El chico de la mala gramática...

By uutopicaa

504K 42.8K 25.2K

★ Mila está obsesionada con los chicos perfectos que aparecen en sus libros. Julián está decidido a conquista... More

ADVERTENCIA - DISCULPA
🔥 ¡YA PUEDES LEERLA GRATIS! 🔥
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1 - MIÉRCOLES
CAPÍTULO 2 - JUEVES
CAPÍTULO 3 - VIERNES
CAPÍTULO 4 - SÁBADO
CAPÍTULO 5 - DOMINGO
CAPÍTULO 6 - LUNES
CAPÍTULO 7 - MARTES
CAPÍTULO 8 - MIÉRCOLES
CAPÍTULO 9 - JUEVES
CAPÍTULO 10 - VIERNES
CAPÍTULO 12 - DOMINGO
CAPÍTULO 13 - LUNES
CAPÍTULO 14 - MARTES
CAPÍTULO 15 - MIÉRCOLES
CAPÍTULO 16 - JUEVES
CAPÍTULO 17 - VIERNES
CAPÍTULO 18 - SÁBADO
CAPÍTULO 19 - DOMINGO
CAPÍTULO 20 - LUNES
CAPÍTULO 21 - MARTES
CAPÍTULO 22 - MIÉRCOLES
CAPÍTULO 23 - JUEVES
CAPÍTULO 24 - VIERNES
CAPÍTULO 25 - SÁBADO
EPÍLOGO
EXTRA 01
EXTRA 02
EXTRA 03

CAPÍTULO 11 - SÁBADO

13.6K 1.4K 1.2K
By uutopicaa

Definitivamente odio las citas dobles. O simples. O triples. O cualquier clase de cita. Esta es mi primera experiencia y ojalá sea también la última.

Me siento incómoda. Es una sensación antinatural que hace que no pueda reconocerme a mí misma. Todo me pone nerviosa. No sé qué hacer o qué decir o cómo reaccionar. Además, no quisiera arruinarle la noche a Elena si es que me enfado con Julián.

Quisiera conocer ejercicios de relajación mental.

Me he pasado todo el día hecha una asquerosa bola de nervios. Siempre me dije que el día que saliera con alguien, iba a ser por internet así no tendría que arreglarme tanto, tampoco me preocuparía por lo que digo; no sentiría tanta ansiedad y, lo mejor de todo, podría apagar la pc en cualquier ataque de malhumor y decir luego que se me cayó internet o que se me fue la luz y nadie sabría que miento.

Pero no, esta es una cita de carne y hueso en la que no solo debo procurar no hacer el ridículo frente a un chico, sino frente a mi mejor amiga y su pareja. Sé que, si sonrío demasiado, pensarán que estoy enamorada. Y si me la paso enfadada, me odiarán.

"No debería ponerme así. Después de todo, no me gusta Julián y tampoco me interesa que haya romance entre ambos. Solo vamos como amigos", me repito una y otra vez.

Al mismo tiempo, pasé horas buscando un buen atuendo. Hice una combinación extraña entre casual y bonito. Me puse leggins negras con un vestido rojo de mangas largas y zapatillas a juego. Sí, zapatillas. No tengo otra cosa para ponerme en los pies porque todo me lastima de una u otra forma. Las botas hieren mis dedos chiquitos del pie y las sandalias, el resto.

¿Un bolso? No tengo. Le pedí prestado el suyo a mi madre. No combina con nada porque es marrón, pero bueno. Es lo que hay.

¿Maquillaje? ¡Ni de broma! Lo odio con todo mi odio odiable. Tardo cinco horas en colocármelo, y siempre me queda feo. Además, después no me lo quito como se debe. A la mañana siguiente soy un mapache con los ojos negros como si me hubiese agarrado a los golpes con un boxeador. Elena me ha ayudado un par de veces. Mi madre también. Pero me avergonzaba decirle que iba tener una cita; solo le comenté que iba al teatro con amigos porque Tristán consiguió entradas gratis.

A veces, me odio a mí misma por no planificar mejor las cosas. Podría haber ido a comprar ropa. O quizás hubiese sido posible ir a la casa de Elena para que me prestara algo bonito.

