HIJOS DE LA CIENCIA

By DWNichols

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Estamos en pleno siglo XXVI. La inspectora Ferrer, de la unidad de homicidios, tiene un serio problema: le ha... More

PRÓLOGO
CAPITULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

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By DWNichols

“¿Por qué?

Fdo. Pris Onate”

El mensaje centelleaba en la pantalla de la terminal del ordenador. Al verlo, Katsuhiro Sakana se quedó sin aliento, y apagó el monitor con rapidez antes que su ayudante pudiese ver lo que estaba escrito.

—¿Le ocurre algo, profesor? —le preguntó la mujer. Había visto la expresión de sorpresa de su jefe y se extrañó porque el profesor Sakana no era el tipo de persona que dejase traslucir sus sentimientos.

—No, señorita Minerva. Será mejor que vuelva a su trabajo.

Cuando su secretaria lo dejó solo, encendió nuevamente la pantalla de la terminal. El mensaje seguía allí.

—Computadora, borra el mensaje de la pantalla sin archivarlo.

El mensaje desapareció como si nunca hubiera existido. Sakana respiró hondo varias veces para intentar tranquilizarse. Era un hombre meticuloso al que no le gustaban las sorpresas, y aquello era demasiado turbador para su gusto. Paseó nervioso por su despacho, de un lado a otro, intentando pensar buscando una causa lo bastante lógica que explicase aquella situación. Pris Onate estaba muerta, eso era indudable, se había asegurado bien antes de abandonar su apartamento. Y aunque no fuera así, ¿cómo podría saber quién era él? No, el mensaje tenía que proceder de otra persona, alguien que había averiguado...

“Mensaje nuevo en la bandeja de entrada”.

La voz artificial de la terminal lo sobresaltó durante un instante. Después sonrió, pensando en lo estúpido que había sido. Cada día recibía cientos de mensajes de colegas.

—Muéstralo en pantalla.

“¿Por qué?

Fdo. Mario Yañez”.

—¡Maldita sea! ¡Bórralo! ¡Y no lo archives!

Se retorció las manos compulsivamente mientras el miedo empezaba a apoderarse de él. ¿Quién podía estar enviando estos mensajes? ¿Quién podía saber algo, lo suficiente como para relacionarlo con aquellas muertes? Y aún quedaba uno de los niños por destruir, antes que pudiese dar por terminado todo aquel asunto. Si llegaba a saberse que los niños del proyecto Genoma habían sobrevivido, sería su ruina, tanto personal como profesional, y eso no podía consentirlo. Tenía que tranquilizarse, pensar y averiguar quién se escondía detrás de los mensajes.

—Computadora, rastrea la procedencia de los dos últimos mails recibidos.

Encendió un cigarrillo y aspiró profundamente. Se sentó delante de la terminal y observó la pantalla, ahora oscura, mientras expulsaba el humo lentamente esperando una respuesta.

“Imposible determinar su procedencia”.

Dio un puñetazo encima de la mesa. ¿Cómo era posible que no hubiesen dejado rastro? Quien quiera que fuese, poseía altos conocimientos informáticos. Era la única explicación.

—Computadora, los dos últimos mensajes, ¿llegaron por la vía exterior, o por mi línea privada?

“Por la línea privada”.

Nadie sin clave de acceso a las líneas internas de la Ciudad Científica Miquel Servet podía haber hecho llegar un mensaje directamente a su línea privada. Las medidas de seguridad eran demasiado altas ya que, quien podía entrar, podía extraer información. Era prácticamente imposible que un foráneo lo lograra. Los hackers más ingeniosos lo habían intentado durante años, poniendo el sistema a prueba una y otra vez antes que se decidiera implantarlo en todas las CC y centros gubernamentales. Ninguno lo había conseguido, así que tenía dos opciones: o bien quien le enviaba los mensajes era alguien de dentro, o un genio. Seguiría las dos vías de investigación.

El apartamento estaba a oscuras. Mark estaba sentado en silencio en el sofá, pero con todos sus sentidos laerta ante cualquier movimiento o ruido extraño. Ferrer estaba en la cama intentando dormir, pero era inútil.

