CASTIGO DIVINO [A LA VENTA EN...

By mler21

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HISTORIA FINALISTA A LOS PREMIOS WATTY 2014. CATEGORÍA: ROMANCE EN ASCENSO. *********HISTORIA ELIMINADA POR P... More

PRÓLOGO
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
YA A LA VENTA
SECUELA

CAPÍTULO III

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By mler21

(Alma)

Al principio todo parecía ir mal: el coche no arrancaba, el taxi tardaría mucho en llegar, la parada estaba a un kilómetro... ¿Me vas a mandar algo más, buen Dios?

Pues claro que sí: uno nunca puede decir que nada puede ir peor.

Empezó a llover con fuerza y me había olvidado el paraguas; decidí que a esas alturas no valía la pena regresar a por él. El resultado fue este: el pelo hecho un asco... Y todo el rímel y la sombra de ojos que me había aplicado tan pulcramente me habían chorreado por toda la cara. Nada más entrar en el bar de la cita corrí hacia el baño para arreglar el estropicio, sería terrible que él me conociese así. Cuando me vi en el espejo, lo primero que pensé fue que la chica fantasma de la película japonesa The Ring había venido a vengarse de mí por no grabar una copia de su vídeo... ¡¡¡Arrrggghhh!!!

Lo mínimo que pude hacer para estar más o menos presentable para "el guaperas" fue lavarme la cara y hacerme una coleta. Tanto me había roto la cabeza para ultimar todos los detalles de mi aspecto y al final el esfuerzo no había servido de nada. El plan se había ido al garete. Mi intención había sido la de parecer una tía decidida, segura de sí misma, que realmente no estaba necesitada ni de amores, ni de hombres, ni de nada... Y que había llegado a una conclusión totalmente lógica desde cualquier punto de vista: que quería parecerme lo máximo posible a un hombre (emocionalmente hablando, por supuesto, lo de las extremidades colganderas ni de coña). Por tanto, no quería parecer la típica mujer desesperada, tenía que parecer completamente segura de mí misma. Opción elegida: Natalie Portman a lo Cisne-Negro-style (dejando a un lado la parte loca de su personaje, como es obvio, dado que yo estaba sanísima mentalmente hablando). Mi peinado pulcro y el vestido negro habían quedado hechos un asco por culpa de las inclemencias del tiempo. A pesar de que había intentado arreglarme un poco en el baño tenía la sensación de que mi seguridad y decisión se habían muerto junto con mi maquillaje. Y lo peor no era eso: era que el tipo estaba realmente bueno. No era que a mí me importara... Había aprendido a no fiarme de las apariencias y a desconfiar de todo, pero era una afirmación irrefutable.

Además, el chico logró hacer que mi propuesta pareciera una niñería, hasta el punto de casi conseguir que yo perdiera la compostura en varias ocasiones. Casi.

Logré mantenerme en mis quince y no perder los nervios ni mi falsa pose estirada, aunque ese dios sacado directamente del Olimpo me estuviera mirando todo el rato con esos ojos azules penetrantes que parecían desnudarme. Era tan guapo que me costó horrores no caer en su hechizo y no distraerme de lo que le estaba planteando. Pero conmigo no podía nadie, qué más quisiera él. Me daban igual sus profundos ojos turquesa, su nariz recta, sus labios carnosos en una eterna mueca y su piel dorada por el sol. ¿Pero qué les pasaba hoy día a los tíos con el solarium? Sin mencionar su pelo rubio dorado, de aspecto sedoso, esos pectorales enfundados en la camisa estrecha y oscura, deseando escapar de su prisión... Como iba diciendo, me la traía absolutamente al pairo.

