Lucha de coronas

By GS_Eva

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A veces aquellos en los que más confiamos, son los primeros en traicionarnos. Eso es algo que aprendió Olympi... More

Prólogo
Capitulo 01
Capitulo 02
Capitulo 03
Capitulo 04
Capitulo 05
Capitulo 06
Capitulo 07
Capitulo 08
Capitulo 09
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20 (Capitulo Final)
CORONAS ENTRELAZADAS (2ª PARTE)
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30 (Primera parte)

Capitulo 16

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By GS_Eva


      El tiempo pasa y, la estadía de Olympia en el poblado salvaje se va alargando, mientras que el ejército de Deinn se prepara para la inminente guerra y Eitan se compromete a destruirlos a todos, dejando a Olympia la última para que presencie la muerta de sus seres queridos y así destruirla por completo, física y mentalmente.

     Llevarla al límite antes de matarla, destrozar su mente antes de poder matarla.

     Apenas han pasados tres semanas desde que ellos pisaron de nuevo Peirl, pero Olympia no hace más que sentirse ansiosa, cada vez más, al extremo de levantarse todas las mañanas al alba para entrenarse, preparándose para lo que viene y desahogarse de alguna forma.

     Siente que tiene fuertes aliados a su lado. Tanto Rune como Haeri van a servirla de grandísima ayuda para lograr lo que quieren lograr, sin embargo, el tiempo corre y se le viene todo arriba, trata de mostrarse positiva delante de todos, pero en su interior solo se encuentra ansiosa y a la expectativa de lo que ocurrirá.

     Deben ganar, por el bien de todos, por su bien, por el bien de Peirl. Por el recuerdo de sus difuntos padres.

     El sol apenas acaba de salir cuando su ropa ya se encuentra bañada en sudor y el pelo comienza a adherirse a su rostro por su esfuerzo físico, su cuerpo arde y su respiración comienza a verse cada vez más dificultosa, está llegando a su límite, sin embargo, no planea detenerse ahí, va a sobrepasar una vez más su propio límite.

     De nuevo tensa el arco y dispara al centro de la diana, partiendo por la mitad la última de las flechas. Un espectáculo que llamaría la atención de cualquiera que lo viese.

     Todos sus tiros han ido directo al centro de la diana, sin fallar ninguno de ellos, sin moverse un milímetro de su objetivo. Siempre en movimiento y ejercitándose antes, como si tuviese enemigos con los que debe enfrentarse antes de disparar.

     Pensando en que el centro de la diana es el corazón de todos sus enemigos, practicando para cuando la guerra comience.

- Increíble, simplemente increíble – interrumpe una voz a sus espaldas.

     Se gira rápidamente, aunque ya sabe perfectamente a quien pertenece la voz, ¿cómo no va a saberlo si lleva semanas enteras escuchándola sin cesar?

     El rostro sonriente de Rune aparece en el campo visual de la princesa, su pelo castaño revuelto por recién despertarse, su piel clara y sus ojos brillando con la luz crea un efecto mágico, uno que no pasa desapercibido para ella, tampoco para su corazón, que sin saber cómo, empieza a latir algo más agitado.

     El chico suelta una carcajada al ver lo rígida que se queda su amiga cuando le mira, sin saber que el motivo real se encuentra en el agitado corazón de la joven. Lleva un buen rato observándola en silencio y hasta hace un segundo, ella se encontraba activa, saltando, corriendo y disparando una multitud de flechas sin parar.

     Ahora parece que toda esa energía se haya escapado de su cuerpo, luce como alguien agotado y cerca de su límite, aunque no pasa desapercibido en ningún momento como sus ojos siguen brillando y exigiendo más, como en su interior ella sigue brillando.

     Sus mejillas se encuentran completamente sonrojadas, se le asemejan al color de las cerezas, rojas y brillantes, aunque él considera que se trata por ele ejercicio físico y no tiene ni idea de la razón real, las nuevas sensaciones que él le provoca con solo una sonrisa o, incluso, su propia presencia.

     Olympia toma una profunda respiración antes de hablar.

- ¿Quieres entrenar conmigo? – su voz suena agitada y cansada, todos sus músculos le piden un descanso, pero en su cabeza solo piensa en continuar con el entrenamiento y tratar de ignorar como su cuerpo reacciona a la presencia del joven rey - ¿o has venido solo a observar?