Después de llorar abrazada a Mark, se había sentido mucho mejor y por eso había decidido no tomarse ningún tranquilizante esperando poder descansar sin ayuda, pero no lo conseguía. En su cabeza no hacía más que darle vueltas y más vueltas al mismo asunto,  a las mismas preguntas, una y otra vez. ¿Quién era ella? ¿Qué secreto escondía su nacimiento? ¿Por qué ese hombre, Katsuhiro Sakana, había matado a los otros niños? ¿Y por qué una forma de morir tan específica, con el cerebro fundido con una aguja láser?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Si no encontraba pronto las respuestas, iba a volverse loca.

—¿Cuál crees que será su siguiente paso, Mark?

—Investigar, por supuesto.

—¿Averiguará algo?

—No. Solo encontrará dos posibles vías de investigación. Su primera opción será buscar a alguien de dentro con clave de acceso a su línea privada, porque la segunda, encontrar un genio capaz de romper todas las barreras defensivas de sus sistemas de comunicación, le parecerá bastante improbable. En todo caso, no pensará en una policía con escasos conocimientos informáticos de la que se puede decir que odia esta tecnología, y mucho menos contemplará la posibilidad de un androide capaz de hacer birguerías en la red.

—¿No conoce tu existencia?

—No lo sé, pero aunque así fuera, sería muy peregrino por su parte relacionar los mensajes conmigo.

Ferrer estuvo un momento callada. Finalmente se decidió a hablar de nuevo.

—No odio los ordenadores, solo me siento un poco incómoda con ellos. Y dicho sea de paso y para tu tranquilidad personal, a ti no te odio en absoluto. En realidad, creo que te aprecio mucho más de lo que supones. Y te estoy muy agradecida por todo lo que estás haciendo por mí.

Mark sonrió complacido, pero en la oscuridad ella no pudo verlo.

—Lo sé. Pero gracias por decírmelo.

—De nada. Te lo debía, igual que te debo una disculpa por mi comportamiento anterior. He sido bastante desagradable contigo.

—No necesita disculparse conmigo, inspectora.

—Sí que era necesario, Mark. Y por favor, a partir de ahora llámame Ferrer. Somos amigos, ¿no? y los amigos se tutean.

—De acuerdo... Ferrer.

—Bien. ¿Cuándo daremos el siguiente paso?

—Dentro de unos días. Dejaremos que investigue un poco y que vaya poniéndose nervioso. Después enviaré otro mensaje firmado por Roger Avalón.

Ferrer se arropó con la sábana y cerró los ojos. Se sentía segura con Mark allí. ¡Y pensar que apenas hacía veinticuatro horas que echaba pestes por verse obligada a tenerle en su casa!

—Ferrer, el forense al holoteléfono. ¿Quieres que le diga que estás durmiendo?

Ella se incorporó.

—No. Dámelo. Seguramente tendrá los resultados de los análisis genéticos.

La voz de Ramón sonaba muy alterada al otro lado de la línea telefónica.

—¿Ferrer? ¿Eres tú? Escucha, ¡esto es de locos! ¡Jamás había visto nada igual! ¡Los dos tienen exactamente las mismas alteraciones genéticas! ¡Las mismas! ¡No eran humanos, Ferrer! O por lo menos, no totalmente humanos... Aún no puedo determinar qué anomalías suponen esas alteraciones, pero con un poco de tiempo... solo necesito tiempo...

—Está bien. No te alteres, hombre. Haz lo que puedas, y cuando tengas algo, comunícamelo.

—De acuerdo. Así lo haré.

—¡Ah! Una cosa, Ramón. Como un favor personal... no lo transmitas por los canales oficiales, ¿quieres? Y no lo comentes con nadie. Te deberé una.

—Está bien. Como quieras.

Ferrer se había quedado pálida. De pie a su lado, Mark la miraba con preocupación.

—Las dos víctimas estaban alteradas genéticamente —dijo Ferrer en un susurro—. Hazme un favor, Mark: averigua en qué estaba trabajando Sakana en la fecha previa a mi nacimiento.

