El Ángel y la Princesa del In...

By RosesRozen

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Una historia de amor olvidada por el correr de los años. El amor fue considerado un pecado y se le castigo po... More

Prologo
Alexander
El Torneo
Aceptado
Lucifer
La Cena
La Caida
La pesadilla
10 años despues
Destino
La niña
Conociéndola
Al descubierto
El ataque
La infancia de Taira no Bara (segunda parte)
La infancia de Taira no Bara (tercera parte)
Un nuevo hogar
Espejo
Cerezos
Mascotas
Sombras del futuro
Inmortal

La infancia de Taira no Bara (primera parte)

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By RosesRozen

Rozen.

Antes de saber hablar ya oí mi nombre y supe que era Rozen. Mi madre lo susurraba, pero no dulcemente. Lo susurraba como si fuera un peligroso secreto. A veces incluso lo siseaba junto a mi oído, y yo notaba su aliento cálido cosquilleando mi piel. Nunca lo murmuro, y nunca lo gritó tampoco. Los murmullos son para las sirvientas, y los gritos para advertir a los demás. Ella no quería atraer la atención hacia mí de esa manera.

Pero ese nombre solo ella y yo lo conocíamos. Nadie más sabia de él, y cuando lo usaba sonreía, como si aquello de alguna forma le complaciese. Era algo privado, nuestro pequeño secreto, porque nadie sabía de él. Nunca lo usaba ante nadie más, ni siquiera ante mis hermanos.

Mi familia y demás personas me conocían por otro nombre: Bara.

Igual que las nieblas que se ciñen a las colinas gradualmente van clareando y desaparecen, y la forma sólida de las rocas y los bosques aparecen, igual la vida toma forma en nuestros recuerdos más tempranos, que desaparecen después. Entre el remolino de memorias y sentimientos mezclados de mi niñez, recuerdo el palacio donde vivía la familia de mi madre, y donde ella había crecido. Mi abuela y mi abuelo todavía vivían, pero cuando intento recordar sus rostros no puedo. Todos habíamos ido allí, huido allí más bien, a causa de los problemas con el Clan Minamoto, quienes deseaban las tierras de nuestro Clan, en la provincia de Ise, donde nuestros antepasados establecieron una dinastía importante de daimyo.

Ahora se que todo eso fue en la prefectura de Aichi, aunque por supuesto yo no comprendía nada de lo que sucedía. Solo sabía que nuestro palacio estaba al cobijo de una montaña, más abierto al sol y al viento que el otro en el que nos escondíamos, que era oscuro y cerrado como una caja. No me gustaba estar allí y deseaba volver a mi antigua habitación, esa que tenia un bonito cerezo en la ventana. Le pregunte a mi madre cuando seria aquello, cuando podríamos volver a casa.

-¿A casa?- dijo ella- Esta es nuestra casa.

Yo no lo entendía y sacudía la cabeza.

-Esta era mi casa, donde yo crecí.

-Pero no es la mía- insistía. Intenté no llorar al pensar que quizá nunca pudiera regresar allí. Pensé que había detenido las lágrimas en los rabillos del ojo, pero mi labio tembloroso me delató.

-¡No llores, pequeña!- dijo ella, estrechándome entre sus cálidos brazos- Las princesas no lloran, ni siquiera delante de sus madres- limpio mis ojos con pequeños besos- Ise no será tu único hogar, no importa si ahí naciste. Tu hogar siempre estará donde encuentras tu corazón. Recuérdalo siempre.

Asentí obediente, aún cuando seguía sin entender sus palabras. Ella sonrió satisfecha y arregló la peineta de jade que sostenía mi pelo. 

-Pronto mi niña, pronto- me susurro ansiosa- Pronto sabremos el tiempo que tenemos que permanecer aquí, y adonde tendremos que ir. El oráculo nos lo revelara.

El oráculo. El futuro. Augurios. Profecías. Hasta entonces yo era libre de todo eso. Era una niña sin importancia... o eso creía al menos. Después, gobernaron mi vida, los adivinas, los límites fijados por el destino, lo parámetros que me definían.

Íbamos dando sacudidas en una carreta por una tierra salvaje y boscosa. No se parecía en nada a la tierra en torno a Ise, recogida en su suave valle verdeante. Allí las colinas eran lubregas, cubiertas de sauces ensombrecían el camino. A medida que nos acercábamos a la montaña donde se escondía el lugar sagrado del oráculo, tuvimos que abandonar las carretas e ir caminando por un sendero con rodadas en un empinado ascenso.

-Así cuando llegas es más especial- dijo el mayor de mis hermanos, Ryu. Tenía siete años más que yo, y el pelo oscuro, era el único que había heredado los ojos azules de nuestra madre, pero con un carácter amistoso y alegre. Era mi mejor amigo entre mis hermanos, animoso y alentador, divertido, aunque siempre cuidadoso y vigilante conmigo, la menor – Si fuera fácil de encontrar, no sería una recompensa tan grande.

- ¿Recompensa? - subiendo con nosotros, resoplando y dando tumbos, veían Takeshi, el segundo de nosotros, era dos años menor que Ryu. Tan guapo como su hermano mayor, pero vivía en las sombras de la precaución y el peligro, que empañaban su bello aspecto- No veo ninguna recompensa, sólo un ascenso seco y polvoriento por el monte. ¿Y para qué? ¿Para que una vidente nos diga lo que debemos hacer? Sabes que, si a nuestro padre no le gusta lo que oye, simplemente lo ignorará. De modo que, ¿por qué nos molestamos en subir, cuando él podía quedarse en su habitación, llamar a una adivina y que hiciera el rito de adivinación allí mismo?

-Es nuestra madre quien debe saberlo- dijo Ryu- Ella dará mucho valor a lo que diga el oráculo, aunque nuestro padre no lo haga. Aunque es su trono, después de todo, esa es la cuestión.

