Latido del corazón © [Complet...

By KralovnaSurovost

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Sebastián Videla poseía los ojos de un demonio melancólico, tan frágil y dañado que Ángela nunca recuperó lo... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Anexo, Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
II Parte
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Anexo, Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Anexo, Capítulo 40
Capítulo 41
III Parte
Capítulo 42
Primera carta
Capítulo 43
Segunda carta
El Malo
Capítulo 44
Capítulo 45
Tercera carta
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Anexo, Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 54
Capítulo 55
Epílogo
Agradecimientos
Capítulo extra
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Fotografías del libro en papel

Capítulo 53

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By KralovnaSurovost

Desperté. Estaba viva.

Abrí los ojos con facilidad, la habitación se encontraba a oscuras. Pestañeé un par de veces, clavé la mirada en un techo blanco y bien cuidado, demasiado familiar. En mi cabeza, imágenes del pasado aún atormentaban a mi corazón. Volví a soñar con él... y dolía. Llevaba años sin dedicarle un solo pensamiento, pero una de las escenas más hermosas de mi niñez volvió para martirizarme.

Mi padre... Lo extrañaba tanto. El tiempo lo volvió un eco lejano pero los recuerdos atizaban la melancolía. Nunca existiría nadie como él y me alegraba poder mantenerlo vivo en mi memoria, pero había un precio, y el abismo en mi estómago me recordaba que dejé de evocar a papá porque también traería a mi mente a aquel demonio, el único que logró bajar y volver a subir del infierno.

El dolor en mi cabeza explotó. Gemí. Fui traída de vuelta a la realidad y me detuve antes de arrancar la mascarilla de mi rostro. En el área del vientre sentía un dolor punzante que se expandía y rozaba los límites de la agonía. Intenté llevar mi mano a aquella zona pero solo reuní la fuerza suficiente para mover los dedos. Me percaté de la intravenosa en el brazo. Estaba en el hospital. Tomé aliento y moví la cabeza hacia la izquierda para contemplar el estado de mi otra mano.

Traian la sostenía entre las suyas, su enorme cuerpo se encontraba doblado en un ángulo doloroso, de manera que su cabeza reposaba a mi lado sobre la cama y el resto de su cuerpo estaba sentado en una silla de metal. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? Dormía con los labios fruncidos y la mandíbula apretada. Lucía pálido y gotas de sudor perlaban su rostro. Las bolsas bajo los ojos contaban toda la verdad; había pasado mucho tiempo desde la última vez que pudo conciliar el sueño.

Moverme dolía aunque fuera lentamente y apenas un par de centímetros. Parecía que un vacío se alojara en mi vientre, alguna especie de agujero negro que solo lograba producirme aflicción.

Entonces fue cuando recordé por qué me hallaba en el hospital. Sentí la pérdida, el vacío y el dolor. Era lo único que quedaba dentro de mí ahora.

Lloré. Temblé con fuerza y la respiración comenzó a fallarme a causa de las lágrimas. Arranqué la mascarilla. Todo en lo que podía pensar era que había perdido a mi bebé, por mi culpa nunca podría sostenerlo en mis brazos ni llegaría a conocerlo; estaba viva y él muerto, a quien con tanta ilusión esperábamos. Sabía que llenaría nuestras vidas de alegría, uno de los niños más amados del mundo, pero nos lo habían arrebatado. ¿Qué hicimos para merecerlo? No lo entendía, me esforzaba por comprender los motivos de todo lo malo que nos había pasado en la vida y llegaba a la conclusión de que algunas personas parecían destinadas a perseguir sus sueños eternamente, pero siempre sintiéndose vulnerables y temiendo lo que aparecerá en la siguiente esquina, nunca en plena paz.

Sentí a Traian moverse pero permanecí mirando el techo, imaginando que aquel niño o niña nos observaba desde el cielo. Yo era su mamá y ni siquiera pude conocerlo, besar su frente o arroparlo por las noches; decirle que lo amaba con toda el alma desde el momento en el que supe que estaba dentro de mí, y que lo llevaría conmigo siempre porque en mi corazón no estaría muerto. Sería el ángel que protegería a Perssia desde el cielo.

Traian soltó mi mano. Escuché su respiración acelerada, luego los sorbidos y la voz encarnizada. Se sentó sobre el costado de la cama y no tuve más opción que mirarlo. Líneas rojas se apoderaron del interior de sus ojos y su mandíbula temblaba mientras se ahogaba con sus propias lágrimas. Volvió a aferrar su mano con la mía y de su pecho brotó un sonido desesperado.

