¿Malfoy?

By TheMadAristocrat

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Esbozaron sorprendidos al ver su nueva apariencia. "El problema de tener muchos enemigos, es averiguar cuál d... More

1. ¿Te multiplicaste por cinco?
2. La tarea imposible
3. Compañías inesperadas.
4. Extraños pensamientos, insólitas consecuencias
5. Lidiando con los propios demonios
Epílogo (o qué pasó con Blaise Zabini un mes después)

6. Entre el negro y el blanco... gris.

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By TheMadAristocrat

Como nunca, Hermione Granger se había quedado sin habla y sin ideas. Abría y cerraba la boca incapaz de esbozar algún sonido, ni siquiera alguno animal, ¡Hasta se le había olvidado su propio nombre y edad! Estaba completamente en blanco, en cero. Nada venía en su rescate. Ninguna mentira, ninguna excusa. Y al darse cuenta de ello, comenzó a temblar como una hoja al viento por el pánico que dicha situación le provocaba, alejándose instintivamente del rubio que hace unos pocos segundos afirmaba como si fuera un trozo de tabla en pleno océano pacífico luego de un naufragio.

Por su parte, los dos invitados no deseados observaban atónitos la escena, tan paralizados que parecían un par de estatuas de parque. Eso, hasta que uno de ellos se volvió tan colorado como su cabello y gritó algo ininteligible para el resto.

Harry tomó a su amiga de la muñeca colocándola detrás de él, mientras que Ron se adelantaba hacia el muchacho que tanto odiaba, dispuesto a maldecirlo sin importar las consecuencias.

–¡No vuelvas a poner tus sucias manos en ella, maldito cerdo! –vociferó apuntándolo con la varita directo al pecho.

–Tus insultos siguen siendo patéticos, tan pobres como tu familia –contestó inexpresivamente, corriendo la varita con el índice–. Ahora, guarda eso antes de que te provoques babosas a ti mismo.

–¡Cállate Malfoy! ¡Al menos en mi familia no hay sucios mortífagos!

Los orbes grises del Slytherin centellearon peligrosamente.

–No te metas con mis padres –siseó de regreso, amenazante.

La situación se estaba saliendo de control a una velocidad espantosa, y Hermione tenía claro que en cualquier momento las cosas iban a terminar en la enfermería para ambos si seguía escalando.

–¡Basta! –chilló desesperada.

–¿Cómo puedes defenderlo? –gruñó Harry, quien hasta el minuto se había mantenido en silencio–. ¡Estamos hablando de Malfoy! ¿O me quieres decir que estabas aquí por tu propia voluntad? –preguntó en un tono no muy amigable.

–Tranquilo Potter, yo la obligué. Solo quería fastidiarla.

La mirada angustiada de Hermione cambió a una de desconcierto. "Me está...¿encubriendo?". Sencillamente no podía creerlo. Malfoy estaba salvaguardando su amistad con ambos muchachos, a pesar de que eso significara echarse la culpa encima y soportar la ira del par.

–Maldito gusano –farfulló el pelirrojo, incrustándole la varita en el cuello–. Pagarás caro.

–¡Ron, no! –suplicó desesperada, afirmando su brazo–. Déjalo, te meterás en problemas. No vale la pena.

–¡Pero Hermione! –exclamó exasperado–. ¿Vas a dejar que se salga con la suya?

–Por favor. No lo hagas.

Dubitativo, Ron retiró su varita lentamente, y sin dejar de asesinarlo con la mirada, abrazó a la castaña en un intento de consolarla. Ella, estática y sin poder zafarse, notó la mirada fija de Draco, que la observaba con un dejo de decepción que rápidamente desapareció, regresando a esa soberbia clásica que durante tanto tiempo odió.

El rubio se arregló la túnica y con elegancia giró sobre sus talones para salir del aula, con el mentón tan en alto que Hermione creyó que se dislocaría el cuello. Sin embargo, al llegar al marco de la puerta se detuvo para agregar una última cosa.

