Mates (Camren G!P)

By turningpages97

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El pueblo de Campbellville, Ontario, Canadá siempre ha sido el hogar de Lauren Jauregui, donde dio sus primer... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
N/A
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12 (Parte I)
Capítulo 12 (Parte II)
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
¡Mi nuevo libro ya está disponible!
Capítulo 17
Fallas/errores en Wattpad
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 24
Capítulo 25

Capítulo 23

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By turningpages97

N/A: Capítulo interesante. Now enjoy, my lovelies! ;)

Lauren's POV

El robusto, alto hombre se acarició la semi-crecida barba. A pesar de lucir un poco demacrado, sabía que aquello no era más que la apariencia de un lobo ya adulto, con sus manos agrietadas y teñidas de un color tierra por haber estado tantos años trabajando y viviendo de la naturaleza, sus canas grisáceas, y la experiencia irradiando de cada uno de sus poros. Se sorbió la nariz frunciendo los labios, contemplando la propuesta que habíamos hacía segundos nada más expuesto ante sus ojos, y sus dos fortachones compañeros de manada. No parecía conforme con nuestra oferta.

"No es un buen año para enfrentamientos entre clanes, Jeff. Necesitamos toda la ayuda que podamos reclutar. La unión es clave y lo sabes." Razonó mi padre, ya nervioso por la arrogante, desinteresada actitud del hombre. Exhalé irritada, removiéndome en mi asiento con los brazos cruzados.

El motivo por el que precisábamos de su ayuda, era porque ellos estaban mucho más conectados con su lobo salvaje que nosotros. Con alguien pudiendo pensar como un salvaje de nuestro lado, nos sería más sencillo cazar a los que estaban causando problemas. El clan Assalkar tenía a los beta más fuertes, pero nosotros teníamos a los alfas más ágiles y mejor entrenados. Su alfa, Jeff Assalkar era el viejo, no tan viejo, pero sí sabio, al que todos recurrían cuando estaban en apuros o les hacían falta consejos. Aquellas añejas expediciones en alta mar le habían brindado bastos conocimientos, y a eso nos afianzaríamos. Por desgracia, él aún conservaba su faceta de pirata negociante.

"Tú también sabes que estos tratos no son gratuitos, Mike. Debes aceitar el engranaje para que dé la vuelta. Tendrás mi ayuda si me convences." Sonrió, tronando sus nudillos, desperezándose como si nada.

"Te daré el puesto de vigilante en territorios oeste y norte. Supongo que no nos vendría mal ceder algunas de todas esas responsabilidades." Se encogió de hombros. Tendríamos mucho menos peso que acarrear en la espalda sin tantas vidas bajo nuestra protección. Los cazadores de lobos salvajes y sheriffs ayudaban, pero no eran suficientes aunque fuesen los mejores de todo Nassagaweya o inclusive de todo Ontario.

Después de eso, su disposición cambió totalmente, se demostró serio, ya no más juguetón como antes. Enderezándose, entrecerró los párpados, desconfiado. "¿El terreno será nuestro?"

"Todo suyo. Sé que cuidarán de la flora, ustedes son muy devotos al hábitat."

"Trato hecho, Jauregui. Esos salvajes no volverán a tocarle un pelo a nadie en tanto yo esté vigilando." Oh no, no lo harían. Si alguien siquiera cercano a Camila corría peligro, yo misma me encargaría de descuajarle la garganta de lado a lado al responsable, me valía una mierda que fuesen lobos conocidos.

"¿Qué es lo que quieren?" Cuestioné.

"Probablemente sólo adueñarse de un poco del territorio, saben que para eso no pueden atacarnos a nosotros, sino al punto débil, los humanos. Tal vez buscan que ellos nos den la espalda con todos esos asesinatos, que la paz se deshaga entre razas."

Había lobos salvajes buenos a los que no les llamaba la atención subir la escalera del status socioeconómico, sí. Se las arreglaban solos, alojándose en las montañas, vagando por los bosques más inhóspitos en busca de comida y bebida, pero también había otros no tan buenos, que ponían en riesgo las vidas de humanos para alimentarse, o incluso las de otros lobos para enriquecerse, para ganar poder. Eran lobos que o habían decidido por sí mismos vivir de esa forma, o habían sido desterrados de su territorio y manada por un mal comportamiento o traición. Este último caso, era el de la mayoría de ellos. Su sed de venganza por haber sido expulsados los carcomía, hasta que ningún sentimiento más que el de odio quedaba en sus interiores. Algunos se juntaban y creaban nuevas manadas, sin embargo era común que éstas se disolvieran al primer mínimo desacuerdo. No había criaturas más amargas y codiciosas que los lobos salvajes.

"Hubo... Una reunión, la junta principal de licántropos y los sheriffs locales, más el alcalde. Deberías asistir a la siguiente, nos vendría bien alguien como tú de nuestro lado." Mi padre negó rotundamente, chasqueando con la lengua.

