Capítulo 1: Finalmente.
Estaba sentada en la sala, en el sillón que le pertenecía a Toriel. Observaba una vez mas aquellos programas que me sacaban de la aburrida vida en las ruinas, y es que, realmente me parecía algo aburrido. No por Toriel, ella en realidad era un amor; me regalaba todo el tiempo afecto y cariño suficientes como para no sentirme sola, pero pese a mis sugerencias de querer salir de ahí, ella negaba. Decía: “No quiero ver al idiota de mi ex-esposo!” mientras bufaba y negaba. ¿Y quien era yo, para obligarla?
Pero yo quería salir, principalmente porque estar todo el tiempo en un solo lugar te sobrecarga de pensamientos, y estar lleno de pensamientos no es genial. Al menos no cuando te recuerdan lo minúsculo que eres en este mundo.
Prosiguiendo con el tema original, que eran los programas, me encontraba viendo un programa de la mayor —y única— estrella del Underground: Mettaton. Un robot creado por la doctora Alphys, con una peculiar forma cuadrada y una personalidad arrasante; era glamuroso hasta por los tornillos, desprendía seguridad por las tuercas y su personalidad realmente me cautivaba. Porque lo admiraba, y puede que, quizás me gustase solo un poquitín. Nada fuera de lo normal. Tampoco le conocía en persona para saber si me podía llegar a enamorar.
¡Oh sí! Cabe destacar que llegué días antes que Frisk. Y que yo tengo 17 años. Soy una adolescente con pensamientos de vieja y actitud de niña. Totalmente normal. Ahora mismo Frisk se encontraba en algún lugar del Underground para poder salir del mismo. Buscaba, si mal no recuerdo, al monarca, Asgore. Y he ahí la pregunta, “¿Porqué Frisk pudo salir y tú no, ____?” bueno, realmente nunca he intentado pedirle a Toriel salir, es decir, yo sola, por mi cuenta. Tampoco quería dejarle sola. Parecía ser que la compañía le gustaba, porque a veces noto en sus ojos el destello de la soledad inquietante que la inunda poco a poco, y eso también me preocupaba.
—¡____! —Sí, ahí estaba la voz de Toriel, llamándome. Seguro para comer. Miré el reloj de pared: una y cuarenta—. ¡Vamos a comer!
—¡Voy! —Respondí levantándome del suelo y caminando a paso rápido a la cocina—.
Tarareé una suave canción de camino a la cocina, hasta sentarme sobre un de las sillas que ahí estaban. Toriel terminaba de
Continuará