–Con respecto a tu pregunta, Granger, la respuesta es sí –soltó sin voltear–. Pero no volveré a repetirlo. Es más, me olvidaré de ello así que te recomiendo que hagas lo mismo.

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&

.

Dos alumnos de corbata verde jugaban ajedrez mágico frente a la chimenea, totalmente absortos en aquella partida donde se decidiría quien era el campeón definitivo. No obstante ello, un fuerte portazo logró que uno de los jugadores diera una patada a la mesa que sostenía el tablero, volteando todas las piezas que no tardaron en comenzar a reclamar.

–¿Qué ocurre? –preguntó Pansy preocupada, al verlo entrar a la sala común hecho un torbellino.

–Ocurre que das pésimos consejos –escupió, pegándole una fuerte patada al sillón más cercano–. Tú y Theodore son un par de idiotas y los odio.

–¡Hey! –reclamó el aludido–. ¿Qué tengo que ver yo?

–"Quizás si dejaras de actuar como un soberano idiota y te comportaras como un ser racional" –imitó burlonamente–. ¡Pues bien! ¡Lo hice! ¡Le dije! ¡Y quedé como un estúpido de la peor clase!

–¿Te rechazó? –preguntó incrédulo–. ¿Te dijo que no?

Draco paró su arranque de furia y lo miró con desprecio.

–No explícitamente, pero lo hizo –masculló, apretando con violencia los puños–. Ahora debe estar partiéndose de la risa junto a la comadreja.

Pansy, que hasta ese minuto observaba el intercambio como si se tratara de un partido de Quidditch, dejó caer su mandíbula, sorprendida.

–Espera, espera, espera. ¿Granger? ¿Sabelotodo Granger era la chica misteriosa? –preguntó anonadada.

–¡Cállate Pansy! ¡Quieres que todo el mundo se entere! –gritó, revolviéndose el cabello–. ¡Ni una palabra! ¡A nadie!.

La pelinegra levantó sus palmas en signo de rendición, a la vez que Theodore retomaba la palabra.

–¿Qué harás entonces?

–La olvidaré –sentenció Draco con firmeza–. Seguiré con mi plan inicial y la olvidaré.

Escuchó como sus dos amigos suspiraban.

–Estás cometiendo un error –opinó él, negando con la cabeza.

Pero la determinación de Draco era inobjetable.

–No Theo. Estoy siendo realista –replicó, dando por zanjado el asunto.

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&

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Hace más de una hora habían regresado a la sala común y el estado anímico no había cambiado en lo absoluto. Harry, que nunca había sido bueno para soportar esa clase de silencio por parte de sus amigos, se excusó de seguir en aquel ambiente tan tenso aludiendo de que tenía una cita con Ginny, dejándolos completamente solos para que pudiesen conversar de sus temas pendientes.

–¿Estás bien? –preguntó él–. ¿Ese hurón no te hizo daño?

Hermione rodó los ojos.

–Ya déjalo Ron, te dije que no pasó nada –contestó cansada por millonésima vez.

–¿Cómo que no? –replicó ceñudo–. ¡Te besó a la fuerza! Deberías estar indignada.

¿Lo hizo? Se cuestionó la castaña, a sabiendas de que ella, libre y espontáneamente, había correspondido aquel pasional beso. De fondo, se oía la voz de Ron hablándole, pero no entendía nada de lo que le estaba diciendo. Su cabeza era un desastre, una madeja, y no sabía qué pensar o sentir acerca de ese rubio que en tan solo un mes, había cambiado radicalmente su actitud hacia ella.

–¿Hermione? –esbozó él, pasándole la mano por el campo visual–. ¿Hermione? ¿Me estás escuchando?

Ella sacudió la cabeza para reaccionar.

–Sí, disculpa, me distraje. Dime.

–Te estaba preguntando... Bueno... Si tú.. Y yo... Es decir, nosotros... –balbuceó azorado.

–¿Qué pasa?

El pelirrojo dio un fuerte respiro y la miró directamente. Colocando ambas manos en sus hombros.

