Poesía Villana

By Lau_Antigona

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"GANADORA DE LOS WATTYS 2018" ¿Saldrías con un hombre por culpa de un chantaje? Puesto #28 en Paranormal 28/0... More

*Epígrafe:
*Sinopsis:
*Prefacio:
*Primera Parte: "Ilusiones"
*Capítulo Uno: "Un hombre"
"Una poesía para ti"
*Capítulo Dos: "Sí, te amo"
*Capítulo Tres: "Eric"
*Capítulo Cuatro: "Hola"
*Capítulo Cinco: "Hola... otra vez"
*Capítulo Seis: "Fuera"
"Un comentario para Ifigenia"
*Capítulo Siete: "Te odio, en verdad" (Primera Parte)
*Capítulo Siete: "Te odio, en verdad" (Segunda Parte)
"Una rima para Polifemo"
*Nota de la autora:
*Capítulo Nueve: "Vencedor"
*Capítulo Diez: "No"
*Capítulo Once: "No tiene sentido"
"Un adiós para él"
*Nota de la autora:
*Capítulo Doce: "Tal vez"
*Capítulo Trece: "Terciario"
*Capítulo Catorce: "Desaparición"
*Segunda Parte: "Revelaciones"
*Capítulo Quince: "Portadora"
*Capítulo Dieciséis "Dispersión"
*Capítulo Diecisiete: "Mentira"
*Capítulo Dieciocho: "No te vayas"
*Capítulo Diecinueve: "Polvo y partículas"
*Nota de la autora:
*Capítulo Veinte: "En sus sueños"

*Capítulo Ocho: "Perdí"

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By Lau_Antigona

"Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor; cómo a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor".

—Jorge Manrique

Maldijo a todas las divinidades de las diferentes religiones del mundo, entre lamentos entrecortados por la inconsistencia de su razonamiento lógico, que ahora, ya no se consideraba tan lógico por las apresuradas determinaciones que tomó. Maldijo otra vez, ocultando aquello que pudiera demostrar el infinito temor que percibía carcomerle la amplitud de su piel.

Madeleine permaneció recostada contra la mesa de su pequeño comedor alrededor de diez minutos, contemplando millones que ideas que eclipsaban en una única resolución: retornar a Alemania antes de ser destruida por el maldito mocoso que, no contento con fastidiarla en su blog, también la acosaba en la vida real. Era muy impertinente la manera que él usaba para inmiscuirse en sus asuntos más privados. No existía un motivo. No existía nada que lo orillara a martirizarla.

A pesar de la fortaleza con la que llevó su vida, allí estaba, alrededor de las diez de la mañana, interrogándose por el porvenir y, con su silencio, aceptaba su destino sin poner una objeción. Esa no era la mujer que se repuso de la muerte de su querida tía Aliss con absoluta entereza. No. Era una cobarde.

—No —dijo con la severidad heredada de su difunda madre, levantando la cabeza de la madera fría que le servía de un cálido almohadón de plumas—, no voy a volver a Alemania por culpa de ese imbécil —reiteró alzando un puño para darse la energía suficiente—. Me quedaré aquí y me negaré a salir con él —Mad se puso de pie, aun con el puño en lo alto de su imperioso orgullo, manteniendo el dictamen atestado de una repentina valentía.

Vestida con su cómoda bata de dormir, estampada con diminutos dibujos de personajes de anime, ella apoyó las dos manos en el sitio donde un dolor punzante dejaba su huella, y en aquel momento, sintió que volvía a respirar luego de encontrarse hundida en un profundo pozo. Tomaría las decisiones de su vida y conseguiría olvidarse de aquel amor que, por tanto tiempo, la persiguió hasta en la oscuridad. Sí, las palpitaciones de su corazón le eran entregadas a un solo hombre; pero ¿ya no era suficiente de masoquismo? Pasó un límite de autoestima que no podía continuar rebasando como si se tratase de un sentimiento sin valor, necesitaba dejar de mirar con ojos enamorados a ese hombre y darle la contemplación de amistad que en un principio, fue lo que solidificó la compañía que se otorgaron con cariño.