Demasiado tarde.

Odio las citas casi tanto como odio el maquillaje.

"Es tarde para arrepentirse", suspiro cuando llego a destino.

Mi hermano me trajo hasta el punto de encuentro que es un local de comida rápida a dos cuadras del teatro. Tristán escogió este sitio porque a nadie le importa si un grupo de adolescentes se sienta a la mesa sin consumir nada. Ya están acostumbrados.

Soy la última en llegar.

—¿Grupo de amigos? —susurra Alan cuando me bajo de su vehículo—. ¿Estás segura?

Evito mirarlo a los ojos.

—¿Qué otra cosa va a ser? ¿Juntada del equipo de Quidditch? —respondo con ironía. No sé si me creerá.

—Pórtate bien —me advierte—. Y si haces travesuras, asegúrate de que nadie se entere —añade entre carcajadas.

Lo golpeo con el codo y sonrío.

—Seré toda una santa, lo sabes.

—Me decepcionas, hermanita. Me esperaba más de ti y de tu adolescencia —murmura—. Pero es tu vida. Solo avísame si necesitas que te pase a buscar por un motel de mala muerte porque estás ebria o drogada en medio de una orgía sin control. No querrías que mamá se entere.

—¡Alan! —Alzo la voz, avergonzada. Mi hermano sabe que la única experiencia que he tenido con un chico ha sido pésima, y por eso siempre me dice que debo ser más alocada y dejarme llevar. A veces no entiendo si es un gran hermano o tan solo un idiota—. Basta, me tengo que ir. Te llamo si te necesito. Adiós.

Le doy la espalda y camino hacia mis amigos. Están enfrascados en una conversación y no me ven acercarme hasta que ya casi los he alcanzado. Desde la distancia, siento un gran alivio al notar que ninguno de ellos se ha pasado de formal con la ropa.

—¡Llegué! —anuncio.

—Justo a tiempo —responde Tristán—. Estábamos diciendo que deberíamos ir al teatro apenas abran las puertas así no tenemos que andar pidiendo permiso para pasar entre las butacas ni nada. Además, la obra empieza en menos de una hora.

—Me parece bien —admito.

Los tres se ponen de pie y me saludan con familiaridad. Elena me abraza mientras que los chicos apenas si estrechan sus manos conmigo. Se siente extraño. No sé si estoy siendo muy formal o no. No sé si debería ser más amistosa o no. Abrazar a Tristán me parece incómodo porque Elena está presente. Y abrazar a Julián me parece una pésima idea porque podría malinterpretarlo. ¿Pero estrechar sus manos no es demasiado distante?

No sé, no entiendo esto de las citas. Quizás, hubiese preferido algo más normal como ir al zoo o al centro comercial.

Suspiro, derrotada. Que sea lo que tenga que ser.

Abandonamos el restaurante y caminamos hacia el teatro.


Nuestras butacas no están tan mal ubicadas, pero me molesta la distribución. En vez de estar los cuatro en una misma fila, dos de nosotros deben sentarse en un sitio y los otros dos justo detrás, en la siguiente hilera de asientos.

Mi inconsciente me dice que me acomode junto a Elena, pero mi cabeza sabe que es imposible. Se supone que esto es una cita.

Antes de que mis amigos digan algo, pido sentarme en la fila de más atrás. No les doy mis motivos y ellos tampoco los preguntan. La realidad es que conozco a Elena y a Tristán lo suficiente como para saber que, si yo estuviese en la fila delantera, se pasarían la noche completa observándonos a mí y a Julián para ver si hablamos, si nos abrazamos o qué.

Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo de solo pensar en la idea.

Me acomodo detrás de mi amiga porque ella es bajita y puedo ver sin inconvenientes por encima de su cabeza. Dejo el bolso en el piso y observo hacia los lados en busca del vendedor de snacks. Quiero comprar algo para beber antes de que empiece la obra.

—¿Perdiste algo? ¿Esperas a otro chico? —pregunta Julián, desconcertado.

—No, pero podrías hacerle algún gesto al señor que tiene la bandeja, ¡ese de ahí! —Señalo—. Tengo sed.

—Claro.

