Giro de guion

By lachinaski

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Aurora es un caos, su vida consiste en recordar con quién se acostó la noche anterior, intentar no pasarse co... More

¿Qué pasó con Ion Garrochotegui?
Hoy no me puedo levantar
Soy un desastre
Sufre, mamón
Teatro de la oscuridad
Adiós papá
Rey del Glam
Queridos camaradas
Ellos dicen mierda, nosotros amén
La mala reputación
Ay qué pesado
Calle melancolía
Me cuesta tanto olvidarte
El blues del esclavo
Me colé en una fiesta
Flojos de pantalón
Lluvia del porvenir
Cumpleaños feliz
Cruz de navajas
Mundo indómito
Qué hace una chica como tú en un sitio como este
Enamorado de la moda juvenil
Naturaleza muerta
Escuela de calor
No controles
Feo, fuerte y formal
Veneno en la piel
Veteranos
Manos vacías
Terror en el hipermercado
Segunda Parte: El nudo gordiano

Falsas costumbres

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By lachinaski





Falsas costumbres


Raúl se lleva el vaso a los labios, terminándosela de un solo trago. El wiski tiene un regusto a madera que se adhiere a su lengua, siempre le ha gustado esa sensación aunque haga años que prefiera los gintonics. Un buen copazo a palo seco, sin embargo, es propio de noches en vela o épocas de estrés, las cosas serias se tratan sin mezclas. La verdad es que tienen buenas marcas en ese sitio, Fanny ha sabido invertir bien el dinero, para atraer a una clientela selecta hay que ofrecer productos a la altura.

El local está oscuro, tanto que él apenas puede verse las manos. La luz fluorescente, con ese tono entre el rojizo y rosado que se refleja con cierto aire infernal gracias a las cortinas borgoña, tiñe su brazo de un tono sanguinolento que recuerda a los viejos cuartos de revelado. La camarera, ligera de ropa, le echa un poco más en el vaso hasta que él la detiene con un gesto. La música lo invade todo, las bailarinas se retuercen en las barras justo a sus espaldas, aunque a él no le suscitan el menor interés. Ha visto esa imagen tantas veces que ya está vacunado contra el erotismo de burdel.

—Disculpa, estaba atendiendo a unos clientes.

La voz profunda de Fanny llama su atención, levantando la vista para toparse con los oscuros ojos de la mujer. Esta le hace un gesto a la camarera para que se marche, los negocios siempre se tratan en privado.

—Creí que ya no tolerabas las bebidas tan fuetes —se apoya sobre la barra, dejando caer su peso hacia delante. Fanny no necesita ir muy descubierta, lleva un vestido de lo más escotado pero ya está, es la dueña del local así que debe guardar ciertas formas—. Estás tomando mucho.

—De peores he salido más airoso —alza el vaso, fingiendo una media sonrisa.

—No viniste acá por la bebida —comenta ella, tamborileando sus largas uñas sobre la superficie de madera.

Lo mira fijamente, Raúl no aparta la vista. Sabe que lo está midiendo, se conocen desde hace tanto que es incapaz de contar los años, la mujer quiere leer a través de sus ojos, aunque ni para alguien como ella eso resulta del todo fácil. Raúl no es alguien fácil de descifrar, ha interpuesto tantos códigos que a veces ni él mismo se reconoce.

—Escuché lo de Silva —se separa de la barra, poniendo sus brazos en jarras. Lo mira como si fuese su madre, enarcando una ceja con gesto severo—. Fuiste tú, supongo.

Raúl se encoge de hombros, volteando ligeramente su rostro. Las bailarinas siguen en el escenario, encandilando con sus contorsiones a ese montón de idiotas con la cartera llena. Fnny es una experta en desplumar a pobres incautos.

—Le advertí que no jugase conmigo —le da un sorbo al vaso, volteándose de nuevo hacia la mujer—. No me hizo caso.

