Las espinas del alma

By Humy_Draw

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Una aventura que comienza, narrando las desventuras de una pequeña duende animal en su travesia por proteger... More

capítulo dos: La medicina no cura el alma

Capitulo uno: La menta es dulce con la luna

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By Humy_Draw



¿Es acaso que la brisa siempre ha sido así de fresca en el monte de Greengrass?, puede ser que hoy una fruta sabe así de dulce por el tiempo que he pasado sin probarla, ya que, quizás solo es un amargo recuerdo el que nubla mis sentidos y memorias; incluso el pensar en ello me deja un amargo sabor en la lengua que me hace querer rasparla hasta que desaparezca, pero no es más que una ilusión del pasado, puesto que mi boca ahora sabe a fresa, tan jugosa que la acabo derramando por la comisura de los labios cuando la intento morder. Estoy tan agotada de correr, esconderme y volver a escapar.

Las espinas del alma

El mundo ha sido tan grande para mí, un reto a cada día que pasa, una tortura en noches de invierno y un martirio en las sequias de verano, pero, también están las épocas de otoño y primavera, que traen mis comidas favoritas, y los olores que más me gusta sentir, que me cosquillean en mi nariz y me hacen temblar de emoción.

Siempre estuve sola, aún rodeada de tantas criaturas como yo, pero asi somos nosotros, una vida sin necesidad de compañía. Pero no se engañen, no quiero decir que me moleste siempre estar con alguien más, siempre hay amigos con quienes salir por comida, que te ayuden a sacar la manzana más alta o el tenebrio más oculto de la tierra, que te ofrezcan una mano en la adversidad sin esperar un pago por ello. Recuerdo haber escuchado a mi hermano decir algo sobre ello antes de verlo partir hacia Shadowtree en la noche de la luna llena, él había dicho que era nuestra naturaleza el querer la soledad, pero tal vez es porque no hemos experimentado el vivir de otra forma, y que las generaciones nos han criado así, alejados de los demás; mi pequeña hermana había dicho que era por otra razón, que nuestras espinas nos hacían alejarnos de los demás, que teníamos miedo de dañar a alguien con ellas, que nuestro corazón se escudaba con ideas raras para no aceptar la verdad, que nuestra mente nos decía que "solos es mejor". Era una pequeña muy curiosa, parecía ser la más madura de la familia, aún más que mamá.

Los duendes erizos hemos sido muy cautelosos siempre, pero también fieros cazadores cuando nos lo proponíamos, unos aventureros por naturaleza, siempre buscando el conseguir nuevas sensaciones, nuevos olores y sabores. Oh, ¿No había mencionado qué soy un duende?, tal vez debería haber comenzado con eso, aunque no soy como me estas imaginando ahora, no tengo un sombrero en punta, un traje verde ni una larga pipa para fumar. Aunque si te digo que soy un duende erizo, tampoco es que mi cuerpo este lleno de pelos y espinas, solo desde mi cabeza hasta la espalda, y mi rozada piel cubierta de mis ropas grises. Soy una "sal y pimienta", así que mis púas son negras y blancas, lo que me es útil cuando quiero escapar para comer algo delicioso.

Recuerdo que una noche, cálida por el verano sobre nosotros, mis pies tocaban con cuidado los espacios entre las hojas caídas y secas, nuestra visión es muy mala de día o de noche, por lo que nos guiamos por el olfato y el oído, los cuales tenía muy atentos, ya que en Greengrass, mucho cuidado nunca es suficiente, más cuando es de noche y las lechuzas buscan con que alimentar a sus crías. Una gran planta de menta se erigía bajo un árbol, a unas dos horas de distancia, pero quería esas hojas, eran una adicción que tenía, pero tendría que esta vez ir sola, ya que, mi hermano se había ido hace semanas, no sabíamos nada de él, y mi hermana era muy pequeña aún para salir en estas expediciones, mamá se había ido cerca de dos meses luego de nacer mi hermana. Es raro que haya nacido solo ella, solo una hija de blancas púas, pero lo que le falta de fuerza y coordinación, lo compensa con su cálida sonrisa. Incluso mis amigos me visitan más seguido cuando está ella en la madriguera, me hace sentir celosa, pero también aliviada, ya que Ulises y Rebecca están ahora con ella, cuidando que nadie la pueda tocar, quizás deba conseguir algo de fresca fruta para darles las gracias, Rebecca agradecería mucho unas vayas secas o semillas caídas de los árboles.