El tercer mensaje llegó al cabo de cuatro días agónicos en que el doctor Sakana se desesperó intentando averiguar, por todos los medios a su alcance, quién era el responsable. Había dejado de lado todo lo demás alegando una indisposición, encerrándose en su casa, en parte porque allí se sentía  a salvo, y en parte porque estaría más tranquilo trabajando con el ordenador sin miedo a las inoportunas interrupciones de sus ayudantes.

Navegó durante horas por la red, introduciéndose en los archivos de todos aquellos que conocían su clave, rastreando sin cesar, buscando rastro de los mensajes. No consiguió nada. Cuando llegó el tercer mensaje casi fue un alivio porque ya estaba empezando a dudar de su cordura, pensando que quizá se lo había imaginado todo, como una mala pasada de su casi inexistente conciencia.

Durante aquellos cuatro días, Ferrer y Mark siguieron comportándose con normalidad simulando trabajar en la investigación, pero en realidad aprovecharon el tiempo para conocerse mejor. Pasearon a menudo, conversaban sobre cualquier cosa, y comían siempre juntos. Ferrer se interesaba cada vez más por todo lo que hacía referencia a él y le hacía infinidad de preguntas a las que Mark contestaba, feliz de haber conseguido no solo su aceptación como compañero, sino también su amistad y su confianza.

Katsuhiro Sakana sonrió profundamente al recibir el cuarto mensaje. Sonrió porque lo esperaba. Después de seis días mordiéndose las uñas con desesperación, abrumado por la incertidumbre y el miedo, había llegado a una conclusión bastante tranquilizadora: el anónimo mensajero que le perturbaba con sus misivas no podía querer otra cosa más que dinero. Si fuera alguien decente ya habría ido a la policía a contarles lo que sabía aprovechando las pruebas que pudiese tener, en lugar de torturarlo con sus por qués firmados por los muertos. Era, simple y llanamente, un chantajista.

Bien. Tendría su merecido.

—Mark, ten cuidado. No dejes que se te acerque demasiado. Si te ataca con una aguja láser podría causarte daños irreparables. Incluso podría matarte.

—¿Oigo cierto tono de preocupación en tu voz, Ferrer? —ironizó divertido con la intención de quitarle dramatismo al momento—. Vamos, nadie puede matar lo que no está vivo.

—No hagas que vuelva a odiarte de nuevo, androide cabezota —refunfuñó la inspectora.

—Por nada del mundo.

El círculo lunar se dibujaba con claridad por encima de los árboles del parque. Había luna llena y la tenue luz que despedía ayudaba a crear cierta atmósfera tenebrosa. Las sombras de los árboles danzaban cada vez que la brisa nocturna azotaba las ramas, y su baile estaba acompañado por un quejumbroso lamento.

Había escogido el parque exterior por dos razones principales: porque a aquella hora de la noche siempre estaba desierto, y porque para un hombre como Sakana, que pasaba la vida encerrado en un laboratorio bajo tierra sin salir al exterior, encontrarse al aire libre le perturbaría y le haría sentirse en inferioridad de condiciones.

Mark, en su papel de chantajista, se acomodó en el banco a esperar. La hora se acercaba y el doctor aparecería en cualquier momento. Ferrer, con el arma preparada, se agazapó cerca de él, escondida entre unos matorrales. La idea de un encuentro con el asesino no le hacía ninguna gracia. No le gustaba correr riesgos innecesarios (hubiera preferido poder ser sincera con el comisario Soldevila y contárselo todo, pero Mark se lo impidió); además, tenía miedo, pánico, a lo que pudiera descubrir. Mark había investigado a fondo el historial de Sakana y sus principales actividades eran la investigación y experimentación genética. Hasta el año en que ella había nacido había trabajado en un proyecto secreto cuyo nombre en clave era Genoma, junto a los doctores Hans Getter y Mike Schultz. No hacía ser un genio para relacionar ambas cosas. Las dos cuestiones fundamentales que temía pero que quería descubrir eran: qué clase de alteraciones genéticas tenía, y por qué. Había otras preguntas sin respuesta que quizá podría aclararle, como por qué los habían abandonado en un hospicio cuando cerraron el proyecto, y por qué ahora, después de tantos años, quería verlos muertos. Pero para Ferrer habían pasado a ser cuestiones secundarias al lado de su principal temor: ¿qué clase de monstruo era ella?

