Poesía Villana

By Lau_Antigona

26.1K 2.6K 545

"GANADORA DE LOS WATTYS 2018" ¿Saldrías con un hombre por culpa de un chantaje? Puesto #28 en Paranormal 28/0... More

*Epígrafe:
*Sinopsis:
*Prefacio:
*Primera Parte: "Ilusiones"
*Capítulo Uno: "Un hombre"
"Una poesía para ti"
*Capítulo Dos: "Sí, te amo"
*Capítulo Tres: "Eric"
*Capítulo Cuatro: "Hola"
*Capítulo Seis: "Fuera"
"Un comentario para Ifigenia"
*Capítulo Siete: "Te odio, en verdad" (Primera Parte)
*Capítulo Siete: "Te odio, en verdad" (Segunda Parte)
"Una rima para Polifemo"
*Nota de la autora:
*Capítulo Ocho: "Perdí"
*Capítulo Nueve: "Vencedor"
*Capítulo Diez: "No"
*Capítulo Once: "No tiene sentido"
"Un adiós para él"
*Nota de la autora:
*Capítulo Doce: "Tal vez"
*Capítulo Trece: "Terciario"
*Capítulo Catorce: "Desaparición"
*Segunda Parte: "Revelaciones"
*Capítulo Quince: "Portadora"
*Capítulo Dieciséis "Dispersión"
*Capítulo Diecisiete: "Mentira"
*Capítulo Dieciocho: "No te vayas"
*Capítulo Diecinueve: "Polvo y partículas"
*Nota de la autora:
*Capítulo Veinte: "En sus sueños"

*Capítulo Cinco: "Hola... otra vez"

821 73 22
By Lau_Antigona

"Querido mío, te recuerdo como la mejor canción, esa apoteosis de gallos y estrellas que ya no eres, que ya no soy, que ya no seremos. Y sin embargo, muy bien sabemos ambos que hablo por la boca pintada del silencio..."

—Blanca Varela

La densa neblina nacida de su pavor, reveló que podrían hacerse realidad sus más descabellados y diáfanos sueños. Con una lentitud inhumana, la insólita aparición adoptó una forma retadora, poco tangible, amorfa y grisácea; era un extraño fantasma que apoyó sus gélidas manos sobre su pecho agitado, con la intención de captar cada movimiento de su intranquilo pernoctar.

Removiéndose de un lado a otro, con la respiración turbada, inquietándose ante la necesidad de abrazar un delgado cuerpo contra sí mismo, él advirtió que algo no marchaba bien en medio del frondoso valle de su inconsciencia. Además, en la lejanía de su miseria, percibía la tensa sensación de estar cercano a la muerte.

Toda la maldita ilusión fue quebrada con un gritillo sollozante, que resonó en las profundidades de su mente, y la melodía macabra de los lamentos, ocasionaron que se levantara de improvisto. Alarmado por el pavor y sudando por la agitación de sus entrañas, tembló. Él estaba siendo consumido por el miedo.

—Me duele la cabeza... —el incomparable hombre de cabellera despeinada, se quejó a un volumen medio de la palpitación de sus sienes.

Poco a poco, la luz regresó a su cerebro, y al ser consciente de aquel sonido que nadie más tenía el poder de oír, una idea extraña cruzó su mente.

El clamor desgarrador de una voz muy conocida, que devoró sus emociones hasta dejar un charco de sangre en el suelo bajo sus pies, lo obligó a cerrar los ojos y maldecir a todos los seres vivientes. No era tan sencillo estar atado a otro ser humano.

—Es normal que te duela luego de beber tanto —Edvino se sentó de golpe sobre la enorme cama, consternado al oír la estruendosa de su hermano menor crear un vacío en su habitación matrimonial.

—¿Qué haces aquí? —Le preguntó elevando ambas manos a cada lado de su cabeza para presionar las vibraciones en el interior de sus pensamientos—. Ayer te dije que no quería verte aquí, Eric —tal vez, lo que más le causó gracia al chico, que lo observaba desde el umbral, era la expresión de enojo de su hermano. A veces la seriedad propia de una faz tan inusual, lo llevaba a preguntarse sobre la capacidad de molestia que él podía desarrollar. Edvino no era un "hombre desalmado", seguramente, por eso nunca lograría desarrollar eso tan vital para "ellos". Nunca tendría su Integridad—. Vete ahora mismo —sus dientes rechinaron—, o te echaré a golpes cuando me levante de aquí —la irritación aumentó.

