La doncella crepuscular

By Pattmaguina

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En el pacífico pueblo de Trocanto existe una regla inquebrantable: Está terminantemente prohibido salir en la... More

Mensajillo
Sinopsis
1. El paradigma
2. La división
3. Lo que se rompió
4. El secreto
6. El bosque
7. Una manera
8. Un plan para todo
9. Ultimátum
10. Lo que callaron los dos
11. Más que suficiente tiempo

5. Un relato de antiguo

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By Pattmaguina



—¿Has oído la historia de la ninfa sin nombre? —le había preguntado Gabriela hacía tiempo, una de las tantas trasnochadas en su casa.

—¡Claro! —respondió Nivia.

Inmerso entre los cuentos clásicos de Perrault y los hermanos Grimm con los que crecían los niños, en Trocanto era igual de conocido el cuento La ninfa sin nombre. Era una historia cosechada en ese pueblo, tan vieja como él mismo. Nivia lo había oído de su madre cuando ella aún le narraba cuentos para dormir. En su mente infantil se había dibujado las siluetas y los escenarios. La ninfa grácil y elegante, de cabellos plateados y ojos fulgurantes, que habitaba los bosques a orillas del pueblo. Un noble de tierras lejanas acudió al oír los rumores que se decían sobre su encanto y belleza. Pero cuando quiso pretenderla, ella objetó.

—Sólo podrás tener la gracia de mi pureza si es que recuerdas mi nombre —condicionó—. Si para cuando el sol se ponga no puedes recordarlo, tendrás que regresar por donde viniste y no volverás a buscarme.

—No cabe duda que lo recordaré, mi dama —aseguró el joven—. No pensaré más que en su nombre. Lo saborearé en mis labios todo el día, y a la llegada del crepúsculo, volveré.

Los sonidos del bosque acallaron cuando la ninfa murmuró su mágico nombre en el oído del hombre. Una palabra tan bella y encandiladora que estremeció por un instante al pretendiente; y su devoción fervorosa por aquella sublime doncella se enzarzó más en su pecho, como hiedra y espinas.

No obstante, los nombres de los seres sobrenaturales no son como los de los humanos. No permanecen en la memoria, sino que parecen tener voluntad propia. Pues prefieren fluctuar en la mente de los hombres. Huidizos, escurridizos. Inasibles.

Al caer la tarde, el joven regresó apenas con un hilo de reminiscencia de lo que había sido el nombre de su amada, como una estela de perfume que se desvanece. Y al no poder repetir la palabra, le suplicó por otro intento más. Pero ella se negó rotundamente.

—Tuviste tu oportunidad. Ahora vete —sentenció la ninfa.

Sin embargo, el delirio del joven por aquella criatura lo carcomía y fue incapaz de aceptar el rechazo. Enloquecido, se abalanzó sobre ella para capturarla y llevarla hasta sus tierras, pero ella escapó. Y corrió hacia las profundidades del bosque, sus cabellos argentados danzando entre las ramas. El joven la persiguió entre el boscaje, la espesura, la oscuridad; sin darse cuenta que cada vez se hundía más en la enrevesada jaula verde. Cada vez más adentro. No dejaba de ver la estela centelleante de sus cabellos y cada vez la sentía más cerca. Sus dedos casi rozando esas finas hebras plateadas, su risa femenina incitándolo a reclamarla. Pero era un engaño, pues no era a ella a quien veía, sino las ilusiones del bosque mismo. Y nadie lo vio jamás, y el nombre de la ninfa se perdió con él.

Como se pierden todos los sueños que se corrompen.

—El cuento está mal —le había asegurado Gabi con un halo de misterio.

—¿Cómo que está mal?

—La historia no es así.

Gabi había compartido la misma fascinación que Nivia tenía por las historias aunque por diferentes motivos. Para Gabi no eran más que entretenimientos momentáneos, no obstante, Nivia que tenía pretensiones un tanto literarias veía un poco más allá. Las historias, las buenas historias, eran misteriosas, como obras de arte. Cuando las observabas en un primer vistazo veías algo, pero cuando le echabas una segunda ojeada encontrabas significados que no habías notado antes. Algunas eran profundas como una mina oscura que guarda piedras resplandecientes en su seno. Otras eran violentas y contundentes como un zarpazo. Las historias eran seres salvajes y hambrientos, cambiantes y embusteros. Pero al mismo tiempo, sabios.

El cuento de la ninfa sin nombre fue el primer vistazo de Nivia en el mundo de los adultos, pues fue el primer cuento infantil que se deshizo ante sus ojos para revelar un relato más mórbido. Una fachada, una mentira. Nivia recordaba aquel capítulo que compartió junto a Gabi. Ambas conteniendo una sensación misteriosa ansiedad mientras leían el libro que ocultaba la madre de Gabi donde versaba la verdadera historia.