El viento traía un cálido soplo, mentolado que me hacia cosquillear los sentidos, apresurando mis pequeños pasos, corriendo entre la hierba sin perder el cuidado nunca, ya que desde hace mucho venia oyendo los chirridos ululatos de las blancas lechuzas que cazaban sin piedad a los mas indefensos de la pradera, pero nada se podía hacer, y ya estaba acostumbrada a ello, aunque Alice, mi pequeña hermana, no era igual, ella sentía una enternecedora piedad por toda criatura mas grande que un ratón, inlcuso los tenebrios debían de estar ya muertos para que pudiera comerlos, muchas veces eso llevaba a algunas discusiones donde terminaba por hacerla llorar, pero siempre me pedía perdón aunque la culpa fuese mía, pero al final, siempre comia todo lo que le daba, ya que su cuerpo era débil y frágil, no podía correr mucho sin tener que detenerse a tomar un descanso, y las luces fuertes le producían una gran molestia; quizás por esa condición es que termine cuidándola luego que mamá se fue, no la odiaba por ellos, sabia que lo haría en algún momento y decía que yo haría lo mismo con mis hijos, aunque no sabia responderle ya que no los he tenido y no sé lo que se siente tenerlos.

La luna brillaba en el claro donde la menta crecía, brillaba con sus hojas al cielo, produciendo un hipnotizaste olor alrededor mío, por lo que tuve que meter una hoja entre mis dientes mientras rápidamente sacaba tantas como podía cargar en mi bolso, colgado a un lado de mi cadera, debía apurarme por lo expuesta que estaba en aquel lugar tan iluminado, tal vez fuese paranoia mia pero podía sentir esas penetrantes miradas desde las ramas, pero no podía estar segura, mi vista no daba lo suficiente para comprobar si había o no alguien ahí, pero si a lo lejos seguía escuchando los gritos de alguna desafortunada alma siendo elevada para no volver a ser vista, no quería imaginar lo que le iba a pasar o lo que le podría pasar a Alice si me ocurria eso a mí, ¿quién más la podría alimentar como es debido? Su dieta era complicada y ni Rebecca con su memoria podía saber lo que debía darle. ¡No pienses en eso, Marceline, podrás ver a Alice otra vez!; la última hoja que pude meter en el bolso, me dio la señal de que ya era hora de irse, si me apresuraba, podría llegar en una hora y media, podía tomar algún atajo, pero seria peligroso asi que oculta en la hierba era mi única opción para llegar con todas mis partes pegadas a mi cuerpo. Ni torpe, ni lenta, recorrí el camino a paso veloz, sintiendo las hojas rozar mis pies a cada paso, pisando y moliendo entre mis dedos una de cada 7 hojas en el camino, agudizando el oído a cada crujir que sentía, parando entre las plantas para descansar lo suficiente cómo para calmar mi corazón y permitirme oír a mi alrededor, sintiendo en el aire nada más que la hierba fresca de la noche. Por suerte para mí, lo que ocurre con las lechuzas, es que traen en sus plumas el olor a la muerte, un olor que te avisa del peligro, pero también son animales sumamente inteligentes, y eso muy bien lo sabía, puesto que el padre de mi hermano mayor, había caído en la confianza, y sin percatar nada, a contra viento, una lechuza cayó sobre él. Hermano no solía hablar de ello, pero un día, intoxicado por una baya, a llantos lo comento frente a mí, lo que me hizo quererlo más, ya que nunca a nadie compartía sus pensamientos de ese modo, y quizás es el motivo de mi añoro por su presencia, el querer tenerlo cuando no me sentía lo suficientemente fuerte.