-Y los malditos del clan Minamoto los que andan detrás de él. Y ahora, querido hermano, estrechemos manos y juremos luchar contra ellos. Hasta que su clan no sea más que el fantasma de un recuerdo.

-Serás mi primer comandante. No veo nada que lo impida- se rió Ryu tomando su mano.

-Si nuestro padre no recupera sus tierras, difícilmente podré servirte- dijo Takeshi.

-Bueno entonces nos ganaremos la vida como samurai...

-Siempre os las arreglareis, de eso estoy segura- De pronto la tercera estaba junto a nosotros, nuestra hermana y gemela de Takeshi, Nadeshiko - Es un gran don- Se volvió hacia mí- ¿Estas cansada?

Lo estaba, pero no pensaba admitirlo.

- ¡No, no que va! - Y me apresure, para demostrarlo.

Llegamos al pie de la montaña, donde un camino de angostas escaleras de piedra se encontraba frente a nosotros. Al anochecer llegamos a la cima, y oculta entre las rocas de la montaña había una pequeña y destartalada cabaña con techos de paja y chimenea medio derrumbada. No había sonido ni luz en el interior, ni siquiera humo que saliera de la chimenea. La puerta de la cabaña se abrió, y una figura, con sus ropajes oscuros y su capucha se asomó desde el interior.

-Los estaba esperando- dijo la mujer- Que entre la mujer y la niña. Los demás esperen- ordeno, y desapareció de nuevo en el interior de la cabaña.

Me quedé sorprendida. Nunca nadie les había ordenado a mis padres. Mi madre tomo mi mano y me arrastro hasta el interior.

Yo no quería ir. ¿Por qué me obligaba? Me retorcí e intenté soltarme.

En el interior de la cabaña había un gran salón de estar, con una pequeña y cerrada puerta en la parte posterior. En las paredes se alineaban estantes que iban desde el suelo hasta el techo, todas ellas rebosaban de cachivaches de todo tipo: libros, muñecas, tarros llenos de hierbas, cerámica, jade, joyas hermosas.

-Vengan- ordeno la mujer, sentándose en el suelo.

Mi madre la imito y me arrastro con ella. La mujer extendió su mano huesuda, mi madre tomo mi brazo y se lo ofreció. Sus manos eran como garras, me sujetaban tan fuerte que yo temía que me rompiera el brazo. Empezó a proferir unos sonidos extraños, sobrenaturales.

-Hija de Tenshi y Oni - Su voz era un sonido como el del agua en un pozo, distante y oscura- ¿Qué es como todo- reflexiono, trazando con su garra las líneas de mi mano- pero diferente a todo? Sus ojos...- Ella se inclinó hacia adelante y me cogió la cabeza, por un momento temí que me la reventara. Estaba tan cerca de mi que podía sentir su aliento golpeándome el rostro. Cerré los ojos con fuerza. No quería ver su rostro. Sus garras me apretaron con más fuerza, obligándome a verla. Le obedecí sin dudarlo. El rostro de la mujer seguía oculto tras su capucha dejando a la vista sólo su barbilla pálida y labios grises - ... Luceros del alba. Ella será el inicio y el final. ¡Ella será la ruina del Cielo, la ruina de la Tierra, a causa de ella se librará una gran guerra, y muchos morirán!

La mujer aspiraba y espiraba con aspereza emitiendo un sonido espantoso, medio jadeo medio rugido. Mi madre estaba inmóvil a mi lado. La indefensión de mi madre me asustó más que nada. Era como si la mujer, mediante un extraño poder la hubiera paralizado.

-Tenshi- murmuro ella entonces- Tenshi...

Luego, repentinamente, el hechizo se rompió. Dejo de respirar laboriosamente y me soltó la cabeza. Me cosquilleaba el cuero cabelludo, y mi muñeca tenía un moretón con la forma de su mano.

Mi madre me ordeno salir de la cabaña, y ella se quedó a solas con la mujer. No sé qué fue lo que le dijo. Yo todavía seguía temblando por aquella mujer.

-Bruja- corrió Takeshi - Es la bruja Yamamba, ella sabe muchos secretos del mundo y también anuncia profecías. Es uno de los oráculos más viejos e importantes- Takeshi sabia esas cosas. Tenía 10 verano cumplidos, y se había preocupado de enterarse de esas cosas- Lo que dice siempre es verdad. Diga lo que diga el oráculo... bueno, hay algunos trucos. No siempre ocurre como piensa la gente.

- ¿Por qué solo entro Bara? - pregunto Nadeshiko, su gemela- Yo también quiero que me diga de mi futuro.

Takeshi le miro.

-Ya sabes porque- dijo.

-¡No, no lo se!- exclamo ella- ¡Dímelo!

-No soy yo quien tengo que decírtelo. ¡Preguntarle a nuestro padre!- dijo.

Corrimos de vuelta al palacio de mis abuelos. Mi madre y padre se encerraron en una conferencia con el viejo general y su mujer, y a mí solo me quedo vagar por mis desiertas habitaciones. A mí no me gustaban, y todavía me dolía la cabeza por las garras de la bruja. Me toque con delicadeza y note el bulto de las costras.

"Gran guerra... muchos hombres morirán... Tenshi" No sabía que significaba todo aquello, pero sí que había alarmado a mi madre y padre... y hasta a Ryu, que normalmente no tiene miedo a nada, ya que seria quien heredará el clan luego de nuestro padre.

Cogí un espejo e intenté ver las heridas que tenía en la cabeza. Volví el espejo de un lado y otro, pero la herida estaba demasiado atrás para poder vérmela. Entonces, Nadeshiko llegó y me quito el espejo de la mano.

- ¡No! - grito. Había auténtica alarma en su voz.