Capullo. Al principio ni siquiera parecía dignarse a hablarme y después, cuando finalmente se decidió a hacerlo y a articular algunas palabras, no hizo más que ridiculizarme. Pero bueno, ¡si le estaba ofreciendo una suma ingente de dinero sin tener que acostarse conmigo ni hacer las guarrerías ni las cosas asquerosas a las que seguramente debía estar acostumbrado! ¿Qué se había creído ese pedante? ¿Que podía rechazar esa cantidad así por la cara, como si fuera una suma ridícula indigna de su categoría? ¡Le estaba ofreciendo casi todos mis ahorros! Lo daría todo, todo, por conseguir mi objetivo.

Una vez acabada la cita y cuando cada uno se marchó por su lado, solo esperaba que me llamara más tarde aceptando mi propuesta. Necesitaba algo a lo que aferrarme y lo necesitaba pronto. Pero al llegar a casa, el rumbo de mis pensamientos retornó a mis asfixiantes recuerdos.

Estaba sola, ya no tenía familia; mis padres habían muerto en un accidente de tráfico cuando era pequeña, pero la verdad es que ni aún antes me había sentido querida. Mi padre era un adicto a su trabajo y hacía cualquier cosa que no fuera estar en casa. Mi madre lo era al alcohol. Todo se resumía en adicciones. Con diez años ya sabía lo que eran perfectamente, y con diez años también supe lo que era perder a unos padres. Por mucho que no me hubieran querido y que me dejaran horas y horas dando clases extra en el colegio con tal de no tener que cuidar de mí, sufrí lo que sufriría cualquier niño.

El día en que tuvieron el accidente, mi madre había ido a recoger a mi padre al aeropuerto. Se había ido de viaje a Alemania para sondear el terreno y ver si tenían posibilidades de abrir una sucursal de su constructora allí. Pero era mi madre quien iba al volante, y aunque lo disimulaba muy bien delante de mi padre, siempre iba borracha. Nadie sabe qué les pasó en la autovía, simplemente se cruzaron de carril y acabó todo para ellos.

Yo solo tenía diez años, no sabía cómo tomarme aquello. Tampoco sabía por qué lo que más me dolía era que de verdad me había quedado sola. Fueron mis abuelos paternos quienes se hicieron cargo de mí, porque los maternos eran una pareja de estirados que nunca se preocuparon ni de su propia hija... De tal palo, tal astilla. Tuve que mudarme de ciudad y de colegio y empezar una nueva vida. La verdad era que mis abuelos paternos fueron los únicos que me mostraron algo de cariño y fueron los padres que nunca había tenido, al menos unos padres que se preocupasen de sus descendientes. Pero eran mayores y el primero en dejarnos fue mi abuelo, cuando yo tenía dieciocho. En esa época me pasaba las noches sufriendo pesadillas con la muerte, con que yo moría o que moría mi abuela, o que todos estábamos muertos. Me obsesioné con la idea de la muerte y me preguntaba a dónde iban todas las almas después de la vida, porque no podía ser que en un momento estuviéramos aquí, y al siguiente ya no estuviéramos. ¿Dónde iría mi conciencia, mi pensamiento? ¿Dónde se había ido mi abuelo?

El sonido del timbre me sacó de mi ensoñación.

En cuanto descolgué el auricular del telefonillo, escuché a Elsa gritar:

—¡Pero qué pasa, tía! ¡No me has contado nada, ni me has mandado ni un whatsApp! ¡Abre la puerta ya, que subo!

Ni me molesté en contestar a esos gritos que me dejaron medio sorda, de lo ensimismada que aún me encontraba. ¿Para qué? Le di al botón que abría la puerta del portal, dejé entornada la del piso y esperé tumbada en el sofá a que subiera el torbellino de Elsa.

—Bueno, ya me estás contando todo lo que ha pasado con pelos y señales, tía —me soltó Elsa cuando llegó—. ¿Estaba tan bueno como en la web? Seguro que no, con todo ese photoshop que aplican hoy en día seguro que luego era bajito y cabezón y con granos... —se sentó junto a mí, cruzó los brazos, agitó su melena, y me miró seria al ver que yo no reaccionaba—. ¿Vas a empezar a contar o qué? Me debes algo por ser tu mejor y única amiga.

