Inmemorables Recuerdos {Harry...

By randomnessence

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-Los sueños... -suspiró- los sueños hacen de nuestra experiencia un maravilloso recorrido eterno. Una tarde... More

P R E F A C I O
Capítulo 1. Limón.
Capítulo 2. Mar: igual a los ojos de papá.
Capítulo 3. La caída al lago.
Capítulo 4. Bumblidore.
Capítulo 5. Un recuerdo diferente.
Capítulo 6. Una extraña presencia.
Capítulo 7. El ataque.
Capítulo 8. Un explosivo recuerdo.
Capítulo 9. Voces.
Capítulo 10. La apuesta.
Capítulo 11. El Armario.
Capítulo 12. Fawkes.
Capítulo 13. Navidad: Black y los Weasley.
Capítulo 15. La caída de McGonagall y el juego inesperado (Parte 2).
Capítulo 16. Un regalo para papá (Capítulo Navideño)
Capítulo 17. La persecución y el baile inesperado (Parte 3).
Capítulo 18. Una lluvia de recuerdos.
Capítulo 19. Lo Prometo.
Capítulo 20. Mamá: la pianista de la familia.
Capítulo 21. Lo único que tengo... son recuerdos.
Capítulo 22. La Tragedia I.
Capítulo 23. La Tragedia II.
Capítulo 24. La Tragedia III. Recuérdanos siempre
Capítulo 25. Nueve Años Vacíos.
Capítulo 26. El Limón y el pelirrojo
Capítulo 27. Selecciones Inusuales
Capítulo 28. Cabras, Descubrimientos y Decisiones
Capítulo 29. Un vistazo al pasado
Capítulo 30. Una última visita

Capítulo 14. McGonagall vs Maggie y los Merodeadores (Parte 1).

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By randomnessence



1978.

—Todo saldrá bien.

—Perfecto, sólo necesitamos a ayuda de nuestro pequeño diablillo.

—¿En dónde se habrá metido nuestra niña? —preguntó James. Sirius soltó un suspiro y sonrió.

—Tengo varias ideas del lugar en el que puede estar... —Potter le lanzó una sonrisa perversa—. Sólo sígueme.


• • •

—Oh... ¿Y entonces?

—La muerte les concedió el privilegio de escoger cualquier objeto que desearan.

—¿Cualquiera?

—Exactamente —Remus sonrió y revolvió el cabello negro de la pequeña, quien permanecía recostada sobre él. Ambos yacían bajo un enorme árbol (de hecho, el árbol de recuerdos del director y la subdirectora) mientras presenciaban la culminación de la tarde. Maggie volteó ligeramente la cabeza y observó ansiosa a Remus con sus enormes ojos verdes. Él sonrió de nuevo.

—Y... ¿Qué escogieron?

—El mayor de los hermanos optó por escoger la mejor varita posible; la más poderosa de todas —Maggie abrió la boca impresionada pero no logró decir nada—. El segundo hermano —continuó Remus— decidió escoger una piedra mágica, la cual tendría la capacidad de revivir a los muertos.

—¡Podría revivir a Pinky si tuviera una piedra como esa! —exclamó la niña de repente.

—Espera... ¿Pinky?

—Sí... Pinky —explicó la pequeña. Su rostro se ensombreció ligeramente—. En un cumpleaños papá me regalo una tortuguita llamada Pinky...

—¿Y?

—Me senté sobre ella y la ahogué.

Remus soltó una risita y abrazó a Maggie, ella sollozó un poco.

—Pobre Pinky... Pero ahora está mejor.

—Eso dijo mamá... —murmuró la niña— pero a papá le causó mucha gracia... Pasó semanas haciendo chistes malos de Pinky y como trágicamente fue a dar al cielo.

—¿Chistes de una tor...? Bueno, no quiero escucharlos... Mejor prosigamos con el cuento.

—Sí... es mejor.

—Y entonces...

—¡Oh sí! ¡El tercer hermano!

—Exacto. El tercer y último hermano —prosiguió Remus— Decidió escoger nada más y nada menos que...

