Mi semana con Poe ©

By Alexdigomas

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El único cielo al que seré enviado será cuando esté a solas contigo. Nací enfermo, pero me encanta. Exígeme... More

S I N O P S I S
A C L A R A C I O N E S
C E R O
U N O
D O S
C U A T R O
C I N C O
S E I S
S I E T E

T R E S

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By Alexdigomas

*Acompaña las suculentas escenas finales de este capítulo con la canción que dejé en multimedia. Me la pasó una lectora por Instagram y queda perfecta con Poe, Alena y su propuesta. La letra está aJKSAKSKADL. 

T R E S

Las palabras de Poe flotaron por mi cabeza toda la noche.

Me hicieron dudar de si debía decirle o no a Adam que él vino a mi habitación y a la sala de películas. Mi hermano debía creer que Poe se la pasaba todo el día tirado en la cama. Si se enteraba de esas cosas, ¿lo echaría?

Igual no me había hecho nada. Me había buscado solo para pedir ayuda. Sin embargo, la sensación de temor y de intriga que causaba ese hombre era tan confusa que ni yo sabía qué hacer.

Al final no tuve el valor. Desayuné con Adam con total normalidad y lo escuché hablar de negocios. No dije nada de Poe. Ni siquiera le pregunté por él. Me concentré en el hecho de que mi hermano tenía unas ojeras profundas. Estaba nervioso. Estaba preocupado. No me cabía duda. Más que deducirlo por las señales, lo sentía.

A veces tenía sensaciones tan hincadas, tan extrañas, que sabía que provenían de él. Debía de ser una de esas cosas de mellizos. ¿O eran los gemelos? Ni idea.

En la tarde intenté hacer una receta de galletas que conseguí en Youtube. No podía salir a ningún lado por ahora y ya estaba aburrida. No era nada buena cocinando, pero lo intenté.

Cuando quedaron listas no lucían tan mal, solo un poco chuecas. Serví algunas en un plato y le llevé a Adam. No lo encontré en ningún lugar de la casa, así que terminé por inspeccionar el cuarto de Poe.

Toqué y esperé permiso para pasar. Lo recibí y abrí la puerta con cuidado. Poe estaba sentado en el borde de la cama, sin camisa, y Adam le estaba limpiando la herida del hombro con mucho cuidado. Llevaba puesto unos guantes de látex y había un botiquín a su lado.

El cabello de Poe era un desorden hipnótico. Ya se había bañado, de seguro, porque esos jeans prestados le quedaban justos pero holgados...

Ajá, Alena, deja de fijarte en esas cosas estúpidas.

—Lo sorprendente es que alguien haya logrado darte una puñalada —habló Adam al mismo tiempo que curaba la herida.

—No tienes ni idea de lo que intentaron hacerme —gruñó Poe, algo amargo.

Me empecé a preguntar qué y por qué.

—Tengo una idea de lo que tú les hiciste por eso.

—Bueno, ya no están para contarlo —confesó entre una risita cruel.

Les ofrecí las galletas. Adam dijo que no sabían a nada. Poe dijo que sabían a muerto. Me dio risa el comentario. A los tres nos dio risa. Luego me quedé recargada en la pared, justo frente a Poe. En cierto momento, me guiñó el ojo con malicia, pero como Adam estaba detrás de él y también podía verme, solo desvié la mirada y puse cara de culo.

—Así que te pasaste por alto el detalle de que tu hermana es tu melliza y no tiene ocho años —mencionó Poe. Sospeché que me seguía mirando. Sentí el peso, pero me fijé en el piso de la habitación. Qué bonito piso, eh—. ¿Esta es una amistad basada en mentiras?

Adam desechó un algodón y giró los ojos.

—Era por protección —aseguró él.

Poe expresó un falso asombro.

—¿De mí? ¿La protegías de mí?

—De todos —aclaró Adam—. Y ya sabes cuáles son las condiciones para que te quedes aquí.

Poe pareció falsamente ofendido.