"No iré. Esos buenos para nada no hacen más que discutir por todo. Pueden meterse sus jodidas quejas por donde el sol no les alumbre. Prefiero dejar esos cargos disponibles para quien soporte la presión." Como siempre, su indiferencia a la 'cámara de debate', como a los humanos les gustaba llamarla, se mantenía intacta a través de los años. Por un lado lo comprendía, los representantes de su raza podían ser un dolor de culo si no se los trataba con cuidado, nosotros no éramos tan sensibles como ellos lo requerían.

"El clan Jauregui es el más importante en Ontario, Michael..."

"¿Y por qué crees que lo somos? Porque no tenemos nuestras narices en el trasero de otros, no como varios que he visto asistiendo a esas reuniones de pacotilla. No iré y no se discutirá-"

"Yo iré." Interferí, mi expresión nula.

"Veo que la nueva alfa está mucho más dispuesta que tú. Llevarás por buen camino a tu manada." Me asintió y se puso de pie, extendiéndome la mano. Confiada, la tomé, estrechándola levemente, con la fuerza justa y sosteniéndole la mirada. "Puedo sentir el poder en tu aura, estarás a la altura de las circunstancias." ¿Hablaba de algo en específico, o era una generalización? La intriga me picaba, pero no iba a preguntárselo.

"Mi hija no tiene idea de en qué lío se está metiendo, pero tiene derecho de hacer lo que se le antoje." La razón por la que quería presentarme, era porque sabía que Alejandro Cabello estaría ahí. Sabía que él habría percibido mi aroma en Camila, y que por eso evadía a toda costa encontrarse conmigo. No lo culpaba, a todo padre le desagradaba el hecho de que su hija empezara a salir con gente y entendía que no quisiera verme con ella. A pesar de eso, agradecía el esfuerzo que ponía en no confrontarme para propinarme un buen golpe a la cara. Con todos sus años de entrenamiento, no dudaba que fuese capaz de partirme el labio o una ceja. Era un buen hombre, lo sabía aunque no lo conociera en profundidad.

Su escuadrón era el más apto para misiones de alto peligro, estaban preparados para cualquier tipo de ataque, junto con los demás escuadrones, cazadores y el alcalde, eran los únicos humanos que tenían permitido el acceso a información acerca de nosotros. Nadie más debía saberlo... Bueno, a excepción de algunos que otros casos singulares, y Camila, claro. Antes de que ella y su familia llegaran, no sabíamos que Alejandro se encargaría de ayudarnos a resguardar el pueblo, pero luego de haberlo visto con aquel uniforme y el código secreto en su placa, mi padre dejó de refunfuñar por la propiedad que el gobierno le había forzado a entregar. Fue poco después de salvar a Camila en la noche de la fiesta de Matt que uní los puntos y supe que su padre era aquel sheriff canoso y corpulento, pero nunca imaginé que yo acabaría así de loca por su hija. Él había colocado cámaras y guardia de tiempo completo en su casa, no obstante, eso no significaba suficiente para mí.

Sería su guardia privada si eso se necesitaba para que ella estuviese a salvo.

Al menos ahora estará segura también cuando yo no esté cerca.

***

Encajé mis libros en el espacio libre de mi casillero y saqué mi chaqueta para dársela a Camila, la nieve se había tomado un descanso pero la escarcha todavía atacaba todo a su paso. Cerrando la puerta, un perfume familiar dio con mis fosas nasales y rodé los ojos, retirando mi teléfono de uno de los bolsillos delanteros de mis jeans y simulando estar muy ocupada con algo.

Sigue caminando, sigue caminando...

"Tú no me engañas." Por cómo comenzó su discurso, alcé una ceja y aparté la vista de la pantalla, mirándola con cara de poker. Me apuntaba con su dedo índice, su otra mano sosteniendo su codo, su peso siendo aguantado por una de sus piernas mientras la otra se encontraba medio flexionada, haciéndola lucir una típica pose de diva. "Sólo quieres meterte bajo la falda de Cabello, ¿o no?" Ahí estaba, otra vez con sus maquinaciones. ¿Qué le costaba comprarse una maldita vida? Con lo fastidiada que me tenía, no lo pensaría dos veces, yo misma se la conseguiría. "¿pero para qué esperar si ya me tienes a mí? Admítelo, soy mucho más sexy que ella. Puedo resistir varias horas en una cama... O en donde tú quieras." Levantando sus labios en aquella manipuladora, sensual sonrisa, se acercó a mi oído. "Vamos, prometo que te haré pasar un buen rato." Resoplé, soltando una corta risa y quitando mi pulgar del botón con la figura de un micrófono.

"No, gracias. Creo que tendrás algunas explicaciones que darle a tu novio." Presionando en 'enviar', le ofrecí una triunfante sonrisa de lado, carcajeándome por dentro de sus ojos, que estaban casi saliéndoseles de lugar. No tenía como contacto al bobo de Jay, pero sí a uno de sus amigos, el único decente en su círculo. Sabía que él haría todo el trabajo por mí, y con eso yo ya no tendría que lidiar con los berrinches y escándalos de Jenner.