—¡Una capa invisible! —chilló la niña de repente.

Remus calló y entrecerró los ojos.

—¿Quién te lo dijo? Oh no, espera, no me digas que...

—Ajá.

—Pero... ¿Es en serio?

—Sep.

—Hasta la mostraron... ¿Cierto?

—Es correcto.

—James y Sirius siempre tienden a arruinar momentos bonitos como este... —susurró el castaño. Volteó su rostro por un momento y observó dos figuras acercándose.

—Ah, lo sabía, hola Remus —saludó Sirius.

—Qué hay, Lupin —saludó James—. Hemos venido a llevarnos a nuestro pequeño demon... eh, digo, a Maggie.

—Efectivamente —concluyó Remus observando a la pelinegra—, siempre pasa —se volteó hacia sus dos amigos—. ¿Para qué quieren a Maggie?

—Ejejeje... —Sirius sonrió y enterró un codo en las costillas de su compañero—. Te toca.

—Pues... —prosiguió James frunciendo el ceño y frotándose justo en donde recibió el golpe—. Necesitamos... Hablar con ella urgentemente.

—¿Para? —sentenció Remus enarcando una ceja. Maggie rio.

—¿Minerva McGonagall? ¿Estás ahí dentro, Minnie de mi corazón? Deja salir a nuestro Remus... ¿Quieres? —se burló Sirius. Maggie soltó una carcajada.

—Muy gracioso —murmuró el castaño. James esbozó una sonrisa.

—Anda... por un momento nada más...

—Bien. —Remus se levantó de un salto, le lanzó un guiño a Maggie y de inmediato se volteó hacia los dos restantes—. Solo espero que nadie salga herido esta vez, James. Maggie es solo una niña.

—Eje —Sirius imitó una especie de tos— Abuela je —tos de nuevo.

—Sí, sí... No te preocupes Lunático, vete tranquilo.

Remus entrecerró los ojos y finalmente no tuvo más opción que ceder. Ya no tenía nada más que hacer allí, por lo que decidió dar la vuelta para finalmente volver al castillo.

—Bien —murmuró para sin más retirarse.

Sirius se lanzó al suelo junto a Maggie una vez que Remus desapareció y le hizo un extraño gesto con la cabeza. James soltó una risa burlona ante el mal disimulo de su amigo y sin más se sentó él también.

—Listo —murmuró el azabache.

—¿Mags qué tal tu día hoy? ¿Cómo amaneció la niña más bonita de todo el mun...?

—¿Qué es lo que quieren? —preguntó la pelinegra de inmediato. James soltó una carcajada y le revolvió el cabello.

—Sabía que nos descubriría.

—Bueno... valió el intento —puntualizó el joven de ojos grises—. En fin, Maggie, ¿quisieras ayudarnos a llevar a cabo uno de nuestros nuevos y magníficos planes?

Maggie dejó de jugar con las hojas que poseía en sus manos y elevó la cabeza para mirar a ambos estudiantes de Gryffindor. James parecía atento a sus movimientos con una gran sonrisa en el rostro mientras Sirius le rogaba con los ojos que aceptara la oferta.

—¿De qué se trata, exactamente? —preguntó la pelinegra suspicaz. James soltó una risita.

—Sirius, esta niña es idéntica a McGonagall.

—¿Hasta ahora lo notas? —exclamó el pelinegro con obviedad.

—No empiecen...

—Es que ¡mira sus ojitos! —inició James.

—Estoy muy orgulloso... es igual a nuestra Minnie —añadió Sirius intentando mostrarse conmovido.

—Y su cabello oscuro —prosiguió James.

—No se te ocurra atarlo con un moño cuando seas mayor, Maggie; por más orgullosos que estamos de tu madre ese es un punto en el que siempre diferiremos.

—¿Y si no quiero? —bufó. La niña sabía perfectamente bien que se parecía a su madre, se lo recordaban tan seguido que el tema ya había llegado a cansarla un poco.