—Ya es momento de parar, Mad —afirmó con la dignidad que la respaldó para no caer en los juegos sucios de Eric—. Es momento de olvidarlo —expresó a los cuatro vientos el objetivo que se trazaba para manejar su futuro. No seguiría en la misma ruta, no lo haría para quedarse con el conformismo de la cobardía. Ella era más que una mujer que se dejaba amedrentar por un niño, que no tenía el más pequeño sentido del respeto por sus mayores—. Es momento de demostrar que no eres una estúpida, Ifigenia —se llenó de orgullo al escuchar que esa frase emergía de su propia garganta—. Perdí y ahora es momento de ganar. 

Ella dejó escapar un hondo suspiro que escarapeló hasta la punta de sus pies; Ángela, conteniendo el escozor que se expandía por sus ojos, asintió a todos los comentarios que Mad le daba al respecto de sus problemas, que tenían nombre y apellido: Carlos Hort. Ella avanzó al lado de su mejor amiga, que tenía un estado anímico variado por los distintos hechos que se desarrollaban en sus días. La joven de cortos cabellos, le relató secretos muy personales sobre los últimos años; Madeleine, por un lado, la escuchó con atención; intentando hallar algo que consiguiera sacar de la tristeza a la mujer que le servía de hombro para descargar sus gimoteos.

—Dejemos de hablar de ese —pidió Ángela, recordando cómo fue abandonada sin una explicación creíble—, solo celebremos que de ahora trabajaremos juntas.

—Eso no está del todo seguro —expuso—, aunque es obvio que me darán el trabajo, porque soy la mejor —Ángela bufó.

La joven había olvidado que Madeleine siempre se jactaba de sus conocimientos como maestra tras haber ganado un estúpido premio al concluir sus cinco años de carrera.

Quizá la situación no era del todo colorida, pese a ese minúsculo inconveniente, Madeleine se hallaba flotando por los aires. Le faltaba una fase para poder acceder a una plaza en el mismo colegio donde su mejor amiga dictaba clases de matemática. Tenía que hacer una clase modelo junto con los niños a los que pretendía enseñarles gramática. Le agradaba la idea de ser maestra de primaria, ya que solo una vez en su vida, enseñó en ese nivel educativo. Los campos temáticos tenían que dosificarse para no crear confusión en los niños, pero eso le sería sencillo con una enorme jarra de café y un fin de semana de desvelo, después de todo, era solo una clase en la que debía demostrar su capacidad para enseñar y construir aprendizajes significativos en los estudiantes; además, haría alarde de su habilidad para hacer materiales didácticos. Madeleine amaba su profesión de maestra de literatura; también adoraba la otra parte de la monera: la gramática y las confusas reglas ortográficas. La fulgurante luz blanquecina que le brindaban las pupilas de los niños y su profesión eran que la solidez de su felicidad, se mantenía en pie.

Lentamente la imagen de un amor iba difuminándose, hasta convertirse en un recuerdo.

Tras una lenta y larga caminata, las dos amigas se detuvieron y ocuparon una pequeña banca, en la que pudieron descansar los pies envueltos en tacones. Madeleine ya no aguantaba seguir con aquellos zapatos de plataforma, que seguramente, dejarían sus pies muy hinchados. Al regresar de Alemania, la mujer solo llevó consigo algunas pertenencias, las demás se las irían mandando sus amigas alemanas, mientras tanto, para su entrevista de trabajo y examen de capacidades, ella asistió al colegio con unos zapatos por demás incómodos.

—Entiendo que no quieras seducir a ese estúpido —murmuró Ángela, observando como los niños del parque correteaban de un lado de a otro, riendo de sus juegos infantiles y dulces. Aquella bulla infernal no permitía que la charla fluyera con naturalidad, aun así, ellas continuarían en ese círculo del averno. Era irracional; no obstante, Ángela no gustaba de los niños y ellos no gustaban de ella, era un sentimiento mutuo—, pero creo que estás siendo muy extrema al querer alejarte de él ¿no crees?

—No es extremo —se defendió Mad, bajando las mirada hacia sus puños cerrados contra sus rodillas, que en un tic nervioso, no dejaban de moverse, despertando en su mejor amiga, una pequeña desesperación—, es una decisión que me va a aliviar el corazón —le dolería evitar sus llamadas y responder sus mensajes, pese a eso, su salud mental le exigía hacer una sacrificio para mantenerse a flote—. Él todavía ama a Cristina, y para mí, es todo o nada.