—¿Crees que yo intentaría algo con la hermanita del amigo que me está tendiendo la mano cuando más lo necesito?

Adam soltó una risa irónica.

—Eres Poe Verne.

En la cara del rubio se formó una sonrisa ancha, perversa.

—Supongo que no puedo discutir contra esa lógica.

Adam negó con la cabeza como si él no tuviera remedio.

—Cumple las condiciones y podrás quedarte un año si se te antoja.

De a poquito volví la mirada hacia Poe. Entonces descubrí que sí me estaba mirando con diversión, y de nuevo la aparté.

¡¿Por qué me miraba así?!

—Me ofendes, Adam, me ofendes —expresó Poe.

Cuando terminó con la herida, Adam le dio a tomar unos analgésicos y le dijo que durmiera para recuperar energía. Luego me impulsó con suavidad fuera de la habitación. Avanzamos por el pasillo, pero de repente lo detuve.

—¿Le dijiste que no se metiera conmigo? —inquirí, algo desconcertada—. ¿Crees que yo dejaría que eso sucediera?

Él suspiró con cansancio.

—Sabes que a los novenos hay que ponerles condiciones.

Fruncí el ceño, algo molesta por eso.

—Pero, ¿es que no sabes cómo soy? ¿No confías en mí?

—Sé cómo eres, Alena, y claro que confío en ti. Lo que tú no sabes es cómo es Poe Verne. —Dicho eso continuó caminando y mientras se alejaba le oí decir—: Solo mantente a raya de él y de esto, y todo estará bien.

No se me hizo difícil cumplir su orden. Poe no salió de la habitación en dos días. Adam era el que le llevaba comida, medicamentos y lo ayudaba con sus heridas. Yo le preguntaba si iba mejorando. Él solo se limitaba a decirme que sí. No quería que supiera nada más.

El problema era que yo quería saberlo todo, solo que no me atrevía a averiguarlo.

Empecé a notar que Adam estaba más tenso, más preocupado. No hablaba casi. Hacía muchas llamadas y desechaba celulares. Me pareció que quería saber qué tan peligroso era tener a Poe ahí. También creía que esperaba que no lo fuera tanto, porque él en verdad quería ayudarlo.

Así que estuve buscando más recetas en Youtube y decidí preparar una cena yo misma para él. Solíamos vivir a base de comida rápida, comida congelada o solo frutas, porque ninguno de los dos era bueno en la cocina. De igual manera quise intentarlo. Sentí que eso podría relajarlo un poco y hacerle entender que tenía todo mi apoyo.

Me esmeré en eso. Incluso le pasé una nota a Poe por debajo de su puerta invitándolo a comer con nosotros abajo. Busqué una buena botella de vino y elegí una que era la favorita de nuestros padres.

Al final, todo quedó genial. La pasta en el centro, los tres platos, los cubiertos, las copas y la botella. Todo perfectamente dispuesto sobre la mesa. Además, la comida sabía aceptable. Me dediqué a probarla con minuciosidad para que no hubiera fallos.

Adam bajó en pocos minutos. Me sonrió por primera vez en el día, una sonrisa cálida, exhausta. Me emocioné porque eso significaba que estaba logrando mi objetivo.

—Tengo algo de miedo de probar esto —comentó apenas tomó asiento, divertido.

—Yo también, pero lo que no mata engorda, ¿cierto? —respondí, entusiasmada.

Él se encargó de abrir el vino. Lo sirvió a la perfección en tres copas. Esperamos unos minutos por si Poe bajaba, pero como no llegaba decidimos empezar a comer. Yo cogí mis cubiertos y me preparé para dar el primer bocado...

Pero entonces noté que Adam se quedó rígido y detuve el tenedor a medio camino de mi boca. Alterné la vista entre su rostro y su plato, pues sus ojos estaban fijos en él. Primero no entendí qué sucedía, pero luego lo comprendí.

No miraba el plato.

Miraba los cubiertos.