—No me digas que sigues molesto porque decidí irme con papá hace años —soltó un bufido al comprobar que tenía la absoluta razón, su hermano mayor continuaba enojado por el mismo motivo estúpido por el que su madre sufrió tantos años—. Eres extremadamente patético, querido hermano —a menudo, Eric se cuestionaba qué habría ocurrido si Edvino hubiese tomado la misma oportunidad de conocer aquel mundo al que estaban destinados a pertenecer. Era lógico que habría podido conocer esa parte ardiente y dominante de su ser. Edvino habría podido alcanzar su lugar en la Claraboya—. Mi decisión fue la mejor y quieras o no, algún día tendrás que ir a reclamar lo que por derecho te pertenece. Después de todo, eres un Terciario.

—De allí no me pertenece nada —el desdén se fue apoderando de su sangre—, no soy igual que tú —su cabeza dejó de retumbar y cualquier indicio de dolor fue reemplazado por la rabia—, yo «soy normal» —Eric se cruzó de brazos—. No quiero nada de ese inmundo lugar —el asco expresado en una sincera oración, produjo que Eric sonriera con la confianza propia de un hombre como él.

—No te creas hermanito, tú eres igual a todos nosotros —le recordó el origen de su nacimiento—, así que deja de fingir que eres el diferente de la familia —puso entre comillas la última frase. La mueca de asco de Edvino se acrecentó—. A penas estés fuera de ese estado de ebriedad, quiero proponerte un trato —Eric tenía la certeza de que no sería tan sencillo convencerlo—. Estaré un par de horas más aquí —avisó sin importarle la respuesta que podría darle su hermano—. Tendrás tiempo para meditar tu decisión —mas Edvino no lo oyó, porque en su mente eclipsó una imagen, la figura perfecta de una mujer que le daba las razones suficientes a su corazón para preservar la vida.

Temeroso de sus propias fantasías, observó a su hermano.

—¿Alguien más estuvo aquí aparte de ti? —Inquirió creyendo que todo se debía a una pesadilla. Poniéndose de pie, se acercó a Eric, no le interesó estar sin zapatos, era un detalle mínimo.

—¿Por qué lo preguntas? —Eric lo examinó con una curiosidad petrificante.

Desde la adolescencia, Eric concluyó que había demasiadas actitudes extrañas en la relación de esos dos. Su hermano y su mejor amiga eran enlazados por un nexo que no era sencillo describir en el plano físico. Incluso, por un momento, él llegó a pensar que ambos compartían la "esencia", pero no. Eso, sencillamente, era imposible. "Si lo fuesen, la ceremonia de desunión ya se habría celebrado en honor a Edvino hace muchos años", pensaba Eric.

"La esencia idílica de la pasión, primitiva como el instinto de un animal, es la sincronía del universo, que se conecta en los ojos de las dos almas que beben de la misma ambrosía, de dos almas gemelas. La seguridad del reencuentro de los enlazados es tan poderosa que es capaz de fraccionar los muros voluminosos que separan cada dimensión. Mantiene un vigor que es capaz de destruir a los propios amantes. Tan prohibida e irracional como mantener oculto el conocimiento de los sentimientos... resulta ser tan potente que para poder obtener la libertad y la integridad del poder, es necesario eliminar a la otra mitad".

Eric aun recordaba las palabras iniciales de cada Desunión, seguida de los gritos de horror de ambos enlazados... Hasta ese momento, Eric no comprendía quién sufría más ¿el amado que veía fallecer a su amada, o la mujer, que perdía el último aliento al ser incinerada?

—En mi piel tengo la sensación de unas manos delicadas que me ayudaron a subir hasta aquí —Eric salió del ensimismamiento al oír la voz algodonosa de su hermano—, y tú no tienes manos tersas y pequeñas —Eric volvió la mirada hacia su hermano, quien recuperado de sus recuerdos, aguantó las ganas de partirse a carcajadas por la cursilería de Edvino.

Eric, conservando la compostura, caminó dentro de la habitación hasta alcanzarlo.

—Es gracioso que preguntes eso —Eric relajó los hombros ante el extraño cuestionamiento de su hermano mayor—, pensé que no lo recordarías —la necesidad de conocer el nombre de la persona que lo cuidó en su debilidad, se volvió en un objetivo insoportable para Edvino—. Sí, querido hermanito —se burló esbozando una enorme sonrisa—, aquí estuvo una mujer —no le diría las cosas sin hacerlo sufrir antes—. La conoces bien... —añadió—, es tu amiga de la universidad.

El principio de la noche era una contradicción. La imposibilidad de contemplar la vida en la oscuridad le dio las ganas de cerrar los ojos y evadir la realidad.

—Eso es imposible —murmuró contrariado por la alegría que explosionó en su espíritu—, ella está en Alemania...

—Al parecer si es muy posible —contradijo con autosuficiencia—. Ella regresó de su viaje y te trajo a tu sucia habitación con una energía inhumana—era una hazaña que esa mujercita lo hubiese cargado hacia la habitación. El mismo Eric aplaudía esa fuerza de voluntad inquebrantable.

