La Bestia

By ZorroMagico

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Katsuki Bakugou, apodado como "La Bestia" por los humanos, ha vivido en el bosque durante toda su vida, prote... More

l a в e ѕ т ι a

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La naturaleza hacía ruido por su cuenta, algunos animales caminaban tranquilamente y hacían crujir sin piedad alguna las ramas y hojas por debajo de sus patas, a lo lejos, podías escuchar el arroyo correr acompañado de aquellas dulces melodías que componía el agua al chocar contra las rocas, el cielo estaba teñido de un azul bastante hermoso, y las hojas de los árboles oscurecían un poco el bosque, pero no del todo, le daba ese aire tan mágico que siempre tenía. Esa mañana se dispuso a recorrer el bosque, como todos los días. Su trabajo era proteger el bosque y a todas las criaturas que lo habitaban, su trabajo era mantener todo en orden. Muy pocas veces, se encontraba en la situación como en la que se encontraba ahora mismo.

Una chica estaba ahí, ya la había notado un par de veces hace algunos días, a ella le gustaba ir a devorar los libros hasta que anochecía y regresaba a casa, pero esta vez, ella estaba colgada de un árbol con una soga alrededor de su cuello. Su cuerpo sin vida hacía un movimiento levemente oscilante con la brisa, su piel pálida, su rojizo cabello cayendo por su rostro, una expresión completamente vacía, y unos ojos grises sin pizca de un alma dentro del cuerpo, tenía la nariz rota, y podía notar que por sus piernas resbalaba un fluido, probablemente fluido que su cuerpo ya no pudo retener al saltar de la rama y dejar que la soga le arrebatara la vida.

Sus curiosos y serios ojos recorrieron el cadáver de la chica con cuidado, probablemente se había suicidado la noche anterior, mientras él dormía.
Se acercó con cuidado, sus manos tomaron las de la chica, y un suspiro se escapó de sus labios.

—Lo lamento...

Susurró con cuidado, ni siquiera sabía por qué pidió perdón, pero lo hizo. Desató la soga de su cuello y el cuerpo de la chica cayó pesadamente sobre sus brazos, la atrapó. Lentamente, se puso de rodillas en el suelo y el cuerpo de la chica hizo lo mismo, era demasiado joven, demasiado bella para morir. La recostó en el suelo y una vez más se quedó observándola con aquellos peculiares ojos tan llenos de curiosidad.

Los humanos eran así, se dejaban dominar por todas las emociones que demandaban a gritos reinar por sobre todos sus impulsos, y cuando dejaban que éstas tomaran el poder, cometían todo tipo de locuras.

El suicidio era una de ellas.

Escuchó un ruido detrás de él, pero ni siquiera se preocupó por voltear, sintió el resoplido del ciervo sobre su nuca y como el animal se colocaba a su lado, se acercó a él, y apoyó la cabeza en una de las patas del ciervo, abrazando sus rodillas mientras observaba al cadáver frente a él.

—¿Por qué crees que se quitó la vida?... —Le preguntó al ciervo y lo miró, el animal hizo lo mismo, observándolo con sus ojos completamente negros, volvió a soltar un resoplido y él tuvo que cerrar los ojos para que la mucosidad del animal no le salpicase sobre éstos.

Suspiró, su voz sonaba un poco opacada a causa de la máscara que le cubría el rostro. Ramas crecían por todo su cuerpo, siendo las más largas las que se encontraban sobre su cabeza, simulaban ser una gran cornamenta que cambiaba sus hojas y colores dependiendo la época del año, sus brillantes y peculiares ojos eran fáciles de reconocer debido a su hipnotizador color rojos, iguales a un par de rubíes, o a un par de frutos rojos. La máscara que cubría su rostro y su rubio cabello era la calavera del cráneo de un ciervo. La apariencia que tenía le hacía honor al nombre que los humanos le habían otorgado.

La bestia.

Estiró una de sus manos y tocó el vientre de la chica por sobre su vestido, lentamente, pequeñas raíces y todo tipo de plantas comenzaban a consumir el cuerpo de la chica, reclamando el espacio que les pertenecía, volviendo al cadáver de la chica parte de ellos, parte del bosque.

Nadie merecía tener una muerte como esa. El suicidio sin importar cómo, era la muerte más triste y solitaria de todas.

Él y el ciervo se quedaron mirando el lugar en donde antes yacía el cuerpo sin vida de una mujer. El animal fue el primero en desistir y se dio la vuelta, comenzando a caminar hacia otro lado.

—¿Y tú a dónde vas? —sabía que el ciervo no iba a contestar a su pregunta, pero de todos modos la lanzó al aire, se levantó del suelo y sacudió la tierra de sus ropas, para después comenzar a seguir al animal.

Presenciar aquella escena tan cruda le había dejado una presión bastante molesta en el pecho y un sabor triste en la boca, había visto a cientos de animales morir desde que tenía memoria, y él se encargaba de que el bosque consumiera sus cuerpos para darles un descanso apropiado. Pero era la primera vez que veía a un humano de esa manera.

