Utopía

By ArtifexAletall

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El futuro descansa en las manos de los jóvenes. Un grupo de ellos se lo tomó demasiado en serio. Portada: htt... More

Capítulo 1
Capítulo 2

Prólogo

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By ArtifexAletall

La tormenta golpeaba, aumentaba su fuerza con cada segundo que pasaba, los truenos hacían retumbar la tierra, los rayos parpadeaban iluminando durante unos segundos todos los rincones de la ciudad, tenían que llegar al escondite o sería demasiado tarde.

Los helicópteros, al igual que las patrullas y tanques del ejército los perseguían, tratando de arrestarlos, en cualquier momento podrían alcanzarlos.

Pisaban charcos, vidrios y todo desperdicio que yacía regado por las calles, de vez en cuando tropezaban con algunos baches que encontraban en su camino, la vista se les nublaba debido a las gotas que los recibía de frente.

—¡Vamos! —exclamaba tratando de alentar a los pocos miembros que quedaban para que siguieran y no se rindieran —, ¡podemos lograrlo!, ¡no se detengan!

Un metro ochenta y cinco de estatura, tez aperlada, complexión robusta, fornido debido a su arduo entrenamiento, iba a la cabeza, era el líder.

Miraba para todos lados tratando de no perderse; las calles eran muy largas, los edificios grandes y casi idénticos, un poco separados entre sí, lograrían confundir a un foráneo, pero no a él, conocía todas las calles cómo la palma de su mano.

Después de cruzar cinco cuadras larguísimas, de cinco metros cada una, desviaron a la derecha por la calle "Sombra misteriosa", logrando así evadir al ejército. Las luces de los helicópteros eran proyectadas en cada rincón de la ciudad tratando de localizarlos, era su deber por órdenes del gobierno.

Destapó la alcantarilla, los diez miembros restantes entraron. Algunos tosían, otros recuperaban el aliento, su esposa se exprimía su larga cabellera, la cual le llegaba a la cintura.

Encendió las luces, revelando así el largo escondite subterráneo en el cual se encontraban; a lo mucho tenía diez metros de largo, dentro se encontraban provisiones necesarias para una guerra, armas, cambios de ropa suficiente para poder disimular su verdadera identidad, pero también había distintas salidas de emergencia, las cuales, sólo él conocía.

Se sentó recargándose contra la pared del lado este, agachando la cabeza mirando al suelo, seguía agitado, todo estaba pasando demasiado rápido, una decisión mala y todo terminaría, esa noche podría ser la última.

—Lao —habló su querida esposa, levantó la mirada; uno ochenta y dos de estatura, tez blanquecina, una silueta bien definida, era la encarnación de la perfección, podía perderse en esos ojos negros, tan profundos cómo la noche.

—¿Qué pasa Cheung?

—¿Fue una buena decisión? —Lao arrugó el entrecejo confundido por la pregunta.

—¿Qué cosa?

—Hacer todo esto, formar parte de este grupo, luchar por lo ideales de justicia e igualdad —ella agachó la cabeza decepcionada y triste, él sonrió, levantó su mentón con su mano derecha para que lo mirara a los ojos.

1

El kuon era grande, al lado este estaba ubicado el espejo en el cual corregían las técnicas, al lado oeste se hallaba el altar; en el cual se encontraba la foto del maestro del maestro y de las grandes leyendas del wushu, al lado norte estaba el muñeco de madera, el costal colgado, los diferentes sacos llenos de aserrín, y al lado sur se encontraba la puerta.

Adelantó el pie derecho para después juntar el pie izquierdo pisoteando el suelo, pegando ambos dorsos de las manos, girando hacia afuera golpeando sus piernas finalizando la forma cómo el viejo alisándose la barba.

Vestía una playera blanca de manga corta, un pantalón negro, tenis blancos y una faja roja amarrada a la izquierda. Hizo el saludo del sol y la luna en señal de respeto hacia el kuon* y el maestro.

—Bien hecho Lao, haz mejorado mucho la forma, eso desde que tenías dieciocho años —comentó el maestro; uno sesenta de estatura, pelo lacio, canoso y corto, tez blanquecina, un bigote tipo chevron, tenía setenta años de edad. Vestía un Qizheng* totalmente negro con una faja, igualmente negra, amarrada a la izquierda. Era mexicano, radicado en el país desde hace cuarenta años.