Y el problema era que estaban al revés. El cuchillo se encontraba en el lado equivocado, de seguro porque me lo había pasado por alto.

Mierda.

Justo cuando me levanté de la silla porque supe lo que iba a suceder, Adam estalló en furia y arrojó su plato contra la pared. Se rompió en pedazos produciendo un ruido alarmante. Seguidamente comenzó a golpear y arrojar todo lo que veía sobre la mesa, incluyendo las copas y el vino.

Me sorprendí. Aunque su reacción no era nueva, me asombró el nivel de su cólera. Parecía un animal. Los dientes apretados, la mandíbula tensa, las venas de los brazos brotando por la ira...

—¡Odio el maldito desorden! —gritó y pateó la silla en la que estuvo sentado.

—¡Lo siento, Adam, lo siento! —le intenté tranquilizar. Intenté no sobresaltarme por el sonido del vidrio estallando contra las paredes—. ¡Cálmate, puedo ponerlos en orden!

Siempre era mejor decirle que se podía corregir el error. Funcionaba en todas las ocasiones, pero en esa no parecía estar haciendo efecto. Todo lo contrario, empujó la mesa como si también quisiera lanzarla por los aires. Luego se quedó quieto, con las manos aferradas a la madera, la cabeza inclinada hacia abajo y la respiración rápida y pesada como la de un toro.

Y empezó. Su dedo índice comenzó a golpear de forma repetitiva la mesa. Parecía un gesto impaciente. Parecía un simple gesto. Pero no lo era. Estaba buscando seguridad. En su mente debía de estar contando cada golpecito que daba.

Quedé paralizada. El corazón me apaleaba el pecho con fuerza. Podía hasta oírlo. Sentía una corriente helada recorrerme las manos.

—¿Sabes lo que nos pasará si vivimos en este desorden? —pronunció con un detenimiento aterrador—. ¿Sabes lo que puede pasar si las cosas no están en su lugar? ¿Has considerado eso? ¿Piensas alguna vez en el peligro en el que nos pones?

En cierto modo me daba lástima. Cuando su problema lo atacaba, por su cabeza pasaban un sinfín de situaciones paranoicas. Creía que si algo no estaba en su lugar podíamos morir. Pensaba que, si no ordenaba algo una cantidad de veces, eso desencadenaría una serie de acontecimientos fatales.

Él tenía miedo. No, tenía pánico. Y su pánico se reflejaba en esa ira.

—Sí lo entiendo —asentí, intentando sonar calmada—. Tienes toda la razón. Podemos arreglarlo. Podemos sacar esos cubiertos y poner otros en su lugar correcto. Estaremos bien.

—No, no estaremos bien —negó, moviendo la cabeza de un lado a otro—. ¡No estaremos bien por tu maldita culpa!

El grito fue potente y su movimiento fue abrupto. Se abalanzó contra mí para atraparme, pero fui rápida y lo esquivé. Esa vez no me quedé como tonta. Me agaché y cogí uno de los cuchillos que había arrojado. No tenía intenciones de hacerle daño a mí hermano, pero necesitaba que viera firmeza en mí, no miedo.

Retrocedí con rapidez. Él miró el cuchillo pero eso pareció enfurecerlo más.

—¡Basta, Adam! —le advertí, apuntando el cuchillo en su dirección—. ¡Tranquilízate ya!

Sin embargo, no se detuvo. Venía a mí con una altura y una imponencia agresiva. No dejé de dar pasos hacia atrás. Al mismo tiempo intenté buscar algo en sus ojos, un destello humano, una chispa reconocible, pero me aterró no ver nada natural en ellos.

Me mantuve firme y no dudé en mi postura. En cierto momento mi espalda golpeó la pared y lo único que me dio tiempo de hacer cuando vi su figura a punto de atacarme, fue cubrirme con las manos en un gesto inconsciente.

Lo que esperé no llegó.

No hubo golpe, no hubo dolor, no hubo nada. Y cuando abrí los ojos lo primero que vi fue esa mata de cabello rubio y esa silueta esbelta y poderosa como un muro entre Adam y yo.

