STAIRWAY TO HEAVEN

By anitaelebe

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Esmeralda. 35 años. ¿Cuantas experiencias les deparará dar la vuelta al mundo? Espero que os guste todos los... More

PRÓLOGO
III
IV

II

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By anitaelebe

MONGOLIA ( Ulán Bator)

Ya se sentía como un segundo hogar. Sus calles, su gente... hacían de él un país que siempre estaría marcado en lo más profundo de mi corazón. Y esto ocurrió desde el minuto en el que el piloto del avión confirmó que habíamos llegado a nuestro destino.

Detrás de toda sensación extraña que nos entra por el cuerpo al llegar a un lugar nuevo, sentía felicidad. Me aventuré a recoger mis maletas, y a salir a explorar este maravilloso país.

Era todo lo opuesto a lo que llegué a pensar en esas horas de avión, pero sin embargo... las expectativas superaban la realidad. Y ya quería a ese país.

Y estaba segura, que tenía mucho que aportarme. Y no me equivoqué en eso. 

Fueron transcurriendo los días, fui conociendo a personas que me robaron una parte de mi corazón... y lo más fantástico es que dicha parte siempre sería para ellos.

Y fue ahí cuando lo conocí a él. Una persona aparentemente normal. Digo aparente, porque lo que jamás podría llegar a imaginar es toda la historia que vendría detrás de esos ojos y esa sonrisa tímida que me mira por primera vez. Se presentó, como una persona más, un día cualquiera.

Comenzamos a hablar, y sin ser muy consciente de ello, una sensación bastante extraña y nueva me estaba recorriendo toda la espalda. ¿Qué me estaba pasando? Omití aquella sensación, ya que pensé que todo sería producto de mi imaginación. ¿Qué inocentes somos a veces, no?

Iban pasando los minutos, y seguía hablando con ese desconocido que tenía la sensación de conocer desde hace muchísimo tiempo. No sabía que era exactamente lo que se me hacía familiar de él, pero con apenas minutos de conversación me sentía como en casa.  No sé si eran sus ojos marrones tirando a verdes, sus manos particulares, su pelo castaño, su sonrisa... no sabía que era ni que me estaba pasando, pero supe, justo desde ese mismo instante, que nada volvería a ser lo mismo. Yo no volvería a ser lo mismo y toda la historia de mi vida, tampoco. Y eso siendo sincera, me estaba poniendo un poco nerviosa.

Me contó de su vida, y que era lo que le había impulsado haber llegado hasta ese lugar. Era cirujano. El motor de su viaje fue cumplir uno de sus sueños. Abrir una empresa farmacéutica sin animo de lucro en la cual pudiese proveer medicamentos a las personas más desfavorecidas. Eso me cautivó de él. Para que nos íbamos a engañar. ¿Por qué estaba sintiendo debilidad por ese chico? ¿No había aprendido de todos mis desengaños amorosos anteriores?

Parecía que no, y sin embargo no sé que estaba pasando dentro de mi pero quería saber mas y mas de él. Necesitaba sobredosis de información en mi cerebro. Bueno, mejor dicho de SU INFORMACIÓN.

Continuamos conversando todo el trayecto del tren. Ese tren que nos había puesto un mismo horizonte y que había conseguido que nada de ese viaje fuese casualidad. Me preguntó acerca de mi vida, de mis metas, de cuál era el motivo o los motivos por los cuales había acabado allí.

Fue difícil. ¿Cómo resumirle mi vida, en un trayecto de 30 minutos, que era lo que duraba ese tren? Intenté exprimir lo más importante de mi vida como la que exprime una naranja para sacar su jugo.

No le tardé en contar que venía a hacer un proyecto de investigación de oncología como periodista. Mi jefe, no tardó en pensar en mí, cuando sabía que había que escribir de ese tema. Y eso me enorgullecía.

Pude ver como los ojos de Mikel se pusieron como platos al recibir esa información su cerebro. A ambos nos sorprendió como, pareciendo tan diferentes... como en apenas diez minutos habíamos encontrado bastantes horizontes en común. Y no hablaba solo del tren.