Fanny suspira con ese aire maternalista que la caracteriza. Los años le han sentado bien, o quizás haya sido el dinero, que nunca está de más para atravesar dignamente los cuarenta. Conserva su pelo negro, tan largo que nadie se explica cómo puede mantener esa melena, pero desde que va al gimnasio se le ha quedado una figura bastante decente. El acento lo conserva por aparentar, aunque a veces se le escapan unas expresiones madrileñas de cuidado, reminiscencias de sus más de veinte años ya en España.

Raúl tiene la vista perdida entre las botellas que hay tras la barra, intentando distinguir su reflejo rojizo entre ellas. El regusto a Whisky todavía late entre sus labios, pero se termina la segunda copa de un sorbo, sin apenas pestañear. Años atrás soportaba mucho mejor los efectos del alcohol, ahora se marea con mayor facilidad. No sabe si es la edad o la falta de costumbre, quizás es que se está volviendo un blando.

—Tuviste que dejarlo con esa mujer, supongo.

Ni siquiera se lo está preguntando, Fanny sabe de sobra que Raúl jamás correría un riesgo innecesario que hiciese peligrar todo lo que ha conseguido hasta el momento, mucho menos por cuatro polvos. Tampoco hace falta que él le responda, pero siente que en cierto modo le debe aunque sea una frase, parece que la mujer esté manteniendo un monólogo ella sola.

—Si un inepto como Silva pudo llegar tan lejos quién sabe lo que conseguirían otros —asiente, todavía con la vista perdida—. Es una cuestión de prioridades.

—Ay mijo —suspira Fanny, sirviéndole otra copa—, cómo te gusta hacerte el duro. Te gustaba lo que tenían, no intentes engañarme.

—No lo hago —alza las cejas con naturalidad, mirándola entonces—. Pero tampoco sirve de nada lamentarse, la autocompasión es una pérdida de tiempo, yo prefiero emplear mis energías en otras cosas.

—Ten cuidado, Toto —cierra la botella, dejándola de nuevo en el estante—. Al zorro, por astuto que sea, también lo acaban cazando.

Él sonríe para sí, genuinamente. Hay pocas personas que le hacen reír de verdad, podría contarlas con los dedos de una mano, Fanny está entre ellas. Ambos tienen una relación de simbiosis bastante interesante, se conocen lo suficiente como para poder hundirse el uno al otro, quizás por eso no lo hacen. Saben que son más productivos siendo aliados, y en cierto modo, tras tantos años, también se tienen cariño.

Raúl vuelve a beber, el wiski ya le entra casi como si fuese agua, la tercera copa nunca se siente tan fuerte y él, pese a la poca costumbre, todavía puede preservar la dignidad pese a los tragos. En realidad, tener que dejarlo con Irene ha sido un inconveniente con el que no contaba, pero algo totalmente necesario. El próximo en lugar de Silva podría ser alguien mucho peor, como la bruja de Tina Latini, por ejemplo. Una arpía como él cogiéndole de los huevos podía ser peor que un dolor de muelas, el riesgo no vale la pena, menos por un rato de placer. Quién sabe, quizás cuando crea que las cosas son más seguras pueda retomar lo que tenían. A Raúl le gusta mucho sentirse a gusto con ciertos grados de intimidad, quizás por ello intenta preservar a las personas que llegan a ese punto. Aunque, como Fanny, pudiesen empapelarlo de pies a cabeza si quisieran. Sin embargo, seguir viéndose con Irene tras las averiguaciones de Silva era una temeridad.

—Hablando de zorros —comenta, dejando el vaso sobre la barra—. ¿Tienes algo para mí?

—Por supuesto, no viniste de visita —ríe ella, volteándose con desparpajo—. Poca cosa, aunque mis chicas consiguieron un par de fotos interesantes el otro día.

—Pásamelas —asiente—, ¿la presa es buena?

La mujer se encoge de hombros.

—Tampoco te hará millonario —suspira—, pero quizás pueda sacarte de algún apuro. Ah, por supuesto, casi se me olvida.