–Quiero que vuelvas conmigo –confesó atribulado–. Han sido una pesadilla estos días sin ti. Te extraño demasiado y espero haber compensado mis faltas pasadas. Te prometo que no volveré a cometer los mismos errores otra vez.

–Ron... –esbozó sin más palabras.

¿Qué sentía por él? Era una gran pregunta, y lamentaba que no todas las respuestas se encontraran en un libro, o sino, en esos instantes hubiera salido corriendo en dirección a la biblioteca.

Ron Weasley era uno de sus mejores amigos, alguien que siempre estuvo ahí para protegerla. Fue su amor platónico durante mucho tiempo, un personaje importante dentro de su vida, su primer príncipe azul. Pero ahora ¿seguía siendo amor lo que le profesaba?

Tan enfrascada estaba en sus propios pensamientos, que no se dio cuenta de la peligrosidad que significaba la cercanía del muchacho, que inesperadamente la besó. Ella, en un intento desesperado por convencerse de que sus sentimientos por él estaba intactos, trató de corresponderle. Era lo más sencillo, lo más lógico. Sin embargo, a los pocos segundos su traicionera mente comenzó a comparar ese beso con aquellos labios fríos que la habían asaltado en la mañana.

En la mañana se sentía como un volcán a punto de erupcionar, percibiendo una descarga eléctrica propagándose por todo su cuerpo, y una desesperación por ir más allá. En los brazos de su enemigo, tocó por breves instantes el paraíso y perdió todo rastro de racionalidad. En esos minutos, nada era negro, nada era blanco. Lo bueno y lo malo eran solo palabras sin sentido, pues nada podía ser tan extremo, todo terminaba siendo gris, como sus ojos, aquellos que hoy la miraban como mercurio derretido. Aquellos que evidenciaban la tormenta interna y las dudas de aquel Slytherin que por tanto tiempo la humilló, mostrando arrepentimiento, pero también algo parecido al amor.

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En cambio, los labios tibios de Ron solo le hacían sentir cómoda, pero nada más...

Y la comodidad no era suficiente para Hermione, ya no.

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–Ron, lo siento –musitó, separándose suavemente de él.

–¿Qué sucede? –preguntó extrañado, con un dejo de temor en la voz.

–No puedo volver contigo –declaró, sacando fuerzas desde las entrañas–. Yo ya no siento lo mismo que antes. Perdóname.

El joven quedó petrificado en su sitio, incapaz de procesar el significado de aquello. ¿Cómo era posible? Él estaba convencido de que su destino era terminar junto a ella, pero ahora veía cómo ese futuro se desvanecía entre sus dedos, incapacitado de evitarlo.

–¿Pero... cómo? ¿Dónde vas? –soltó desorientado, viendo como Hermione retrocedía de espaldas, alejándose de él.

–A mi habitación. Estoy cansada.

–Pero, ¿Y nosotros?

Ella se detuvo y con dolor marcado en sus facciones susurró.

–Ya no hay nosotros Ron. No al menos de ese modo. Lo siento.

Subió trotando las escaleras y cerró de un portazo su habitación, lanzándose a la cama en picada y escondiendo su rostro debajo de la almohada. Sentía que por dentro se estaba ahogando y la ansiedad la carcomía. Sacó de su bolso aquel dibujo cuidadosamente guardado y lo observó con detenimiento. Ahí estaban todas sus respuestas, ¿Para que negarlo? Él tenía razón, ella sentía cosas por él, contra todo pronóstico, contra toda racionalidad y con todo lo que implicaba aquella decisión.

¿Cómo se lo diría?

¿Se atrevería?

¿Cuándo?

¿Qué diría el resto?

Eran preguntas que bombardeaban su cabeza, atormentándola.

Él ya le había advertido que no volvería a acercarse, pero, ¿y ella? ¿se quedaría de brazos cruzados? ¿o lucharía como los salmones contra la corriente? "Eres una Gryffindor, se supone que eres valiente" se dijo, tratando de infundirse ánimos, pero su timidez e inexperticia en esa área la paralizaba.

Entonces... ¿cómo confesarse?

.

&

.

Ya era otro día, otra mañana y otro desayuno en el Gran Comedor.