Poe le había detenido el brazo en el aire. Ahora Adam tenía los ojos tan abiertos, tan cargados de pasmo pero en igual parte de cierto desafío, que entendí que lo que podía pasar no terminaría bien.

—Esto no es de caballeros, Adam —le reclamó él. Tenía su nota divertida, pero seria. Negó lento con la cabeza en un gesto desaprobatorio—. Y sabes que yo soy bastante estricto y clásico en cuanto a modales se trata.

Adam gruñó. Intentó zafarse, adelantarse, hacer algo, pero Poe le retorció el brazo, haciéndolo emitir un quejido de dolor.

—Estoy herido, pero sabes que igual puedo hacer que te estrelles contra la pared —lo amenazó Poe con voz suave—. Y no queremos arruinar esta amistad así, ¿verdad?

En un movimiento ágil y rápido, Poe se giró por detrás de Adam y le sostuvo las muñecas. Lo retuvo como un policía a un delincuente.

Mi hermano se removió, furioso, pero Poe lo superaba en fuerza.

—Mírala —le ordenó—. ¿La reconoces?

Adam seguía colérico, agitado. Ahora era su zapato el que daba toques repetitivos contra el suelo. Sus labios se movían apenas, nerviosos. Estaba contando en susurros.

—Dile cómo te llamas —me pidió Poe.

—Soy Alena —le hablé a mi hermano. La voz me salió seca. Tuve que tragar saliva. No podía creer lo que estaba sucediendo—. Me conoces, soy Alena.

Adam se sacudió. Poe se tensó, pero logró seguir reteniéndolo.

—Es tu hermana —le dijo a Adam—, posiblemente la única persona en el mundo que te soporta y tiene las agallas de vivir contigo. ¿En verdad quieres hacerle daño?

Adam entreabrió la boca. Creí que diría algo. Esperé que dijera algo, pero lo que pronunció fue torpe y extraño:

—Suéltame.

—¿Puedo estar seguro de que si lo hago no saltarás sobre ella como un desquiciado? —inquirió Poe, aumentando la fuerza con la que lo retenía.

Adam emitió un gruñido. Movió el cuello de un lado a otro en un gesto que me aterró.

—S-sí —pronunció.

—¿Me lo juras, Adam? —insistió Poe, casi divertido—. Porque si me estás mintiendo me voy a enojar y enojado soy peor que el cáncer.

—S-sí —emitió él con dificultad.

—De acuerdo.

Acto seguido, Poe lo soltó. Lo que él hizo fue salir del comedor a paso rápido. Se perdió hacia el vestíbulo y me pareció que dejó la casa porque escuché un portazo.

Yo seguía inmóvil. Mi mirada recorrió la estancia con una lentitud pasmosa. Me fijé en la mesa, en los platos despedazados en el suelo, en el vino favorito de nuestros padres, roto, y el líquido formando un enorme charco que podía parecer sangre. La comida desperdigada. La comida que yo había preparado con esfuerzo.

Lo que planeé con entusiasmo estaba todo destrozado, acabado como yo.

Contemplé el cuchillo que todavía sostenía. Mis dedos temblaban. Lo solté como si fuera la cosa más repugnante del mundo y salí disparada del comedor. Corrí como la propia estúpida en busca de aire. Atravesé la puerta de la cocina y avancé por el patio dando zancadas desesperadas.

Cuando me sentí lo suficientemente lejos, muy cerca de los almacenes de vino, me detuve.

Quise gritar. Quise gritar hasta que toda la vida se me fuera en ello. Quise estar en otro lugar, ser otra persona, tener otro destino. Y mientras lo deseaba me parecía tan imposible que eso era lo que me torturaba.

Se me escaparon unas lágrimas de rabia y me las sequé con rapidez. No pensaba llorar. Eso nunca había solucionado nada. Para mí no había soluciones, solo maneras de evadir las cosas. Ahora solo tenía que buscar la forma de evadirlo, de olvidarlo, de hacer como si lo del comedor nunca hubiera pasado...

