Juego carmesí

By Bermardita

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Leon se siente atraído por las mujeres que visten de rojo. Es un asesino sádico. Un demente que maquilla a su... More

Sinopsis
Introducción
1. Algo transcendental
2. Casanova al acecho
3. ¡No soy un odioso!
4. Pintar a una mujer... o degollarla
5. Respiración desbocada, pulsos agitados
6. Culpable un cero por ciento
7. Jugar con muñecas
8. Uno contra el mundo
9. ¿Empezamos a jugar?
10. Engranar las caderas
11. Obra de arte incompleto
12. Enfoque equivocado
13. Leon no está cuerdo, pero nadie lo sabe
14. Mujer indefensa vale por dos
15. Un monstruo peor que Leon
16. Buenos incentivos
17. El gato y el ratón
18. Muñeca rota
19. Muñeca sucia
20. Muñeca carmesí
22. Dientes chuecos
23. Otra sesión de maquillaje
24. De vuelta al hogar de antaño
25. Recuerdos inconexos y ¿falsos?
26. Estamos hechos de intereses
27. Juego macabro
28. Gato muerto
29. El juego del día
30. A sangrar también
31. Astuto mentiroso
32. La existencia de alguien más
33. Inhumanos
34. Noticias devastadoras
35. Mata a alguien
36. Los más astutos (Final)
Para ti <3

21. Rota otra vez

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By Bermardita

Leon se desplomó en el suelo. Pronto entendió que sus deseos estaban arraigados a su pasado, y no era como si le importara tampoco, solo quería dejarse llevar por la excitación que el rojo y la sangre provocaba en su cuerpo. Hacer todo aquello comenzaba a convertirse en una necesidad y no en una diversión. Quizá una necesidad que conllevaba ciertos tramos que terminaban divirtiéndole.

Le ordenó a Sara mantenerse en esa posición, amenazándola con una muerte tortuosa si rompía la regla de abrir los ojos. Ella se quedó en silencio, esperando con ansías ver cómo había quedado después de ser maquillada por un psicópata. Sentía curiosidad y un inmenso miedo, emociones que iban tomados de la mano cuando el aprieto tomaba riendas sobre una situación.

Instantes después, unos pasos se escucharon dentro de la habitación, seguido de las manos de su opresor acariciar sus pómulos con los dedos. Sara comprendió que le estaban vendando los ojos, lo que resultaba un tanto absurdo para Sara, pues no tenía planeado abrir los ojos, aunque así lo quisiera.

—Uh —musitó él—. Ahora se ve hermosa.

De pronto, todo se aclaró cuando Leon comenzó a hablar. Al principio le pareció normal, si tomaba en cuenta cómo él le seguía hablando a pesar de no responderlo, pero en esta ocasión, recibió la respuesta de una tercera persona —si en verdad alguien estaba presente— que poseía una voz bastante similar, con una leve diferencia que rozaba la nada.

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Sara.

—No soy tan malo como dices, ¿eh?

—Has mejorado —respondió el otro, a lo que Sara asumió como al supuesto hermano de su opresor. Ella soltó un suspiro, reprimiéndose las ganas de quitarse el velo que la privaba de ver.

—Pero falta algo, ¿no crees?

—¿Matarla?

Sintió un escalofrío. Extrañamente, el tono con el que hablaba el acompañante de Leon rozaba la diversión, e incluso, Sara podría tacharlo como alguien alegre, si no fuera por la situación complicaba que se veía implicada.

—No es eso.

Debido al breve silencio, y gracias a la experiencia que tenía ya con su secuestrador, Sara pudo imaginarlo pensativo ante esa respuesta simple.

—¿Dices que Rosita tenía los dientes chuecos?

Silencio otra vez. Por segunda vez, Sara sintió el impulso de quitarse la venda, y ver qué estaba pasando a su alrededor. Quizá Leon había sido precavido para que no presenciara ese acto, teniendo en cuenta las veces que mencionaba a su hermano en sus conversaciones. Un hermano que jamás veía y escuchaba hasta ahora, y había asumido ciegamente que existía nada más en la mente perversa de Leon.

