Cupido por una vez

By YamiKriss

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Cuando Elizabeth Sagarra descubre que el hombre del cual estaba profundamente enamorada se ha convertido en s... More

Sinopsis
Orden De Los Libros
Capítulo 1 💘
Capítulo 2 💘
Capítulo 3 💘
Capítulo 4 💘
Capítulo 5 (Parte I) 💘
Capítulo 5 (Parte II) 💘
Capítulo 6 (Parte I) 💘
Capítulo 6 (Parte II) 💘
Capítulo 7 💘
Capítulo 8 (Parte I) 💘
Capítulo 8 (Parte II) 💘
Capítulo 9 💘
Capítulo 10 💘
Capítulo 11 💘
Capítulo 12 💘
Capítulo 13 💘
Capítulo 14 💘
Capítulo 15💘
Capítulo 16 💘
Capítulo 17💘
Capítulo 19 💘
Capítulo 20💘
Capítulo 21 💘
Capítulo 22💘
Capítulo 23 💘
Capítulo 24💘
Capítulo 25 ?
Capítulo 26 💘
Capítulo 27 💘
Capítulo 28 💘
Capítulo 29 💘
Capítulo 30 💘
Capítulo 31 💘
Capítulo 32💘
Capítulo 33💘
Capítulo 34 💘
Capítulo 35💘
Capítulo 36 💘
Capítulo 37 💘
Capítulo 38 💘
Capítulo 39 💘
Capítulo 40💘
Capítulo 41💘
Capítulo 42 💘
Capítulo 43💘
Capítulo 44 💘
Capítulo 45 💘
Zona de FanArts 💜
Capítulo 46 💘
Capítulo 47 💘
Capítulo 48 💘
Capítulo 49 💘
Capítulo 50 💘
Capítulo 51 💘
Capítulo 52 💘
Capítulo 53 💘
Capítulo 54 💘
Capítulo 55 💘
Capítulo 56 💘
Capítulo 57 💘
Capítulo 58 💘
Capítulo 59 💘
Capítulo 60 💘
Capítulo 61 💘
Capítulo 62 💘
Capítulo 63 💘
Capítulo 64 💘
Capítulo 65 💘
Capítulo 66 💘
Capítulo 67 💘
Capítulo 68 💘
Capítulo 69 ?
Capítulo 70 💘
Capítulo 71 💘
Capítulo 72 💘
Capítulo 73 💘
Capítulo 74 (Final) 💘
Nota De La Autora
Cupido Otra Vez 💝
Dioses (1)
Entrevista A Los Personajes (I)
¡Ya a la Venta!
Escenas De Cupido por Una vez
¿Cómo adquirir Cupido en Formato Papel?
Cupido En Goodreads
¡Cupido Ya Disponible En Formato Electrónico
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Ganadora Libro Electrónico + Leer Cupido Gratis En Kindle

Capítulo 18 💘

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By YamiKriss

Una sonrisa se extendió en el rostro de Eros, dándome a entender que tenía la ventaja. Apolo ni siquiera se inmutó.  El segundo asalto comenzó casi de inmediato, y así siguieron tantos más que perdí la cuenta.

—¿Por qué compiten? —pregunté a Adrian, quien se encontraba a mi lado.

Él no despejó la vista del improvisado campo de tiro, pero aún así me respondió.

—Apolo está obsesionado con la idea de que Eros le entregue una de sus flechas doradas.

—¿Y por qué? —insistí.

—Hace años Apolo se burló de Eros por su mala puntería.  Él no pudo quedarse de brazos cruzados y se vengó.  Le lanzó una flecha dorada, de las que encienden el amor, y lo unió a una ninfa, de nombre Dafne.  Pero a ella la atravesó con una de plomo, de las que causan rechazo.

Así que el dios del amor se ponía sensible cada vez que alguien se reía de sus malos disparos.

—Así que ahora necesita una flecha dorada para despertar el amor en la ninfa —concluí.

—No. —La voz de Adrian carecía de toda emoción, incluso al corregirme—.  Dafne estaba tan empeñada en alejarse de él que se convirtió en un árbol.  Un laurel, si no me equivoco.

Fui capaz de disimular la sorpresa que me causaba el desenlace de la historia.

—¿Entonces?