     Rune ríe por el descaro en su tono de voz, le está desafiando a pesar de lo cansada que luce.

     Sigue sin poder creer algunos aspectos de la princesa, como esa necesidad, casi desesperación, de matarse a entrenamientos incluso cuando todo su cuerpo parece estar pidiéndola un descanso.

     Se arremanga su camisa blanca, subiendo sus mangas hasta por encima de sus codos, y acepta una espada que Olympia le lanza. Pasa su mano por su pelo para echarse el flequillo hacía atrás y entonces comienza a caminar lentamente hacia la joven.

     Un caminar lento, pero al mismo tiempo provocativo, que solo enciende las expectativas de la princesa. Sabe que Rune es bueno con su espada y podría darse una buena práctica, lo que le llena de excitación y de energía.

- Trataré de controlarme un poco – habla sin pensar.

     Olympia frunce su ceño contrariada, no era lo que esperaba.

- Cómo lo hagas prometo clavarte tu propia espada en las costillas y hacerte rogar por clemencia – amenaza mostrando sus dientes como si en realidad fuese una bestia, expresión que asombra a Rune, por un momento en su cabeza aparece el rostro de Daymon con justamente la misma expresión – quiero que vayas con todo, no te contengas en ningún momento.

- Estás agotada – añade para tratar de hacerla entrar en razón.

     No sabe cuánto tiempo lleva entrenando, pero se imagina que demasiado tiempo como para lucir de esa forma, no quiere que se hiera o se enferme por el sobreesfuerzo.

     Su pierna al final se ha curado del todo, aunque se imagina que una horrible cicatriz ha tenido que quedar en la zona, la misma que se puede vislumbrar a través de su camiseta, justamente donde recibió un flechazo.

     Aún recuerda lo horrible que se sintió cuando la vio tirada en el suelo desangrándose, recuerda sin poder olvidar ni un solo detalle. Su corazón se detuvo y su cabeza incluso empezó a doler. Sospechaba que estaba empezando a tener sentimientos por la princesa, pero en ese momento lo confirmó por completo, en su mente se recreaba su futuro sin ella presente y su pecho dolía, quemaba y ardía descontento.

     La necesita a su lado, se está volviendo un completo demente por su culpa y ni siquiera puede reconocerlo sin que alguien intente asesinarle.

     Si Alexander se da cuenta, tal cual Daymon se ha percatado, no tardaría ni cinco segundos en ir tras él.

     Pero su corazón comienza a latir con descaro cada vez que ella está frente a él, ni siquiera duda de que muestra una sonrisa cada vez que se encuentran o ella habla con él. Cada día se le hace más difícil retener todo lo que hay en su interior.

     Comienza a creer que morir merece la pena si logra estar unos instantes con ella correspondiéndole.

- Eso es bastante notable – se encoge de hombros como si no fuese la gran cosa, aunque para Rune si lo es. Olympia suelta un largo suspiro – en una pelea puedo verme cansada, herida, casi sin aliento y no por ello no van a seguir queriendo atacarme, es más, aprovecharan la oportunidad. Debo saber defenderme incluso cuando mi cuerpo me pida un descanso, solo de esa forma podré ganar, tengo que estar preparada para cualquier tipo de escenario.

     A la cabeza de Rune llega el recuerdo de cómo Olympia peleo contra Oliver, como a pesar de haber sido herida y, sin poder moverse adecuadamente, pudo defenderse. Recuerda que sabe defenderse incluso cuando su cuerpo es incapaz de dar todo de sí.

- De acuerdo – agarra con fuerza el mango de la espada – cuando me digas.

     Olympia esboza una sonrisa intrépida antes de abalanzarse sobre Rune, pillándole totalmente desprevenido.

     Golpea su cuerpo con su hombro para hacerle desestabilizarse, luego va contra sus piernas de una sola patada, para que el cuerpo de Rune se incline hacia delante y entonces patea sus rodillas logrando que caiga al suelo sin siquiera tener tiempo para enfrentarse a ella, dejándole sin oportunidad de defenderse viendo como le sonríe de pie.

