La doncella crepuscular

Von Pattmaguina

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En el pacífico pueblo de Trocanto existe una regla inquebrantable: Está terminantemente prohibido salir en la... Mehr

Mensajillo
Sinopsis
1. El paradigma
2. La división
4. El secreto
5. Un relato de antiguo
6. El bosque
7. Una manera
8. Un plan para todo
9. Ultimátum
10. Lo que callaron los dos
11. Más que suficiente tiempo

3. Lo que se rompió

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Von Pattmaguina

Es casi imposible determinar en qué momento termina nuestra infancia y pasamos a la adolescencia. Y es igual de difícil señalar cuándo es que ésta acaba a su vez y empezamos a ser algo más. ¿En qué momento dejamos la tierna niñez? ¿En qué instante abandonamos nuestros sueños juveniles?

Para Nivia, sin embargo, el momento de quiebre fue algo más definido. Empezó ese día.

La súbita e inexplicable muerte de su mejor amiga significó el inicio de aquella ruptura. Fue como un desagradable despertar, pues hasta ese momento todo lo que conocía era una apacible vida en su tranquilo pueblo, con sus reglas misteriosas, pero al final de todo, pacífico. Era el lugar donde descansaba su inmaculada niñez, y de pronto, había sido profanado por un crudo escándalo.

Al inicio, Nivia fue incapaz de creerlo. ¿Cómo era que Gabi pudiera estar muerta? Era imposible, ayer mismo había hablado con ella. Habían acordado algo. ¿Por qué decían que estaba muerta? Estaba convencida que si iba a la escuela iba a encontrarla allí, como siempre. Y se aferró a ese pensamiento hasta que vio ella misma el cadáver de su amiga. Pues la más fuerte de las negaciones siempre finaliza cuando se da de bruces con la inclemente verdad.

Y esta verdad, que tenía la forma de Gabriela, era fría y pálida. El corazón de Nivia retumbaba en sus oídos y todos los sonidos de la sala se desvanecieron. Gabi parecía una muñeca de cera blanca. Tiesa, inanimada, gélida. Era absurdo imaginar que hasta hacía unas horas, aquella carcasa había estado con vida. Nivia no pudo evitar tocar con su índice la frente de su amiga, y sólo así supo que era real.

¿Qué fue lo que le pasó?

El fantasma de esa pregunta flotó en su mente de forma casi imperceptible por el manto de su confusión. Y cobró cada vez más sonoridad. ¿Qué fue lo que pasó? Y ¿por qué?

El limbo de estupefacción en el que se encontraba se desvaneció en súbito cuando divisó a Lantés, Dazilo y Ulises. Los tres en atuendos negros para darle el pésame a la familia y el último adiós a su amiga de infancia.

Lantés. Esto había sucedido porque Nivia había sido incapaz de confrontarlo desde el inicio. Pero él también había salido aquella noche, debía saber algo. Y diferencias y misterios aparte, Gabi era amiga de ambos.

De la esquina de la sala en la que se había recluido, Nivia salió repentinamente de la sala, llamando la atención de los que guardaban duelo. Y alcanzó a los tres muchachos que se alejaban calle abajo.

—¡Lantés!

Aunque sólo fue a él, los tres se volvieron. Aquel impremeditado encuentro le resultó de pronto extraño a Nivia. Eran sus amigos de infancia y habían compartido mucho. Tenía recuerdos emotivos con cada uno de ellos. Sin embargo, de repente sintió como si estuviera en frente de tres desconocidos.

Los ojos color café de Lantés, no obstante, eran los mismos.

—Nivia, no te vimos en el velorio —dijo él ante su mutismo, entonces él también guardó silencio. Como si estuviera indeciso. —Lo que le pasó a Gabi... ¿Necesitas hablar? Si quieres hablar sobre eso... sobre lo que sea, sabes que puedes hacerlo con nosotros.

Y esbozó una sonrisa consoladora. Aquel sorpresivo intento por retomar su antigua interacción le dio cierto alivio a Nivia, sin embargo, había algo extraño. Algo que no sabía identificar. Pero si se había animado a encararlos, había sido por algo.

—Necesito saber qué fue lo que le pasó a Gabi —emitió ella, casi como una petición. No supo si mencionar lo que sabía, que lo había visto salir esa noche también. No obstante, permaneció muda al ver la expresión que había compuesto Lantés.

—Eso no nos incumbe, Nivia —dijo él. De pronto su semblante lívido y severo. Nunca antes lo había visto así. —Ni a nosotros ni a nadie. Sé que estás conmocionada... Todos lo estamos, y...

—¡Gabi era nuestra amiga! —espetó ella antes de detenerse—. ¿Acaso no vas a hacer nada para...?