Y de alguna forma, sintió pena por aquella chica.

Continuó caminando junto al ciervo hasta que ambos llegaron al arroyo, el animal inmediatamente comenzó a beber agua mientras que él se quitaba las botas y metía sus pies sin importarle el frío. La corriente del agua le hacía cosquillas en los dedos, no tardó mucho tiempo en comenzar a chapotear y salpicar agua por todos lados, lo que ocasionó que el animal se alejara de él.

Quería quitarse ese sentimiento del pecho y esos innecesarios pensamientos de la cabeza. Pero es que ya no podía, la imagen de aquella chica se paseaba una y otra vez por su mente, imágenes y fragmentos de ella sentada bajo el árbol leyendo un libro, y luego, imágenes y fragmentos de ella en ese mismo árbol, pero muerta.

Negó con la cabeza, no importaba ni el lugar, ni dónde, ni cómo, pero la chica seguía ahí. Esos pensamientos perduraron en su ser por varios soles.

Una mañana decidió regresar al lugar en donde había encontrado el cadáver de la chica, pero al llegar, se quedó quieto cuando notó que no estaba completamente solo. El ciervo lo acompañó todo el camino, pero al escuchar el llanto de un niño se asustó y corrió en la otra dirección.
No supo muy bien qué hacer, el niño estaba hecho ovillo debajo del árbol, llorando de manera desconsolada. Sus ropas se veían limpias y bien cuidadas, probablemente el niño provenía del reino cercano, y se había perdido.

No quería interferir, quería irse de ahí de la misma manera en la que lo había hecho el ciervo, pero un paso en falso hizo crujir una rama y llamó la atención del niño. Sus ojos se encontraron, y de pronto, el llanto cesó.

Se quedó quieto en su lugar, esperando a que el niño reaccionara, que gritara y corriera en otra dirección. Pero nada de eso sucedió.
Quería irse de ahí, quería... Pero él tampoco lo hizo.
Lentamente comenzó a caminar hacia el pequeño, y el niño no se movió de su lugar. Llegó hasta donde estaba y se agachó hasta ponerse a su altura.
El niño estaba asustado, confundido. Los humanos no tenían el instinto de supervivencia que tenían los animales, y mucho menos los cachorros. En este punto, ya no podía dejarlo por su cuenta.

Se levantó, el niño retrocedió por instinto por el miedo, pero no emitió sonido alguno. Su mano sobre salió de su capa, una mano blanca con algunas raíces rodeando su delgada muñeca. Extendió su mano hacia el pequeño y éste la miró confundido, levantó su mirada, tratado de que sus ojos se encontraran de nuevo.

—¿M-Me vas a ayudar...? —preguntó, y él asintió.

Después de unos segundos pensando si aceptar o no la ayuda, acercó su mano y la estrechó en contra de la suya, Bakugou le ayudó a levantarse mientras el niño se limpiaba las lágrimas con su puño cerrado, no esperó demasiado cuando comenzó a caminar.

—Eres la bestia del bosque... —El niño dijo sin soltar su mano, caminando a su lado—. ¡Eres real!

No respondió, en lo único que pensaba ahora era en hacer que el niño retomara el camino a casa, si se quedaba mucho tiempo en bosque quién sabe qué tipo de cosas podrían pasarle. Continuaron su camino y podía sentir la curiosa mirada del menor junto a él, al principio sorbía por su nariz a causa del llanto, pero unos cuantos segundos más tarde, se había detenido. Se quedaron en silencio hasta que el niño lo rompió.

—Mi nombre es Kirishima Eijiro —se presentó y apretó su mano, todo rastro de llanto y confusión había desaparecido. Comenzó a trotar y obligó a que la bestia caminara más rápido—. Soy el príncipe del reino Blau.

Sí, definitivamente debía regresarlo a casa cuanto antes.

Ambos caminaron buscando el camino que le llevaría de vuelta al pueblo, a veces, el niño intentaba entablar una conversación que la bestia no continuaba. Algunos minutos más tarde, lograron encontrar ese camino. Kirishima se despidió de la bestia como mil veces, diciendo una y otra vez que volvería, no le tomó importancia alguna, y esperó hasta que el pequeño desapareciera de su vista para poder darse la vuelta e irse.
Cosas así pasaban seguido, niños perdidos o personas molestas en el bosque, ocurrían a menudo y él intentaba mantenerse al margen, pero esta vez no pudo quedarse se brazos cruzados.
Por alguna razón, ver a ese niño asustado y confundido debajo del mismo árbol en el que una chica días anteriores se había suicidado, le había dejado una sensación terrible en el pecho. Como si ese pequeño fuese a terminar con el mismo destino que esa chica si no hacía nada.
Por lo menos, esa noche pudo mantenerse tranquilo al saber que el niño había llegado sano y salvo al reino. Y pensó que no tendría que lidiar con una situación igual jamás.