—¿Dónde está? ¡Quiero verla y hablar con ella! —Edvino tomó a su hermano de los hombros y le suplicó con la mirada que le dijera dónde encontrarla.

—Lo siento, pero esa mujer ya se fue —dijo con una falsa tristeza por el gesto de desilusión que adoptó su hermano—, al parecer tenía varios pendientes importantes. Al menos eso creí al verla tan preocupada y apresurada por irse —mintió, porque él sabía que pronto se encontrarían en un lugar cercano, todo para acordar los términos de una situación que los beneficiaría a los dos.

—¿Sabes dónde se quedará? —Eric negó—. Llamaré a Ángela. No, espera, llamaré a David y a John, ellos deben saber dónde está —la desesperación que mostró su hermano, petrificó a Eric.

Tras contemplar la rapidez con que Edvino empezaba a buscar su celular para obtener lo que quería, y admirar la determinación con la que buscaba el medio de hallarla, Eric se preguntó por qué Edvino jamás se casó con Madeleine. Eran tal para cual. Y si observaba su relación más de cerca, podía darse cuenta que la química entre los dos, era arrolladora y explosiva. Sus golpecitos en los hombros mientras conversaban, o lo temas que se relataban, historias retorcidas que se decían al hablar por teléfono. Quien los hubiera visto diría que sus almas habían sido diseñadas del mismo molde...

Pero algo no encajaba en esa mera relación de amistad. Porque él amaba a Cristina...

Sin embargo, Cristina no seguía allí... Gracias a sus artimañas...

Un detalle no se comprendía del todo, existía un error y Eric descubriría cuál era la pieza de más, como diera lugar.

El soplido de una respiración la transportó a un dulce sueño, y manos amables y engañosas le entregaban una verdad de la que no debía desconfiar así supiera con certeza el camino que era correcto seguir. No era bueno ilusionarse. No cuando caer del cielo significaba perder las alas.

Desencantada del reflejo que se negaba a tocar, Madeleine buscó el modo de correr en dirección de la salida; sin embargo, la suavidad de dos brazos largos y fuertes, la sostuvieron para que se mantuviera inmóvil.

—¿Seguirás jugando al gato y al ratón, Mad? —La joven intentó zafarse de su descomunal agarre y dándole un ligero derechazo en el abdomen, ella logró liberarse. Agitada por el burbujeante ardor de sus manos, corrió a resguardarse detrás del enorme sillón negro que aún tenía la forma de su cuerpo. Edvino, haciendo una mueca de dolor, contempló su accionar muy divertido, inclusive, se dio el tiempo de cerrar la puerta del departamento para que ella no escapara—. No me vas a hablar —sondeó sus intenciones; no obstante, ella ni siquiera lo miró a la cara—. Respóndeme, qué sucede —La joven vaciló sobre el temblor de sus labios, que morían por emitir un sonido que le ayudara a librarse del mal que se cernía sobre su cordura ¿Por qué estaba allí? ¿Qué quería de ella?—. Oírte no será un problema para mí —ante sus palabras amistosas, desbordando una mezcla de fe, suplica y melancolía, ella decidió seguir escapando.

La joven planeaba correr por todo el departamento hasta encerrarse en una habitación, pero Edvino dio unas cuantas zancadas y terminó atrapándola con la red de un abrazo. Ambos forcejearon delante del sillón hasta que en medio de su juego de poder, terminaron cayendo sobre la suave superficie negra del mueble.

La exaltada respiración cercana de los dos, se combinó con el roce blanquecino e inocente de sus cuerpos temblorosos, sin separación de un solo centímetro. Casi tan unidos como la locura y el amor. Sus rostros se mantuvieron frente a frente y sus ojos se conectaron en una confusión eterna, en la que uno reconocía al otro como la esperanza de su existencia.

—Por qué me abandonaste —no se dejó arrastrar por sus ansias de sollozar—, justo después de prometerme que te quedarías a mi lado —le reclamó él, con la suavidad electrizante de su voz, echándole en cara de modo sutil, la ausencia de su alma en una habitación que ella misma creó—. Me dejaste solo —se ahogó con su propia agonía—, aun cuando te confesé que te necesitaba en cada instante de mi vida...

—Tenía que hacerlo —le respondió ella, abriéndole el paraíso de sus palabras y sentimientos—. No podía seguir viéndote en ese estado tan deplorable, Ed.

