Serendipity

By raquellu47

19K 1K 289

Sustantivo, \ser-uh n-dip-i-tee\: hallazgo afortunado e inesperado que se produce de manera accidental o casu... More

PARTE 1
PARTE 2
PARTE 3
INTERLUDIO
PARTE 4

EPÍLOGO

2.5K 206 51
By raquellu47

A/N: Bueno, voy a ser breve porque son las 3 de la noche y oye, creedme o no, estoy algo cansada.

IMPORTANTE: este epílogo tiene lugar 2 años después del último capítulo. Lo especifico a lo largo del capítulo, pero para no crear confusión innecesaria, ya lo aclaro aquí. Alterno las POV de Beca y Chloe, también creo que queda bastante claro, pero lo dicho, no hay necesidad de confundir a nadie. Los diálogos que están entre paréntesis son recuerdos de conversaciones. El título viene de una gran canción de Marc E. Bassy junto a Hailee Steinfeld: Plot Twist.

Creo que eso es todo, espero no olvidarme nada, pero la cama me está llamando y es difícil concentrarse. Ah, no lo he revisado así que es probable que haya errores. Disculpas por adelantado. Y bueno, siempre me apena terminar una historia, pero eso solo significa que pueden venir otras nuevas y mentiría si dijera que eso no me hace revolotear de la emoción.

Dicho esto, muchas gracias a todos los que habéis leído y comentado en este fic. ¡A disfrutar!

-------------------------------------  

EPÍLOGO: PLOT TWIST, I NEVER THOUGHT IT WOULD END UP LIKE THIS

7:54 PM. Riff Records, NY.

Suspiras y te frotas la cara, agotada. Con cada parpadeo es como si tuvieras arenilla en los ojos que te rasca y los irrita, aunque sabes perfectamente que eso se debe a que llevas cuatro horas sin descanso mirando la pantalla del ordenador.

- Vale, eso ha estado genial – felicitas en auto-piloto. Sueltas el botón que permite que los artistas te escuchen dentro de la cabina de grabación y levantas ambos pulgares para darle más énfasis a tus palabras.

Dios sabe que Emily necesita que se lo repitas de cincuenta formas distintas para creérselo.

Adoras a la artista, tiene un talento increíble, pero se deja llevar demasiado por las inseguridades. Tú intentas ser todo lo paciente que puedes, eres consciente de que la morena solo tiene diecinueve años – a pesar de que te saque tres cabezas de altura –, y ser tan joven en una industria tan dura como la musical, no es fácil. Pero qué le vas a hacer, no naciste siendo precisamente una persona paciente y morderte tanto la lengua es difícil.

De ahí que las sesiones con Emily siempre te dejen física y emocionalmente agotada. Cada sesión con Emily te deja necesitando tres meses de vacaciones para reponerte.

Si sus peticiones de repetir lo mismo cien veces, "por si acaso, siempre viene bien tener un plan de contingencia" no fueran suficientemente tediosas, el tener que lidiar con alguien tan inexperto, indeciso e inseguro es bastante para acabar con toda tu energía vital. Estás bastante segura de que, a medida que tú pierdes fuerzas, las gana Emily. Como si fuera algún tipo de dementor, solo que en vez de hacerte sentir frío y desolación, Emily sería un dementor que trae calidez con ella, te regala margaritas que ha arrancado del césped de la esquina y se pone a contarte qué ha pasado en su vida desde la última vez que os visteis a pesar de que tú no le has preguntado ni has mostrado interés alguno.

Ya has aprendido a desconectar cuando la joven empieza a hablar atropelladamente sobre cualquier cosa, haciendo aspavientos con sus manos tan violentos que tu rostro se encoge en una mueca por segundo cuando se acerca demasiado a los delicados micrófonos de la cabina.

Por qué tu jefe consideró que tú eras la persona adecuada para lidiar con semejante bola de energía nerviosa, nunca lo sabrás. Quizá él también vio las numerosas similitudes entre la personalidad de Emily y la de Chloe.

Chloe.

Suspiras para disimular el pinchazo en tu corazón que te provoca pensar en ella en esta noche del año en concreto, y desvías la mirada al calendario que reposa frente a ti en la parte más alta de la mesa, aunque sabes perfectamente qué día es hoy.

31 de diciembre del 2019.

Hoy se cumplen dos años desde que os quedasteis encerradas en el ascensor de su edificio, vuestro aniversario no oficial, como os gustaba llamarlo en broma. Porque esa noche fue cuando vuestra historia empezó, aunque no se consolidase hasta dos semanas más tarde.

Pero este año, por primera vez desde aquella noche, no lo vais a celebrar juntas.

- ¿Beca?

Al escuchar tu nombre, sales de tu hondo agujero de tristeza y autocompasión y parpadeas varias veces para situarte en la realidad. Haces girar la ancha silla de cuero hasta encarar a los padres de Emily: Thomas Junk y Catherine Hardon.

Siempre acompañan a su hija en sus sesiones contigo, dado que vienen a Nueva York específicamente para que Emily pueda perseguir su sueño de ser cantante. Te parece admirable y, para qué negarlo, a veces hasta sientes un poco de envidia porque no crees que tus padres hubieran estado dispuestos a hacer lo mismo.