     Tendido en el suelo se da cuenta de la sonrisa victoriosa de la princesa y sin arrepentimiento la agarra del tobillo, tirando de ella para que caiga al suelo como él lo hizo y una vez en el suelo trata de ponerle el filo de la espada contra el cuello, aunque se ve interrumpido cuando siente algo contra su abdomen.

     Todo su cuerpo se congela.

     Con Olympia de espaldas al suelo y con Rune sobre ella podría decirse que ha perdido, sin embargo, la tensión del cuerpo del chico al sentir el cuchillo sobre su abdomen muestra lo contrario.

- Nunca deberías olvidar que la gente puede estar usando más armas de las que se ven a simple vista – susurra cerca de su oído, provocando un escalofrío en todo su cuerpo.

     Los ojos del chico bajan hacía su abdomen donde ve como tiene el mango de un pequeño cuchillo contra su costado derecho. Si hubiese sido una pelea real y Olympia no le hubiese dado con el mango, desde luego estaría muy malherido.

     No sabe cómo, pero como acto reflejo, sin prevenir el movimiento del chico contra ella, ha podido salir ganando en la pelea. Está seguro que eso le llevó mucho entrenamiento y desea en algún momento poder luchar como ella lo hace.

     Pero no es eso lo que ocupa toda su mente.

     Sus pensamientos están llenos de la voz calmada, pero agotada, de la princesa y de la cercanía de sus bocas. Como tan solo unos centímetros separan sus rostros y como los asombrosos ojos de la castaña están contemplando los suyos, sin vacilación.

     Traga saliva incapaz de reaccionar.

     Su respiración se agita ante la cercanía de sus cuerpos y puede notar como Olympia toma una profunda respiración cuando sus ojos se desvían a la boca del joven rey. Rune se da cuenta rápidamente de ese gesto y eso solo lo confunde más, toda su cabeza se nubla de pensamientos.

     Se encuentra completamente extasiado por su presencia y cercanía, como un completo demente.

     Es la sonrisa de la chica lo que le saca de sus pensamientos. En un rápido movimiento Olympia se aleja de él y de un salto se incorpora, para sacudir su ropa como si nada hubiese sucedido, pero sabe que si ha sucedido, al menos su agitado corazón no duda en recordárselo, como se ha agitado por la cercanía del joven y como aún sigue del mismo modo por haberse separado de él.

     Sus ojos curiosos han ido hacía la boca de su amigo y ha sido imposible negárselo, ha sentido una atracción que casi le obliga a acercarse más, casi como si de dos imanes se tratasen.

      Cada día que pasa es más consciente de la cercanía del castaño, de sus sonrisas o incluso de su voz, que a veces logra despertar su interés.

- Suficiente – aparece Alexander y se pone en medio de los dos, su cara muestra lo inconforme que se encuentra con lo que acaba de presenciar, le disgusta verlos tan cercanos – eso no es entrenar.

     Olympia suelta una carcajada sin poder evitarlo. Quizá para aligerar la tensión de su cuerpo o el entumecimiento de su propia mente.

- Estaba mostrándole que siempre hay más de lo que se ve a simple vista – muestra una pequeña daga que saca del interior de su camisa blanca – y que no debería dar por hecho que ha vencido sin asegurarse de ello primero.

- Contigo siempre – aparece Haeri seguida de Daymon, quien se mantiene completamente sereno a pesar de encontrarse con el revoltijo de energía que es la pelirroja – tiene cuchillas escondidas hasta entre los dientes.

- ¿Quién me enseñó aquello? – la pelirroja se lleva las manos a la boca tratando de lucir inocente ante la declaración de Olympia – no te hagas la que no sabe, fuiste tú.

     Muestra una enorme sonrisa antes de reír como una niña pequeña.

     Su cabello anaranjado se agita en el aire cuando Haeri hace un movimiento exagerado y se apresura dando saltos hacia su media hermana.

- Así es como se entrenan a los haers, tu eres mitad haer – se encoge de hombros agarrándose del brazo de la castaña – debes aprender a luchar como uno.

     En el momento en que Olympia llamó a Dorian "papá", todo cambió y abrió, aún más, un mundo completamente nuevo para la princesa. Si ella ya sabía que era mitad haer, tras decirlo en alto con sus amigos presentes, se volvió más real, realmente sentía que ella pertenecía allí.