Por primera vez, Adrian suspiró, manifestando lo mucho que detestaba andar dando explicaciones.

—Apolo ahora le rinde culto al árbol, y desea llevarle una ofrenda, para disculparse por haberse dejado guiar por la codicia y el deseo, haciéndole insoportable la vida a su amada.  O algo así. Como sea, Eros solo lo ve como una oportunidad para continuar humillándolo.

Volví mi atención hacia la competencia.  El rostro del dios de la luz se veía fastidiado, mientras una orgullosa sonrisa iluminada el rostro del falso cupido.  Finalmente, el juez del torneo levantó su brazo para conceder la victoria a Eros.

El perdedor golpeó la tierra con fuerza, y una furia asesina se reflejó en sus ojos.

—¡La próxima década yo decidiré el lugar! —exclamó.

—No importa lo que hagas, es imposible que le ganes a mis flechas —se burló Cupido.

Mi estómago se retorció ante la idea.  Diez años era mucho tiempo para poder pedir perdón, y no podía imaginar cuánto más llevaba esperando.   Todo por culpa de un dios que originó el conflicto, y que lo mantenía latente a través de los siglos.  Si bien Eros tenía el culto al amor, era evidente que poco o nada entendía sobre sentimientos.  Él sólo se preocupaba de divertirse, y jugar con los demás, aprovechándose de su poder. 

No iba a tolerarlo.

—Espera —pedí, acercándome a Apolo.  Él me miró con desdén y esperó a que hablara—. Yo puedo ayudarte, tengo flechas doradas en mi mano.

Sus párpados se abrieron.

—¿Por qué el nuevo juguete de Eros querría regalarme una flecha? De seguro tienes un favor que cumplir para ese idiota, y sin ellas jamás podrás saldar tu deuda —habló.

Su voz era ronca y masculina.  Recordé que alguna vez leí que también era la deidad de la música, e imaginé que podía entonar hermosas canciones.

—Somos dos personas con el corazón roto, la empatía es natural —expliqué.

Una sonrisa maliciosa se dibujó en su perfecto rostro.

—Nosotros tenemos en común algo mucho mejor —dijo—. A ambos nos maldijo el dios del amor.

Sus ojos se elevaron hasta recaer en la persona que se encontraba a mis espaldas.  Yo también me giré hasta chocar con la mirada de Eros, estaba estupefacto,  a tal punto que su expresión me hizo sentir incomoda.   Sentí el peso de una mano sobre mi cabeza y volví a voltear rápidamente, pero para entonces Apolo ya había desaparecido.

Solo quedábamos tres personas en medio del campo de Nogales, y una de ellas se dispuso a recoger el material que había traído, sin preocuparse por lo acababa de suceder.  El resto no sabía bien cómo reaccionar.

Finalmente uno de nosotros rompió el silencio.

—¡¿Por qué hiciste un trato con el idiota exhibicionista?! —gritó Eros.

—Primero, no sé de qué idiota exhibicionista me hablas. Y segundo, no he hecho ningún acuerdo con ningún otro dios además de ti —repuse.

—¿Cómo que no? ¡Le ofreciste una flecha! ¡Tocó tu cabeza! —gritó.

Mi mano se dirigió al lugar donde había sentido el calor de un cuerpo ajeno, como si hubiese dejado algún tipo de rastro ahí, entre los mechones de mi tinturado cabello.

—Adrian también me tocó la nuca hoy —comenté. 

—¡¿Qué?!  ¡¿Y a él que le ofreciste?!

Solo habían dos opciones: O Eros estaba armando un escándalo por nada, o había algo extraño con mi cabeza, y estaba a punto de apostar por lo último, solo necesitaba descifrar de qué se trataba.

—Cálmate, yo no puedo celebrar tratos como ustedes —intervino Adrian—. Solo lo hice para que pudiera ver los objetivos. 

—Yo pude haberla ayudado al llegar —replicó Eros.

—¿Alguien va decirme qué sucede? —exigí.

—Creí que a estas alturas lo sabías —contestó el heredero de Hefesto.  El dios a su lado hizo gestos para obligarlo a callar, los cuales fueron cruelmente ignorados—. Para sellar un acuerdo con un dios griego basta un simple contacto, ya sea un apretón de manos o un mero roce.  Apolo se aseguró que cumplieras tu palabra tocando tu cabeza.  ¿Acaso no se parece a lo que hizo Eros?