—NO lo hagas ¿sí? —chilló Sirius—. No es que no me guste el cabello de Minnie, es solo que...

—¿Algún problema con mi cabello, Black? —bufó una mujer a sus espaldas.

—Uh... mala idea —le susurró Maggie a Sirius, este entrecerró los ojos y sin más se volteó, chocando de inmediato con la profesora McGonagall.

—Eh... je, hola Minn...

—Me llamo Minerva, no «Minnie», Black.

—Oh, sí, claro, lo sé —sonrió— es sólo que Minnie te queda mejor —la mujer rodó los ojos. Maggie sonrió.

—Una causa perdida, como siempre... —Sirius sonrió—. En fin, ¿se puede saber qué hacen ustedes dos aquí? —le lanzó una severa mirada a James.

—Éste es un país libre —se excusó el joven de lentes levantando su dedo índice. McGonagall bufó nuevamente.

—Exactamente, pero esto es un colegio, Potter, una institución de aprendizaje; por lo que deben cumplir sus obligaciones.

—Pero —intervino Black—, es hora de almuerzo, por lo que los profesores no pueden intervenir en nuestro tiempo libre.

—¡Wooo! Te la aplicaron Ma —exclamó Maggie a espaldas de Sirius.

—¿Ah sí? —en el rostro de Minerva se trazó un indicio de sonrisa—. Pues que yo sepa, Black, no estamos en el Gran Comedor, además no veo que ninguno de ustedes esté ingiriendo algo, ¿o sí?

—¡WUOOOO! —exclamó Maggie. Su boca se había abierto enormemente formando una O perfecta y sus manos yacían en el aire.

—Lo siento amigo, pero ella sabe cómo ganar —lo consoló James.

—Pero... —Sirius entrecerró los ojos y la observó fijamente mientras trataba de idear alguna otra excusa—. Bien, sólo por ésta vez te dejaré ganar, Minn...

—...erva. Minerva, Black.

—Minerva.

—Aunque aún sigue siendo profesora McGonagall para ti.

¡WUOOOO! —chilló Maggie—. Otro golpe... que dolor hermano...

—Y mejor deja de chillar, Margaret, si no quieres correr con su misma suerte —la sonrisa de Maggie se borró de su rostro—. Así está mejor —exclamó la mujer con una sonrisa—, ahora, si me permiten, me llevaré a mi hija porque ella debe almorzar. Lo que ustedes consideren o no prudente momentáneamente en éste "tiempo libre" será asunto suyo. Vámonos Maggie.

—Aw... —la mujer no le permitió replicar y rápidamente se acercó a ella y la cargó en sus brazos. Sirius entrecerró los ojos y James las observó fijamente.

—¡Esto no se va a quedar así! —chilló el pelinegro mientras se alejaban.

—Quiero ver que lo intentes, Black.

—¡Te está retando, Sirius! —exclamó Maggie—. ¡Es mejor que no lo intentes! Créeme, he visto cómo termina esto... ¡Y no es bueno!

—Pobre Dumbledore... —susurró James.

—Oí eso, Potter.

—¿Pero cómo demon...?

—¡Shhh! —exclamó Maggie haciendo un gesto, ambos por fin entraron en razón y finalmente hicieron silencio, aunque James mascullaba un par de cosas que la niña no logró oír.

—¡Igual te buscaremos luego, Maggie! —gritó Sirius.

—¡Sobre mi cadáver! —exclamó McGonagall para finalmente adentrarse en el castillo y perderse de vista.

Madre e hija avanzaban por los pasadizos del castillo en silencio hasta que Maggie luego de unos minutos por fin se dignó a hablar.

—Ma... —susurró.

La bruja detuvo sus pasos y la bajó de sus brazos para depositarla delicadamente en el suelo. La niña mantenía sus ojos fijos en ella mientras le dedicaba una media sonrisa.

—¿Qué sucede? —preguntó la bruja.

—¿Puedo decirte algo y no te enojas?

La mujer entrecerró los ojos y finalmente hizo un movimiento positivo con la cabeza. Maggie sonrió.