—Gracias maestro Armando —el maestro miró el reloj que se encontraba encima del espejo, eran las siete de la tarde, el entrenamiento había concluido por esa semana. Ambos se reverenciaron ante el altar, se cambiaron sus ropas y las guardaron cada quien en su mochila. Salieron y Armando cerró el kuon.

—Bueno Lao, nos vemos la próxima semana.

—Hasta la próxima maestro —cada quien fue en caminos contrarios, Lao hacia el norte y Armando hacia el este.

El motor de los autos, aunado a los claxon y los ladridos de los perros formaban un ambiente estresante y desesperante. Los grandes rascacielos imponían, observaba las calles, la gente iba y venía, y ninguno volteaba a verse, no se podía, ni se quería convivir, el tiempo avanzaba y no se detenía por nada ni por nadie, un segundo perdido era una ganancia perdida ese día.

Le asqueaba esa mentalidad capitalista, pero no podía hacer nada para cambiar eso, él no controlaba la situación fuera de sí, un sonido captó su atención era cómo de un acordeón, volteó a su izquierda, de dónde provenía el singular sonido; estaba sentado en una silla de ruedas, tez aperlada, medía uno setenta de estatura, su pelo era largo al igual que su barba, ambos estaban empolvados y maltratados, tenía los ojos cerrados, estaba atrapado en la melodía, vestía una chamarra vieja, rota y de color gris, su pantalón café estaba remendado y gracias a ello se podía notar que carecía de su pierna izquierda.

Tocaba la melodía El último tango en París, era un organetto* color negro, delante de él estaba su estuche de color blanco, tapizado por dentro con alfombra de color rojo, ahí estaba un letrero que decía "apoya el arte", era un gran músico a pesar de su aspecto, sacó de su bolsillo derecho diez monedas y las depositó en el estuche.

—Gracias Lao —dijo el vagabundo terminando la canción y sonriendo.

—De nada Pierre, continúa así.

—Así será amigo mío.

Continuó caminado con dirección a su casa. Después de avanzar tres cuadras, y mirando el cielo, chocó contra una persona, sin verla fácilmente se deducía que era mujer debido a la delicadeza del encuentro y al bolso color caqui que cayó sacando varias cosas; un lápiz labial, una cartera, y una ligas para el pelo al igual que unos broches. De manera rápida recogió todo, se levantó sintiéndose muy avergonzado.

—Perdón, estaba distraído y no vi por dónde caminaba.

—No se preocupe, también fue culpa mía —su tono de voz era dulce; tez blanquecina, medía uno ochenta y dos de estatura, pelo negro y lacio, era tan largo que le llegaba a la cintura, traía puesto un vestido blanco con estampa floral.

—Me llamo Lao —se presentó de manera inconsciente.

—Soy Cheung —un silenció incómodo hizo acto de presencia.

—Bien... este —Lao se rascaba la nunca en un intento de sacar una conversación, pero fue inútil —, espero encontrarme contigo otra vez.

—Igualmente Lao —se separaron y continuaron su andanza.

2

Había sido un encuentro muy extraño, pero no se veía que fuera un mal sujeto, pero si algo torpe al entablar una conversación, sonrió al recordarlo.

Los sonidos de los autos, autobuses y motocicletas parecían un terremoto. Muchas veces la urbanidad la asfixiaba, pero no podría arreglarlo, volteó a su lado derecho, exactamente al otro lado de la calle; era una señora, de a lo mucho sesentaicinco años, sostenía una enorme pancarta que tenía inscrito un mensaje que podía leerse así: "el gobierno asesinó a mi hijo, mañana puede ser el tuyo o pueden tomar tu propia vida... dejemos de creerle a esos cerdos, ¡exijo justicia!", ese tipo de manifestaciones la hacían sentir impotente, sabía de antemano, cómo muchas otras personas, que el gobierno era corrupto y manipulador, si alguien le estorbaba lo desaparecían para ya no saber de él... pero lo peor de la situaciónera la indiferencia de la mayoría de la sociedad ante estos eventos.

Vivía en un edificio; tenía diez pisos de alto, ella se hospedaba en el piso cinco... estaba ubicado frente a varios negocios aledaños; abarroterías, estéticas, tiendas de ropa, librerías, bibliotecas, etc. Estaba muy bien asentada, entró al edificio.