- ¿Me puedes ver la coronilla- dije yo- Yo no. Eso es lo que quería hacer.

Ella me separo el pelo.

-Tienes unos arañazos, pero no son muy profundos. En un par de días desaparecerán- Mantuvo el espejo agarrado con firmeza en la mano.

Y así fue como supe que tenía prohibido usar un espejo. Era una cosa tan sencilla, una superficie de plata liquida que reflejaba una imagen muy pobre, en cualquier caso. Yo había visto poca cosa cuando sujetaba el espejo arriba para mírame la cabeza. El rostro que vi, fugazmente, no era el que había imaginado, y aun así lo olvidé rápidamente.  También fue cuando empecé a utilizar un velo. Por ser aún muy joven, mi presencia no era necesaria en las reuniones del clan o en las visitas de importantes señores al palacio, pero en las contadas ocasiones en las que debía estar, era presentada con un velo. Nadie a parte de mi familia o los samurais del clan me habían visto sin él, y los sirvientes tenían prohibido mirarme al rostro si lo tenía descubierto.

Aún era muy joven para cuestionar las acciones de mi familia, así que lo tomaba como algo normal de mi rutina. Aun cuando en el pasado andaba sin velo y no me escondían los espejos.

Mi madre se miraba bastante a menudo al espejo. Parecía que cada vez que yo entraba en su habitación ella se estaba mirando al espejo, levantando las cejas, volviendo la cabeza para mirase las mejillas de un lado y otro, o pintándose los labios. Siempre dejaban a un lado el espejo cuando me veía, e incluso llegaba a sentare encima para evitar que yo lo cogiera.

Ella era hermosa.

Poseía un rostro delgado y largo. Su nariz era una perfecta hoja fina y afilada, que separaba sus ojos pequeños y azules, y eso era lo que más llamaba la atención cuando la mirabas: sus brillantes ojos que ven la belleza del mundo y dominaban su rostro. La cualidad más seductora que poseía era su vivido colorido. Tenía la piel muy blanca, el cabello negro, y unas mejillas que siempre parecían sonrojadas y encendidas.

Se llamaba Mitzuki, un nombre que yo encontraba muy bonito. Significaba "luz de Luna", y ella siempre había sido bella y enigmática, de modo que, al elegir aquel nombre para ella, mis abuelos le habían dado un marco en el que crecer. 

Mi nombre secreto, Rozen, era menos claro. Le pregunté a mi madre una vez por él, cuando la encontré mirándose al espejo y ella lo escondió a toda prisa, porque me había puesto ese nombre y que significaba. 

-Yo sé que Ryu significa "dragón", y como es tu primogénito, yo pensaba que significaba el cortejo de mi padre te había conquistado por su fuerza.

Ella echo atrás la cabeza y soltó una risa ronca, divertida.

-El cortejo de tu padre fue como él, político- Viendo mi confusión, ella dijo- Quiero decir que fue arreglado por mis padres. Fue una alianza para unir nuestros pueblos.

-Pero, ¿Qué pensaste de él cuando le viste por primera vez?

Ella se encogió de hombros.

-Que no era desagradable y que podría soportarle.

- ¿Y eso es todo lo que busca una mujer? - pregunte, vacilante y también un poco conmocionada.

-Si- Ella me miro con dureza- Aunque en tu caso, creo que podremos pedir algo más, conseguir un trato mejor. Y en cuanto a los demás nombres: Takeshi recibió el nombre porque será la mano derecha de su hermano, y luchara por él en el futuro; y Nadeshiko significa "flor de clavel", la nombramos así porque tu hermana es muy bella.

-Pero ¿y mi nombre? ¡Mi nombre!

Los niños están más interesados en sí mismos. Yo estaba impaciente por oír mi propia historia, la historia especial de mi misma desde antes de lo que podía recordar, un misterio del cual sólo mi madre tenía la clave.

-Bara- ella inspiro aire con fuerza- Era difícil elegir tu nombre. Tenía que ser... tenía que reflejar- ella, nerviosamente, empezó a retorcerse un mechón de pelo, un habitó al que volvía en tiempos de incertidumbre o agitación; yo lo sabía muy bien- Tenia que reflejar tu verdadera esencia.

-Pero tú también me llamas "Rozen" ¿Qué significa eso? - Yo quería que me lo explicara también, que me explicara todos mis nombres.

-Ese es tu verdadero nombre.

-Pero si todos me dice Bara- exclamé- ¿Cómo puedo tener dos nombres? ¿Y cómo uno puede ser más verdadero que otro?

Ella se encogió de hombros.

-Porque Rozen es quien eres.

- ¿Cómo lo sabes?

-Los dioses me lo dijeron en un sueño. Mucho antes que nacieras.

- ¿Te hablan mucho los dioses madre?

-A veces, cuando es necesario.

- ¿Crees que algún día me hablen a mí?

-Esperó que no- De repente se inclinó hacia abajo y me tomo las manos- No siempre son buenos los augurios de los dioses. El saber puede ser una carga muy pesada para los mortales- Me acarició la mejilla- Ahora no debes preocuparte por el porvenir. Ahora ve a tus habitaciones. Pronto nos iremos de aquí. El ejercito de tu padre venció y pronto volveremos a Tsu.

¡Ah, qué maravilla poder volver! De vuelta en nuestro palacio maravilloso y grande, arriba en la colina, por encima del valle del rio Kanmu, mirando desde lo alto la cuidad de Tsu, en la llanura. Lo echaba tanto de menos. Me encantaba mi habitación, con sus pinturas de pájaros y flores en los muros blancos, y el viejo cerezo que estaba justo en el exterior de mi ventana.