—Ellos son mis amigos... pero... todo eso... la manera en que... bueno, ya sabes... ¡Estuvo increíble! ¡Fue grandioso!

Minerva sonrió.

—¿Qué estuvo increíble? —preguntó Dumbledore de repente mientras guardaba unas cuantas envolturas de caramelos de limón en los escondites de sus vestiduras. Ambas se sobresaltaron y se voltearon hacia él, quien, al parecer, igualmente caminaba en dirección al Gran Comedor.

—¡PA! —chilló la pelinegra para rápidamente correr hacia él y subir a sus brazos. Albus sonrió—. Es sólo que... mamá pues...

—¿Usó su sarcasmo?

—¿Eh? —preguntó Maggie—. ¿Qué es sarcasmo? —McGonagall sonrió y Albus soltó una carcajada.

—No importa —añadió el castaño—. ¿Qué hizo ésta vez?

—De una manera educada se burló de James y de Sirius.

—¡Ah, típico! —exclamó el director—. Uno de sus pasatiempos favoritos, sin duda.

—¡Albus!

Maggie y Dumbledore rieron.

—Y... ¿Qué tan fuerte fue?

—Pues...

—Uh...

—Sí...

—Entiendo —ambos sonrieron—. ¿Y crees que tu madre merece un castigo por sus acciones?

—¡Por supuesto que sí!

—¡Maggie! —intervino Minerva.

—¿Qué? Es verdad. Tú le has enseñado a decir la verdad, ¿no? —aclaró Dumbledore, McGonagall rodó los ojos.

—Merece algo severo... ¡Debe entender lo que sufren Sirius y James cuando ella los castiga!

—Ah, con que es eso —bufó la mujer. Maggie sonrió.

—Bien, muy bien —concluyó el director—. Queda escrito entonces. Minerva será castigada.

—¡Já! —exclamó la antes mencionada con ironía.

—¿Y tú le pondrás el castigo, Pa? —preguntó Maggie. Albus sonrió y miró a su esposa. La expresión de ésta cambió radicalmente de un segundo a otro.

Maggie observó un leve intercambio de miradas suspicaz, pero lo dejó pasar por alto y continuó imaginando los castigos que podrían serle impuestos a su madre.

—Ya veremos... —concluyó Dumbledore luego de unos momentos, guiñándole un ojo a McGonagall.

—Tenemos que irnos ya, Albus; es tarde. —Añadió la profesora con una sonrisa trazada en el rostro. Maggie abrió bien sus ojos al verla sonreír.

—Bien —el director sonrió y se encaminó nuevamente hacia su destino, cargando a Maggie con un brazo y sujetando el brazo de su esposa con el restante—. Y entonces, Maggie... ¿Cómo dices que fue este percance?

—Pues... —la niña se detuvo unos instantes a pensar y finalmente sólo obtuvo una simple respuesta—: sólo puedo decir que mamá tiene estilo.

Minerva sonrió con autosuficiencia y Albus soltó una carcajada.

—Bueno, eso es verdad... —añadió Dumbledore una vez que llegaron a la entrada de su destino—. Después de todo es mi esposa, ¿no? Debe tener estilo —Maggie sonrió y asintió.


• • •


—¿Todo listo, James?

—Todo en orden.

—¿Sí crees que de resultado?

—Maggie tendrá que ayudarnos...

—Pero... ¿Y si no lo hace?

—No te preocupes —una sonrisa malévola se trazó en su rostro—, lo hará.


• • •


—¡Quiero ir! ¡Quiero ir! ¡Quiero ir!

Una Maggie hiperactiva saltaba alrededor de su padre. Dumbledore sonreía y negaba con la cabeza mientras terminaba de revisar los reportes que su esposa recientemente le había entregado.

—Maggie, tu madre es capaz de matarte si interrumpes sus clases —intervino él ante su insistencia.

—Pero... —la niña se detuvo frente a él y se cruzó de brazos—. Sólo voy a visitarla... Prometo no hacer ruido.

—Maggie...