Draco caminaba hacia su mesa dando fuertes pasos, que indicaban a todas luces su mal genio. Cualquiera que lo conociera medianamente bien, sabía que lo mejor era alejarse de su camino o exponerse a las consecuencias.

–¡Hey Malfloy! –gritó Pucey desde el otro extremo de la mesa–. ¿Cuándo vuelves a los entrenamientos? Digo, ahora que eres normal.

–¡Nunca he dejado de serlo, imbécil! –puntualizó, molesto–. Y no, no voy a volver. Ya no me interesa formar parte de su estúpido equipo.

Silencio. Entre lo presentes reinó un silencio abrumador.

–¡Pero Malfoy! –exclamó Smith, alarmado–. ¡No nos puedes abandonar!

–¿Abandonar? Ustedes me abandonaron a mi primero –replicó con ira–. Por mí, se pueden enterrar sus escobas ahí mismo, malditos traicioneros.

Sin probar ni pizca de su desayuno, y a solo segundos de haberse sentado, se levantó de la mesa furibundo para largarse de ahí, ante la mirada atónita de todos los jugadores que observaban como la túnica del rubio ondeaba alejándose de ellos, expidiendo un profundo desprecio y sin intención de dirigirles aunque sea otra palabra.

–Déjenme, yo hablo con él –suspiró Blaise.

El moreno corrió en la dirección que había desaparecido su amigo, encontrándoselo a la salida del comedor, a unos cuantos metros de la puerta.

–¡Draco!

–¡¿Qué?!

–¡Relájate compadre! –replicó con las palmas en alto–. Vengo en son de paz.

El muchacho exhaló todo el aire de sus pulmones y llevó dos dedos para apretarse el puente de la nariz.

–¿Qué quieres? –repitió más calmado–. No estoy de humor Blaise. Así que se directo.

–¿Directo?, pues bien. No me dejes, te necesito en el equipo. Eres imprescindible.

El aludido exhaló incrédulo.

–Se las han arreglado perfectamente sin mi durante un mes –respondió alzando una ceja.

–Tú lo has dicho, "arreglado". No hemos encontrado a alguien mejor que tú como buscador, por lo que es imperioso que vuelvas si queremos ganarle a San Potter.

Pero Draco se encogió de hombros, indiferente.

–Me da igual. Es problema de ustedes.

Blaise, que definitivamente no quería suplicar, ocupó la carta que guardaba bajo la manga.

–¿Dejarás que se luzcan él y la comadreja?

De solo escuchar el sobrenombre de Weasley, al rubio comenzaron a arderle las gónadas de ira. Imaginarlo con esa sonrisa estúpida, victorioso a costa de su propia casa, le parecía inaceptable.

–Convoca a un entrenamiento nocturno –masculló decidido–. Tenemos una copa que ganar.

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&

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¿Cómo se supone que una chica se declara? Se preguntó Hermione mientras observaba al rubio durante las clases de pociones avanzadas. Suspiró, no tenía la menor idea y eso que se suponía que era la bruja más inteligente de su generación.

Desesperada, miró en todas direcciones tratando de encontrar alguna mente especializada en ese tipo de banalidades, alguien que pudiera guiarla en el cruel y despiadado camino de la confesión amorosa.

–Pss –llamó a Parvati, que estaba sentada en la banca del lado–. ¿Te puedo preguntar algo?. Necesito tu ayuda.

La muchacha la miró sorprendida. ¿Hermione Granger necesitando de su mano? La última vez que aquello había ocurrido fue en cuarto año para domar su cabello para el Baile de Navidad.

–¿Qué cosa? –susurró intrigada.

Ella se mordió el labio, nerviosa.

–¿Te has declarado alguna vez a alguien? –preguntó sonrojada.

–Claro, ¿Porqué preguntas?.

–Necesito que me ayudes...

Parvati arrugó la nariz, con extrañeza.

–Pero si Ron sabe perfectamente que... Oh. No estamos hablando de él, ¿cierto?

La mueca incómoda que se dibujó en el rostro de su amiga obró como toda respuesta.