En esos días, mi vida estaba llena de sol, de viento y de risas. Corría por todo el palacio, podía tener todo aquello que desease. Cantaba, jugaba y aprendía mis lecciones de la anciana sacerdotisa que trajeron para mí. No me hacía falta nada, no deseaba nada que no tuviera al alcance de la mano. Recuerdo aquellos tiempos como los más inocentes y más felices..., si la felicidad consiste en no tener deseos en absoluto, ni preocupaciones, como si vivieras flotando y sin soñar.

Pero, como tenía que ocurrir, un día levante la vista, cuando mis ojos y mi corazón tuvieron más edad y más capacidad para discernir, y vi la alta muralla que rodeaba nuestro palacio, separándome de todo lo que había detrás. Empecé a pedir que me llevasen afuera, para ver lo que había en las praderas, las montañas y la cuidad. Y me encontré en una negativa rotunda.

-Debes permanecer siempre aquí, dentro de los muros del recinto del palacio- me dijo mi padre en un tono de voz que desaconsejaba la discusión.

Por supuesto, los niños siempre preguntan porque, pero el no quiso decírmelo.

-Tienes que hacer lo que te diga- Esas fueron sus últimas palabras.

Se lo pregunte a mis hermanos, pero ellos pusieron reparos, cosa muy rara en ellos. Ryu, que normalmente era intrépido, dijo que debía respetar los deseos de nuestro padre, y Takeshi afirmo oscuramente que él tenía sus motivos.

¡Como detestaba ser la pequeña! ¡Los otros podían ir y venir a su antojo, pero yo debía tenía que quedarme siempre adentro, como una prisionera! ¿Nunca me dejarían salir, nunca seria liberada?

Me decidí a exigir que me permitieran salir fuera. Tenían que enseñarme a cazar; tenía que ser capaz de salir a las montañas con un arco, porque era muy embarazoso que ya tuviera siete años y todavía no hubiese sujetado uno siquiera. Éramos un clan de samurais, donde inclusive a las mujeres se les enseñaba a pelear. Me dirigí a los aposentos de mi padre, tras apartar a cada lado a los guardias que había a cada de la entrada. Me sentía rara empujándolos de aquella manera, teniendo yo una tercera parte de tamaño que ellos, pero yo era una princesa y tenían que obedecerme.

Aquel día, el recinto del trono estaba oscuro y vacío. Las cámaras privadas del Ministro, separadas de las de mi madre, que estaban arriba, junto al recinto, se encontraban a un lado del palacio, al otro lado de las habitaciones de los niños. Aparecieron más guardias a medida que me acercaba a las salas interiores, y yo los fui apartando también.

Oí la voz de mi padre. ¡Estaba allí! ¡Ahora era el momento de hablar con él! Le diría que deseaba muchísimo salir fuera del recinto del palacio. Pero entonces oí mi nombre. Me detuve y escuché.

-Bara- dijo- ¿Podremos ocultarlo?

¿Ocultar qué? Noté que mi corazón se detenía y luego se ponía en marcha a toda velocidad.

-No tenemos otra opción- Era la voz de mi madre.

-Los rumores ya corren.

-Déjalos hablar- dijo ella- Son simples habladurías.

-No del todo- dijo mi padre con voz dura- Y si no se apaciguan ella no valdrá mucho para una alianza de matrimonio.

- ¡Ya lo sé, ya lo sé! - ladro mi madre- Me doy cuenta- Y ahora notaba el dolor de su voz- Pero... ella es mortal... nunca ha presentado alguna marca o...

- ¡Mírala! ¡Mira sus ojos! – La voz de mi padre sonaba agitada. ¿Qué tenían de raro? No lo entendía- No es nada definitivo. Podría manifestarse algo con la madurez.

-No, el anillo no lo permitirá.

¿De qué anillo hablaba? Baje la vista a mis manos, en ambas tenia anillos. En la derecha tenia uno plateado, con el kamon de nuestro clan: la mariposa de los Taira. Es un anillo que todos herederos del clan recibían al nacer. Y en otra mano, tenía un anillo de oro con una flor extraña. Flor de la que, según mi madre, recibía mi nombre. Ambas joyas las había tenido siempre, por lo que me pregunte de cuál de las dos estarían hablando.

-Con o sin anillo. Su rostro no es algo que puedan amortiguar- musito mi padre.

-Su belleza puede ser algo beneficioso.

Oí que el profería un ruido apreciativo.

-Tienes razón- dijo el- Podríamos logran una gran alianza con el clan Fujiwara.

-O el clan Tachibana- dijo ella.

Y entonces la cosa siguió por los mismos canales que sus planes habituales, y supe que ya no podía enterarme de nada más. Entre rápidamente en la habitación e hice mi petición de salir del palacio, ver lo que había fuera. Ambos fruncieron el ceño y se negaron. Mi padre dijo que se debía a que yo era demasiado joven. Mi madre dijo que era porque yo ya tenía allí todo lo que necesitaba.

Al cabo del tiempo obtuve una pequeña victoria: persuadí a mis padres de que me dejaran ir con mis hermanos a cazar. Me permitieron ir a los terrenos de caza reales privados en el monte, que estaba detrás, adonde no podía pasar ningún extraño.

-Te dejaremos que empieces con liebres- dijo Ryu- No se pueden volver contra ti, pero corren muy rápido y es un gran reto darles con un arco y flecha.

Los claros y las cañadas del bosque se convirtieron en mi mundo. Me importaba menos la caza que la persecución de la presa. Me encantaba correr por los bosques. Era ligera de pies, tanto que mis hermanos me decían Kaze, que significaba "viento" en nuestra lengua común.

-Mi querida hermana, quizás una carrera de pretendientes no sea mala idea- dijo Takeshi- Seguro que ganaras las primeras vueltas, y así podrás ir posponiendo lo inevitable.