Mi mandíbula cayó hasta el suelo, y tuve que hacer un enorme esfuerzo para devolverla a su sitio.

—No —escupí la acusación—. No se parece en nada.

De pronto tenía unas incontenibles ganas de arrancarle las alas a cierto personaje, que solía aparecer como un inocente ángel cuando en realidad era peor que el demonio.

Apreté mis puños y caminé hasta quedar frente al dios más estúpido que se ha visto en siglos.  Él sólo me observaba con una mezcla culpa y diversión. La peor combinación posible.

—¡Me engañaste! —grité.

—Tu tampoco te resististe —objetó.

Mis instintos asesinos se aplacaron al reconocer la terrible verdad. 

—No puedo ser tan fácil —murmuré para mí.

—Yo no lo llamaría fácil.  Desesperada, quizá —comentó Eros.

—¡Tú no tienes derecho a opinar! ¡Te aprovechaste de mí!

—¡¿Yo?! No hagas tanto escándalo por un mugroso beso.

Mi mano fue a estrellarse contra su mejilla en ese mismo instante.  Cómo podía llamar mugroso a uno de los acontecimientos más trascendentales de mi vida, en específico, el que la arruinó aún más de lo que ya estaba.

Al sonido de la cachetada le siguió el fuerte rugido de un motor en funcionamiento.

—Ya guardé todo.  Nos vemos —dijo Adrian con calma.

Luego se marchó, dejando atrás el caos que él mismo había generado.  Aunque poco me importaba en ese momento.

—Es una pena que el dios del amor sea una persona tan detestable —concluí.

Le di la espalda, dispuesta ir a donde sea que mis pies me llevaran.  No quería volver a casa, pues sabía que iban a preguntar dónde había estado y realmente no sé me ocurría una buena excusa para explicar que estuve presente en un torneo de arquería entre dos seres sobrenaturales, y que uno de ellos se había aprovechado de mi ignorancia.  Ni siquiera sabía cómo sentirme al respecto.  ¿Podía considerarme una suerte de heroína por haber sido besada por un dios, o la mortal más estúpida sobre la tierra?

No alcancé a dar más de dos pasos cuando una mano agarró la mía, deteniendo mi huida.

Me giré con el objetivo de gritar toda clase de cosas al tarado que tenía detrás.  Sin embargo cuando me di cuenta que su mirada había cambiado, me tragué mis propias palabras.

Los característicos ojos pícaros de Eros habían desaparecido, siendo reemplazados por una sombría expresión.

—No olvides que soy un dios, y tú una débil humana —repuso.

Mi corazón se detuvo por el miedo.  Los pensamientos que hace un rato me habían invadido, regresaron.  Él tenía razón, yo era frágil, mi vida pasaba como un suspiro al lado de la suya, y mi existencia era tan efímera como una lágrima deslizándose por su mejilla, que en cualquier momento la secaba, y desaparecía.

Aún así, había sufrido demasiado por sus estupideces, y no me importaba lo que sucediera.  Ya me había hecho el mayor daño que sus poderes podían causarme.

—Sigues siendo detestable —repliqué, con un coraje que no sabía que tenía.

—Y tú no eres ninguna santa como para darme lecciones de moral —rebatió.

—Al menos no uso mis poderes para jugar con los sentimientos de la gente.  No tienes idea de cómo se siente.

—¡Claro que sí! Por eso te ofrecí un acuerdo gratis, para ayudarte, no te pedí nada a cambio, pero  tú vas y le ofreces mis flechas a Apolo. 

—¿Te molesta? Tú le arruinaste la vida, al igual que a mí.

Soltó mi mano, y vi que su expresión se relajaba.

—Él se burló de mí, y tú también —alegó.

—¡No puedes ser tan llorón! —reproché.

—Y tú no puedes andar haciendo tratos con cada dios que se cruce... E-Es mal visto.

No necesitaba seguir discutiendo con él, pues era evidente que era un ser sensible, que requería atención, y se ofendía con facilidad.  Miré al cielo con frustración, y pensé en cuantas cervezas iba a beber para soportar ese  carácter infantil.

—Por eso los romanos te creían un bebé —bufé.

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