—Buenas tardes Cheung —saludó el portero; tez morena, medía uno setentaicinco de estatura, estaba pelón, vestía con un pantalón color gris claro y una camisa verde limón, era muy sonriente, estaba sentado detrás de una plataforma en la cual se encontraba un teléfono, una rosa cómo aromatizante y una planta artificial a su lado derecho.

—Hola Román —correspondió el saludo de forma amable y feliz, caminó hasta él —, ¿me llegó correspondencia?

—Sí —se agachó para agarrar por debajo de la plataforma, después le extendió unos sobres, ella los tomó.

—Gracias —se retiró de ahí subiendo las escaleras, prefería mil veces eso al elevador, por una parte hacía un poco más de ejercicio.

Llegó al quinto piso, su habitación era la primera del pasillo, abrió la puerta y entró, tenía un buen espacio; al lado superior derecho estaba una pequeña cocina con una plataforma de madera que servía cómo mesa, al lado inferior estaba su MukYanJong*, con el cual practicaba artes marciales. En la parte superior izquierda estaba la gran ventana, en el centro del mismo lado estaba el librero, en el cual podían calcularse que había más de cincuenta libros, la mayoría eran de contrabando y hablaban de política, filosofía, lógica y sociología... en la parte inferior estaba un perchero en el que colgaba su bolso, abrigos durante el invierno, su sombrero durante el verano y un paraguas en tiempos lluviosos. Y en el centro de la sala estaba el sillón y una pequeña mesa, la cual servía para tomar café o té en las mañanas antes de irse al restaurante, dónde trabajaba cómo mesera... podía tener una maestría en pedagogía, pero no había forma de ser maestra de universidad, al menos que tuvieras influencias dentro del gobierno, así de podridas estaban las oportunidades de un buen trabajo.

Se sentó para ver lo que contenían los sobres; algunos eran pagos del restaurante, otros eran recordatorios del pago de la renta del cuarto... pero el último fue intrigante, era totalmente blanco, no tenía estampitas, y parecía que nadie lo había enviado, tenía una inscripción en la esquina inferior derecha; ábrelo cuando estés solo(a) en casa, eso la extrañó, su sentido común le decía que por ninguna razón viera lo que contenía, pero al final su curiosidad fue más fuerte que su raciocinio... rompió el sobre y sacó el contenido, era una hoja de color dorado, era brillante, tenía un texto largo, lo leyó, se levantó del sillón y salió de nuevo.

3

Las fachadas alejadas del centro eran muy denigrantes para un país que se hacía llamar primermundista, eran barrios pobres, dónde los niños jugaban con lo que encontraban, los cuales sólo tenían dos cambios de ropa, tres contando el uniforme de quienes estudiaban, pero lo que le sorprendía era la tremenda felicidad que reflejaban en sus rostros pateando una pelota de caucho, la inocencia era lo que podía salvar el futuro, al menos eso era lo que pensaba.

Estaba agotado, lo único que quería hacer en esos momentos era llegar a su casa, recostarse y dormir, miró el horizonte, el cielo poco a poco se iba apagando presa del crepúsculo que advertía la llegada de la hermosa Selene. Esos espectáculos y la buena vibra que la gente transmitía rompía en una pequeña parte la crisis en la que el país estaba hundido... se acarició la cabellera quitándose todo el estrés de encima, no era muy favorable trabajar cómo obrero, podía dominar tres idiomas, pero las oficinas de turismo no aceptaban a nadie fuera de sus familiares y del gobierno, sin palancas no hay trabajo, lo que evitaba que se volviera loco era el entrenamiento de wushu con su maestro.

Su casa, al igual que las otras, era pequeña y de fachada humilde, una puerta, dos ventanas y un pequeño jardín al frente, pero lo que captó su atención fue el sobre que estaba metido en la puerta, se acercó y lo tomó, no parecía contener nada, puesto que estaba totalmente en blanco... pero vio la inscripción que tenía en la esquina superior derecha; ábrelo cuando estés solo(a) en casa, miró para todos lados, al percatarse de que nadie se encontraba cerca, rompió el sobre, contenía una hoja color dorado con un enorme texto, al terminar de leerlo se retiró de ahí.

