Irene y el Ave de Fuego

By AnthonyTesla

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Una vieja historia que Irene piensa que es sólo algo para entretener a los niños toma una mayor importancia d... More

Capitulo I: Un Viejo Cuento
Capitulo II: La Hija del Loco
Capitulo III: Brilla Estrella, Brilla
Capitulo IV: Despertando
Capitulo V: De un Cuento a un Hecho
Capitulo VI: La Espada y la Pluma
Capitulo VII: Liberación
Capitulo VIII: La Noche de las Antorchas
Capitulo IX: Dos Tierras
Capitulo X: Ciudad de Esperanza
Capitulo XI: La Huida
Capitulo XIII: Espejos
Capitulo XIV: Emboscados
Capitulo XV: Valor Sobre Poder
Capitulo XVI: Lo Que No Podemos Cambiar
Capitulo XVII: Las Altas Esferas
Capitulo XVIII: Sangre Joven
Capitulo XIX: Ingenuidad
Capitulo XX: Culpables
Capitulo XXI: Ave de Plumas Ocultas
Capitulo XXII: Recordar y Recontar
Capitulo XXIII: Sobre Hielo Delgado
Capitulo XXIV: Miedos

Capitulo XII: Entre la Flecha y la Nieve

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By AnthonyTesla

Corría con Irene cargada en hombros, en medio de la oscuridad de la noche, y con copos de nieve cayendo de poco a poco, con un dificultado paso en un espesor blanco que se teñía a gotas de un rojo aquí y allá por la herida de una joven mujer.

Y las flechas no se detenían.

—Está cerca —pensó, al oír el sonido de una de las saetas cruzar cerca de su cabeza, y enterrarse en el tronco de un árbol.

Los caballos, las provisiones, todo lo había dejado atrás; no había tiempo para preocuparse de esos detalles, el objetivo principal era huir de esa amenaza inminente.

Aleksei casi tropezó con una raíz gruesa conforme bajaba de la colina; Irene gimió, sus ojos se estaban cerrando poco a poco, y si perdía más sangre, no tardaría en perder la consciencia.

O peor.

—Irene, ¿me estás escuchando?

—S-sí —contestó, con apenas energía en su voz.

—No te preocupes; saldremos de esta.

Bajaron la colina, y se sumergieron entre la espesura de los árboles del bosque nevado; era un poco una apuesta: era un lugar de difícil movimiento, en el que no cualquiera podría ingresar, en medio de la negritud de un cielo de invierno, y sería posible perder a un atacante, mas también implicaría encontrar un peligro inesperado.

La moneda estaba en el aire, y conforme Aleksei escuchó acercarse a alguien, supo que debía apostar de un modo u otro.

Él tenía todavía en el interior de su saco una daga para ocasiones peligrosas; era útil para el combate cuerpo a cuerpo, y él mismo no era un mal guerrero: era tradición desde que el comienzo de la dinastía que los futuros herederos a la corona fueran entrenados en artes belicosas, y sin duda él sabía que tenía una oportunidad si es que la lucha fuera en otras circunstancias

Pero con Irene en su condición, y sin poder ver mucho más allá de su nariz, no era una opción muy sensata.

Tendrían que ocultarse.

Aleksei encontró un arbusto espeso y grande; no parecían haber cuevas o cavernas, así que no existía otro posible refugio aparte de ese; el casi tropezar con esa rama le había lastimado un poco el pie, y sus piernas se empezaban a sentir cansadas por tratar de moverse debajo de tanta nieva.

Ambos se ocultaron.

—¿Aleksei, dónde estamos? —Irene preguntó.

—Silencio por favor —le respondió—. Está demasiado oscuro, no podrá ver el rastro de sangre.

Pero sus ojos se asomaron al exterior, y notó que de pronto, una pequeña flama empezó a brillar.

—Tiene una linterna —pensó, tras tragar un poco de saliva.

—¿Qué? ¿Entonces..?

—Irene, si pudieras...ya sabes, hacer algo con eso de la pluma del ave de fuego, uno de esos milagros raros...créeme que éste sería un momento más que indicado.

Pero ella no parecía siquiera seguir el rastro de la conversación; estaba debilitándose, y su condición no iba a mejorar pronto.

—La pluma...

—No hay tiempo —Aleksei suspiró—. Él hombre se acerca...