Los sentidos de Raúl se ponen alerta, algo en el rostro de Fanny ha cambiado, adoptando una actitud más seria, pensativa. La mujer alza sus ojos oscuros, que apenas se vislumbran bien debido a la poca luz del local. Lo mira, acercándose hacia él a modo confidencial.

—¿A qué no adivinas quién ha vuelto a casa de los De la Vega?

Ladea una sonrisa que Raúl acompaña, al parecer sí tenía algo jugoso después de todo.

—Y supongo que no ha sido casualidad —canturrea el hombre, amasando ya los billetes de su próxima exclusiva.

—No conozco bien los detalles, pero hay una cuestión de faldas y un cabreo enorme por parte del Capilla —se separa de repente, cruzándose de brazos—. Intentaré averiguarte más, pero te lo digo para que muevas tus hilos si puedes. Seguro que puedes sacar un par de platós por esto.

—Al parecer sí que tenías algo —Raúl chasquea la lengua, acabándose la copa con apremio para luego ponerse en pie—. Veré qué puedo conseguir de todo eso, gracias por la información.

—Para eso estamos —comenta la mujer, mientras le observa marcharse—. Dile a tu hermano que tengo listo lo que me pidió, el muy tarado siempre se despista.

Raúl alza la mano a modo de despido, asintiendo con la cabeza mientras sale del lugar, chocando con el gélido aire madrileño que impacta violentamente contra su rostro. Las noches invernales de la capital son bastante duras, el hombre lleva un abrigo que le llega hasta casi los tobillos pero aun así no puede evitar sentir cómo el frío se le cuela por entre la ropa, cualquiera diría que se encuentra en clima seco, aunque quizás sea que el tejido no es lo suficientemente grueso.

Saca el teléfono móvil, marcando un número de forma automática. Mientras espera a que se lo cojan, observa la carretera desierta que se abre paso ante sus ojos, son más de las tres y no hay ni un alma por la calle, solo algunos indigentes acampados en la puerta de algún banco. Una voz femenina, algo adormilada, le contesta casi antes de que se acabe el tiempo de espera. Raúl suena entonces casi tan frío como las calles madrileñas.

—Steisy —saca un cigarrillo y se lo coloca en la boca, encendiéndoselo con parsimonia.

—¿Por qué me llamas a estas horas? Es tardísimo.

—Escucha —se quita el cigarro, expulsando una espesa humareda nada más hacerlo—, tengo un trabajito para ti.







Aurora conoció a Gabriele durante una noche de fiesta, como siempre. Al día siguiente, cuando amaneció junto a ella en la cama, no se acordaba de él. No era para menos tampoco, porque el tío es tan sieso follando que hasta podría dejar indiferente a una paciente de vaginismo, y eso es mucho decir. No la tiene pequeña, tampoco como un espagueti, pero no sabe usarla bien. Su problema es que tampoco lo hace fatal, así que ni produce orgasmos ni pesadillas, simplemente deja indiferente a cualquiera.

La chica se encontraba en una época extraña por aquel entonces, había estado dos meses saliendo con Silvia, una de esas historias pasionales que si bien no son difíciles de superar, sí que resultan muy complicadas de reemplazar. No tenía ganas de complicarse la vida y Gabriele parecía dispuesto a hacer lo que ella quisiera. Estuvieron quedando cosa de uno o dos meses, en realidad no se acuerda porque tampoco le daba mucha importancia, el tío tenía que viajar cada dos por tres debido a su trabajo así que tampoco la molestaba en exceso. El problema fue que, pese a todo, el muy subnormal se acabó pillando. Así que cuando Silvia volvió de sus meses de prácticas en Guatemala y Aurora pasó de Gabriele este montó un circo mediático impresionante. Salió en un montón de revistas lloriqueando como el blandengue mental que era, alardeando de su ego de macho herido, lamentándose cual pusilánime que es porque Aurora lo había engañado. De engañado nada, claro, porque no tenían una relación ni nada que se le pareciese.