—Por favoooor.

Dumbledore bajó un poco los papeles y observó el rostro de su hija. La niña supo que podría convencerlo con tan solo observar sus ojos tras sus lentes de media luna.

—Ella te va a descuartizar, Maggie, ¿por qué no consideras...?

—Quiero ir.

—Pero...

—Es importanteee —alegó—, quiero verlaaa.

—Bueno, bueno; como quieras. —respondió su padre agitando una mano—. Pero si te atrapan no esperes mi ayuda.

—Pa, yo sé que tú siempre vas a ayudarme.

—No esta vez —replicó él con una juguetona sonrisa.

—Ya lo veremos —añadió Maggie devolviéndole el gesto—. ¡Regresaré pronto! Y no me atraparán, ya lo verás.

—Como digas...

—¡Es en serio Pa!

—Sí, claro, por supuesto...

—¡Hey! —chilló la niña al escuchar sus últimas palabras mientras salía de su despacho—. Oí eso.

—¿No te ibas ya? —replicó él tras la puerta—. ¡Que te vaya bien!

—¡Me irá bien, ya verás! —respondió la niña con una carcajada—. ¡Suerte con el papeleo!

—Eso está bien, la que necesita esa suerte eres tú —replicó con una sonrisa que ella no logró ver—. ¡Suerte con el toro!

—¡Bien! —Maggie dio un par de pasos pero luego se detuvo en seco y sonrió—. Espera... ¿acabas de llamar toro a mamá?

—Eh... no.

—¿A tu propia esposa?

—Eh... —Maggie soltó una risita perversa y Albus enrojeció tras la puerta—. ¡No le digas que dije eso!

—Hm...

—¡Oh, vamos Maggie!

—Bien; pero si algo sale mal me ayudas ¿trato?

—Siempre te las ingenias para salir con la tuya ¿no? —Maggie soltó otra carcajada—. Bien, trato hecho —la niña sonrió satisfecha—, pero no se te ocurra delatarme...

—No lo haré...

—Maggie...

—Lo prometo.

• • •


Una vez fuera del despacho de su padre, Maggie se dedicó a caminar en dirección al salón de clases de McGonagall. Si bien era cierto que quería saludarla, el verdadero motivo de su visita era aún más perverso, y, claramente, la niña no estaba sola en todo aquello.

Una sonrisa se trazó en sus labios en el momento en el que observó a un elfo doméstico acercándose a la puerta de su destino. Rápidamente se acercó a él y le sonrió.

—¡Hola! Eh... ¿elfo...?

—¿Sí, señorita? —Maggie detalló el feo rostro del pequeño ser. Tenía unas grandes orejas y sus enormes ojos eran de un color naranja oscuro.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó suavemente. El elfo pareció sorprendido ante su pregunta.

—Oh, eh, bueno..., Franky..., señorita —respondió titubeante. Ella sonrió.

—Es un bonito nombre —comentó. Miró la puerta y entrecerró los ojos al ver el letrero de Transformaciones justo allí—. ¿Y qué haces aquí exactamente, Franky?

—Bueno... Franky debe entregarle este té a la señora profesora McGonagall.

—¿Cómo dices? —preguntó con los ojos bien abiertos.

—Que Franky debe entregarle este té a la señora profesora McGonagall —respondió él—. Es mi deber, señorita.

—Ah... —Maggie asintió lentamente con la cabeza—. ¿Y por qué estás aquí esperando, Franky? ¿No es que los elfos pueden aparecerse por todos lados?

—Bueno, sí, señorita; Franky puede aparecer y desaparecer como muchos otros elfos, pero cuando Franky va a entregarle el té a la señora profesora McGonagall, Franky no puede hacer eso.

—Oh... —esta vez Maggie frunció el ceño—. ¿Y por qué no puedes hacerlo, Franky?