–Está bien, Hermione. Yo te ayudo, pero si te resulta quiero ser la primera en saberlo.

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&

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A) Plan número uno: Si no puedes decirlo en persona, la carta es una opción.

Por primera vez en su vida, Hermione no tomó apuntes de esa clase. Se dedicó a tratar de escribir en un pergamino todo lo que quería expresar y que por timidez no se atrevía a decir, acogiendo algunas de las sugerencias de su mentora.

Después de varios intentos, centenares de neuronas muertas y muchos papeles arrugados, logró la carta perfecta. Estaba orgullosa de si misma y esperanzada de los resultados, aunque era sencillamente complejo adivinar cómo reaccionaría, después de todo, se trataba de Draco Malfoy.

Para su fortuna, el profesor les dio veinte minutos de descanso antes de la siguiente hora, y sin aguantar la ansiedad, corrió a la lechucería para enviarla de inmediato. Sin siquiera cuestionárselo, tomó prestada a Pig, enrollándole su declaración y sus anhelos en la patita izquierda.

Cuando volvió a la sala, jadeando por el largo trecho recorrido, lo primero que vio fue a aquella diminuta ave, chocando estrepitosamente contra la pared, y Pig, seguramente algo confundida por aquel golpe, en vez de entregar su encomienda a quien debía, dejó el papel en manos del ser más desagradable del planeta, Cormac Mclaggen, que al leerlo, comenzó a sonreírle como un idiota durante el resto de la clase.

¡Lechuza estúpida! Gruñó mentalmente.

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&

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B) Plan número dos: Acorralarlo en algún lugar solitario y decírselo.

Mal plan. Destinado a fracasar desde un inicio. "¿Cómo tan poco imaginativa Parvati? Te tenía más fe" esbozó decepcionada.

Quizás, si hubiera sido otro chico tendría éxito, pero tratándose de Malfoy, ¿había alguna posibilidad de encontrarlo solo?. Cuando no estaba con sus amigos, alguna estúpida descerebrada lo andaba acosando o espiando. ¡Valor!

.

&

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C) Plan número tres: usar de excusa una tarea.

"Tendré que aprender a mentir" se dijo mientras caminaba al pupitre del rubio durante la última clase del día: defensa contra las artes oscuras.

–Malfoy –él solo levantó una ceja, dándose por aludido–. Necesito que vengas a la biblioteca en la tarde. McGonagall me dijo que las conclusiones estaban malas y que debíamos hacerlas de nuevo.

Draco la observó de regreso en silencio, como si estuviera evaluando sus opciones de mandarla a volar por intentar ordenarle algo. Tal vez, estaba pensando en volver a ser un plomo y soltarte alguna grosería, aunque Hermione rogaba en su interior que no fuera así. No podía volver a lo de antes.

–De seis a siete –contestó para su fortuna–. Tengo entrenamiento después y no pienso faltar.

–Perfecto.

Ella regresó a su pupitre experimentando una sensación de victoria temprana, pero trató de no darle demasiada importancia, después de todo, quedaba la peor parte, que era una mezcla de la espera y decirle lo que le pasaba con él.

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Cinco de la tarde.

Cinco y media de la tarde.

Un cuarto para las seis.

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"Seis... ¿por qué no llega?" Pensó ya en la biblioteca, entrando en crisis. Pero como si lo hubiera llamado mentalmente, en ese instante entró Draco Malfoy, sosteniendo en su regazo un montón de libros que depositó sin suavidad en la mesa, y sin saludarla, se sentó al frente de ella, escondiendo la nariz detrás de uno de ellos.

Los minutos pasaban lentamente, torturando a la pobre muchacha, que creía que se iba a ahogar en sus propias palabras si no las expulsaba. Así que, inhalando todo el aire que le permitieron sus pulmones, se lanzó.

–Malfoy, estuve pensando en lo que me dijiste ayer y quería decirte que la verdad es que yo creo que... es decir, que siento cosas por ti... y eso... ¡Listo! !Ya lo dije, ¿Malfoy? –susurró moviéndolo del hombro al no tener respuesta.