Suspire, apoyando la espalda en el tronco de un roble y dejando que su corteza se clavase en mi piel. Mi padre había empezado a hablar del matrimonio de Nadeshiko; dijo que pronto seria el momento de casarla. Todos los jóvenes casaderos de las tierras que nos rodean, e incluso de lugares lejanos como Tokio, competirían por ella. Porque con la mano de Nadeshiko venia la alianza con uno de los cuatro clanes más importantes.

-En los tiempos antiguos, ¿no tenían que morir los perdedores? - pregunte.

-Esas son las leyendas- dijo Takeshi- En realidad, creo que los hombres son más precavidos.

-Entonces si lo pongo como condición para mi competición... ¿desanimaría a muchos hombres? – dije, en broma, pero de repente las palabras de la sibila ("muchos morirán") volvieron a mi mente – No, no, no quería decir eso- añadí, rápidamente.

A medida que iba teniendo más habilidad, mis hermanos me dejaban cada vez más sola y no me acompañaban a todas partes. A menudo, cuando iba persiguiendo alguna presa, la dejaba escapar y me quedaba echada entre las verdes hojas de hierba, al pie del elevando monte. Había cañadas neblinosas con alfombras de musgo donde el sol se reducía a pálidos rayos que buscaban la tierra. Me encantaba estar allí, donde me sentía en un lugar tan privado que ni siquiera el sol podía penetrar.

Entonces olvidaba las discusiones que cada vez oía más y más cuando llegaba inesperadamente a ver a mis padres,  sus ásperas voces cuando se peleaban. En el bosque, los animales no guardaban secretos, ni los arboles hacían que me veían con apremio. En el bosque no había enemigos secretos.

Siete inviernos habían pasado desde que nací.

Mi madre, a menudo me llamaba a sus aposentos con el pretexto de preguntarme qué me estaba enseñando mi tutor. Si le decía que estábamos aprendiendo de los dioses, ella me hacía preguntas. Al principio eran fáciles: "Dime los dioses más importantes". Y yo se los recitaba. Pero luego me hacía preguntas mucho más difíciles. Un día me pidió el nombre de los monstruos divinos de los puntos cardinales.

Empecé a nombrarlos: Genbu, la tortuga; Seiryu, el dragón azul; Suzaka, el ave feniz rojo y Byakko, el tigre blanco.

- ¿Cuál de ellos nos resguarda? - pregunto ella.

-Byakko, el guardián del oeste.

Ella sonrió satisfecha.

-Byakko siempre ha sido guardián del clan Taira. Recuerda siempre encomendarte a el- Hizo una pausa, y sirvió te para ambas. Luego aspiro aire con fuerza- Ahora háblame de los yonkai.

Parpadeé sorprendida. Hace siglos que los oni y los yonkai asediaban el mundo. Y cuando los clanes no se enfrentaban entre ellos luchaban contra los seres sobrenaturales. Mi tutor me había hablado de ellos, pero de manera vaga. Todos les temían, y era de creencia popular que el simple hecho de nombrarlos los atraía.

-Pues son muchos- musite en voz baja. Ella me miro con dureza, así que proseguí: - Los yonkai son más poderosos que los humanos, y debido a esto, tienden a actuar con arrogancia sobre los mortales. Los yonkai también tienen valores distintos a los nuestros, por ello existe enemistad entre nosotros. Ellos son generalmente invulnerables al ataque humano, pero pueden ser derrotados por monjes y sacerdotisas. 

- ¿Y qué me dices de los hanyo?

-Son seres que poseen sangre humana y sangre yonkai, son híbridos- dije- Hijo entre un humano y un yonkai. Aunque hace siglos que habido una unión así.

- ¿Eso es lo que te ha dicho?

-Sí, eso es- dije, retorciendo las mangas de mi kimono nerviosa- Los yonkai ya no se unen con humanos.

-No del todo- dijo él. Abrió la boca como si fuera a decir algo más, pero lanzo un hondo suspiro de resignación- Y dime, tu tutor, ¿no te ha dicho algo curioso de la progenie de los yonkai?

No sabía que era lo que quería decir.

-No- conteste al final- Por supuesto, son bellos en su mayoría, y todos fuertes y poderosos. Pero aparte de eso, no lo sé. Son todos muy distintos.

- ¡Y todos son criados por los Yonkai! - grito ella, levantándose de un salto con tanta rapidez que mis ojos apenas podían seguirla- ¡Siempre son criados por su padre sobrenatural!

- ¿Y eso porque es importante? - pregunte yo.

-Porque lo hanyo siempre son despreciados entre los humanos- dijo en voz baja.

-Bueno, es igual, no importa dije- No veo que eso nos afecte a nosotros.

Ella me miro con dureza.

-Es hora de que vayamos a los misterios- anunció, dado por terminado el tema- La diosa Benten está ligada a nuestra familia- dijo- Ya eres lo bastante mayor. Iremos al santuario en la montaña, y allí aprenderás cosas de tu diosa guardián. Y ella puede revelarte muchas cosas, si así lo decide.

Estaba decidió que iríamos en el momento de la celebración de los grandes misterios, en otoño. Yo podía empezar entonces ya mi iniciación, para que cuando llegase al santuario pudiera experimentar los ritos secretos de una forma completa. Solo aquellos que se habían preparado, y habían sido aceptados por el dios podían contemplar su naturaleza secreta.

Una vieja sacerdotisa que había servido a mi madre desde la niñez me instruyo en privado. La sacerdotisa, Ayame, empezó llevándome a pasear entre los campos recién plantados, mientras me contaba la historia con una voz cantarina. Yo tenía que llevar un velo que me cubriese el rostro, para que los trabajadores de los campos no me viesen. Así, el día, que era muy claro, parecía nublado. Andando detrás de nosotras venían dos samurais armados con sus katanas.