Mi camino ya había sido marcado por tantos recorridos que hacía, aunque fuese algo peligroso el siempre usar el mismo camino, también era estrategia pura, ya que las lavandas y el tomillo silvestre que crecía aquí, podía ocultar mi aroma natural, cosa que también creía lograr con la menta untada en mi piel, tratando de sudar lo menos posible, calmando mi alocado corazón que corría más rápido que yo misma, entre pensamientos horribles y funestos, nublando mi camino a ratos, hasta que lograba sentir esas pequeñas flores que había puesto yo misma para marcar mi camino, y me lograban encaminar una vez más por la senda correcta a seguir.


Yo era una sombra blanquecina entre la hierba, agitada y cautelosa, saltando de planta en planta, abrazando tallos para impregnar su olor en mí, pero eso sólo podía evitar el ser detectada por mi aroma, ya que algo había ignorado en mi mente, algo que no tomé en cuenta, y es que no es la forma en que suelen cazar estas malditas aves; había cometido un error otra vez, podía sentir en mi lomo el frio por aquella parte faltante de púas, había olvidado la última vez que una garra me quiso arrebatar de la tierra, ahora sentía ese frio en mi lomo, entrando por aquel pequeño tramo calvo y rosado, pero era muy tarde ya, no estaba siquiera cerca, nada más había alcanzado a cruzar unos 45 minutos cuándo me di cuenta, de que me encontraba en un claro al descubierto, donde la erosión del pasto, había convertido unos metros de césped en nada más que un puñado de dura tierra, había olvidado el rodear el lugar, debería haber doblado en la amapola torcida, ¿¡En qué diablos estabas pensando, Marceline!?, había avanzado ya un metro y algo más, que para mí tamaño era suficiente para ser descubierta antes de poder correr, estaba cerca de la mitad del camino, con un seguro matorral a mi derecha, con la alta hierba a mis espaldas y frente a mí, un tronco caído sobre un arroyo, pero del otro lado podía cobijarme en las raíces de un viejo abeto. Me había detenido a pensar demasiado mis opciones, ahora era tarde, debía correr, debía comenzar a... ¡Era tarde!, el ululato graznido de la lechuza sobre mí, incluso a favor del viento, haciendo que sintiese el aroma putrefacto de la muerte, que intencionalmente hizo para mí, para paralizarme de miedo. Cómo un rayo de blanca luz lunar, sentí que cayó sobre mí, cortando el viento con sus sangrientas alas, ahora manchadas en escarlata adorno, marcando con irregulares formas sus plumas cómo trofeo de caza. Mi instinto era más rápido que mi corazón ahora, era una suerte total, y ahí yacía yo ahora, tomando mis rodillas con mis brazos, convirtiéndome en una semiesfera de púas, sintiendo al ave pasar de largo, sólo jugando conmigo.

- ¡Maldita seas engendro blanco! Sólo déjame en paz de una maldita vez. – podía sentir un ardor que no recordaba, en mi calva del lomo, una roja cicatriz tiraba mi piel de tal modo que me obligaba a estirar mi cuerpo temblante, mientras sentía unas lagrimas aflorar en mis ojos, que por suerte no necesitaba para correr. El dolor era lo que necesitaba en realidad, me hizo despertar, mis piernas reaccionaban nuevamente y ahora sin temblor alguno, ya que, a pesar de no poder ver bien lo que ocurria a mi alrededor, la blanza luz, en un bello espejismo, me hizo ver a mi querida Alice, una pequeña y débil hermana esperando con su calida sonrisa y sus suaves, pero débiles brazos, queriendo sujetarme tan fuerte cómo para no dejarme ir nunca.