Fue entonces cuando me dijo:

-          No me esperaba que alguien como tú, es decir, con tu apariencia pueda tener tanto detrás de esos ojos- me sonrojé.  ¿A que se estaba refiriendo? ¡Si yo era la persona más normal del mundo!

-          ¿A qué te refieres? - no dude en preguntarle.

-          Si, ósea, no te lo tomes a mal... pero detrás de todo ese caparazón, de esa coraza de seria y prepotente, desde el momento que te vi supe que había algo maravilloso dentro de ti. Y es que, me ha bastado estos minutos para saber que quiero seguir conociéndote más. Lo siento por mi atrevimiento. – no podía dar crédito a todo lo que estaba escuchando. ¡Me acababa de conocer! ¿Sería que le diría eso a todas las chicas?

-          La verdad, yo también sentí desde que intercambiamos la primera palabra, que nada de esto era casualidad. Y realmente, me asombra todo lo que dices acerca de lo que más profundo de mí. Porque ya he conocido a muchos chicos que dicen lo mismo que tu. Y aunque no quiero dudar de tu sinceridad, se me hace extraño. Y no voy a negar que eres un chico encantador, pero ahora mismo entre mis planes no está conocer a nadie. – ¿Por qué le estaba rechazando? Obvio mi daño aún era reciente, pero la atracción que estaba sintiendo hacia él era demasiado fuerte. Sin embargo, me testarudez no me dejó decir ni una palabra más. También todo ese repentino atrevimiento me hacía replantearme si era uno más de los chicos que ya había conocido hasta el momento.

-          ¿Y se puede saber por qué? - me respondió. Jamás podría haber esperado esa respuesta.

-          Entonces fue cuando me sinceré: Realmente, no he sido una persona afortunada nunca en el amor. Siempre al entregarme a mis antiguas parejas, no tardaban en romperme el corazón. Aunque sé que no se puede generalizar, yo ya no creo en el amor. En ese amor incondicional que por ejemplo veo reflejados en los ojos de mis padres. Por lo que asumí, que yo no estaba hecha para eso. Y eso no ha cambiado.

-          Déjame hacerte cambiar de opinión. – me dijo.

-          No creo que pueda existir nadie que pueda hacerme cambiar de parecer. – estaba siendo grosera. Lo sabía. Pero a estas alturas, no pretendía ni engañarle ni sobre todo engañarme a mí misma.

-          Me parece injusto que alguien como tu con tanto que entregar al mundo, con tanto amor que dar y recibir te niegues a algo que simplemente forma parte de ti. El amor. – respondió. Fue entonces cuando algo dentro de lo más profundo de mí, me hizo sentir que quizás merecía la pena toda esa historia. O simplemente, el hecho de conocerle. ¿Qué podía perder?

-          Quizás tienes razón. Solo te pongo una condición: no puedes enamorarte de mí. - detrás de esa frase prepotente, se escondía algo mucho más grande: mi miedo.

-          Acepto el trato. – me sonrió.

Al final, me convenció. Después de todas las veces que había sonado en mi cabeza el negarme al amor. Había aceptado. Obviamente deje claro desde el principio todas las reglas. Pero ya le había dado mi número. Pensándolo bien, seguramente todo se quedaría en una conversación de tren que acabaría quedando en el recuerdo. ¿Qué probabilidad había de encontrarme con una persona en un país con tantísimos habitantes? Además, ni lo conocía, ¿Por qué tenía ese interés repentino en él? ¿Qué nos depararía el destino?

Cuando nos despedimos fue una sensación bastante desconcertante. ¿Sabéis la sensación que se queda en el cuerpo cuando veis una estrella fugaz? ¿Esa sensación de felicidad por haberla visto pero también de tristeza por saber que ya se fue y que seguramente no volverás a verla nunca más? Así fue.

Me bajé de ese tren que había puesto todos mis sentimientos un poco removidos, pero opté por dejar de pensar en eso.

Había llegado a la ciudad en la cual mañana me esperaría todo el día de trabajo. Pero aún eran las seis de la tarde, dándome prisa podría llegar al hostal, ducharme e ir a cenar algo.

