Lucha de coronas

By GS_Eva

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A veces aquellos en los que más confiamos, son los primeros en traicionarnos. Eso es algo que aprendió Olympi... More

Prólogo
Capitulo 01
Capitulo 02
Capitulo 03
Capitulo 04
Capitulo 06
Capitulo 07
Capitulo 08
Capitulo 09
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20 (Capitulo Final)
CORONAS ENTRELAZADAS (2ª PARTE)
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30 (Primera parte)

Capitulo 05

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By GS_Eva


     Sobre los lomos de un caballo se encuentra Olympia junto a Alexander, que se mantiene sujetando las riendas del caballo, mientras la chica se agarra a su cintura y de ese modo no caer del animal, mientras continua dandole vueltas a lo acontecido minutos atrás. Daymon se encuentra sobre un caballo para él solo, sin alejarse mucho de sus amigos.

     Una vez fueron encontrados por el rey de Deinn, él mismo les invitó al castillo y poco después encargó a los soldados que le trajesen dos caballos para los invitados. Su idea original era que Olympia montase en el mismo caballo que él, pero ante la insistencia de Olympia a ir junto a alguno de sus amigos, y la negativa de Alexander para dejarla en manos del rey, acabó rindiéndose ante la idea.

     Ahora los tres se encuentran montando a caballo junto al rey y cuatro guardias reales, que los protegen de posibles amenazas a lo largo del camino.

     Alexander aun no borra su expresión de fastidio a pesar de que lleva horas cabalgando.

     Desde que ha presenciado como el rey agarraba posesivamente a Olympia ha sentido un fuerte rechazo hacía él. No es solo que esté profundamente enamorado por su amiga, sino que no le cuadra ese entusiasmo por alguien que nunca ha tenido el placer conocer, un verdadero placer bajo su perspectiva.

     Olympia es oficialmente una princesa fugitiva, una traidora que ha tratado de ir contra el rey legitimo al trono. Cualquiera que escuche esos rumores no la van a tratar amablemente, no al menos gente de otro reino que no tiene ni idea de lo que realmente ha ocurrido.

      Nada más llegar al castillo Olympia se queda mirándolo con los ojos abiertos emocionada y enamorada. El castillo de su reino está construido con ladrillos blancos y con pequeñas decoraciones de plata, es un castillo de cuento, pero el castillo frente a ella no es uno de cuento, con sus ladrillos marrones y grandes murallas te da la sensación de una imponente fortaleza casi impenetrable.

     Alexander se baja del caballo y ayuda a Olympia a bajar. Si tuviese un poco más de fuerzas, ella misma habría podido bajar sola del caballo, pero cansada como se encuentra y con el cuerpo tan débil, prefiere aceptar la ayuda que le brinda el castaño.

     Los tres entran siguiendo al rey, el cual en ningún momento ha dejado de sonreír. Todos sienten que han caído en la trampa de ese chico, desconfiados y con su cuerpo alerta, no parece que ninguno vaya a ponerse cómodo durante la estadía allí.

     En el interior del castillo hay una gran cantidad de guardias reales con sus brillantes armaduras y detalles en color rojo, simbolizando al reino que sirven.

     Por muy valientes que sean se encuentran en terreno desconocido, no saben si el hombre que ha ido a buscarlos es un aliado o un enemigo. Si es un aliado pueden seguir con su misión y tratar de convencerle para que colabore con ellos, de lo contrario, tendrían que salir corriendo de nuevo y no tendrían donde esconderse.

     Si ninguno de los tres tuviese un rasgo que llamase la atención todo sería más sencillo, pero por la heterocromía de los ojos de Olympia, siempre hay alguien que sospechará de ella.

     Además, hace tiempo que se cansaron de huir, están ansiosos por aparecer de nuevo en el reino, pero para hacer a Eitan temblar.

     Al llegar a la sala del trono, sentados en estos, se encuentran los padres de Rune. Aunque él ya ha sido coronado como rey tras la renuncia del antiguo rey, ambos se ven cómodos y tranquilos sentados, con sus miradas altivas y las frentes en alto.