Él seguiría el rastro de sangre, las pocas gotas rojas que resaltaban tanto en el pálido del suelo cubierto; si tenía un arco y flechas, podía deducir que se encontraban en ése gran arbusto, y dispararía, y serían heridos.

Debía adelantarse, aún si fuera demasiado muy audaz.

—Quedate aquí por favor —Aleksei le pidió a Irene.

Desenfundó la daga, y con más valor qué inteligencia, se lanzó hacía el misterioso atacante.

Él sujeto se defendió del golpe del hierro con el arco; la sorpresa fue tal, que dejó caer la lampara para usar ambas manos para contener el impacto.

—¡Carajo! —se quejó al ver la luz de la flama apagarse.

El propio Aleksei no podía ver mucho tampoco, pero al menos había dejado a oscuras a su perseguidor, y ubicando su posición en el espacio, pateo en el área de las pantorrillas y lo hizo caer.

—Vamosvamosvamosvamosvamos —se decía incesantemente, corriendo en dirección hacía los arbustos.

—¡Aleksei! —Irene exclamó.

—Después habrá tiempo para explicaciones, ¡por ahora, a correr! —dijo, sólo percatándose del hecho que ella en realidad no le preguntó cosa alguna ni le pidió explicaciones.

La tomó de nueva cuenta y la posó sobre su espalda, y con la mayor velocidad que sus piernas pudieron darle, corrió hasta perderse.

O eso creyó.

Pero aunque estaba en mejores condiciones sin duda que la joven mujer bajo su cuidado, herida por una flecha y cada vez más entrada en la inconsciencia, él empezaba a resentir el cansancio, y el frío.

—Aleksei, para —murmuró Irene.

—No podemos —replicó al tiempo que saltaba un tronco hueco y seguía su camino—. Esto fue un recordatorio: estamos en peligro, en riesgo constante, ¡no podemos detenernos!

—Pero estás cansado.

—No, no lo estoy.

Sí lo estaba, y mucho, pero su estado no era importante: el de Irene sí.

Finalmente, Aleksei resintió la fatiga a un punto en el que le era imposible ignorar; cayó de rodillas, casi vencido, no por un atacante en medio de la noche, sino por su propio cuerpo, agotado, al borde de colapsar. El siquiera tratar de poner su frente en alto parecía un acto digno de Hércules para ése punto.

—Aleksei, vamos...—Irene susurró, con ambos sabiendo que esas parecían ser las palabras más débilmente dichas por cualquier boca en cualquier lugar, y en cualquier momento en que ambos se hayan encontrado.

—¿Qué pasa? —Aleksei preguntó.

—Tienes que admitirlo: estás cansado.

Y Aleksei sonrió; mucho esfuerzo para eso, pero lo hizo, porque valía la pena.

—Bien, es verdad: estoy cansado.

La nieve comenzó a caer con más fuerza; el viento se hacía escuchar azotando las ramas, y chiflando como una jauría de lobos: eran sus presas, y su depredador, una bestia invisible pero ruidosa, y más mortífera qué lo cualquier animal pudiera ser.

Sin darse cuenta, ambos cerraron los ojos, esperando que si todo se acababa ahí, al menos que fuese de un modo tranquilo y sereno, sin sufrimientos ni penas: era mejor irse en una dormitada y un sueño que bajo el filo del arma de alguien.

Y entre la frontera de la consciencia y la inconsciencia, ambos pudieron casi jurar escuchar dos sonidos: uno, el de pisadas acercándose, y el segundo, de una voz.

¿Era acaso el arquero? ¿Los había encontrado? ¿Cómo había sido posible? Ni siquiera tenían la energía para abrir los ojos una vez más y verificarlo de manera propia.

Hubiera sido mejor irse en el último descanso, pero si estaba él frente a ellos, dispuesto a atacar, no se podía hacer cosa alguna para encontrar remedio.

Esperaron el filo de la flecha, de una lanza, de una espada, cualquier cosa: sentían ese pulso tan cercano y ni siquiera había hecho contacto con sus pieles.

Pero no sucedió, y no parecía ocurrir.

Finalmente si sintieron algo: un amarre, algo en sus cinturas había sido colocado, y poco después, ambos fueron cargados hacía una estructura dura: parecía ser madera.

“¿Era un trineo?” ambos pensaron al mismo tiempo; no podían dormir, no con ese riesgo, pero mantuvieron la mayor parte del tiempo de ese trayecto con los ojos cerrados.

