El presbítero Jonás Weinberg no podía creer lo que acababa de suceder, él tendido en el piso apenas había llegado a la habitación de la niña no lograba reincorporarse, no solamente se sentía abatido físicamente sino también en su orgullo. Mientras trataba de levantarse, pensaba que a raíz de ésto su fama internacional se iba a diluir, se dio cuenta que había sido humillado en frente de la madre de la niña y de sus hermanos. Se dio cuenta también que estaba pecando de soberbia y ello se lo hizo saber muy bien su enemigo.
-Dime tu nombre - Le impetró Jonás, mordiéndose los labios y echando un hilo de baba mientras intentaba ponerse de pie.
La pequeña Priscila, de apenas cinco años de edad, de rostro ahora deforme, con los ojos mirando hacia abajo abrió la boca que la hacía parecer una serpiente, su mandíbula se dislocaba y se le agrietaban la comisura de los labios, sin mover su boca, resonó el espectral sonido de ultratumba.
- No estás en condiciones de exigirme nada - Con voz cabernosa le respondió el ente que se encontraba dentro del cuerpo de la niña. - Tráeme aquí al gusano Miguel Bendis - prosiguió, como si fuera un muñeco de ventrílocuo mostrando sus dientes intentando parecer una sonrisa.