—Perdóname. Tenía que salvarte.

Asentí, sollozando.

—Lo sé... Lo sé. No es tu culpa, no lo es.

—Lo siento tanto —se inclinó hasta colocar su frente húmeda sobre nuestras manos unidas—. Nuestro bebé...

Acababa de confirmar lo que yo había asumido. El dolor volvió a atravesarme, hice lo posible para no dejar de respirar. Ahora, cada latido de mi corazón ardía, un palpito incómodo que me recordaba que le elección fue hecha, Traian me escogió a mí, lo cual no significaba que la culpa no lo hostigara. Sabía que el dolor de una madre era grande, pero la aflicción de un padre tan devoto como él no tenía punto de medición. Mientras yo estuve inconsciente por una cantidad de tiempo desconocida, se encontró solo, lidiando con sus propios fantasmas y sintiendo desconsuelo. Sabía que lo tenía a él para que me apoyara, siempre nos empujaba a ambos hacia delante, ¿pero quién lo sostendría ahora? Nunca lo había visto desmoronarse.

—No es tu culpa —repetí, intentando calmarme aunque mi cuerpo siguiera temblando—. Lo intentaron, ¿cierto? ¿Antonio intentó salvarnos a los dos?

—Sí, él lo intentó, pero yo le dije que te salvara solo a ti. Ni siquiera lo pensé, Ángela... No dudé —sollozó—. Le dije que matara a mi hijo y no dudé ni un instante.

—Era una situación crítica —suavicé. No sabía de dónde sacaba aquella paz que realmente no sentía, pero lo hice por él—. Ninguno de nosotros esperó que ocurriera esto. Es una tragedia y... y... —balbuceé. Iba a volver a llorar, así que me tomé unos segundos para tranquilizarme—. Te amo y... Saldremos de esta. Lo prometo. Todo estará bien —sollocé.

Sus lamentos sacudían la habitación, era inconsolable. Hice un esfuerzo para alzar mi mano libre y llevarla hasta su cabello, acariciándolo tiernamente. Quería llegar a su corazón y librarlo de toda la culpa y el dolor pero sabía que necesitaríamos tiempo para sanar y asimilar la pérdida.

—Saldremos adelante —susurré—. Siempre estará con nosotros, Vasil. Lo siento en mi corazón.

—Mi tío lo intentó... Yo ni siquiera quise hacerlo. No quería correr riesgos, no podía... La posibilidad de perderte me... me...

—Yo habría hecho lo mismo de estar en tu lugar —quise confortarlo, lo cual logré. Ante mis ojos presencié su esfuerzo por volver a ser el hombre fuerte que muchos temían.

—Por mi culpa —admitió, temblando. Se negaba a mirarme— no podrás tener hijos nunca más.

—¿Qué?

—Antonio lo dijo. Naturalmente ya no podrás volver a ser madre. Perdóname.

—Está bien —dije de pronto, sorprendiéndonos a ambos—. Tenemos a Perssia, ¿verdad? ¿Con ella es suficiente? —no sabía lo que decía, la habitación daba vueltas a mi alrededor.

—Estabas tan emocionada, joder, y nuestro hijo...

—Siempre podemos adoptar —susurré, insegura.

Por fin levantó la cabeza, paulatinamente, como si temiera espantarme con movimientos bruscos. Yo seguía batallando con mi propio dolor y con la mejor forma de contenerlo, pues Traian me necesitaba. Su rostro estaba húmedo y parecía frágil, algo grave de presenciar en un hombre cuya apariencia la mayor parte del tiempo era indestructible. Tomó unos segundos para excavar en mis ojos como buscando la verdad e hice lo posible para transmitir la fuerza que necesitaba.

—¿Adoptar? Te refieres a que... ¿Sigues queriendo tener un hijo conmigo?

—¿Por qué no habría de quererlo?

—Murió por mi culpa. Soy un mal padre, ni siquiera pensé en el bebé y...

—¡Basta de eso! —alcé la voz, sintiendo mis cuerdas vocales romperse. Los pitidos del monitor aumentaron—. ¡No es tu culpa! ¡Tú no hiciste nada malo y has sufrido más que todos aquí! ¿Entiendes eso? Eres un gran padre, Traian Serbian, lo juro por Dios. El bebé habría sido dichoso de tenerte y sé que donde quiera que esté no te culpa por haber decidido salvar a su mamá.

—Gracias. —Volvió a llorar.

No pude resistirlo más, era incapaz de verlo así.