Pero se equivocó.

Al siguiente día, Kirishima estaba ahí, sentado debajo de ese mismo árbol con un libro entre sus brazos. Cuando sus ojos se encontraron, una enorme sonrisa se formó en los labios del pequeño príncipe, la bestia no perdió el tiempo y se acercó a paso acelerado hacia el niño, ¿por qué había vuelto?

—¡Hola! —El joven príncipe saludó con entusiasmo, pero al ver el aura que rodeaba a la bestia, su sonrisa desapareció.

Un fuerte tirón de su muñeca le obligó a levantarse de inmediato y un quejido abandonó sus labios, la bestia comenzó a arrastrarlo hacia el camino que nuevamente le llevaría hasta su casa.

—¡Oye, espera! —Trató de detenerlo, pero era inútil—, ¡te dije que te esperes!

Logró zafarse de su agarre e inmediatamente retrocedió. La bestia se giró para mirarlo, con la intención de gritarle que se largara, que se alejara de su bosque y que no volviera nunca.

Pero no lo hizo.

Al mirar el rostro del pequeño niño frente a él, y a sus ojos rojizos bien decididos y llenos de determinación, no pudo evitar mantener el silencio que siempre le acompañaba.

La bestia señaló con su mano el camino al reino, invitándolo a retirarse, pero el príncipe negó.

—No quiero volver a casa, ¿está bien? Esta vez no me perdí —aclaró—, pedí permiso para venir aquí.

Esto debía ser una maldita broma.

Por un momento, ni siquiera supo cómo debía reaccionar, siguió con la mirada a Kirishima, quien volvía a sentarse debajo del árbol y se hacía a un lado, palmeando ligeramente un lugar a su lado en el pasto.

—Ven, siéntate conmigo, te quiero enseñar algo.

Tampoco supo por qué lo obedeció.

Caminó y se sentó a su lado, justo como lo ordenó, se sentía ansioso y confundido, quería a ese mocoso fuera de su territorio lo antes posible, y el pequeño príncipe no tenía intención alguna de irse.

Suspiró.

Kirishima abrió el libro que tenía en los brazos, y con sus pequeñas manos comenzó a pasar página por página con lentitud, asegurándose de que su acompañante mirase junto con él todos los dibujos del libro.

—Mi mamá me dio este libro... —dijo, y Bakugou le miró—. Tiene todo tipo de criaturas y animales alucinantes que habitan en el bosque —sonrió—, incluso tú estás aquí.

El pequeño pelirrojo comenzó a buscar una página en especial mientras la bestia le miraba confundido, ¿él estaba dentro del libro?
¿Desde cuándo los humanos le prestaban una atención así de especial?
Kirishima encontró la página y el dibujo que la adornaba le hizo arrugar la nariz a Bakugou, era terrible, terriblemente espantoso.
Inmediatamente se sintió ofendido.
Sí, tenía unas astas sobre su cabeza, pero no eran ridículamente pequeñas, sus astas eran grandes y dignas de admiración. Sus brazos no eran tan delgados y definitivamente sus rodillas apuntaban en la dirección correcta. La imagen del libro representaba a un cliché terrible de un monstruo de algún libro de terror. Bakugou no era un monstruo.

—Cuando te vi, inmediatamente te reconocí gracias a este libro —Ahora quería matar al príncipe con sus propias manos—, y creí que ibas a devorarme, pero no lo hiciste, me ayudaste a volver a mi casa y eso me tranquilizó demasiado. Y me hizo pensar que tal vez tú no eras tan malo como los relatos cuentan.

—¿Quieres que te devore? —respondió con ironía. Aunque más bien, le estaba haciendo una sugerencia.

—¡Sí puedes hablar!

Una vez más Kirishima le miró con entusiasmo y algo de ilusión, en cambio, Bakugou le dedicó una mirada llena de disgusto.

—¿Qué no era obvio?

—Yo pensé que no podías por la forma de tu cara, o que hablas en idioma... Eh, no sé, idioma bestia.

No era muy listo.

—Ésta no es la forma de mi cara, renacuajo.

—¿Entonces cuál es? ¿Puedo ver?

—No.

La respuesta no le quitó la sonrisa de la cara al príncipe, al contrario, ahora le miraba como si fuese el ser más interesante de todo el planeta tierra.
No quiso continuar hablando, por lo que dejó que Kirishima continuara.

—Cuando les conté lo que sucedió a mis nanas en el castillo, se alarmaron, y le dijeron a mi padre —bufó—, no me querían dejar volver a salir solo al bosque, pero al final mi mamá me dejó ir al convencer a mi padre de que tú no eras más que un cuento, así que no tenemos mucho tiempo, por lo cual si queremos que el día nos alcance para jugar debemos hacerlo ya.

¿Debemos? —pensó.