—Y por eso mismo, tu mejor opción fue dejarme a un lado ¿Por qué nunca tuviste la más mínima dignidad de llamarme? y decirme: "Estoy bien, por favor, no te preocupes por mí" —continuaría recriminándole sus errores hasta sentirse saciado—. Jamás respondiste un mensaje o una carta. Te llamé cientos de veces solo para recibir la fría contestación de un robot alemán —fueron noches negras en las que buscaba descubrir que había hecho mal para recibir su indiferencia—. Es justo que yo haya tenido que preocuparme tanto por ti, raquítica —Madeleine soltó una risita llena de nerviosismo.

—No podía contestarte —se defendió con la única frase que relucía en la punta de su lengua—, si lo hacía iba a extrañar a todo el mundo y si extraña a todo el mundo, iba a regresar y yo no podía regresar —tragó saliva con dificultad y desvió la mirada—. No en ese momento.

—Por qué —Edvino no lo comprendía—, sí aquí estamos todos tus amigos y tu familia. Nosotros somos tu familia: John, David, Carlos, Isabel, Ángela, Mabel —Madeleine se mordió los labios para no llorar—. No nos tomes como simples personas. Te queremos.

—No lo entenderías —fue allí que lo recordó, ella no lo quería del mismo modo inocente que él profesaba en cada una de sus frases. Ella lo amaba y el martirio de tenerlo tan cerca era el castigo de las mentiras que a lo largo de diez años había dicho.

Con el sutil y grácil movimiento de sus manos, Madeleine empujó a Edvino para que dejaran esa íntima cercanía. Lo que menos ansiaba era confundirse más.

—¿Qué pasa? —Con un pesar abrasador, él se apartó de la fragancia cautivante de la tersura de su piel, más contrariado por su talante esquivo—. Noto una pared alrededor tuyo y no puedo acercarme a ti y descubrir qué oculta ese pequeño corazón —"Maldito hombre", pensó ella, "Me conoce tan bien"—, ¿qué te aflige tanto? —Preguntó él, al verla ponerse de pie—. Hay algo que me ocultas —siguiendo la dirección de ella, Edvino también se levantó del sillón y se puso detrás suyo—. Dime lo que está pasando por esa loca cabecita en este mismo momento.

—Quiero volver a Alemania —y Madeleine no inventaba una mentira para salir del apuro de responder a su interrogante, aquel era su único deseo que la acaparaba en ese momento de desesperanza.

Quería regresar allí lo antes posible.

Necesitaba estar a kilómetros de distancia del hombre que anulaba su buen juicio.

—Extrañas mucho a tu novio alemán.

—No tengo ningún novio alemán —él jamás lo reconocería, ni siquiera se percató de la felicidad que lo elevó del suelo tras saber que ella no conoció un hombre que le hiciera perder la cabeza en todo el tiempo que se mantuvo alejada.

—Entonces, qué te motiva a irte de Nayerú.

—No me siento acorde a la situación, ya no creo que pueda seguir aquí —él quiso poner sus manos sobre ella, pero se detuvo, no era una buena idea—. Este ya no es mi lugar.

—De qué hablas —le ensartó una enorme arma punzante con la forma de palabras, Madeleine a veces afectaba a las personas diciendo lo que escondían sus más avezados pensamientos—, ya te lo dije, aquí está toda tu familia —inmóvil, la joven solo fingió atender sus palabras—. Acaso alguien en Alemania podría verte recién levantada, con el cabello despeinado y mojado porque acabas de salir del baño, con la ropa de ayer y sin zapatos —el ligero sonrojo del rostro de la pequeña mujer fue notado—. Madeleine, no es la primera vez que te veo en este estado.

—No me avergüences con tus tonterías...

El color carmesí del que se tiñeron sus pálidas mejillas, comprobó que el nerviosismo era el nuevo sentimiento albergado en el alma de la cándida Madeleine.

—¡Es la verdad, maldita mujer irracional! —Exclamó perdiendo la paciencia—, quieres volver a la frialdad y a la soledad de un departamento que nunca te hará feliz —al no recibir respuesta, la impaciencia dañó su quietud—. Bien tenía razón al decir que eres un hongo, solitaria, pequeña y que además, no comes —a pesar de estar en contra de lo que haría, él caminó unos cuantos centímetros hasta colocarse delante de la joven, siempre dejando una separación considerable entre ellos. Él sabía que ella aborrecía la extrema cercanía—. Por qué estás muy delgada —sus rollitos desaparecieron y fueron reemplazados por un abdomen que se veía bastante firme—. Qué te pasó.

—Las cosas cambian y después de tres años no puedo seguir siendo la misma mujer que a veces te insultaba de tonto.

Edvino se carcajeó por el recuerdo de los mejores años que pasaron juntos uno al lado del otro. En la gloriosa época de la universidad en la que se conocieron por un anhelo que compartían. Quizá había sido obra del destino que no se hablaran al inicio, pero una vez que la confianza nació, se convirtieron en dos amigos inseparables, que se apoyaron en todo instante.