Solté su mano y utilicé toda la fuerza posible para reincorporarme. Mis brazos temblaban y mi ritmo cardíaco aceleró. Necesitaba ayudar a sanar el alma de Traian y comenzaría sosteniéndolo entre mis brazos, haciéndole entender que yo no lo culpaba y que nuestro amor seguía siendo igual de fuerte.

—No, no, no... Amor, espera...

—Calla y ayúdame.

—Ángela, necesitas descansar, aún no estás sana del todo y Antonio dijo...

—Solo quiero sentarme, ¿entiendes? No puedo seguir aquí recostada o voy a deprimirme. Y Traian, tú me necesitas.

—Lo hago —masculló, mirándome fijamente—. Te necesito con cada latido de mi corazón.

Me enternecí, pero forcé a la humedad en mis ojos a mantenerse en su sitio. No podía seguir llorando si quería hacerle entender que todo estaría bien, que no era su culpa; si yo no era fuerte y ambos nos sumíamos en el dolor, aquello terminaría en divorcio. Nuestra historia no podía acabar así, habíamos pasado por mucho y al parecer siempre tendríamos que atravesar tempestades. Aceptaba que quizá yo nunca sería completamente feliz, a juzgar por todos los acontecimientos en los momentos más inesperados, pero seguiría luchando por los periodos de alegría que pudiera conseguir.

—Yo también te necesito. No puedo atravesar esto sin ti —confesé—. Puedo prometerte que no me daré por vencida si tú tampoco lo haces.

Me ayudó a incorporarme, sosteniendo mi cuerpo con firmeza. Sentados sobre la cama, nos miramos en silencio. Había mucho que decir, conflictos densos que se apoderaban del ambiente y la sensación de vacío aún persistía. Dejamos de llorar. Nuestras respiraciones se ralentizaban, el dolor no cedía pero estábamos dispuestos a combatirlo.

—Por Perssia.

—Y por ambos —concluyó—. Ella no es lo único que nos ata juntos —ya sonaba más como él mismo; comenzaba a llenarme de alivio—. Recuerda nuestro amor, que no estamos casados solo para darle un hogar a nuestra hija, sino porque no podemos vivir el uno sin el otro. Recuerda que... aún en este momento y si... y si tuviera que hacerlo de nuevo... —tragó, cerrando los ojos. La culpa volvía para acecharlo—. Seguiría eligiéndote a ti.

Limpié la última lágrima de su mejilla, entendí a lo que se refería por lo que fui incapaz de culparlo. Tomé su mano entre las mías y, trayendo a mi mente todo lo que superé gracias a él, susurré:

—Yo también te elegí a ti.

Pasamos más de una hora en silencio. Volví a acostarme en la cama pues mi cuerpo no resistía mucho. Sabía que mi esposo necesita consuelo físico pero no se atrevía a recostarse conmigo. Ambos aceptábamos que estaba muy delicada. Tenía que sanar pronto, necesitaba fuerzas porque tenía una vida que sacar adelante, una hija y un esposo a los cuales cuidar. Traian continuó sentado, acariciando mi rostro, mi mano, mi cabello o cualquier parte de mí que pudiera tocar, que le recordara que yo era real y no lo había abandonado.

Llevábamos una hora mirándonos sin pronunciar palabra, confortándonos con la presencia del otro, hasta que dio un suspiro largo. Realmente lucía agotado más allá de sus fuerzas.

—Han pasado tres días, te mantuvieron sedada.

—¿Cómo está Perssia? Asumo que Val la cuida.

—Llamé a Ivania mientras estabas en el quirófano —se refería a mi madre. Me formó un nudo en el estómago imaginar su preocupación—. Lo lamento pero tenía que saberlo. Viajó de inmediato, está en casa con nuestra hija.

—¿Le dijiste que estoy bien? —Mi corazón se contraía al pensar en mi madre al límite de sus fuerzas al igual que Traian; estaba demasiado mayor para seguir sufriendo por mi causa.

—Sí. Ha estado aquí también. Todos han venido a visitarte, incluso Antonio.

—Sé lo difícil que tuvo que haber sido esta situación para él.

Traian asintió, sumido en sus pensamientos. Me mataba lentamente verlo así de cuidadoso.

—Lo fue, no han sido buenos días para él tampoco pero estará bien. Estaremos bien, ¿no es verdad? —Asentí. Asintió, necesitando escucharlo repetidamente. Era extraño verlo tan inseguro, pero lo volvía más humano—. Valerie también ha estado aquí, en la sala de espera. Solo puede permanecer una persona a la vez en la habitación.

