Anima: Un Canto En La Noche

By TheKoldur

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Cuatro desconocidos, unidos por el hilo del destino, comparten por casualidad un viaje a través de las montañ... More

Introducción parte 2: Una difícil convivencia

Introducción: Un viaje movido

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By TheKoldur

La madera crujía a medida que los viajeros se subían a la carreta. No era ni mucho menos el primer viaje que emprendía con una carga considerable, pero hacía tiempo que no soportaba el peso de la mercancía y de cuatro hombres a la vez.

Los ejes sufrieron especialmente cuando el caballero de más de dos metros de alto, ataviado con una no precisamente ligera armadura, se subió tras sus compañeros de viaje.

Una vez se hubieron subido todos, el carro mercantil inició el camino hacia su destino: Saulxerotte. Hacía días que por todo el principado de Gabriel se habían colgado carteles ofreciendo una suculenta recompensa al valiente aventurero que cazara a la bestia que sembraba el terror en dicho pueblo. Esto había atraído a guerreros de todos lados que deseaban aceptar el reto... Y nuestros peculiares protagonistas no iban a ser menos.

Por azares de la vida, todos estaban por Bellgarde cuando vieron el anuncio, y todos habían dado con un humilde mercader que se ofrecía a llevarles al otro lado de la cordillera, donde encontrarían su peculiar desafío.

Sin embargo, no estaba siendo un viaje precisamente agradable: entre los voluminosos baches y el cortante silencio, todo apuntaba a que les esperaban días bastante largos...

A las pocas horas de camino, uno de los viajeros decidió romper el silencio. Un chico joven, de estatura media-baja, de tez peculiarmente pálida y una pequeña melena plateada se dirigió al compañero que tenía sentado delante.

—Oh, vaya... ¿de la nobleza, no?

El chico castaño levantó la vista hacia su interlocutor, con una expresión entre la incomodidad y el asqueo.

—¿Por qué dices eso?

—Por el estoque, no sé... parece que tienes artes muy refinadas.

En efecto, aparte de vestir una chaqueta larga de cuero negro  y botas altas, el chico castaño llevaba un estoque atado a la cintura. Sin embargo, el intento de iniciar una conversación no le interesó, e intentó callar al viajero.

—Vaya conclusión más estúpida.

Sorprendido por su respuesta, el hombre de pelo plateado intentó hablar con el enorme caballero situado a su izquierda.

—Bueno pues... hola. Éste me cae un poco mal.

El siniestro caballero echó un vistazo rápido al chico del estoque, y después al que le hablaba. Molesto por la situación, intentó también que desistiera en su afán por entablar conversación.

—Y a mí tú.

Ignorando su comentario, le cogió la mano.

—¡Soy Shivar, encantado!

El caballero le apartó bruscamente la mano y se cruzó de brazos. Bajando la mirada, eludió todo intento de Shivar de continuar la charla.

—Bueno pues...

Se inclinó hacia adelante, buscando la mirada del cuarto viajero.

—Ni lo intentes.

—Vale, pues... bien...

De repente, el carro botó con fuerza a causa de un bache con el que , muy probablemente, no deberían haber dado. Desde la parte frontal del carro, el mercader que les llevaba gritó:

—¡Lo siento! ¡Es que está muy mal esta carretera! ¡Hace mucho que nadie la arregla!

Loran, pues así se llamaba el conductor del carro, era un humilde mercader ya entrado en los cincuenta años, muy escuálido y mal conservado. Tan sólo un rápido vistazo confirmaba que no pasaba por su mejor momento, pero aun así seguía haciendo fielmente su ruta Bellgarde-Saulxerotte con sus dos caballos y los suministros que pudiera conseguir.

Shivar, que a pesar de su fracaso como orador mantenía un cierto aire de nobleza, se dirigió a Loran.

—¿Quieres que te acompañe? Aquí la gente quiere hablar poco.

—¡Venga, vente p'alante!

Mientras Shivar levanantaba de su asiento y avanzaba como podía hacia la parte delantera, el caballero susurró al resto de compañeros:

—Sí, por favor: llévatelo...

Los viajeros esbozaron una media sonrisa. Shivar a pesar del traqueteo del carro, llegó a sentarse junto al anciano.

—No sé por qué les caigo mal... ¡Pero no te preocupes! ¡Yo protegeré el carro!

Loran pareció encontrar alivio en la peculiar jovialidad del noble. A pesar del constante moqueo del anciano, le daba conversación.