—¿Has oído la historia de la ninfa sin nombre? —le preguntó Dazi, sus palabras hicieron una evocación instantánea en la memoria de Nivia—. El cuento original.

—Sí, lo conozco.

—No es sólo un cuento —aseveró él—. No estoy seguro de que tan certero es, pero algo de verdad tiene.

Dazi lució incómodo al hablar. Se cruzó de brazos y resopló levemente, como si no estuviera seguro si continuar.

—Escucha —siguió él, esta vez mirándola a los ojos—. Siempre fuiste la mejor amiga de Gabi. Si te estoy diciendo esto es para que olvides este asunto. Ella... —Entonces pareció vacilar. —Ella hubiera querido que siguieras adelante.

—¿Cómo podría olvidarme de esto? —replicó Nivia con sinceridad—. Pensé que también querías descubrir ante los demás lo que pasó.

—No se puede.

—No se puede si es que no se intenta.

—No. No me estás escuchando. No se puede —emitió él enfatizando las últimas palabras.

Nivia comprendió que la apertura que estaba teniendo Dazi era enteramente una deferencia póstuma que le estaba ofreciendo a Gabriela, y que no se iba a repetir. Por un instante le causó una acuciante intriga aquella condescendencia de él hacia su amiga. Nunca la había visto... o nunca se había percatado. Sin embargo, lo que él le estaba diciendo no le parecía suficiente. Justo cuando ella pensaba que había hallado algo, no podían cortarle la única salida que tenía.

—Quiero ir —espetó Nivia en un exabrupto, su exasperación aflorando—. Quiero ver lo que hay ahí.

—¿No me has escuchado? No tiene caso. Y además, las chicas no deben ir.

—Pero si tú vas conmigo...

—Nivia, yo no soy como Gabi —atajó él—. Yo no te voy a decir que sí porque sí. Más aún porque sé que necesitas de alguien más para hacer todo.

Ella no se sorprendió que Dazi la tuviera bien sopesada. Su mente hizo varias revoluciones en busca de algún argumento para convencerlo, pero ella sabía muy bien que con Dazi las cosas eran distintas. Él era difícil de persuadir cuando había llegado a una conclusión. Incluso en los buenos tiempos había sido así; peor aún ahora que era más inflexible y distante.

—Ya tienes tu respuesta —finalizó él señalando la puerta y Nivia supo que la plática había llegado a un impase.

Aún sentía aquel revoltijo desesperado en su estómago al no haber conseguido lo que pretendía, pero tampoco había sido en balde. Intentó contentarse con eso por el momento. Sin embargo, antes de atravesar el umbral, no pudo evitar mirar de soslayo brevemente a Dazi. Unas preguntas flotaron en su cabeza, preguntas ajenas al meollo caótico relacionado con el bosque.

¿Qué había sido de años de amistad? ¿Por qué se distanció de ellos? Dazi parecía tener sus propias razones. ¿Por qué había cambiado tanto?

No obstante, lo que salió de su boca fue:

—Estabas enamorado de Gabi ¿cierto?

La expresión silenciosa y atónita de él fue suficiente respuesta. Y ella no supo cómo tomar aquella revelación. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

Le tomó a Nivia un par de días macerar aquellas revelaciones. Dazi le había soltado partes, pero no le había dicho todo. Había algo en el bosque, eso era definitivo. Aquel espíritu con el que su madre la había asustado entre cuentos era algo real y tangible. Había una historia oculta. Había un secreto en el pueblo que, por alguna razón, sólo los varones podían conocer. Parecía que todo lo que había acontecido a partir de aquella noche fatídica había puesto en curso una serie de cuestionamientos que antes no se había planteado y que estaban remodelando su mundo.

Sin embargo, había algo que sí necesitaba ser remodelado. Nivia era ahora consciente. Dazi lo sabía también y contaba con eso: Ella nunca había sido capaz de arriesgarse sin tener a alguien que la envalentonara. Ese alguien siempre había sido Gabi. Su eterna compinche. Incluso si Nivia llevaba la batuta de la acción, siempre necesitaba de alguien más de respaldo.

Siempre tan... cobarde.

"Ya no más", incluso la voz de su mente tuvo una tonalidad férrea. Se había dicho eso a sí misma mientras observaba la silueta de Lantés adentrarse en la oscuridad del camino que conducía al bosque.

Su mundo podía estar descascarándose, pero en el mundo que ella conocía, la amistad era para siempre y la lealtad se pagaba con lealtad.

—Ya no más —murmuró para sí mientras aterrizaba en la tierra fría de la calle y emprendía una persecución silenciosa hacia la espesura. Sus pasos disfrazados por el turbio velo de una noche atestada de secretos.

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