Julián se pone de pie y espera a que el hombre se voltee, luego, agita sus manos para que lo vea y aguarda a que se acerque.

—¿Qué puedo ofrecerles?

—Una botella de agua, por favor —pido mientras busco mi billetera.

—Y un paquete de ositos de goma —añade Julián. Luego, pone una mano sobre mi regazo y sonríe—. Yo pago.

Le devuelvo la sonrisa a modo de agradecimiento.

No me voy a quejar. La verdad es que si hay una cosa que me agrada de todo este asunto de las citas es que no debo poner ni un centavo de mi bolsillo. Por esta vez, no haré mención alguna de su roce y disfrutaré de mi bebida.

—¿Por qué ositos? —pregunto.

—No sé, me gustan, ¿a ti no? —Julián se encoge de hombros.

—Sí, pero hay un libro que me encanta en el que la chica principal se muere por tragarse un osito. ¿Quieres matarme? —bromeo.

—Si prefieres, puedo cortarlos al medio uno por uno antes de compartirte —se burla.

Elena y Tristán aprovechan para comprar también un par de cosas. No llego a oír qué, tampoco importa. Ellos ya están sumidos en su cita y han olvidado por completo nuestra presencia.

Pasamos el rato en un incómodo silencio hasta que las luces se apagan y la música empieza a sonar. Casi salto en mi asiento porque el cambio me ha tomado desprevenida. Julián deja escapar una suave risa, pero no dice nada.

Apenas comienza el estribillo de la primera canción, me pongo a tararear la letra en mi mente. Los actores son muy buenos y sus voces se asemejan bastante a las de la película.

Un leve movimiento capta mi atención durante el primer cambio de escena. Bajo la mirada con disimulo. Veo que Elena le roba un beso fugaz a Tristán y que luego deja caer su cabeza sobre el hombro de su novio.

Me siento incómoda. Quiero desviar la mirada para asegurarme de que Julián no haya visto eso, pero temo que, si lo hago, malinterprete mis intenciones.

Me tiemblan las piernas. Al menos, la oscuridad oculta mi miedo. O eso quiero creer.

"Maldición".

He perdido toda la concentración en la obra y ahora solo me dedico a observar con paranoia a mis amigos en la fila delante de la nuestra. No se mueven, pero de vez en cuando conversan en voz baja. Tristán rodea a Elena con uno de sus brazos mientras que ella descansa sobre su hombro.

Julián me hace poner los pies en la tierra en algún momento, cuando me ofrece unos ositos de goma. Bah, cuando me pone el paquete enfrente al rostro para llamar mi atención. No dice nada, pero seguro ha notado que estoy distraída con el romance de mi mejor amiga.

"Soy una idiota".

Acepto sin pensarlo. Masticar algo me ayuda a relajarme un poco.

—No te atragantes —susurra.

—Ja. Ja. —Tomo tres gomitas y le indico que puede guardarse el resto.

Agradezco que Julián no haya tratado de hacer nada estúpido en lo que va del día. He venido a la cita con pánico a que él llevara a cabo un acto desesperado por conquistarme, que quisiera robarme un beso sin permiso o algo así. Por fortuna, se ha comportado normal —hasta ahora—. Yo soy la única loca que actúa como si estuviese huyendo de la ley o algo así.

Mis músculos se relajan gracias a los ositos de goma. Apoyo mi cabeza contra el respaldo del asiento y cierro los ojos por un instante. Me sé la historia de memoria y la butaca es cómoda. Me pasa como cuando voy al cine: el ambiente es ideal para tomar una siesta. Las luces están apagadas, hay ruido de fondo y...

Mi cuerpo cambia de posición porque mi cabezota es pesada y se cae hacia un lado. Hacia el lado donde hay un desconocido, para peor. Me despabilo de una sacudida y parpadeo varias veces. ¡Ay, no! Me perdí una buena parte de la obra. Siento vergüenza de que sea la segunda vez que me ocurre esto en medio de una cita.

Escucho la risa de Julián a mi lado. Me estaba prestando atención y, por suerte, no parece enfadado.

—¿Tan aburrido soy?

—Sí —susurro—. Aburridísimo.

—Serías la primera chica en decirme eso.