Antes de que el blanco espectro pudiera caer en una nueva picada, ya había alcanzado a correr con rapidez un tramo suficiente cómo para que tuviese que retroceder a ver donde estaba, pero no seria fácil, no pasaría por esto otra vez, sabia por experiencia que correr en zigzag le haría las cosas mas difíciles, cambiando de rumbo a cada tanto, sin poder saber donde estaba, solo pudiendo escuchar sus chillidos cerca de mí, luego lejos y de regreso a cerca de mi. Solo unos metros más y podría llegar al arroyo, pudiendo escucharlo con su tenue chapotear de gotas en las rocas, pero sólo eso escuchaba ahora, algo faltaba, sabía lo que estaba pasando, ya que una borrosa mancha blanca se podía ver en ese improvisado puente. Tuve que detenerme en seco, mis pies arrastraron el polvo de la suave y fría arena. Unos destellos dorados en la blanca sombra, rodeado de oscuridad, esos ojos me miraban, no podía ver con claridad, y sé que es imposible para un ave, pero esa maldita lechuza, estaba sonriendo, había jugado conmigo lo suficiente, sin siquiera agitarse, sólo me hizo cansar a mí con su correteo. Casi podía oírle reír, burlarse de mí, era sólo un animal, así que eso era imposible; no se movía de su posición, no hacía más que mirarme directamente para intimidarme. Correr de regreso daría el mismo resultado, y a los costado no era buena opción si no podía ver lo que tenía en frente de mí, podía caer al agua y ser arrastrada corriente abajo, dejándome perdida sin mis rastros; sólo quedaba la única opción de ir de frente, caminando, trotando, corriendo y ahora gritando, siendo opacada por el chillido de la lechuza, pero ya estaba en una frenética carrera hacia una posible perdición, mis púas en alto, erizadas en el sentido ironico de la palabra, mientras la lechuza alertada, extendió sus alas, levantando su pecho y abriendo la garra frente a mí, pero era tarde, no para mi esta vez; lanzada hacia el aire, de frente a mi, girando en el aire mientras en dolor gritaba al sostener mis rodillas para atacar con las púas, mi única defensa convertida en un ataque. Lo siguiente que supe, fue sentir el frio suelo en mi brazo y mejilla, me había raspado el codo, pero era nada comparado con el dolor de mi cicatriz. Un fuerte chillido, no lo había notado, gotas de agua caían cerca de mi, chapoteos en el río, un chillido de dolor combinado con un ahogado grito agudo. Colocándome en pie, lentamente, mis ojos no daban crédito de lo que veían, la lechuza había caído al agua, estaba muy cerca de la orilla, y mi ataque había dañado su pata, que agitaba hacia el cielo, al parecer no podía pararse, y mucho me costaba a mi en el momento, mis fuerzas se habían ido, por lo que tuve que cruzar lentamente, ayudada de mis manos mientras trataba de ignorar la ira y dolor del espectro maldito.