Al principio te preocupaba que estuvieran presentes. Temías que fueran a actuar como abogados, respirando en tu nuca y censurando cada pequeña cosa que hicieras que no encajase con su código moral; sin embargo, pronto te diste cuenta de que eran incluso más enrollados que Emily. Simplemente se sentaban en el sillón del estudio y observaban todo lo que ocurría, y cuando decidieron que eras una persona de confianza, incluso comenzaron a dejaros solas mientras ellos se iban a ver la ciudad.

Empujas los cascos hasta que resbalan sobre tus hombros, un peso reconfortante y familiar que nunca falla a la hora de tranquilizarte; y una señal silenciosa que los Junk ya han aprendido a leer.

- ¿Hhhmm? – murmuras, indicando que ahora sí que estás escuchando.

- ¿Os queda mucho? – inquiere Catherine dulcemente –. Nos gustaría poder ir a Times Square a ver la bola caer y pronto van a empezar a cerrar calles.

Claro, fin de año. Estás tan centrada en ignorar la fecha y lo que supone, que se te olvida de verdad.

Tus ojos revolotean hasta fijarse en el reloj en la esquina superior derecha del Mac y una exclamación ahogada escapa de tu garganta al ver la hora que es.

- ¿Son las ocho ya? – tu voz se alza unas octavas más de lo normal por la sorpresa y casi saltas de la silla, pero te controlas en el último momento –. Oh dios mío, lo siento mucho – te disculpas rápidamente –. Pensé que era mucho más pronto.

- ¿Qué está ocurriendo? – pregunta Emily, asomando la cabeza por la puerta que conecta el estudio con la cabina de grabación. Dado que está insonorizada, no se ha enterado de nada.

- Ya está por hoy, Em – anuncias mientras te giras hacia la pantalla del ordenador y comienzas a guardar y cerrar todos los programas que tenías abiertos. Como un segundo pensamiento, te acuerdas de la felicitación pertinente y le lanzas una sonrisa –. Buen trabajo hoy.

Y nunca dejará de fascinarte la velocidad con la que tres simples y básicas palabras son capaces de iluminar el rostro de la joven cantante. Una sonrisa se extiende por sus labios, de oreja a oreja y exuberante de felicidad, como si un cumplido por tu parte fuera lo mejor que le hubiera pasado nunca. Cosa que no descartas, porque Catherine te ha hablado del crush que Emily tiene contigo.

(- No deja de hablar de ti. Que si "Beca esto, Beca lo otro..."

- Ugh, mamaaaaa. No voy a volver a hablar contigo en la vida.)

- ¿En serio? – pregunta la joven, dando un pequeño saltito de emoción.

- En serio, Em – le aseguras, y tu sonrisa se tiñe de cariño porque, a pesar de que te agote, no puedes evitar encontrarla adorable –. Un par de sesiones intensivas más como esta, y tu primer disco estará listo para ver mundo.

La cantante deja escapar un grito que acalla con sus manos sobre su boca cuando se da cuenta de lo alto que es, y se gira hacia sus padres con la incredulidad pintada en el rostro. Mientras la familia celebra la buena noticia entre ellos, tú apagas el ordenador y la mesa de mezclas, y recoges tu maletín.

Te pones el abrigo, enroscas la bufanda azul marino alrededor de tu cuello y sujetas tus ondas castañas con el gorro del mismo color.

(- ¡Mira, Bec! ¡Es del mismo color que tus ojos! Tienes que comprártelos, estarás preciosa.)

- Bueno, familia – hablas una vez estás preparada para hacer frente al frío de las calles neoyorkinas –, siento tener que interrumpir, pero tengo que coger un avión en una hora y aún tengo que recoger mis cosas del hotel.

- ¿Te marchas ahora? – por el tono de voz de Emily, parece que acabas de informar tranquilamente que has atropellado a un perro de camino al trabajo.

Sin embargo, los Junk te siguen fuera del estudio y por el iluminado, aunque vacío, pasillo de Riff Records hasta el ascensor.

- Um... Sí – respondes.

- ¿En fin de año?

Te cuelgas la tira del maletín del hombro cuando empieza a escurrirse sobre la resbaladiza tela del abrigo y miras con nerviosismo el número cambiante del ascensor a medida que descendéis hasta el nivel del suelo.

10 pisos.

- Em – le regaña su padre con suavidad, una alerta de que está a punto de cruzar la línea entre lo respetuoso y lo que no lo es.

5 pisos.

- Perdón – se disculpa la joven –. No pretendo ser cotilla...

- No pasa nada – le tranquilizas con una sonrisa que estás segura que ha sido más una mueca que otra cosa, pero esperas que tenga algún tipo de efecto de todos modos.

Las puertas metálicas del ascensor se abren con un pitido y ahogan el ruido de tu suspiro de alivio. Salís todos juntos y abres la pesada puerta acristalada del edificio para que salgan ellos primero, quedándoos parados al borde de la acera mientras esperáis en el frío a que pase un taxi vacío.

Por fin consigues frenar a uno, y dejas que los Junk monten primero para que lleguen a tiempo a Times Square. Thomas te estrecha la mano, como siempre, y tus dedos entumecidos no agradecen el tacto helado de sus guantes de cuero; Emily te atrapa en un abrazo que no eres capaz de rehuir a tiempo y se mete en el taxi tras desearte un feliz año nuevo.