Pero era injusto. Siempre había tenido que hacerlo y ya no me gustaba. A veces era demasiado frustrante tener que ir con cuidado de no equivocarme. Toda mi jodida vida tuve que vivir en una casa al cien por ciento pulcra; hacer esquemas organizativos de las tareas; ¡ni siquiera fui a la escuela! E incluso tuve que evitar hacer amigos porque Adam representaba un problema para ellos.

Estaba consciente de que era mi hermano. Él me había enseñado todo lo que sabía. Ambos aprendimos a leer juntos, a montar bicicleta, a dejar de temerle a la oscuridad. Él estuvo conmigo en cada fiebre, en cada caída. Me enseñó el significado de las palabras aún cuando él también las estaba aprendiendo. Fue mi amigo y mi única compañía, y al mismo tiempo la persona que más me hacía daño.

Y eso era tan... enfermizo que no lo soportaba más.

—Me encanta el olor a miedo y sufrimiento, pero Alena, no creo que te lo merezcas.

La voz de Poe hizo que me girara de inmediato. Había llegado hasta allí. La noche le sentaba tan bien. Su silueta era esculpida y ágil. A pesar de que no veía por completo su rostro, alcancé a detallar las líneas de esa sonrisa ancha y macabra que lo caracterizaba.

Me recordaba al gato de Cheshire, como si el gato pudiera tomar forma humana y esa fuera justo la que le quedara a la perfección. Y solo por un momento imaginé que él salía de ese mundo extraño, inquietante pero maravilloso para acompañarme un rato.

Era el primer desconocido con el que interactuaba en mis dieciocho años de vida.

—Gracias por ayudarme —sentí la necesidad de decirle.

Él hizo un gesto de indiferencia.

—Salvar damiselas en peligro es una de mis debilidades.

—¿Qué fue lo que hiciste? Eso de decirle mi nombre...

—Es una buena forma de hacer que vuelva en sí —Se encogió de hombros.

Negué con la cabeza como para mí misma. De repente quise rodearme con mis brazos. Experimenté un frío extraño.

—Él nunca había llegado a tal extremo —confesé—. No lo estoy justificando, es solo que... no sé qué le pasó.

Poe suspiró y me rodeó. Seguí cada uno de sus movimientos. Se recargó en la pared del almacén, apoyó la cabeza hacia atrás y miró hacia el cielo. La luna parecía una uña.

—¿Qué le va a pasar? Es un noveno. Esa es la respuesta a todas tus preguntas. —Añadió con cierto asombro—: La verdad hasta me sorprende que a tus dieciocho sigas viva.

Eso me causó un escalofrío.

—Él no va a matarme.

Poe hizo un mohín de duda.

—Digamos que no para que no te asustes —asintió, divertido—. Igual él se ha esforzado bastante. Solo no olvides nunca lo que es.

Exhalé. Tenía razón. Era tan cierto que me quedé callada intentando reprimir todo lo que sucedía en mi interior. Hasta me repetí a mí misma: es mi hermano... es mi hermano... Pero no logré nada. Por el contrario, las palabras me salieron en un impulso:

—¡Estoy tan cansada de esta mierda! —Ahora que el asombro había desaparecido, la furia comenzaba a crecer dentro de mí—. ¡Siempre tengo que soportarlo! ¡Siempre tengo que entenderlo! ¡No es justo de ninguna manera!

—Claro que no —concordó Poe, condescendiente. Dio unos cuantos pasos hacia adelante—. Es una total mierda. ¿Vivir siempre con cuidado para no hacerlo enojar? ¿Vivir siempre con miedo de que te haga daño? ¡Parece un castigo!

—¿En verdad lo crees? —inquirí en un susurro.

Poe resopló. Me tomó por sorpresa que estuviera de acuerdo conmigo.

