Mitades perfectas [publicado...

Da _mydandelions

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Brenda es la típica muchacha rebelde de Nueva York. Fiestas por aquí, fiestas por allá. Hace un mes terminó l... Altro

Prefacio
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Da _mydandelions

 Los siguientes tres días los pasé encerrada. Salía por las tardes a recorrer el castillo y nadie me lo impedía, solo paseaba por los pasillos solitarios y caminaba por los grandes jardines. Los Bourque me permitieron desayunar, almorzar y cenar en mi habitación a solas, ya que aún estaba afectada por el jet lag e ingería las comidas con diferentes horarios. De a poco me iba a acostumbrando, pues Nenna siempre me despertaba a la hora promedio en que todas las demás personas lo hacían.

Sean aún no me había llamado y eso me tenía bastante decaída. No sabía si nuestra relación podría seguir adelante o quedaría estancada en esa llamada de despedida en el aeropuerto de Nueva York. Estaba segura de que seríamos capaces de continuar con la relación si nos lo proponíamos, pero todo recaía en él, pues había sido su idea tomarnos un tiempo para pensar y debía ser él quien hiciera la primera llamada. Si fuera por mí, yo ya la hubiera hecho y hubiéramos tenido una conversación vía Skype.

En una de mis múltiples caminatas por el castillo, escuché conversaciones entre la reina y el rey. No me permitía quedarme a oír, pero siempre eran sus voces. Personalmente, no entendía cómo el rey Richard podía soportar a alguien tan frívolo como la reina Lucinda.

El cuarto día, sin embargo, no pude elaborar la misma rutina. Luego de que Nenna hubiera retirado la bandeja de desayuno, Seleste entró a mi habitación con un chillido.

—¡Buenos días, prima pequeña!

—¿Qué quieres? —pregunté con desdén.

Aún estaba de pijama y pretendía mirar alguna película. No estaba en mis planes que mi prima irrumpiera en mi nueva habitación. En lo absoluto.

—Hemos sido invitadas junto con los Bourque a un club privado —expresó con emoción—. ¿No es genial?

—No lo sé. ¿Lo es? —estaba hablando con aburrimiento para que captara que no tenía ganas de hacer nada ni hoy ni nunca.

—Sí. —Cerró la puerta—. Ahora te pondrás un bikini, un lindo vestido y estarás lista para salir.

Como era de esperarse, entró al armario y comenzó a rebuscar. Hablando del armario, todavía no había comprobado que toda la ropa no fuera rosa.

Salió de allí con un vestido celeste claro y sandalias de plataforma blancas. Iba a negarme —como siempre—, pero ella sacudió su cabeza antes de que pudiera pronunciar palabra. Como me había dado una ducha la noche anterior, solo me puse el maldito vestido mientras ella reparaba en una revista del lote que Nenna dejaba todas las mañanas. Yo le había dicho que no hacían falta, ya que yo no las leía, pero ella afirmó que eran órdenes de la reina y no podía desobedecer.

—¿Cómo demonios se ponen estas cosas? —pregunté tratando de descifrar cómo poner mis pies dentro de esos zancos.

Seleste se echó a reír y se acercó a socorrerme. Las sandalias no eran demasiado empinadas, pero tenían bastante plataforma, lo que quería decir que me harían más alta y me sería difícil caminar. Solo había usado tacones un par de veces cuando mamá me llevaba a alguna cena importante en el club del que ella era socia. No era buena, aunque sabía cómo disimularlo bastante bien.

Sujetó mi tobillo y lo pasó por adentro de la sandalia, luego agarró las tiras que quedaban sueltas y las ató alrededor de él.

—Ahora intenta hacerlo tú sola con el otro pie —ordenó.

Hice lo que me dijo e imité sus movimientos anteriores. Metí mi pié en la sandalia y luego até la tira que quedaba suelta alrededor de mi tobillo. Vaya, finalmente no era tan difícil. Seleste estiró su mano para ayudarme a levantar. Con su ayuda, agarré su mano y me impulsó hacia arriba, esbozando una sonrisa cuando nuestros ojos se encontraron a la misma altura.

—Genial, ahora déjame hacer que tu cabello luzca más prolijo y presentable.

Caminé hacia el tocador con la poca confianza que me quedaba. Mi prima no hizo ningún comentario, así que supuse que no lo había hecho tan mal como yo pensaba. Me senté frente al gran espejo y ella se colocó detrás de mí. Esta vez le costó menos trabajo desenredarlo. Cepilló y usó la plancha de pelo para emprolijar mis ondas. Luego me perfumó, aplicó rímel y dejó el resto de mi cara libre de maquillaje.