Catherine, sin embargo, parece un poco reticente a marcharse. Se queda parada en la acera sin hacer amago alguno de subir al taxi.

- Oye, si quieres unirte a nosotros, sabes que estaremos encantados – ofrece con una sonrisa amable.

- Muchas gracias, pero debo coger un vuelo a Los Ángeles – esperas que de verdad note que agradeces inmensamente que estén dispuestos a acogerte igual que si fueras un perro perdido que han encontrado en la calle.

Quizá esta noche es precisamente lo eres.

- ¿Te espera alguien en casa? – inquiere, y sus ojos marrones se clavan en ti igual que si estuviera leyendo tu alma. No dudas de que ya sepa todos sus secretos y el motivo por el que tu corazón te duele en el pecho esta noche.

- No exactamente – respondes con una sonrisa un tanto triste.

Agradeces el frío que congela tus lágrimas de manera inmediata en cuanto comienzan a formarse en tus ojos, aunque amenazan con desbordarse a pesar de todo cuando Catherine te envuelve en un suave abrazo maternal, como si comprendiera lo ocurrido y respetase tu decisión.

Antes de que el conductor pueda impacientarse más de lo que ya está, insistes en que se marchen ahora mismo o correrán el riesgo de quedarse a medio camino a Times Square. Les despides desde la acera hasta que el taxi se mezcla en la constante marea del tráfico de Nueva York, el caos de la ciudad acentuado por la fecha.

Cruzas al otro lado y te subes en otro taxi.

- Al hotel Rooselvet, por favor – indicas en cuanto eres capaz de frenar el temblor de tu mandíbula.

El conductor arranca y os alejáis en dirección opuesta a Times Square y la gente que celebra la llegada del año nuevo.

-------------------------------------

8:32 PM. 7º B, Wilshire, L.A.

Revoloteas por el apartamento hacienda comprobaciones de último minuto para asegurarte de que todo esté perfecto para cuando empiecen a llegar los invitados a las 9, aunque sabes de primera mano que, teniendo a Aubrey de compañera de piso y coanfitriona, todo está perfecto.

Pero necesitas una distracción. Algo que te mantenga ocupada e impida que pienses. Que tu cabeza se vaya a tu móvil, tan silencioso que cada segundo que ves la pantalla en negro absoluto es un pinchazo más en tu maltrecho corazón. De hecho, crees que no ha estado tan callado en dos años, desde aquella semana en la que esperabas con mal disimulada desesperación que Beca diera señales de vida después de pasar juntas la noche de fin de año.

Beca.

Tu corazón está con ella esta noche a pesar de todo. Es el motivo de que estés contando que haya suficientes botellas de champán, aunque sabes que habéis comprado de más para aseguraros precisamente de que hubiera suficientes. Y aunque estás tan despistada que pierdes la cuenta cada dos por tres y te toca volver a empezar.

Estás por el cuarto intento cuando sientes la cálida presencia de Aubrey a tu espalda. Sus manos reposan sobre tus hombros y, con la misma delicadeza con la que se recogen los restos de cristal de un vaso roto, te aleja de las cajas de botellas.

Te dejas guiar por tu mejor amiga hasta que llegáis a tu habitación. Gracias al reflejo de tu espejo, ves que Aubrey ya está completamente arreglada para la fiesta: se ha puesto un increíble vestido blanco que se pega a su cuerpo como una segunda piel y que, aunque no puedes verlo ahora, sabes que tiene un increíble escote que deja toda la espalda de tu mejor amiga al descubierto, porque tú misma le insististe para que se lo comprara.

- Estás preciosa, Bree – murmuras en un susurro de admiración.

La rubia esboza una sonrisa llena de cariño y acepta tu cumplido con un apretón en tus hombros y una mirada significativa a través del espejo.

Tu pobre fachada se rompe y ahora entiendes la delicadeza con la que te toca, porque eres realmente un trozo de cristal roto. Tus ojos se inundan en lágrimas otra vez, una más de las tantas que has derramado esta semana y sientes cómo Bree te hace girar hasta que la estás mirando y te atrapa en un abrazo.

- Te voy a manchar el vestido – intentas protestar entre lágrimas, a pesar de que esto es precisamente lo que necesitas.

- No importa, Chlo – te asegura Bree, abrazándote con más ganas.

Tus brazos se enroscan con fuerza alrededor de la cintura de tu mejor amiga, y quizá no es el cuerpo que tanto anhelas volver a abrazar, quizá no es el perfume que anhelas que vuelva a llenar tus pulmones y tranquilizar tus nerviosa, quizá no es piel pálida lo que acarician tus manos u ondas castañas las que te hacen cosquillas en el cuello y cara.

Pero por el momento te vale.

No lo calma del todo, pero sí ayuda a mitigar el dolor de tu corazón.

- Lo siento, pensé que ya se me habían agotado todas – te disculpas, rompiendo el abrazo para secar la cascada incesante de lágrimas que cae por tus mejillas.