Aunque mi visión estaba menguada, podía oír bien, y las aves y los gritos de voces humanas me indicaban que era aquella época exultante del año en que la tierra se regocija mientras se calienta de nuevo. Olía el aroma mohoso de la tierra recién revuelta y oía los ronquidos y los profundos mugidos de los bueyes que tiraban de los arados. Detrás del arado curvo veía el campesino esparciendo las semillas, echándolas en los surcos, y tras él, un niño con un azadón para cubrirla de nuevo. Graznado y dando vueltas en torno a su cabeza, los cuervos buscaban alimento.

Hasta el sonido ronco de sus gritos me parecía alegre. El chico chillo y los espantó con su sombrero, riendo mientras tanto.

-La tierra se regocija. ¿Y por qué? - Ayame se detuvo de repente, tan abruptamente que tropecé con ella. Se volvió y me miro, pero no pude verla a través del velo.

-Porque Byakko nos ha bendecido con su regreso- recite, diligente. Eso lo sabía todo el mundo.

- ¿Y?

-Nos procura bienestar antes de la llegada de Genbu, quien traerá consigo al invierno.

Ella asintió.

-Ahora dime los objetos que sostiene la diosa Benten en sus ocho brazos.

-En seis de sus brazos sostiene un arco, una flecha, una espada, una llave y una joya sagrada mientras que las otras dos manos restantes están cruzadas en posición de oración.

-Bien. Si. Y dime, ¿veremos y oiremos a la diosa Benten?

Yo estaba sorprendida.

-Pues no estoy segura. Si lo hiciéramos ¿la veríamos a lomo de un dragón? ¿Verdad?

-Si- Ayame me tomo la mano y nos pusimos a caminar de nuevo, bordeando los campos. Ahora los surcos eran como cabellos verdes y pequeños, muy frágiles- Benten se casó con el dragón para que con su buena influencia él dejara de alimentarse de los niños de la aldea de Koshigoe.

-Fue muy valiente.

-Si. Seguramente la veas en la ceremonia de los grandes misterios. Te lo prometo.

Me estremecí de emoción al pensarlo.

Además de los ritos sagrados, Ayame también empezó a instruirme en el antiguo arte de las plantas medicinales. Me enseñaba sus nombres y propiedades. Algunas eran venenosas y mortales, otras eran curativas, estaban las que serenaban el espíritu y las que producían el sueño. Me gustaba conocer las virtudes de las plantas. En los días cálidos, Ayame me llevaba por la colina, recogiendo yerbas y raíces de todo tipo. Esos eran mis días preferidos, pues podía alejarme más de lo común del recinto del palacio, aunque siempre íbamos escoltadas por dos guardias. Algunas veces, en nuestras largas caminatas, Ayame me llevaba al interior del bosque.

Yo andaba tras ella con trabajo, debía esforzarme por mantenerme a su altura. Se detuvo, y señalo una flor con hojas picudas.

- ¿Ves esta flor? - me dijo.

-Es el diente de león- respondí.

- ¿Sabes para qué sirve?

-Facilita la digestión y calma los cólicos.

Ella sonrió. Le encantaba enseñar, y sobre todo le gustaba comprobar que aprendía. Había logrado en meses aprender los nombres de todas las plantas en aquel bosque que tenían función medicinal. Ayame evitaba que aprendiese sus enseñanzas como una cantinela, siempre me explicaba los porqués de cada tratamiento. Con poco tiempo, yo conocía ya muchos remedios y el cuerpo humano. Disfrutaba aprendiendo y Ayame me dijo alguna vez que yo poseía el don de la sanción. Decía que quizá se debía a que mi madre me había traído al mundo una luna llena, por eso- afirmaba Ayame- yo sabía relacionarme con las plantas y con las enfermedades de los hombres.

El octavo invierno de mi vida paso.

Al finalizar mi lección del día, mi madre y yo habíamos estado sentadas en el luminoso patio del palacio, acariciadas por el sol diurno. En verano, la zona abierta era un susurro de hojas de los arboles ornamentales repartidos por allí, y las aves, esperando comida, saltaban de rama en rama. Eran tan mansas que caminaban a nuestros pies, picoteando nuestros dedos para coger una miga o dos. Luego piaban, saltaban hacia atrás y se alejaban volando con rapidez. Subían por encima del techo del palacio y se iban. Cuando les vio volar, mi madre se rio con una risa profunda y llena de emoción, y yo la miré y vi que era muy hermosa. Sus ojos oscuros seguían el vuelo de las aves y yo podía seguirlo también mirándola a ella.

-Ven conmigo, Bara- dijo, de pronto- Tengo que enseñarte una cosa- Se puso de pie y me tendió su esbelta mano, cargada de anillos. Cuando apretó mi mano, los anillos se me clavaron, dolorosamente. Obediente, la seguí de vuelta a las habitaciones.

Ahora que me estaba haciendo mayor, era consciente de que sus habitaciones estaban decoradas mucho más ricamente que el resto del palacio. En los murales de las paredes había representado los paisajes más bellos y exquisitos, llenos de color y vida. 

En una de las mesas, apoyada contra una pared, guardaba sus objetos más preciados y favoritos: siempre vi allí varios recipientes y cajas redondas de oro puro, y su espejo con mango de jade, boca abajo. Tuve el deseo de coger aquel espejo y mirarme largamente.

Ella vio que mis ojos iban en aquella dirección y meneo negativamente la cabeza.

-Ya se lo que estás pensando- dijo- Deseas ver por ti misma cual es el objeto de la curiosidad de tantos. Bueno, el día que estés prometida y que sepamos que estas a salvo, entonces podrás mirarte. Hasta entonces... tengo algo para ti.

Abrió una caja oblonga y saco una tela brillante que parecía una nube. Pero estaba única a una peineta de oro y jade. La agito a un lado y otro, de modo que la tela bailaba ante la luz del sol, que se filtraba a su través. Pequeños arcoíris se formaban en ella y desaparecían en un parpadeo. Me recogió el pelo y la coloco entre mis rizos, presionando la peineta hacia abajo.