—Ah, gracias por recordármelo, guapa, no te lo tendré en cuenta... —le solté bruscamente, molesta—. Sí y no.

—¿Sí y no qué? —me respondió ansiosa, esperando a que siguiera hablando.

—Pues sí, era tan guapo como en la web. Nada de photoshop. Es más, creo que en persona está más bueno. Y no, no es ni bajito, ni cabezón, ni tiene granos.

Puso cara de susto, gritó y se tapó la boca abierta con las manos.

—¡Qué fuerte tía, qué fuerte! Ay, ¡que me derrito! ¿Y se lo has contado todo? ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo?

Buf... le conté lo justo y necesario. No tiene por qué saber mi vida, Elsa. No quiero dar pena. Le dije lo que quería, y creo que de verdad es el adecuado. ¡Es tan gilipollas! Es un seductor nato, se lo tiene creído y además me confirmó que ni tenía amigos ni se había enamorado nunca. ¡Es él!

—¿Lo ves? Te lo dije.

Me reí, porque realmente la que había buscado como loca por Internet un chico perfecto para mi objetivo había sido yo. A ella le había contado lo que pretendía hacer el mismo día en que llamé a Jon. Obviamente, Elsa me animó. Cuando se trataba de hacer cosas locas y descabelladas ahí estaba ella dándote el empujoncito para echarse unas risas después al ver cómo te ponías en ridículo.

—Lo sé. Pero no me ha dicho que sí. Me dijo que se lo pensaría.

—¿Le dijiste la cantidad desorbitada que piensas gastar en él?

—Sí, y aún así dijo que se lo pensaría, que era él quien decidía siempre si le importaba o no la cantidad, ¿te lo puedes creer?

—Ni de coña. ¿En serio? Bah, no me lo puedo creer. Pues sí que anda sobrado.

Pues sí, le había ofrecido a un desconocido casi todo mi dinero para que me ayudara y aún así el tío "se lo tenía que pensar". Me sentía como si mi vida dependiera de él. Era mi único hilo de esperanza para sobrevivir en este mundo. Qué trágico.

—Alma, no tenías que haberle ofrecido tanto. Si no quiere hacerlo, no lo haría ni por un millón. ¿Y si se lo cuenta a algún conocido suyo y planean un robo en tu casa, o algo así? Seguro que ahora se piensa que eres rica, ¿qué persona normal, con un sueldo normal, le ofrecería semejante cantidad de dinero?

La miré estupefacta.

—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga? —chillé levantándome del sofá y haciendo un gesto de lucha marcial.

Eh, relájate, Karate Kid, es normal que me preocupe un poco, ¿no? Normalmente esos tíos son discretos, pero uno nunca sabe si tienen un lado oscuro.

—Elsa, es un gigoló. GIGOLÓ. Escort. Chico de compañía. Puto. Dícese de un hombre que se acuesta con mujeres a cambio de dinero. Tía, trabaja con mujeres ricas que le pagarán más que eso al año. Si quisiera podría robarle a cualquier otra, ¿no crees?

—Como siempre, tienes razón, doña Listilla. Pero no estaría mal andar con cuidado. No sé, es demasiado perfecto.

Me quedé pensativa y suspiré.

No sabía por qué razón estaba segura de que Jon no era esa clase de chico delincuente. Pero por otro lado tampoco me daba buena espina, había algo en el chaval que no encajaba. Y por lo visto, las dos estábamos de acuerdo en ese punto. Era demasiado guapo y parecía demasiado joven como para tener esa mirada de alguien con tanta experiencia. Calculaba que tendría unos veinticinco años, no podría aparentar más edad aunque se hubiera arreglado con unos pantalones y camisa de Armani ajustados y se hubiera engominado el pelo como si fuera a aparecer en la portada de GQ.

Bah, para qué darle más vueltas, a mí lo que me interesaba era que me diera unas cuantas lecciones espirituales de egolatría. Mejor salir por ahí y entretenerme, para no darle vueltas y vueltas al asunto.