Al fin estaba en la raíz del abeto, tumbada en una cueva mientras mi cuerpo pesaba el doble, impidiéndome seguir, pero habían músculos que seguían trabajando, mi corazón era uno, que bombeaba sangre a montón, aunque no sabia si era real, ya que mi rostro palido, solo podía compararse con la luna sobre mi, pero también, musculos que no recordaba, rodeando mi boca... ¡Estaba riendo cómo loca!, tenía miedo, cansancio, pero estaba riendo y llorando, había hecho retroceder a una poderosa lechuza, ¿qué tan ridículo sonaba eso para un erizo duende?, o para cualquier otra pequeña criatura. Mis piernas ahora sufrían el dolor del esfuerzo que por minutos tuve que olvidar, al parecer, ahora venían a mi todos de golpe, ya no reaccionarían mis piernas por un tiempo, lo que me hizo estar a cada momento más preocupada por Alice, por lo que ella sentiría al ver que no llegaba a la hora que se suponía, pero no estaba sola y no era la primera vez, solo debía pensar una buena excusa y desviarme para ver si había alguna fruta que pudiera darle a esa chica a modo de disculpa, lo había hecho antes, cuando tardaba más de lo planeado, explorando lugares nuevos, pero, esta vez es algo diferente, debería explicar mi ropa rasgada, mi codo sangrando, tanto polvo en mi cara, pero al menos mi espalda no sangraba, no había sido dañada y el esfuerzo no había abierto la cicatriz, la que ya había sanado hace tanto, pero siempre pensé que algún día se abriría, era un miedo recurrente habitual en mi mente, y justo ahora, era de lo que más tenía en mi mente. El suelo ahora se sentía tan cómodo, que esos miedos se esfumaban lentamente, pero no podía dormir, no sentía sueño ni cansancio, estaba demasiado exaltada, lo único que reaccionada era mis brazos, y a duras penas podía llevar menta a mi boca, era mi premio, mi condecoración, me sentía una heroína, que podría lograr cualquier cosa en el mundo, no habría montaña tan alta ni valle tan profundo, ni un bosque tan... bosque, era la palabra clave para quitarme el ánimo, siempre lo era, me hacía pensar en Shadowtree, en las historias de ese lugar, en mi hermano y lo que podría haberle sucedido, no quería pensar eso justo ahora, no quería, pero mis lágrimas sabían que esa palabra era la señal para escapar de mis ojos tan rápido como el pensamiento cruzase por mi mente; siempre estaba a un paso de ir en su búsqueda, pero no podía, tenía obligaciones, deberes, tenía alguien que dependía de mí, ella no conoció a nuestro hermano, solo sabia de él por historias mías, por mis constantes sueños, a decir verdad, creo haberle mencionado que quería ir en su búsqueda, quizás como una broma, pero sé que se sentía culpable por retenerme, aunque, ¿qué tanto habría durado en el mundo si a duras penas un ave logré esquivar?, y de la nada, las montañas si eran lo suficientemente altos, como el cielo, y los valles tan profundos cómo la oscuridad de la noche...

... ¿Qué es ese cantar tan hermoso, esa música que alegra las cansadas almas que viajan sin rumbo?...

Me había dormido entre mis ensoñaciones, no sabía cuánto tiempo había pasado, pero seguía siendo de noche, y un grillo, entre todo ese pasto abultado, tocaba su serenata a la luna, casi me daba pena algunas veces el cazar esas hermosas criaturas, pero eran comida y comer era algo más importante que el escuchar su tonada hipnotizante. Mis piernas volvían a responder otra vez con toda normalidad, quizás todo fue causa del miedo y de la baja de adrenalina. Aun tenia la menta en la boca, aún tenía lágrimas en mis mejillas, solo que esta vez estaban secas como la sangre de mi brazo. Mi camino estaba frente a mí, despejado, no se escuchaba nada más que los grillos y la brisa cálida, aun me quedaba más de una hora de viaje, y a paso lento seria una tortura, pero era mi camino, mío, y me estaba esperando con ansias desde que lo dejé atrás hace horas, solo que ahora, podría ir tranquila, con confianza renovada, otra vez, esas montañas y valles eran solo un paso y un salto para sortearlos, otra vez la menta sabia a gloria luego de una batalla, otra vez, y ahora bajo una grande y brillante luz, la menta era dulce bajo la luna.

Una luz roja crepitaba frente a mí, unas rocas planas enfiladas cuidadosamente a mis pies, al fin había llegado a mi hogar, la noche seguía sobre nosotros; me acomodaba la ropa tanto como podía, colocando una gruesa manta a mi alrededor, la llevaba por el frio siempre y ahora me cubría perfectamente lo que necesitaba esconder, mi rostro aun húmedo pero ahora limpio en lo posible, ya no mostraba una batalla obvia, solo una aventura de rutina para conseguir comida; bajo mi brazo izquierdo llevaba una roja cereza y un suspiro ahogado en mis labios, debía entrar, pero ¿Por qué me costaba tanto cruzar una puerta que mil veces he usado?, nada malo se podía ver, incluso una sonrisa en mi rostro, pero sentía miedo. Al otro lado, un rápido destello blanco me atrapó con tal suavidad y rapidez, que no pude evitar el caer sobre mi espalda, un alegre tono dulce pronunciaba mi nombre, tan suave como un susurro y tan cálido como un día de verano. El rostro de mi pequeña hermana parecía un lejano recuerdo, con mis ojos recorría cada centímetro de su cara, cada detalle, casi contando esas graciosas pecas bajo sus ojos, ese pequeño gesto que solía hacer con su nariz, haciéndola temblar cuando estaba muy feliz, me encantaba esas púas blancas tan dóciles y suaves. Con tanta ternura y cariño sobre mí, casi podía olvidar mis huesos doloridos, mis piernas pidiendo descanso y mi brazo que había sonado extraño cuando caí de espalda.