El viaje acabó, y fueron cargados, primero Irene, y después Aleksei, al interior de lo que, en un breve vistazo, parecía ser una sencilla cabaña de madera.

El camino había sido largo, y el descanso logró que Irene recobrara un poco de energías; no eran suficientes como para que pudiera ponerse en pie, pero si para recuperar algo de consciencia, y de lo que estaba pasando a su alrededor.

—¿Quién es...?

—Santo cielo, ¿quién te hizo esto? —escuchó de voz de una mujer; joven, pero mayor qué ella, quizá por unos cuatro o cinco años.

Logró notar un poco de su indumentaria: sobre ella, pieles gruesas, castor u oso podría ser. Sus manos lucían duras y curtidas, más aún qué las de ella. Sea cual sea su actividad u oficio, parecía ser uno de mayor esfuerzo físico qué a lo que pudiera estar acostumbrada la hija del lechero.

—¿Dónde me encuentro? —le alcanzaron las fuerzas para preguntar.

—Tranquila querida —contestó esa mujer—. Guau, no sé que hayan estado haciendo tú y tu novio, pero...creo que se les pasó la mano.

Ella pensó que sin duda se estaba refiriendo a la flecha.

—¿Qué vas a hacer?

—Creo que lo más importante es tratar de quitarte eso.

Esa mujer le entregó un pedazo de tela grueso.

—¿Qué es ésto? —Irene preguntó.

—Por favor, muerdelo.

—¿Cómo?

—Sólo hazlo; será más sencillo así.

Irene seguía sin entender bien que sucedía, pero a pesar del miedo inicial, esos sentimientos se fueron disipando poco a poco; esa mujer, si bien contestaba con una voz gruesa y algo tosca, al mismo tiempo lucía abierta y confiable. Ella sabía que las apariencias engañan, y que tal vez no era prudente tomar tanta confianza con una desconocida, pero tampoco es como si abundaran las opciones en una dirección contraria, y en su estado, al igual que el de Aleksei, si algún daño les hubiera querido hacer, lo hubiera hecho para ése punto.

La joven herida mordió la tela.

Y comprendió pronto la intención de su anfitriona.

—¡Ay! —exclamó, o al menos, lo intentó.

Con la boca tapada, se limitó a morder con fuerza esas fibras, mientras sentía la flecha emerger de su cuerpo.

—Muy sangrienta sin duda —Irene escuchó—. Pero pudo ser peor; he visto heridas más profundas. Tienes suerte.

Irene quiso responder. Se le ocurrió que de tener tanta suerte, como esa mujer le informó, no hubiera sido herida en primer lugar. Pero no podía, ni lo deseaba: sería grosero para alguien que bien pudiera haberle salvado la vida.

Y entre tanto, el atacante se encontraba herido; no al grado de aquellos a quienes vio como sus victimas, pero cualquier pequeña dificultad corría el riesgo de volverse grande si empezaba a nevar con mayor fuerza,

—Fyodor, ¡maldito viejo ebrio! —escuchó su nombre conforme daba pasos lentos y cojeantes hacía una zona elevada.

—¿Kiril? ¿Amigo, estás ahí?

En efecto; ahí se encontraba, abrigado exceptuando la cabeza, y montando en un caballo.

—No puedo creer que de hecho viniste por aquí.

—¡Los vi! ¡Están cerca! ¡No pueden estar lejos! ¡Logré herir a la jovencita!

—¡Deja de decir tonterías! ¿Qué no te das cuenta de lo riesgoso que es salir con un clima así?

—¿Qué? ¿Te interesa mi vida?

—Me interesan las catorce monedas que me debes por aquella apuesta. ¿Y qué carajos te pasó? ¿Te caíste o algo?

—El chico me golpeó, ¡luchó conmigo! ¡Vamos, qué no entendés que estoy diciendo la verdad!

—Sólo sé que quizá bebiste demasiado cuándo te vi salir del bar.

—Fui a preguntar a varios lugares, a diferentes posadas, ¡y en una de ella me dijeron que había dos tales y como los describen! ¡El príncipe fugitivo y esa chica campesina! ¡Se fueron y casi los atrapo!

Pero parecía que entre más energético Fyodor trataba de transmitir su mensaje, Kiril lo recibía con mayor indiferencia.

—Sólo regresemos al pueblo, antes de que me pongas en riesgo a mi también —Kiril dijo.