-Es momento de que tengas un velo adecuado- dijo, mientras mi visión se emborraba.

Tiré de la tela y lo quité.

- ¡No pienso llevarlo! ¡No hay necesidad aquí en el palacio, todo el mundo me conoce, no puedo soportarlo! – Retorcí la tela entre mis manos, intentando estropearla. Pero por muy fuerte que la estrujara, se negaba a arrugarse, tal era la maravillosa calidad de aquella tela.

- ¿Cómo te atreves? – dijo ella, arrancándome el velo- Esto cuesta una fortuna. ¡Lo hice tejer especialmente para ti, y la peineta podría haber sido un collar precioso!

-Pues no lo haré nunca más, no pienso esconderme detrás de un velo. Debe de haber algo malo en mí. Tú dices que soy bella, pero debo de ser un monstruo, para que me ocultes de la vista. Por eso no dejas que me mire en el espejo. ¡Bueno, pues ahora voy a hacerlo!

Antes de que pudiera detenerme, salte al otro lado de la habitación y agarre el espejo. Corrí entre las puertas y durante un instante, antes de que ella me agarrase el brazo, vi mi rostro en la superficie brillante y pulida del bronce, lo vi a la luz del sol. O más bien vi una parte de él... los ojos, medio ocultos por unas espesas pestañas negras, y la boca y las mejillas. En aquel breve instante vi mi rostro sonrojado, el luminoso violeta de mis ojos. Y eso fue todo, porque me arrancaron el espejo de la mano y mi madre se quedó de pie ante mí. Esperaba que me golpease o me sacudiese, pero no lo hizo. Durante un instante me cruzo por la mente que ella me tenía miedo, en lugar de lo que sabría más tarde: que tenía miedo de hacerme daño si lo hacía, y que cuidaba muy bien sus posesiones.

-No, no eres un monstruo- dijo- aunque a veces te comportas como si fueras- Y entonces se echó a reír y, de pronto, el feo momento paso- Bueno, no tienes que llevar el velo aquí, pero debes prometerme que nunca abandonaras el recinto del palacio ni saldrás sin un guardia o sin un instructor, y que, en ese caso, te cubrirás siempre. Ah, Bara..., hay mucha gente que nos desea todos los males, que sería capaz de raptar a una princesa con bastante facilidad. Y no queremos que eso pase, ¿verdad?

Yo negué con la cabeza. Pero sabía que había algo más. Parecía que le preocupara más que me raptaran a mí que a ninguno de los otros niños. Además ¿Quién se atrevería a raptar a una princesa del  clan Taira.

Los días se empezaban a acortar. Al principio no se notaba apenas nada, solo en que podíamos ver las estrellas un poco antes. Luego la luz de la mañana se inclinaba de manera distinta en mi habitación, y los vientos que soplaban en el palacio cambiaron. Susurrando por el lado oeste, trayendo consigo noches más frescas para poder dormir. Al fin ya era momento de acudir al santuario de los misterios y reunirnos con nuestra diosa.

Partimos al amanecer, y nos levantamos antes incluso para compartir, en silencio, el té sagrado. Luego nos ataviamos con kimonos de coló azul oro y las túnicas que llevamos en su honor, una que era el coló de los océanos que protegía, y cogimos las antorchas. Una carreta chirriante, con nuestras ofrendas de los campos y los árboles, estaba ya dispuesta para seguir el camino con nosotros. Cuando el sol irrumpió en el horizonte, ya estábamos dispuestos en las suaves colinas que conducían hacia el santuario.

Yo llevaba el odioso velo, tal y como había prometido, y entonaba los himnos a la diosa que me habían enseñado. El aire era fresco y lo perfumaba el aroma de los campos cosechados. De repente me sentí abrumada por la belleza y la plenitud del otoño.

Mientras íbamos avanzando, los caminos eran más empinados, y pronto la carreta no pude trepar con nosotros. Los sirvientes cogieron las ofrendas y las cargaron en cabestrillos; las gruesas jarras de té, las cestas de fruta, oscilando. Las cestas sagradas con los objetos rituales iban aparte, en una plataforma para ella sola. A medida que ascendíamos se unían a nosotros riadas de personas que procedían de las chozas y de las casas al pie de las colinas. Mi madre se volvió para asegurarse de que yo llevaba el velo.

A medida que avanzábamos, me di cuenta que la gente me observaba, me apuntaban de forma discreta y murmuraban entre ellos. Hiroshi y Katsuro, los samurais que siempre me escoltaban, se cerraron en torno a mí, agarrando las fundas de sus katanas como advertencia para los aldeanos. Algunos callaron y se limitaron simplemente a observarme con más recato.

Cuando nos alejamos de la gente mi padre anuncio:

-Hoy la diosa nos da lecciones- dijo mi padre, moviendo la boca de aquella forma extraña, como que siempre estaba pensando- Acabó de aprender una: como debemos llamar a Bara a partir de ahora. Diremos que es la mujer más bella de Japón. Sí, eso diremos de ella. Debe seguir con el velo, y eso aumentará la curiosidad y hará subir su precio como novia.

-Me falta todavía mucho para casarme...- Ah, esperaba que fuera así. Solo tenía ocho años, era demasiado pronto para hablar de ello siquiera- El velo...

-Lo que la gente no puede ver fácilmente, lo imagina. Lo desea. Se consume por ellos. Y las cosas que uno desea son muy caras, y la gente paga sumas elevadas por ellas. Si hubiese arcoíris cada mañana, serian ignorados. Si tenemos un arcoíris aquí, en ti, entonces, proclamémoslo, pero permitamos que muy pocos lo vean.

Mi madre entrecerró los ojos.