—Hay una primera vez para todo, ¿no? —bromeo.

Dejo escapar un bostezo y siento la necesidad de volver a cerrar los ojos. Quiero apoyar mi cabeza en algún lado, y el hombro de Julián comienza a verse tentador.

"Mila, no cometas el error", me digo a mí misma. Me asusta darle falsas esperanzas sin querer y temo que si actúo como lo haría con un buen amigo, se lo tome de forma equivocada.

—No muerdo. Lo juro —Julián pone su mano sobre mi rodilla como si pudiese leerme la mente—. Si estás cansada, puedes usarme de almohada, sin compromiso.

—Gracias, pero quiero disfrutar de la función. Necesito mantenerme despierta —contesto en voz baja.

—También te puedo ayudar con eso —murmura con sarcasmo, creo que guiña un ojo en la oscuridad.

—¡Julián! —exclamo tan bajito como puedo para no molestar a otros espectadores.

Él contiene la risa y regresa la mirada al frente. Decido imitarlo.

Comienzo a sospechar que mi cabeza tiene un switch de incomodidad que está fallando, porque se activa y se desactiva cada diez minutos. Y, si bien por un rato no logro concentrarme, en algún momento inesperado me pierdo en la presentación a medida que se acerca el final. La historia es excelente.

Llega la última canción.

Las luces se encienden apenas cae el telón. Los actores comienzan a asomar para recibir su ovación. Muchos espectadores se ponen de pie. Ha sido un gran musical, más allá de lo que me he perdido.

Julián alza su cabeza y bosteza. Y yo, sorprendida, le clavo una mirada de reojo.

"¿¡Cuándo demonios se acomodó sobre mi hombro sin que yo lo notara!?"

Estoy confundida. No entiendo cuánto tiempo llevaba él así o por qué me resultó tan natural que ni lo percibí. Me odio a mí misma por no haberlo empujado. Se supone que me he prometido marcar ciertos límites para no darle falsas esperanzas.

Solo espero que no piense que esto significa que está ganando terreno.


Después de un acalorado debate, decidimos ir hasta la casa de Elena que se encuentra más cerca del teatro que las de los demás. Prepararemos algo para comer, quizá miremos una película y luego llamaré a mi hermano alrededor de la medianoche. A decir verdad, la idea no me agradó en un comienzo porque todo este asunto de la cita me ha puesto nerviosa, pero al mismo tiempo, deseo hablar a solas con mi mejor amiga sobre el chico misterioso que me escribe desde hace ya más de una semana. Tengo en mi bolso su última carta y quisiera obtener una segunda opinión al respecto. Me preocupa lo que me ha propuesto.

Nos detenemos en una tienda a mitad de camino y compramos una caja de espagueti y salsa enlatada. Ninguno de los cuatro tiene deseos de presumir sus escasas capacidades culinarias. Nos conformaremos con algo sencillo.

La situación se ha ido relajando poco a poco y nuestra reunión ya no se siente como una cita. Cantamos los temas del musical mientras caminamos hacia la casa de Elena. Desafinamos, nos equivocamos en la letra y hasta comenzamos los estribillos a destiempo. No importa, es divertido y disipa todas mis inseguridades. La gente que nos oye debe pensar que estamos ebrios.

Poco antes de llegar a destino, Julián abre la aplicación de Netflix en su teléfono y comienza a nombrar algunas películas que podrían interesarnos.

Somos indecisos.

Cuando a mí me gusta algo, Elena ya lo ha visto. Cuando Elena oye un título que le gusta, Tristán se queja porque es una película romántica. Cuando Tristán recomienda algo, yo me enfado porque es de terror y sé que me asustaré. Y Julián tan solo sigue con su lectura de títulos. Pareciera que todo le es indiferente.

—A este paso, vamos a terminar con un documental estúpido sobre extraterrestres y nazis —se queja Elena mientras gira la llave en la puerta de su hogar—. ¿No hay nada mejor?

—¿Y si vemos Sleepy Hollow? —sugiere Tristán—. Tiene romance, sangre, acción y está basada en un libro.

—Ya la hemos visto veinte veces —respondo de mala gana—. Es como mirar El extraño mundo de Jack.

