Llegué a casa, empapada por la lluvia, con todo el maquillaje corrido y los tacones en la mano, me puse a rebuscar en mi mochila, hasta que di con las llaves.
Entré en el pequeño recibidor que olía a madera y a las velas perfumadas de Adri. Deje en un rincón los zapatos junto a la cazadora de cuero negra.
No había comido nada en toda la noche y estaba hambrienta, así que me dirigí hacia la nevera. Había sido una idea pésima ir a esa fiesta. Y beber con el estómago vacío.
Imágenes de aquella noche me venían a la cabeza a modo de flashbacks. Como era de esperar, las imágenes estaban borrosas a causa del alcohol.
Necesitaba relajarme, pero cada vez se me hacía más difícil mantener una respiración normal. Cerré la nevera de un portazo y cada vez me costaba más respirar. Conocía bien esa sensación y había aprendido a controlar la situación, pero en ese momento me parecía imposible.
-Vaya, la niña buena, no es tan buena como parece. - Escuché una voz femenina detrás de mí. Me giré, en dirección a la enorme isla de mármol en mitad de la cocina.
Cuando me giré no vi a nadie. Pero esa voz me resultaba familiar, era la misma voz de mis pesadillas. Arrastraba las palabras y era áspera. Tenía muchísimo miedo.
- No es tan divertido cuando las cosas malas te pasan a ti. -Siguió esa voz.
Parecía tan real. No, es que era real, estaba segura. La voz se calló un momento y me gire en todas las direcciones, pero no veía a nadie, aunque me sentía observada.
Sentí algo en mi brazo izquierdo. Cuando lo miré, una mancha roja, en carne viva, como si me hubieran quemado apareció en mi brazo. Me dolía. Joder que si dolía, era insoportable.
Noté que alguien se acercaba a mí, pero cada vez me costaba más mantener los ojos abiertos, y no pude distinguir bien su cara. Empecé a marearme.
Sentí el frio suelo contra mi cara y de repente, todo se volvió negro.