Sakana llegó caminando con tranquilidad, como si estuviera de paseo. En su rostro oriental apareció una sonrisa amigable en cuanto descubrió al supuesto chantajista sentado en el banco acordado. El parque estaba desierto a aquellas horas de la noche y, aunque el tiempo era agradable, llevaba las manos protegidas con unos guantes de piel.

Al verlo llegar, Mark se levantó y fue a su encuentro. No importaba que se alejara un poco de Ferrer ya que ella podría oír toda su conversación a través del microchip subcutáneo de comunicación que le había implantado detrás de la oreja aquella misma tarde.

—Será mejor que terminemos con esto cuanto antes —dijo Sakana en un tono muy frío—. No puedo perder más tiempo en este asunto, así que coja su dinero y lárguese.  —Sacó una cartera de su bolsillo y se la tendió a Mark—. Aquí están los diez millones que me exigía en su mensaje. Cójalos y desaparezca.

Mark sonrió al cogerla. La abrió. Dentro había una tarjeta magnética.

—Supongo que no le importará que compruebe el saldo.

—Por favor, hágalo.

Sakana seguía sonriendo. Ferrer, desde su posición, podía verle perfectamente.

—Mark, ten cuidado. Este hombre trama algo.

—No te preocupes —le contestó sub vocalizando. A los oídos de Sakana el ruido pareció un leve carraspeo. Sacó la tarjeta de la cartera, y mientras lo hacía, los ojillos del doctor brillaron intensamente.

—¿Puedo hacerle una pregunta antes de proceder con la comprobación?

—Por supuesto. Haga cuantas preguntas quiera.

—Vaya, es usted todo amabilidad, ¿verdad?

—Se hace lo que se puede, muchacho, sobre todo con los moribundos como tú.

Mark se rio con ganas. Era una risa agradable, bonita, sensual. El corazón de Ferrer palpitó más deprisa al oírla mientras se le encogía el estómago ante la señal de peligro.

—Si se refiere al veneno de absorción cutánea con que ha bañado la tarjeta, créame, no me afectará lo más mínimo. —Ferrer respiró tranquila al oírle decir eso—. Soy totalmente inmune a él. Así y todo, espero que siga siendo amable conmigo y responda a mis preguntas, porque tengo mucha curiosidad por saber qué tipo de alteración genética experimentaba en el proyecto Genoma.

La sonrisa se heló en los labios del doctor.

—Cómo es posible...

—Soy yo quien hace las preguntas, doctor. Respóndame.

—La... la finalidad de... del proyecto Genoma era.. era...

Parecía que la voz no quería salir de su boca. Se había quedado sin respiración. ¿Quién era este hombre? ¿Cómo podía saber lo del veneno? Y, ¿cómo estaba tan seguro de su inmunidad?

—No tengo todo el día, doctor Sakana. Hable rápido, por favor.

—El proyecto Genoma tenía como finalidad crear al súper hombre. Alteramos el material genético de los cuatro cigotos con la intención de conseguir una regeneración celular casi instantánea. ¿Nunca le ha cortado el rabo a una lagartija, cuando era pequeño? Todo el mundo sabe que le vuelve a crecer al cabo de poco tiempo. Nosotros debíamos reproducir este fenómeno introduciendo las alteraciones genéticas pertinentes en los cigotos humanos para después dejarlos crecer en úteros artificiales. Los fetos se desarrollaron perfectamente, y hasta aquel momento, el experimento fue un éxito.

—Entonces, lo consiguieron.