—No soy la mejor dando consejos de amor —reconoció la bella mujercita que la mirada con amor de hermana. Los fallos que tuvo a lo largo de su vida eran símbolo de una mayor experiencia, en comparación a la chica con rostro de ángel y alma de demonio, que se veía a su lado—; sin embargo —soltó un suspiro que no fue percibido por su amiga, ya que los gritos de los niños catapultaban cualquier sonido delicado—, sé que los amores no correspondidos son los que te ayudan a crecer como persona —sonrió—. Aunque a ti no hay nada que te haga crecer, pulga.

—¡Qué graciosa! —Ángela gritó cuando sintió el puño de su amiga chocar contra su hombro.

—Eres una mugre salvaje —respondió la joven, dándole un golpe con más fuerza en el mismo lugar en el que ella fue agredida.

Las dos jóvenes comenzaron a golpearse, con puñetazos en diferentes partes de su cuerpo, que en determinado momento, se volvieron más agresivos de lo normal. Y solo allí, Madeleine y Ángela se detuvieron, cuando tuvieron suficiente de demostraciones duras de cariño. Seguían siendo un par de mujeres que amaban jugar con la rudeza de los niños y la ingenuidad de una doncella.

Tras calmar el dolor de sus brazos con caricias de sus propias manos, las chicas se rieron con exageración. Eran patéticas estando juntas. Dos idiotas que se complementaban a la perfección.

La diversión y sus juegos sin sentido para cualquier ser humano normal, se cortaron de modo intempestivo cuando Ángela se levantó del banco del parque, la razón es que acababa de ver algo que la sobresaltó hasta el punto de querer inducirla a correr, tal como si estuviera en una maratón.

—Vamos —le dijo a Madeleine, que al oír su seriedad, detuvo sus deseos de seguir riéndose a carcajadas—, tenemos que ayudar a esa mujer —continuó, alzando el brazo para indicarle que pasaba.

Madeleine entrecerró los ojos e intentó ver qué sucedía en la dirección que Ángela le señalaba con el dedo. Al ser corta de vista, lo único que pudo apreciar fueron sombras que no comprendió del todo. En aquel momento, Ángela comenzó a correr y Madeleine solo atinó a seguirla.

Su amiga fue la primera en llegar al lugar de los hechos, y casi de inmediato, la joven ayudó a la anciana que cayó de las gradas de una escalera pequeña de concreto, los demás residentes del parque, también detuvieron sus actividades, observando con morbo lo que sucedía. Sacando la mayor fuerza de sus brazos, Ángela ayudó a la anciana a levantarse e incluso, la llevó a un asiento cercano. Por su parte, Madeleine estaba atónita y orgullosa por el lado filántropo de la mujer que tanto quería.

—¿Está bien, señora? ¿Quiere que la llevemos a un hospital? —estas preguntas de rigor, fueron hechas por Madeleine, que se acercó un poco más a la anciana. Con tal de examinar si sus huesos no estaban fracturados.

—Sí, no se preocupen, señoritas, yo estoy bien —respondió la mujer, con la voz rasposa por la carga de los años que trasladaba a cuestas—, gracias por ayudarme —añadió sonriéndoles con amistosa serenidad.

—Si desea podemos llevarla a su casa —se ofreció Ángela para tener la certeza de su bienestar. No era bueno que las ancianas se cayeran de ese modo, y con tal de calmar su conciencia, lo que haría era conducir a esa mujer a su hogar.

—No, niñas, no es necesario que se preocupen tanto por esta anciana mujer —la señora tomó la mano de Ángela y le dio un ligero apretón con el notorio de afán de tranquilizarla.

—¿Está segura? —Madeleine no estaba del todo convencida de la actitud de la anciana, le parecía que no quería ser una molestia para las dos y por eso se mostraba despreocupada por la caída—, para nosotras no será ningún inconveniente ayudarla, así que puede decirnos lo que siente con total confianza.