     Daymon acompañó la primera vez a Olympia y desde ese momento conocía a Dorian, aunque en ningún momento la chica le contó sobre su parentesco con el hombre, tan solo le mencionó que su madre había estado enamorada de un hombre de dicho pueblo, nunca mencionó que era el líder, por lo que fue algo sorprendente escucharla llamarlo papá.

     Por un momento, en su primera visita, sospechó que había cierto parentesco entre ellos, la forma en que veían el mundo era en algunos puntos similar, incluso pensó que uno de los ojos de Olympia era demasiado similar a los del hombre, pero creyendo que Olympia le habría dicho que él era su padre en el caso de que lo fuese, descartó la posibilidad.

     Ni siquiera sabía que la pelirroja era su hermana, solamente creía que eran muy amigas y encajaban muy bien la una para la otra.

     Pero el averiguar que su padre es el líder de los salvajes le dejó algo en claro. Puede que al no haber sido la real hija del rey los aldeanos no la vean como la legitima reina, pero para él si lo es, es hija de la reina y del líder de uno de los pueblos dentro de Peirl, un pueblo que antes era independiente dentro del reino, con su propio rey, un ancestro de Dorian.

     Lo ha hablado con Alexander y Rune, ambos creen lo mismo que él, ninguno se atreve a pensar lo contrario, no solo por el linaje, sino por la forma de actuar, pensar y ver el mundo que tiene la castaña, los tres están de acuerdo con que es la personalidad perfecta que debe tener una reina y están seguros que una vez se siente en el trono, lo hará bien.

- Mi padre me ha pedido que os reúna, ya han llegado todos, nos están esperando en la sala real – se gira a mirar a Rune y luego a Olympia – es el momento de forjar una alianza.

* - * - * - *

     Todos se encuentran reunidos en una enorme sala de mármol, sentados en una majestuosa mesa de piedra antigua, al fin se han reunido para poder hablar sobre si deberían ayudar a Olympia a luchar contra Eitan y, de ser así, como llevarlo a cabo de la forma más adecuada.

     Llevan junto a los salvajes casi un mes esperando a que la gente más importante del poblado regresase de donde se encontraban para hablarlo y llegar a una conclusión.

     Olympia y sus amigos fueron llevados hasta la orilla del lago una vez Haeri les dijo que era la hora de reunirse, todos quedaron asombrados con lo que sus ojos estaban contemplando. En mitad del enorme lago se encuentra un castillo visiblemente en ruinas desde el exterior, aunque en su interior no se ve desde la misma forma, es solo pura fachada para alejar a posibles guardias reales y gente indeseada que decida hacerlo su hogar.

     Cinco personas desconocidas se encuentran junto al líder, Dorian y frente a Olympia y sus amigos, Rune, Alexander y Daymon. El padre de las hermanas Ghuen, dos mujeres de cabello rubio casi en sus cuarenta, un joven de piel caramelo y su hermana mayor.

     Todas ellas personas influyentes, distribuidas por Peirl e incluso Deinn con el objetivo de proteger su pequeña población. Gente valiente, leal y con ganas de luchar por su libertad, lo que Olympia les promete.

     Llevan horas encerrados en ese enorme castillo, perteneciente a la antigua familia real, aquella que vivía allí antes de que los antepasados reales de Peirl decidiesen acabar con ellos, dejando tan solo a la madre de Dorian con vida, quien se escondió hasta crecer lo suficiente, conservando de esa forma el linaje real, que ahora ha perdurado hasta Haeri y Olympia.

     Olympia consideraba que si los aldeanos se enteraban que ella no era hija del rey, solo de la reina, creerían que no tiene nada de linaje real y no la querrían como su futura reina, pero tras averiguar su linaje por parte de padre, ahora considera que no hay nadie mejor que ella para poder ser la reina, no solo por sus habilidades y personalidad, así como sus conocidos ven en ella, sino porque es parte de la familia real de Peirl y la familia real de los Haer, como antiguamente se llamaba el reino de los salvajes.

- Pero, aunque nos asegures la libertad como dices – interrumpe una de las mujeres rubias el discurso de Olympia sin titubear – el pueblo haer seguirá sirviendo a los peirls, nosotros queremos una haer de reina.

