Las espinas del alma

By Humy_Draw

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Una aventura que comienza, narrando las desventuras de una pequeña duende animal en su travesia por proteger... More

Capitulo uno: La menta es dulce con la luna

capítulo dos: La medicina no cura el alma

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By Humy_Draw


Creí haber escuchado alguien llamar a la puerta, golpeando una y otra vez, quise fingir que no estaba, para dormir más, pero era difícil ignorar eso. A un lado, en la cama contigua a la mía, el rostro plácido de Alice aun dormida, sin darse cuenta del ajetreo que causaba el golpeteo incesante de la puerta, casi que me daba celos lo profundo de su ensoñación, pero aunque tratase de imitarle para dormir más, debía levantarme para ir al baño, y me quedaba la entrada de camino. Era algo difícil para mí estos días, había comenzado a llover ayer y al parecer no quería parar, una lluvia de verano cómo las que nunca se ven, con el suelo frío en mis pies, era una tortura salir de la cama incluso para ir a comer, por lo que trataba de preparar bastante para no tener que salir, teniendo las medicinas de mi hermana a mano siempre, pero ya era esa época del mes y se estaban acabando, sería muy difícil para nosotras si Ulises no se aparecía por estos lares pronto. Mi brazo dolía por el frio, me lo había luxado hace no mucho, pude sobrevivir con rasguños del ataque de una gran lechuza vieja, pero cambiar las lámparas de la sala era un reto mayor al parecer, me había caído y torcido el brazo mismo de la herida, por lo que pude asociar la herida al golpe que me di, lo que me hizo las cosas más sencillas para engañar a Alice y mentirle sobre eso. Tenía mi brazo inmovilizado gracias al hurón amigo mío, Ulises tenia esas facilidades siempre, era tan sencillo para él como respirar, pero era difícil hacer muchas cosas últimamente, por lo que tenía a Rebecca seguidamente dentro de mi casa, solo que hoy no estaba. El pasillo estaba muy frio sin madera para quemar en la chimenea, tenía todo lo que quedaba de madera seca en la habitación, en un bracero improvisado, un cuenco grande de metal, montado en unas patas de latón grueso, mantenía la habitación tan cerrada como era posible para calentar a Alice con lo poco de fuego que podía crear sin que nos asfixiáramos. – Toc toc toc. – La puerta no dejaba de sonar, pero hacia mucho frio para poder abrirla, solo me animaba a mirar por una ventana al costado del portal, pero nadie había al otro lado, nada más que una rama caída, agitada por el viento que había aparecido en la madrugada. Ya debe ser al menos las dos de la tarde, casi no he dormido hoy, y esa rama no saldría hasta que la lluvia se vaya, o mi brazo pueda curar por completo; un saludo con la cabeza inclinada y una forzada sonrisa para despedirme del señor rama del mal y proseguir mi camino, esperando que mágicamente la rama pudiera hacer lo mismo. Casi podía imaginar a Rebecca, con su ropa de leñadora hecha a mano, adornada por cascaras de semilla, blandiendo mi hacha para cortar la rama, gritando a los dioses y maldiciendo a la rama por no dejarme dormir, ya que, así era ella de exagerada cuando se trataba de mí, y más aún ahora que estaba tan herida, pero ella estaba muy fría últimamente, y era muy extraño verla de tal modo, me había contado de problemas con su pareja, que tal vez terminaría pronto esa relación, al parecer había alguien más a quien quería, pero yo sabía que eso era falso, solo se había aburrido de Víctor, era un pesado y yo me alegraba de la decisión que tomaba.

¿Hace cuánto tiempo fue lo de la lechuza?, supongo que el suficiente, ya no había adrenalina en mi cuerpo, cosa que al menos dos semanas me mantuvo muy animada, pero ahora pensaba en cosas tan banales cómo relaciones y ramas caídas, al parecer ya era otra vez una simple erizo más en este mundo, la solitaria contra el mundo, al igual que el llanero solitario, que a su lado tenía su caballo y un indio compañero, "vaya solitario más patético", me pensaba mientras salía del baño, riendo en voz baja, ya que para esas cosas, Alice si tenía sueño ligero. – Toc toc toc. – La rama había decidido seguir en mi puerta, no la culpaba, era una puerta muy agradable, me gustaba mucho y más luego de cada expedición, pero ahora desearía que no estuviera, o que no tuviera sonido al ser golpeada; tal vez pueda volver a dormir si lo intento, no tenía hambre, y el fuego aun tenia leña que quemar, solo me quedaba una opción hasta que la noche apareciese, era volver a mi ensoñación. En la habitación no había cambiado nada, ni siquiera la postura de mi hermana al dormir, era siempre algo tierna y graciosa, moviendo su nariz como solía hacer siempre que soñaba algo, con su brazo colgando a un costado de la cama, que siempre tenía que devolver bajo las mantas; daba incluso envía el verla dormir tan fácilmente sin ser perturbada por el incesante golpeteo de la rama, que no podría sacar hasta que la lluvia se fuese lejos de aquí. El sonido ya parecía algo rítmico si le ponía la suficiente atención, recordando una canción que solía cantar el viejo August, el abuelo de Ulises, siempre tan bueno conmigo cuando crecía; solía recordarle mucho en estas situaciones. – Toc toc toc. – Seguía el sonido, ahora creando en mi interior una tonada relajante, ya no quería que se fuese, incluso si ponía suficiente atención, las gotas en los charcos de la entrada, le seguían el ritmo de la canción, sumándose también las ramas en coro de fondo; me provocaron mucho sueño, y en un momento ya estaba dormida, arrullada como nunca bajo esa canción.

