Poesía Villana

By Lau_Antigona

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"GANADORA DE LOS WATTYS 2018" ¿Saldrías con un hombre por culpa de un chantaje? Puesto #28 en Paranormal 28/0... More

*Epígrafe:
*Sinopsis:
*Prefacio:
*Primera Parte: "Ilusiones"
*Capítulo Uno: "Un hombre"
"Una poesía para ti"
*Capítulo Dos: "Sí, te amo"
*Capítulo Tres: "Eric"
*Capítulo Cuatro: "Hola"
*Capítulo Cinco: "Hola... otra vez"
*Capítulo Seis: "Fuera"
"Un comentario para Ifigenia"
*Capítulo Siete: "Te odio, en verdad" (Primera Parte)
*Capítulo Siete: "Te odio, en verdad" (Segunda Parte)
"Una rima para Polifemo"
*Nota de la autora:
*Capítulo Ocho: "Perdí"
*Capítulo Diez: "No"
*Capítulo Once: "No tiene sentido"
"Un adiós para él"
*Nota de la autora:
*Capítulo Doce: "Tal vez"
*Capítulo Trece: "Terciario"
*Capítulo Catorce: "Desaparición"
*Segunda Parte: "Revelaciones"
*Capítulo Quince: "Portadora"
*Capítulo Dieciséis "Dispersión"
*Capítulo Diecisiete: "Mentira"
*Capítulo Dieciocho: "No te vayas"
*Capítulo Diecinueve: "Polvo y partículas"
*Nota de la autora:
*Capítulo Veinte: "En sus sueños"

*Capítulo Nueve: "Vencedor"

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By Lau_Antigona

"No tengo paz ni puedo hacer la guerra; temo y espero, y del ardor al hielo paso, y vuelo para el cielo, bajo a la tierra, nada aprieto, y a todo el mundo abrazo".

—Francesco Petrarca

La pesadez del aire sucio de una larga noche, acarició su piel dañada por la crueldad de los eventos que estaba obligado a vivir, en completa soledad y sin la menor contemplación de aquellos que lo confinaron a ser un ente del infierno.

En medio de la tormenta de sus hondos pensamientos, él dio un último suspiro, mientras una palabra pretendía escapar de sus labios empapados con un líquido pegajoso, que con un despliegue travieso, creaba un camino en dirección a su mentón.

Él rompió el silencio con una sutil plegaria a la brisa ennegrecida por el pecado, y como un acto ceremonial, sacó un pañuelo del interior de su chaqueta azulina. Con ligeros movimientos, comenzó a eliminar los rastros de culpabilidad de sus manos, manchadas con la sangre de un adversario, que iría perdiendo la vivacidad a medida que transcurriera el tiempo.

—Me sorprende que seas tan hábil en situaciones... en las que, aparentemente, no vas a ganar —Eric terminó la fastidiosa labor de quitarse toda la suciedad de su rostro y manos, aunque la persistente sensación y el olor desagradable seguían plantados en su cuerpo, él no se inmutó más de lo debido.

Con la misma tranquilidad en los movimientos de sus larguiruchos dedos, Eric dobló el pañuelo y lo depositó en el mismo lugar que antes lo resguardó. El joven meditabundo, dejó de mirar al pobre individuo postrado a sus pies y captó en su panorama la figura grácil de una mujer que no medía más de un metro y medio.

El rostro blanquecino que se perdía entre las sombras, semejante al algodón, y la delgadez de su figura sin el menor de los atributos, la dejaban confundirse con una niña adorable, cuando en realidad las décadas que había visto pasar a través de sus grandes e inexpresivos ojos, se contaban por centenas.

—No necesito que alabes cada una de mis capacidades, Anael —la desdeñó con el asco único que creaba para ella.

Observándola con rencor y un sentimiento que él nunca supo identificar, se sumió en la extensión prolongada de ideas, que no lo dejaban dormir por las noches.

No le cabía en la cabeza como podía tener revoloteando a una mujer como esa a su alrededor, causándole molestias, y cierta complacencias, ya que al cumplir sus caprichos faltos de consciencia, ella se estaba ganando una gran parte de su desprecio. Incluso, a pesar de la necesidad que los unía, él la quería lejos.

Mas le era infructuoso intentar hallar una manera de deshacerse de un ser tan liberado de las calamidades que lo rodeaban. En oposición a lo que él creía, ella no podría renegar jamás de la visión propia que tenía del mundo. La vida podía devastar a quien se atreviera a interponerse en el camino equivocado; las flores sin la luz del sol se marchitarían; sin embargo, una hiedra venenosa como ella, sobreviviría bajo cualquier circunstancia, eliminaría de su ambiente, en un parpadeo, el mal que pudiera rozarla.

El destino podría tornarse cruel y lastimero; no obstante, ella conocía cada evento que ocurriría al derecho y al revés... y Eric la necesitaba para conseguir, de modo indirecto, esa información vital para sus planes; e irónicamente, la quería a millones de kilómetros de distancia por el mismo motivo. Tenerla cerca lo arrastraría a lo que más temía: la Desunión.

Le resultaba ilógico, pero para ser el vencedor, primero tenía que vencerla a ella... Al destino.

—Y ante la luz opaca de la mirada, el portador de desgracias perecería —Eric no le prestó atención a la predicción incoherente y no pedida que ella acababa de regalarle al mundo monocromático que la saludaba. Al menos, haberla visto de cerca por algunos años, le daba la potestad de soportar las cosas sin sentido que eventualmente decía. Datos carentes de razón, que cobraban fuerza con cada reacción que desataba una acción no premeditada.

