Ideal- Victuuri Short Story

By ShaniMee

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Continuación del fic "Inevitable" publicado anteriormente en mi perfil Ahora que su hijo ha nacido, no hay na... More

Volver a fortalecer
Volver a latir
Otra vez por aquí 😄

Volver a recordar

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By ShaniMee

Lo ideal para aquella noche del 25 de diciembre, sería que Victor y Yuuri Nikiforov fueran a cenar en aquel restaurante elegante y al cual habían hecho reservación un mes antes.

Parecía haber pasado bastante tiempo de no tener una noche para ellos dos solos, una noche como aquellas que solían proliferar en la época de cuando eran recién casados. El plan era el mismo para cada día: salían a cenar, iban a tomar unas copas y terminaban haciendo el amor hasta que saliera el sol.

Victor Nikiforov se hallaba preparándose en la habitación que ambos esposos compartían. Ataviado en un entallado traje negro, mismo que lo hacía ver muy apuesto, el alfa peliplateado trataba de acomodarse la corbata mientras se veía en el espejo. Cuando por fin terminó, suspiró al contemplar su reflejo. Podía notarse a simple vista aquellas incipientes ojeras queriendo crecer debajo de sus ojos. Incluso, llegó a pensar que éstas parecían estar poniéndose más oscuras conforme pasaban los segundos, sólo porque querían ir a tono con la ropa que llevaba.

El que haya cumplido 33 años le había caído como bote de agua fría, pues, por primera vez en su vida, los constantes ataques por parte de Yurio en su afán de llamarle anciano le han afectado de verdad. Con todo lo agotado y cansado que se sentía su cuerpo, piensa que tal vez el joven rubio puede estar más acertado de lo que se imagina.

Cuando por fin creyó que todo estaba en el lugar que le correspondía, Victor salió de la habitación en busca de su querido esposo. Aunque el alfa no necesitaba llamarle para darle ubicación.

Hay un único lugar en donde Yuuri siempre suele estar.

La habitación, a unos pasos de la suya, tiene una puerta blanca adornada con unas bonitas letras de madera, las cuales conforman el nombre de su hijo.

—Akemi— fue lo que Yuuri susurró, después de haber besado la frente del pequeño, el día en que nació. Aún si una sonda clavada en el brazo le hacía sentir éste pesado y algo adolorido, el omega no podía evitar acariciar una y otra vez el rostro del bebé con ternura. No tuvo que pensárselo mucho para que el nombre brotara de su mente cuando contemplaba a su cachorro.

—¿Qué significa?— preguntó Victor, observando la escena a unos pasos. Su esposo ya llevaba bastante tiempo sólo mirando a su hijo, sonriendo como una especie de adolescente encandilado ante la posibilidad de su primer amor, suspirando a cada rato.

—Hermoso amanecer— musitó el peilnegro como respuesta, tomando la mano de su cachorro mientras se la llevaba a los labios—, eso es lo que representa él para nosotros. Es un hermoso comienzo.

Victor creía ya haberse enamorado de todas y cada una de las facetas de Yuuri Katsuki, desde la insegura y ansiosa, la sensual y erótica, la divertida y sarcástica, la malhumorada y caprichosa. Pero ésa que veía en particular, la que se mostraba ante sus ojos mientras Yuuri acunaba a su hijo en sus brazos y le alimentaba con su calostro, ésa era una nueva para él.

Jamás había visto destilar tanto amor de la mirada de Yuuri, y eso le hacía caer redondito ante aquella faceta maternal que se apoderó del japonés en cuanto tuvo a su pequeño en brazos.

Estaba equivocado al pensar que Yuuri no podría sorprenderlo aún más y creía imposible que todavía pudiera amarlo más cada día.

—Yuuri, se nos va a hacer tarde para la reservación, amor— fue lo que dijo el alfa peliplateado en cuanto entró a la habitación.

—Lo sé, lo siento— se disculpó el omega. Yuuri estaba ocupado meciendo a Akemi entre sus brazos, pues éste berreaba con desespero.

Con un vistazo, Victor pudo observar que Yuuri se hallaba a medio vestir, con los pantalones elegantes puestos y la camisa desabotonada. Si el alfa pensaba que sus ojeras eran prominentes, las de su esposo de verdad le superaban con creces.