Mas Fyodor tuvo una gran idea.

—¡Espera! ¡Ya sé! —exclamó.

—¿Qué cosa?

—¿Quieres que salde la deuda? ¿Y con creces?

—Para este punto, sólo quisiera que finjas recordarlo en lugar de seguir hablando de tus cuentos extraños.

—Escucha, sé algo: esos dos chicos, dejaron dos caballos en una colina cercana, y creo que algunas de sus posesiones. Con eso te pagaré.

—¿Se trata de otro truco, Fyodor? —Kiril preguntó, con algo de duda, pero al mismo tiempo captado por la sugerencia de su amigo.

—Sé dónde se encuentra, ¡sólo sigue mi señal! ¡Vamos! ¡Con sólo uno de los caballos es tanto que tú deberías estar en deuda conmigo!

Kiril vio una oportunidad: siempre gustaba de hacer un buen negocio, y ése parecía demasiado bueno para ser cierto, pero Fyodor lucia convencido. Algo, aunque sea un poco de autenticidad debían contener sus palabras.

Y lo guió hacía la colina; la fogata aún se encontraba encendida, y en ella, dos caballos de vigorosa apariencia.

—Parece que no mentías —Kiril pronunció tras bajar del suyo.

—¡Te lo dije!

Y Kiril vio una bolsa de piel barata y algo maltratada; la tomó, y examinó su interior: en ella, algo contrastante fuertemente con la apariencia exterior.

—¿Monedas? ¿De oro? —dijo, anonadado e incrédulo.

Las examinó más de cerca: no eran falsificaciones, eran en efecto del dorado material.

—¿Y qué piensas? —Fyodor lo cuestionó—. Dime, ¿acaso cualquier campesino viene cargado con esa cantidad de dinero? ¿Con dos caballos jóvenes y saludables?

Aunque no eran pruebas contundentes, el caso de Fyodor estaba ganando puntos.

—¿Dices...qué los viste cerca?

—No pudieron ir muy lejos; alcance a herir a una. Es posible incluso que ambos estén muertos, así que bien podríamos ir a buscar sus cuerpos.

—No, no —Kiril replicó, sin perder de vista la moneda entre sus dedos, aún sin poder creer que era un objeto autentico—. No ésta noche, ya es algo tarde, y necesitas descansar.

—Pero...

—¡No estoy diciendo que te creo, idiota! Pero aun si fuese así, no podríamos empezar en este momento; tomaré los caballos, puedes subir en uno, pero son de mi propiedad, y...tal vez haya algo de cierto en toda esa palabrería que escupiste.

—Juro que es la verdad.

—Puede ser —susurró Fyodor, poniendo la moneda en su bolsillo, y la bolsa tras su espalda—. Puedo conseguir a un grupo de gente entre los bares que nos puedan ayudar...no hay muchos lugares por aquí dónde pudieran esconderse, y si los heriste como dices, no creo que hayan podido escapar muy lejos: menos aun a pie.

Alistó los caballos y esas pertenencias, y regresaron a la ciudad; en el día siguiente sería cuándo se encuentren con su oportunidad.

El día siguiente llegó, mas con él no lo hizo la luz del sol; se encontraba oculto bajo las espesas nubes de la temporada.

Irene dio algunos pasos al exterior, con una cobija entre hombros, y vendajes en la zona herida: aún la resentía, pero por lo menos sentía que esa penumbra en la que casi caía se había alejado.

Por ése instante.

En las afueras, encontró a la mujer, y pudo verla de pie, y con mayor atención: su piel era de un tono olivo, y su cabellera corta y castaña, de un tono casi como del cobre; era alta, y su porte era tan imponente casi como el de un militar.

—¡Oh, amiga! —exclamó al escuchar sus pasos por sobre una rama crujiendo—. ¡Veo que te encuentras mejor!

—Muchas gracias...eh...

—Katar, mi nombre es Katar. ¿El tuyo?

—Irene, y el chico que iba junto a mi se llama...eh...Aleksei

—¿Se llama “Ehaleksei”?

—No: es Aleksei, perdón, titubé.

—De verdad, ¿qué estaban haciendo? ¿Una flecha? ¿Así es cómo los chicos de ahora se reúnen en citas?

—¡No, va! ¡Él no es nada mío! Viajábamos juntos...rumbo a la capital y creo que algún cazador nos confundió y...henos aquí.