Anael tenía la capacidad de conocer el futuro, pero su maldición o bendición, era no poder revelar absolutamente nada con palabras concretas. Sus visiones, materializadas en palabras, eran inentendibles.

Ella no podía decirle nada del futuro a Eric o estaba condenada a la muerte, pero sí podía guiarlo a la hora de tomar decisiones. Ese era el truco con el burlaban la maldición de Anael.

—¿Fuiste a vigilarla? —inquirió con la llanura de una voz tétrica, al ver como el ser sin alma tirado en el mugriento suelo, comenzaba a perder el color de la vida que le había sido arrebatada con suma facilidad.

—Por supuesto, me tuve que convertir en una horrenda abuela para acercarme —con el sigilo de una damisela en apuros, Anael avanzó unos pasos como si estuviese volando. A unos centímetros del hecho que incitaba su curiosidad, ella se sentó en cuclillas y comenzó a examinar al hombre que tenía los ojos abiertos y opacos, perdidos en el infinito. Su imaginación le hizo comprender que ese cadáver, en algún momento, fue dueño de una belleza extraordinaria, y ahora, sin los preciados suspiros, no era más que un saco de piel y huesos, que acabaría convertido polvo—, ella estaba en el parque con una amiga que me causó mucha intriga —habló mientras sus manos comenzaban a acariciar las mejillas del miserable. La joven se hallaba entretenida con su inspección, mas apartó su suave tacto en cuanto sintió una gota del líquido rojo, chocar contra su piel—. Sentí algo en su fortaleza... su esencia me resultó extraña, creo que no es humana —prosiguió, y mientras hacía un gesto de desagrado, limpió su mano en la parte trasera de sus vaqueros.

Eric no le prestó atención al detalle otorgado como un extra. No le importaba nada referente al círculo social de la mujer que perseguía con tesón.

Cansado de una carecía sin presa, y con la noche cayendo sobre sus hombros, él emprendió la marcha en dirección a un lugar que alimentara su sed de guerra. Al notar que se alejaba a paso acelerado, la joven mujer que acababa de arribar, se puso de pie y comenzó a seguirlo, siempre manteniéndose unos pasos detrás de él.

—¿Por qué me estás ayudando? —Eric se detuvo en seco en cuanto salieron del apretado callejón maloliente, en el que se encerró a cometer un pequeño ajusticiamiento que tendría un efecto en su ordenado estilo de vida, que aparentaba ser normal—. ¿No se supone que ante la Corte de los Guardianes, es un delito?

Ni siquiera él pidió su ayuda... una noche, parecida a la que vivenciaban, Anael se acercó a Eric y le dijo que quería darle sus dones transparentes a cambio de la libertad.

Fue tan simple como respirar, porque con un simple parpadeo, ambos supieron que sus planes no saldrían a flote sin su mutuo apoyo.

—Los designios de tu esencia dictaminan que... —Anael cerró sus gélidos ojos azules y levantó el mentón en dirección al cielo oscurecido por el cambio de horas, ella juntó ambas manos sobre su pecho antes de proseguir con un vocabulario, que casi siempre, lo estresaba—, montado sobre una nube blanca, te enrumbe hacia un colosal abismo —concluyó la jovencita, sonriendo con esa inocencia maldita que le otorgaba el ser una virgen por la eternidad.

—Deja los estúpidos rodeos y dime por qué lo haces —farfulló despedazando el buen juicio que le restaba.

Le quemaba la garganta el descubrir el futuro que las situaciones adversas le escondían. Anael percibió en medio de su trance la rabia de sus intenciones. En un acto lento, abrió los ojos y al verlo victimizado por la furia y la curiosidad, soltó una carcajada que resonó por las calles desoladas y sin ápice de vida.

El sentimiento de molestia en Eric se intensificó al comprobar que era el objeto de una burla. Controlándose para no ser agresivo, se giró sobre sus talones y exterminó la distancia entre los dos. Con la sutileza de un bárbaro, tomó a la delgada jovencita de los brazos e hizo que sus cuerpos se apegaran. No hubo ninguna implicación sexual en aquel acto, solo una irritación que no desapareció ante el soplido de las advertencias: "No debes tocarla o arderás en llamas".

—Comentar más allá de lo permitido por el universo, causaría que yo desfalleciera antes la puesta de sol —manifestó ella, sin abandonar el toque de picardía que provocaba la furia de su adversario.

—¿No te arrancaré ni una sola palabra por tu estúpida maldición? Sabes muy bien que puedes indicarme qué hacer ¿Debo seguir detrás de Madeleine? ¿Podré fingir que ella es mi Predestinada? —aunque en medio de su aparente calma, se dejaba vislumbrar una furia asesina, ella no se dejaría amedrentar por un hombre que tenía mucho que dejar caer en el infierno. Porque Anael sabía cosas que ni en sus peores pesadillas, él podía llegar a dilucidar.

—No te diré nada —expresó sonriente.

—¿Por qué? —el porvenir se transformaba en la alimaña que lo acosó en sus pesadillas de niño. El único terror instalado en su corazón ensombrecido por sus más descabellados propósitos: no conocer que pasaría, lo atemorizaba en exceso.

—Te lo he dicho cientos de veces, mi querido Eric —sus brillantes ojos azules, se oscurecieron al reflejar como la luna llena era ocultada por una gigantesca nube blanca. Sus alientos chocaron y la sangre de Eric hirvió al comprender que estaba librando una batalla sin cuartel—: No pretendas encontrar la salvación de tu amor, en el mismo lugar de donde quieres obtener sangre. 

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