- Ya he vuelto a casa, Alice. – me costaba articular mucho más que eso, aún estaba agotada, y ahora que al fin había llegado, podía sentir una segunda caída de energía, no tan drástica cómo la que sentí en aquel árbol, pero mis piernas volvían a temblar y mi brazo casi sin fuerzas, no podía siquiera sujetar la cereza que escapaba bajo la manta.

- Vamos, pequeña Alice, tú hermana acaba de llegar, debe estar agotada, casi parece que ha cruzado todo el continente en esta aventura. – Cruzando ahora Rebecca la sala con un alegre paso, rápido y ágil, tenía una gracia y una cadencia natural, tan agradable de ver, meneando una larga y afelpada cola en su rojo suave y blanco. Tomando en sus brazos a mi hermana que entendiendo, se dejaba colocar en pie, sonriendo con ternura por su travesura.

Rebecca, un rayo de luz en la habitación más oscura, mi mejor amiga sobre todo, una duende como yo, solo que ella era una ardilla tan hermosa que me daba celos el solo verla, pero no era la única que pensaba de tal modo, ella era tan popular en todo el lugar que pisaba, tenía una figura envidiable, su cuerpo presentaba una sensualidad natural que ella no parecía darse cuenta. Yo le debía mucho, siempre me ayudaba con Alice, la conocía desde hace tanto que parecía a veces leer mi mente solo con una mirada fugaz, y sé que ahora mismo, con sus penetrantes y marcados ojos brillantes, podía mirar bajo mi ropa, podía ver cada rasguño, cada mancha y herida, pero no decía nada era una gran amiga en realidad, me guardaba tantos secretos que podría ser bien mi diario de vida andante, una broma que le gustaba usar a cada oportunidad que le daba, pero aún con su popularidad con los chicos, con su personalidad picara y traicionera, aun con la reputación que arrastraba, era para mí la más confiable que podría encontrar, ya que, conmigo siempre era tan amable y dulce como se podría ser.

- Tienes toda la cara sucia y llena de sudor, estas hecha todo un asco, querida, tal vez sería mejor que vayas a darte un baño, ponerte algo de ropa limpia y luego te dejare tener a tu hermana otra vez. – Decía ahora con una malevolencia fingida, abrazando por las axilas a Alice, quien le seguía el juego gustosa cómo solía hacer siempre, aportando con su suave grito de doncella indefensa.