"Maldito seas, ¡te dormiste!" Exclamó incrédula de su mala suerte, y enfurecida, comenzó a zarandearlo con violencia.

–Malfoy, despierta, despierta, ¡Malfoy!

–¿Qué? ¿Qué paso? –dijo desconcertado, mirando en todas direcciones con el rostro somnoliento, hasta fijar su atención en el reloj de la biblioteca–. ¡Maldición Granger, voy atrasado! –exclamó, antes de tomar todas sus pertenencias y salir arrancando del lugar, sin despedirse.

Hermione estaba de muerte. Parecía que no importaba cuánto lo intentara, el destino conspiraba contra ella. Pero entre más fallaba, más resuelta se sentía. "Tan pronto termine ese bendito entrenamiento, ya verás Draco Malfoy" juró solemnemente, pues había tomado una determinación. Ese día no acabaría hasta que ella pudiera confesarle a ese rubio de pacotilla lo que la hacía sentir.

.

&

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Diez de la noche. Sus ojos revoloteaban por el jardin en su búsqueda, tratándo de identificar su silueta mientras que las gotas de invierno habían comenzado a caer con violencia sobre su cabeza, logrando enterrar aún más sus esperanzas de salir victoriosa. ¿Nada me puede salir bien? se preguntó desesperanzada, pero justo en ese instante, lo vio frente al lago.

También estaba bajo la lluvia, entero enlodado con su uniforme de Quidditch, sosteniendo su escoba en la mano izquierda mientras que la derecha colgaba semi empuñada. Al parecer, se encontraba ensimismado en sus pensamientos.

Sin cuestionárselo dos veces, corrió en su dirección, completamente nerviosa pero decidida. Haría tripas corazón, dejaría de lado su timidez y le confesaría todo, sin placebos ni advertencias.

–¡Malfoy! –gritó al ver que el muchacho emprendía la marcha nuevamente–. ¡Detente!

Notó que él rodaba los ojos, pero a pesar del gesto técnico, la esperó en su sitio.

–¿Qué quieres? –indagó cansado, mirando como ella se afirmaba en sus rodillas para recuperar el aliento–. No tengo todo el día Granger, ¿Qué demonios quieres?

–Yo... yo... –tartamudeó algo aturdida, ya que la imagen sucia del rubio con su traje de buscador solo lograba colocarla más histérica–. ¡Dame un segundo para ordenar mis ideas!.

–Uno. Ya está. ¿Qué quieres? No voy a preguntarlo otra vez –espetó molesto.

Ella tragó espeso. Había llegado el momento esperado, pero la lluvia no la ayudaba a dejar de temblar como una cobarde.

–Lo siento –musitó finalmente, en un hilo de voz–. Siento haberme tardado siglos en venir a buscarte. Siento no haber sido valiente desde el primer instante, pero te mentí. Te mentí al decirte que no sentía nada por ti. Te mentí porque estaba muerta de miedo y también me daba terror la reacción del resto.

–Granger...

–¡No me interrumpas quieres! –exclamó furibunda–. He tratado por todos los medios de acercarme a ti durante este maldito día y todo ha salido mal, ¡todo!, así que déjame hablar y cierra la boca –ordenó enloquecida–. Solo necesito decirte que creo que me gustas, y sé que está mal hacerlo, o quizás no mal, pero si es tremendamente extraño. ¡De seguro me chiflé!, pero ya no puedo negarlo, aunque probablemente comiences a reír cuando deje de gritar como una idiota y...

–¡Granger!

–¡¿Qué?! –chilló con las emociones desbordadas.

–¡Me hubiera bastado con esto!

Hermione no alcanzó a preguntar a que se refería "con esto", pues él mismo se lo demostró enseguida. La apresó entre sus brazos y tomó sus labios con ansiedad, no sin antes despejarle los cabellos mojados que tenía pegados en el rostro y que entorpecían su misión de memorizar cada milímetro de su boca.