—Dámelo— le pidió Victor a su marido, y Yuuri por un momento apretó más a su hijo contra sí. Por fin, con un suspiro, extiendió al niño hasta los brazos de su padre, entendiendo que esa era la única manera de apresurarse en lo que tenía que hacer.

—¿Ya has llamado a Yurio?— le preguntó el japonés, incorporándose de la mecedora donde estaba acomodado, con un mohín adolorido. Llevaba bastante tiempo sentado en una sola posición, tratando de reconfortar el llanto de su bebé.

—Eh...sí— mintió el peliplateado, no queriendo llevarse un reproche por parte de su esposo. Colocó a su cachorro en su hombro, mientras daba palmaditas en su espalda.

Yurio había accedido a ser niñera del pequeño Akemi durante esa noche. Se excusaba de aceptar la oferta debido a que ese día era el cumpleaños de Victor, y era lo más cercano que tendría como un regalo de su parte. Aunque Victor sabe que no faltó realmente mucho para convencer a Yurio de que se encargara del niño, pues el rubio adoraba pasar tiempo con el pequeño, argumentando que era, de los tres que conformaban la familia Nikiforov, el que mejor le caía. Incluso Victor y Yuuri habían aceptado que trajera a Otabek consigo y así tener a dos personas atentas a su hijo.

—Velo como una manera de practicar, Yurio— se había burlado el alfa peliplateado la última vez que se vieron, posando su hombro en el omega rubio, y causando que un grito iracundo emergiera por parte de éste. Otabek, quien estaba presente también, se sonrojó ferozmente y volvió su cabeza para disimular. El kazajo estaba hecho un manojo de nervios al pensar en pedirle matrimonio a Yuri para el día del cumpleaños número 21 del ruso, y la insinuación de tener hijos le había hecho que su estómago diera un vuelco.

Victor se quedó solo con su bebé cuando Yuuri salió de la habitación. Decidió entonces pasearse por todo el cuarto, susurrando palabras en ruso como solía hacerlo cuando Yuuri estaba embarazado. Sabía que esto calmaba a Akemi en sobremanera, y aunque el niño seguía un poco lloroso, barboteando palabras inintelegibles pues ya estaba haciendo su primer intento de hablar, al menos había dejado de lagrimear.

Victor besó la coronilla del pequeño, notándola aún caliente. Akemi había pescado un resfriado, y en el transcurso de aquel día los síntomas se habían comenzando a presentar, preocupando a Yuuri.

Victor sabía que cualquier cosa relacionada con su hijo tendría un impacto directo en Yuuri.

El lazo del omega con su cachorro era tan influyente como el lazo que tenían ellos dos como pareja. Incluso sin siquiera tener algo que los conectara de manera directa, como la marca que Yuuri y Victor compartían, el humor de Yuuri afectaba a Akemi y viceversa.

Era sorprendente para Victor que bastara solamente la sangre que corría entre sus venas, y esos nueve meses en Yuuri cargó a su bebé en el vientre, para lograr semejante vínculo.

El omega parecía resentir todo lo que Akemi padeciera, y es por eso mismo que, desde que el niño se hubo enfermado, Yuuri no se había despegado de él en todo lo que llevaba la tarde. Al omega le era muy difícil colocar a su hijo en brazos ajenos a los suyos.

Por lo tanto, sólo 15 minutos después, Yuuri ya volvía al cuarto, con la corbata mal hecha por las prisas y uno que otro mechón sin peinar, sintiéndose más tranquilo al ver que el bebé ya no lloraba con frecuencia.

—Ven, mi vida— sonrió el omega hacia su cachorro, y éste estiró sus cortos bracitos en su dirección en cuanto visualizó los ojos de su madre.

—Yurio me acaba de avisar que ya está aquí— mencionó Victor, con la mirada en su celular.

—Bien, necesito hablar con él respecto a algunos de los cuidados de Akemi. Victor, cielo ¿puedes traer mi saco que se quedó en nuestra habitación?, por favor— gritó Yuuri, yendo hacia la puerta del apartamento en cuanto oyó el timbre sonar.