—¿Me creerían si digo que nunca la he visto? —Nos sorprende Julián—. Cuando era chico, me asustaba. Así que siempre he sentido cierta negación con esa película.

Estallo en carcajadas. A mí me ocurre algo similar con una de las viejas películas animadas de Scooby-Doo. Mi hermano la estaba viendo una noche con la puerta de su cuarto abierta y, por casualidad, me asomé. Justo apareció el fantasma de no sé qué. Salí corriendo por los pasillos mientras gritaba. Nunca quise ver esa película, me ha dejado traumada, aunque sé que seguro es una estupidez.

Elena bosteza. Enciende las luces de la sala de estar y se deja caer sobre el sillón. Cierra sus ojos por un instante en busca de una sugerencia.

—Mila no debería tener voto en esto —dice mi mejor amiga, pensativa—. Se va a quedar dormida a los cinco minutos de todas formas.

—Sí —admito—. Mejor decidan ustedes.

—¿Y si jugamos a algo? —propone Tristán—. Eli tiene el Street Fighter, Mario Kart y otras cosas.

Me agrada la idea, pero prefiero no decir nada. Sé que los juegos me ayudarán a mantenerme despierta.

Giro mi cabeza para ver qué opinan los demás. Julián asiente con un movimiento de su cabeza y guarda el teléfono en un bolsillo. Elena se pone de pie y camina hacia el televisor para asegurarse de que todos los cables estén bien enchufados.

"¡Genial!"

Jugamos a distintas cosas por casi dos horas. Soy derrotada en todo.

Luego, decidimos tomar un pequeño descanso y preparar la cena. Ya son casi las diez de la noche. Abandonamos los controles en el piso y nos dirigimos a la cocina, que es un desastre olímpico. Encontrar un tenedor limpio en casa de Elena es tan complicado como lograr que Julián escriba bien.

—¿Y tu padre? —le pregunto a mi mejor amiga.

—Ya le avisé vendría contigo a casa. Dijo que no hay problema y que él se quedará en el departamento de su novia por esta noche. Creo que le he hecho un favor al darle la excusa perfecta para disfrutar de su fin de semana. Eso sí, no mencioné a los chicos.

Mi mente siempre se congela por un instante cuando Elena menciona la relación de su padre con su pareja, que es una chica mucho más joven que él. Suena raro. Hace mucho tiempo, ella me contó que su madre se fue de la casa con otro hombre de un día para el otro. No se llevó más que su ropa y nunca más la volvieron a ver.

—¡Perfecto, tenemos la casa para nosotros! —digo con certera alegría.

Nunca me he sentido cómoda cerca del padre de Elena. Siento que es un metiche y que mira a todas las chicas jóvenes como a posibles parejas, salvo a su hija, claro. Sé que debe ser mi imaginación porque nunca me ha dicho nada pasado de la línea, pero no puedo evitar que me invada una gran repulsión ante la idea de ver a un hombre mayor con una chica recién graduada. Sé que es normal que los matrimonios se separen y que busquen nuevas parejas, pero se trata de una realidad que me resulta inimaginable porque mi familia es demasiado unida. Intento no juzgarlo, juro que lo hago, pero es difícil. Él tiene casi cincuenta, su novia está en los veintitantos.

Los chicos se sientan a la mesa y esperan. Ni siquiera se molestan en ofrecernos su ayuda para lavar platos. Conversan sobre deportes que practican y sobre campeonatos de fútbol que siguen por televisión. Por lo que llego a escuchar, ambos son seguidores de equipos rivales y no pueden ponerse de acuerdo en nada.

Coloco algunos platos limpios sobre la mesa mientras Elena se encarga de la comida. Entonces, noto mi error.

—¡Olvidé el queso rallado! No me gustan las pastas sin queso —resoplo. Me siento estúpida por no haberlo recordado antes—. Dime que tienes un poco.

—No, lo he usado todo —admite Elena—. Pero el supermercado chino está abierto hasta medianoche en fines de semana. No está muy lejos.

—¿Es peligroso?

—No que yo sepa. Cada tanto hay un par de borrachos en la esquina, pero son inofensivos hasta donde sé.

—Todo sea por una cena decente. Iré para allá. Vuelvo en un rato —aviso.