—Franky no puede hacerlo porque... —el rostro del elfo se oscureció un poco por el miedo—. Franky solía llevarle siempre el té a la señora profesora McGonagall, la señora profesora McGonagall siempre se mostraba agradecida por el buen trabajo de Franky, pero un día... —el elfo parecía horrorizado—. Un día Franky sin quererlo se apareció y le derramó todo el té encima a la señora profesora McGonagall; la señora profesora McGonagall se enojó con Franky, y desde entonces Franky debe esperar a que la señora profesora McGonagall termine de dar clases para poder entrar como un elfo civilizado (como la señora profesora McGonagall le explicó a Franky) y así poder entregar el té. —El pobre Franky aún parecía atormentado por lo que había hecho, y Maggie entonces supo que aquel era el momento perfecto para aprovecharse de la situación y seguir con su plan.

—Oh... lo siento mucho, Franky —susurró.

—Franky está bien, señorita.

—Lo sé... —Maggie sonrió—. Pero entiendo que a veces la profesora McGonagall puede ser un poco...

—¡Franky no está hablando mal de la señora profesora McGonagall!

—No, claro que no...

—¡Franky está feliz con su trabajo!

—Claro, Franky, claro...

—¡Franky es feliz, muy feliz!

—Sí...

—¡Franky no se quejaría nunca!

—Claro, sí... —Maggie suspiró—. Oye, Franky...

—¡Franky está orgulloso de sí mismo!

—Sí, hey, Franky el elfo orgulloso y feliz, ¿crees que puedas ayudarme?

La criatura hizo silencio y entrecerró los ojos.

—¿Y por qué la señorita requiere la ayuda de Franky? —preguntó suspicaz.

—Porque... —la pelinegra se acercó—. Franky... ¿Podría contarte un secreto?

—¡Franky no quiere ocultar nada!

—Franky, es un buen secreto... vamos... —el elfo entrecerró los ojos de nuevo—. Un secreto de amigos ¿de acuerdo? —El elfo pareció más tranquilo cuando mencionó la palabra amigos; incluso parecía triste.

—Franky no tiene amigos... —susurró. Sus orejas cayeron de inmediato—. Todos los elfos tratan mal a Franky...

—¡Yo puedo ser tu amiga, Franky! ¿Qué dices?

El elfo elevó la mirada y pareció sonreír. Maggie le devolvió el gesto.

—¿La señorita quiere ser amiga de Franky?

—¡Por supuesto!

—¡Entonces Franky también quiere ser amiga de la señorita! —Maggie sonrió.

—¿Eso quiere decir que me ayudarás? —el elfo pareció dudar pero luego hizo un gesto con la cabeza.

—¿Qué es lo que la señorita necesita? —preguntó un poco más animado.

—Es que, verás... —se acercó un poco más para procurar que nadie los observara—. La "señora profesora McGonagall", como tú le llamas, es mi mamá y...

—¿QUÉ LA SEÑORA PROFESORA MCGONAGALL ES QUÉ DE LA SEÑORI...?

—Shhh ¡Franky! —el elfo se tapó la boca con una huesuda mano y abrió los ojos muy sorprendido—. Lo que quiero hacer es darle el té yo... ya sabes... quiero sorprenderla.

El elfo lentamente apartó la pequeña mano de su rostro y mantuvo sus ojos color naranja clavados en la pelinegra. Maggie trató de sonreír.

—Pero... Franky debe... Es el deber de Franky...

—Ya sé que debes entregarlo tú, Franky, pero... —la niña hizo su mayor esfuerzo para convencerlo—. Por favoooor.

El elfo parecía molesto consigo mismo por querer aceptar. Parecía negarse al principio, pues agitó la cabeza fuertemente; pero luego de ver los ojos suplicantes de Maggie pareció compadecerse.

—¿Si Franky acepta la amiga señorita se pondría feliz?

—Aw, ¡por supuesto que estaría feliz, Franky! Y también alegrarías a la profesora McGonagall.

—Bueno... —el elfo le extendió la pequeña bandeja que contenía un par de galletas y un té—. Si eso hace feliz a la amiga señorita y a la señora profesora McGonagall...