4

La ubicación era muy misteriosa, la noche cayó cómo una manzana de un árbol, se encontraba afuera de uno de los edificios más viejos, los cuales estaban próximos a demolerse, lo único que le brindaba compañía era la luz de la lámpara del poste en el cual estaba recargado, pequeñas gotas de brisa comenzaban a hacer acto de presencia, miró su reloj, llevaba veinte minutos ahí parado y nada, exhaló con frustración, en ese lapso pudo haber hecho más cosas, pero el tiempo se fue para no volver.

—Disculpe —volteó a su izquierda al oír una la voz que él conocía, y efectivamente, era la misma mujer que conoció hace unas horas en el centro.

—¿Cheung? —ella al percatarse de quién era, se sorprendió de igual forma.

—¡Lao!, es curioso encontrarme de nuevo contigo.

—Lo mismo digo, ¿qué haces aquí?

—Bueno, llámame loca, pero cuando llegué a mi casa, unas horas después de nuestro primer encuentro —él se sonrojó por ese detalle —, revisé unos sobres que me habían llegado, y entre ellos estaba uno con una inscripción, lo abrí y leí que estaban convocando a personas que creen en un cambio, justo en este lugar, y aquí me tienes, ¿y tú por qué estás aquí?

—Por la misma razón que tú —era una casualidad tremenda, no tenía lógica alguna —, pero parece ser que fuimos engañados por unos charlatanes.

—Ustedes —habló alguien a sus espaldas, ambos se dieron la vuelta con cautela para ver de quien se trataba; uno noventa de estatura, tez blanquecina y pelón, vestía con un pantalón de camuflaje color verde bandera, unas botas negras y una playera azul rey —, ¿les dieron el sobre?

—Sí —respondieron ambos al unísono.

—¿Cuáles son sus nombre? —ellos se miraron con cierta preocupación en confiar en un extraño.

—Soy Cheung San —se presentó finalmente.

—¿Y usted?

—Mi nombre es Lao Kan.

—Excelente son los que faltan, síganme —aún desconfiaban de él, pero aun así lo siguieron por todo el callejón hasta el final, se podía apreciar el gran muro, de a lo mucho diez metros, hecho de ladrillo.

—Aquí es —señaló la alcantarilla, la destapó, ambos miraron, no se apreciaba nada, estaba hundida entre la oscuridad —, entren —Cheung miró con horror, dudó dela elección que tomó al asistir.

—Cheung, yo entraré contigo —ella sonrió y se aventó al "vacío", después él lo hizo.

Era tétrico, estaban sumidos en la oscuridad profunda, sentían cosas extrañas debajo de sus pies, podían ser ratas, sólo se alcanzaban a oír las gotas de agua cayendo, de lo que probablemente serían, las cañerías, unas extrañas luces empezaron a iluminar el largo pasillo, no era una alcantarilla, era una especie de cuartel que abarcaba diez metros de longitud, de los lados empezaron a salir varias personas, eran más de cien, al final había una plataforma de tres metros de alto, subieron por el lado derecho tres personas.

El primero era idéntico al hombre que los trasladó hasta ahí, se deducía fácilmente que era su gemelo, igual estaba pelón; vestía un pantalón verde militar, playera negra de manga larga sin cuello de tortuga, botas cafés y una boina militar gris claro.

La segunda era una bella mujer; tez aperlada, uno setenta de estatura, cabello largo, lacio y de color negro, vestía con un pantalón color caqui, botas negras al igual que la boina militar y una blusa roja de manga corta.

El tercero era aún más bajo que los dos; uno sesentaicinco de estatura, tez blanquecina, pelo castaño, corto y lacio, bigote tipo chevron, era tuerto de su ojo derecho, vestía un pantalón negro al igual que las botas, una playera blanca sin mangas que hacían resaltar sus fornidos brazos, tenía una gran cicatriz en diagonal en su mejilla izquierda.

—Damas y caballeros —habló el último —, supongo que se estarán preguntando por que los invitamos a esta reunión.

—Eso es debido a que los hemos estado vigilando durante largo tiempo —siguió el gemelo, todos comenzaron a murmurar, Cheung y Lao se vieron intrigados por esa afirmación —, hicimos apuntes, los estudiamos, y ustedes reúnen las características que son clave en lo que estamos a punto de efectuar.

—¿Qué cosa? —gritó alguien entre la multitud.