El tema fue que, durante semanas, Aurora sufrió el acoso de los medios sumado a los millares de hooligans que la llamaron de puta para arriba en redes sociales por haberse atrevido a rechazar una polla con millones en el banco. Los hombres heterosexuales no pueden soportar que el mundo no gire alrededor de sus penes, pero lo que nunca perdonen es que las mujeres tengan la desfachatez de rechazarlos, es algo que les resulta inconcebibles. Varios foros de machirulos retrasados se le tiraron a la yugular, así como todos los rancios casposos de Twitter. Fue una época pésima, hasta que el acoso no cesó Aurora tuvo que mantenerse alejada porque se le hacía insoportable, y eso que ella siempre ha tenido bastante aguante para los escándalos, pero el acoso y derribo al que la sometieron esos capullos superó todas las expectativas. Para mal, por supuesto.

Al escuchar su voz a través del teléfono Aurora se ha dado cuenta de que no iba a poder ignorarlo por más tiempo, por mucho que quisiera. Su última semana ha sido lamentable gracias a semejante subnormal, así que no le ha quedado otra. Por supuesto, tampoco deseaba verle en un sitio demasiado público, así que le ha dicho de encontrarse con él en uno de esos supermercados veinticuatro horas que hay en algunos puntos de la ciudad. Varios de ellos tienen una cafetería dentro, tampoco son sitios muy privados pero a ver, ¿quién se esperaría a dos personajes públicos en un sitio tan cutre?

Gabriele Zabini no es el tío más guapo del mundo, pero tiene un contrato publicitario con Gilette y otro multimillonario con Addidas así que gracias a sus negocios más allá del fútbol se lleva a su asesor de imagen por todos lados, lo que ha mejorado considerablemente su aspecto desde que fichó para uno de los mejores equipos del mundo, convirtiéndose en portada de las revistas masculinas más conocidas del país y algún que otro magazine adolescente. Las niñas que disfrutan viendo tíos jugando a la pelota lo adoran, Aurora no lo entiende porque cuando habla en las entrevistas se nota que no tiene demasiadas luces. Y eso que controla súper bien el español, pero no es cosa del idioma sino de conexiones neuronales.

La espera sentado, está tomándose un café. Ni bebe ni fuma por exigencias de contrato, tiene que preservar su forma física. Aunque también eso es un poco cara a la galería, porque muchos futbolistas se meten de todo durante los meses que no tienen ningún campeonato. En el fondo son un poco Maradona todos a nivel general.

Cuando la ve, sonríe. Tiene unos dientes perfectos que deben valer al menos doscientos mil euros, por supuesto no son suyos. La cabeza rapada por los lados, con esa especie de tupé en la parte más alta que se ha puesto tan de moda y Aurora encuentra súper antiestético. Tiene la tez bronceada permanentemente, cando no anda entrenando siempre se pira a Ibiza o Santorini, es muy amante del mediterráneo. Será cosa de haber nacido en Sicilia.

—Bueno, ¿qué coño quieres? —Pregunta ella nada más llegar, colocándose a su lado. La chica le echa un ojo al camarero, no parece haberles reconocido—. Ponme una cerveza.

—Ragazza, sono le tre del matino —comenta, alzando las cejas.

Cuando Aurora tiene el botellín en su poder se digna a contestarle, observándolo antes de hito en hito con cierto desprecio.

—¿Necesitas que te lo vuelva a preguntar?

Le da un sorbo a la botella, Gabriele está bastante tranquilo. Es más, hasta diría que se aprecia cierto brillo de satisfacción en sus ojos. Lo está disfrutando el hijo de puta, menuda fragilidad masculina más grande, lo llega a saber y nunca se lo hubiese follado. Bueno, en realidad cuando eso pasó iba muy borracha así que quién sabe. Lo cierto es que tampoco puede confiar en su criterio cuando está ebria. Ahora que lo piensa, ni siquiera debería hacerlo ciegamente cuando va sobria.