—Estoy completamente segura —la mujer contempló a Ángela, como si viera en ella una especie de envoltura que era menester arrancar y así descubrir las verdades de su alma—. Tienes que cuidarte —murmuró endureciendo el tono de su voz, que antes se caracterizó por ser amable hasta el punto de ser irreal—, porque la única que sufrirá, eres tú —soltó la mano de la chica que demostraba la poca comprensión de esas dos frases, con una expresión distante a ser apacible—. Y tú —dijo dirigiéndose a Madeleine—, tú deberías decírselo.

—Disculpe —Madeleine meneó la cabeza, contrariada por el consejo de la anciana—, no entiendo.

—Tú no eres de aquí, igual que él, y deberías decírselo a tu amiga —sentenció la mujer.

El soplido del viento hizo que las hojas de los árboles revolotearan, dejando una ligera capa de polvo flotando en el aire.

—Sí, yo soy de Nayerú, yo nací aquí —le respondió convencida de que la mujer se refería a su nacionalidad. La octogenaria se carcajeó de la respuesta de la jovencita.

—Alma enajenada —la mujer la miró con una intensidad que la hizo sentir al descubierto. Era el mismo sentimiento que la embargaba cuando Eric la observaba con determinación, buscando hallar sus puntos frágiles, que la harían flaquear. No, se corrigió después de unos segundos, no era igual. Con Eric se encendía una llama en su interior, que incineraba su inmaculada personalidad, dejando al descubierto lo que era en realidad—, la esencia esparcida en ti, no encuentra lo que anhela. Estás cegada por una pasión incorrecta, creyendo en una ilusión de la luna llena.

—Creo que la señora se golpeó la cabeza —interrumpió Ángela, trastornada por los comentarios sin fundamento que la mujer decía a diestra y siniestra, en claves incomprensibles para su lógica tajante—, mejor llevemos a esta dulce ancianita a un hospital.

—Tienes razón —espabiló Mad, temblando por los pensamientos que comenzaban a fusionarse en su cabeza. La joven se acercó más a la anciana, que continuaba mirándola, desenvolviendo la oscuridad heredada de sus padres de diferentes especies—, no perdamos el tiempo.

—Yo estoy muy bien —la anciana se levantó imitando a un resorte e hizo a un lado a las dos jovencitas que la rodeaban. Sin importarle las objeciones de sus dos nuevas amigas, emprendió una caminata por el largo césped del parque.

Una lenta caminata que ellas no siguieron, pese a que sus mentes les decían que debían ir tras esa mujer, que necesitaba el auxilio de personas con mayor fortaleza, un poder inexplicable les impedía mover sus extremidades. Haciendo que se quedaran pegadas al suelo de concreto

—Solo piensen en lo que les acabo de decir —advirtió la mujer, con solemnidad.

Ante sus miradas atónitas, la señora terminó desapareciendo entre una fila de árboles enormes que se extendían por casi todo el lugar.

En cuanto recuperaron el total dominio de sus cuerpos, las dos chicas, corrieron en la misma dirección seguida por la anciana; no obstante, por más que lucharon por encontrarse con ella, sus ojos no volvieron a denotar la figura encorvada de la mujer más extraña que vieron durante toda su vida.

—¿Qué acaba de pasar? —inquirió la desazón de Madeleine, ocultando entre un timbre plano.

—No lo sé —respondió su amiga—, aunque fue muy extraño —tanto como las frías manos y los terrores del amanecer que no le dejaban conciliar el sueño cada temporada.

—Demasiado... —complementó Mad, sin despegar la atención de cualquier otro suceso extraño que pudiera ocurrir en el parque.

Quería estar en alerta para ver si podía descubrir a qué se debían esas frases, sin aparente coherencia, que más tarde, al momento de enredarse en sus sábanas, no le dejarían ni un segundo de sosiego a sus pensamientos.

—Pero no es tan increíble —Madeleine observó a su amiga: la seriedad de su rostro perfilado, sus cabellos siendo desordenados por la poca apacibilidad del gélido aire, petrificó a la joven; sabía que lo que oiría a continuación no le agradaría—, no es tan increíble —dejó una pausa entreverse por la curiosidad de Mad—, tu enanismo es más increíble —musitó.

—Eres una imbécil.

Ángela se forzó a dibujar una sonrisa en sus labios pintados de un ligero rojo. Era la segunda vez en su vida que le auguraban un hado marcado por el infortunio de su casta: "Porque tú, eres la única que sufrirá". 

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