—Te acompaño. —Se apresura a decir Julián—. Ni loco te dejo caminar sola de noche. Y menos si hay borrachos dando vueltas.

—Disculpe señor caballeroso, pero puedo ir solita. No sería la primera vez. Y, si alguien se me acerca, solo debo pegarle una patada en la entrepierna y salir corriendo. También lo he hecho ya —admito con cierto orgullo.

—No me importa. Yo quiero ir a comprar algo también —miente.

—Haz lo que quieras —digo, resignada—. Ya regreso.

Les doy la espalda y empiezo a caminar hacia la salida. En el camino, tomo el bolso de mi madre. Desde la sala de estar, logro oír a Elena que le habla a Tristán en la cocina.

—Ya parecen recién casados —bromea. Su novio, ríe.

Suspiro. Sé que Julián también los ha oído, pero ninguno de los dos comenta al respecto.

"Mientras yo sepa lo que quiero, no importa qué digan los demás".

Abandonamos la casa y caminamos en silencio. Julián no intenta tomar mi mano ni forzar una conversación. Revisa sus notificaciones en las redes sociales mientras avanza apenas unos pasos detrás de mí, como si fuese un guardaespaldas distraído.

Cuando estamos casi en la entrada de la tienda, mi teléfono vibra. Supongo que será mi madre, o tal vez mi hermano. No les he contado sobre mis planes así que es posible que estén un poco preocupados. Tomo entonces el aparato y miro la pantalla en busca del simbolito de mensajes. Tengo un texto sin leer... de Julián.

"¿Qué demonios? No entiendo a este chico".

Observo de reojo a mi acompañante. Él tiene la vista fija en mí a la espera de que revise su maldito mensaje. En cambio, apago la pantalla y guardo el teléfono.

—¿No vas a leer lo que te puse? —Julián rompe el silencio.

—Nop.

—¿Por qué? —insiste.

—Porque me lo puedes decir a la cara.

—Solo puse que me gusta tu foto de perfil de Facebook. Te acabo de enviar una solicitud de amistad. —Se encoje de hombros—. Quería ver tu reacción cuando leyeras el texto.

Me atraganto con mi propia saliva y toso un par de veces. Con un stalker me alcanzaba. No necesito dos.

—Conociéndote, seguro que tu mensaje parece escrito en chino y no se entiende nada. Igual, no pienso aceptarte —murmuro. Me duele un poco la garganta.

—¿Por qué no? Somos amigos.

Sus preguntas me irritan.

—Porque no quiero. Además, solo subo cosas relacionadas con libros. No te interesaría —explico.

—Pero todo lo que se relacione contigo me interesa.

"Mila, cálmate. No lo golpees", me digo.

—¿Alguna vez te han dicho que eres insoportable? —pregunto.

—Sí, pero también me han dicho que ese es uno de mis encantos. —Julián se encoge de hombros—. ¡Ah! Casi me olvido. Todavía no te he dado tu obsequio del día.

Extiendo una mano de mala gana. Espero que él deposite allí lo que sea que haya comprado.

—¿Alguna vez de han dicho que eres demasiado interesada? —murmura con sarcasmo.

—Sí, pero me han dicho que es uno de mis encantos. —Dejo que el sarcasmo escape de mis labios—. Yo no te obligué a darme regalos. Solo tengo la cortesía de aceptarlos.

Julián sonríe.

—¿Sabes qué? Si no te interesa mi obsequio, te haré esperar un rato. Te daré el regalo cuando estemos volviendo a casa de Elena. Primero, compremos tu queso.

El supermercado chino está vacío, así que nos toma apenas algunos minutos entrar, buscar el producto, pagar y salir.

No nos topamos con ningún borracho hasta el momento, pero Julián asegura haber visto a una persona de apariencia sospechosa en la siguiente esquina, así que volvemos sobre nuestros pasos y tomamos un desvío. Yo no he notado nada extraño.

Tras varios minutos, comienzo a sospechar que nos hemos alejado de nuestro destino. Me preocupo. ¿Y si Julián tiene malas intenciones? ¿Y si quiso acompañarme para llevarme a algún sitio extraño? Quiero llamar a Elena y pedirle ayuda. Quiero llamar a mi hermano para que venga a mi rescate. Quiero...