Gabriele chasquea la lengua, está empezando a ponerla nerviosa. Aurora mira entonces a su alrededor, apenas hay algunos indigentes en el lugar intentando que les vendan —sin mucho éxito— algo de alcohol para pasar la noche. La chica necesita asegurarse de que no hay ningún sospechoso susceptible de ser un paparazzi, todo ese encuentro le huele un tanto a encerrona pero al final ha decidido que más vale una semana de sufrimiento más a tener que alargar la tontería innecesariamente.

—No he llamado a nadie —comenta el joven, con un marcado acento que se le hace algo musical—. Quería hablar contigo seriamente.

Aurora lo mira enarcando una ceja.

—La última vez que nos vimos me llamaste puta de mierda delante de una cámara —responde ella con frialdad—, justo antes de soltar un discurso súper misógino sobre la maldad femenina.

—Ma... pero no puedes negar que algo de razón tenía —se excusa, ahora es él quien parece algo a la defensiva, al parecer Aurora le ha dado en su punto débil—. Te aprovechaste de mí, es algo típico de las mujeres.

—No, pero sí es típico de los tíos sin autoestima como tú pensar que las mujeres os debemos algo y solo porque os fijéis en nosotras tenemos que besaros los pies —le espeta de mala gana—. Pero mira, resulta que también tenemos un cerebro y libre albedrío, así que podemos decidir cuándo y cómo terminamos una aventura. Si te jode pues no folles.

—¡Me pusiste los cuernos! —Exclama, indignado.

—No estábamos saliendo —responde ella con cansancio, ha vivido la misma discusión muchas veces ya, necesita un descanso—. De hecho, con Silvia tuve un rollo bastante más serio, por lo menos ella me importaba. Oye, solo hice contigo lo que tú haces con la mayoría de chicas, considéralo una lección de vida.

Aurora le da un trago largo a la botella, hasta el punto de dejarla casi a mitad. No tiene tiempo para seguir discutiendo con Gabriele sobre lo mismo, si su intención ha sido montar ese circo para tener otro encontronazo con ella desde luego no va a conseguirlo. Está cansada de ese drama, es como seguir con el mismo argumento de mierda una temporada tras otra, al final la serie se vuelve repetitiva.

—En fin, paso de ti —le suelta—, si quieres continuar pagando periodistas para que te hagan quedar como la mayor víctima del homomatriarcado opresor que solo existe en tu cabeza y la de cuatro niñatos pajilleros de catorce años adictos a internet me parece genial. Yo me abro.

Se da la vuelta, pero Gabriele le coge por el brazo, a la altura de su codo, intentando retenerla. Aurora se gira de forma violenta, no le gusta que invadan su espacio personal, menos todavía una persona que no le inspira ninguna simpatía. Frunce el ceño, fulminándolo con la mirada. Gabriele parece haber recobrado la compostura, vuelve a tener esa expresión maliciosa que lo caracteriza. Algo está tramando, cosa que no augura nada bueno, al menos para ella.

—Per favore —le pide, haciendo un gesto para que tome asiento. Ante la reticencia de Aurora, el joven insiste—. Solo cinco minutos.

Ella sabe que en el fondo se arrepentirá, porque nada bueno puede salir de semejante cabezahueca, pero le crea cierta seguridad qué ha sido capaz de alejar su orgullo a un lado solo para que ella no se vaya. Pese a lo arrastrado y pusilánime que suele ser, algo así no es propio de él.

Se sienta, todavía desafiante. Gabriele parece relajarse al ver que ha conseguido lo que buscaba.

—Tengo un negocio que proponerte —comenta, poniéndose inusualmente serio.

Aurora enarca una ceja.

—Tú flipas.

Se levanta de repente, eso es ya lo que le faltaba, que quiera asociarse con ella para sacar tajada de semejante berenjenal.

—Aurora no seas cabezota —le dice, logrando que la chica se detenga—. Me han ofrecido mucho dinero si colaboramos ambos, hay varias revistas que...