El príncipe se levantó y dejó el libro en el suelo, luego lo miró y le sonrió, Bakugou se preguntaba cómo era que podía sonreír todo el tiempo sin preocupación alguna.

—¿Jugamos a las escondidas? —Esperó por una respuesta, pero al no obtenerla, continuó—, Yo me escondo, tú cuenta hasta diez sin mirar y después tienes que buscarme, ¿Está bien?

Bakugou asintió, no muy seguro de qué era lo que estaban jugando. Kirishima se acercó a él y tomó sus dos manos, con cuidado, con cariño.
La Bestia estaba a punto de apartar sus manos, pero Kirishima se las puso sobre los ojos.

—No las apartes de ahí —susurró con sus manos sobre las suyas, Bakugou pudo notar que eran frías—, cuenta hasta diez, y luego las quitas.

Sintió que las manos de Kirishima se alejaban y un suspiro se le escapó de los labios. Nuevamente, obedeció las instrucciones del menor y se quedó con los ojos cerrados. Contando mentalmente hasta diez. Cuando sus manos se retiraron de sus ojos, Kirishima ya no estaba frente a él, pero aun así podía escuchar su risa entre la densidad de los árboles. Se levantó y decidió caminar entre éstos para buscarlo. Fue más sencillo de lo que parecía, Kirishima se había escondido detrás de unos arbustos de moras que se movían al par de cada uno de sus movimientos. Los roles se intercambiaron y ahora era Bakugou el que debía esconderse.

Apestaba en el juego, la primera vez, cuando Kirishima dejó de contar Bakugou seguía de pie en el mismo lugar en el que se había quedado cuando el príncipe cubrió sus ojos. Después de una segunda oportunidad, Kirishima descubrió sus ojos y Bakugou se había escondido muy mal detrás del tronco de un árbol que definitivamente era más delgado que él.

—De verdad no eres muy bueno que digamos.

Bakugou negó.

El pequeño príncipe puso una expresión pensativa en su rostro, una vez más, intentando idearse algún juego nuevo que jugar con la bestia, pero al no encontrar nada entretenido qué hacer, decidió contarle todas sus pequeñas anécdotas en el reino de Blau. Le habló sobre su padre, el rey, de lo genial que era y lo invencible que podía llegar a ser en las batallas, nunca perdía y siempre arrasaba con cualquier enemigo que se le pusiera en frente, le habló sobre su madre, la reina, de lo dulce y comprensiva que era, le habló sobre sus nanas y como era su vida dentro del castillo. Y aunque detestara admitirlo, todo era completamente nuevo e interesante para Bakugou. La hora de irse había llegado y las historias debían terminar, pero eso no le impidió al pequeño pelirrojo regresar al día siguiente para continuar contándole sus recuerdos a la bestia, ni tampoco el siguiente, ni el siguiente, ni el siguiente día.

—¿Qué es lo que eres en realidad?

—Un espíritu del bosque, un ser que no puede envejecer, pero aun así puedo morir. Hasta que la tierra me diga que ya es hora.

—¿Serás así de amargado para toda la eternidad?

—No, seré amargado hasta que a la tierra se le dé la gana.

A ambos ya se les estaba haciendo costumbre verse tan seguido, todos los días, cada tarde, Bakugou caminaba acompañado del ciervo hasta el pequeño espacio en donde se encontraba aquel árbol de pequeñas flores rosadas, esperando por la llegada del príncipe o a veces ya encontrándolo sentado debajo de éste. Hubo un momento en el que no se dio cuenta, pero Kirishima había dejado de ser tan pequeño y debilucho. Parecía que cada día que pasaba, el príncipe estaba más grande, más alto, más fuerte y se veía cada vez más maduro. En cambio, él tenía la misma apariencia de siempre, el mismo cuerpo, la misma altura y la misma complexión, la misma mentalidad. Fue ahí que cayó en la cuenta de que Kirishima estaba creciendo, que estaba envejeciendo a cada día. Recién había aprendido a escuchar al príncipe, a aceptarlo e incluso trataba de soportarlo cuando se ponía en su plan insoportable.

Se había acostumbrado a estar junto a él, y el hecho de que Kirishima comenzara a cambiar, le daba a entender de que no estaría a su lado para siempre.

Estaba sucediendo otra vez.

—Bakugou...—le llamó—, sé que normalmente te la pasas callado escuchando todo lo que te digo y solo abres la boca para insultarme y todo eso, pero últimamente has estado más callado que de costumbre, y cuando hablas no es para insultarme o algo parecido, ¿algo sucedió?

Negó.

Tenía que alejarse de él antes de que terminara por encariñarse por completo.

—No vengas mañana.

El silencio reinó sobre los dos.

—Creí que mañana pasaríamos el día juntos...

—¿No tienes cosas qué hacer en el reino?

—Es mi cumpleaños.

Volvió a negar.

