FaceLove -《KookV》♡

由 ultear_74

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Taehyung tiene ocho años cuando a la salida del colegio se encuentra con Jungkook. Tae sólo es un niño mientr... 更多

Capítulo I: Taehyung
Capítulo II: Jungkook
Capítulo IV: Jungkook
Capítulo V: Taehyung
Capítulo VI: Jungkook
Capítulo VII: Taehyung
Capítulo VIII: Jungkook
Capítulo IX: Taehyung
Capítulo X: Jungkook
Capítulo XI: Taehyung
Capítulo XII: Jungkook
Capítulo XIII: Taehyung
Capítulo XIV: Jungkook
Capítulo XV: Taehyung
Capítulo XVI: Jungkook
Capítulo XVII: Taehyung
Capítulo XVIII: Jungkook
Capítulo XIX: Taehyung
Capítulo XX: Jungkook
Capítulo XXI: Taehyung
Capítulo XXII: Jungkook
Capítulo XXIII: Taehyung
Capítulo XXIV: Jungkook
Capítulo XXV: Taehyung
Capítulo XXVI: Jungkook
Capítulo XXVII: Taehyung

Capítulo III: Taehyung

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由 ultear_74

En la puerta de entrada de mi piso cuelga un cartel que dice: Maison de ma vie. «La casa de mi vida». Es de hierro forjado pintado en blanco, oxidado por el tiempo. Lo hallé hace unos años en un mercadillo de antigüedades. Quien me lo vendió me contó que lo mandó hacer una noble dama francesa hacia finales del siglo XIX. A veces me gusta imaginar que yo también he sido parte de la nobleza francesa en una vida anterior. En otro caso, no se explicaría mi pasión enfermiza por una ciudad que jamás he visto: París.

Francés es el estilo que he escogido para mi casa.  Algunos muebles salen de casa de la abuela, pero fui yo quien los eligió con papel de vidrio para otorgarles cierto estilo rústico.

La cama de Soonshim es una cuna de hierro forjado de principios de siglo, oxidada y también sacada de un rastro. Antes la obligaba a dormir en ella por razones puramente estéticas, porque me gustaba la idea de verla tumbada en una cuna antigua. Qué tonto he sido. Por suerte Soonshim acabó encontrándole el punto y ahora no hay quien la aleje de la cuna.

La última pieza antigua, la más preciada, es la bañera con pies, de 1912. Como no entraba en el baño la puse en el comedor, delante de la ventana, y le pedí al fontanero que consiguiera que le llegaran todas las tuberías necesarias, agua caliente incluida. Lo increíble es que ahora mientras me baño puedo ver al mismo tiempo la estación de autobuses y la tele. Mi madre, cuando la vió, me dijo que no tengo remedio y que de haberlo sabido antes habría puesto la casa del abuelo en alquiler.

En las paredes del comedor y de la pequeña cocina azul hay una secuencia ininterrumpida de carteles de películas francesas de los años cincuenta y setenta. Sobre el sofá de la sala de estar, perfectamente visible desde la bañera, campea la reproducción tamaño gigante de la inolvidable fotografía El beso del Hôtel de Ville. El beso que un día le daré al hombre de mi vida. Si llego a encontrarlo, ese día le haré vestir la misma chaqueta que el personaje de la foto. Entonces, justo delante del Hôtel de Ville, que a decir verdad no tengo la menor idea de dónde queda, él me besará y yo fingiré que me pilla desprevenido, obligando naturalmente a un peatón a registrar el momento para la inmortalidad en una foto. Y entonces ése será Mi beso del Hôtel de Ville, y lo enmarcaré y colgaré donde ahora está el original, para ofrecerlo en bandeja a la envidia del mundo.

Volviendo a la decoración, el dormitorio es sin duda la mejor habitación de la casa, de la que más orgulloso me siento. Cada pared representa un punto de vista diferente: sobre la cama, por ejemplo, campea la Torre Eiffel. De hecho, cuando voy a dormir es un poco como si subiera en un helicóptero suspendido sobre la ciudad. Algo exclusivo. La mayor parte de las personas que han entrado en esta habitación, Hoseok incluido, han tenido la impresión de padecer vértigo.