—Vete a la puta mierda, Zabini —le espeta ella, casi con ganas de escupirle—. Si quieres más contratos publicitarios deja de marcar músculos en discotecas y ponte a jugar como es debido, pero yo no voy a prestarme para ninguno de tus circos.

—Podríamos aclarar todo el asunto, ponerle punto y final.

—Yo ya le puse punto y final cuando decidí que eras un paquete en la cama.

Sus últimas palabras parecen ofenderle considerablemente. Típico de los tíos, puedes agredirles de todas las formas posibles sin que se inmuten pero no superan que cuestiones el talento de sus pollas, son tan falocéntricos que hasta aburren. Puede notar la rabia en los ojos del italiano.

—Te conviene más a mí que a ti —explota—. Si no das la cara...

—¿Qué? —Lo interrumpe— ¿Volverás a llamarme puta públicamente? Eres muy básico Gabriele, al menos podrías tener alguna que otra neurona entre tanta testosterona que te puebla el cerebro. Todo el puto país sabe que me follo a cualquier cosa que se nueva y desafío a la cirrosis semanalmente, prueba con otra cosa.

El futbolista se queda en silencio, evidentemente no esperaba que las cosas fuesen así, siempre la ha subestimado en demasía. Pese a no tener dos dedos de frente, el ego de Gabriele es más grande que la cruz del Valle de los Caídos, su narcisismo muchas veces le impide ver las cosas de manera objetiva.

Aprieta los puños, tensando la mandíbula. Aurora sabe que la va a liar, un tío con el ego herido es más peligroso que doscientas armas nucleares, no saben gestionar sus autoestimas como es debido. El tema es que a esas alturas pues ya le da igual, Gabriele ha metido tantísima mierda de ella que nada puede sorprenderle, mucho menos hacerle daño. Una persona no puede hacerte nada si no tiene ningún tipo de poder sobre ti.

—Haz lo que te dé la gana —le suelta con resentimiento—, pero luego no vengas llorando.

Aurora suspira, es que resulta predecible hasta para terminar discusiones.

—En fin, lo que tú digas —responde—. Yo no voy a seguir perdiendo el tiempo contigo, ni dentro ni fuera de la cama.

Deja un par de euros sobre la barra para pagar el tercio y se marcha de allí.

Algo le dice que la guerra mediática no ha hecho más que comenzar.






Eduardo se quita el cigarrillo de la boca, la luz matinal se filtra a través de las persianas, iluminando ligeramente la habitación, entremezclándose a la vez con el humo que se escapa de entre sus labios. Hay un tipo desnudo al otro lado de la cama, tapado por varias sábanas. Eduardo lo observa de reojo, apenas se acuerda de que se llama Sergio, no le prestó atención cuando le dijo la edad, tampoco a qué se dedicaba, lo único que quería era follárselo y sacarse a David de la cabeza. Es algo que lleva haciendo desde hace meses, autoconvencerse de que puede tener vida más allá de él, saliendo de vez en cuando para terminar en la cama con algún desconocido que le deja más vacío que satisfecho. La frustración que siente cuando compara inconscientemente a sus amantes solo puede compararse a esos momentos de amanecer, cuando a pesar de haber dormido con alguien la cama se siente más gélida que nunca.

Ha intentado deshacerse de David un millar de veces. Dejándole, bloqueándolo de todos lados, alejándose durante una temporada, intentando iniciar nuevas relaciones, pero nunca ha funcionado. Al final, David llama y él acude porque no es capaz de negarse, y entonces es cuando peor se siente porque tras el orgasmo todas sus endorfinas desaparecen, dando paso a un terrible sentimiento que oscila entre la frustración y la culpabilidad.