Revisando una última vez que no había dejado manchas de sangre en el suelo, me pude poner de pie, dándole una palmada en la cabeza a mi hermana, y cruzar una mirada de cómplice con Rebecca, quien mostraba su angustia en los ojos, sabiendo que, como tantas veces antes, algo malo me habría pasado en el cuerpo. Era raro verme aparecer con una manta, que utilizaba para estos casos, y solo por un lado la podía usar, ya que el otro tenia costras secas de tanto tiempo, que no podía sacar; trozos de piel y pelo, sangre seca, que no siempre era mía, y buena también era para ocultar el temblor en mis extremidades mientras a paso lento y disimulado me dirigía hacia el baño, sabiendo que la buena de Rebecca iría presurosa a encender un buen fuego en la pequeña cueva superior, que calentaría un poco el agua para poder bañarme. Una vez y solo una vez me he bañado en agua fría, lo que no fue una experiencia muy buena, por lo que solia esperar sentada sobre la ropa sucia a que Rebecca me diera una señal, una serie de rítmicos golpes en la pared, lo que me daría unos minutos antes de que me pudiese meter al agua. Mientras esperaba, me plantaba frente al espejo, había uno grande en el baño que habíamos recuperado en una expedición con mis amigos, estaba algo sucio pero funcionaba para su propósito, que era ayudarme para untar ciertas pomadas en mi piel y al final colocar una hoja para sellar la herida. Asi no entraría el agua del baño, que me podría hacer mal; esto daría inicio a esa época habitual de mi vida de semanas usando mangas largas, incomodas y calurosas, y peor ahora que era verano. Habían pasado ya algunos minutos, podía sentirse el calor atravesar desde el techo hacia el baño, ya comenzaba a sudar las paredes y el espejo, lo que me daba la última señal de que me podía bañar. Quitando desde la tubería el tapón, comenzaba a caer una deliciosa lluvia cálida, que bañaba mi cuerpo y limpiaba mis ideas, casi podía sentir cómo por mi piel caían los malos recuerdos, las malas experiencias, los miedos y las penas; éste era definitivamente mi lugar favorito, no quería salir de mi lugar, me giraba de un lado a otro, frotando con espero y dedicación los espacios entre las púas, con excepción de un lugar, que prefería omitir por la horrible sensación que me daba el pasar mis dedos por aquella cicatriz. Solía pasar mucho tiempo en el agua luego de mis expediciones, acabando de espalda en el agujero bajo la ducha que hacía de tina, forrado en rocas lisas para que el agua no escapase, era tan agradable, colocar una bolsa de tela llena de avena, que blanqueaba el agua, creando una densa masa de agua turbia, con esa sensación de suavidad y tan agradable olor, limpiaba mi ahora desnuda piel, humectando cada rincón que no podía alcanzar. Tenía esta rutina, que duraba tantos minutos cómo me diese Rebecca, que tenía la costumbre de aparecer con una toalla grande y otra más pequeña colgada a su hombro, ella sabía que perdía la noción del tiempo y algunas veces terminaba por dormir, con la pequeña vela a punto de morir por lo denso del vapor; ella ahora estaba ahí abriendo la ventana, evacuando la nube de agua evaporada, esperando con los brazos abiertos y sosteniendo las puntas de la tolla con sus blancas y cuidadas manos; sólo por mi podría ensuciarse o maltratar su rutina de belleza tan pulcra.

- ¿Eres una niña acaso?, te he dicho que no duermas en el agua o te vas a enfermar. – había oído eso tantas veces cómo estrellas podía contar el ruiseñor en sus sueños. Sus ojos me miraban con compasión, mientras con pesar cerraba la puerta a su espalda, recorriendo mi cuerpo, contando las cicatrices nuevas y antiguas, hasta posar sus ojos en la más notoria, aun corría algo de sangre de mi codo, pero movía mi brazo con tal ligereza que la preocupación se volvía alivio y la compasión en una sonrisa.- ¿qué ha sido esta vez?, espero que no hayas confundido el camino de la hierba con el de ortigas, o quizás metiste el brazo nueva mente en el tronco para conseguir un gusano de tebo.

- De todos modos no me creerías ni la mitad de la historia si te la cuento. – de manera inconsciente, había llevado mi mano hasta el área de la cicatriz en mi espalda, rascándola con los dedos sin mucha energía, pero aun así sonriendo lo posible, convenciéndome a mí misma de que no había sido un sueño lo que ocurrió, aunque lo hubiera preferido de ese modo. Aunque ese pequeño gesto involuntario, fue lo suficiente para ver cómo el rostro de Rebecca se transformaba, cambiando de su tan natural y bello rostro iluminado, a aquel endurecido gesto de horror, sus manos temblaban mientras avanzaba para rodearme con la toalla, y durante unos eternos cinco minutos, ella se limitó a quedarse inmóvil, arropándome con la toalla con tal firmeza, que no podría salirme de ahí con facilidad. – No es algo por lo que debas preocuparte demasiado, estoy aquí, puedes comprobarlo fácilmente. –sabía que no era suficiente para calmarla, y mi voz quebrándose no ayudaba demasiado, ella tenía esa habilidad de provocarme el llanto con facilidad, con ella me sentía tan segura todo el tiempo, que podía sacar mis emociones sin problemas, podía romper en llanto y dejar de ser la fuerte mujer que siempre demostré ser.