- ¿Quieres explicarme por qué estabas contando obsesivamente las botellas de champán? Sabes que esa es mi labor – bromea Aubrey, y se te escapa una risa húmeda.

- Supongo que acabo de tener uno de esos famosos golpes de realidad, ¿sabes? – explicas –. Como que hasta ahora no había sido del todo consciente de que, después de dos años, este fin de año no lo vamos a celebrar juntas. Y sé que es una tontería llorar por esto, pero...

- Es tu noche favorita del año – termina tu mejor amiga por ti, comprensiva. Te aparta mechones pelirrojos que se te han quedado pegados a la cara y los recoge detrás de tu oreja con cariño –. Es normal estar molesta por ello, Chlo. ¿Sigue sin haber llamado?

Sacudes la cabeza, pensando otra vez en tu móvil silencioso sobre la mesilla y tu corazón da una dolorosa sacudida.

- Ni siquiera un mísero mensaje.

- Bueno, seguro que pronto se pondrá en contacto contigo, aunque solo sea para felicitarte fin de año – te asegura con convicción.

La observas, cautelosa, intentando descifrar el brillo de sus ojos verdes y la calma que desprende. Entrecierras los ojos y por un momento te olvidas de tus penas para centrarte completamente en tu mejor amiga.

- ¿Sabes? Estas reaccionando de manera extrañamente calmada. Hace dos años, tendría que haber evitado que fueras a arrancarle a la cabeza a Beca.

Aubrey ríe y se encoge de hombros despreocupadamente.

- Ya sabes lo que dicen, ¿no? ¿Año nuevo, vida nueva? – te pregunta de forma retórica –. Pues eso estoy haciendo, te presento a la Aubrey nueva que intenta tomarse todo con más calma y menos vómito a propulsión.

- ¿No se supone que tienes que esperar al año nuevo para la vida nueva? – devuelves con una risita.

- Oh, calla – te regaña ella, aunque sigue sonriendo –. Te doy media hora para que llores todo lo que tengas que llorar, porque luego vas a salir ahí fuera y pasártelo bien, porque sé que Beca no querría que te amargases la noche por esto – te advierte.

Asientes con una sonrisa un poco temblorosa y, mientras ves a tu mejor amiga dirigirse a la puerta de tu habitación, sientes estallar en tu pecho una repentina oleada de gratitud hacia ella.

- ¿Bree? – llamas antes de desaparezca por el umbral. La rubia se para y gira para mirarte, las cejas arqueadas –. Gracias – dices con total sinceridad.

Ella sonríe dulcemente y te guiña un ojo antes de marcharse.

Miras la hora en el reloj y ves que el tiempo sigue corriendo por mucho que a ti te gustaría que se detuviera. Que se parase y comenzase a correr hacia atrás. Suspiras, agotada física, pero sobre todo emocionalmente, de tanto llorar; y decides que ya es suficiente.

Es hora de pintarse una sonrisa en los labios hasta que se vuelva cada vez más fácil y, un día, ya no necesites fingir. Pero, de momento, es hora de empezar a actuar otra vez como una persona con un corazón entero latiendo dentro de su pecho.

Tienes una fiesta a la que acudir.

-------------------------------------  

9:23 PM. 7º B, Wilshire, L.A.

La gente no deja de llegar. Desde que el reloj marcó las nueve de la noche, el timbre no ha parado de sonar, hasta el punto de que, una vez terminas de recibir a unos compañeros de trabajo de Aubrey, ya ni te molestas en cerrar la puerta.

La sujetas con el reno que sujeta un cartel de bienvenida para que se mantenga abierta y te dedicas a mezclarte con vuestros invitados. A cada paso que das te encuentras con nuevos conocidos que debes ir a saludar y mantener una corta conversación con ellos para ver qué tal les va en la vida. Siempre te despides con promesas de quedar a lo largo del año, a pesar de que sabes que ni tú ni ellos vais a hacer esfuerzo alguno por convertirlo en realidad.

Siempre has sido una persona social por naturaleza, de modo que conoces a mucha gente. Gente que son meros conocidos, de esos que saludas si te cruzas con ellos, pero nunca va mucho más allá; o gente con las que has tenido largas conversaciones en algún momento de tu vida, y con los que eres capaz de reenganchar como si el tiempo no hubiera pasado sin importar cuánto llevéis sin veros. Mientras otros se sienten agobiados y perdidos entre tanta gente – Beca –, a ti te encanta ir revoloteando de grupito en grupito.

(- Eres como una abeja, ¿te has dado cuenta?

- ¿Qué? ¿A qué te refieres?

- Vas de persona en persona, como las abejas van de flor en flor.

- ¿Y eso es malo?

- No, al contrario. Es una de las razones por las que te quiero tanto.)

Lo bueno de tanto socializar es que te mantiene distraída. Tu mente está en sobrecarga sensorial y de información, e impide que se centre en la notable ausencia que sientes a tu lado.

O, por lo menos, que se centre todo el rato.