     Olympia asiente con la cabeza comprendiendo su punto.

     Comprende completamente que le haya dicho eso, imaginaba que en algún momento de su negociación esas inquietudes saldrían a la luz, debe aclarar muchas cosas y esa es una de las cosas más importantes de las que hablar.

     Han sido sometidos desde hace años por el pueblo Peirl. Incontables vidas han sido robadas como un juego de cacería por parte de sus soldados, es compresible que duden de ella.

- Vuestra líder será una haer, tendréis una reina haer – mira a Haeri, su hermana mayor – ella será quien os lidere, no yo.

- No podemos sobrevivir sin ella como reina – añade Dorian para apoyar a su hija – nuestro pueblo ha sido cazado durante años, no somos suficientes y seremos menos cuando la guerra empiece. Necesitamos de su ayuda, las cacerías solo acabaran con ella en el trono.

- Tu mereces ser un rey, nuestro rey – añade la otra mujer molesta – tu madre se salvó para perdurar el linaje.

- Y el linaje perdurará en mis dos hijas – señala a Haeri – ella será la portavoz de nuestro pueblo y nos liderará como lleva años aprendiendo, ha nacido para eso – mira entonces a su otra hija y la sonríe – y Olympia será quien una por fin a los dos pueblos, peirls con haers, también nació para eso.

     Alexander sonríe con orgullo. Apoya su mano sobre el hombro de la joven y le da un pequeño apretón, un gesto sin significado para el resto de los presentes, pero que para Olympia significa demasiado, es su apoyo condicional, le está dando su fuerza para poder seguir adelante.

     El silencio se instala en la sala tras la declaración de Dorian, no todos están completamente convencidos de la situación, tanto las mujeres rubias como el hombre de piel acaramelada, consideran que debe ser Haeri quien se siente en el trono y no Olympia, el resto considera lo contrario.

     La propia Haeri no quiere reinar, ella ha nacido para liderar a su pueblo, no para reinar un reino y sabe que su hermana lo hará bien, solo hay que verla actuar, considera que la forma en que razona y actúa en los momentos cruciales, es lo que necesitan, es lo que se necesita para ser una buena reina.

     No todo el mundo lograría tener al rey de Deinn de su parte, a los salvajes, que nunca antes se habían aliado con alguien, y tener a media población deseando que regrese.

     Está convencida, ella es la reina.

- Necesitamos tiempo para prepararnos – declara Haeri poniéndose en pie – me gustaría que los ayudaseis a entrenar, vosotros sabéis como pelean los soldados de tu hermano.

     Daymon se pone en pie también.

- Empezaremos hoy mismo – anuncia poco antes de salir de la sala predispuesto a hacer lo que Haeri les ha pedido.

     Poco a poco la sala se va vaciando, quedando tan solo Dorian, una de las mujeres rubias y Olympia, mientras que tanto Alexander como Haeri esperan a la princesa afuera de la sala.

      La mujer espera pacientemente a que el líder abandone la sala para poder mantener una conversación privada con la joven, aunque Dorian se ha percatado de las intenciones de su vieja amiga y quiere evitar la conversación a toda costa.

     La mujer, llamada Olivia, es una gran aliada y su presencia es de real importancia para el pueblo, sin embargo, no tiene una buena personalidad y sabe con seguridad que tratará de lanzarle un sin fin de palabras envenenadas a Olympia, con el fin de sentirse ella superior a pesar de que por jerarquía le debe respeto a Olympia.

- Dorian, ¿no tienes que encargarte de vigilar los entrenamientos? – pregunta la mujer con un tono de voz delicado, cauteloso.

- Eso puede esperar. Mi prioridad en este momento es que no saltes sobre Olympia para hacerla sentir miserable – sonríe falsamente el hombre justo cuando agarra a Olympia del brazo para sacarla del lugar – me alegro de que hayas vuelto a tu casa. Nos veremos pronto.

     La mujer chasquea la lengua.

     Detesta que Dorian le conozca tan bien y sepa siempre de lo que va a hacer, aunque no dé ni una sola pista sobre ello.