"N-no, no, t-tú no lo hiciste." El pánico en su voz evidente, su labio inferior temblando.

"Oh, pero sí lo hice." Guardé el dispositivo de vuelta en su sitio y emprendí mi camino.

"¡No, no puedes! ¡Espera!" Sin voltearme, agité mi mano en el aire como despedida. "¡Hija de-"

Misión cumplida. Objetivo neutralizado.

Di un giro en la esquina del pasillo, ingresando al corredor que llevaba a la salida, de donde se asomaba aquel aroma a shampoo de fresa y el olor a su fragancia corporal, imperceptible para otros, pero claro como el agua para mí, que aún sufría erecciones constantes por ser apenas el sexto día del celo. De espaldas a mí, su pelo brillante cubría su espalda hecho en una trenza, y sus piernas dieron un respinguito al sentirme aproximándome. Mi polla punzó de sólo ver a su cuerpo respondiendo de tal manera a mi mera presencia.

"Hey." Saludé a las chicas. Me sonrieron amistosamente, Dinah le guiñó un ojo a Camila.

"Hey..." Dijo la latina, abrazando sus cuadernos, observándome tímidamente.

"¿Para qué los lentes, grandulona?" Señaló Ally a donde colgaban en el cuello de mi camiseta, riendo. "No hay sol afuera." Los enderezó.

"Me gusta tener la ventanilla baja cuando conduzco. La escarcha se calienta y las gotas no tienen otro lugar a donde ir más que a mi cara." Abrió la boca en una 'O', asintiendo fervientemente, como si le hubiese resumido la primera guerra mundial en dos oraciones.

"Bueeeeno, nosotras ya nos íbamos." Anunció el castaño, atando su brazo con el de Normani, soplándole un beso a mi novia. Los cinco se fueron, dejándonos solas en el tranquilo corredor.

"Te traje mi chaqueta, por si las dudas." Se la tendí, e inmediatamente sus labios se fruncieron en un mohín.

"¿Te estás burlando de mí?"

Aguarden, ¿qué?

"No... ¿Por qué lo haría?"

"Pues porque si sabes que no estoy usando un sujetador para no sudar tanto, deberías saber que no necesito una chaqueta." Siseó, mirando hacia todos lados, chequeando que nadie nos oyera. El material de su suéter era grueso como para que otros no lo notaran, pero yo, que ya me había divertido bastante con sus pechos estos últimos días, me daba cuenta de lo parcialmente duros que se hallaban sus pezones. Ella lo sabía, y por eso se sonrojaba hasta que sus mejillas entraban en punto de ebullición cada vez que me atrapaba viéndola demostrar alguno de los síntomas del celo.

"Lo siento, estoy mucho más acostumbrada al calor. Puede volverse sofocante en verano." Lo cierto es que ella estaba odiando la parte del aumento de temperatura corporal considerablemente más que yo. Creí que podría resistirlo, habiendo venido de Cuba, México y luego de Miami, pero no. Su sistema debía liberar feromonas mediante el sudor para que su pareja pudiese olerla y así localizarla, esas eran las reglas de nuestra naturaleza, según mi padre.

Me llevé la chaqueta debajo del brazo. "E-está bien, perdóname." Se disculpó, poniéndose de puntitas y besando mi mejilla.

El primer día de clases en celo fue el peor para las dos. El dolor de estar alejadas por un piso de diferencia me hacía retorcer y farfullar en el salón, hasta que los recesos llegaban y ambas lográbamos respirar nuevamente en el cuello de la otra, abrazándonos y besándonos en uno de los cubículos del baño. El segundo, tercero y cuarto fueron, aunque más fáciles, igual de exhaustivos. El calor infernal persistía, las dolorosas erecciones surgían en los momentos menos oportunos. Para el quinto día, los crónicos puntazos en mi polla se habían tornado ya insulsos y Camila sólo vestía suéteres sin nada debajo.

"Vamos, tenemos un largo viaje por delante." Le arrebaté los cuadernos y entrelacé nuestros dedos, guiándola hasta mi coche.

"Todavía no me dices cuál es ese lugar al que tanto quieres llevarme, esto podría contar como un secuestro." Bromeó, abriendo la puerta y sentándose en el asiento del co-piloto. Riendo, apoyé sus cosas en el asiento trasero y verifiqué que los cajones estuvieran listos en el baúl. El último período de Camila había finalizado a las 2:30 PM y yo había hecho tiempo en la sala de castigos por empujar a un tarado que estaba escribiendo con corrector en su casillero, así que debíamos largarnos de prisa si quería que disfrutáramos al máximo de la tarde.

Comida, cargadores de teléfono, un galón de jugo de naranja... Un kilo de plátanos, mantas, y todo en orden.