Cierra los ojos momentáneamente, en realidad fue un buen polvo el de anoche, aunque tener que confrontar a su amante cuando este se despierte no le hace ni puta gracia. Normalmente no los lleva a casa porque así puede largarse en cuanto ambos se corren, pero ayer le quedaba demasiado cerca como para decir que no. La putada es que en un rato tendrá que echarlo, lo que se le hace incomodísimo.

En ese momento empieza a vibrar el teléfono móvil. Eduardo se apresura a cogerlo, antes de que haga demasiado ruido y despierte al tipo. Se levanta de un salto, descolgándolo. Sale de la habitación, preguntando en voz baja.

—¿Sí?

—Novillero —la voz de Fran emerge de la otra línea, parece de muy buen humor—. Escucha, tengo algo que proponerte.

En otra época, Fran y él siempre estaban juntos. Sus padres eran ambos toreros, así que intentaron juntarles para ver si algo se les pegaba. A ninguno de los dos le salió bien la jugada, si Eduardo terminó animalista el otro salió animal, más centrado en malgastar el dinero de su familia en fiestas, protagonizar escándalos con prostitutas y abrir negocios destinados al fracaso en Ibiza que cualquier otra cosa. Fran era un capullo realmente, con los años sus caminos se han separado radicalmente, a día de hoy lo único que tienen en común es una relación que se basa en la rutina de conocerse muchos años.

—Tengo la villa de Cárceres libre este finde, he pensado en montar una fiesta, podrías venirte y decirle a Aurora que se pase.

—Me apetece cero soportar a tus colegas los que se piensan que llevar una camisa rosa es de maricones pero luego se tiran diez horas en la esteticién haciéndose el láser —responde el joven entre bostezos, los amigos de Fran son unos verdaderos capullos, deberían estar en un zoo.

—Que no tío, si estará Dani también —insiste—. Va, no te hagas de rogar.

—Bueno, me lo pensaré —concede finalmente—. Pero no te prometo nada, tampoco sé si Aurora querrá.

—Ya verás, mi colega Asier tiene un speed cojonudo, denominación vasca —parece entusiasmadísimo, Fran es un fanático de los químicos, le encanta meterse de todo—. Ahí hacen la mejor mierda de Europa, fíjate lo que te digo. Se la ha pillado a un colega suyo que lo fabrica todo en casa, un crack.

Eduardo pone los ojos en blanco. Maravilloso, drogas fortísimas hechas a mano, drogodependencia orgánica, concienciada con los pequeños fabricantes y el comercio local.

—Ya te he dicho que me lo pensaré —le repite—. Te digo algo cuando me decida.

—Pues no seas retrasado, que tu hermano ya me ha dicho que sí.

El joven alza las cejas, sorprendido.

—¿Alonso va?

—Le he dicho que habría drogas y tías —Fran suelta una risotada—, no ha necesitado muchos más motivos.

Eduardo chasquea la lengua. Lo que le faltaba, tener al inútil de Alonso dando vueltas por ahí con un montón de speed casero rulando sin control. Pese a que su hermano pequeño ya es mayorcito para saber lo que hace, Edu siempre se ha sentido ligeramente responsable de él, aunque solo sea para que no termine muerto de sobredosis o con un ojo morado. Fran y sus amigos son el tipo de persona que consigue perder a Alonso, tienen el mismo estilo de salir, se comportan de forma similar y en general son igual de gilipollas, así que Edu decide que finalmente irá el fin de semana, aunque solo sea para evitar que su hermano pequeño termine en comisaría.

Sin embargo, no piensa decirle nada a Fran hasta última hora, le gusta hacerse un poco de rogar.

—En fin, tengo que dejarte —le dice—. Ya te digo algo.

—Te podemos traer a un boy de esos para que te haga cosillas a ti también —Fran empieza a reírse solo.

—Vete a la puta mierda.

Le cuelga, pasándose una mano por la cara. Está destruido. Su cansancio le devuelve a la realidad, recordándole que tiene a una persona en su cama, a la que antes o después tendrá que echar.

Eduardo cierra los ojos, le duele horrores la cabeza. Lo único que desea es descansar. 



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