Ya no podía escuchar el ruido de la rama, ni las gotas o el viento, estaba todo en silencio y tan oscuro; debía ser de noche, seguramente, así que después de todo había logrado conciliar el sueño de modo exitoso. Alice no estaba en su cama, por lo que tuve que salir de la mía, hacía mucho frio y mis pies casi que dolían por la roca fría del suelo. No se escuchaba ningún ruido, ni veía luces en la cocina o el baño, por lo que presurosamente recorrí la casa, había mucho frio y Alice no estaba en la sala o la cocina, y en el baño... la puerta estaba cerrada, ¡la puerta estaba cerrada!

- ¿¡Alice, estás ahí dentro!? – golpeaba suavemente la puerta, empujando de ella a ratos, pero nadie me respondía; era una muy mala señal, ya que, con este frío, ella podía entrar en modo de hibernación, algo no natural para nosotras, algo peligroso y más con la salud que tiene. No sabía qué hora era, no estaba segura si Alice se había tomado su medicina. – ¡Alice, contéstame y abre la puerta!

Era inútil si ella estaba en ese estado, debía hacer algo para poder sacarla de ahí; debía correr por leña seca, creo que algo quedaba guardado tras la casa en la bodega. Rápidamente salí por la puerta principal, esquivando al señor rama, que ahora podía ver con más claridad; mis pies mojados al primer paso que di, no había cogido zapatos o abrigo, yo era fuerte de salud, Alice no, yo podía tomar medicina y sanar, Alice no. La puerta solía atascarse por el barro de la lluvia, tenía que tirar fuerte de ella, y la lluvia parecía que iba a volver pronto, las gotas me nublaban los ojos, ¿o eran las lágrimas de preocupación?, pero eso no era suficiente para detenerme, ni el frio en mis manos y pies, pero por más fuerza que ponía en la puerta, en tirar de ella, no lograba moverla, había mucho barro en la entrada y las bisagras ya habían acumulado mucho oxido que me impedían moverla; estaba frustrada a más no poder, le daba golpes inútiles para desahogarme. Quería tirarme a llorar al suelo, pero no podía perder la compostura ahora, tenía que mantener la mente tranquila, tirarme al suelo pero para cavar, sacar el barro de la entrada con las manos; lo sentía entrar por mis uñas, arrugar mis dedos por tantos minutos de lucha con esa puerta, quizás me ha tomado 20 minutos el sacar todo el barro, y al menos me ha tomado otros más para forzar la puerta, pero al menos había leña, algo humea por el aire, pero no tenia de donde escoger, tuve que tomar toda la que pude y correr hacia la casa, ya había pasado una hora, mi cuerpo se mantenía caliente solo por todo el esfuerzo que me ha tomado abrir la bodega, pero estando dentro, mientras subía al entretecho para encender el fuego del baño, poco a poco sentía mis piernas perder fuerzas, temblar de frio junto a mis manos, mientras torpemente acomodaba la tela impregnada de alcohol bajo la leña y el pasto seco, y peor aún al tomar el pedernal, golpeando las rocas para sacar las chispas, pero a cada tanto se escapaba de mis dedos; nuevamente estaba frustrada, ahora empapada y con frio, y justo debajo de mí, se encontraba el baño, con una débil y pequeña chica esperando ser salvada de la muerte. – ¡Eres tonta, Marceline! – me decía a mi misma, borrando esas imágenes de mi cabeza, ella aún estaba viva, aún estaba respirando y aun podía ser salvada; y de la nada, cómo un milagro de los dioses, una roja y cálida flama nació frente a mis ojos, pero me costaba aún sentirla por lo fría de mi piel ahora mismo, que había pasado de un suave rojo a un pálido rosa, casi sin color en las puntas de los dedos y seguramente, mi rostro no estaría diferente. La llama era lenta, le soplaba y animaba para que pudiera calentar más rápido, vertiendo la botella de alcohol en lugares que aún no encendían.