—Tu personalidad y tu interior no han cambiado para nada, sigues siendo la misma mujer contradictoria y terca que ama ver sexo entre hombre —una pequeña sonrisa se esbozó en su boca sin una gota de lápiz labial. Ella siempre tan natural y pura—. Te gusta emparejarme con otros hombres y dudo mucho que esa manía se te haya quitado de la noche a la mañana.

—No digas sandeces —se controló con tal de no caer en el error de advertirle que ella lo abrazaría pronto—, yo ya no pienso en ese tipo de cosas —levantó el mentón y desvió la mirada hacia el techo blanco del departamento.

El silencioso espacio que se asemejaba a un campo de batalla por la distancia de ambos jóvenes, se llenó del fuerte sonido que hacían los zapatos de Edvino a cada paso que daba. Eliminando el trecho que la salvaba de naufragar en el olas de la vehemencia.

—Gallina que come huevos... —se mofó sabiendo que la diminuta mujer conservaba las extrañas costumbres de entretenerse leyendo historias de hombres enamorados de otros hombres. Ella alucinaba con relaciones apasionadas y homosexuales sin final—, aunque le corten el pico.

—No soy gallina —vaciló en la pronunciación de su afirmación cuando él acarició su antebrazo.

La ínfima proximidad entre los tímidos ojos que se observan con un delirio blanco y arrollador, los revelaba sin máscaras. Era un hermoso conocimiento el que les brindaba el poder de charlar con la desnudez inmaculada de la sinceridad.

—Lo eres —se obstinó en que la joven aceptará ser lo que demandaba. Su orgullo, que le impedía perder en un juego verbal, ocasionó que ella meneara la cabeza—. Sabes por qué eres una gallina —Edvino amplificó el gesto de alegría al ver que ella se enojaba—. Porque escapaste a Alemania y fingiste que nosotros ya no existíamos para nada —un reclamo válido—. No sé qué te orilló a hacer semejante barbaridad, pero debes dejar de hacerlo —los ánimos de una disputa por quién tenía la razón cayeron al suelo—. Yo estoy aquí, para ti, esperando que me abras todo tu corazón para poder curarte. Eres muy importante para mí, y eso jamás, nunca, nadie lo va a cambiar —aunque eso iba en contra de todo lo que creía, Madeleine se lanzó a los brazos de Edvino y él la protegió con toda la fortaleza que custodiaba, lo que más aspiraba a ver es que esa mujer, tan importante para él, sonriera con la misma facilidad pasada.

—Eres un idiota —sollozó contra su pecho mientras le decía un insulto que él extrañó cada día, desde que ella se fue—. Yo quiero volver a Alemania —continuó aplacando la desazón.

—No lo harás, te quedarás aquí quieras o no —en medio de las lágrimas, la joven comenzó a reír, la referencia a "Rasputia", siempre le causaba el mismo efecto de jolgorio—. No te rías mucho —le aconsejó—, porque en cuanto John y David estén aquí, eres mujer muerta.

—¡¿Qué?! —Exclamó negándose a creer que sus amigos llegarían a su casa—. Ellos no saben que yo he vuelto —la joven se separó del abrazo al no oír contestación alguna por parte de su mejor amigo—. ¿Les dijiste que volví? —Adivinó en descubrir al culpable de su próxima desgracia.

—Si no lo hacía, ellos me habrían asesinado a penas se enteraran de tu regreso —con un infantil comportamiento, se encogió de hombros—. No podía arriesgarme a ser golpeado por ese par —Madeleine frunció el entrecejo al oírlo victimizarse ante dos personas que no eran más fuertes que él—. Recuerda que dos contra uno no es válido de ningún modo.

—Traidor —el cariño del abrazo anterior se desvaneció cuando Madeleine formó ambos puños y comenzó a golpearlo en el pecho para demostrar el nivel de ira que bullía en su interior—. Maldito traidor —murmuró perdiendo las fuerzas.

Eso se llamaba traición y de ningún modo iba a permitir que él se saliera con la suyas, la joven estaba a segundos de salir despavorida cuando oyó un timbre de un celular que no le pertenecía. Edvino metió una mano en el interior del bolsillo de su saco y obtuvo el aparato que sonaba tan alocadamente. Él se giró unos grados y mantuvo una conversación que no duró más de cinco segundos. Al ponerse otra vez en la misma dirección que su amiga, le dijo con voz muy campante:

—David, John y una acompañante más, están a punto de llegar.

—¡Eres un maldito! ¿Cómo pudiste hacerme esto? —la joven vio sus fachas y supo que estaba destinada a que todos sus amigos la vieran vestida peor que una pordiosera.