—¡Ella rompió las reglas! —replicó él a su vez, incluso con más vehemencia que ella, tanto que respingó involuntariamente—. ¡Las reglas existen por algo y ella desobedeció!

Nivia se quedó helada, sin poder dominar su consternación e incredulidad. No fue sólo la pequeña esperanza que había albergado la que se hizo añicos. Algo se rompió en ese momento, algo irreparable. Observó a Lantés como si no lo reconociera en absoluto. ¿Cómo podía él decir eso? ¿Cómo podía ser tan...?

—Hipócrita.

Aquella palabra no salió de ella, sino de detrás de Lantés.

—¿Qué dijiste? —preguntó éste, volviéndose. Incluso Nivia se había sorprendido al escuchar a Dazilo intervenir. De todos en el grupo, él había sido quien se había tornado más distante. El más rebelde de los cinco.

—Dije que eres un hipócrita —repitió él con simpleza, sin ninguna inflexión en su voz.

Y antes de que Lantés reaccionara, Dazilo le dio la espalda y se marchó. Su figura en traje negro y manos en los bolsillos se perdió calles abajo al tiempo que los colores de la tarde ya empezaban a aparecer.

Lantés y Ulises partieron juntos, dejando sola a Nivia, envuelta en la impotencia. Pero con una certeza inesperada: ella no era la única que sabía de las incursiones nocturnas de Lantés.

Ella no era la única.

Dazilo era del mismo tipo de Gabi, pero con ciertas diferencias. Desde niño siempre había sido callado, autosuficiente, con un aire independiente. Siempre las mejores calificaciones, las mejores exposiciones y trabajos en clase. Y antes de mudarse, había sido vecino de Lantés. No obstante, incluso después de la distancia, siguió frecuentando al grupo, puesto que ya era unos de ellos.

Dazi, como lo llamaban, había encajado en el equipo como el cerebro de varias de sus travesuras. Lantés siempre ponía la motivación y planteaba los retos, Dazi daba las soluciones. No buscaba sobresalir ni llevar la batuta de la acción, parecía gustarle su lugar en el grupo, o al menos eso era lo que pensaba Nivia. Nunca estuvo segura porque, a pesar de que era uno de ellos, Dazi nunca contaba nada de él mismo. Y si lo hacía, nunca dejaba de ser ambiguo. De alguna manera, Nivia lo conocía de toda la vida, y al mismo tiempo, era un misterio.

Y luego de la división del grupo, fue el que más cambió.

Nivia asumió que él era al que la adolescencia le golpeó más fuerte. Sus notas siguieron siendo impecables, eso nadie se lo podía quitar. No obstante, empezó a asumir un aire indiferente frente a los demás. Dazi nunca se había negado a dar pequeñas clases o explicar los temas más complicados a sus compañeros rezagados. Eso terminó de pronto, hacía un año. Se negó a hacer trabajos en grupo alegando que él podía hacerlo por su cuenta y obtener mejores resultados. Dormía en clases cuando se le apetecía, a veces incluso, se saltaba unas y cuando a algún profesor se le ocurría reprochárselo, él enarbolaba sus puntajes perfectos como un escudo protector y se defendía con tozudez hasta que el maestro le daba la razón.

—Espero que la escuela termine pronto para irme de este pueblo de mierda —lo escuchó decir un día en un receso, con una hastiada naturalidad.

Nivia estimaba a Dazi, no obstante, había sido la pérdida que menos había lamentado de los cinco. Sin embargo, los reparos que alguna vez había tenido ya no importaban. Ya no.

—¿Qué haces aquí?

Nivia se encontró con los insensibles ojos almendrados y el cabello oscuro un tanto alborotado de Dazi cuando él abrió la puerta de su casa en la tarde del día siguiente.

—Quiero... conversar —atinó a decir ella, sin ninguna idea de cómo abordar el tema—, como solíamos hacer antes...

—Puedes ir al psicólogo de la escuela si quieres conversar —atajó él, cerrando automáticamente la puerta. Nivia vio su única oportunidad marchándose en su cara, y empujó con ambas manos el umbral. Dazi la miró con reproche, aún impidiéndole el pase.

—Tú también fuiste amigo de Gabi —dijo ella, observándolo directamente a los ojos—. Ella siguió a Lantés en la noche, y esto fue lo que le pasó... Y tú sabes... —Nivia notó el semblante de Dazi tornarse aprehensivo. —Tú sabes algo sobre eso. Sobre la norma. Sobre Lantés.

Dazi abrió la boca para responder pero no dijo nada. Luego, sólo se apartó y permitió que la puerta girara sobre sus goznes, dejándola abierta para Nivia.

—Pasa —dijo finalmente, sin mirarla.

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