—Con más razón te estoy pidiendo que no vuelvas mañana, necesitas pasar más tiempo allá que acá, no perteneces al bosque.

Un bufido se escapó de los labios del príncipe y tomó por los hombros a Bakugou.

Un segundo.

Un pequeño tacto.

Fue suficiente para que ambos se dieran cuenta de que las cosas no estaban bien.

Fue como una corriente, una bofetada de sentimientos, la ruptura de una copa de cristal en el suelo o la explosión de un globo frente a ellos, todo lo que pudiese ser comparado con la razón de los latidos desenfrenados de sus corazones.

Kirishima apartó sus manos de inmediato, y Bakugou agradeció tener la máscara sobre su rostro.

Ese sentimiento desapareció casi tan rápido como había llegado.

—Es mi cumpleaños y yo decido con quién y cómo pasarlo, Bakugou, ni siquiera tú puedes decirme como debería hacerlo.

—Yo no quiero que vengas.

—Es una pena, porque de todos modos estaré aquí.

El príncipe recogió sus cosas del suelo, las guardó en la bolsa de cuero que se colgó en el hombro y se alejó. Bakugou quiso replicar o decirle alguna otra cosa, pero Kirishima fue más rápido.

—Cumplo 19, Bakugou, y de verdad quiero estar contigo mañana.

Y se fue.

Pero, aunque Kirishima dijera todo eso, Bakugou era el que de verdad no quería pasar más tiempo con él. Por el bien de ambos.

Sus manos apretaron y arrugaron su capa, sobre su pecho, su corazón aún latía de esa manera tan extraña y desesperada, el mundo le daba vueltas, y su cabeza le repetía cruelmente una y otra vez, que algo no estaba bien, que sentirse de la manera en la que se sentía, estaba mal.

Que todo estaba mal.

Esa noche casi no pudo dormir en paz, Kirishima no salía de su cabeza, no salía de sus pensamientos, y no quería salir de su corazón. Había entrado como si fuese su casa y había dejado un completo caos dentro, y ahora no quería marcharse.

Le frustraba, le enojaba.

Cuando sus ojos pudieron cerrarse por un momento, la imagen del suicidio de la chica apareció en sus pensamientos otra vez después de mucho tiempo. Luego de eso, se durmió.

Cuando despertó se sentía terrible, simplemente, muy, muy pero muy mal. El ciervo le acompañó hasta el arroyo y se quedó bebiendo del agua cristalina en un rincón, Bakugou se retiró la máscara y se despojó de sus ropas, entró al arroyo y el agua congelada le llegaba hasta la cintura, pero nada de eso le afectaba, su mente estaba en otro mundo. Miró su reflejo en el agua y sintió asco, por primera vez, sintió un horrible asco hacia su persona. El innecesario pensamiento del amor se cruzó por su cabeza, y la dolorosa pregunta por fin salió de sus labios.

—¿Quién podría enamorarse de una bestia como yo?

Tal vez la imagen que miró en el libro que Kirshima le mostró cuando era pequeño, era más verdadera de lo que pensaba.

Tal vez en realidad era la bestia que todos pensaban que era.

Suspiró y se hundió para que el agua le cubriera hasta la cabeza, aunque sus astas aún podían sobresalir.

Estaba sucediendo ya, y se negaba a aceptarlo.

Se recargó en la orilla aún con su cuerpo dentro del agua y ocultó su rostro entre sus brazos, era la primera vez que el pecho de dolía de una manera tan terrible y sofocante. Un trueno resonó por los cielos, advirtiendo que un diluvio llegaría pronto, Bakugou maldijo por lo bajo a todos los dioses, esto apestaba.

Escuchó que el agua se movía detrás de él y pensó que se trataba del ciervo, pero se equivocó, cuando se dio la vuelta, aquellos ojos rojizos le observaban como nunca antes lo habían hecho, se le achicó el corazón.

Era la primera vez en tantos años que Kirishima veía el rostro de Bakugou.

Por un momento, se sintió desprotegido sin el cráneo del ciervo cubriendo su rostro, se dio la vuelta y a Kirishima no le importó en lo absoluto mojar sus prendas dentro del arroyo, caminó hasta que quedó a su lado.

—Te dije que no quería verte hoy —reclamó con la voz temblando.

—Y yo te dije que de todos modos iba a venir.

Esto estaba mal, esto estaba más allá de lo que se llamaba mal.

—Mírame —Kirishima le ordenó.

—No...

—Katsuki, por favor... Mírame — Bakugou volvió a negar, y el sonido del agua haciendo ruido detrás de él le confirmó lo que más se temía, Kirishima se había acercado más.

No lo quiso seguir soportando, salió del agua y tomó sus ropas del suelo, Kirishima trató de gritarle que se detuviera, pero no lo hizo, se colocó mal sus prendas sin importarle que su cuerpo siguiera mojado, y comenzó a caminar hacia otro lado, adentrándose en el bosque.