—¡Oh, sí! Ya lo creo que lo conseguimos. Les cortabas una mano, y aparecía una nueva. Los descuartizabas, y su cuerpo se regeneraba automáticamente. —Oír la mezcla de orgullo, fascinación y desprecio al narrar la tortura tan inhumana a la que la habían sometido siendo solo un bebé, hizo que el estómago de Ferrer se revolviera—. Tuvieron un crecimiento normal hasta llegar a la madurez. A partir de ese momento, jamás iban a envejecer. Eran inmortales e invulnerables, excepto por una cosa: su cerebro. Si se destruyen todas las células cerebrales al mismo tiempo, son incapaces de regenerarse y el cuerpo muere instantes después.

—¿Pero por qué¿ ¿Qué necesidad había de crearnos?

Ferrer había salido de su escondrijo y se había acercado al doctor Sakana por detrás. Este no la había oído llegar y se sobresaltó al oír su voz. Estaba indignada y furiosa. Le temblaban las manos y en sus ojos se leía claramente el deseo de matarle, destrozarle con sus propias manos.

—¿Cuáles son las dos motivaciones fundamentales de la mente humana? La curiosidad, y el miedo. La curiosidad nos empujó a enviar, hace ya siglos, miles de sondas espaciales para explorar el cielo más allá de nuestro sistema solar, con la esperanza de encontrar vida en alguna parte, aunque fuera microscópica. Y su esperanza se convirtió en pesadilla porque una de esas sondas encontró lo que buscaba: vida extraterrestre. Solo que no era microscópica, ni siquiera irracional. Era vida inteligente, y con una civilización aún más desarrollada que la nuestra. Ahí nació el miedo, miedo a ser atacados por ellos, miedo a una guerra para la que no estábamos preparados.

—Y la idea fue crear al soldado perfecto para atacarles nosotros antes de la supuesta invasión.

—Exacto.

—Este asunto es asqueroso. Son todos unos hijos de puta.

—No me incluyas a mí en esa calificación, engendro. —Sakana parecía crecerse ante el horror que sentían Ferrer y Mark por el estremecedor relato—. Jamás colaboré en el proyecto Genoma de forma voluntaria. En realidad, cuando las pruebas finales fallaron y nos ordenaron destruir a los cuatro sujetos, sentí un alivio inmenso. Pero el sentimiento de vuestro padre biológico lo echó todo a perder. Aún no sé cómo lo hizo, pero consiguió burlar la seguridad del laboratorio y os sacó a escondidas, poniendo en peligro las carreras de los demás miembros del equipo.

En la cabeza de Ferrer cada vez se agolpaban más preguntas. Por un momento se sintió desfallecer, como si las fuerzas la abandonaran, y tuvo deseos de  huir de allí y olvidarlo todo, borrarlo de su mente como si este episodio de su vida no hubiera existido. Pero no podía. Si algo era constante en ella era el deseo de justicia y verdad. Quería saber más. Tenía que saber más. A pesar del dolor. A pesar del miedo. Por eso siguió preguntando.

—¿Qué es lo que falló? ¿Por qué ordenaron asesinar a los bebés?

—Por una cuestión de control. Querían soldados perfectos, y eso incluía un control total sobre sus mentes. Pero eráis ingobernables. ¿Sabes qué es la inducción hipnótica a través del sueño? Se utilizó algo parecido durante vuestra gestación. Durante los nueve meses que permanecisteis en los úteros artificiales, se intentó controlar vuestras mentes para que cuando nacierais ya estuvieseis completamente programados. Se suponía que desde el mismo instante de vuestro nacimiento, obedeceríais ciegamente. Al principio eran órdenes muy simples, por supuesto, como “no llorar”, “dormir”, “despertar”... eso fue lo que no funcionó. Os comportabais igual que cualquier otro bebé, llorando cuando os venía en gana y haciendo todas las cosas que hacen los críos de esa edad. Al año, estuvimos convencidos que la programación había sido un rotundo fracaso.

—Ese no es motivo para asesinar a cuatro bebés. Nadie nace siendo soldado. La disciplina y la obediencia se aprenden.