Era su castigo por ocultarles su regreso a todos.

La chica creyó que tendría tiempo para el cambio, pero no se disponía a tomar una decisión cuando oyó la puerta principal.

Con la furia del mismo infierno, Madeleine caminó a paso firme, aceptando la crueldad de su destino. Abrió la puerta y lo primero que vio fue a tres figuras enojadas, cruzadas de brazos, dándole a entender que la lava volcánica de sus corazones no se solidificaría con tanta facilidad.

—Más irracional no podrías ser —musitó David, soltando un suspiro que la dejó más asustada de lo habitual.

—Esta vez no te defenderé de las cosas que te diga David —ella observó con ojos de desesperanza al único que podría haberla salvado del peor de los castigos.

—Yo siempre seré la amante ¿no? —casi fue un grito, con una indirecta muy directa que llegó a perturbar a uno de los recién llegados. Aunque aparentemente había sido una alusión para la relación que Madeleine tenía con Ángela, para todos los demás presentes, decir aquella frase tenía un trasfondo muy fuerte.

Madeleine se hizo a un lado y dejó que aquellas tres personas ingresaran a su hogar provisorio. La joven agachó la mirada y observó sus pies descalzos, era una idiotez pensar en eso, pero quien viera las uñas de sus pies se preguntaría como ella podía tener una pedicura tan hermosa, cuando sus manos tenían la piel reseca y las uñas mordidas por unos dientes intranquilos que jamás le daban descanso alguno. Madeleine esperó el mayor de los sermones, pero sin duda fue peor de lo que había imaginado.

—¡Te largas a Alemania sin decirnos nada! ¡Aceptas nuestras llamadas de vez en cuando y al volver, ni siquiera tienes la dignidad de decirnos que regresas! —David estaba muy enojado con el modo de actuar de aquella diminuta mujer—, qué te pasa, Mad ¿Quiénes crees que somos nosotros para que nos trates como un trapo sucio?

David... su querido cuidador.

David estaba peor que su madre llamándole la atención. Su complejo de sobreprotección salía en cualquier instante, dejándola igual a una niña que no sabía qué hacer con su mundana existencia. Sus reclamos le daban un mayor impacto, ya que su imponente estatura y la fortaleza física que siempre había tenido, la transformaban en un ser más pequeño. Sus ojos oscuros combinaban a la perfección con el color azabache de su cabellera rebelde y sin peinar. Aquellos detalles, lo diferenciaban de los demás, eso causaba un miedo extraño y una protección imposible de comparar.

—No creo que sean nadie en particular, sencillamente no tuve tiempo para avisar —se defendió jugando con sus manos para no estar tan nerviosa.

—Eso es lo que dices, pero nosotros te llamamos hace una semana y dudo mucho que este regreso haya sido algo improvisado —todos concordaban con la resolución del más joven de los amigos—, con lo maniática del orden que eres, es casi imposible que sea un viaje de última hora, no pretendas tomarnos por imbéciles —John, a pesar de su desventaja en años, se caracterizaba por la facilidad de deducción que poseía.

John era mucho más alto que Edvino y David, aunque este era menor por cuatro años. A Madeleine no le llamó la atención sus reclamos, pero sí le sorprendió verlo con más cuerpo que la última vez. El fornido físico que tenía lo convertía en un hombre temerario y fuera de lo común. Aún recordaba la figura enclenque que sostuvo en la época durante la que protagonizó una muy famosa obra teatral. Sus cabellos castaños cayendo a cada lado de su rostro, que había adquirido una masculinidad muy atrayente para cualquier mujer, le hizo ver a Madeleine que su querido niño ya era todo un hombre, que ahora tendría que proteger de las mujeres que se le acercaran con intención de seducirlo.

—Nos tienes como segundones —se quejó la más herida—. Todo se lo dices a la tal Ángela, pero a nosotros nada ¿Somos tus amigos? ¿O no? —dramatizó la pequeña pelirroja.

—Claro que son mis amigos —titubeó la joven, intranquila y confundida de la familiaridad y el calor de hogar que sentía estando rodeada de esas personas. "No", se recriminó a sí misma. No quería sentirse cómoda, quería largarse a Alemania y no volverlos a ver jamás—, por favor, no me hagan esto más difícil.

—¿Difícil? —inquirieron todos al mismo tiempo.

—Estás volviéndote loca —John se acercó a su amiga y apoyó una mano en su hombro—, seguro en Alemania no comías nada, Mad.

—Quizá te hace daño estar más sola de normal —añadió David.

—Es que este duende tampoco es normal. Nada en su vida lo es —Edvino sonrió ante su propio comentario. Si el día anterior le hubiesen dicho que estaría sonriendo, no lo habría creído, Madeleine cambiaba su mundo de un modo incomprensible.