Todavía falta una habitación por mencionar, una habitación que ya está vacía, ya que todo lo que en ella importaba ha sido retirado. Era la habitación de Hoseok, mejor dicho, el lugar en el que dormíamos juntos cuando él se quedaba por la noche. Aquí estaban sus cosas, su ropa, su olor. De vez en cuando abro los armarios vacíos y respiro a pleno pulmón, esperando sentirlo otra vez, ese olor inconfundible, una mezcla de pienso, canarios, tabaco y champú de ortigas. Tiene razón Hyerin, tengo que volver a tomar el control, no puedo deshacerme por un tonto que vende animales.

He ido al comedor, he encendido el ordenador y he aprovechado para conectarme a la red inalámbrica de la vecina, lo cual no está nada bien.

Echando a un lado el sentimiento de culpa, voy a comprobar si mientras tanto algo se ha movido en Facebook.

Para darle una banda sonora a mis decepciones, elijo una de Day6, un grupo que me gusta muchísimo, y abro el último yogur de vainilla que queda en la nevera. Estoy listo para concluir con dignidad también este duro día, cuando de repente alguien toca el timbre de mi puerta.

No he tenido tiempo de preguntarme quién puede ser a estas horas, cuando ya me veo arrollado por una furia imposible de controlar.

Es Seungkwan, mi mejor amigo. Invade mi casa con sus maletas.

—¡ Tae, Tae, Tae! —me dice con un tono muy excitado—. ¡No te imaginas lo que me ha pasado! —Se abanica con la mano, tratando de recuperar el aliento. Se mueve de forma teatral, ostentosa, como una estrella del mundo del espectáculo—. ¡ Vernon me ha echado de casa!

Sólo me faltaba el amigo tambien abandonado por el novio. ¡No estará pensando que puede trasladarse aquí!

No he acabado de formularme tal hipótesis cuando Shoper, su horroroso perro pincher, aparece por detrás de la puerta. El hocico de Soonshim asoma por debajo del velo de la cuna, levanta las orejas y se prepara para saltar a darle la bienvenida.

Pero Shoper la menosprecia, Sooshim no forma parte de su mundo, es una hembra y encima sin pedigrí. Es decir, un insulto.

Mientras tanto Seungkwan, me ha pedido, en este orden, un vodka, un trozo de pastel y si puede utilizar el teléfono (cuatro veces), mientras sustituía el disco de Day6 por otro de Hyuna, sin ni siquiera darme tiempo a abrir la boca.

Ahora se está meneando en el comedor al ritmo de Hip & Lip, salpicando con vodka el sofá. ¿Qué he hecho para merecer esto también?

Según cuenta, Vernon, cansado de ser comparado ininterrumpidamente con Di Caprio y de despertarse cada mañana acompañado por Hyuna seguida por  Jay Park, además de haber rebelado la prepotencia uterina de èste a sus amigos, se cansó y lo echó de casa junto con Shoper.

Naturalmente Seungkwan ha interpretado la discusión de Vernon de la peor manera: dice que no podrá vivir sin él y, en el mismo tono melodramático de Soraya, jura que encontrará la manera de reconquistarlo, que tarde o temprano conseguirá su perdón.

Durante un instante parece que ha terminado de desahogarse. Seungkwan toma aliento y mira a su alrededor sólo para subrayar que toda esta empalagosa secuencia de amor parisino le ha causado diabetes. Entonces, vuelta a la agitación, quiere correr a colocar todas sus cosas en la habitación de Hoseok y echarse agua fresca en la cara.

Ni siquiera me ha dado tiempo para encontrar una excusa, cuando la habitación de Hoseok está invadida por el ímpetu de Seungkwan, tanto que acaba perdiendo por completo su identidad. La habitación de Hoseok se convierte en un instante la habitación de Seungkwan. No falta siquiera un póster de David Beckham, desnudo de cintura para arriba, colgado en la pared delante de la cama.

