Daniel "Un Chico Enamorado"...

By Min_Ha_Sang

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Daniel depende de un ventilador para seguir con vida. Nunca ha salido de su casa ni mucho menos ha explorado... More

Prólogo
ADVERTENCIA
Capítulo Uno: "Existiendo"
Capitulo 2: "Una Vida Difícil"
Capítulo 3: Una Flor en la Nieve
Capítulo 4: La Flor Más Brillante
Capítulo 5: La Hermosura de la Locura
Capítulo 6: Si los Recuerdos Fueran Felicidad...
Capítulo 7: Perfecto
Capítulo 8: Errores
Capítulo 9: Cosas que Forman Parte de la Vida
Capítulo 10: Las Luces Brillaban en la Tierra
Capítulo 11: Querer y Enamorarse
Capítulo 12: Silencio
Capítulo 14; ¿Egoísta?
Capítulo 15: Resolver Algo es Igual a Encontrar un Misterio Mayor
Capítulo 16; Palabras de Alguien Herido, para Alguien Destrozado
Capítulo 17: Flotante Azul de Luna
Capítulo 18: Una Triste Sorpresa
Capítulo 19: Amor Insuficiente
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35 - FINAL
Epílogo
Nota de la Autora
ANUNCIO

Capítulo 13: Los Recuerdos son Felicidad

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By Min_Ha_Sang

Capítulo 13
"Los Recuerdos son Felicidad"

"De momento, piensas que vuelas.

Que el cielo es demasiado grande y la vida tan corta para quedarse en la tierra.

Pienso que soñando se tocan la nubes, y que en algún momento seremos capaces de abandonarlo todo por estar solos"

-JungSangSang

***

Al final del día Julie se fue sin haber dicho nada aparte de su saludo y una seca despedida. Le sonrió a mamá con dificultad al encontrarla en la entrada de la habitación, y antes de irse se volvió hacia mí con una expresión arrepentida. Sus manos temblaban ligeramente cuando atravesó la puerta, lo qué me hacía sentir ansioso.

La noche se volvió más oscura que de costumbre. Puedo jurar que incluso escuchaba ruidos extraños dentro de la habitación. No logré dormir, pues estaba preocupado, así que las dos veces que Dianna vino para cambiarme de posición cerré los ojos y pretendí haber conciliado el sueño, pero el tiempo avanzaba sin que quisiera al menos cerrar los ojos.

De ser capaz de caminar hubiera seguido a Julie, pues su actitud silenciosa durante todo el día, aparte de sus gestos arrepentidos, me decían que no iría a su casa. Pensarlo era agobiante, no obstante, ella atravesaba un mal momento del que no hablaba, y a mi parecer la única manera que encontraría para aliviar su dolor sería la misma que la hizo terminar en prisión la última vez.

Veía la silla de vez en cuando pensando una manera de salir de la cama. Miraba el reloj en otras ocasiones sin sentir otra cosa que el estrés de no saber nada invadiendo mis músculos. Podía oír como pasaban los coches afuera de la casa cada cierto tiempo. Y por la ventana se colaba la luz del patio de al lado demasiado amarilla.

Unos minutos después de que mamá viniera por segunda vez, un coche se estacionó al otro lado de la calle. Supuse que era algún vecino así que no me importó. Seguí buscando algo que me ayudara a través de la oscuridad, sin encontrar nada aparte de la incapacidad para pasarme a la silla.

Un cuerpo golpeó la pared afuera en ese momento, como si hubiera tropezado. Enseguida, la ventana se vio iluminada por lo que parecía ser la pantalla de celular. Lo primero que se cruzó por mi cabeza fue que intentaban entrar a robar. Me aferre a las sábanas mientras ideaba un plan para no salir herido, que consistía en cerrar los ojos pretendiendo dormir.

La persona al otro lado forzó la ventana, y en casi tres segundos una bota ingresaba a mi cuarto, una que había visto en muchas ocasiones.

La cortina le cubría del torso hacia arriba, pero no cabía duda que se trataba de Julie, pues aún vestía el mismo pantalón.

Me relaje liberando la sábanas.

Una parte de mí se sentía aliviado, no obstante, también me encontraba muy confundido.

Ella apartó la tela de su cara y se acomodó el cabello. Sus ojos no lucían como siempre, estaban demasiado rojos. Supuse que se debía a la falta de sueño, pero también lucían decaídos.

—Estás despierto —dijo con tono sorprendido.

—¿Qué ha...ces aquí? —quise saber.