—Bueno, soy la última en poder criticar eso de estar en lugares remotos y alejados de todo.

—Muchísimas gracias. No sé dónde estaríamos, ni que sería de nosotros si no hubieras estado ahí para ayudar.

—De vez en cuándo me toca ver viajeros perdidos, muchos son comerciantes, otros peregrinos, y luego están...

—Hablando de estar —Irene interrumpió—. ¿Dónde está...?

—¿Tú amigo? Del otro lado de mi cabaña.

E Irene de inmediato fue en su búsqueda; encontró a Aleksei sentado en un medio tronco, silencioso, y reflexivo, viendo hacía un bosque cubierto de blanco sobre blanco.

—Hola.

—Oh, gracias al cielo, veo que estás mejor —el príncipe contestó, yendo a su encuentro—. ¿Cómo va tu herida?

—Prefiero no verla; dicen que no es tan mala como creí pero sigue siendo algo que me impresiona un poco.

—Lo importante es que sigues...ya sabes...

—¿Con vida?

Aleksei desvió su mirada.

—Te he metido en riesgos demasiado grandes —él comentó.

—Sabíamos que los habría: yo sabía que no sería un paseo en el parque.

—Yo lo sé, pero creo que estás haciendo demasiado.

—Vaya que lo creo; tal vez lo hubiera pensado dos veces si me hubieran dicho desde el principio que sería atravesada por una flecha, pero al mismo tiempo...hey, es mejor qué estar en Ensk.

Irene dio su explicación con una sonrisa, y Aleksei respondió a ella riendo un poco; pensó que debía tratarse de un chiste, algo para intentar hallar el lado positivo a algo que pudo haber acabado en tragedia.

Él no podía comprender que ella estaba hablando con más seriedad qué con deseo de hacer una broma.

—Le estamos profundamente agradecidos —Aleksei dijo a su anfitriona, con los tres refugiados en la cabaña y alrededor de una caldera, lejos de una tempestad que había estado comenzando a golpear el exterior.

—No tienen que hacerlo; es lo menos que alguien puede hacer por otro, además, no tengo demasiados visitantes.

—¿No está cerca de la ruta hacía la ciudad? —preguntó Irene.

—Sí, pero aunque muchos pasan, realmente pocos se acercan al bosque. ¿Pueden culparlos? Si la mitad acabaran como ustedes casi acaban, ¿no es posible entender porque no quieren alejarse del camino principal?

Irene y Aleksei se silenciaron, y por un instante, se sintieron apenados.

—No, disculpen —dijo Katar—. No quise que eso soñara como un regaño; es...más qué obvio que no veo demasiadas personas.

—Yo la comprendo —Irene contestó—. Yo soy de un pueblo pequeño al oriente, y casi nadie va por ahí: hay muchas personas sí, pero la mayor parte del tiempo estoy muy ocupada como para realmente hablar con alguien.

—Al menos tienes a alguien.

—Un amigo...creo que es mi único, aunque no pudo venir, y...

—¿No pudo venir? ¿No es él? ¿Aleksei, dijiste?

—¡Oh, claro, claro! —Irene corrigió lo incorregible—. Sí...Aleksei es...un amigo.

—Aunque ambos tienen acentos diferentes; muchacho, ¿eres de la capital?

—Sí...bueno, viví mucho tiempo ahí, así que supongo que eso debe ser —Aleksei justificó.

—Lo que llama la atención aquí es un poco...usted —Irene intervino.

—¿Por qué?

—Una mujer sola, en medio de la nada, y creo que parece que se las puede arreglar solas.

—Querida, una siempre se las debe de arreglar solas: en parte por gusto, y en parte por obligación.

La mujer volteó a un rincón de su hogar por unos segundos; pocos, pero notables.

—De nuevo, le agradecemos todas sus atenciones —Irene habló—, pero lo mejor sería si retomáramos nuestro camino.

—No se los aconsejo; el clima no es muy bueno como para pensar en viajar, menos aún para una mujer que está herida.

—Es verdad —Aleksei concordó—. Además, ¿Irene, puedo preguntarte algo? —susurró.

—¿Qué pasa?

—Perdimos prácticamente todo: no tenemos caballos, no tenemos dinero. Esto es más todavía qué una pequeña dificultad, y hasta tengo miedo de decir...¿Irene, todavía tenemos la pluma?