Vuelvo resignado al comedor, a mi ordenador, tratando de convencerme de que tenía que acabar así, que había llegado el momento de restarle importancia a la mitología de ese santuario abandonado. Además no puedo negarle la ayuda a un amigo en apuros, los fantasmas tienen que hacerse a un lado y yo tengo que reaccionar.

Conocí a Seungkwan cuando todavía vivíamos con mi padre en Busan. Él era hijo de nuestros vecinos de la casa de al lado. Aunque unos años mayor, era mi compañero de juegos en la infancia. Un día convirtió el Monopoly en Fashionpoly, les lo cuento sólo para que se hagan una idea de como es él. Cuando mi padre y mi madre se separaron y fuimos a vivir al edificio de la abuela, Seungkwan y yo no perdimos el contacto. Hoy es la persona que mejor me conoce; poner mi piso a su disposición es lo mínimo que puedo hacer.

Después de unos minutos, Seungkwan vuelve envuelto en una bata color coral con una toalla enrollada en la cabeza, listo para abandonar el vodka para luego empezar con un vaso de ron.

—¿Te das cuenta, mi amor? —me dice—. Shoper y yo estamos, y me quedo corto, en estado de shock.

Tanto que Shoper se ha metido en la cuna de Soonshim y ahora no le permite volver a acercarse. Ella me pide ayuda con la mirada. ¡Mi pobre gorda, que tendrá que dormir en el sofá!

«Están en estado de shock, Soonshim, hay que tener un poco de paciencia».

—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.

—Gracias, mi amor, te lo agradecemos un montón.

Si al menos dejara de hablar en plural e incluir a su horroroso perro en cada frase, puede que Vernon considerara la posibilidad de volver a admitirlo.

—¿Qué es eso? —dice, cambiando de tono de repente y señalando la pantalla del ordenador—. ¡Milagro! ¡Tú también estás en Facebook!

—¿Lo conoces?

—Cariño, ¡es imposible no conocerlo!

—Yo no lo conocía, lo han hecho todo Hyerin y Hani...

—¡Alabado sea el Señor! Claro, que el hecho de que tengas que esperar a la intervención de dos dieciochoañeras no habla muy bien de tu relación con el mundo.

—¿Sólo porque no conocía Facebook?

—No, cariño, porque toda tu vida se concentra en un único camino: empieza en tu tienda y acaba en la de enfrente, la de Hoseok. ¡Tienes que mirar a tu alrededor, mi amor! Tienes que descubrir el mundo, no puedes conformarte con imaginarlo. ¿Te gusta París? ¡Pues ve a ver París! ¡No hace falta que te lleve nadie! Y si encima ese alguien tiene que ser el hombre de tu vida y tomarse la molestia de besarte delante del hotel no sé qué, lo tienes muy mal, amor.

Esta noche habría preferido renunciar a su desfachatez. Con la excusa de que necesita entrar en su página de Facebook y comunicar a su grupo de amigos sus desgracias, se permite incluso quitarme de las manos el teclado del ordenador.

Contesta a una veintena de peticiones de amistad, comprueba las innumerables notificaciones, anuncia que participará en un par de acontecimientos.

El muro de Seungkwan es una sucesión de pensamientos y citas. Entre sus fotos, además, hay una serie de fiestas y festines no muy recomendables. Luego se queja de que porque Vernon lo botó.

Hablando de Vernon, aparece también una foto de él vestido de deporte, acompañada por un comentario de Seungkwan: "Dos labios rojos en los que morir".

En una de sus actualizaciones de estado afirma que Red de Hyuna es la mejor canción del siglo. Sólo por esta declaración le podrías perdonar un montón de cosas, como por ejemplo que en su listado de amigos haya ochocientos individuos excéntricos, y hasta Hyuna, Sunmin y Jay Park.

—¿De verdad crees que Hyuna ha tenido tiempo para confirmarte como amigo? —tengo la necesidad de precisar—. Éstas no son personas reales.

—No me importa si lo son o no —me contesta Seungkwan con naturalidad, sin despegar los ojos de la pantalla—.Son como los broches de los Oasis, nada más que pequeños trofeos. Y es que si en Facebook no tienes al menos un amigo VIP no eres nadie.

Comprobado, está loco.

—Tú en cambio... ¿estás ampliando tu ámbito de amistades?