—Eres como un robot —aseguró con obviedad—. Haces lo que él dice, vives como él dice, respiras porque él dice. Deberías hacer algo al respecto.

Lo observé, desconcertada.

—Pero no puedo. Es su naturaleza. Y si pienso en irme, podrían matarme. Solo aquí estamos seguros. —Exhalé con fastidio—. Es como una condena.

Poe giró la cabeza en mi dirección. Creí atisbar un destello juguetón en su mirada.

—¿No has pensado en vivir mejor esa condena?

—¿A qué te refieres?

Se alejó de la pared y comenzó a pasearse frente a mí, pensativo. En cierto momento se pasó la mano por el cabello desordenado. Fue un gesto inconsciente pero interesante.

—¿Sabes qué pienso, Alena? —me preguntó, de repente aproximándose.

—Si lo supiera entendería tantas cosas... —confesé, poniendo los ojos en blanco—. Pero ¿qué?

—Que vives en un orden insano. —Noté cómo esa sonrisa endemoniada se ensanchó y le otorgó un aire perverso a su cara—. ¿Y sabes qué es lo bueno?

—¿Qué?

—Que yo soy experto en crear caos en donde hay orden.

Sus pasos eran lentos pero seguros. Se detuvo a centímetros de mí. Tuve que alzar la mirada para verlo. Sus ojos entornados tenían un brillo experto, divertido, astuto. Sus iris parecían más claros en ese instante. Me fijé por un pequeñísimo momento en la forma de su boca y luego me exigí reaccionar.

—¿Qué tal si te ayudo con eso? —inquirió. La voz le salió baja, incitante, hipnótica—. ¿Qué tal si mi caos destroza tu orden?

Durante un segundo me quedé embelesada por la forma en la que pronunció cada palabra de esa pregunta. Me pasaron muchas cosas por la mente, pero ninguna fue coherente. Todas fueron nuevas y me inquietaron un poco.

No obstante, una llamita de intriga se encendió dentro de mí.

—¿En serio quieres ayudarme?

—En serio quiero ayudarte —asintió.

—Pero ¿cómo podrías hacerlo?

Pensó. Hizo silencio unos segundos y yo esperé, expectante, extrañamente ansiosa.

¡¿Por qué me ponía ansiosa?! Quise darme una cachetada yo misma.

—Se me ocurre que si vas a vivir por el resto de tu vida en este lugar, lejos del mundo, al menos deberías hacerlo interesante. —Luego hundió las cejas. No sabía cómo, pero tenía la capacidad de hacerme sentir que podía captar hasta la profundidad de mis pensamientos—. ¿O me dirás que nunca has pensado, ni por un momento, en desafiar a Adam?

Claro que lo había pensado, pero era tan riesgoso...

—Es peligroso —fue lo que pude decir.

—No, Alena. Peligroso soy yo, pero igual me buscan. No tiene sentido, ¿verdad?

De pronto me di cuenta de que el espacio que nos separaba era muy corto. ¿En qué momento se había acercado tanto? Nunca nadie había estado en tal posición frente a mí. No sabía qué hacer. No sabía nada. AYUDA.

—Poe, es que...

Él me interrumpió:

—Tienes potencial —admitió—. Lo noté. Además, no eres una niña. ¿No te gustaría hacer cosas de grandes? ¿Hacer más que ordenar papeles, cabalgar o buscar recetas en YouTube?

Cosas de grandes.

¡Cosas de grandes!

¿Eran las mismas que me pasaron por la mente? Porque si era así, aquel tipo me estaba hablando de todo lo que yo nunca había hecho en mi vida. Y de todas maneras sus preguntas sonaban interesantes. Me despertaron la curiosidad a gran nivel.

—¿Qué tipo de cosas? —me aseguré de averiguar para no pasar vergüenza de nuevo como con lo del baño.

—Ahí está el punto. Si te las digo, pierden sentido. —Elevó una mano y en un movimiento que no me esperé, cogió un mechón de mi cabello. Lo frotó con sus dedos. Fue algo que me dejó en el sitio, algo que no asimilé sino hasta que me lo repetí en la mente—. Pero sé que sospechas cuáles son.