Afuera, un malhumorado gatito esperaba de la mano con su novio, lanzando improperios gracias al tráfico con el que la pareja se había topado en las calles de la ciudad, el cual había sido más denso de lo normal por ser navidad.

Quizás, la siguiente perorata que Yuuri le lanzará cuando le diga expresamente cómo tiene que cuidar a su hijo pudiera ponerlo de más malhumor, sin embargo todo cambia cuando el pequeño Akemi pide estar en sus brazos. Yuri le carga en cuanto ve este gesto, y de inmediato el bebé comienza a babear el juguete de león que el rubio le había traído como obsequio navideño.

Como siempre, el joven ruso se queda embobado con el encanto del menor de los Nikiforov, por lo que Otabek es el que termina de atender a la mayoría de cuestiones que Yuuri le dice.

—Akemi tiene fiebre desde la mañana, necesita reposo y medicina para bajársela.

—No puedo creer que ustedes, idiotas, no sean capaces de cuidarlo bien— reniega el omega ruso, alzando al bebé en su brazos, y dándole un abrazo protector. Yuuri sonrió un poco al ver esto. Aunque Yurio no lo quisiera admitir, se comportaba como todo un hermano mayor.

—Todo es culpa de Victor, el día de ayer olvidó a Aki en el auto después de que volvieramos del supermercado, ¡y con las ventanas abiertas!— masculló Yuuri, cruzando los brazos, y recordando la fuerte discusión que tuvieron la tarde anterior.

—Primero que nada, no fueron más de 5 minutos, segundo, sólo una ventana se había quedado abierta y ni siquiera por completo— se defiende el peliplateado al entrar en la sala y escuchar que estaban hablando de él.

—¿Quién rayos deja una ventana abierta en pleno invierno?— exclamó Yuuri con un mohín de molestia.

—¿Por qué abandonas a tu hijo en el carro sin avisarme que no te lo has llevado?— contraataca el alfa.

—¡Tenía que ir al baño con urgencia y sí te avisé, idiota!

—¡Basta!—grita Plisetsky en cuanto ve que Akemi está a punto de soltarse a llorar por los gritos de sus padres.

—Tiene razón...— suspiró Yuuri, al ver los labios temblorosos de su niño—, no vale la pena pelear, no quiero estar molesto contigo hoy, Victor, es tu cumpleaños.

El alfa ruso también suspiró, comprendiendo el enojo de Yuuri. Todo lo hecho a su hijo, el omega se lo tomaba como afrenta personal. Ya había pedido disculpas mil veces, pero le dolía un poco que Yuuri pareciera no haberlo perdonado aún, y mucho menos si Akemi ahora se encontraba enfermo tal vez debido a eso.

—No te preocupes de nada, amor— le tomó su mano y se la llevó a un labios, tenía que ser un adulto y no hacer berrinche por algo como el amor protector que Yuuri tenía con su bebé—, mejor vayamos a cenar, como lo acordamos.

Tal vez una noche para ellos dos solos les vendría mejor de lo que pensaban, recordar aquellas caricias olvidadas, y volver a las veladas tranquilas donde existía su amor y nada más.

Victor deseaba tener a Yuuri durmiendo plácidamente contra su torso desnudo, y sus piernas enredadas con las suyas, con su mirada ambarina refulgiendo de felicidad por estar a su lado, murmurando que le amaba en japonés, en inglés, en ruso y en los demás idiomas que se supiese.

Pero el Yuuri que tenía frente suyo sólo pudo dirigirle una mirada cansada, asintiendo con lentitud.

—Tienes razón, Vitya— sacó aire por la nariz, y mejor se inclinó para besar la mejilla de su hijo como forma de despedida. El bebé en los brazos de Yurio abrazó la cabeza de Yuuri cuando el omega hizo esto, y al pelinegro casi se le rompe el corazón al separarse de él—, vayámonos.

Yuuri amaba tanto a Victor como lo hacía con Akemi. Para él, ambos eran los dos tesoros más preciados que la vida le pudo haber entregado y agradecía todas las noches en silencio por tenerlos con él a su lado.

Sin embargo, el instinto de Yuuri le decía que Akemi dependía totalmente de él en todo lo que pudiera hacer, y Yuuri le había prometido a su hijo, el día que lo vio por primera vez, que no le fallaría nunca.