—Bien, eso me gusta... los caminos últimamente son mu chungos. Además, teniendo en cuenta la cantidad de gente que ha salido huyendo de Saulxerotte,  me comentan que hay mucho bandidaje por aquí. Es que ahora está la cosa mu mal. Además, con los nuevos impuestos estoy jodío, la verdá. No quiero ir a Saulxerotte, pero hay que hacer dinero de alguna forma.

El chico del estoque, incómodo, susurró otro comentario a los viajeros de la parte de atrás.

—Menudo par de garrulos.

Shivar no escuchó el ataque, o decidió ignorarlo. Continuó su conversación con el mercader.

—Yo en realidad tampoco quería ir, pero bueno. Ya sabes.

—¿Y entonces por qué vas, hijo mío?

—Pues eso, ya sabes. Por dinero, también.

—También es verdad. Como todos.

Los pasajeros, fascinados por la vacía conversación, negaban con la cabeza y mostraban entre ellos su aburrimiento.

—Eso mismo. ¿Por qué si no? ¿Por qué nos movemos si no es por din...? ¡Pero atento a la carretera!

Una vez más, el carro dio con otro bache y todos botaron con él. Todos menos Shivar, que había visto venir el bache y pudo mantener el equilibrio.

—¡Me cago en el puto vejestorio de los huevos!

El caballero no pudo contenerse, y el comentario se escuchó en la parte delantera.

—¡Oye, que el vejestorio paga!

Loran no sabía si sentirse agradecido u ofendido por la "defensa" de Shivar. Como era un hombre muy animado, lo ignoró y continuó la conversación.

—¡Ay, pues es que además tengo una mujer y una hija!  ¿Sabes? La hija, además, se acaba de casar con el molinero del pueblo. No me cae demasiado bien... la verdad es que es demasiado bruto. ¡Como le ponga un dedo encima le reviento, vamos!

Shivar mira al anciano bastante extrañado, observando bien los brazos del mismo. No parecía tener muchas posibilidades de reventar a mucha gente...

—Ehmmm, ¿le revientas tú o con ayuda...? ¡Con ayuda, si ya lo sé...!

El animado joven le da unas palmadas en la espalda, mientras el anciano intentaba comprender a qué se refería Shivar.

—¿Estás insinuando que soy débil...?

—No... ¡mírate!

Shivar le agarró un brazo y le dió varios toques. No estaba muy claro si intentando animar a Loran o si le estaba toreando.

—¡Si es que mira lo bien que llevas a los caballos!

Loran se motivó con las palabras del joven, e hinchó visiblemente el pecho.

—¡Sí, sí, mira!

El anciano empezó a dar tirones de las riendas, a pesar de los intentos de Shivar por pararle. Fuera cual fuera su intención, los caballos se encabritaron y todo el carro se sacudió de nuevo.

—Si es que ya te lo he dicho yo... Además; ejjj que mi hija está un poco tonta con la boda y tal, y me va a costar un dineral. Joder, me cago en la puta...

—Bueno, pero pagará también la otra familia, ¿no?

—Claro que sí, joven. Pero ejjj que nosotros tenemos que dar la dote, ¿sabes? Menos mal que está también mi mujer; que por cierto, no sé si te lo he dicho, pero está cañón...

Shivar, sorprendentemente, estaba empezando a sentirse ligeramente incómodo con la conversación. Miró hacia atrás buscando apoyo de alguno de sus compañeros de viaje, pero (aunque estaban escuchando atentamente) todos le hicieron gestos de negación, negándole la ayuda que buscaba. Como parecía que estaba solo en su charla con Loran, volvió a girarse hacia él. Había seguido la conversación, pero Shivar no le había prestado atención, así que cuando se reenganchó estaba algo perdido.

—... que no sé si debería decírtelo siquiera, pero es que está mu cañón.

—¿Tu crees que deberías decírmelo?

—Ehmm, sí. Claro que sí.

—Ah, ¡pues entonces dale caña!

Resignado a esa conversación, Shivar se acomodó de nuevo para prestarle toda su atención al anciano.

—Pues poca broma. Está mu mu buena, niño.

—¿Y cuándo la vamos a ver?

Shivar le dió un par de codazos.

—Ah... pues... ejjjque vive al otro lado de Gabriel. Pero si algún día pasáis por...

El joven castaño del estoque interrumpió la absurda conversación, molesto por lo sumamente insulsa que era.

—Bueno, ¿pero cuánto queda para llegar?

Loran desconectó totalmente de la conversación son Shivar y respondió a toda velocidad al viajero.

—¡Pues son tres días de camino! Tened en cuenta que hay que cruzar toa la cordillera, y eso es un paseo agradable.

Aunque los hombres de atrás mostraron enérgicamente su desesperación, Shivar parecía estar sumamente emocionado.