"No lo hace si tu madre sabe con quién estarás." Me subí a encender el motor, escuchándolo rugir y cobrar vida al segundo. Salí a la carretera, tranquila, calculando cuánto tiempo tendríamos que estar pasando en medio de rutas vacías, sólo cercado por filas y filas de altísimos álamos.

"Ah, s-sí..." Se mordió el labio, jugueteando con las perlas de su brazalete.

"Le dijiste que estarías conmigo, ¿verdad?" Indagué, sacudiendo la cabeza en negativa.

"Algo así. Le dije que iría a casa de Dinah y me quedaría."

"Se preocupará si no te encuentra allí." Puso los ojos en blanco y se encogió de hombros, restándole importancia.

"Si le decía que estaría contigo, ahora mismo ella habría llamado para fastidiar. Está enamorada de ti, eres lo único de lo que me pregunta. Te odio por ser tan guapa y encantadora." ¿Guapa? Bueno, eso sí. ¿Pero encantadora? Estaba lejos de serlo. Solamente trataba de causarle una impresión agradable, no estaba en mis planes cautivarla ni mucho menos. Lamer botas nunca había sido lo mío.

"No me disculparé por eso." Reí, sorteando un camión de troncos. El conductor era Bill Dawson, el leñador y herrero de Campbellville, un beta muy simpático. Chifló al reconocerme y jaló la cadena del claxon. "Te recomiendo que uses esa manta y descanses, tardaremos otra buena hora y media." Inicié el estéreo, reproduciendo mi lista más serena de canciones.

La cabaña en Oakville era una de mis favoritas, siempre que tenía el tiempo y no soportaba más la mierda de nadie, me escapaba para relajarme en aquella hogareña propiedad que habíamos descubierto con mi padre ese invierno del 2009. No era tan grande como mi casa, pero eran las dos igual de lujosas, ahora que lo había persuadido para dejarme remodelarla. Mi idea no era más que gozar de la compañía de la otra, una rica cena, y luego ir a la cama. No para hacer nada que no fuese acurrucarnos y dormir, pero... Bien, no me negaría a un poco de acción. Quería cuidarla, quería abrazarla, quería hacerle el amor y que su cuerpo se fundiera con el mío, pero si ella no estaba preparada aún, estaría más que satisfecha con unos cuantos besos y ya.

Una hora y media exacta más tarde, yo ya había aparcado frente a nuestro destino y estaba descargando los cajones con los alimentos y bebidas. Dentro de la camioneta, Camila iba despertándose, estirando sus brazos cual cachorro recién levantado de su siesta.

"Arriba dormilona, estamos aquí." Se talló los ojos con los puños, regresando de a poco a la realidad, la vista de mi cabaña le dio la bienvenida y parpadeó un par de veces, apostaba que creyendo que aquello era sólo el sueño, jugándole bromas a su cabeza. "¿Te gusta?" Dio un saltito. Yo, con mi antebrazo en la ventanilla, observaba la mansión con orgullo. No la había construido con mis propias manos, por desgracia. Era demasiado para una sola persona, por más fuerza bestial que poseyera, cualquiera acabaría agotado a mitad de la construcción.

"Dime que es un sueño." Reí, divertida.

"No lo es. Tomaré eso como un sí."

"¿Es un chiste? ¡Me encanta!" Salió entusiasmada del auto. Si el exterior era así de bello, no podía esperar a enseñarle cómo era de fascinante el interior. Apilé los cajones y los trasladé hasta el porche, abriendo la puerta con una llave dorada. "Oh, wow." Enmudeció la latina, babeando ante la rústica decoración de la sala. Tenía una vibra cálida, invernal y apropiada para el clima usual del pueblo.

"¿Quieres un tour?"

"¡Sí!" Exclamó.

No paró de arrastrar su mandíbula por el piso mientras le mostraba las habitaciones. La cabaña era más acogedora por dentro de lo que se apreciaba por fuera, pero no por eso menos hermosa. Los toques clásicos la hacían ver como una mansión de la era medieval, por supuesto, todo en ella gritaba 'Mi dueña es Lauren Jauregui'. Tenía un estilo muy marcado.

"Y esta es la habitación principal." Para cuando habíamos explorado cada rincón de la casa, la luz del día partía por el horizonte, las puertas francesas que daban a un balcón proporcionaban una vista increíble del lago, aún congelado, y las montañas. Camila era de gustos más modernos, pero hasta los más diminutos detalles, como la sala de arte y la biblioteca, la habían flechado.

Suspirando enamorada, pasó mi dedo por la bañera, yo reía a sus reacciones, recargada contra el marco de la puerta del baño, que parecía más un spa personal. "¿Es todo tuyo?" Asentí.