Y aunque procuraba mantener esa promesa para con su bebé, el japonés sentía que le estaba fallando a Victor en su lugar.

Había muchas razones por las que antes se estremecía ante la idea de tener hijos. El no estar preparado era una de ellas, pero sorprendentemente Yuuri asumió con suma facilidad el compromiso suficiente para el cuidado y crianza del bebé. Otra cosa era el tiempo que le podría quitar, y aunque era cierto que no había vuelto a patinar desde que Akemi había nacido, él no cambiaría por nada en el mundo cada segundo al lado de su cachorro, tanto que sabía que no tendría las fuerzas suficientes para dejarle solo una vez que se fuera a las competencias si es que anunciaba su regreso.

Pero, lo que nunca Yuuri se imaginó que fuera a pasar, es que se comenzaría a alejar de Victor también.

Yuuri sabía que el peliplateado enfrentaba su paternidad como mejor podía, y de verdad admiraba a Victor por el gran padre que demostraba llegar a ser. Sin embargo, el pelinegro cometía el gran pecado de querer encargarse de todos los cuidados de su hijo él solo, causando que a veces excluyera a Victor de esto.

La vida en matrimonio que tenían anteriormente se sentía muy lejana, con Yuuri sólo teniendo ojos para Akemi y Victor interviniendo sólo cuando era necesario.

Yuuri habló con su madre por Skype una tarde, expresándole sus inquietudes, y ella le reconfortó cuando lágrimas empezaron a rodar por los ojos de su hijo menor.

—No sé qué hacer mamá, estoy lastimando a Victor con esto...me siento el esposo más idiota y egoísta de todos.

—No te mortifiques, Yuuri— sonrió Hiroko —, Vicchan es comprensivo y te ama, él entiende cómo te sientes al convertirte en madre, pues él está pasando por lo mismo que tú, el único error que tienes que remediar, querido, es que debes dejar de cargar todo el peso sobre tus hombros. Un hijo es toda una prueba para un matrimonio, y la única manera de que lo fortalezca en lugar debilitarlo, es compartir ese peso entre los dos. Además, date un tiempo para experimentar lo que ambos solían ser antes de la llegada de Aki-chan, no pierdan esa chispa que es imposible de recuperar una vez ya ida.

Yuuri se sintió mejor después de la charla con su madre y decidió que de una vez por todas dejaría de ser tan tonto y necio. Habló a ese restaurante,  el cual sabía que era el favorito de Victor, y concentró una cita para el día de su cumpleaños.

Esta vez, le recompensaría todo a su esposo con creces, y nada podría arruinar la velada que tenía preparada para él.

O...al menos, lo ideal es que hubiera sido así...

—Un brindis, por el más maravilloso esposo que alguien pudiera tener— alzó la copa Yuuri con una sonrisa, y Victor le correspondió.

El sabor espumoso de la sidra les llenó el paladar, habían pedido una botella sin alcohol en afán de cumplir esa promesa que se habían hecho cuando Victor se enteró de la venida de Akemi.

No podían terminar con resaca y mareos si al día siguiente tenían un niño que cuidar.

La cena transcurrió en una charla amena entre ambos, mientras hablaban sobre las competencias que se habían dado esa temporada, donde Yurio había alcanzado a ganar la del oro en el último Grand Prix Final y Phichit logró llevarse la de plata.

—Phichit subió una foto donde se ve a Yurio con cara de pocos amigos— se rio Yuuri, tanteando su celular hasta encontrar dicha imagen, mostrándosela a Victor, quien compartió sus carcajadas al ver la mueca mal disimulada de disgusto por parte de Yurio.

—De seguro el gatito huraño lo único que quería era bajarse de allí para ir corriendo junto a Otabek, escuché que tuvo una fuerte caída en el programa libre y esto afectó su desempeño para que no alcanzara ninguno de los tres primeros lugares.

—Ahora que lo pienso, vi a Otabek cojeando un poco ¡No me imaginaba que se hubiera caído! Espero que no haya sido algo muy grave, le daré un poco del analgésico en pomada que yo tengo, al fin que ya no lo ocupo más.