La joven, tras tener la cabeza gacha, escuchando cada uno de sus comentarios, levantó la mirada y le repartió a cada uno de sus amigos varones un golpe que los dejó sin aire. Ella siempre acostumbraba a pegarles, era el sello que siempre identificaba su amistad.

Esos pequeños golpecitos, que parecían inofensivos, terminaron en una pelea de cojines a la que Isabel se unió casi sin titubear. Ella también sonreía estando junto a esos hombres, que se habían convertido en su familia.

Los cinco jóvenes sonrieron ampliamente cuando estuvieron en el suelo, agotados de tanto haberse golpeado. Madeleine estaba recostada en el brazo de Edvino, mientras este miraba al techo. Lo confundía la alegría que sentía teniendo tan de cerca a esa pequeña y delgada mujer. El aroma de su cabello negro y largo, lo envolvía en un torbellino de sensaciones que lo satisfacían más que cualquier interacción sexual...

—¿Qué me pasa? —pensó aturdido de las palpitaciones de su corazón.

Madeleine seguía recostada en el mismo lugar, pensativa y confundida por la súbita alegría que no la dejaba regresar a la realidad.

—Tengo hambre —anunció David, matando la apacibilidad del momento y tocando su abdomen que rugía peor que un animal—. Vinimos sin comer y ya es la hora del almuerzo —añadió al ver que todos lo miraban con desaprobación.

—No hay nada de comer aquí, como es obvio —replicó Madeleine, levantándose del brazo de Edvino, quien emitió un sonido de inconformidad que ella ni siquiera notó—. Si quieres comer, anda y busca un restaurante.

—Eres una maleducada —David meneó la cabeza, el comportamiento de esa mujer seguía siendo pésimo—, pero no importa tu pésimo recibimiento, podemos pedir pizza y atendernos nosotros solos.

En un perfecto unísono, la mayoría de los presentes festejaron la elección del sabio David, todos menos Madeleine, que como siempre, hizo la misma pregunta.

—¿Pizza de queso? —John abandonó el piso y golpeó el suelo con la punta del zapato y resopló.

—No de queso, de carne... CARNE —Isabel le dio más énfasis a esas palabras para que Madeleine entendiera que no harían su santa voluntad.

—Pues si van a comer carne, lárguense de mi casa —entre broma y seriedad, ella les señaló la puerta.

—No nos ves hace años y ya empiezas con tus tonterías, eres incorregible, mujer —Edvino contempló con malos ojos que John le diera un golpecito a Madeleine en la coronilla, golpecito que ella respondió con una patada que le hizo arrugar los ojos del dolor.

Tras una laberintosa conversación sobre qué comerían, los cinco jóvenes decidieron que lo mejor era salir a un restaurante donde podrían alimentarse en paz y sin que nadie los fastidiara por su elección.

Aunque Madeleine no estaba del todo feliz con la decisión de salir, accedió al ver la sonrisa reluciente de Edvino suplicarle que no se hiciera de rogar. Como era lógico, Madeleine primero se alistó de manera decente antes de irse con sus amigos.

Y aunque no tenía ni las ganas ni el tiempo, ella se relajó unos minutos bajo el agua fría de la ducha. Tras salir del baño de su habitación, la joven vistió con lo más bonito que había llevado de Alemania, todo para captar la atención de su amado por al menos unos instantes.

—Esa mujer se está demorando demasiado —el quejido salió entre un suspiro agotado dado por John.

—Hace cinco minutos que ingresó a su habitación, no seas exagerado —Edvino meneó la cabeza y antes de que se diera cuenta, le pegó una palmada en la espalda al pequeño John.

— ¿Por qué fue ese golpe? —inquirió el joven adolorido, no tanto por el golpe, sino por recibirlo a traición—, acaso estás loco, basura.

—Porque te vi mirarle el culo a Madeleine mientras se dirigía a su alcoba —refunfuñó—, ni se te ocurra volver a echarle un ojo o te juro que te corto el pene.

El odio y el rencor con el que Edvino musitó el motivo de tamaña agresión, hizo que David hiciera una mueca de confusión. En otro tiempo, ambos habrían reído a carcajadas por decir la palabra culo en voz alta. No obstante, aquella variante fue tomada como consecuencia del dolor que sufría el recientemente divorciado. David no pensaba casarse, pero asumió la separación como uno de las angustias más desgarradoras de un corazón verdaderamente enamorado.

La expresión de desconcierto, fue acompañada del cambio drástico que sufrió el matiz del rostro de Isabel, que al oír tal aseveración, sintió la presión de mil montañas cayendo sobre su cuerpo. Destruyendo la armonía que le costó reconstruir en las ruinas de un desamor colosal.