- No sé si realmente es suficiente prueba, – dijo finalmente con un tono frio en su voz. — tal vez sea yo la que está soñando, quizás solo te estoy imaginando porque te quiero tener a mi lado. – no podía hacer nada cuando comenzaba a balbucear de ese modo, era su trance retrospectivo que lograba cuando algo me pasaba como ahora, aunque solo había tenido dos ataques de lechuza en mi vida, para ella era igual si me comía un halcón o si me enterraba una astilla en el dedo, siempre estaba igual de preocupada por mí, a veces incluso era más una madre para mí que mi propia progenitora. Me enternecía que hiciera eso por mí, por eso sólo podía besar su mejilla, abrazarla tan fuerte cómo podía y calmarla. – No lo vuelvas a hacer, te conseguiré lo que quieras de día, sabes que los idiotas chicos harían todo por mí y me traerían el árbol completo de manzanas para plantarlo a mi puerta, te traerán la menta que quieras, una planta o un bosque, sólo quédate a mi lado.

Estaba al fin en casa, ese era el final de lo que era mi normal rutina, luego de tanto alboroto, tanta aventura, tantas lágrimas y sonrisas, al fin la rutina se había acabado, con Alice a mi lado, sentadas sobre el techo de nuestro hogar, con Rebecca a mi otro lado, sosteniendo mi (actual) herido brazo, y unas hojas de menta en nuestros labios, mirando tan hermosa y brillante luna, que hasta los ojos de los erizos podrían ver con claridad, de dibujar con un dedo el conejo de la luna y bañarnos en la luz que nos brindaba antes de desaparecer, porque la noche se comenzaba a terminar, y parecía eterna, casi era una semana de luna para mí, pero también para las dos almas cálidas que esperaban mi regreso más que otra cosa. El sol no tardaba en salir, el cielo se veía algo más claro ahora, pero el frio aún estaba aquí, recordándonos que seguíamos vivas, y los corazones de mi amiga y de mi hermana, pegadas a mis brazos, me recordaban que ellas estaban siempre conmigo, dándome tanto cariño cómo para regalar a todo el mundo, pero ajusto ahora, en esta fría madrugada, eran solo para mí, y eso me encantaba.

La luna ya se estaba ocultando por completo detrás de la arbolada lejana de Shadowtree, y las mentas daban un sabor especial a aquella postal, pero junto a mis personas especiales, solo podía pensar que una vez más, la menta era dulce con la luna.

Lo último que recuerdo de aquel día, eran dos rostros dormidos, sonrientes e inocentes, era de esos días donde Rebecca se saltaba su habito diurno para estar más tiempo junto a mí, me había contado antes de dormir que Ulises había partido en búsqueda de hiervas medicinales que solo crecían en esta época y junto a la luna llena sería más fácil, pero había alimentado bien a Alice y le había preparado sus medicinas, era un médico excelente, un duende hurón con gran habilidad, le pediría luego que viera mi brazo y mi espalda, aunque no podía evitar pensar que aun con todo lo bueno que tenía ahora en mi vida, algo me faltaba y me producía un vacío interior, aun pensaba en mi hermano, quien me enseñó tanto que sería imposible pagarle todo, aún tenía ese irremediable deseo de salir corriendo por aquella puerta para buscarlo sin parar, aunque tardaría tanto tiempo en hacerlo, y más con Alice junto a mí, porque no sería capaz de dejarla, aunque, si mi hermano lo pudo hacer conmigo... ¡No!, yo no soy así, no la dejaré, no es mi deseo hacerlo. Sólo esos pensamientos recuerdo antes de dormir por completo, de verdad que extraño eso, esa agradable cama, esos calidos cuerpos abrigándome, daría mi vida por volver a esos tiempos, que parecen tan lejanos que me hacen llorar de nostalgia, si hubiese sabido qque seria la ultima vez que dormiría así, lo habría disfrutado aun mas.

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