Caminó hasta mi silla y la colocó a un lado de la cama —: Necesito que vengas conmigo a un lugar.

No supe que decir. Julie se apresuró a quitarme las cobijas de encima con la intención de sacarme de la cama. Acercó su rostro al mío intentando sostener mi cabeza, y en ese momento un olor a alcohol emanó de su boca.

—No creo que sea bue...na idea —solté con algo de temblor entre cada palabra.

—No te preocupes —aseguró mientras me levantaba con cuidado —, he visto muchos videos en You-tube acerca de como transferir a un discapacitado de la cama a la silla de ruedas. No te voy a lastimar.

En efecto no me lastimó. Puedo con seguridad decir que incluso me había levantado con  mayor facilidad que Dianna, aunqué su cuerpo se tambaleó un poco cuando había terminado.

No obstante, mi comentario no se refería a qué me asustara que ella me cargara, dentro de mí sabía que Julie era fuerte, iba mas bien dirigido a salir de la casa en medio de la noche, solos y con algo de alcohol encima. Julie, por el contrario, lucía bastante relajada. A pesar de estar ebria, también parecía mejor que cuando se había ido.

—Julie —llamé mientras veía como intentaba poner el ventilador en la silla de ruedas —, no cr...eo que de...bamos salir aho...ra.

—¿Por qué? —preguntó sin dejar de mirarme con enfado en sus ojos.

—Es tar...de, y pue...do enfer...mar.

—Llevaremos un manta.

Seguí mirándola sin saber qué hacer. Ella no estaba sobria, eso era un hecho, así que no encontraba la manera de hablarle sin ofenderla, pues al parecer se había vuelto bastante sensible a los comentarios.

Esa era una faceta que nunca había visto de ella —aparte de la vez en que le tiró la comida al muchacho en el restaurante Italiano—, su actitud esa madrugada, tan brusca y poco responsable era algo que no mostraba al estar conmigo.

Tomó las cosas que consideró necesarias y las puso en la silla sin mucho cuidado. Luego agarró una manta de la cama y me cubrió con ella. Se tropezaba con sus propios pasos, además de haber perdido la gracia al caminar. Lucía aturdida aunque no de una manera linda, con los ojos faltos de enfoque y los brazos débiles.

Después de mirar alrededor con las manos rascando su cabeza empujó la silla sin antes preguntarme si me sentía cómodo. No estaba precisamente asustado a pesar de que mis cejas se arquearon hacia abajo en señal de pánico, solo no sabía que hacer. Julie se había vuelto tan mala conductora de silla de ruedas bajo la influencia del alcohol, o lo que fuera que hubiera consumido, que me preguntaba si era buena idea que tomará el mando de un coche.

Cuando abría la puerta, con los dedos temblando supe que debía decir algo que la hiciera detenerse si no quería morir.

—Estás ebria —solté con seguridad.

Ella se volvió hacia mí no sin antes esbozar una sonrisa —: Si estuviera ebria no hubiera podido conducir el coche de Marco hasta aquí sin problemas, Dani. Solo tomé un poco. No puedes notarlo porque está demasiado oscuro —al fin abrió la puerta y empujó la silla —. No dejaré que nada te suceda, tampoco estoy demente. Así que deja de actuar como si fueras un niño, volveremos antes de que amanezca y nadie va a darse cuenta de esto.

Subimos a la camioneta y ella manejó por cerca de una hora con la música a muy alto volumen. Nunca había estado con Julie manejando un coche, pero sabía que no era la manera correcta de conducir. Se pasó unos cuantos semáforos antes de salir de la ciudad, aparte de que al dar vueltas la camioneta se salía de control un poco, sin embargo, no sucedió nada que no fuera capaz de solucionar.

Los edificios fueron desapareciendo junto con las luces de carretera, y en su lugar el paisaje se saturaba con plantas silvestres sobre un manto nocturno. No voy a mentir y decir que me sentía seguro, pues las palabras de Julie no me calmaron. Contrario a lo que ella pensaba, no me preocupaba que alguien se diera cuenta de que nos habíamos escapado, depués de todo no pasaría de un regaño, me preocupaba que sucediera un accidente. De estar en sus cinco sentidos, era probable que hubiera entrado a mi casa de todas formas, pero no estaría manejando fuera de la ciudad con un chico discapacitado en el asiento trasero a las tres de la madrugada.

La veía por el espejo retrovisor. Su piel había perdido en color, y sus ojos aunque rojos todavía, parecían más alerta. Cuando atravesamos el letrero de bienvenida, así como los semáforos dejaron de aparecer indicando que entrábamos a carretera libre, sus ojos me miraron por el mismo espejo.