—¡Muchas gracias Franky! —chilló Maggie de inmediato, tomando efusivamente la bandeja en sus manos—. Todo va a salir bien, ya verás... Si quieres puedes descansar un poco mientras...

—Oh no; Franky nunca descansa, amiga señorita; Franky debe regresar a las cocinas.

—Oh... muy bien —concluyó Maggie sin más—. Aunque podrías descansar de todos modos y...

—¡Nada de eso! —chilló—. Franky espera que todo le salga bien a la amiga señorita y que haga muy feliz a la señora profesora McGonagall.

—Aw gracias Franky yo... —pero fue muy tarde para continuar, pues Franky no tardó en chasquear los dedos y desaparecer en el momento—. Oh bueno —repuso la pelinegra—. ¡Hora de la acción! ¡Ya pueden salir!

De inmediato James y Sirius se quitaron la capa de invisibilidad y aparecieron junto a Maggie. Ambos tenían una gran sonrisa trazada en sus rostros.

—Con que tienes un nuevo amigo ¿Eh? —indicó James burlonamente.

—Es un buen elfo —respondió la niña con una sonrisa.

—¡No dijiste la clave, Maggie! —exclamó Sirius indignado mientras se arreglaba el cabello—. Tenías que decir "Sirius es el más guapo", incluso te lo hubiera concedido "Sirius es el mejor" pero "ya pueden salir" ¡es inaceptable! —la niña rodó los ojos.

—No es momento, Sirius, mamá terminará las clases pronto.

—¡Tenemos que actuar ya, Canuto!

—Bien, está bien —el pelinegro sin más sacó una mediana botella de una mochila que llevaba y se la entregó a James. Éste sonrió perversamente.

—¿Qué es eso? —preguntó Maggie con los ojos bien abiertos al observar el líquido color miel que reposaba dentro del envase.

—Esto, querida mía, es lo que logrará nuestro objetivo —respondió James sonriente. Rápidamente tomó la botella entre sus manos y vació la mitad en el té. Maggie mantuvo sus ojos bien abiertos.

—¡Pronto seremos testigos de la magia del alcohol en McGonagall! —exclamó Sirius—. No puedo esperar para ver esto...

—Así que... ¿Se lo vamos a dar a mamá? ¿Así como está?

—Exacto —intervino Black—. Este whisky de fuego le pegará más fuerte que el Veritaserum. ¡Caerá directo a nuestra trampa! —El pelinegro soltó una breve carcajada e intercambió miradas cómplices con James; quien también sonreía enormemente.

De repente una gran cantidad de estudiantes comenzaron a salir del salón de clases; lo que les indicó que las lecciones habían concluido momentáneamente. Era el momento perfecto para el té y para dar inicio a su plan, por lo que una vez que todo estuvo listo ambos adolescentes lograron que Maggie se armara de valor y tocara la puerta mientras ellos corrían entre todos para llamar a Peter y a Lupin e iniciar lo que ellos llamaban «la caída de McGonagall».

—¿Ma? ¿Puedo entrar? —preguntó la niña abriendo levemente la puerta. La profesora elevó la mirada y soltó una especie de sonrisa al ver la bandeja y su té en sus manos.

—¿Maggie? ¿Qué haces aquí? ¿En dónde está ese elfo llamado Franky?

—Pues... —la niña sonrió—. No lo regañes ¿sí? Es que... yo quería traerte tu té hoy.

—Ah, que amable de tu parte cariño; muchas gracias —respondió conmovida. Una ligera culpa invadió a Maggie, pero ya no había marcha atrás.

—Entonces... ¿Sí puedo pasar? Además... ¿Podría quedarme contigo?

—Claro que sí, no veo por qué no —respondió la bruja; quien al parecer estaba de muy buen humor—. Ya no tengo más clases, por lo que sólo me queda terminar de revisar unas cuantas cosas y listo ¿Qué te parece?

La niña sonrió maliciosamente y entró en el lugar para luego cerrar la puerta tras ella. Minerva le devolvió el gesto.

Perfecto —respondió—.  Es totalmente perfecto...





CONTINUARÁ...

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