—Tal vez —dijo el otro, con cierto temblor en la voz y una rudeza difícil de pasar desapercibida.

—Mmm. —La decepción que cargaba ese murmullo era demasiado notoria, a pesar de no verlo directamente, la joven percibía el cambio de emociones tanto como si estuviera viéndolo directamente.

—Pero... —Hizo una breve pausa—, pero —repitió—, si tanto quieres un par de dientes torcidos, puedes crearlo sin problemas.

—A ver.

Sara, inmóvil todavía en la cama, sintió un par de dedos abrirse paso entre los labios. Ella se removió, incomoda por el rumbo que comenzaba a tomar esa situación.

—Oh, tienes razón, jamás lo pensé. —Leon se escuchaba extrañamente alegre por algo.

—A veces tengo ideas geniales.

Una carcajada se escuchó por toda la habitación que se repitieron como ecos. Una, dos, tres hasta cuatro veces más. Sara solo pudo pensar que nada estaba bien. Nada podía ir bien si Leon carcajeaba.

La joven no logró escuchar nada por varios minutos, solo unos pasos que se alejaban. Ella aprovechó la oportunidad para ver qué sucedía, elevó la prenda por encima de sus cejas y observó a su alrededor. Aún no anochecía, la claridad entraba por un tragaluz de una de las paredes. Las cortinas rojas de las ventanas no dejaban ver nada del corredor, pero la puerta abierta de la habitación donde se encontraba le permitió divisar a Leon salir del cuarto que se situaba enfrente. Ella se alertó al instante. El semblante de Leon era el de siempre, no presentaba ningún cambio o pudiera dejar alguna pista la presencia de otra persona.

—Habría sido realmente malo si hubieras abierto los ojos hace un instante —habló él con seriedad.

—¿Y tu hermano? —preguntó ella, temerosa.

—Se fue a buscar una herramienta, creo.

Fue su única respuesta.

De nuevo, ella sintió un escalofrío recorrerla. Leon sonreía, la miraba de pies a cabeza con lascivia, como si se lanzara sobre la joven en cualquier instante para devorarla. Esa manera de escrutarla no solo la hacía sentir demasiado observada sino también desnuda, Sara contuvo el impulso de cubrirse completita con los edredones que cubría la cama. Algo parecía haber cambiado.

—Mientras mi hermano regresa, tú y yo podríamos divertirnos —dijo su opresor volviéndose hacia ella. Unos ojos pardos la observaron con fiereza.

—¿A qué te refieres?

—Quiero que te levantes de la cama —ordenó mientras sonreía. Temerosa, ella obedeció y se situó enfrente de él. Tragó saliva con dificultad—. Veo que Leon te ha estado controlando muy bien. Me gusta, me gusta.

—¿Leon?

Sabía ese nombre, pero le sorprendía que hablara de sí mismo en tercera persona.

—Ah, sí, mi hermano —respondió—. El que te maquilló.

Sara abrió los ojos. Era absurdo, realmente lo era. Al ver a ese chico que tenía la misma apariencia que el otro, solo pudo pensar en lo ilógico de la situación. Eran la misma persona. La cabeza de la muchacha se le nubló y miles de pensamientos pasaron por su mente confusa. Pensamientos que de alguna forma tenían sentido y daban lugar a suposiciones inciertas, a conclusiones que podían ser tan falsas como verdaderas. No podía ser cierto, pero parecía ser verdad.

No existía ni hermano ni nada, no existía una tercera persona en esa casa. Solo eran ellos dos, Sara y Leon, pero la probabilidad de que alguien habitara en la mente retorcida de su opresor era alta. Leon podía tratarse de una persona con personalidades múltiples, alguien que por momentos podía ser de una forma y otra en ocasiones distintas. ¿Eso era lo que sucedía? ¿Realmente tenía a un verdadero enfermo mental delante de ella?