Me dio un bolso pequeño que tenía un lazo largo y me la colgué al estilo bandolera, guardando en ella mi celular y un poco de los euros que me habían otorgado el primer día. Cuando salimos de la habitación, los tres hermanos Bourque estaban afuera con Lynn. A mi lado, Seleste dejó salir un suspiro que pareció desalentador, algo que era muy extraño en ella.

—¿Por qué ese suspiro? —pregunté a regañadientes.

—Marco. Él dijo que vendría. Parece que nunca tiene tiempo para mí últimamente. —se cruzó de brazos y su labio inferior se curvó ligeramente.

—Tal vez esté trabajando, Sel.

Giró a mirarme con una cara de pocos amigos.

Oh, vaya.

—Él es el primo de los Bourque y trabaja en el mismo lugar que Alaric. ¿Tú ves a Ric en su oficina?

Como una tonta, giré a ver al príncipe mayor, quien se encontraba abrazando las caderas de su futura esposa mientras se daban besos y sonreían. Cuando volví a ver a mi prima, ella lucía un tanto triste.

—Oye, quizá haya una razón, ¿sí? Diviértete ahora y luego puedes llorar tranquila o, mejor, conversar con él, pero por ahora no te desanimes. —Puse una mano en su hombro con torpeza.

Se giró para verme con una expresión de incredulidad en su rostro, aunque después me brindó una ligera sonrisa.

—¿Tú dándome consejos a mí? —preguntó retóricamente—. ¿Quién lo hubiera pensado?

Solo le di una sonrisa.

—¡Vamos, chicas Morel! —exclamó Jacqueline—. ¡Queremos largarnos de aquí!

Seleste y yo reímos, dirigiéndonos hacia ellos. Mis pasos todavía eran torpes, así que caminé de manera lenta, causando otras risas. Entretanto, los demás se acercaban a los coches, el príncipe Evan me esperó.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó divertido.

—La única solución sería quitarlos, pero un poco de ayuda sería muy bien recibida —reí entre dientes.

Ofreció su brazo izquierdo con una sonrisa y me sujeté de él con confianza, pues era eso lo que él me inspiraba. Ahora, con estos tacones, tenía su misma altura y podía caminar con un paso más ágil teniendo su cuerpo pegado al mío. Ese pensamiento provocó que me sonrojara; Evan era muy atractivo y una parte de mí tenía debilidad por sus buenas pintas, pero debía recordar el hecho de que había otro hombre esperándome en mi verdadero hogar, uno con el cual todavía no tenía las cosas resueltas.

Hicimos el viaje de la misma manera que la vez anterior. La menor de los Bourque dijo que no haría un viaje silencioso otra vez, así que conectó su celular al equipo de música.

A causa del poco tránsito ese día en Goldenwood, llegamos antes de lo esperado al club privado. Había autos por demás y gente por doquier, pero no me dejé intimidar. El príncipe nos escoltó hacia adentro. Un hombre estaba controlando la entrada y Evan no parecía siquiera amagar para detenerse y mostrar su identificación; después de todo, él era el príncipe del lugar. El hombre nos detuvo de todas maneras.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Jacqueline.

—Ustedes pueden ingresar, pero ella no. —Me apuntó con su índice—. No si no es socia.

—Disculpe, pero fuimos invitados y ella viene con nosotros —aclaró Evan.

—No me importa. No es socia, no entra.

El príncipe iba a volver a decir algo, pero su hermana levantó la mano y luego subió sus gafas de sol hasta su coronilla, regañando con la mirada al hombre que era, por lo menos, veinte años mayor que ella. De cualquier manera, eso pareció intimidarlo sutilmente.

—Está ofendiendo a mi amiga, a mi hermano y a mí. La señorita Morel ha viajado desde América para pasar un buen rato y usted se lo está obstruyendo. Así que, por favor, hágase a un lado y déjenos pasar —musitó con voz firme y tranquila al mismo tiempo, sonando más madura.

El aludido abrió los ojos cuando ella mencionó mi apellido y se corrió al instante, murmurando un «lo siento» por lo bajo. Cuando estábamos lo suficientemente lejos de allí, Jacki y Evan comenzaron a reírse entre sí. Yo todavía estaba confundida.

—¿Por qué todo el mundo reacciona de esa manera cuando escuchan mi segundo apellido? —pregunté ignorando sus risas.

Evan se puso algo rígido a mi lado y ambos dejaron de reír. Jackie me dio una sonrisa serena antes de hablar.

—Tu abuelo es el duque, Brenda. Es normal que la gente reaccione así.

—Ya... —musité—. A veces lo olvido.

—Entiendo —dijo simplemente.

