, que provocó que YoonGi se estremeciera y el rubor subiera a sus mejillas.
El pequeño solo sonrió tiernamente y entró a la casa, dejando al mayor confundido y sonrojado.
Pasó sus dedos por la zona en la que el menor había pasado sus labios, con la mirada avergonzada, se echó para atrás y corrió a toda velocidad.
¿Qué me estás haciendo, JiMin?