—No hagas esa cara, como si fuera a matarte —evadí sus ojos pues me sentía confundido, aparte de que empezaba a sentirme molesto —, Dani, te juro que nada malo va a pasar. Sé que esto es extraño pero necesito a alguien a mi lado en este momento —miró hacia la orilla de a carretera como si buscara algo —. Creí que a estas alturas ya confiabas en mí.

—Con...fio en ti —recriminé —, cuan...do es...tás so...bria.

Tragó saliva, quizá lo hizo unas dos veces antes de decir —: lo siento.

No volvimos a hablar hasta que ella entró por un camino de tierra y aparcó la camioneta al cabo de unos metros. El terreno afuera resultaba atractivo, nos encontrábamos a orillas de un precipicio  en cuyo fondo crecían girasoles y otras flores de campo. Aparte un lago pequeño, casi una laguna, de agua cristalina. Más lejos todavía, justo al cruzar el lago, un rebaño comía en un pastizal. Los árboles mudaban hojas al lado de la camioneta.

Estaba oscuro pero la vista seguía siendo increíble, iluminadas las piedras por un cielo estrellado, el agua reflejando la intensidad de la noche. Las ondas blancas pintadas sobre nuestras cuerpos en la lejanía del universo.

Julie me sacó de la camioneta, y nos sentamos a borde del precipicio justo en un espacio pequeño en el que el otoño no secaba el pasto todavía. Ella en el piso y yo obviamente en mi silla de ruedas. Me concentre tanto en el paisaje que olvidé mi enojo, pues también olía a naturaleza. Me era difícil imaginarlo, pero supuse que respirar ese aire era por lejos más fácil que el de la ciudad.

Sin embargo, cuando me sentía tranquilo, me percaté de que ella llevaba una botella de cristal con un líquido amarillento dentro, y lo bebía.

Luego sus gemidos interrumpieron el canto de los grillos para informarme que lloraba.

Yo quería que mirara las flores, o que enfocara su atención en las hojas que caían alrededor de nosotros, para que las lágrimas dejaran de salir de sus ojos y se extinguiera su deseo de seguir bebiendo.

—No entiendo que está pasando —dijo con la voz cortada.

"Yo tampoco" —pensé.

—Sé que esto no está bien, Dani, lo sé como no te imaginas. También sé que no debí sacarte de casa en medio de la noche, ni decir que actuabas como un niño, después de todo técnicamente eres un niño —volvió a beber mientras miraba el cielo con los ojos cristalinos, reflejándose en su mirada no solo las estrellas, sino un pesar que le lastimaba el alma —. Pero eres la única persona en el mundo a quien puedo acudir en este momento. Y no quiero que nadie me vea llorar, ni siquiera quería que tú me vieras, pero sabía que si venía a este lugar sola terminaría cometiendo una estupidez. Una incluso más grande.

Sus manos temblaban igual que sus labios cuando el llanto le cortaba la respiración. Supe que deseaba llorar en silencio, para que ni sus oídos fueran capaces de escucharla, pero estaba tan dolida que era imposible evitar que sus gemidos inundaran la noche. El alcohol no era de ayuda, ciertamente sacaba lo que tenía guardado sin sentir pena, pero esa no era la manera.

Me limité a intentar respirar más fuerte para que supiera que estaba ahí, pues no había algo que le pudiera decir que la reconfortara ya que no sabía cuál era el problema, aparte de no poder abrazarla.

Siguió bebiendo por bastante tiempo, incluso cuando le dije que dejara de hacerlo asintió con la cabeza asegurando que ya no lo haría la próxima vez. También fumó algo que no parecía ser un cigarro común, ni olía como uno. Solo la miré, y cuando recostó su cabeza en mis piernas acaricié su cabello.

El tiempo pasaba lento para mí, pero ella seguía comentando que la noche no le alcanzaría para volver a la sobriedad. Después repitió cerca de cinco minutos que estaba sobria mientras miraba la nada y reía de momento por las vacas, las cuales no hacían nada gracioso. Lloraba cuando recordaba lo que fuera que le dañara, pero no me lo contaba cuando le preguntaba qué sucedía.

Llegó un punto, cuando habíamos pasado cerca de dos horas en aquel lugar, en que se levantó —agarrando mis piernas y mi silla pues al parecer estaba muy mareada—, y fue a vomitar cerca de un árbol, sobre una araña que solo había escogido un mal sitio y momento para tejer su casa.