Por fin se ocupa de mí, y me envía una solicitud de amistad. Subo a tres.

—Ya he tenido bastante con abrir la página de Hoseok—le contesto traspirando desesperación— y descubrir que su vida marcha viento en popa incluso sin mí.

—¡Ya sabía que caerías en los errores más básicos! —gruñe mientras coge mi cara entre sus manos—. ¿Crees que Hyuna estaría de acuerdo?

—¿Qué tiene que ver Hyuna?

—Tiene que ver, tiene que ver. Porque ella cae, pero vuelve a levantarse, y envía a la gente a la mierda cuando es hora de hacerlo. Tú en cambio, mi amor, no lo haces.

Lo que me faltaba: un discurso sobre Hyuna.

—Mira hacia delante —continúa—. Bébete una cerveza y toma tu vida en tus manos. ¡Bús-ca-te a o-tro!

Como si fuera fácil. Seungkwan sabe lo que me cuesta tan sólo pensar en la idea de volver a empezar desde el principio. Pasará un siglo antes de que llegue un nuevo amor. Y de repente mi mente escoge su propio rumbo y decide volver al pasado, al corazón de una niño que latía acelerado. Y entonces me atrevo a pedirle un consejo.

—Hyerin y Hani me han enseñado que en Facebook puedes encontrar personas que has perdido de vista...

—¡Chispas! —exclama Seungkwan, perspicaz como siempre—. Te conozco, cuando empiezas a hablar dando tantos rodeos, ¡eso significa que estás pensando en algo o alguien!

—Tendrías que recordarlo bien. Mi gran amor de la infancia...

No tengo ni tiempo de terminar la frase cuando Seungkwan se pone a gritar dando saltos por la habitación.

—Oh, Señor mío, ¡Jeon Jungkook!

Éstas son las satisfacciones de la vida. Saber que todas las palabras dichas hace tiempo no se perdían en el viento.

—¡Tu príncipe! —añade —¿Y lo has encontrado?

—No, no me he atrevido a buscarlo...

Por qué lo he dicho. Seungkwan parece enloquecido, vuelve al teclado, tiene la intención de actuar sin ni siquiera pedir mi opinión. Trato de arrancarlo de allí.

—¡Seungkwan, para! ¡Deja que te explique!

—¡No hay nada que explicar!

Intento impedirlo, pero él consigue teclear un par de letras.

—Has pasado diez años persiguiéndolo —me dice sin dejar de escribir—, era el chico más guapo de la escuela, se daba cierto aire a playboy, ¿y ahora no te atreves a saber qué ha sido de él?

Ya está su nombre entero. Trato de detenerlo, pero ya es demasiado tarde: Seungkwan ha lanzado la búsqueda.

Me alejo de la pantalla y corro hacia el sofá como un niño tapándome las orejas.

No han pasado ni siquiera dos segundos y la cara de Seungkwan cambia de color. Adquiere la misma pinta fúnebre que tenía el día que entró en Internet para ver la foto de Ladies Code justo después del accidente.

—¿Qué te pasa? —le pregunto sin alejarme del sofá.

No contesta. Si le hubieran comunicado que Beckham ha tenido otro hijo con Victoria, puede ser que hubiera reaccionado mejor.

—¿Entonces? ¿Qué ha pasado? ¿Ha muerto?

—Peor —me contesta después de otro sorbo de ron—. Parece el hermano gordo del tío Lucas. Y ha perdido todo el pelo.

—¿Bromeas?

—Ojalá, mi amor. Está aquí, delante de mis ojos. Y es él, no cabe duda. Si quitas los kilos de más y la falta total de pelo, sigue idéntico.

—Gracias, Seungkwan —le digo, fingiendo un reproche—. Como siempre, sabes cómo animarme.

—Pero ¿qué quieres? ¿Ahora resulta que es culpa mía que se haya pasado quince años comiendo todo lo que encuentre a su paso?

No podía imaginar peor final.