—Lo sé —esbocé una sonrisa forzada—, trabajo aquí. Y sé que esas sillas no son muy cómodas. ¿Por qué no dejas que venga a verme? Dile que ya desperté.

—¿Mi presencia te... molesta?

Después de tantos años de noviazgo y matrimonio, no podía creer que realmente estuviera preguntando eso.

—Ven, acércate. —Dudó, pero luego se inclinó hasta que su rostro pendía sobre el mío—. Odio verte así, temiendo que te deje, midiendo tus palabras. Este no eres tú.

—Tengo miedo de que cambies de opinión y vayas a dejarme.

Tomé su rostro con mis manos pálidas y lo acerqué hasta besarlo. Produjo un gemido bajo, moviendo sus labios contra los míos con ferocidad. Colocó sus manos a cada lado de la almohada y se inclinó más cerca, profundizando el beso hasta robarme cualquier aliento que pudiera albergar. Envolví mis manos alrededor de su cuello con apenas fuerza, pero fui terca y logré seguir lo crudo del beso, transmitirle mi mismo deseo y amor, recordarle que nada había cambiado. Lo que nos unía seguía allí, no desaparecería con el paso del tiempo.

Traian respiraba con tanta fuerza que su abdomen rozaba el mío, sus manos temblaban por contenerse. Comenzó a mordisquear mis labios como acostumbraba hacerlo cuando estábamos solos en el dormitorio, tirando de ellos sin piedad. Era demandante en todo lo que hacía y aquel rasgo de su personalidad habitual logró reconfortarme lo suficiente para dejarme llevar. Aún era mi hombre, a quien amé con fervor a través de los años, el que me volvía loca de pasión y feliz con su amor.

Solo cuando Traian abandonó mis labios y se dirigió a mi cuello, fui capaz de escuchar el pitido del monitor cardíaco. Mis niveles estaban por las nubes y aquel ruido agudo ya debía haber alertado a todo el hospital. Intenté empujar a mi esposo hacia atrás pero él era insistente y sus atenciones me imposibilitaban el habla, así que no pude detenernos antes de que entraran dos enfermeras en la habitación.

Eran Ana y Julia, compañeras de trabajo. Sus rostros estaban pálidos y parecían anticipar lo peor, pero se detuvieron en seco al ver a aquel gigantesco hombre sobre mi cuerpo. Las vi pasar del horror a la confusión... luego al bochorno. No supe cuál de nosotras tres se sentía más avergonzada.

—Yo... Yo... —Empujé a Traian una vez más—. ¡Vasil!

Se echó hacia atrás, jadeando con una voz dos octavas más grave de lo usual:

—¿Qué?

—Angie... —dijo Ana, mirándonos de hito en hito sin dar crédito.

—No es lo que creen —expliqué, pero mi sofoco no ayudaba—. Mi esposo me besó y la máquina se disparó. Lo siento.

—Nosotras lamentamos interrumpir —intervino Julia—, pero pensamos que algo malo había pasado. Y no pueden... estar haciendo nada de eso aquí, ya sabes.

Traian clavó la mirada en mí sin pronunciar palabra, analizando cada rasgo de mi rostro y mis labios hinchados. No parecía ni un poco avergonzado, solo molesto por la interrupción, por lo que se contenía en silencio. Mi respiración aún se encontraba agitada al igual que la suya, pero sus mejillas no tenían ni asomo del sonrojo de las mías.

—Bueno, niña —respondió la mayor de las enfermeras, sonriendo sutilmente—, al menos ya recuperaste el color. Te ves mucho mejor.

—Sí, gracias —no pude evitar reír, se sentía extraño poder hacerlo—, y espero que me disculpen. Mi esposo a veces es un poco intenso, vuelve loco a mi pobre corazón. —Puse mi mano sobre su brazo, mencionando como si hablara solo para nosotros dos—: Creo que por eso lo amo tanto.

Traian por fin dejó caer los hombros y, aunque cabizbajo, sonrió. Fue entonces cuando supe que realmente íbamos a estar bien.

PREGUNTA: ¿Quiénes son #TeamTraian?

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******* NOTA ******** Primero que nada esta historia no me pertenece yo solo me encargue de su traduccion. Cuento con el permiso de la autora. Esper...
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-Hola Duncan -Eres molesta ... ••• Si quieres leer esta novela, preparate para: Egocentrismo nivel experto. Ataques de celos desenfrenados. Comentari...