Parecía que había despertado de una pesadilla, sentía que me había quedado dormida sentada en el suelo, apoyada en la puerta del baño, pero mi cuerpo temblaba y mi pijama todo lleno de barro, con mis dedos arrugados debajo de las capas de tierra, y mis pies cortados por las piedras; la pesadilla había acabado, porque la puerta se abría lentamente detrás de mí, con una nube tenue de vapor, y una sollozante Alice, llamándome con su natural y suave voz. No pude evitar el saltar del suelo casi como un acto reflejo, abrazándola con mis fuerzas renovadas solo para ese momento, pegándome a su hombro para llorar con ella, encorvando mi cuerpo para llegar a la baja y pequeña silueta de mi hermana, pareciendo una eternidad que no quería terminar, podía sentir ahora el calor de su cuerpo y del baño. Ya la tenía entre mis brazos, ninguna dijo nada sobre el tema, sólo nos abrazamos y nos dimos una largo baño caliente con apenas sollozos silenciosos para reemplazar la plática; ayudándome ella a quitar la suciedad de mis púas; era ahora mismo, el mejor baño que había tomado en mucho tiempo, y el más largo según parecía, quizás esperando a la silueta de siempre con la toalla en las manos, molestando para salir del agua, quizás ahora debía ser yo ella para recibir a mi hermana, pero el agua era tan agradable, que la situación se invirtió y Alice, con su tierna madurez, me sacó del agua luego de haberme limpiado; me hacía preguntar, quien era la hermana mayor en este lugar.

La fiebre y los temblores eran algo inevitable ahora, y sabía bien las consecuencias de mis actos además de lo peligroso de la situación que me trajo a esta terrible gripe, pero ¿es qué alguna vez he tomado conciencia de mis actos y lo que podría acarrear?, obviamente no, mi vida la sentía pasar muy rápido frente a mis ojos y siempre teniendo en mente que no había tiempo para meditar las consecuencias, pero, así era mejor, porque frente a mis ojos estaba la razón de todo ello, una razón que ahora me traía una sopa caliente con sus tiernos pasos lentos, cuidando el no derramar siquiera una gota, pero temblando más por tanto cuidado que llevaba, me enternecía verla tan preocupada, intentando actuar como una imponente hermana mayor y yo siguiéndole el juego, a veces, dándole infantiles respuestas con mi fingida voz de niña, haciéndola reír con una complicidad por nuestro cambio de roles; era lo mejor que podía hacer en mi condición, porque, sabía bien que ella había llorado mucho estos días de mi enfermedad, sintiendo toda la culpa del mundo que la juzgaba por hacerme caer en cama, eso me rompía el corazón, yo daría incluso mi vida si es por ella. "La fibra no era tanto como para ponerse a llorar", le dije en cierta ocasión, luego de haberme tomado la súper medicina que había dejado Ulises el día que caí enferma, que me visitaba cada tanto para ver si todo estaba bien; ahora sólo estábamos nosotras dos, ya que Rebecca había salido por la comida que pudiera conseguir para nosotras, aunque fuese unas frutas y el pescado de cierto comerciante a quien le hacía ojitos para sacarle regalos, ella usaba todo eso a su favor y lo ponía en práctica cada vez que se trataba de mí o de Alice, nos protegía a su forma materna de ser, que era lo más que podía hacer, dejándome la cacería a mí. Solía bromear algunas veces cuando estábamos las tres juntas, diciendo lo distorsionada de esta loca familia, siendo yo el padre y Rebecca la madre, lo que hacía que sus mofletes se pusieran rojos de vergüenza, porque, aunque no pareciera por su personalidad conmigo, ese tipo de cosas le hacía ruborizar muy fácilmente, aunque cuando lo decía otra persona, su personalidad era fría, terminando sus frases con un "no es tu problema". Ya desde un tiempo que había dejado de molestarle que la tildaran de lesbiana por cómo nos tratábamos, aunque muchas veces se colgaba de ello para escapar de un pretendiente, pero yo sabía que solo había una enorme amistad entre nosotras, me lo había dicho, que me veía como una hermana más, una amiga que quería proteger, ya que no era la única que la conocía en realidad, sus secretos y temores, sus gustos e ilusiones, todo lo que realmente era ella, incluso la única que la había visto en pijamas degastados y sucios, sin su maquillaje y sin peinar, lo que era razón más que suficiente para tenerla semanas clavada en nuestra habitación de invitados, que era de mi madre y ahora de Rebecca.