Antes esas palabras, Victor suspiró un poco y buscó la mano de Yuuri sobre la mesa.

—¿No lo extrañas, Yuuri?— preguntó el alfa peliplateado.

—¿Qué?

—El patinaje— respondió Victor—¿No te gustaría...regresar?

Yuuri se quedó pensantivo por unos segundos, acariciando solamente los dedos de Victor entre los suyos.

—A veces lo hago...— por fin contestó—, pero lo he estado pensando...y creo que me voy a retirar— soltó.

—¿Hablas en serio?— se sorprendió Victor, abriendo un poco los ojos.

—Lo hago— asintió Yuuri —, antes el patinaje lo era todo para mí, pero ahora tengo una familia, y eso vale muchas veces más que nada. Extraño patinar... pero no tanto como extraño a mi pequeño cachorro ahora mismo, y eso que llevamos algunas horas separados; hace mucho que no me había alejado tanto tiempo de él, incluso siento que...duele— se mordió los labios.

—Lo siento mucho, Yuuri— Victor se acercó su silla para tocar su brazo—, por mi culpa salimos a cenar hoy y dejamos a Akemi en casa.

—Oh, no por favor, no te diculpes, mi amado Vitenka— se apresuró a decir Yuuri—, perdóname a mí por expresar mis pensamientos en voz alta y hacerte sentir mal con ellos...no era mi intención, discúlpame por favor. Hoy es tu noche, hoy es nuestra noche, porque lo vales, Vitya, y no hay otra persona en el mundo con quien quiera estar hoy y todo lo que me resta de vida.

Victor se quedó mudo ante esas palabras, y a Yuuri se le encogió en corazón cuando silenciosas lágrimas se deslizaron por la mejilla de su esposo, haciendo que el japonés se incorporara, y sin importarle que los demás le estuvieran viendo, dirigirse hasta Victor para abrazarlo sin impedimentos.

—¿Por qué lloras, mi dulce Vitya?— pasó sus pulgares por las mejillas del ruso, limpiando el agua que las humedecía.

—Lo siento...es sólo que... Yuuri ha estado tan...ensimismado desde que que Akemi nació. Sabía que no tenía ningún derecho para reclamar tu atención pero...comenzaba a sentirme solo.

—Perdóname, Victor— Yuuri también comenzó a llorar—, fui un idiota, perdóname, te amo con todo mi corazón, siento tanto no ser merecedor de todo el amor que tú me entregas a mí— se aferró a su cuello, enterrando el rostro en él.

—No, yo te aseguré que ibas a ser una gran madre y así fue. Todo el amor que le entregas a nuestro cachorro lo recompensa, el verte bañarle con tanto cuidado, verte cantarle una nana en japonés, verte besarle las mejillas después de asegurarte que duerme plácidamente...te amo cada día más gracias a eso, Yuuri. Mi Yuuri, mi adorado esposo y amor de mi vida— Victor se separó de su abrazo y repartió un millar de besos en la cara de Yuuri, haciendo que el omega parara de llorar y esbozara una tierna sonrisa.

Al final sus labios encontraron el camino hasta los del contrario, saboreando de un beso con gusto dulce y apasionado, justo como el amor que se tenían uno al otro, justo como el primer beso que compartieron la primera vez siendo esposos frente aquel altar donde habían prometido estar allí cuando hubiera lágrimas y cuando hubiera sonrisas.

—Caballeros— la voz de un mesero los interrumpió de sus mimos —, ¿podrían ser tan amables de separarse, por favor? Algunos clientes se sienten incómodos.

—Lo sentimos tanto— se avergonzó Yuuri, dándose cuenta que estaba sentado en las piernas de Victor con sus brazos rodeando el cuello del alfa. De un salto se incorporó y regresó a su silla, observando la copa de sidra con un poco del líquido adentro, mientras sentía que todas las miradas se clavaban en los dos.

—Ya es costumbre nuestra armar escenas en restaurantes lujosos— comentó Victor una vez que el mesero se hubiera ido.

—A este paso nos terminarán vetando de entrar a cualquiera de la ciudad.

—No me importaría quedarme en casa, comiendo fideos con mi amado esposo, junto a nuestro hermoso hijo, mientras vemos televisión— sonrió Victor, arrancándole una sonrisa a Yuuri.