     Muestran poder y fortaleza.

     Olympia traga saliva. Sabe que se ha metido en la boca del lobo, y hay muchos dientes que podrían terminar devorándola.

- Padre, madre – empieza hablando el castaño de ojos verdosos – ellos son la princesa Olympia de Peirl y... - con su ceño fruncido se gira lentamente mirando a los acompañantes.

     Alexander rueda sus ojos, molesto. No, no parece que le vaya a caer bien por el momento.

      Daymon es quien da un paso hacia el frente y se dispone a hablar.

- Daymon Brise y Alexander Fire – añade de forma educada y con una pequeña reverencia para mostrar sus respetos – caballeros encargados de la protección de la princesa.

- Futuro esposo – masculla Alexander, aunque por suerte solo Olympia parece darse cuenta y le golpea suavemente en el estómago con su codo.

     El chico ríe, por fin ha logrado incomodarla.

     La mujer se levanta de repente del trono.

     Camina lentamente, con sus manos en la falda de su vestido color rojo vino. Su expresión siempre seria y con su barbilla en alto. Olympia se da cuenta entonces de que lo que dijo Daymon sobre el orgullo de la familia es totalmente cierto, no parece gente con debilidades y miran a todos con superioridad para que ninguno se atreva a engañarlos o traicionarlos.

     Trata de mostrarse serena y está segura de que así se está mostrando, pero algo en la mirada gélida de la antigua reina le pone los pelos de punta. Siente que la está juzgando desde los pies hasta la cabeza.

     En cuanto llega frente al grupo de recién llegados sonríe amablemente y, de inmediato, los tres se relajan un poco más. A pesar de los rumores que pueden llegar a circular sobre los Deinn, la mujer se muestra más agradable con ellos de lo que imaginan, incluso ya no muestra su gélida mirada para la sorpresa de Olympia.

     Perfectamente podría haberlos ignorado o echado del castillo. Puede que quizá ya no tenga el poder para tomar decisiones, pero sigue siendo la madre del rey, si ella lo desea, seguro que Rune habría cumplido con su pedido.

- ¿Ha sido un viaje muy largo? – pregunta con tono afable.

- Más de lo que esperábamos – confiesa Olympia dando dos pasos hacía el frente – pero es un placer estar aquí, por fin.

     La mujer vuelve a sonreírla.

- Se te nota, querida – Olympia trata de no mostrarse incomoda por la declaración. Se ha olvidado momentáneamente de la imagen que debe estar mostrando, sucia y desaliñada – Rune, hijo, ¿por qué no les llevas a sus habitaciones y le consigues un lindo vestido a la princesa?

     Rune entonces mira de arriba a abajo a Olympia, poniendo a Alexander de los nervios que, sin poder evitarlo, se coloca a la derecha de su amiga y pasa un brazo por su cintura para atraerla hacía él.

     El gesto no es solo para mostrar que ella es de él, sino porque continúa desconfiando de la amabilidad de la familia real, algo para él no es normal, algo no le cuadra y ante todo va Olympia, siempre velará por su seguridad y es ahora cuando se está haciendo cargo.

Rune ríe sin disimular ni un poco lo que le divierte la actuación de posesividad por parte de Alexander.

     En cuanto Olympia llega a la puerta de su habitación, su castaño amigo se acerca a ella y le abraza de forma protectora, siente el corazón agitado del chico y eso le hace sentir cierta ternura hacia él. Es un gesto que el resto puede malentender, pero ella entiende a la perfección, le está confesando que está aterrado.

     Cuando eran niños, Alexander tan solo tenía diez años y Olympia acababa de cumplir los ocho, por primera vez iban a llevar al castaño a cazar algún animal para el castillo y el chico se encontraba aterrado, incapaz de ocultar su nerviosismo. Olympia, sin mediar palabra, se acercó a él y le abrazó dejándole escuchar el latido de su corazón.