Estoy siendo paranoica.

—¿Te encuentras bien? —pregunta mi acompañante.

Vuelvo a poner los pies sobre la tierra. Miro a nuestro alrededor. No reconozco el sitio. ¿Estoy loca? Julián no parece un mal chico, pero tiene pésima fama, ¿y si quiere propasarse conmigo donde nadie nos vea? ¡No puedo permitirlo! ¡Ay, no! ¿Qué hago ahora? Si salgo corriendo me va a atrapar...

Debo calmarme, él no me haría daño, ¿o sí? No, lo dudo. Se ha mostrado muy caballeroso conmigo, aunque en varios libros el chico que parece bueno termina por ser el villano. Deberé andar con cuidado, prestar atención a todo lo que hace y dice.

—Mila, ¿estás bien? —repite.

Asiento con un movimiento de mi cabeza.

—Estás temblando, ¿es el frío? ¿quieres mi abrigo? —ofrece—. Te lo presto tan a menudo que ya deberías quedártelo para ti.

Niego.

—Solo deseo saber dónde estamos —susurro con miedo. |

Es tarde, me encuentro en medio de un barrio desconocido y con un chico que me persigue por todos lados. La situación no me agrada para nada. Tendría que haber comido pastas sin queso. O debí haberle pedido a Tristán que me acompañara en su lugar.

Tengo la respiración agitada.

—Ya casi llegamos al parque. Estamos del otro lado de la casa de Elena, en vez de volver por el oeste, estamos llegando desde el norte. Rodeamos la zona con menos iluminación. Solo debemos cruzar por el sendero lateral y de ahí son apenas unas cuadras hasta la casa de tu amiga —dice con normalidad—. Podemos sentarnos a descansar un rato si te parece. Temo que te estés enfermando otra vez.

No respondo. Mis manos tiemblan. Debería abrir el GPS y corroborar que dice la verdad.

—¿Mila? ¿Qué te ocurre? —Julián alza la voz.

—¡No te me acerques! —grito y acelero el paso. Las palabras escapan de mi boca sin querer—. Estoy bien. Solo quiero regresar. No me gusta este lugar.

Julián trota hasta alcanzarme, me pasa y se detiene frente a mí. Me bloquea el paso.

—Mila, ¿qué te ocurre?

—Nada.

—No me digas que me tienes miedo.

Bajo la mirada. Mi pierna está lista para patearlo en cualquier instante.

—No —miento.

—Mila, has estado extraña todo el día. ¿Es por la cita?

"¿Me está leyendo la mente?"

—No —vuelvo a mentir.

—Escucha. —Julián pone sus manos sobre mis hombros. Me cuesta resistir al impulso de patearlo—. Lamento haber arruinado la primera salida. Pero creo que te he probado que no tengo malas intenciones. No haría nada que pudiese lastimarte. Por el contrario, estoy aquí contigo porque me asustaba que algo pudiese ocurrirte. Mila, mírame a los ojos —pide.

Levanto la vista con miedo. Estoy paralizada. No entiendo qué me ocurre o por qué siento un temor irracional a las intenciones del chico. No ha hecho nada malo, pero me es imposible bajar la guardia. No quiero estar a solas con él de noche y cerca de un parque.

¿Y si él es el de las cartas, de alguna forma? ¿Si es un acosador? ¿Si solo pretender ser amable? En el fondo, sé que estoy exagerando. El problema es que he oído tantas historias horrorosas de chicas de mi edad que son atacadas en situaciones similares que... no puedo evitar temer.

Analizo la expresión de Julián sin saber qué buscar; sus ojos brillan, como si estuviese a punto de llorar.

—Mila, he faltado a clases por ti, he arruinado mi promedio por ti y estoy dispuesto a hacer lo que creas necesario para ganar tu confianza. Sé que no te compraré con obsequios y que nunca vas a disculparme por haber dicho que eras mi chica. Pero por favor, por lo que más quieras, no me tengas miedo.