—No lo sé... —solté, dando un paso hacia atrás.

La distancia le quitó mi cabello de la mano. Quedó en esa posición hasta que se encogió de hombros con desinterés:

—Bueno, yo te ofrezco la oportunidad porque dudo que otro tipo que no quiera matarte venga a esta casa.

Las palabras me salieron cargadas de desconfianza:

—Todos los novenos quieren matar.

—¿Y quién te dijo que yo soy como todos los novenos? —inquirió entre una risa—. Créeme que matarte no me satisfaría tanto como hacerte otras cosas. No soy así. No es mi especialidad ir por ahí asesinando sin más.

Sentí algo raro en el cuerpo, como una corriente. Joder, ¿esto en verdad estaba pasando? ¿En verdad estaba saliendo todo eso de su boca? Porque parecía irreal. Además, ¿eso era como... decir cosas sucias? ¿Era así como se sentía cuando las oías?

Dios, nunca había estado en una posición semejante. Me dio incluso vergüenza lo inexperta que era en todo.

Hacerte otras cosas.

No era que no sabía a qué cosas se refería. Era que no sabía cómo reaccionar ante la idea de que se hicieran posible.

—Piensa esto —añadió él ante mi silencio. Volvió a acercarse. Fallé al intentar moverme. Estaba intentando procesar todo—. Te gusto, ¿verdad?

Y para rematar era demasiado directo.

Y para seguir rematando, me agradaba que lo fuera.

De igual modo, mi necesidad de no parecer una estúpida me llevó a recurrir a cualquier cosa:

—Es solo porque no he estado cerca de otros tipos nunca —defendí, tratando de sonar firme—. Debe ser hormonal. No puedes gustarme realmente. No te conozco.

—Y es cierto —asintió él. La sonrisa gatuna seguía ahí. Era lo peor de todo. Le quedaba increíble. Era casi perfecta—. Solo que yo hablo de que te gusto de una forma más... íntima. Hay ciertas diferencias.

—Mira, lamento si has malinterpretado algo en mí... —intenté decir, pero él ladeó la cabeza y puso cara de: ¿En serio, Alena, en serio?

—Es por completo normal que te atraiga alguien, ¿lo sabías?

—Te digo, es hormonal —volví a defender.

—Entonces calmemos esas hormonas —propuso en un ronroneo.

En mi mente estaba como: diosito, dame fuerzas porque este hombre me alborota hasta los órganos internos.

—Debería darte una bofetada —solté, aunque dudosa.

Eso había visto en las películas cuando un tipo le hacía insinuaciones parecidas a una mujer. Pero es que él estaba insinuándoseme de una manera distinta, sutil, nada grosera.

A lo mejor debía sentirme ofendida. Tampoco lo sabía. Solo sabía que era la primera vez que me hablaban de ese modo y que no sentía rechazo. Él tenía razón. Me causaba algo, una reacción. Estuve intentando ignorarlo desde que llegó, pero en verdad me sucedía una cosa extraña cuando lo veía.

Debía de ser atracción, claro. Era algo en la piel. Mis pensamientos se iban en otras direcciones.

Odié mi inexperiencia.

Odié a Poe.

—Somos adultos —expresó él con obviedad—. Yo quiero, tú quieres, ¿para qué quedarnos con las ganas? Es bastante sencillo.

—Es que si tú fueras normal... —susurré, inquieta—. Si no fueras un noveno...

—Alena, no te voy a matar —aseguró Poe, muy tranquilo. Ese era uno de mis temores, pero no el más grande—. Si no lo hice cuando estabas sola en tu habitación, ni en la sala de películas, ni ahora que Adam no está por ningún lado y tengo toda la ventaja, ¿por qué lo haría después? Me agradas. Yo no lastimo a la gente que me agrada.

—¿En serio eres un noveno distinto? —pregunté como tonta, desconfiada.