¿Por qué estaba haciendo todo esto?

¿Por qué quería alejarse de él?

Porque se estaba enamorando, se estaba enamorando de un corazón que no le pertenecía, y no quería aceptarlo. Ni lo primero, ni lo segundo.

Era débil, patéticamente débil y cobarde.

Se detuvo cuando Kirishima lo tomó del brazo y le obligó a darse la vuelta.

—¡Suéltame!

—No.

—¡Te estoy diciendo que me sueltes!

—¿Por qué de la nada quieres alejarte de mí? —aplicó más fuerza en su agarre cuando Bakugou intentó librarse de él— ¿Por qué ya no quieres verme? ¿Por qué justamente hoy?

—¡Kirishima, detente!

—Katsuki, después de hoy, no podré volver a verte otra vez.

Se detuvo.

Dejó de forcejear.

Y por un momento, dejó de respirar.

—Por eso estaba siendo insistente, por eso no quería dejarte solo esta vez, porque después de hoy, yo ya no podré volver al bosque.

Sus ojos comenzaron a nublarse, delatadores del dolor que estaba sintiendo en ese momento, de la confusión que le atormentaba y de la decepción que le rodeaba.

—¿Qué... De qué demonios estás hablando?

—Mis padres organizaron una alianza con otro reino, un reino con el que han estado teniendo problemas por años, sucedió una oportunidad que ninguno quiere dejar pasar por el bien de nuestros reinos, de nuestro pueblo, de nuestra gente —cerró sus ojos y apretó sus labios por un momento—, me obligarán a desposar a la futura heredera al trono.

Y ahí, el mundo se le cayó a los pies.

Kirishima ya no lo estaba mirando a la cara, y todas las palabras se le atoraban en la boca a Bakugou, el corazón se le detuvo, un doloroso nudo se le formó en la garganta y al intentar tragarlo, se rompió.

—Eso suena bien... —fue lo único que pudo decir—. Es decir... está bien, tomaron una decisión correcta.

—¿Qué? —Kirishima le miró casi incrédulo, esta vez fue Bakugou quien apartó la mirada—, ¿no te preocupa el hecho de que no podamos vernos más?

—¿Por qué debería?... Evitarás una guerra, salvarás cientos de vidas.

Kirishima negó.

—A mí no me interesa eso.

—Kirishima...

—Yo no quiero desposar a esa mujer, ni siquiera la conozco, no quiero pasar el resto de mi vida al lado de alguien con quien no quiero estar, no me importa el número de vidas que pueda salvar... Pero estoy obligado a hacerlo. Ya me he negado con mis padres hasta el punto de que el otro reino exigió una respuesta, pero no es suficiente.

—¿Cómo puedes ser tan egoísta al respecto?

Se estaba enojando, la manera en la que Kirishima estaba siendo tan caprichoso, la manera en la que podía hablar como si nada de la pérdida de todas las vidas que ocasionaría una guerra por rechazar la oferta, le irritaba, le molestaba.

Le dolía.

—¿No se trata de eso el amor? ¿De ser egoísta?

—¡Por supuesto que no!

—¿Entonces de qué se trata? ¡Dímelo! —le levantó la voz, y por un momento, Bakugou se hizo pequeño en su lugar— ¡Porque yo estaría dispuesto a entregar todas esas vidas por una sola a tu lado!

Cerró sus ojos con fuerza, no quería escuchar, no quería seguir escuchando esas peligrosas y filosas palabras. No quería pensar que tal vez eran verdaderas.

—Mírame.

—¡No!

—¡Mírame!

Un gruñido se le escapó de los labios, y lo miró, levantó la mirada y sus ojos por fin se encontraron.

Y una vez más, sintió que todo lo demás dejaba de existir, y sólo estaba él, sólo estaba Kirishima frente a él.

Se derritió. Y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas

—¿Por qué me sigues negando, Katsuki? —se acercó, y limpió las lágrimas de Bakugou—, ¿por qué no puedes enamorarte de mí?

Es que ya era demasiado tarde, Kirishima. Ya estaba enamorado de ti.

Y los dos empapados, dolidos y confundidos, no dijeron ni una sola palabra más. Bakugou ya no lo pudo soportar más y comenzó a llorar. Comenzó a llorar como un niño pequeño entre los brazos de Kirishima. Lloró, lloró y lloró hasta que las lágrimas se le acabaron, hasta que el aire se le escapó por completo de los pulmones. Estaba mejor sin saber los sentimientos de Kirishima, estaba mejor ocultando lo que sentía. Esto no era lo que quería.

Este no era el amor que quería sentir por él.

—Vete... —le pidió—, por favor, vete... No les puedes hacer eso, no puedes seguir rechazándolos.

—¿Por qué?

—Por mí —dijo, y sus manos se aferraron con fuerza a los hombros del príncipe—, hazlo por mí... Por favor, por favor, Kirishima, no comiences algo que después no vas a poder arreglar.