"Sí. Mis padres me la regalaron cuando cumplí los dieciséis y me convertí en alfa. Nadie ha venido aquí, sólo tú." Mordiéndose el labio inferior, se alargó y plantó un beso en mi cuello. Diablos. Todos esos cariñitos no estaban contribuyendo a que mi amiguito se calmara. "Guarda eso para la noche, traje cena, hecha por mí." Alejándose, hizo una mueca, descreída. "Bien, con algo de asistencia de mi madre, pero hecha por mí en fin." Mi más preciado secreto, era que no me molestaba ser objeto de su burla, en tanto ella riera como cuando esa paloma había hecho sus asuntos en el vidrio delantero de mi coche. "Hay otro piso arriba, le llamo 'la torre', pero no subiremos todavía. Iré a la cocina, debo terminar las brochetas de pollo con verdura, ¿vienes?"

"Suena bien."

-

Cuando la cena estuvo caliente y lista, mudé los platos y las bandejas con la comida a la torre. Camila, impaciente, tamborileaba sus dedos sobre su regazo e intentaba pispear, buscándole hoyos a aquella bufanda que le había atado para tapar sus ojos.

"¿Ya?" Zapateó, ansiosa.

"Espera, tengo que ir por la bebida."

"¡Pero tengo hambre!" Estampó uno de sus pies al suelo. Su trenza había sido reemplazada por una simple cola de caballo, dos mechones cayendo divinamente a los laterales de su rostro.

"Bien, ya está todo listo. Presta atención a mis instrucciones, no quiero que te dobles el tobillo subiendo escaleras." Paso a pasito, traté de maniobrarla, pero cada dos segundos, su pie golpeaba un escalón, previo a que yo siquiera le dijese que lo subiera.

Bufó fastidiada. "¿Por qué no sólo me cargas y-¡Oh dios, era un chiste!" Su idea me había atraído mucho más. Ya en la torre, escaneé mis alrededores, cerciorándome de que todo estuviese en el sitio correcto. Las tenues luces tipo navideñas iluminando el techo y circundando las cuatro columnas, la mesa ratona con los platos, las copas y los cubiertos, las bandejas y la mini-heladera con su jugo favorito embotellado, a un costado y los acolchonados cojines para sentarnos.

"Quédate quieta." Instruí, tomando el control del equipo de música y encendiéndolo. Había creado una lista con sus canciones preferidas para la ocasión. No era ninguna fecha para conmemorar, sólo me había despertado hacía unos días, con deseos de mimarla como tanto se lo merecía. Sí, podía ser así de impulsiva. "Puedes quitártela." Murmuré.

La bufanda voló por los aires y Camila jadeó, abriendo los ojos en grande al ver la sorpresa.

"Santo cielo, Lauren... No tenías que... N-no debiste." Balbuceó.

"Lo hice."

"Ni siquiera es m-mi cumpleaños o nuestro an-niversario." Quiso contraatacar, pero no le serviría. No conmigo.

"No hace falta que lo sea. ¿No puedo hacerte de cenar de vez en cuando?"

"Uh..." Sonreí, sabiendo que había ganado.

"Ven, siéntate."

La cena transcurrió, y sus risitas alegraron a mis oídos. Charlamos la mayor parte del tiempo, los silencios siendo igualmente cómodos que los temas de conversación. Le conté cosas acerca de nosotros que ella aún no comprendía, o desconocía, desde historias que había leído en los libros de mi padre, hasta datos ínfimos, como que dependiendo de la luna que hubiese el día del nacimiento, el lobo en cuestión estaría en su mejor forma, por lo tanto sería más fuerte, siempre que esa fase lunar regresara. Me gustaba cuando sus ojos se ensanchaban en asombro, o se emocionaba al ver el postre. Me gustaba ella, con su maldito hábito de mordisquearse el labio.

"¿Más?" Indiqué donde las brochetas yacían, en un bol con salsas.

"Estoy bien así, gracias." Denegó, limpiándose con una servilleta. "Entonces... ¿Qué significan los patrones del medallón?" Las velas ya estaban por consumirse, y nosotras seguíamos hablando. La ventisca no nos afectaba con el tornado de calor que se formaba cada que estábamos juntas.

Le di un sorbo a mi copa. "Son sogas. Significan la unión, la alianza de cada lobo con la manada y el clan."

"¿Todos los lobos tienen de éstos?" Negué.

"No. No todos tienen el mismo amuleto. Los salvajes no los tienen." A continuación de mi respuesta, hubo un silencio, que ella utilizó para asimilar la información.

"Entiendo." Musitó. "Esto..." No tuvo ni que mencionarlo, ya sabía de qué hablaba. Y lo haría una y otra vez si eso la hacía feliz. "Fue precioso, Lauren."

"Tú lo eres." Permaneció con su boca entreabierta, sin decir palabra, sólo las comisuras de sus labios estirándose hacia arriba en una retraída sonrisa.