Instantes después de que él la viera con detenimiento, soltó un silbido de satisfacción antes de agregar con voz ronca.

—Ponte boca abajo sobre la cama, con los pies sobre piso.

Ella tenía miedo. El terror la invadía de pies a cabeza, nublando su mente y cada pensamiento que se le pasaba. Entonces, si era cierto lo que decía, si Leon había dicho la verdad sobre cómo era su hermano al tratar con mujeres, entonces solo existía una forma que pudiera explicar ese comportamiento de ese chico adelante.

—No, no quiero hacerlo. —Ella se pasó las manos sobre el brazo en un intento por abrazarse e infundirse calor. Tenía miedo ahora, demasiado.

Ella no previó el siguiente movimiento que la sorprendió. Su opresor no tuvo reparos en abalanzarse sobre ella y en empujarla a la fuerza sobre la cama hasta que quedó boca abajo. Sara reprimió un quejido.

—No, no, no —comenzó a balbucear ella—. Por favor, no...

Con brusquedad, él le abrió las piernas mientras le subía el borde del vestido hasta la cintura. No lleva ropa interior. El chico volvió a soltar un silbido.

—Yo te escogí, Sarita —comentó—. Y eres justamente el tipo de mujer que me gusta, ¿lo sabías?

Inmovilizó sus manos por la espalda y se reclinó sobre ella para susurrarle que no hiciera nada impertinente, que se dejara llevar por el momento y le prometía también un momento de éxtasis antes de que Leon decidiera acabar con todo.

—Solo dejo que mi hermano juegue contigo un rato —volvió a murmurar contra su oreja. Como respuesta, solo obtuvo los sollozos y sacudidas de parte la joven—. ¡Quédate quieta! —le ordenó, dándole una palmada pequeña en el trasero.

—No, no, por favor no...

Sara se resistió, lloriqueó, intentó apartarlo; pero no consiguió nada. Ni los gritos o sus resistencias hicieron efecto alguno.

Él se apartó un poco y rápidamente se bajó la cremallera y dejó libre el miembro erecto. La rozó con delicadez en su zona intima, acariciando despacio partes que estimulaban a la mujer y que, aunque Sara no quisiera, acabaría por ceder. Quizá ella no disfrutara tanto como él el momento, quizá acabaría destrozándola al hacerle daño de esa manera, quizá no era correcto forzarla cuando bien podía engatusar a otra joven y disfrutar del mutuo acuerdo y convertirlo en algo placentero como lo era el tener relaciones sexuales, ¿pero ¿dónde quedaba la diversión que tanto buscaba? ¿Dónde estaba el éxtasis de disfrutar lo prohibido?

Porque para Leo, antes de tener el consentimiento de alguien, primero estaba su propia diversión. A diferencia de su hermano, él no se detenía a pensar sobre su cordura. Tenían gustos diferentes, distantes, pero demasiado unidos por una causa en común.

No era por su gusto de arrebatar vidas, sino por la expresión que pintaban las personas en sus rostros desfallecidos o en cómo se quebraban en sus manos. Como lo era la bella expresión horrorizada de Sara en ese momento.

Leon amaba pintar a las mujeres antes de matarlas, a él le fascinaba destrozarlas y quebrarlas antes de asesinarlas.

Leo sonrió mientras veía a su víctima.

Luego, tras minutos de espera tortuosa, él no se molestó en nada más que zambullirse dentro de ella, sintiendo la resistencia que la piel delicada de Sara oponía al principio, antes de que inconscientemente se adaptara y respondiera a su grosor. Después comenzó a moverse con embestidas delicadas las que, con el transcurso de los segundos, se fueron haciendo más vigorosas.

Para cuando acabó, Leo quedó extasiado y Sara más rota y perdida de lo que ya estaba. 

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