—¿Quieres que me aleje de ti?

—Quiero que elijas la decisión correcta.

Kirishima negó, y sostuvo su rostro entre sus manos, era la primera vez que lo tocaba, era la primera vez que Kirishima tomaba sus mejillas.

—¿Y si yo ya te elegí a ti?

Sus palabras más que encantarle, le dolieron.

Negó.

—No me puedes elegir a mí...

—¿Por qué no?

Cerca, sus rostros, ya estaban demasiado cerca.

—Porque sólo nos vamos a lastimar.

—Jamás te lastimaría, no a ti.

—Lo estás haciendo ya.

Ahora fue Kirishima quien negó, sus narices se tocaron, y sus labios se rozaron. Ya era demasiado tarde.

—Mentiroso...

Se besaron. Sus labios cortaron la poca y dolorosa distancia que los separaba, y se besaron. Las lágrimas no dejaron de caer, los corazones no dejaron de romperse, y sus almas se murieron ahí mismo y con ese beso. Amarse así, era la manera más exquisita de autodestrucción. Persiguiendo el peligro, haciendo que su corazón se rompa.

Todo

Estaba

Mal.

Los brazos de Kirishima rodearon la cintura de Bakugou y lo apretó contra su cuerpo, con fuerza, con necesidad y desesperación. Bakugou se quedó aferrado a sus hombros y no paró de llorar, Kirishima era perfecto, era demasiado bueno para ser verdad, demasiado dulce, demasiado lindo, demasiado genial. Los dos habían esperado ese beso por mucho, mucho tiempo. El príncipe se separó sólo un momento para después respirar y a los pocos segundos ya lo estaba besando de nuevo, la bestia jadeó y cerró sus ojos con fuerza, tomó una de sus manos y sus dedos se entrelazaron. Estaban asustados.

Estaban enamorados.

—Por favor... —susurró suavemente sobre sus labios—, por favor... Vámonos de aquí, sólo tú y yo... Ven conmigo, huye conmigo.

Quédate conmigo.

No respondió, en cambio, lo volvió a besar. Volvió a besar los labios de Kirishima como nunca, lo besó de una manera tan desesperada, tan ansiosa y necesitada, como si el cuerpo de Kirishima estuviese hecho de fuego y él fuera de hielo, con el más sutil de los tactos, se estaban haciendo daño.

—Katsuki...

—Sólo esta noche...

—Sólo hasta que se me acabe la vida.

Negó.

—Sólo esta noche, y volverás al reino.

—No podré hacerlo... No ahora que estás conmigo.

—Eijiro...

Esa noche, ambos se perdieron. Se perdieron entre besos, entre caricias, entre palabras bonitas y a la vez dolorosas. Se perdieron entre todo el desastre que sus sentimientos dejaban por doquier, se perdieron entre jadeos y gemidos, entre la luna y las estrellas, llamaban su nombre, lloraban en vano, se perdieron entre la fricción de sus cuerpos y el calor que ambos se brindaban, entre sus sonrisas a pedazos, se perdieron mientras sus almas hacían el amor. Estaban más perdidos que nada en este mundo.

—Te amo...

Estaban tan perdidos, tan enamorados.

Que, al intentar encontrarse, nuevamente, se estaban haciendo daño.

El día siguiente estaba igual o peor de gris que ayer. El cielo parecía que iba a caerse a pedazos en cualquier momento, ni un alma caminaba por el pueblo, y dentro del castillo, la caja de pandora había sido abierta.

Una pequeña chispa fue la culpable que lo desató todo.

—¡¿En dónde te habías metido?!

La madre de Kirishima se acercó a él con una expresión sumamente preocupada en el rostro, acunó las mejillas de su hijo entre sus manos para verificar que estaba bien, y cuando lo hizo, un largo y aliviado suspiro salió de sus labios. Su padre le dedicaba una mirada completamente diferente, fría, sombría, y sobre todo muy, muy molesta.
Tragó saliva, pero no se atrevió a apartar la mirada por ningún motivo, por ningún instante. Estaba más que decidido para confrontarlo.
Para terminar con todo esto de una buena y maldita vez.

Se expandió con rapidez, creció más de lo que debió haber crecido.

—¿Tienes idea de lo insoportables que están los Lords? ¡Me han mandado a buscarte hasta el fin del mundo y tú no te aparecías por ningún lado! ¡¿Es que no piensas en tus responsabilidades?!

Su padre le levantó la voz y se colocó frente a él, Kirishima de inmediato se sintió intimidado, se sintió pequeño al lado del hombre junto a él. Pero no iba a desistir.

Por Bakugou.

Iba a hacer lo correcto.

Ya no había marcha atrás. 

Aquellos hombres ayudaron a expandirlo.

—Estoy consciente, padre, y lo lamento, sé que fue un acto irresponsable por mi parte huir de esa manera... Pero estoy aquí para hacer lo correcto.