—Una revolución —dijo finalmente la mujer, todos volvieron a murmurar con preocupación —. No es un secreto, ustedes ya lo saben, el gobierno nefasto y opresor está llevando a la mayor crisis de la historia este país, y continúan en el poder debido a la manipulación que ejercen sobre la mayoría de la población. Ya no hay forma pacífica de frenar ese monstruo que acabara con este hermoso país... hace dos días, las fuerzas militares asesinaron una marcha pacífica de maestros y obreros en el norte, los cuales exigían que se manejaran bien los recursos económicos —todos se aterraron por ese dato, Lao apretó los puños impotente por esa noticia —, los medios de comunicación taparon esa masacre con noticias sin relevancia y programas de espectáculos, y los periodistas serios que intentaron darlo a conocer "desaparecieron misteriosamente"... en base a esos acontecimientos, y los anteriores que pocos conocen, convocamos esta reunión para formar este golpe de estado, claro que tardará, pero debemos empezar por lo más pequeño: invitar a que más gente se una.

—Pero —volvió a hablar el bajo —, no están obligados a formar parte, si quieren retirarse están en todo su derecho de hacerlo, sólo levante la mano y díganlo —, cinco personas levantaron la mano y exclamaron "no" para retirarse de ahí —. Bien, eso da a entender que la mayoría si quiere el cambio.

—¡Es hora de demostrarle al gobierno que el pueblo unido jamás será vencido! —exclamó con euforia al mismo tiempo que alzaba el brazo con el puño cerrado, los demás imitaron ese gesto —, ¡la victoria será nuestra!

5

La besó en los labios románticamente, ella no lograba comprenderlo en ocasiones, pero sólo con mirarlo a los ojos, sabía que todo estaría bien.

—Fue la mejor decisión que he tomado en mi vida —ambos sonrieron.

El suelo retumbó de forma brusca, se sentía cerca, como si fuese un terremoto, pero no lo era.

—Son tanques militares, ¡demonios nos descubrieron! —exclamó el tercero al mando; uno setentaicinco de estatura, tez negruzca y pelón.

—¿Ahora qué haremos? —preguntó otra mujer de los que quedaban.

—Escaparemos por la salida trasera —dijo Lao —, ¡vamos! —todos así lo hicieron, menos uno —, Ed, ¿qué pasa?

—Lo siento, pero el país los necesita más a ustedes que a mí —presionó un interruptor ubicado al lado derecho, cerrando el paso entre él y Lao.

—¡No! ¡Ed! —gritó Lao golpeando el muro de acero, pero Cheung se acercó a él y le indicó que tenían que irse.

Ed tomó una granada de una repisa ubicada en la parte superior izquierda, sacó de su bolsillo una fotografía pequeña, de quién parecía ser su madre, la besó y esperó a que los militares entraran, los cuales en menos de un segundo lograron pasar.

—Muy bien, ¿dónde están los demás? —preguntó uno de ellos, él le quitó el seguro a la granada y corrió hacia ellos sacrificándose, ocasionando una explosión que mató a más de cien soldados.

Llegaron a la plaza principal, estaban agotados y su esperanza murió hace mucho tiempo, pero fue enterrada con el sacrificio de Ed, miles de luces salieron de diferentes lados, llegando helicópteros, tanques militares, camionetas blindadas y miles de soldados con pistolas, ametralladoras y bien equipados.

—¡Ríndanse!, ¡los tenemos rodeados! —indicó por un megáfono el sargento: uno setenta de estatura, tenía a lo mucho setenta años de edad —, arréstenlos — los demás soldados así lo hicieron.

Los trasladaron al monumento principal, el cual tenía la estatua de un fénix, la cual simbolizaba el renacer de la esperanza y la paz, estaban apresados y acomodados en una fila, el pelotón estaba colocado a cinco metros de ellos.

El fin era inminente, Lao sonrió y miró a Cheung, ella se extrañó por eso.

—Te amo, jamás lo olvides.

—Nunca lo haré —una lágrima brotó de su ojo derecho.

—¡Preparados! —los soldados cargaron las escopetas —, ¡apunten! —así lo hicieron —, ¡fuego! —dispararon matándolos al instante, muriendo con ellos el primer sueño de libertad y de justicia, todo eso ocurrió un 12 de octubre de 1999. 

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