Abro la boca para decir algo, pero no encuentro las palabras. Siento que la culpa me carcome por lo mal que lo he tratado todo este tiempo. Reconozco su esfuerzo, pero siempre asumí que todo era un juego para él. Me preocupé tanto por mis sentimientos que olvidé los suyos.

Julián tiene razón. Él hizo mucho por mí, aunque yo no se lo haya pedido. Y hay días en los que ni le agradezco por sus obsequios. No le puedo corresponder en sentimientos, pero tengo que reconocer que es un buen chico, que lo que hace, lo hace con buenas intenciones. Es un idiota, pero es un buen idiota.

"Deja de preocuparte", me digo.

No debí haber dudado de él. No debí haberlo tratado mal tantas veces. Es solo que me saca de quicio con demasiada facilidad y que lo que refiere al romance me incomoda. Es mi punto débil.

¿Qué debo hacer? Estoy nerviosa. Me quiero disculpar. Pero no me quiero disculpar. Una vez más, mi elocuencia falla. Si esto fuera una novela juvenil, sería el momento ideal para sellar el pacto de confianza con un beso.

—Mila. —Julián susurra mi nombre y luego me abraza—. Escucha, no voy a pedirte que seas mi novia, no voy a intentar robarte un beso y no quiero que pienses que estoy en busca de una oportunidad para aprovecharme de tu aprecio. Te quiero. Y me gustas muchísimo, pero dejo toda posibilidad de cariño en tus manos. Seré lo que tú quieras y cuando tú lo quieras. Solo te pido que no me temas, que no me alejes.

Trago saliva y junto el valor para hablar.

—¿Te puedo preguntar algo? —susurro contra su pecho—. ¿Por qué te has fijado en mí? ¿Cómo? ¿Cuándo? Yo casi ni sabía quién eras.

—Tristán —responde con calma y lentitud—. Nos conocemos desde hace años y compartimos varias clases y deportes juntos. Siempre que habla de su novia, habla de ti. Muchas veces sube fotos en las que se las ve a Elena y a ti sonrientes. Siempre cuenta sus locuras. Siempre resalta lo inteligente que eres. Una vez te señaló en el comedor y me pareciste linda, así que empecé a prestarte más atención. Me gustaron tus locuras, tus comentarios extraños, tu falta de temor ante el qué dirán. Tu forma de vestir, tu risa, todo. No sé, fue un proceso lento, supongo. Pero no dije nada porque no tenía excusas para acercarme. Además, solo compartimos una clase así que sería demasiado incómodo si de repente te dijera: "Hola, Mila, te conozco y me encantas, pero tú no sabes quién demonios soy".

Sonrío y me atrevo a corresponder al abrazo. Al menos, ahora todo tiene un poco más de sentido. Ya me había contado algunas cosas, pero su sinceridad me relaja.

—Y sí —añade Julián de repente—. Tengo fama de ser mujeriego. No lo voy a negar. Debo tener más experiencia en el amor en un dedo que tú en todo tu cuerpo. Sé que nunca he sido bueno para mantener una relación, pero juro que quiero cambiarlo. Juro que lo único que quiero es que me aceptes y que me des una oportunidad de mostrarte que no soy el monstruo que crees. Mi obsequio del día de hoy es la sinceridad. El paquete te lo daré otro día.

No quiero llorar.

No voy a llorar.

Lloro. 

¿Alguna vez salieron en una cita?

Si respondieron que sí, ¿cuál fue la mejor? ¿Y la peor?


Continue Reading

You'll Also Like

85.1K 5.6K 119
"Ella era como una constelación, Una verdadera adición" -Prohibida copia o adaptación. #103 en Poesía 7/06/2016
1.8M 276K 68
Alexia debe averiguar por qué se está convirtiendo en un monstruo, mientras suspira por el sexy chico gay que la odia y sobrevive a su nuevo institut...
5.1M 444K 82
Nunca debí caer por él. Sin embargo, tampoco detuve mi descenso. Nada logró apaciguar las maliciosas llamas de deseo que se prendieron dentro de mí. ...
291K 24.5K 39
🌟FINALISTA EN LA LISTA CORTA "THE WATTYS 2021" Los nombres atribuyen identidad, otorgan poder, potestad que muchas veces define quienes somos, qué s...