Mi silla no era buena moviéndose sobre piedras, o sobre pasto, pero eso no me detuvo cuando logre ver que Julie era incapaz de mantenerse en pie sola. Fui hasta donde ella, pasando sobre el escombro con unas ruedas que tambaleaban, y con mucho esfuerzo tome su mano trayéndola hasta mí. Ella tropezó con algo, quizá sus propios pies, cayendo con increíble fuerza sobre mi cuerpo. Quedó sentada en mis piernas, aferrándose a mi torso, con su cabeza bajo mi barbilla.

Por un segundo me asustó que hubiera desconectado el respirador, pues parecía que el aire no entraba. Si así era, estaba condenado, pues Julie se encontraba tan fuera de sí que no iba a darse cuenta, ni lo entendería si se lo decía.

Tenía que controlar mi pánico, y buscar un plan. Afortunadamente, cuando centré mi mente, descubrí que el tubo seguía en mi garganta, pero respirar era difícil porque alguna parte del cuerpo de Julie interrumpía el flujo de aire.

—Ju...lie —me quejé, pero antes de que dijera algo se apartó de mi torso, dejando que su cabeza colgara por un lado de la silla, y el aire volviera a correr con normalidad.

Murmuraba cosas extrañas luego de eso, cosas que no entendía. Creo que incluso eran frases en otro idioma. Su lengua parecía tan aturdida que de cien palabras que decía eran descifrables unas dos o tres. Y por casi quince minutos no se levantó de la silla, ni tomó otra posición por lo que me asustaba que su espalda se lastimara.

En menos de una hora Diana iba a volver a mi cuarto para cambiarme de posición, y en cuanto se diera cuenta de que no estaba ahí perdería la cabeza.

No obstante, volver a tiempo parecía cada vez menos probable.  Intentaba hacer que Julie se sentara, pero en lugar de eso ella relajaba su cuerpo como si estuviera quedándose dormida.

—Julie, de...bemos vol...ver —al oír esto creo que su mente conecto de nuevo con la realidad, y sin quejarse se sentó, me miró por unos segundos aturdida, y se levantó en cuanto proceso lo que pasaba.

Se talló los ojos un par de veces, peinó su cabello y se volvió a sentar aunque esta vez en el piso.

Y rió.

Reía en silencio, y luego lloraba.

En conclusión, seguía bastante ebria.

—No puedo conducir en este estado —dijo con una sonrisa —. Si lo hago podríamos tener un accidente. Creo que tu mamá prefiere regañarte, o regañarme, que tener que organizar un funeral.

No dejaba de mirar el piso mientras asentía con la cabeza. Jugaba de vez en cuando con las piedras, las lanzaba por el precipicio. Señalaba las vacas. Incapaz de enfocar la mirada se movía de un lado a otro en su lugar porque seguía muy mal.

Miré el interior de la camioneta al cabo de un rato, pues había un reloj, y en este se veía claramente que eran las seis de la mañana. No me sorprendí, pues el sol saliendo frente a nosotros indicaba que era tarde, considerando a qué hora debíamos volver.

Ella me miró por un rato, no estaba seguro de qué pasaba por su cabeza, pero en lo absoluto era volver.

—Creo que necesito dormir —soltó de repente mirando el pequeño espacio de pasto —, te ayudaré a recostarte y dormiremos un par de minutos —negué con la cabeza asustado —. Luego volveremos y seremos castigados por esto, aunque afortunadamente no hemos muerto.

Abrí mis ojos mientras la veía pararse decidida, pero no supe que decir.

Pasó sus brazos por debajo de los míos y me llevó hasta el piso. Esta vez, al contrario de las anteriores, fue bastante incómodo y doloroso, ya no tenía fuerza para levantarme, y su mareo no dejaba que tratara a mi cuerpo con cuidado.

Al final, logró hacer lo que quería sin causar más daño que un dolor temporal en algunos músculos.

Se acostó a mi lado, después apoyó mi cabeza contra su pecho.

La piel caliente de su cuello bajo mi cabeza y la respiración suave en su pecho. Veía, recostado en ella, nuestros pies a menos de un metro. El cielo manchado de blanco, los árboles pintados de otoño.

Su cuello olía a perfume de flores, y sus manos rodeaban con cuidado mi cintura mientras ambos mirábamos el lago. Estábamos recostados sobre el pasto, sin nadie alrededor, con mi cabeza reposando sobre su pecho cuando me pregunté cómo habíamos llegado hasta ese punto.










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