     La chica en ese momento también estaba aterrada, aterrada de que a Alexander le pudiese ocurrir cualquier cosa y saliese herido.

     Desde entonces, cuando uno de los dos se siente tan nervioso, que es incapaz de fingir que nada está ocurriendo, abraza al otro y deja que los latidos del corazón se mezclen y de ese modo calmarse.

     Daymon tose para que la pareja se suelte.

     Mientras poco a poco se van separando, en el rostro de ambos se muestra una sonrisa tímida cargada de sentimientos, los del chico más profundos que los de la princesa, pero eso no significa que ambos no se quieran con locura. No son el mismo tipo de amor, pero sigue siendo eso, amor.

* - * - * - *

     Bañada y relajada tras haberse dado un largo baño en la gran bañera de mármol, la cual se encontraba junto a su habitación, Olympia regresa al dormitorio donde dos doncellas se encuentran esperándola para ayudarla a vestirse.

     Algo sobre su cama le llama inmediatamente la atención y rápidamente se precipita hacia allí. Un hermoso vestido de color azul reposa sobre el majestuoso colchón cubierto por sabanas de seda blanca.

     Lo agarra con cuidado y contempla emocionada cada detalle del corpiño y la falda. La parte superior es blanca y azul, con pequeñas perlas en el escote y la cintura, la cual se ve ajustada al cuerpo y toda la espalda al aire, mientras que la parte inferior tiene mucho vuelo y el azul se va oscureciendo hasta el borde inferior, que se vuelve de un azul casi marino.

     Las doncellas se encargan de ayudarla a vestirse y arreglarle el pelo, dejándolo recogido en un elegante moño con pedrería azul.

     Unos golpes en la puerta llaman la atención de las tres mujeres en la habitación. Es una de las doncellas quien abre la puerta dejando ver a Daymon y Alexander completamente aseados y con ropa nueva.

     Alexander se encuentra con una camisa blanca de seda, con los botones de plata y recogida hasta los antebrazos, junto a unos pantalones negros y unas botas del mismo color.

     Daymon, en cambio, luce una camisa vino tinto con botones dorados e igualmente recogida hasta los antebrazos solo que, sin los botones superiores abrochados, unos pantalones negros iguales a los de Alexander y unas botas negras, las cuales relucen de lo limpias que están.

- Ya me estaba acostumbrando a la Oly salvaje, pero debo reconocer que la princesa Olympia se ve majestuosa – confiesa Alexander agarrando con suavidad la mano de la joven, antes de dejar un pequeño beso en esta.

     Daymon niega con la cabeza, rendido, no puede evitar que su vena coqueta aparezca, simplemente se rinde, ya habrá alguien que le pare los pies.

- Debemos bajar al salón, princesa – habla una doncella a sus espaldas – el rey ha reclamado su presencia junto a la de sus acompañantes para el banquete que se dará lugar dentro de un rato.

     Olympia frunce el ceño.

- ¿Para que es ese banquete?

- Me temo que no lo sé – la mujer agacha la mirada apenada – únicamente puedo asegurarle que estarán el rey y sus padres, probablemente también asistan los pequeños príncipes.

     La princesa recuerda en ese momento que Rune tiene dos pequeños hermanos. Son dos mellizos de tan solo ocho años, los rumores acerca de ellos cuentan que la chica es tan dulce como un panecillo de miel y el chico es juguetón y bromista.

     Le da una mirada a sus amigos tratando de averiguar si ellos sabían acerca del banquete, pero ambos se encogen de hombros en señal de que no tenían ni idea sobre eso.

     Alexander le muestra su brazo para que Olympia se agarre a él, y ella gustosa lo acepta, mostrando al mismo tiempo su otro brazo hacía Daymon, él, incapaz de retener la sonrisa, acaba aceptando el brazo de su amiga sonriente y divertido por la situación.