Porque sí que la notas. Como un puñal que se va clavando más hondo cada vez que te das la vuelta para hacer algún comentario divertido cuando alguien entra por la puerta, sabedora de que a Beca le encanta cuando sacas tu lado maruja y empiezas a susurrarle los trapos sucios de la gente que está a punto de conocer, pero solo para darte cuenta de que estás sola. Cada vez que, de manera completamente automática, estiras tu mano a la espera de que fríos y esbeltos dedos adornados con anillos se entrelacen entre los tuyos y te completen; pero solo hay aire alrededor. Cada vez que tus amigos se dan cuenta y te preguntan por el paradero de Beca, asumiendo que está en la fiesta, pero escondida en algún lugar, probablemente cerca de donde el alcohol esté guardado; y te toca responder que no ha venido y ves sus "oh" y sus miradas de compasión.

No lo entienden, y te da rabia que asuman cosas, pero no te vas a poner a corregirles a todos.

Solo de pensarlo te agotas.

- Toma – alguien te ofrece un vaso con bebida, y cuando alzas la mirada, sorprendida, descubres que es Jesse. No puedes evitar sentir un pinchazo de desilusión, aunque rápidamente te regañas a ti misma por ser estúpida y estar esperando algo que no va a pasar. A alguien que no va a venir –. Me ha parecido que tenías aspecto de necesitar una copa.

- Gracias, sí que la necesito – respondes, aceptando la bebida y dando un largo trago. Es ginebra con limonada.

(- ¿Qué es esto?

- ¿Confías en mí?

- ¡Claro!

- Pruébalo.

- Mmmhh, ¡está rico! ¿Qué es?

- Ginebra con limonada, tenía la sensación de que serías ese tipo de chica.

- ¿Ah sí?

- Ajá. Burbujeante, dulce, aunque con un toque ácido. Justo como a mí me gustan.)

De repente ya no necesitas tanto el alcohol. Sientes un nudo en el estómago y las lágrimas picarte en las comisuras de los ojos, y parpadeas varias veces porque no es el momento. Te niegas a causar otra escena, no cuando llevas dos años pasando los mejores fin de años de tu vida.

Jesse debe de notar tu repentino rechazo a la bebida, porque carraspea y esboza una mueca de disculpa, como si se acabase de acordar precisamente de por qué se convirtió en tu bebida favorita. Quién te la enseñó.

- Si quieres... ¿Te traigo otra cosa? – se ofrece.

Hace tiempo que no le veías tan nervioso. Desde aquella mañana en que se presentó en la puerta de vuestra casa con desayuno como ofrenda de paz por haberla cagado de manera monumental.

- No, no te preocupes – le tranquilizas, dejando el vaso casi intacto sobre la isla de la cocina.

Te preguntas si serás capaz de asociarlo todo con Beca, pero encuentras rápidamente la respuesta: no. Un gran y rotundo no. Cómo vas a ser capaz si desde hace dos años, tu vida y la de Beca están intrincadamente entrelazadas.

Hace dos años, Beca se convirtió en tu mundo. El lado bonito de algo que parecía estar condenado a ser un absoluto desastre. Nunca has dejado de darle gracias a tu ángel de la guarda por provocar que fuera Beca con la que te quedases atrapada en ese ascensor, o que el ascensor dejase de funcionar en primer lugar cuando nunca antes había dado problemas y nunca más volvió a darlos.

Fue tu golpe de suerte.

-------------------------------------  

11:15 PM. Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, L.A.

- Señoras y señores, en unos minutos comenzaremos el descenso al Aeropuerto de Los Ángeles. Por favor, enderecen sus asientos y cierren sus mesitas.

La voz robótica de una azafata se deja oír a través de los altavoces esparcidos por el avión, pero no prestas atención alguna a las instrucciones. Tu mesita se ha pasado las cinco horas del viaje cerrada, y no puedes echar tu asiento hacia atrás porque está situado en cola y detrás de ti se encuentran los baños.

Lo único que demuestra que has escuchado el anuncio es el hecho de que te agachas para recoger tu maletín con el portátil de debajo del asiento y lo colocas en tu regazo, preparada para agarrar tu maleta y salir corriendo en cuanto las puertas del avión se abran.

Echas una mirada nerviosa al reloj y te muerdes el labio inferior, preocupada.

- Tranquila, llegaremos a tiempo – te dice el señor sentado a su lado.

Confundida, parpadeas varias veces y te giras hacia el hombre. Es la primera vez que le prestas atención desde que te levantaste para dejarle pasar hasta el asiento de la ventana. Es un señor que tendrá más o menos la edad de tu padre, alto y delgado y con expresión amable.

Quizá sea porque esta noche tus emociones están exaltadas, quizá sea que el desfase horario y la semana de duro trabajo te están empezando a pasar factura, pero no eres capaz de simplemente ignorarle como habrías hecho cualquier otro día.

- Eso espero – murmuras.

El señor te sonríe de vuelta y te sientes un poco mejor contigo misma.

(- Becs, deberías intentar ser más amable con la gente.

- ¿Para qué?

- Primero, la amabilidad es atractiva; y segundo, descubrirás que la vida mejora cuando no todo el mundo piensa que eres una capulla.)

El avión se sacude y tus oídos se liberan de la presión de la altura de golpe en cuanto el tren de aterrizaje hace contacto con el asfalto de la pista de aterrizaje. Todavía estáis reduciendo la velocidad y dirigiéndoos al puesto indicado cuando te sueltas el cinturón y te tensas en el asiento a la espera del momento en que puedas salir corriendo de allí.