—Yo no tengo la culpa de que regresara tan guapa —el sonido ronco y enardecido del tono que empleó, provocó que en el rostro de los presentes se protagonizará un enojo total.

John solo se defendió amplificando una sonrisa llena de perversidad. Cosa que probó ser una rotunda mala idea.

—Cuando no —la voz sarcástica de Isabel les recordó que aquella corrompida mujer, seguía allí, oyendo las peleas que tenían a causa de una escultural fémina. Por un momento, David y Edvino se sintieron culpables por olvidar que Isabel sufría debido a los yerros de ese esperpento humano—, la piltrafa mirando a cualquier mujer que se cruza delante de él.

Isabel, que estaba sentada en la baranda del sillón negro, apoyó las manos a cada lado de su cuerpo al darse cuenta que John poco a poco la iba acorralando contra el mueble. Ella tuvo miedo, pero no lo demostró. Jamás se daría por vencida delante de él. Primero muerta y enterrada bajo mil metros de tierra.

—Te recuerdo que esta piltrafa logró que tú... auch —gritó John, antes de terminar su estúpida frase. Con mucho dolor, se acarició el hombro, el golpe había sido brutal.

—Cállate —le exigió David—, o te vas a arrepentir de haber nacido, piltrafa —exclamó, propinándole otro golpe.

—¿Qué pasa? —Preguntó Madeleine, confundida por el extraño movimiento que veía entre ellos—, escuché a John gritar ¿Le pasa algo?

Todos se quedaron en silencio... ella debía ignorar todo ello, era la mejor opción.

—No pasa nada, ya sabes cómo jugamos nosotros —mintió Edvino.

No podía permitir que ella se enterara de esos detalles con tanta premura, o de lo contrario, la salida terminaría convirtiéndose en lo menos deseable del mundo.

—Bueno —se encogió de hombros. Aunque no les creyó por ningún motivo, la joven prefirió no insistir en el tema más de lo necesario. Si ellos optaban por ocultarle información, no se inmiscuiría—. Vamos, que también tengo mucha hambre.

Madeleine tomó las llaves de su departamento y su celular, al ver concluidas estas acciones, sus amigos caminaron junto a ella a la salida.

Y cuando la joven estaba a punto de cerrar la puerta, recordó que le faltaba lo más vital del mundo: su billetera.

—Vayan adelantándose —les pidió con la calma propia de su voz—, iré a sacar mi billetera, ya regreso —todos sus amigos asintieron ante su petición y se perdieron por el corredor que los dirigía directamente a la salida.

En el interior de su nuevo hogar, Madeleine meneó la cabeza varias veces, buscando la bendita billetera. Entre la búsqueda, ella meditaba y no comprendía como su estado de ánimo podía haber variado en un par de horas. Sin duda los había extrañado y por nada del mundo la idea de regresar a Alemania volvería a cruzar su cabeza. Amaba estar allí... con sus amigos también.

—¡Aquí estás! —expresó con una insólita alegría que reflejó en una sincera sonrisa.

Por un momento, ella creyó que había extraviado su rosada y muy antigua billetera, pero allí estaba, sobre uno de los amplios y suaves sillones que sus conocidos compraron para su casa.

Madeleine no tenía ni la menor idea de cómo su objeto más preciado terminó en aquel lugar, pero eso era lo que menos le interesaba. Aquel obsequio de una de las mujeres que más amó, no podía desaparecer. Con una sonrisa sostenida en los labios, la joven de cabellera color ébano, avanzó con rapidez y abrió la puerta para salir lo antes posible; sin embargo, el susto que recibió al observar el umbral, hizo que ella retrocediera unos pasos.

—Hola —musitó aquel sujeto, que con su sola presencia, palidecía su conciencia—. Hola... otra vez.

Continue Reading

You'll Also Like

406K 28.2K 113
𝐍𝐨 𝐞𝐫𝐞𝐬 𝐧𝐚𝐝𝐢𝐞 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐡𝐚𝐛𝐥𝐚𝐧 𝐝𝐞 𝐭𝐢... Una escuela privada, pero no vida privada. Lo que sea que los estudiantes h...
10.4K 1.4K 58
Zara acepta el reto de su mejor amigo: invocar a Ashton, el supuesto dueño del circo que se manifestará para reclamarla como suya. *** El Circo de la...
8.3M 346K 14
TRILOGÍA DEMON #2. "Y el demonio se enamoró de su perdición. Del caos. Se enamoró de aquello que podía matarle y se ató a la destrucción que ella sie...
6.2M 598K 53
[PRIMER LIBRO] Victoria Massey es trasladada al internado Fennoith tras intentar envenenar a su padrastro con matarratas. Después de la muerte de Ad...