Las generaciones futuras escribirán: así acabó un estupendo amor platónico que duró diez años. Adiós al cruce de miradas en medio de la gente, adiós al tropiezo fortuito en medio de un aeropuerto o donde sea y el casual beso de Doisneau. ¿Adonde ha ido a parar todo lo que imaginé y decoré con tantos detalles a lo largo de los años? ¿No es trágico que todas esas fantasías se hayan estrellado repentinamente en Internet, donde un icono digital me comunica la caída de Jeon Jungkook?

Lo sabía, hubiera sido mejor dejarlo como estaba, en los recuerdos de niño, guapo y macizo como era, con el pelo ligeramente largo y revuelto, piel clara y la mochila cargada en los hombros. Mi «pequeño yo» no me lo va a perdonar fácilmente. A pesar de todo, no se da por vencido, lo siento patalear. «¡Ve al ordenador a verlo! —grita en mi cabeza—. Tengo el derecho de volver a verlo, ¿no crees? No me importa en qué se haya convertido, para mí seguirá siendo mi Jungkook».

«Ok, tienes razón». Es justo enfrentarse con la realidad. Con todos sus kilos de más.

Me acerco al ordenador y me asomo a la pantalla casi con miedo. Seungkwan aparta la sábana, y allí está, mi Jeon Jungkook, con todas esas toneladas acumuladas de grasa.

«Pero ¿qué ha sucedido para que acabaras así? La última vez que te ví estaba convencido de que te comerías el mundo, pero no literalmente».

Necesito desahogarme con alguien, parece que Seungkwan está aquí para eso.

—¿Recuerdas cómo era? Pero ¿te das cuenta? Sabía que no teníamos que buscarlo. Todo es culpa de Internet y de quien inventó esta máquina infernal...

Mientras hablo, Seungkwan, como es natural, empieza a intercambiar SMS con alguien. Él y su tempestivo altruismo.

—Te escucho, sigue —me dice cuando llega a la habitación de Hoseok.

Lo persigo, sin dejar de hablar.

—¿Recuerdas su aspecto con dieciocho años? Y sus ojos... ¿Recuerdas sus ojos?

Seungkwan se está vistiendo. Ahora el móvil suena, difundiendo por la habitación las inconfundibles notas de Oh NaNa de KARD. Seungkwan contesta diciendo:

—Entendido, de acuerdo. —Y acto seguido ríe.

—¿Qué pasa? ¿Me estás escuchando?

Cuelga enseguida.

—Sí; perdona, mi amor. Sigue, ¿decías...? —Me reconforta volviendo a ponerse serio.

—Sus ojos eran como imanes, ¿no era así? La vida se lo había dado todo... ¿Qué le habrá pasado?

Seungkwan asiente, mientras se da volumen al pelo con el secador.

—¿Me estás escuchando?

—Tengo que salir, Tae. ¿Tienes otro juego de llaves?

—¿Adònde vas a estas horas? ¿Era Vernon?

—Qué va, sólo un fucking friend. No me esperes despierto.

—¿Un faqui... qué? ¡Pero si acabas de llegar!

—No me encuentro bien, mi amor —me dice con una mirada trastornada por el vodka y el ron—. Echo de menos a Vernon.

—Lo entiendo, pero...

No hay nada que hacer, sale de la habitación con el bolso.

—See you later. Sé que me entiendes.

No mucho, la verdad.

Con la misma violencia que usó para entrar, Seungkwan se marcha y me deja solo, luchando con la imagen de Jungkook prácticamente irreconocible y la mirada agotada de Soonshim, que sigue preguntándose qué ha hecho para merecer perder su cama. Shoper mientras tanto duerme como un cachorro, sin preocuparse por el hecho de que él y su amo acaban de revolucionarnos la vida.

Sólo me queda terminar el yogur de vainilla y dejar que Soonshim se suba a mi cama.

En veladas como ésta, dormirse no es fácil. No sé durante cuánto tiempo antes de ceder al sueño pienso en Jungkook y en nuestro amor jamás vivido. Incluso gordo y decadente, logra llenar mi corazón. 

*****

Hola de nuevo, actualice rápido (?) Felicidades a mí 

En serio muchas gracias por animarse a leer esta adaptación y aunque aun soy flop(?) 

En fin... bais (?)

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