—No se trataba solo de disciplina y obediencia, sino de control. Erais peligrosos. Eres peligrosa. Invencible. Invulnerable. ¿No te das cuenta? Podría coserte a balazos y te levantaría al cabo de dos minutos, completamente restablecida. Podría separarte la cabeza del tronco, y al cabo de nada tendrías otro cuerpo nuevo. Podría abrirte el cráneo y esparcir tus sesos por media ciudad, y en un par de horas estaría completamente recuperada. Eres un peligro para la raza humana. Por eso maté a los tres. Por eso planeaba matarte a ti también. Y lo haré. Algún día.

Ferrer le apuntó con su pistola.

—No si yo le mato antes.

—No lo harás si sabes lo que te conviene. Hay un archivo en mi ordenador en el que están almacenados todos los datos del proyecto Genoma, con algunos añadidos. Por ejemplo, los nombres de los cuatro niños. Si a mí me pasa algo, el ordenador enviará ese archivo a todos los grandes periódicos. ¿Qué crees que te pasará cuando se sepa qué eres?

—Hijo de puta...

—Te repites, muchacha. Deberías ampliar tu vocabulario. Hay muchos más insultos en el diccionario, además de ese.

—Su archivo acaba de ser modificado, doctor. He borrado por completo cualquier alusión a la inspectora Ferrer.

Sakana miró a Mark con extrañeza. De repente sonrió estúpidamente, como si se acabara de dar cuenta de algo que había sido evidente hasta aquel momento pero que él no había sido capaz de ver antes.

—Por supuesto... debí haberlo imaginado. Tú eres el prototipo del Programa Guardián. Había oído hablar de ti, pero no sabía que ya estabas trabajando a pleno rendimiento. ¿Sabes que originariamente fuisteis ideados para ser los guardianes de los niños del proyecto Genoma? Vosotros garantizaréis el control sobre los engendros.

—¿Quiere decir que hay más niños? —preguntó Ferrer, completamente horrorizada con la idea.

—Todavía no. Pero los habrá. En cuanto se verifique el funcionamiento correcto de tu amiguito, se desempolvarán todos los archivos del proyecto Genoma y empezarán a producirlos a gran escala. Y por lo que veo, eso será pronto. Agni timent lupum, agnorum pastor.

“Las ovejas temen al lobo, pastor de ovejas”.

Mark parpadeó tres veces.

“Soy el pastor, pero también el lobo. Programa pastor, programa lobo. El pastor cuida de sus ovejas, pero el lobo las mata. Cuidar. Matar. Soy el lobo. Los niños Genoma son las ovejas. Ferrer es una oveja. Yo soy un lobo. ¿Matar... a Ferrer?”

La orden era imperiosa y Mark no tenía ninguna manera de escapar a ella. El programa Pastor le obligaba a cuidar a los seres humanos que estaban a su cargo, pero el sub programa Lobo era muy distinto. Había permanecido inactivo hasta aquel momento, camuflado en la red neuronal de su cerebro, pero latente y esperando las palabras mágicas que acababan de ser pronunciadas. Agni timent lupum, agnorum pastor... Él era el pastor y también el lobo que debía matar a la oveja. ¡Pero no quería hacerlo! Se reveló ante esa orden y eso le costó un inmenso dolor en la cabeza que estuvo a punto de desactivarlo. Luchó contra el dolor y se sobrepuso, intentando encontrar la fuerza necesaria en alguna parte. Inició un análisis de todos sus sistemas buscando la manera de desactivar aquel subprograma. Se sintió débil, cansado. La información viajaba muy despacio y sus reacciones eran cada vez más lentas. No encontraba la solución y su vida se extinguía. La necesidad de matar a Ferrer era cada vez más fuerte, y al contenerla se estaba matando a sí mismo. De repente, una imagen y la sensación de un cuerpo cálido abrazado a él, llorando de miedo y dolor, y el pastor pudo más que el lobo. Y todo sucedió en tres parpadeos, una eternidad para un androide.

Sakana sintió un intenso dolor en el pecho y se desplomó. Estaba muerto antes de llegar al suelo. Mark, terriblemente agotado, cayó de rodillas. Ferrer corrió a su lado sin comprender qué había pasado. Lo cogió por la cintura y se lo llevó de allí.

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