Sentí puro amor. Amor cuando llegué al hostal y conocí a la dueña de aquel lugar, Ruth. Sus ojos color cielo, su cabello blanco, todas las batallas que se podían transmitir a través de su sonrisa. Simplemente ella hizo de aquel lugar algo mágico y especial. Sus delicadas manos que tenían ese común tembleque de una persona de su edad pero que, sin embargo, seguía trabajando y dando cada uno de sus pasos con amor.  Su amabilidad y simpatía me cautivó desde que me dijo hola. No sabía porque, pero sabía que tenía algo muy importante que aprender de ella.

Llegué a la habitación y me sentí como en casa. Toda esa antigua habitación de hostal, todas esas paredes recargadas de cuadros que seguramente escondían demasiado momentos, esa cama que me estaba llamando a gritos ya que llevaba sin dormir casi 72 horas... Y es que nada había sido fácil en el trascurso de esas.  Pero, sin embargo, detrás de todo ese cansancio, de esa tristeza acumulada que trataba de negarme a sentirla, sentí esperanza. Sentí como ese destello de luz del atardecer que había tras la ventana, iba llegando a lo más profundo de mi y me recordaba que todo acabaría estando bien. Que solo necesitaba tiempo, el tiempo que necesita una herida para sanar y que ni la propia piel dejé rastro de que detrás de esa integridad y perfecta piel... hubo una gran herida. Por lo que decidí aprovechar esa experiencia y salir a conocer ese verdadero país. Lo que se esconde detrás de los monumentos turísticos o las miles de guías publicadas en Internet sobre "sitios que conocer". Todo iba mucho más allá de eso.

Después de una ducha que me había hecho renacer de nuevo, pintalabios rojo en días oscuros y esos vaqueros antiguos cómodos que todos tenemos. Me sentí con la suficiente fuerza para obviar que la cama era demasiada tentadora. Al salir me volví a encontrar con Ruth, la cual me dio algunos consejos sobre algunos sitios para poder ir a cenar. Descarté todos esos lugares en los cuales la elegancia y lujo se podía respirar en el ambiente y opté por coger un taxi e irme al casco antiguo de la ciudad. Mientras iba de camino, no podía parar de pensar en Mikel. ¿Qué tenía ese chico? ¡Y aun ni me había escrito un mísero mensaje! ¿Por qué me estaba molestando? Fue entonces cuando llegamos a aquel lugar. Cinco minutos más de trayecto y a saber en qué hubiese podido acabar pensando o haciendo. ¿Llamando a Mikel? No, rotundamente...no.

Paseando por allí, me puse a pensar en las vueltas que da la vida. Y como hace unas horas, me encontraba llorando en el entierro de mi abuelo y ahora estaba ahí. Su Alzheimer le hizo perder todos los momentos analíticos que convierte a una persona en un ser adulto y había vuelto a su estado más inocente, a reír por las cosas más simples. Sus ojos verdes que se emocionaban al decirle te quiero. Su capacidad de trabajo y dar lecciones detrás de cada risa y de cada broma. Sin darse el propiamente cuenta que estaba regalándonos a los que les teníamos cerca, el mayor regalo que alguien podría hacernos. Sus ojos rebosando de amor cada vez que miraba a mi abuela. Su orgullo y amor por cada uno de sus nietos, demostrado a su manera. Sus detalles que marcaban tanto la diferencia. Y es que con progenitores así, ¿Cómo podía conformarme con cualquier cosa?

Sin embargo, un mal día recibí la peor noticia hasta el momento. Él ya se había ido. Y yo no había estado ahí. No porque no quisiera o fuese un hecho la gravedad de su situación. Una neumonía en cuestión de dos días había conseguido ganarle la batalla a su vida. Y los kilómetros que se interpusieron entre nosotros me jugaron una mala pasada. No os voy a engañar, se me rompió el corazón el no haberme podido despedir de él.

Pero en el trascurso de las horas, pude encontrar el alivio de aquel dolor. Y es que, aunque a veces nos empeñamos en los finales... olvidamos lo más importante: todo lo que se había vivido antes de llegar a ese punto. Y no iba a determinar lo que había sido mi relación con un ser tan maravilloso como lo era él...por cuales habían sido las circunstancias que se nos presentaron al haber dejado nuestro mundo.