—Oye, Elsa, ¿te apetece ir al cine?

Ehhhh.... claro —fingió que le costaba mucho decidirlo, pero luego dio un bote— ¡Me pido Divergente!

—Venga ya... ¡Otra vez no!

—Lo siento, ¡me la pedí prime, y el pacto es que la primera elige!

Tal vez tendría que haber pedido las lecciones a mi amiga. Me habría ahorrado unos "eurillos".

(Cupido)

Me pasé todo lo que quedaba de esa tarde distraído, incluso durante mi sesión de entrenamiento en el gimnasio, pensando en lo que me había propuesto esa loca. Imposible borrarla de mi mente.

Durante la noche siguiente no me pude concentrar en lo que me tocaba de obligación con mi cita, llámese "clienta". No lograba entretener a la señora de turno, no se me ocurría nada de qué hablar durante la cena. No estuve a la altura y era la primera vez que sufría semejante bochorno, parecía que había perdido mis dotes de seducción. Me quedaba mirando el plato de comida (bastante escasa, por cierto) del restaurante de rancio abolengo en el que habíamos quedado, y ni siquiera oí al camarero cuando se acercaba a preguntar si nos servía más vino. Intenté beber un poco más de la cuenta por ver si así me achispaba y me era más fácil mirar a mi objetivo y lanzarle mi sonrisa deslumbradora, pero lo único que conseguí fue una mueca repleta de dientes teñidos de negro por el vino. Al menos eso la hizo reír.

No era que la mujer estuviera mal: rondando los cuarenta, ejecutiva, sabía lo que quería y era atractiva. Eso era justo lo que me hacía preocuparme todavía más. Esas mujeres siempre me habían parecido interesantes, por eso las aceptaba... Pero ese día parecía no ejercer ningún efecto en mí. Y eso no fue lo peor...

Al ver que no le servía de entretenimiento durante la cena, ella insistió en marcharnos pronto. Si no podía conseguir parecer un galán encantador, más me valía ir al grano o perdía a la clienta, y esta era de las que te dejaban mucho más de lo que pedías en la mesita de noche. Nunca me sentí tan torpe y distraído. La falta de concentración me bloqueó por completo; aunque intenté repetir mi ritual amatorio, mi ineptitud interpretativa había terminado por entrometerse. Tuve que realizar el trabajo de la peor forma: echando "uno rapidito", sin florituras. Cama, frotamiento, y plisplás. Parecíamos un matrimonio, joder.

—Lo siento Alicia, es que esta noche no me podía contener... —le dije, mintiendo como un bellaco pero sin poder encontrar otra excusa.

—No te preocupes Jon, me gustas de todas las formas. ¿Te preocupa algo? —me respondió acariciándome el pelo mientras aún yacíamos desnudos en la cama.

—La verdad es que sí, pero no quiero molestarte con mis problemas. No es mi estilo y lo sabes —le contesté mientras jugaba a pasar mi nariz por su cuello.

Oh, tú nunca me molestas, cariño. Sabes que haría cualquier cosa por ti. Cuéntamelo, soy toda oídos —nos colocamos de costado y ella apoyó la cabeza sobre su codo para observarme con atención.

Agitó su melena color fuego y me sonrió.

Objetivo captado. A desplegar el encanto, chaval.

—Verás... Tengo problemas con mi casero. Hemos tenido una pelea por cuestiones económicas, sabes.

—Vaya, pensaba que no tenías problemas de dinero —comentó preocupada.

—No, no, si no los tengo. Pero claro, en el piso de abajo hay una anciana que no puede moverse, y yo sugerí que hiciéramos una rampa de acceso, porque se estaba haciendo demasiado mayor y su familia no podía subirla y bajarla en brazos. Pero el casero me ha dicho que si quería una rampa, que la pagara yo. No puedo permitirme yo solo la reforma, como podrás imaginar.

¡Ja! Pero qué listo era, ¿de dónde me venía tanta imaginación? Seguramente de mi tío Apolo. Era un genio. Pero yo era más guapo.