    Se conocen desde que eran unos críos y fueron amigos desde bien pequeños, por lo que no hay nada que ninguno no sepa sobre el otro, y a pesar de la mala personalidad de la mujer, siempre ha sido una persona buena y agradable con sus amigos, por lo que su relación es bastante buena y cercana, al punto de que cuando eran jóvenes sucedió algo entre ambos.

     Una relación que terminó cuando el padre de Dorian falleció y tuvo que ocupar el puesto de líder, se enfocó en su puesto de líder y antes de darse cuenta, en una misión de exploración a la familia real, conoció a una joven mujer que disfrutaba cuidando unas rosas.

     Por ese entonces no sabía que se trataba de la reina de Peirl y que tampoco acabaría siendo su amada y la madre de su hija. Y aunque al principio reconoció que le dolió terminar todo con su gran amiga, a día de hoy no considera que haya sido un error, pudo conocer dos mujeres que le cambiaron la vida.

     Dos mujeres que ya no están y ahora más que nunca desearía que estuviesen.

- No puedes protegerla siempre – detiene sus pasos al escuchar su voz a sus espaldas – si quiere ser reina debe aprender a lidiar con la gente, a escucharles, aunque no sean cosas buenas, tiene que ser fría y fuerte mentalmente, porque nunca vas a agradarle a todo el mundo y llegará el momento en que aparezca alguien que desee verle fracasar. Debe aprender a reinar.

     Olympia gira su cabeza en su dirección para desafiarla con la mirada. Entiende que de alguna forma sus palabras tienen sentido, pero ella sabe cómo lidiar con la gente, no necesita que nadie venga a criticarlo y usar de excusa que debe aprender a reinar.

     La mujer suelta un pequeño jadeo cuando nota como, los extraordinarios ojos de la joven se fijan en ella amenazantes, cargados de palabras sin formular. Siente como si un depredador la estuviese observando fijamente, acechándola en las sombras y provocando que la sangre que circula en sus venas se hiele, logrando que su corazón lata a una mayor velocidad por el terror producido.

     Se sorprende que una joven de aspecto tan delicado pueda mostrar semejante mirada, cargada de una terrible amenaza capaz de helar a cualquiera.

     Traga saliva.

     Por alguna razón, a pesar de encontrarse aterrada, no puede alejar sus ojos de los de la princesa. Siente que son atrapantes, pero no de una forma mágica, sino de una forma maligna, como si supiese de antemano que está de frente con los ojos del diablo y le estuviese tendiendo una trampa.

- No puedes simplemente temblar de terror tras haberte mostrado tan altiva hace un momento – Olympia sonríe, así como hizo su padre – quita toda la credibilidad de todas tus palabras, dejas de intimidarme y ya no puedes darme una lección – suelta una pequeña carcajada que hace a la mujer fruncir su ceño en desconcierto – simplemente no puedes enseñarme a reinar porque ni siquiera ocupas un puesto de liderazgo, soy capaz de aprender por mí misma y creo que puedo hacerlo bien sin tu ayuda. Gracias.

     La mujer camina molesta hacia padre e hija, no puede tolerar que una chica de apenas dieciocho años se esté dirigiendo hacia ella de esa forma. Ni siquiera la reconoce como reina, tampoco princesa, para ella la familia real Peirl no es nada, ni siquiera la reconoce como hija de Dorian.

     Le parece una falta de respeto su presencia en sí.

- Ese egocentrismo solo traerá tu ruina, no eres adecuada para el trono. Al lado de Haeri solo eres una chiquilla consentida que lo tuvo todo y ahora actúa como alguien que sabe demasiado sin saber nada.

     Llena de ira logra mantener una postura y una expresión calmada, mientras lentamente se va girando, logra quedar a unos pasos de distancia de la rubia. En su interior desea saltar sobre ella, detesta su actitud hacia su persona desde el momento en que ha abierto la boca, sin embargo, logra retener todo ese desagrado en su interior.

     Si algo tiene claro es que no piensa rebajarse a su nivel.