—Eijiro... —Su madre soltó sin darse cuenta, sorprendida.

Y Kirishima le sonrió.

—Yo...

Y el fuego los alcanzó.

—¡Mi señor!

Las pesadas puertas de madera se abrieron de par en par y un joven guardia entró corriendo completamente alarmado por la alfombra de terciopelo que adornaba todo el salón, un fuerte trueno resonó por los cielos, advirtiendo la llegada de una futura tormenta. Todos se pusieron alerta cuando le miraron entrar, y el Rey fue el primero en caminar hacia él, en búsqueda de alguna respuesta.

—¿Qué sucede?

—¡Problemas terribles, el fuego está arrasando con todo, las tropas enemigas comenzaron a atacar sin ningún previo aviso!

Kirishima se alarmó.

—¿Qué quieres decir?

—¡El bosque está siendo consumido completamente por las llamas!

Su corazón se detuvo.

Perdió el equilibrio.

Y dejó de respirar.

—¿Qué...?

—¡Se expande con rapidez y no tardará en llegar al pueblo, debemos hacer algo antes de que nos alcance! 

Ni siquiera esperó a que su padre diera una orden, ni siquiera esperó a que las demás personas dentro del salón reaccionaran. Sus piernas se movieron por sí solas, su corazón no le dejó de doler, y la expresión que tenía en su rostro en ese momento expresaba lo débil que era, que había caído. Que estaba completamente desesperado y aterrado de perder a Bakugou. Salió corriendo del salón lo más rápido que sus piernas le permitieron, ignorando por completo los gritos de sus padres en un vano intento de detenerlo, pero hizo caso omiso a esas órdenes, no estaba dispuesto a parar, no estaba dispuesto a detenerse. Nunca debió dejarlo solo.

Cuando salió del castillo se dio cuenta de que todo lo que el guardia les había dicho era tristemente cierto, el bosque estaba siendo consumido por las llamas de una manera alarmante, todo tipo de animales huían hacia todas las direcciones, sin saber a dónde dirigirse, sin saber dónde refugiarse de las abrazadoras llamas que devoraban sin piedad alguna a todo aquel que se le cruzara por su camino. No lo pensó dos veces y entró, al inicio los árboles seguían intactos, pero no tardó demasiado en adentrarse a la zona que ya había comenzado a ser afectada por las llamas, y de pronto, ya le estaba costando respirar otra vez.

—¡BAKUGOU!

Lo llamó, llamó desesperadamente su nombre con la intención de encontrarlo, con la intención de saber que estaba bien.

No debió haberse alejado.

No debió haberse apartado de su lado.

El cielo rugió con fuerza con la llegada de otro trueno y el cielo se tornó completamente negro, no sabía si era por las nubes o por el humo que el fuego causaba.

Lo llamó, lo llamó, lo llamó hasta que la garganta le dolió y la vista se le nubló. Continuó su desesperante camino hasta que llegó al lugar en donde siempre se reunía con él. Llegó a quedar justo frente a aquel árbol de flores rosadas, con la esperanza de encontrarse con él ahí.

Pero Bakugou no se encontraba ahí.

En su lugar, sólo estaba aquella solitaria calavera de ciervo que solía usar como máscara.

Y no había más.

Se negó a aceptar lo que posiblemente había sucedido, las llamas le rodearon por completo, y el cielo comenzó a llorar.

—No... No, no, no.

Él también comenzó a llorar.

Las llamas comenzaron a extinguirse lentamente, la gente del reino había comenzado a intentar apagarlo con todo lo que tenía, y las nubes cargadas de dolor les ayudaba a apaciguar el fuego. Se acercó al árbol, que aún no había sido tocado por las llamas, se arrodilló frente a él y tomó la máscara entre sus manos, estaba temblando. Todo su cuerpo, su corazón y su alma estaban temblando. Escuchó un ruido detrás de él y se volteó de inmediato, por un momento creyó que se trataba de él, que se trataba de Bakugou al reconocer esa gran cornamenta. Pero no fue así, en su lugar, estaba el ciervo que siempre le acompañaba a todos lados. Sus ojos se encontraron, y esta vez el animal no escapó, no se preocupó por el fuego ni por la presencia de Kirishima frente a él. Sólo se quedó ahí, esperando.

Fue cuando Kirishima descubrió, que Bakugou no iba a regresar.

Fue cuando todo acabó entre ellos.

Fue cuando murió el silencio y sólo quedó ese lastimoso negro que se escondía entre las sombras, nacidas de ahora aquel fuego marchitado, el silencio se murió y ya no quedaban esperanzas, ya no quedaba el verde del bosque, ya nada brillaba como lo hacía antes, el silencio murió y ya no quedaba más que sentarse y esperar a que el sonido volviera a renacer. Y renació, como el más triste de todos.

Renació con el llanto de un príncipe, al sufrir la pérdida de la bestia.  

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