—Pero qué miserable y qué tacaño tu casero. Mi pobre Jon, encima de guapo, bueno... Tienes el corazón tan grande que no te cabe en el pecho —comentó mientras pasaba la uña de su dedo índice por susodicho pecho y me miraba con ojos coquetos.

—Sí, es verdad. A veces me preocupo tanto por los demás que me olvido de mí mismo —le contesté sonriendo ingenuamente.

Me dio un beso en los labios y luego sentenció:

—No te preocupes por eso, cariño. Sabes que tu dulce Alicia se hará cargo de todo.

En el ascensor, al meter la mano en el bolsillo del interior de mi chaqueta me encontré con un sobre en el que había colocado un cheque al portador por valor de 15.000 euros. Eso me alegró el día, vaya que sí. ¡Suena música sensual! Chúpate esa, abuelo. ¿Pensabas que no me iba a ganar bien la vida?

Aún así, no podía quitarme de la cabeza a la pirada del bar, que volvió de nuevo a mi mente al recordar que ella también me ofrecía una cantidad parecida.

No sabía por qué, pero tenía ganas de verla. Eso y abrazarla, besarla, pasarle la lengua por el cuello, después bajar por el escote... Le iba a enseñar a esa locuela lo que eran las emociones fuertes...

¡Ahhh! ¿¡Pero qué me pasaba!? ¿No acababa de dejar a una mujer semisatisfecha en su cama? ¿Por qué me venían esas imágenes a la cabeza? ¿Qué era lo que me había hecho esa chica? Si la culpa era del maldito Adonis, cuando pudiera ponerle las manos encima se iba a enterar... ¡Nadie juega con el hijo de Ares! No sabía de lo que yo podía ser capaz.

Cuando llegué al lugar donde había dejado aparcado mi preciado Porsche Cayman de color negro, me metí en el interior, encendí un cigarrillo y me apoyé en el respaldo, pensativo. Acaricié el salpicadero, sabiendo cuánto me había costado conseguir esta maravilla... Dos meses de arduo trabajo en los que tuve que llevarme al catre casi todas las noches a diversas mujeres. Que conste que no fue por puro vicio, era solo el camino hacia mi meta, un largo camino de penalidades para conseguir satisfacer una necesidad: un método de desplazamiento eficaz. Desde que se me despojó de todo poder, lo que más echaba de menos era aparecer o desaparecer de inmediato en donde se me viniera en gana. Y además, hasta las alas me habían quitado. Nadie podía decidir por mí o ponerme inconvenientes al medio de desplazamiento elegido en el mundo mortal... Era mi pequeño caprichito, y me había esforzado tanto por él.

¿Sería Alma también otro caprichito?

Ni siquiera yo sabía qué es lo que quería de verdad de esa chica. Me había sentido tan nervioso delante de ella que no había sido capaz de distinguir el barullo de emociones que me surgieron a borbotones en su compañía. Deseo, protección y rechazo al mismo tiempo. No tenía nada claro. De lo único de lo que no tenía dudas era de que quería volver a verla. A toda costa.

Muy bien, Cupido, céntrate, pensemos en un plan pues: ella cree que eres un gigoló cualquiera, pero un tipo duro además, y necesita que le den unas cuantas lecciones de insensibilidad. A lo mejor, mientras le enseñas un poquito de insensibilidad, y ya que ella no quiere esos rollos emocionales en los todas las chicas piensan, también puedes darle un poquito de mambo... Seguro que también quiere aprender a cómo echar un polvo y después levantarse de la cama y decir "gracias, me lo he pasado pipa, te llamaré la próxima vez que quiera repetir", sabiendo que eso nunca va a pasar. Mmmm...

Buena idea, así mataría dos pájaros de un tiro.

Si accedía a su propuesta con el fin de poder volver a verla, pondría ciertas condiciones. Ella ya me había contado lo que quería. Ahora me tocaba a mí. Prepárate, baby.



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