—Vámonos de aquí, tengo una sorpresa para ti— acarició el dorso de su mano el omega japonés.

—¿Por qué algo me dice que es lo hubieramos terminado haciendo si ese entrometido mesero no nos hubiera detenido?— alzó una ceja Victor, provocando un sonrojo en Yuuri pero casi aventando la tarjeta de crédito para salir de allí lo más rápido con su cerdito en brazos.


Yuuri había reservado la suite de un hotel. La habitación era espaciosa, con una cama como para cuatro personas en ella, y un ventanal amplio donde se podía apreciar la hermosa vista de Moscú iluminada por las luces artificiales en aquella noche.

Nada de esto les importó a ellos, quienes entraron dando tumbos hasta la cama, donde ambos luchaban por desnudar al otro primero.

Yuuri sintió un calor desesperado empezar a consumirlo. Hacia poco más de mes que no había tenido sexo con Victor, pero esta vez estaba seguro que ningún llanto les interrumpiría, además de que ahora podían ser lo ruidosos que ellos quisieran sin el temor de despertar al bebé.

El japonés recatado que solía ser, procuraba guardarse los lascivos sonidos para sí, mas esa noche lo único que deseaba era jadear el nombre de su alfa y que a su vez Victor exclamara el nombre de Yuuri con placer.

El amor que se tenían era rebosante en cada una de sus caricias, los deseos impuros ardían en sus ojos cuando sus miradas se topaban.

—Mira qué tenemos aquí— sonrió Victor al retirar la camisa del omega y observar aquella lencería de tela negra que Yuuri portaba—, ¿acaso es el que Chris te regaló para nuestra noche de bodas y el cual juraste expresamente nunca ponertelo?

—Cállate, Victor, que me estoy arrepintiendo— dijo Yuuri.

—Oh, no te arrepientas, mi amor— le besó en el cuello, sacándole un gemido al exitado japonés —, ahora mismo estoy pensando en mandarle un agradecimiento especial a Chris por tan hermosa vista.

—No...no te...ah...atrevas— masculló con esfuerzo el omega, respirando frenéticamente.

—O...si aún te sientes arrepentido de la idea de ponértelo...yo con gusto podría quitártelo, Yuuri...— susurró Victor en su oído, erizando la piel del japonés—, estoy seguro que te verías más bello sin nada puesto...

—Vitya...— gimió Yuuri al sentir cómo el alfa deslizaba la delicada prenda por su piel hasta dejarlo sin nada, completamente a su merced.

En eso, el celular de Victor comenzó a sonar, pero ambos lo dejaron pasar al estar concentrados en hacerse sentir bien uno al otro. El mismo escenario se repitió, con el aparato vibrando en la mesilla de noche, haciendo que Victor gruñera, con ganas de mandar a volar al movil.

Quizás habrían seguido en lo que estaban, si no hubiera sido porque ahora era el celular de Yuuri el que vibraba con insistencia, y el asiático apartó de un empujón a su esposo calenturiento al sentir un mal presentimiento recorrerle la espalda.

Corrió hasta donde sus pantalones habían sido botados, y buscó con rapidez el celular antes de que la llamada fuera colgada. Ver el nombre de Yurio en su pantalla le hizo sentirse más apurado para contestar el teléfono.

—¿Qué sucede, Yurio?— la voz del omega no tembló, pese a que estaba arrodillado en el frío suelo, aún desnudo, y algo en su estómago se sacudía con nerviosismo.

Victor le miraba desde la cama, siendo consciente de la tensión que llenó el cuerpo de su omega gracias a su lazo.

—Katsudon— la voz del otro lado se oía molesta, pero con un deje de alivio que martirizó a Yuuri—, ¿por qué no contestaban, idiotas?, he estado llamándoles sin parar los últimos 15 minutos.

—Lo sentimos, pero por favor, Yurio, dime qué sucede— pidió Yuuri, su voz sonaba desesperada porque su corazón se había acelerado sin razón alguna.

Razón que pronto iba a descubrir.

—Es...es Aki, Katsudon— musitó el rubio—, no queríamos molestarlos...pero necesitamos que vuelvan, por favor.

Fin de la primera parte.

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