-La mujer más bella de Japón. ¿Nos atreveremos? ¿Nos atreveríamos a afirmarlo?

Yo espere a que mis hermanos debatieran. Negaran dicha afirmación, pero todos se quedaron callados.

Continuamos ascendiendo. El monte era tan alto que la nieve duraba aun en su cumbre recortada, mucho después de las flores de cerezo hubiesen desaparecido, y llegaba muy pronto, antes de que se recogieran las cosechas.

La luz del día se desvanecía cuando nos aproximamos al lugar sagrado, tal y como debía ser. Un bosque Cielo de sauces negros apareció a la vista, como al fondo de los otros árboles, oscilando en la brisa nocturna y susurrando sus misterios. Fuimos andando entre el estrecho pasillo que creaba, y luego, de repente, aparecimos en un terreno llano, donde ardían centenares de antorchas y al fondo se alzaba el templo de Benten.

-Las diosas os saludan- A mi lado, una sacerdotisa con un mano me tendía una taza y me invitaba a beber.

La llevé hasta mis labios y reconocí la poción con sabor a menta cosechada en el campo sagrado de Benten. Ella me hizo un gesto hacia un hombre que estaba de pie con una antorcha llameante, de la cual debía prender la mía. Le obedecí.

Una vez encendida mi antorcha, me indicaron que me uniera a las luces remolinantes en el campo que tenía ante mí, que transformaban todo el terreno en un cielo repleto de estrellas.

-Danzamos por la diosa- susurro una sacerdotisa a mi oído- No te asustes, no retrocedas. Ofrécete a ella.

Rodeada de la oscuridad, sentí como si volviera a nacer, ya fuese verdad o no. El terreno oscuro era irregular y resultaba difícil evitar tropezar, pero los bailarines parecían flotar por encima del suelo, y al unirme a ellos, yo también. Perdí a mis padres, perdí a mis hermanos y a mi hermana; deje a Bara que tenía que llevar un velo y mantenerse oculta y obedecer, y me alce como Rozen, libre. Noté que Benten me tomaba de la mano. La oí murmurarme: "Cuando él te llevé lejos, no será el cautiverio, sino la libertad". Podía notar el roce de su mano dulce y suave, aspirar el aroma profundo de su cabello. Aunque no la veía, de alguna manera sabía que era color oro.

De repente, todo se quedó muy quieto. La danza cesó, y las sacerdotisas levantaron las manos. Apenas veían en la luz desfalleciente. Luego hicieron la señal de que formásemos una gran espiral en el terreno sagrado de danza. Su punta entraría primero en el templo, y luego es resto se iría desenrollando detrás. A medida que entrábamos, teníamos que sofocar las antorchas en un enorme abrevadero de piedra que estaba justo en el exterior del edificio. Cada antorcha sumergida en el agua entonaba una última y chamusca protesta.

En el interior estaba terriblemente oscuro. Una oscuridad profunda, tenebrosa, como la oscuridad de la tumba, como la oscuridad qué hay cuando nos despertamos y no sabemos si todavía estamos vivos. Solo la presión de otros cuerpos a mi alrededor me tranquilizo y me dijo que no había muerto y que no estaba perdida.

-Inclinaos ante la diosa- nos dijeron.

Noté, más que vi, un movimiento en una dirección, y seguí. Ante mí, oí suspiro y quejidos, y mientras me aproximaba, apenas pude vislumbrar la oscura sombra de la estatua de Benten con sus ocho brazos extendidos. Pasamos ante ella rápidamente, sin que nos permitieran quedarnos, y nos condujeron a otra sala más pequeña.

Nos sumergimos mucho más profundamente en la oscuridad, como si hubiésemos bajado con ella al abismo. Note que caía.

Al fondo, donde aterricé después de resbalar largo rato, me encontré sola. Me puse en pie y quise averiguar dónde estaba. A mi alrededor solo había oscuridad y negrura, una noche sofocante.

-A esto tendrán que enfrentarse todos los que están arriba- susurro una leve voz contra mi mejilla- Pero tu..., tu nunca tendrás que venir a este lugar de oscuridad. Este es el destino de los mortales.

-Yo soy mortal- Al fin pude articular las palabras.

-Sí, de alguna manera- Un suave suspiro y una risa- Depende de ti lo mortal que seas.

La voz... la presencia... Yo había acudido para los misterios, y ellos me habían prometido que la divina epifanía se manifestaría por si sola. Y había ocurrido entonces.

-No sé qué quieres decir- dije.

-Tu madre no te ha hecho ningún favor- Ella (porque sabía que era una mujer) dijo entonces: - Tenía que haberte contado la verdad sobre tu engendramiento.

-Si lo sabes, te ruego que me lo digas- grite. Al parecer estaba sola con ella; me había concedido una audiencia privada. No había nadie a nuestro alrededor. ¿Habría caído en un pozo secreto?

-No puedo- dijo ella- No me corresponde a mi decirte. Yo solamente tejí en el telar del mundo tu llegada.

- ¿Quién eres? - murmure.

- ¿De quién es este santuario? - Parecía disgustada.

¡Ah, no, que no se disgustara!

-El de Benten.

-Justamente. ¿Y quién soy yo?

-Benten.

Entonces sentí un calor que se extendía y me rodeaba.

-Has dicho la verdad. Es uno de los tantos nombres que poseo.

Ella se acercó a mí. La sentía a mi lado.

-Princesa- murmuro- Puedes confiar en mí. Siempre estaré contigo. Tiempos difíciles se aproxima. Ten cuidado con los demás ángeles, confía solo en tu guardián.

- ¿De qué hablas?

-No pierdas la esperanza- dijo.

Entonces desapareció.

***
Decidí mejor publicarlo de una vez. Estaré luego muy ocupada para actualizar. Gracias por seguir leyendo y votando.

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