La belleza es efímera, casi invisible; se oculta en las simplezas cotidianas y es percibida solo por el observador obstinado. Transmite tranquilidad y quietud, pero aviva aún más corazones que el devorador y candente fuego del amor.
¿Qué será de los tristes seres que, centrados en sus propias preocupaciones, son incapaces de avistar los pequeños detalles de esta vida repleta de vida? Aquellos, los que ocultan su miseria con sonrisas mal fingidas, los que sueñan con soñar, los que viven el día a día preocupados por lo que el mañana les pueda conceder, los que añoran inmortalidad y llenan sus bocas de letras pero no comprenden el verdadero significado de las palabras.