"Gracias. Por todo." Silencio, que no sabía cómo, pero decía más que cualquier declaración de amor. Gateó hacia mí y enseguida su peso estuvo en mi regazo, sus manos en mis hombros, sus labios por todas partes. "¿V-vamos a... L-la cama?" Tartamudeó, enrojeciendo. No hubo necesidad de reiterar. Nunca había corrido tan rápido en mi vida, pero la situación lo ameritaba. Al llegar, nuestros cuerpos, apresurados, fueron siendo despojados de sus ropas, hasta que las dos estuvimos ahí, de pie y cara a cara, desnudas, embobadas en nuestro privado concurso de miradas.

Volviendo en sí, mi pausa debió traer de vuelta algunas de sus inseguridades, porque se frotó el antebrazo, cabizbaja, y tragó saliva. No aguanté mis ganas de demostrarle lo mucho que la deseaba. Incluso si no hubiera estado el celo de por medio, yo no podría retener mi manos de ir a parar a sus caderas, ni mis labios de inclinarse a besarla con avidez. Nuestras lenguas batallaron, la mía ganando dominio fácilmente, la suya asumiendo un rol sumiso, dejándose llevar, dejándose amar. Di tres pasos, haciéndola retroceder, y cayó sentada al pie de la cama, ojeando mi animada rigidez, que se balanceaba, dura como piedra. Ahora que la tenía desnuda en una cama, no podía creer lo hermosa que era. Sus delicados pechos, y su vientre plano, terso, acompasados, se inflaban y desinflaban con cada agitada respiración. Sus muslos se expandían al presionarse con el colchón, se podía saber que tenía un trasero generoso en tamaño con sólo ver cómo sobresalía al estar sentada.

"Dios, te amo." Gruñí, para después tomar posesión de su cintura y alzarla. Soltó un gemido, nuestras bocas se juntaron, hambrientas, deseando más y más de la otra. "Voy a hacerte el amor, sí, voy a hacértelo tan bien, Camila. Te lo haré con cuidado por ser tu primera vez, y luego, cuando ya no duela, lo haremos hasta agotarnos, en el sofá, en la ducha, en la cocina, en el balcón, en la bañera, te quiero en todos lados."

"Sí, s-sí." Jadeó, mis labios succionando en aquel punto de su cuello, ese que hacía temblar a sus piernas. "Te amo... T-te amo también-¡Ah!" Adherí mi lengua a uno de sus pezones, primero aplanándola, lambeteando, después formando círculos. Sus manos yendo a mi nuca, empuñando mi cabello, las gotas de dulce sudor rodando de su cuello hasta el valle entre sus senos, descendiendo por su abdomen. "Nngh..." Bajó una de sus piernas y pegué mi mano a su nalga, deleitándome con el agudo quejidito que liberó, apretando ligeramente mi agarre en su seno. "¡Hah..!" Barrí mis dedos índice y medio por sus húmedos pliegues, separándolos lentamente, rasgando su clítoris de arriba abajo.

"¿Crees que estás mojada?" Su sudor sabía a miel, concluí al mismo tiempo en que ella involuntariamente se curvaba para rozar su pezón con mi boca, ofreciéndomelo. La Camila que a veces rechazaba mis besos en sus infinitas sesiones de estudio o lectura, había intercambiado vidas con un lado más salvaje de su persona, uno que no temía entregarse a los instintos más primitivos de su ser.

"Nnhn." Asintió, sacudiendo furiosamente la cabeza.

"Lo estás, muy mojada." Con mi rodilla al borde de la cama, nos impulsé y la acosté, posicionándome encima de ella. Los besos se aceleraron, las caricias también.

"Mmm... L-Lo-" Me dirigí al sur, arrastrando mi boca por las curvas de su figura. Regué su vientre con los mismos besos que le daba a sus labios, yendo rumbo hacia abajo, con sus dedos en mi pelo. "¿Q-qué vas a-" Una vez situada entre sus muslos, sujeté sus piernas y le di la primera lamida a su feminidad, preguntándome cómo es que había vivido toda la vida sin haber saboreado su dulzura. "¡O-oh, dios s-santo!" Su espalda arqueándose, mi lengua tomándose su tiempo para recorrerla. Aunque la estaba devorando, sus fluidos estaban por doquier, empapando mi barbilla. Yo los recolectaba, gustosa. "Lauren, Lauren, s-si sigues-¡Hah!" Succioné, y acto seguido, introduje un dedo. Su canal permitió el paso, entonces repetí lo mismo con otro dedo, comenzando a penetrar. Por cómo aceptaba mis movimientos, supe que ella ya se había tocado anteriormente.

"Vente en mis dedos, Camz, así estarás mucho más preparada para mí." Los curvé hacia arriba, succionando en su rosado punto débil. Su sabor era adictivo, quería beber hasta la última gota.

"Oh mi-" Las convulsiones llegaron a sus piernas, trasladándose hacia el norte, sus brazos desplomándose a los costados de su cabeza. Atiné a masturbarme, pero a pesar de su momentáneo lapso de inconsciencia, una pequeña mano tanteó mi erección, y luego la envolvió osadamente. "¿M-mi turno?" Arrugué la nariz, adorando la sensación de su palma rodeando mi tronco.