Una tarde, en que el cielo se había tornado gris y las gotas caían nuevamente, Rebecca nos hacía compañía frente al fuego de la chimenea, hipnotizada con el crepitar de los leños del señor rama, ni siquiera el golpear de la puerta le había hecho parpadear, pero el golpeteo insistente era casi una maldición en mi mente, ahora hemos quemado al señor rama y ha vuelto a por su venganza, hubiera querido compartir ese chiste con todas, pero debería contar la historia que nos llevaría a recordar ese evento. La puerta seguía tocando, y parecía ser la única en "condiciones" para levantarme a abrir la puerta, luego de descartar al pequeño bulto que solía ser mi hermana, pero que ahora parecía ser nada más que una manta hecha bola, rodando a penas cuando sentía calor o frio. Mis pasos eran lentos, pesados y ruidosos al ser arrastrados, aún estaba enferma, pero no lo suficiente como para ser maniquí en el sofá, me las podía valer por mi misma desde el día de hoy. En la puerta estaba una imponente figura, cubierta por un largo abrigo beige y su sombrero de ala ancha que le ensombrecía el gesto, dejando a penas un tanto de luz para diferenciar sus ojos; en sus manos sostenía una caja muy descuidadamente envuelta en una tela parecida al cuero curtido, me dejaba una desagradable sensación el prestarle tanta atención al aspecto del paquete. ¿Había visto alguien a un cartero tan sospechoso e impactante cómo era Othos?, su negra piel que poco brillaba, cubierta ahora por ese sombrero, pero su actitud tan exageradamente amable, contrastaba totalmente con su aspecto. Ahora, Rebecca se había parado junto a mí luego de cerrar la puerta, y de entre las mantas se asomaba la cabeza de albinas púas de mi hermana Alice, ambas atentas cómo yo por aquél paquete tan a mal traer, pero era normal verlos así de descuidados por los viajes tan largos que debían hacer para ir de su remitente al destino, y si es que llegaban la mitad de ellos, pero una envoltura tan dura solo podía ser por una razón, que quien lo envió quería tener la certeza de que llegaría el interior completamente; ya me había posicionado en el sofá, sorbiendo por la nariz mis secreciones de enferma, de forma descuidada y ruidosa, pero nadie decía nada sobre ello, ambas estaban sentadas a mi lado totalmente sumergidas en el misterio del paquete que abría lentamente. – ¡Eso huele a menta! ¿Verdad? – Había mencionado Alice, sin recordar mi perdida de olfato por la gripe, pero no le había hecho notar eso, ya que tenía razón, porque dentro había una hoja de la mencionada planta, con un color azul suave, algo que hacía mucho no había logrado ver, desde que padre había encontrado una planta solitaria que ya no existe; bajo la hoja, una muy cuidadosamente doblada hoja de papel de celulosa prensada y una caja pequeña con unas bayas exóticas que tampoco había visto en mucho tiempo.

- "Para Marceline,

- Espero que aún me puedas recordar, aunque no te culparía si has escogido olvidarme por completo, ya he cometido muchos errores en mi vida y alejarme de nuestro hogar fue uno de ellos, pero lo que he visto en mi camino, es algo que no podría describirte en solo una carta; sentí la necesidad de escribirte el día de hoy, ya que, no había tenido respuesta tuya luego de mis anteriores correos, pero tal vez no han llegado o solo me odies por dejarte. Tal vez esta sea la última que te pueda escribir por mi condición actual, mi mano ha temblado mucho últimamente, a veces caigo sin fuerzas, pero los ancianos de esta aldea me han estado cuidando con mucho esfuerzo, nadie sabe lo que tengo, además de mí y ahora de ti, nadie más sabe la razón de esta enfermedad, pero, seguramente podrás recordar a Joseph, nuestro hermano; es doloroso saber que eso me sucede ahora a mí, solo quería saber si no has sufrido de ellos. Siempre he sido malo con las palabras, lo sabes mejor que todos, y sabes lo sínico que soy, pero ahora solo podrías ayudarme tú; hay cierta medicina que el abuelo conoce, que ayudó a Joseph, pero no lo salvó. Marceline, necesito que me la envíes a la dirección del paquete, eres mi primera y última opción."

La dirección estaba a mal traer, sólo se podía distinguir parte de lo que sería "Shadowtree" y apenas un indicio de la dirección.

(El capítulo se irá actualizando a diario)

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