Recuperas tu móvil del bolsillo del abrigo que llevas doblado en el regazo y le quitas el modo avión. Impaciente, golpeas el borde del aparato con el dedo índice mientras busca cobertura y empiezan a llegarte todos los mensajes.

Ves que Emily te ha mandado una foto con una felicitación en mayúsculas y demasiados emojis para tu gusto, pero no te paras a contestar en este momento. Vas directa a un hilo en concreto, donde un mensaje está esperando a que lo leas desde hace dos minutos.

Dónde estás?

Vas a llegar a tiempo?

He mandado a Jesse a que vaya a por ti

Escribes un rápido mensaje de vuelta, informando que acabas de aterrizar y vas para allí, y saltas de tu asiento en cuanto el avión por fin se detiene. Metes el móvil de cualquier forma en el bolsillo de tus vaqueros y abres el compartimento superior, tirando de tu maleta hasta que todo su peso descansa en tus brazos. La depositas en el suelo y agarras tu abrigo del asiento, doblándolo sobre tu brazo.

- Suerte – te desea el hombre.

Te pausas y te giras para mirarle.

- Gracias, feliz año.

- Lo mismo digo.

Le regalas una fugaz sonrisa antes de andar a paso rápido por el enmoquetado pasillo, esquivando a la gente que comienza a moverse para coger sus maletas. Llegas como una exhalación frente a la puerta todavía cerrada del avión y te ganas una mirada divertida por parte de la azafata que espera instrucciones para abrirla.

Vuelves a mirar el móvil y ves un mensaje, esta vez de parte de Jesse.

Zona de taxis. Volvo plateado.

Críptico, pero no necesitas más. Guardas el móvil y la azafata por fin recibe luz verde. Su felicitación queda ahogada por el ruido de las ruedas de tu maleta sobre los relieves metálicos de la pasarela y el retumbar de tus botas sobre el suelo con cada paso que das en tu loca carrera por llegar a la salida.

Estás segura de que te llevas a más de una persona por delante, y escupes las disculpas por encima de tu hombro sin pararte nunca.

Eres una mujer en una misión de vida o muerte, y nada ni nadie te va a detener.

Cruzas el aeropuerto en tiempo récord y, para cuando llegas a la zona de taxis, estás sudando y parece que te están apuñalando en el estómago cada vez que respiras, pero te empujas a continuar. Buscas entre el mar de taxis amarillos un coche plateado, y lo ves una vez Jesse te encuentra a ti primero y hace sonar el claxon en una rápida sucesión de tres veces.

Corriendo entre los coches parados, llegas hasta el Volvo y tiras la maleta de cualquier forma en el maletero. Trepas en el asiento delantero del copiloto y apenas acabas de cerrar la puerta cuando Jesse ya está pisando el acelerador y poniendo el intermitente para incorporarse a la carretera principal.

- Siempre tocando las narices, eh, Mitchell – te saluda, aunque su sonrisa es cálida y sincera.

- Es para que no te desacostumbres, Swanson – replicas. Entonces, te pones seria y miras el reloj del salpicadero: 11:33 PM –. ¿Crees que llegaremos a tiempo? – preguntas, y tu voz tiembla con tu inseguridad y por un bache por el que acabáis de pasar.

- Aunque me cueste una multa – te asegura él, sin desviar ni un segundo la vista de la carretera.

Sientes cómo acelera un poco más, la resistencia te empuja contra el asiento del coche y, aunque no te relajas, asientes para ti misma e intentas creerte que vas a lograrlo.

-------------------------------------  

11:45 PM. 7º B, Wilshire, L.A.

Necesitas un minuto.

Las doce de la noche se acercan de manera inexorable y necesitas un minuto. Solo uno.

Un minuto para reorganizar tu cabeza y ser capaz de afrontarte al nuevo año. Un minuto para respirar.

Así que mientras Aubrey está ocupada repartiendo copas de champán entre los invitados, te escabulles en busca de ese minuto que tan desesperadamente necesitas y te encierras en tu habitación. Ni te molestas en encender la luz para no dar pistas de tu escondite, simplemente cierras la puerta tras de ti e inmediatamente, en cuanto en sonido de las risas, millares de conversaciones y la televisión quedan amortiguados, ya sientes que puedes respirar un poquito mejor.

Te separas de la puerta y entras en tu habitación. Está oscura y fría en comparación con el calor generado por numerosos cuerpos contenidos en un mismo espacio. Un escalofrío recorre tu espalda, ya que tu vestido es ligero y con un escote en pico tanto por delante como por detrás pensando para exponer piel.

Te acercas a las amplias ventanas de tu habitación y descubres las ligeras cortinas que compraste después de una de las muchas noches que Beca pasó acurrucada contigo en tu cama.

(- Odio dormir en tu casa.

- ¿Por qué?

- No tienes cortinas, ¿cómo eres capaz de dormir cuando el sol te está dando en toda la cara? Y ya no es solo eso, ¿te das cuenta de que los vecinos o cualquiera que pase por la calle puede ver lo que estés haciendo en todo momento?

- ¿Tienes miedo de que me vean desnuda, Bec?