"No hoy, amor. Quiero enfocarme en ti."

"Huh, me llamaste amor." Chilló.

"¿Y eso te pone?" Pregunté, incrédula, con una media sonrisa ladina.

"S-sí..." Lo usaría para mi beneficio en el futuro, eso era una certeza. "Pero q-quiero tocarte también."

Rayos.

No contaba con que ella quisiera realmente tomar la iniciativa, pero el mero pensamiento me calentaba a más no poder. Tal vez ella no quería una primera vez con pétalos de rosas y velas, sino eso que tanto exigían nuestros cuerpos de momento; cercanía, calor, el tacto de la otra. Entonces, supe que esa además, sería una primera vez para mí, pues nunca le había hecho el amor a alguien.

La manera en que se sentó y sus manos se aproximaron tímidamente a mis hombros me decía que Camila también quería hacérmelo a mí.

Las hizo bajar hacia mi abdomen y cerré mis ojos, tirando mi cabeza hacia atrás y respirando pesadamente por la boca. Sus dedos exploraron mis protuberantes abdominales, que se contraían y descontraían a su propia voluntad. Yo era dura en partes en las que ella era tan, tan suave y delicada, sin embargo, no parecía molestarle. Sus besos dejaban una marca de fuego en cada lugar en el que se plasmaban, desde mi cuello, hasta mi estómago. Cuando sus labios se apartaban un centímetro de mí, torturándome con la espera, mi erección punzaba. Su lengua se pasó sutilmente, recolectando el salado sudor. Mi cerebro estaba derritiéndose, mi mente aneblada mientras ella iba lamiendo una gota que se había escabullido por entre los surcos de mis músculos.

"No sé lo que estoy haciendo..." Admitió, avergonzada. No, no había espacio para la pena en esa cama, ni lo habría cuando estuviese en mis brazos.

"Ven aquí." La atraje a mí, juntando nuestros torsos, que se movían incesantes, acompañando a los jadeos. "Siénteme Camila, siéntenos juntas." Inhalé en su esencia, concentrándome en lo etéreo que se me hacía algo tan simple como nuestra piel resbalando entre sí. Los besos ya no eran retraídos sino voraces, los toques desesperados.

Consumida por la fiebre, saqué un condón del cajón y abrí el paquete dorado como pude con una mano y mis dientes. Iba a hacerlo, iba a hacerlo con Camila. Iba a ser la primera en reclamar su cuerpo, y así también, me consagraría como la única. Mi loba interior rugía de solo pensar en otras manos tocando a mi novia. Con el lubricado material cubriendo mi erección, me agaché a picotear sus labios, y por inercia, froté la punta con sus pliegues, entibiando el territorio.

"Oh mi dios." Sus pies se retorcieron, sus párpados entrecerrándose. Fascinada con su maravillosa recepción, repetí la acción, frotándolo de arriba abajo. "Eso s-se siente tan... Bien."

"No sé cómo entraré en ti, pero haremos que esto funcione. Relájate, ¿sí?" Ejercí lo mínimo de presión contra su entrada, la cual no dio acceso al primer intento. "Sólo dime que me detenga, y lo haré." Enlacé nuestros dedos, e inhalando, empujé. Su voz se quebró, sonando como un hilo nada más. Mi glande entró, dilatando sus adentros, haciéndole paso, pulgada por gruesa pulgada, al resto de mi polla, que se esforzaba por caber en aquel estrecho espacio. Gradualmente, rigiéndome por sus expresiones, para saber cuándo moverme y cuándo no, conseguí rebasar la barrera. Su ceño se frunció por un segundo, un quejido escapándose de su garganta.

"E-está... Está dentro de mí." Lo dijo más para sí misma que para mí. "Hazlo, por favor." En nada, ella ya estaba levantando su pelvis. Sus debilitadas piernas, las enrolló en torno a mis caderas. Estar en su interior era el mismísimo cielo en la tierra, se ajustaba perfectamente a mí, como si hubiera sido diseñado para eso.

Nos encontramos a mitad de camino, mi miembro enterrándose profundamente en ella, una de mis manos viajando a su cintura. Embestía, estableciendo un ritmo continuo. Camila se retorcía debajo de mí, gimiendo mi nombre y entrecortados 'sí' que me incitaban a aumentar la velocidad, a hundirme hasta tocar su cerviz. Un nuevo instinto animal hizo acto de presencia, rogándome que la llenara con mi semilla, pero no le hice caso. Mi mente se centraba en la morena, quien ahora se emparejaba con mis arremetidas.

"M-más fuerte." Costaba moverme en su interior, pero siempre atenta a sus necesidades, obedecí. El cabezal de la cama golpeaba duramente la pared, las patas chirriaban quejumbrosas, y mis abdominales se tensaban, mientras ella ocultaba su rostro en mi cuello. Llegó un punto en que ya no estaba siendo blanda con ella, sino todo lo contrario. Estaba embatiendo, en un frenesí de vaporosos suspiros, con sus pechos rebotando, mi animal gruñendo ferozmente, y sus gemidos colmando la habitación.