—¡Ay, qué bien! ¡Así nos vamos a poder conocer genial! ¿Tú eras...?

Señaló al chico de la armadura, con la mirada clavada en él y mostrando una tremenda sonrisa.

—Yo soy alguien que no tiene especial interés en hablar conti...

—¡Seguro que eres un gran escudo!

Todos se quedaron confundidos con la extraña afirmación de Shivar.

—¿Eing? ¿Cómo que escudo?

—¡Pues eso! Que seguro que te pones delante y recibes hostias como panes.

Entre anonadado y ofendido, el caballero subió el tono de voz.

—Seguro que podría cogerte del cuello y usarte yo a ti de escudo, ya que eres tan bajito.

—¡Eh! ¡Que seas tan alto no significa que yo sea bajito, tío duro!

Loran intentó imponerse:

—¡No quiero peleas en mi carro! ¿Queda claro?

—Tú calla, a ver si vas a ser el siguiente en pillar.

Los otros dos viajeros, que hasta ahora observaban entretenidos la situación, corearon un tímido "uuuhh" avivando la chispa del conflicto.

—No amenaces al jefe, ¿eh?

Aunque nadie entendía por qué Shivar había llamado "jefe" al anciano, éste intentó defenderse.

Cuidao conmigo, ¿eh? Que estoy diciendo que mi mujer está cañón, a ver si os creéis que está conmigo por nada...

De nuevo (y teniendo en cuenta que el conductor del carro llevaba ya un rato mirando hacia atrás), dieron con un bache y todos se tambalearon violentamente. Cuando se recuperaron, el caballero se llevó visiblemente la mano derecha a uno de los mandobles que portaba, en forma de amenaza.

Loran, que no se sentía para nada intimidado, seguía con un tono jovial. Se inclinó hacia Shivar para susurrarle, aún sin mirar a la carretera.

—Oye, este amigo tuyo no me cae nada bien, ¿eh?

—A mí tampoco tío, y ni siquiera sé cómo se llama... ¡Tú! ¡Cómo te llamas!

—A ti te lo voy a decir, alfeñique.

—Joder, macho, tan difícil no es...

Loran ya no sólo no miraba a la carretera, sino que soltó las riendas para poner los brazos en alto en señal de indignación.

—¡Cacho borde!

—¿El resto cómo os llamáis? Es que si no trabajamos en equipo esto no funciona.

Por segunda vez en todo el trayecto, el chico de la cadena tomó la palabra.

—¿Pero cómo que trabajar en equipo?

—Estamos sentados en un puto carro. Se ve que para eso hace falta cooperar.

El caballero completó la queja del chico, y volvió a cruzar los brazos.

—Bueno, pero hay que llevarse bien con los compañeros. Vamos a estar mucho tiempo juntos, y si no las comidas van a ser un coñazo. ¡Y hablando de cocina! ¡Yo cocino! Tengo unas habilidades de cocina que madre mía. ¿Qué os gusta? ¿Pingüino? ¡Pingüino!

Mientas Shivar buscaba la aprobación del resto, Loran hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

—¿Pero de ónde vas a sacar tú pingüino?

—¡No lo sé! Pensaba que traías tú pingüino, ¿no eras comerciante?

—¡Pero aquí no hay pingüinos!

—¿Pero no llevas especias extrañas?

—Pero el pingüino no es una puta especia, ¿no?

La conversación había alcanzado un nivel tan absurdo que hasta el callado chico del estoque tuvo que intervenir.

—¡¡Y yo que sé!! ¡¡Si lo trituras sí lo es!! En mi tierra anda que no se hacía comida con pingüinos... flipas.

—Aquí se hace con carne de perro. Y eso el día que hay suerte.

Loran frenó en seco lo disparatado de la charla para devolverlo a un estado deprimente. Los viajeros del carro volvieron a acomodarse en sus sitios, y Loran y Shivar volvieron a sentarse mirando al frente.

—Buah, qué movida.

—En ralidad Gabriel es un país rico, ahora están en nosequé movida con Abel, así como compitiendo. Además, algunos dicen que se han aliado con Lucrecio, dicen nosequé de un zepelín.

—¡Oh! Ya ya, algo había oído.

—Sí... oí que salió de "Ile des Mouttes" el otro día. Pero creo que se estrelló.

—Vaya, qué putada.

—Putada es tener que soportaros...

El comentario del caballero pasó desapercibido.

—Con lo caros que son los zepelines... Imagínate. ¡Eso tiene que costar por lo menos cien mil monedas de oro!