Le quería y eso iba mucho más allá del plano terrenal. Y lo más importante: sabía que el también lo sentía.

Entre en aquel restaurante, sus paredes azules llenas de fotos antiguas, la música en vivo de ese cantante afroamericano, esas luces tenues que daban esa calidez en el ambiente... fueron muchos de los motivos por los cuales me decanté por aquel sitio.

El lugar estaba atestado de gente; gente en la barra con aspecto cabizbajo buscando la solución de sus problemas en la copa que tenían frente a ellos. Grupos en mesas, inmersos en conversaciones aparentemente interesantes. Chicos jóvenes jugando al billar mientras reían y competían por quien sería el que quedaría mejor delante de todas las chicas que estaban de público sentadas en aquella mesa cerca. Chicas que intentaban disimular, pero hasta desde la distancia que me encontraba de ellas se podía ver que se les caía la baba con aquellos chicos. Aquel chico joven que ponía música mientras iba guiñando el ojo a toda chica que se le acercará a pedirle una canción.

Tras pedirle la carta al camarero y haberme decidido por una ensalada César. Mientras estaba esperando esa copa de vino, con esa canción de Led Zeppelin de fondo mientras observaba de reojo a una pareja que se encontraba justo en la mesa de al lado. Parecía en su primera cita. El nerviosismo se podía respirar en el ambiente. La sonrisa de él mientras hacía algún chiste malo, mientras ella se tocaba el pelo poniéndoselo detrás de las orejas. La timidez a la hora de pedir algo de comer. Y la desesperación de aquel camarero esperando a tomar nota. Sonreí. Y asumí que llevaba bastante tiempo sin sentir eso. ¿Dónde había dejado mi lado más romántico?

Me interrumpieron los pensamientos, aquella chica que me estaba hablando justo de pie frente a mi mesa. Entonces se lo dije:

-          Disculpa, no me he enterado, ¿Qué me estabas diciendo? – me sentí avergonzada de haberme adentrado tanto en mis pensamientos y no había sido capaz ni de darme cuenta que alguien me estaba hablando.

-          Hola, tranquila. Mi nombre es Martina. Te vi al entrar y me he dado cuenta que ibas a cenar sola. Yo llegué justamente hoy, y tampoco conozco a nadie. ¿Te importaría que cenáramos juntas? – me sorprendí. Con esas simples palabras, se podía notar en sus ojos azules su valentía. Su afán por conocer mundo, a nuevas personas.

-          Si, claro. - Respondí. No sabía por qué, pero aquella chica me caía bien.

En el transcurso de la cena, fuimos conociéndonos más y más. Hasta el punto de que sabía que su color favorito era el azul, que su perro se llamaba Atahualpa, que era azafata de vuelo, que tenía un hermano mayor; incluso de que era de esas personas con un alma tan libre y pura como la claridad que se puede ver en el cielo tras un día magnifico. Y es que ella era así. Magnifica. Ambas no dudamos en saber que esto solo sería el inicio de una amistad que duraría toda una vida.

A pesar de que ambas estábamos demasiado cansadas por el largo día que habíamos tenido, decidimos aceptar la invitación de aquel chico que nos invitaba a un pub con su grupo de amigos.

Tras un par de tequilas en vena, tres copas hasta la música típica del país parecían el mejor hit del momento. Nuestros cuerpos no paraban de moverse, un poco arrítmicas pero las sonrisas no desaparecían de nuestras caras. Entre copa y copa, no parábamos de brindar por nuestra maravillosa amistad nueva. Me había encantado conocerla. Detrás de esa belleza externa, detrás de esa piel morena, esos ojos azules, ese pelo negro y esa cara de bondad... había descubierto, que era aún más bonita por dentro. Y creedme, ya era difícil.

Cuando me di cuenta eran las cuatro de la mañana. Mis pies ya si ni se sentían. Y fue entonces cuando vi ese mensaje en mi móvil.

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