Irene buscó dentro de su abrigo; en el bolsillo, la sintió.

—Sí, al menos todavía tenemos eso —contestó.

—Bien...es un inicio.

—¿Sucede algo, muchachos? —Katar inquirió.

—Sólo discutíamos las condiciones de nuestro, ejem, viaje. Aleksei aquí y yo estábamos pensando y no quisieras ser una molestia para usted.

—No lo son, además, tan sólo miren por la ventana: no es que sea una opción, podrían morir.

—Creo que es un poco exagerado, ¿no?

Irene se levantó, se dirigió a una ventana, y apenas pudo dar un vistazo al exterior: la nieva y la escarcha se estaban acumulando, y logró al menos notar algunas ramas movidas violentamente por ventarrones ocasionales.

—Pues se ve mal, pero los he visto...

Y un objeto rompió el cristal, ingresando en el interior de la cabaña: los tres se pusieron a su alrededor.

—¿Una paloma congelada? —Aleksei hizo notar.

—...bien...puede que tenga un punto ahí —Irene agregó.

—Voy a traer algo de madera para tapiar esa ventana —Katar avisó—. Chicos, yo que ustedes no me tomaría muchas prisas, porque aunque parezca tranquilo en ocasiones, se puede volver peligroso.

A pesar de la frustración, tendrían que esperar.

Quien no estaba esperando para buscar a su objetivo, era otra persona.

—¿Tan temprano y bebiendo, muchachos? —Kiril dijo, ingresando a un bar dónde tenía un contacto o dos con personas de dudosa reputación.

—¿Qué quieres imbécil? —alguien le cuestionó.

—Necesito a algunos de ustedes para un trabajo.

—¿Para cuándo lo necesitas? —otro parroquiano preguntó.

—Lo más pronto posible, si es que se puede.

—¿En medio de esta nevada? ¿Has perdido la razón? —una tercera voz se expresó —. ¡Ni aunque me pagues en oro!

—¿Están seguros muchachos? —Kiril se acercó a una mesa desocupada, tomó una bolsa, y dejó caer su interior: muchas monedas, todas de oro, una sería suficiente para pagarle la comida de un mes a cualquiera que se ofreciera —. Porque eso pudiera arreglarse, si es que llegamos al acuerdo indicado.

La actitud de los presentes cambió: de burla a desprecio, a una completa atención.

—Así me gusta más —se dijo Kiril, confiado y sonriente—. Pero por supuesto, no tenemos que empezar necesariamente ahora, esto requerirá algo de inteligencia, planificación, ¿alguien tiene un mapa de los alrededores?

Uno de los clientes sacó uno, y de inmediato corrió hacía Kiril, y lo expuso en otra mesa cercana.

—Tendremos que examinar muy bien el área; sé que nuestras presas no deben estar lejos, aún en el caso en que sigan vivas. Tres monedas de oro a cada voluntario, y dos caballos para quien los encuentre. ¿Están conmigo?

Todos los presentes alzaron sus manos, algunos incluso ambas.

—Véanme en la puerta occidental del pueblo en una hora. Necesito los mejores, no quiero cargar con inútiles que puedan atrasarnos —advirtió.

—Pero espera, Kiril —un último parroquiano hizo notar su inquietud—. ¿Quién es nuestro objetivo?

—Yo mismo no estoy seguro si es que sea verdad...o que realmente sea algo posible.

—¿Entonces, por qué arriesgar nuestro cuello? ¿Cómo vamos a ponernos en peligro si ni siquiera sabemos por quién vamos?

—Son completamente libres de rechazar mi propuesta, si es que no les interesa el pago —Kiril tomó sus monedas, las recogió de nueva cuenta en la bolsa, y dio media vuelta—. Pero...si de verdad alguien está interesado —dijo, volteando su rostro en la puerta—, ya les dije dónde me pueden encontrar.

Y salió. Quizá no todos responderían el llamado, pero los que lo hicieran, estarían muy involucrados.

N/A: Mis más grandes estimaciones a los que siguen esta historia. Voy a buscar concluirla y seguirla, sólo pido paciencia dado que, tengo otras oportunidades de escritura en puerta y necesito priorizarlas frente a esta; eso no quiere decir que me olvidaré de esta historia, pero que los periodos de actualización van a ser algo infrecuentes por un tiempo.

Shalom camaradas y nos vemos la siguiente entrega.

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