- Solo digo que es una completa falta de privacidad.

- Y que no quieres que me vean desnuda.

- Bueno, y eso también.)

Las luces de la ciudad se reflejan en el cristal a medida que lo empujas hacia un lado, y cuando la fresca brisa de la calle te golpea en la cara, notas que tu ansiedad disminuye notablemente. Cierras los ojos y descansas los brazos contra el rail de la ventana, inclinada hacia delante para asomarte hacia fuera.

El ruido de la fiesta se vuelve exponencialmente más fuerte, lo que significa que fin de año se acerca.

- Me has tenido engañada todo este tiempo.

La voz te sobresalta, no tanto porque pensases que estabas sola, sino porque la reconocerías en cualquier sitio y no puede ser. Te giras de manera tan repentina que se te olvida meter los brazos otra vez dentro y te golpeas un codo en el raíl de la ventana.

Y, efectivamente, ahí está.

Beca Mitchell. Tu novia. La misma que se suponía que iba a estar en Nueva York durante fin de año por culpa de su trabajo.

- Y yo que creía que fin de año era tu noche favorita del año – sigue hablando, una suave sonrisa en su rostro, la típica sonrisa que pone cuando no sabe muy bien qué otra expresión facial poner para no parecer estar cabreada.

- Beca, ¿qu...? – empiezas a preguntar.

Pero Beca alza una mano para detenerte, y es entonces que te fijas en el globo dorado con forma de estrella que cuelga en el aire a su lado. Es uno de los tuyos.

- Espera, déjame hablar por favor – suplica –. No tengo mucho tiempo – alza su móvil para enseñarte la pantalla iluminada y el reloj que ahí aparece, indicando que quedan solo diez minutos para fin de año.

Das un par de pasos para alejarte de la ventana y acercarte a ella, como una señal silenciosa de que estás dispuesta a escuchar lo que sea que tenga que decir. Beca coge aire profundamente y se rasca la nariz en uno de sus múltiples tics nerviosos, su mano izquierda se tensa alrededor de la cuerda del globo.

- Nuestra pelea me hizo pensar mucho – confiesa suavemente –. Sobre mí, mi trabajo, tú, y nuestra vida juntas... Tendría que haber hablado contigo antes de marcharme a Nueva York, aclarar las cosas, pero ya me conoces – se encoge de hombros con una expresión algo teñida de auto desprecio –. Hacer frente a los problemas nunca se me ha dado bien, heredé la cobardía de mi padre.

- Bec... – intentas interrumpirla para señalar las infinitas veces que demostró que eso no era cierto, pero, de nuevo, sus ojos te suplican silenciosamente que la dejes terminar.

- ¿Recuerdas qué te dije? – te pregunta, y tragas saliva para aflojar el nudo de tu garganta. Asientes, porque mentirías si dijeras que no llevas repitiendo vuestra pelea en tu mente desde el momento en que Beca se marchó dando un portazo.

(- ¿Cómo que tienes que trabajar?

- Lo siento, Chlo... Tengo que ir a Nueva York sí o sí.

- Pero es fin de año. Es nuestro aniversario no oficial, ¡es la fiesta!

- Créeme que lo sé, me sabe tan mal a ti como a mí.

- ¿Estás segura?

- ¿Qué quieres decir con eso?

- Quiero decir que no te veo peleando. Siempre hay opciones, Beca. Si no quieres ir, puedes negarte.

- Chlo, es mi trabajo. No puedo pelear, no puedo negarme. Si me niego, me despedirían. No soy vital para ellos, soy fácilmente reemplazable.

- ¿Y no te quejas siempre de eso? ¿De que no te valoran? Esta es tu oportunidad.

- ¿Te das cuenta de que me estás pidiendo que arriesgue todo por una fiesta?

- No, Beca. Te lo estoy pidiendo por mí.)

Sacudes la cabeza ante el recuerdo. En cuanto te calmaste y pensaste en las cosas fríamente, te diste cuenta de que lo que le estabas pidiendo era una auténtica locura. Pero en ese momento estabas tan dolida ante la perspectiva de estar sola en un día tan importante para ti.

- Me dejé llevar, estaba siendo egoísta y no quise verlo – te disculpas –. Tenías razón, te estaba pidiendo que arriesgases todo, pero por las razones equivocadas. No quiero que arriesgues todo por mí, quiero que lo hagas por ti. Porque sientes que no te valoran, porque te manipulan como les da la gana, porque aspiras a más. Porque ese cambio te va a dar lo que quieres.

- No, Chlo – niega ella, sus ojos brillantes por las lágrimas contenidas. Sus dedos están blancos por la fuerza con que tiene la mano cerrada alrededor de la tira del globo –. Me preguntaste si estaba dispuesta a arriesgarme por ti, y no te supe responder. Me paralizó el miedo. Pero luego me puse a pensarlo y la decisión estaba más que clara: sí. Y mil veces sí.

- Pero yo no quiero que lo hagas – le aseguras. Das un paso más hasta que solo os separa la distancia de un brazo estirado y niegas con la cabeza vigorosamente.

