Mi padre trajo un espejo que encontró en el basurero. – ¿Y eso? – Pregunté en voz baja, ya que padre no permite que yo suba el tono.
– Un espejo, obviamente. – Respondió molesto. – Es para que me dejes de molestar, ya que a ustedes las "chicas" les gusta tanto verse. – Mi padre tampoco me dejaría usar el espejo de su amante, ya que solo ensucio el reflejo o que soy demasiado fea para semejante espejo tan caro.
– Osea que... ¿Es para mi? – Dije algo sorprendida. Nunca he recibido algún regalo en mi vida.
– No te entusiasmes, Rubia. – Masculló. Me pasó el espejo apretándolo contra mi pecho. – Si se rompe, no me llores.
Miré el espejo. Era redondo y del tamaño de mi torso. Podía ver en el reflejo mi rostro sucio y perplejo ante el marco. Estaba con un par de grietas en las orillas, pero era lo de menos.