- Me temo que no se trata de egocentrismo sino de confianza en uno mismo – a pesar de estar tirando su argumento abajo, se muestra tan serena que asusta, logra que de nuevo Olivia le mire sin saber que ocurre realmente - ¿qué es tenerlo todo? Cierto que tuve unos padres cariñosos que me cuidaron, protegieron y amaron durante dieciocho años de mi vida, pero de ahí a que lo tuve fácil hay una gran diferencia. Desde que tuve cinco años de edad tuve que madurar demasiado rápido a mi parecer, entrené de sol a sol y luché incontables de veces para escapar de la imagen que tenía la gente de mí, la delicada princesa del reino, yo quería ser la fuerte princesa capaz de defender a su reino. Porque las princesas solo sirven para ser un intercambio en busca de una alianza, pero yo no, yo no quería ser solo un intercambio, yo quería mostrar que era fuerte, más fuerte que cualquier hombre que tratase de mirarme desde arriba como si yo fuese inferior. Me dejé el cuerpo en cada entrenamiento hasta el punto de estar cubierta de heridas y moratones, sudorosa y sucia. Cambié el rumbo de mi vida, porque ya no era un intercambio cualquiera, era Olympia, la princesa del reino.

      Los dos adultos contemplan boquiabiertos la fluidez de explicación de la castaña, la ven tan determinada y orgullosa de su lucha constante por aquello que quería, que incluso la mujer tiene que tragarse sus palabras, estaba equivocada.

- Apenas hace unos meses tuve el momento más difícil de mi vida, vi como mi propio hermano asesinaba a mis padres delante de mis ojos, aquellas personas que habían estado a mi lado durante todos esos años y que sabía que se habían ido para siempre, como me repudiaba y marcaba como enemiga del reino, tuve que huir y esconderme en poblados, muchas veces durmiendo a los pies de los árboles, incapaz de llevarme un trozo de comida a la boca, casi deshidratada. Ni siquiera pude llorarles, no había modo de despedirme de ellos porque querían matarme solo por ser tan fuerte como había mostrado todos esos años. De modo que no, nunca lo tuve fácil y sigo sin tenerlo de ese modo, simplemente nunca me he rendido y siempre he seguido adelante porque sé que es la única forma en la que puedo perdonarme el haber abandonado a mis padres, la única forma de seguir demostrando mi fortaleza más allá de la etiqueta impuesta – termina de hablar y se queda contemplando más seriamente a la rubia – agradecería que omitiese ese tipo de comentarios, no me agradan y no quiero enloquecer antes del momento real en el que tenga que hacerlo.

     Sin mencionar alguna palabra más se da media vuelta y se marcha de la sala, dejando a ambos adultos ojipláticos, sin saber que decir y con una imagen completamente distinta que tenían sobre ella. Porque, a pesar de que Dorian respeta mucho a la joven, seguía pensando que era tan solo una adolescente, ahora se ha dado cuenta de que, a pesar de seguir siendo demasiado joven, es muy madura mentalmente y es más que apta para reina adecuadamente.

- Debo reconocer que se parece demasiado a ti – Dorian mira sorprendido a su amiga, no esperaba un comentario como tal y menos una sonrisa acompañándolo – me equivoqué con respecto a ella, quizá si es adecuada para el trono.

- Desde luego que lo es, ni siquiera Haeri podría hacerlo tan bien como seguramente Olympia hará, lleva toda su vida luchando contra la imagen que se tiene sobre las princesas, es muy fuerte mentalmente, ni siquiera se quebró ante la pérdida de sus padres.

      Recuerda entonces a su madre, el momento exacto en que la vio inclinada contra los rosales, cuidándolos con cariño y tarareando una hermosa canción. La voz de la joven fue lo que llamó su atención al comienzo, pero lo que le atrapó fueron dos orbes verdes enmascarados por unas espesas pestañas y sus labios rojizos, incluso su larga melena castaña le cautivó.

     Más tarde quedó enamorado de su forma de ser, actuar y pensar, tan cálida, valiente, intrépida y fuerte. Para él ella era perfecta, era lo que necesitaba, incluso fue tremendamente feliz en el escaso tiempo que pasaron juntos.

     Ahora, en el presente, esa mujer tan increíble ya no está, pero en su lugar tiene una joven mucho más valiente, mucho más fuerte y bella, alguien que nació de ese amor y la mujer que más amó en toda su vida.

      Una enorme sonrisa se extiende en su rostro.

Lo hicisteis perfecto, Olympia es tan increíble... no puedo sentirme más orgulloso como padre. Gracias por cuidarla. Descansad en paz... Reyes de Peirl.

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