—La experiencia me ha dado la sabiduría y el control —afirmó, haciendo una extraña pero graciosa reverencia—. No estás ante un crío estúpido que solo cede ante sus impulsos. Si quieres, puedo demostrártelo.

Me quedé en silencio un momento. Lo miré de arriba abajo. Busqué mi sensatez en cada rincón de mi cuerpo y la jalé con urgencia.

—Tengo que pensarlo.

Su sonrisa se amplió hasta el límite, satisfecha. Sus rasgos felinos, depredadores, acentuaron su atractivo.

—Muy bien. Hagamos una cosa: si estás dispuesta a dejar que te ayude, si por primera vez en verdad quieres hacer algo que tú decidas, ven a mi habitación apenas Adam salga. Consideraré que lo aceptas y entonces te enseñaré todo lo que te has perdido por estar encerrada en esta burbuja. Te enseñaré a vivir.

La cabeza me dio vueltas. Pero ¡¿por qué diantres hablaba así?! Cada cosa que decía sonaba incitante. Cada nota tenía un: ven conmigo... oculto. Hasta su presencia era como un imán. Era como si todo él gritara que no había equivocaciones si le aceptabas algo.

—¿Y si no voy? —pregunté, recuperando mi firmeza.

—Consideraré que rechazas mi ayuda y me limitaré a tomar distancia —contestó con simpleza.

Entorné los ojos con suspicacia.

—Y es justo eso lo que deberías hacer.

Poe emitió su risilla extraña.

—Pero ¿para qué hacer lo que debo? —Se apartó de mí y dio algunos pasos relajados, como si disfrutara de la noche—. Recuerda: si quieres un poco de caos, sabes en donde estoy.

—¿Por qué tengo que ir yo? —refuté, ceñuda.

Él se giró. Le divertían mucho mis respuestas, como si estuviéramos jugando a algo.

—Porque te estoy dando la opción de elegir —argumentó—. Si fuera por mí, esto ya habría empezado, pero te lo acabo de decir, ¿no? Tengo control.

—¿Esto es en serio? —escupí, ya demasiado estupefacta—. ¿En verdad me estás proponiendo esto?

Y mientras él se alejaba soltó como rastro:

—Alena, la pregunta es: ¿tú quieres hacerlo? Aunque yo ya sé la respuesta.

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AY NO ME ODIEN AJNJSAJS Vi todos sus comentarios de: ya hay 1k, subeee. Es que se cortó la luz dos veces y bueno, fue un lío editar el capítulo. O sea, vivo en Venezuela. Aquí se puede ir la luz todo un día, todos los días. Lo importante es que ya llegué y traje LO BUENO. ¿Qué tal estuvo el cap? A partir de aquí las cosas se ponen interesantes. Ya el Poe supo cómo aprovechar la situación. Ahora hay que verlo en acción. 

Quería hablarles de algo. Vi un montón de comentarios sobre que no entendían nada sobre si Damián era real o no. Y no puedo ponerme en cada capítulo a decirles que sí fue real y a explicarles por qué. No terminaría nunca. Así que estuve pensando que podíamos hacer una cosa. ¿Qué tal si planeamos un "live" o "en vivo" para yo poder explicarles bien las cosas? Sería más fácil si me oyen. Así quedará todo claro. Propongo que sea por Instagram porque siempre estoy ahí y bueno, ¿quién no tiene Instagram ahora? Sino igual se pueden hacer una cuenta solo para el día de la transmisión, la ven y luego si quieren lo desinstalan.

Estoy buscando la mejor manera de aclarar sus dudas. Podrán preguntarme lo que quieran en tiempo real, interactuar conmigo y yo les contaré qué pasó, qué ha pasado y qué pasará con Damián. Si están de acuerdo comenten en este párrafo para que luego pautemos el día y la hora exacta. Para los que ya tengan Instagram y están ok con hacer esto, mi cuenta es: @alexsmrz o ponen Alex Mírez en el buscador. 

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