- Ahora estamos listos para nuestra aparición oficial – habla Alexander arrastrando sus palabras de forma melodiosa, lo que provoca que todas las doncellas dejen caer sus ojos sobre él – Daymon, mostrémosles cuan maravillosa y única es nuestra princesa.

- Eso seguro - concede el moreno.

     Y así, los tres agarrados caminan por los pasillos del castillo llamando la atención de todo los guardias reales, criados y doncellas que caminan por estos.

     Una vez la doncella les deja frente a la puerta del salón, es ella quien se encarga de abrirles las puertas para que puedan pasar de la forma en que caminaban, los tres en cadena.

     Olympia trata de retener la risa. Menuda impresión van a dar, pero nunca se ha negado a alguna alocada propuesta por parte de Alexander, y tampoco planea negarse ahora, va dentro de ella, ha sido así desde que eran niños.

     La doncella anuncia su llegada y toda la familia real se gira para observar a los recién llegados de forma divertida. Ninguno se molesta por la forma peculiar de aparecer, sino que les entretiene y en cierto modo les parece adorable, sobre todo para los pequeños de la familia que se encuentran ansiosos por conocerles.

     Caminan hasta reunirse frente a ellos y solo se sueltan cuando se deben sentar en la mesa para comenzar con la comida, después de presentarse una vez más y conversar un poco con ellos sobre su viaje y lo que les ha parecido sus habitaciones.

     Es la reina madre la primera en hablar una vez se encuentran todos sentados y con sus platos enfrente.

- Te ves hermosa Olympia, sabía que ese color te sentaría precioso – una amable sonrisa adorna su rostro – sabes lucir los colores de tu reino. ¿Verdad que sí, hijo?

     Rune, el cual no se esperaba la pregunta, alza la cabeza de su plato y mira confuso a su madre, la cual se percata en seguida que su hijo no estaba prestando atención y comienza a hacerle gestos para que se entere de que se encontraban hablando, como si el no haberlo hecho fuese una falta de respeto imperdonable.

     Tras darse cuenta del tema de conversación, sonríe y se limpia la cara con la servilleta de tela.

- Se ve como una princesa debe verse – se relame de nuevo los labios observando la figura de la princesa que se deja entrever detrás de la mesa.

     La sonrisa ladina y ese gesto de relamerse los labios desagrada a Olympia, no siente que sea adecuado en ese momento. Ni siquiera buscaba un cumplido por su parte, pero tampoco deseaba aquellos comentarios.

- ¿Antes no parecía una princesa? ¿qué parecía entonces? – increpa de inmediato Olympia ganándose una mirada por parte de sus amigos, pocos días antes les había dicho que no le importaba la forma en que lucía.

     A Rune se le escapa una pequeña risilla. Ha cumplido con su cometido, no quiere que le hable con cordialidad por ser el rey de Deinn, quiere que le hable como iguales, como solo dos jóvenes de la misma edad. Eso le resulta interesante.

     Durante todo el camino a caballo ha visto como hablaba con sus amigos, las miradas silenciosas que se daban, aunque estaban cargadas de palabras. En ningún momento desde que ha presenciado aquello, ha querido ser tratado cordialmente y con respeto, sino que ha deseado que hable tan tranquilamente y de forma relajada como lo hace con ambos chicos.

     La reina mira a su hijo con reproche.

- Otra cosa, pero desde luego no una princesa – señala Rune logrando esconder su diversión.

     Alexander es quien interrumpe la pelea de miradas que se dan ambos.

- Olympia lucía como una guerrera, una joven valiente e intrépida, la cual estaba sobreviviendo y luchando para mantener una vida, su vida y la del reino. Una princesa también debe lucir así – asegura tratando de sonar calmado.

     Daymon palmea con orgullo el hombro de Alexander, ambos consideran que nadie menospreciará a la princesa, no si ellos pueden evitarlo y desde luego que lo evitaran.

     Rune alza sus brazos.

- Disculpad mi rudeza princesa, no quería ofender a sus amigos – se disculpa el rey para aligerar la tensión – solo era un inofensivo detalle, ¿le he ofendido?