—No me lo puedo ni imaginar... si ya cincuenta monedas de plata es mucho para este probre viejo... ¡Y para mi mujer! ¡Mira ninio, qué mujer que tengo!

Shivar no quiso pasar por la misma conversación de antes, así que se giró buscando auxilio en alguno de los viajeros.

—¿Alguien más me quiere dar charla? ¡O por una moneda me callo!

Aunque la oferta era tentadora, todos los viajeros la rechazaron. Shivar intentó cambiar de tema.

—¿Y qué tal la inquisición por aquí?

La pregunta despertó una cierta incomodidad en los presentes.

—¿Pues cómo tiene que ir? Normalita. Nos cuida, como dijo el Mesías. No sé qué mas quieres que te cuente.

—Pues no sé, si está por aquí cerca o algo.

—Hmmmm. Antes solían estar por Saulxerotte, pero se fueron hace ya mucho. Se quedaron en la Academia de Astria. ¡Pero a lo que iba! No te puedes imaginar mi hija, ¡qué guapa es!

—¡Qué suerte tienes, amigo!

Mientras Shivar y Loran seguían una más que larga conversación sobre su mujer e hija, los viajeros del carro tuvieron la suya propia, en voz baja.

—¿De dónde habéis sacado a este garrulo?

El joven de la cadena contestó sin miramientos al caballero.

—No lo sé, pero estoy considerando seriamente tirarle del carro.

—Me apunto.

Aunque susurraban, por algún motivo Shivar les escuchó, y se giró lentamente hacia ellos. Tenía el semblante serio, y el frío invadió a los viajeros. Extrañados, lo relacionaron con el aumento de altura en la montaña, y no le dieron mayor importancia. Sin embargo, El joven pálido no les quitó la vista de encima... hasta que un bache le obligó a recobrar el equilibrio. Siguieron su conversación con normalidad.

—Podríamos tirarles a los dos, llevar nosotros el carro y asegurarnos de que no pillamos más baches.

—Además, así nos quedamos con las mercancías y nos las repartimos.

Sin girarse, por miedo a volver a perder el equilibrio, Shivar les increpó.

—¿Ya estáis pensando en robar?

—Robar no: "exigir una compensación por un viaje poco satisfactorio".

El anciano, poco impresionado, les intentó disuadir.

—Aviso de que si intentáis algo avisaré a la guardia de Saulxerotte...

Aún menos impresionado por el comentario del anciano, el caballero se llevó la mano al cinto. Con actitud solemne, fue a desenfundar uno de sus mandobles. Sin embargo, teniendo en cuenta lo estrecho del carro, no consiguió hacerlo con un movimiento muy grácil. Cuando la hubo desenfundado, el tamaño del arma hablaba por sí sola. Lo clavó en el centro del carro, amenazante.

Por desgracia, el conductor estaba una vez más mirando hacia atrás, así que no vio un enorme bache en el camino, que hizo temblar el carro. Con el temblor, el mandoble se cayó del carro, entre las risas contenidas del joven de la cadena. El chico del estoque estaba menos entretenido, e increpó al caballero.

—Gilipollas, ten más cuidado; casi me revientas un pie.

Éste, ignorando al resto, se puso en pie para recoger su arma. Antes de bajarse, le susurró al chico de la cadena:

—¿Qué te parece si bajo, recojo la espada y decapitamos al vejestorio?

Antes de que pudiera contestar, Shivar alzó la voz.

—Oye, ¿por qué vosotros os lleváis tan bien y a mí no me queréis ni en pintura?

El chico de la cadena despejó sus dudas.

—Nos ha unido nuestra animadversión hacia vosotros.

—Pues también es verdad. Es lógico. No te diré que es la primera vez que me pasa...

Resignado, Shivar volvió a sentarse, mirando al frente. Por su parte, el chico se inclinó hacia el caballero para susurrarle:

—Tentador, pero vamos a darle una oportunidad. Aunque cuanto antes vayas a por el mandoble mejor.

Frustrado, el caballero bajó de un salto del carro y caminó con parsimonia hasta donde se encontraba el arma.

—¡Espera, que paro y te esperamos!

El anciano tiró de las riendas para frenar, pero los caballos se encabritaron de nuevo, sacudiendo a los que seguían sobre el carro. Una vez parado, Loran se bajó y comenzó a mirar el lugar.

—Ya está anocheciendo... no sería mala idea acampar, la verdad. Mis viejos huesos no dan para tanto, y ya que hemos parado...

Uno a uno, todos los viajeros se bajaron del carro y se reunieron para organizar la noche.

Seguían todos vivos.

Era un verdadero milagro.

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