- He hablado esta semana con mi jefe – confiesa –. Le conté cómo me sentía y amenacé con marcharme y dejarles todos mis proyectos sin hacer. Les dije que, si tan reemplazable soy, que quizá deberían sustituirme – esboza una sonrisa temblorosa –. Estaba dispuesta a salir de allí sin mirar atrás, pero Sammy accedió a renegociar conmigo. Y todo gracias a ti, porque me hiciste ver que estaba dispuesta a enfrentarme al mismísimo fin del mundo siempre y cuando estuvieras a mi lado.

Tragas saliva cuando extiende su mano libre y entrelaza sus dedos con los tuyos. Exhalas un suspiro de puro alivio al volver a sentir tu mano completa, e inmediatamente el dolor en tu pecho se convierte en uno mucho más placentero.

- Chloe, llegaste a mi vida de manera completamente inesperada – continúa Beca, sin dejar de mirarte ni un segundo. Y la emoción que muestran sus ojos es suficiente para hacerte derramar las lágrimas contra las que tanto has luchado –. No esperaba conocerte en ese ascensor, no esperaba pasar contigo una de las mejores noches de mi vida. Pensé que iba a sufrir cada hora hasta que pudiera convencer a Jesse de marcharnos, pero llegaste tú por sorpresa y pusiste mi mundo patas arriba en el mejor y el peor de los sentidos.

- Fuiste mi serendipia, mi hallazgo afortunado, pero accidental. Y, aun así, desde el primer momento supe que eras algo especial que quería mantener en mi vida. Para siempre. Esta semana separadas, sin saber si quiera cuál era el estado de nuestra relación, solo me ha hecho estar convencida de que no quiero tener que pasar por esto ni una vez más.

Las lágrimas ruedan libremente por tus mejillas, pero ni te molestas en secarlas porque sabes que van a seguir viniendo más. Porque crees saber de qué va todo esto y tu corazón parece estar a punto de estallar en tu pecho.

Estás temblando de arriba abajo y, a pesar de sospecharlo, todavía se te escapa una exclamación ahogada. Tu mano libre, la que no está atrapada entre los dedos de la morena en un agarre que nunca quieres dejar marchar, sale volando a cubrir tu boca cuando Beca se deja caer sobre una rodilla frente a ti.

- Me haces ser mejor persona, Chloe. Hoy he sido amable con un señor en el avión de camino aquí y me he dado cuenta de que, no es para mí, pero ha estado bien probarlo – se te escapa una risa húmeda que rompe en un sollozo al ver que Beca está llorando, a pesar de su enorme sonrisa –, y nunca lo habría hecho de no ser por ti. Y quizá no es una buena razón para pedirle matrimonio a alguien, pero creo que ya hemos dejado claro que no soy una buena persona, eso te lo dejo a ti. Así que, Chloe Beale, ¿quieres casarte conmigo?

En ese momento, Beca suelta su agarre en el globo, que sale volando hasta quedarse pegado al techo. Del cordel, cuelga un anillo anudado a él y se agita entre vosotras a la altura de tus ojos.

A pesar de todo lo que ha dicho Beca, a pesar de que estuviera en una rodilla frente a ti, no te crees lo que está ocurriendo hasta que ves el destellar de los diamantes del anillo bajo las suaves luces que se cuelan de la calle por la ventana abierta.

- Sí – susurras, la emoción te roba la voz y el aire.

Fuera de la habitación y de vuestra burbuja, estallan los gritos de celebración de año nuevo.

- ¿Sí? – se asegura Beca, incorporándose hasta quedar de pie frente a ti.

No eres capaz de volver a hablar al ver su rostro: la felicidad en sus ojos y su sonrisa, en las lágrimas que caen por sus mejillas con la misma frecuencia que las tuyas. Asientes vigorosamente y Beca deja escapar una risa estrangulada, enroscando sus brazos alrededor de tu cintura para atraerte a ella.

Cuando vuestros labios se reencuentran por fin, es en un beso salado y dulce a la vez. Os besáis con la lentitud de dos personas que ahora tienen el resto de sus vidas para besarse, disfrutando del roce de vuestros labios y el éxtasis que podéis saborear en la boca de la otra.

Una vez sois capaces de separaros, Beca desata con manos algo temblorosas el anillo del cordel del globo y lo desliza sobre tu dedo anular. El peso sobre tu piel se siente como algo natural, como si estuvieras destinada a llevar un anillo toda tu vida y no lo hubieras descubierto hasta ahora.

Pero más natural todavía es la forma en que tus dedos se entrelazan con los de Beca.

FIN

Continue Reading

You'll Also Like

22.8K 1.2K 14
Beca y Amy se mudan a Nueva York, la morena intenta seguir su sueño de producir música en una disquera independiente, todos sus planes se están logra...
60.6K 3K 29
Beca Mitchell es nueva en la ciudad y ha de integrarse en un instituto donde la clase dominante, las animadoras, le harán la vida imposible. Entre el...
19K 1K 6
Sustantivo, \ser-uh n-dip-i-tee\: hallazgo afortunado e inesperado que se produce de manera accidental o casual cuando se está buscando otra cosa dis...
66.1K 3.5K 31
Un "Te quiero" confesado involuntariamente y un "¡Yo tambien te quiero!" cómo respuesta. Estas simples palabras cambiarán el mundo de Beca Mitchell y...