Ella sentía como las manos del rubio se deslizaban expertamente por su espalda, y como las gotas caían con violencia sobre sus cabezas, empapándolos por completo. Pero la muchacha no sentía frío. Su contacto la entibiaba como el sol de primavera, su propio sol de primavera, un sol gris, pero sol al fin y al cabo.

–Creo que me ensuciaste con barro –bromeó cuando ambos se separaron para tomar aire, apoyando sus frentes una contra la otra con los ojos cerrados.

–Después te ayudo con el baño –le susurró seductoramente antes de hacerse dueño de sus labios otra vez, sin intención de cortar aquel momento.

Nunca más.

O por lo menos.

No hasta un buen rato.

.

&

.

Dos siluetas caminaban por los pasillos del castillo susurrándose en secreto. Ambas túnicas -que ondeaban orgullosamente- tenían bordadas una insignia verde y plateada, con una serpiente que identificaba a la perfección su casa.

–Nunca me lo hubiera imaginado... –esbozó sorprendida, parpadeando a la velocidad de la luz.

–Pues ya ves –contestó él, encogiéndose de hombros.

Pansy se tapó la boca para ahogar una risa.

–Draco te matará si se entera –aseguró divertida.

–No se enterará, y si lo hace, lo menos que podría hacer es agradecérmelo –refutó Theodore.

La muchacha se arregló el cabello hacia el costado, súbitamente pensativa.

–¿Por qué lo hiciste? –quiso saber–. ¿Por qué no simplemente hablaste con él? Hubiera sido mucho mejor que atormentarlo con esa pócima.

Theodore suspiró con ganas.

–Lo intenté muchas veces, pero jamás me escuchó –bufó mosqueado al recordar el tiempo perdido tratando de razonar con él–. Tenía que tomar medidas extremas.

–¿No crees que fue demasiado cruel? –insistió ella.

–Tenía que ser cruel si quería lograr resultados permanentes –afirmó el muchacho–. Draco es como un hermano para mí, pero su actitud frente a la vida me enfermaba. Él no se daba cuenta que con ese comportamiento no iba a llegar a ningún lado, y yo estaba seguro que en el fondo no era un cabrón insensible, solo inmaduro... y no me equivoqué. Además, era fácil engañarlo. Con tantos enemigos, habían muchos sospechosos ¿no?

Ella sonrió, enternecida.

–No sabía que te preocupaba tanto su felicidad.

–No solo la de él, Pansy. También la tuya y la de Blaise.

La muchacha abrió los ojos como platos, alarmada.

–¿Pretendías embaucarnos a los tres?

–Sí –reconoció sin tapujos.

–¿Y qué detuvo?

Thedore la tomó del brazo para caminar con ella, dándole unas palmaditas de ¿felicitación?

–Pues contigo, que te redimiste sola ¿o no? –ella se sonrojó violentamente con solo pensar en el Ravenclaw que le había robado el corazón–. Y respecto a Blaise, ¿quién dijo que no tenía algo preparado para él?

–¿Lo tienes?

–Por supuesto –confirmó maliciosamente, después de todo, era un Slytherin–. ¿Me ayudas?

El azul de los orbes de Pansy relampagueó, interesada.

–Claro –respondió, ahora pegándole ella unas palmadas en el brazo–. ¿Lo harás sufrir mucho? –el chico asintió–. ¿Sabías que eres la serpiente más serpiente de todas?

–Pero una serpiente con buenas intenciones –acotó el muchacho a su favor.

–Mentiroso, igual lo disfrutas.

–Un poco –confesó con una sonrisa–. Pero míralos –agregó, apuntando a una pareja que se besaba con ansiedad al lado del lago, ignorando la lluvia que les caía encima–. Sin mí, eso nunca hubiera sido posible.

Y cuanta razón tenía aquel muchacho.

Pues contra todas las leyes de la naturaleza -y todo razonamiento lógico- logró unir elementos tan distintos, como el agua y el aceite, el fuego y el hielo, el blanco y el negro, un león y una serpiente.

.

Todo gracias a una lección de humildad...

...Y a doscientos kilos de humanidad (claro está)


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