     Olympia suspira.

- No he venido aquí para escuchar comentarios sobre cómo debe lucir una princesa y menos si yo lucía así o no lo hacía. He venido hasta aquí para hacerle una propuesta, majestad, y me gustaría no robarle más tiempo del necesario.

     De nuevo nota como le habla cordialmente y eso le irrita, justo cuando había logrado que le hablase como iguales, ha tenido que interrumpir su amigo, al cual no odia como parece ser al contrario, bajo su punto de vista.

- Hablaremos sobre eso pasado mañana en la reunión junto a mis consejeros, hasta entonces le pido que disfrute de su estadía en el castillo junto a sus acompañantes.

     Olympia frunce el ceño. Detesta eso.

- No – declara.

- ¿No? – pregunta Rune confuso.

     La princesa asiente con la cabeza y la barbilla en alto.

     Solo ha ido a Deinn para hablar con él y pedirle ayuda, no ha ido de vacaciones y tampoco para disfrutar su estadía allí. Si no se dan prisa el reino puede acabar muy mal, día a día el reino se hunde más en la pobreza, mientras Eitan se enriquece y ríe de todos los aldeanos.

- No me voy a quedar más de lo necesario aquí, solo he venido para hablar contigo – ni le importa continuar con la falsa cordialidad, tiene cosas más importantes de las que ocuparse – mientras disfruto de mi estadía aquí, como tú lo has llamado, mi reino se va hundiendo más en la miseria. Repito, no esperaré.

     La familia real no emite palabra alguna, al igual que Alexander y Daymon, tan solo se limitan a observar cómo se va desarrollando la conversación entre los dos jóvenes, que parece estar desafiándose con la mirada.

- Comprendo la situación en la que te encuentras y te he permitido venir al castillo porque planeo escuchar tu petición, pero lo haremos cuando yo diga y como yo quiera.

- No es justo – protesta.

     Rune suelta una pequeña risa.

- Princesa, el mundo es un lugar llena de injusticias.

- No he venido al castillo a recibir una clase de filosofía – argumenta reteniendo todo su molestar en su interior, aunque si fuese por ella saltaría para clavarle el tenedor de plata en un ojo – he venido a hablar sobre mi reino.

- Y yo te repito que hablaremos sobre ello en la reunión de pasado mañana, hasta entonces puedes visitar todo el reino y asistir mañana al banquete que se celebrará en el salón principal.

     Olympia hace un mohín.

     Daymon quiere enterrar la cabeza bajo tierra, no puede creer que su princesa se esté comportando como una niña y el rey esté siguiéndole el juego también como otro niño, solo falta que Alexander se meta en la conversación también a pelear y habría otro niño más sentado en la mesa además de los dos príncipes.

- No me presentaré – da por finalizada la conversación y comienza a comer.

- De acuerdo, no puedo obligarte – Rune sonríe alzando una de sus comisuras – pero yo no celebraré la reunión para hablar sobre tu reino.

     Indignada Olympia alza la cabeza y deja los cubiertos sobre la mesa.

- ¿Te entretiene jugar con la esperanza de una princesa que pide tu ayuda para salvar su reino? – increpa luciendo realmente irritada.

     Rune se limita a encogerse de hombros.

     Es el antiguo rey quien se mete en la conversación para mantener la paz lo que resta de comida.

- Lo que mi hijo quiere decir, es que es necesario que asistas al banquete, si faltas no podremos ayudarte, ¿comprendes? – su tono calmado y tranquilo termina por quitar el mal humor de Olympia, aunque no dejará de mirar mal al rey.

- Tenéis que venir, por favor – ruega la niña mirando con ojos de cachorro hacia los invitados – quiero presentarte a mis amigas y tomar té juntas.

- Solo asistiré porque ella me lo ha pedido, que conste – declara rápidamente mirando a todos los miembros de la familia real.

     Alexander niega con la cabeza, divertido. Esa es su pequeña princesa guerrera.

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