Algo sucedió entonces; las venas en mi cuello se remarcaron, luciendo como si estuvieran a punto de estallar, pero lo que realmente se sentía como si fuese a explotar en cualquier momento, era mi polla. Mis irises, ahora de un dorado verdoso, centelleaban, mis manos apretaban las suyas y mi longitud, dentro de su apretado canal, de repente latió, ensanchándose y extendiéndose. Por alguna razón, aquello, en vez de dolerle, pareció hacerla gritar de puro placer. No iba a poder contenerlo por mucho más, haber estado meses en abstinencia me había convertido en una bomba de tiempo, pero sabía que volvería a la normalidad cuando mantuviéramos relaciones regularmente.

"Dime..." Mitad rugí, mitad hablé. "Dime si duele." Y con eso, me hinqué de rodillas, llevándola conmigo. La pegué al respaldo de la cama, sin detenerme ni por un segundo. Uno de mis brazos sosteniéndola y una de mis manos clavada en la estructura de madera. El traqueteo retumbaba casi tanto como el choque desenfrenado de nuestros sexos, maltratando al pobre muro de concreto, que nada tenía que ver en aquella calurosa riña de pasión, amor y vicio.

"¡Lauren, h-hah!" Gimoteó, sus piernas aprisionando mis caderas, sus paredes estrechándose espasmódicamente a mi alrededor. Se aferró al cabezal a muerte con una mano, y con la otra me jaló de la nuca hacia su boca. "Hmm... ¡Lern!" La madera de roble doblegándose ante la presión de mi agarre, crujiendo.

"Camila, v-voy a correrme." El crick crack de las tablas me alarmó. Corríamos el riesgo de que la cama se quebrara, pero no podía parar hasta terminar con lo que habíamos empezado.

"Por dios, sí, sí... ¡Hah, no pares, no pares!" Sus contracciones llegaron al punto de ser demasiado para mí, y el cabezal se partió en dos bajo mis crecientes garras.

"¡M-mierda!" Mi visión se nubló, una ola de placer filtrándose por cada vena, nervio y conducto de mi sistema.

Oh, dulce paraíso.

Los fuegos artificiales estallaron no sólo en mí, sino también en Camila. Arrojé capas y más capas de mi espesa liberación en el condón, que mágicamente, no se había roto en pedazos como los trozos del cabezal, los cuales, ahora colgaban indefensos. Tal vez por eso los que usábamos los lobos eran de una marca especial, debían estar preparados para que ésto ocurriese.

"Oh, Lern..." Ronroneó, rasgando la totalidad de mi espalda con sus uñas, acompañando los despaciosos meneos de mis caderas. El éxtasis fue eventualmente disipándose, dejándonos jadeantes y sudorosas, perdidas en la mirada de la otra.

Me salí lentamente y me arranqué el condón, descartándolo al bote de la basura en la otra punta de la habitación. Mi aliento y el suyo se mezclaban, en aquel estado post-orgásmico en el que estábamos, su ruborizada cara me producía unas ganas inmensas de hacerle el amor por lo que restaba de la noche, pero era su primera vez, tenía que darle un descanso. O todos los que ella quisiera.

Viendo el desastre que había ocasionado, me dio miedo haber podido dañarla sin querer. "Dime que no te lastimé, por favor. No debí ir tan rápido. Carajo, lo siento. ¿Quieres que-"

"Lauren." Atrapó mi cara en sus manos, forzándome a mirarla a los ojos. "Estoy bien, no me hiciste daño, tranquila. La cama se llevó la peor parte." Rió, arrimándose para besarme suavemente, enredando sus brazos alrededor de mi cuello. "Fue perfecto," No quería que parara de besarme jamás. "sólo estoy un poco... Mmm... Adolorida, eso es todo."

Me alejé de inmediato, ladeando el rostro, preocupada. "Creí que habías dicho que-"

"Eres grande, muy grande. Sólo tendré que acostumbrarme a... Tenerte dentro." Bramé entre dientes.

"Jesús, no digas eso." Mi polla volviendo a pedir acción, endureciendo contra su estómago. Al percatarse, sonrió.

"Quizás... Pueda arreglarlo. Ya sabes, tengo dos manos, y una boca."

Esta mujer, efectivamente sería mi perdición.

-

Nota: Well, well, espero no haberlxs decepcionado, mis amores. ¡Primero de varios smuts que vendrán!

PD: ¡Feliz año para todxs ustedes, que me leen y aguantan pacientemente por cada capítulo, les deseo la mejor de las suertes en este 2018! ¡Lxs amo!

Si les gustó, por favor voten, comenten, compartan, síganme, pásense por mis otras obras (que pronto voy a actualizar), y tengan un muy bonito día/noche *heart emoji*

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