En un silencio cargado por una extraña tensión, nos adentramos al club. Que, por cierto, era gigante. Había varias piscinas, canchas de diferentes deportes (pero en su mayoría de tenis) y lo que parecía una mansión. Según Jackie, era un «refugio» donde tenían un gran patio de comidas y algunas habitaciones en el segundo piso, para cuando las personas querían quedarse a pasar la noche. Los niños tenían su propio espacio para jugar y había sectores separados por intereses y edades.

Nosotros fuimos a un sector en el cual no había mucha gente, pero las edades oscilaban de 20 a 30 años. Por supuesto que a Jacqueline y a mí no nos interesó, ingresamos allí de igual manera. Nos ubicamos en una mesa redonda que tenía una sombrilla arriba para que no nos molestara el sol. Seleste y Lynn ya se habían quitado sus ropas y andaban solo en traje de baño. Jackie, por su parte, se había sacado su camiseta y yo aún seguía con el vestido celeste. No sabía de qué estaban hablando, pero tampoco me interesaba. Me deshice de los zancos y caminé dentro del pequeño (pero igualmente lujoso) bar.

Algunas personas estaban teniendo un aperitivo, mientras otras solo tomaban un trago. Yo necesitaba emborracharme, sentía que desde décadas atrás no lo hacía y todo el estrés que estaba sintiendo por estar en Goldenwood me estaba impulsando a hacer cosas que no debía.

—¿En qué le puedo servir, mademoiselle? —preguntó el mozo.

—Quiero algo fuerte. Vodka —decidí.

Él me miró divertido.

—¿Puedo ver tu identificación?

—No la tengo aquí, pero todo el mundo está usando mi apellido para favorecerme. Así que, soy «la señorita Morel».

Sus cejas se alzaron al momento.

—¡Ah, señorita Morel! —pronunció con asombro—. Lamento no haberla reconocido. Disculpe, un Vodka en camino.

Le sonreí encantada.

Cinco tragos más tarde, yo apenas si podía hablar y cada cosa que el mozo decía me hacía reír. Tenía el sexto en mi mano, pero ni siquiera tenía la suficiente fuerza de voluntad para levantarlo y llevarlo a mis labios. Él volvió a reír por mis acciones y yo reía por su risa. No podía parar. Todo me resultaba divertido, incluso cómo las cosas a mi alrededor giraban sin parar o se veían borrosas. Eso era lo que me gustaba de estar ebria; el mundo se veía diferente, no era el mismo.

—¿Brenda? —alguien llamó detrás de mí.

Giré un poco mi cabeza para encontrarme a Evan caminando hacia mí con el entrecejo fruncido. Esbocé una sonrisa perezosa y el medio de su cejas se juntó aún más.

—¿Estás bien? —preguntó con preocupación.

Je suis ivre —contesté sin vergüenza.

Estoy ebria.

Me miró con asombro.

—¿Ebria? —asentí con una risita—. ¿Y hablas francés? —preguntó aún si creerlo, cuando me había escuchado.

Oui, sexy —afirmé y volví a reír.

—Dios mío —suspiró.

De ahí en adelante, todo me pareció tan borroso que apenas si lo recordaba. Escuché la voz de Alaric preguntando «qué demonios había pasado» y Evan dándole respuestas. También dijo que ahora yo era su responsabilidad, así que debía encargarse de sacarme de allí sin que nadie notara que yo estaba borracha. Evan me cargó al estilo novia y salió conmigo en brazos, pues se me bajó la presión.

Luego sentí que estaba en un asiento cómodo y mi cara apoyada en un pecho duro y firme, con un olor exquisito rodeándome constantemente. Escuché las voces de Evan, Alaric y Jackie en ese entonces, pero mis párpados pesaban tanto que no podía levantarlos. Muchas palabras y acciones pasaban alrededor de mí, sentí que nos movíamos, pero no tenía ni la más mínima idea de dónde estaba. Solo podía concentrarme en los brazos que me rodeaban y el rico aroma con el que mi nariz se deleitaba. Con eso en mente, sentí que cada vez estaba más inconsciente, hasta que para mí todo fue negro y extrañamente placentero.

Cuando volví a cobrar consciencia, estaba acostada sobre algo muy suave y cómodo. Abrí los ojos con lentitud, para darme cuenta de que estaba acostada en mi cama, aún llevaba puesto el vestido celeste y las sábanas y el edredón cubrían mi cuerpo. Me incorporé de golpe, provocando que mi cabeza comenzara a punzar. Me llevé las manos hacia ambas sienes y cerré los ojos, tratando de aliviar el dolor. En el momento en que los abrí, salí lentamente de la cama y algo sobre la mesa de noche llamó mi atención. Era un vaso con agua, dos pastillas y una nota. Frunciendo el entrecejo con confusión, la levanté:

«Toma las dos píldoras y métete en la ducha. Cuando sean las seis y media, ponte el vestido que está en la silla del tocador y ve a mi habitación para que te peine. Esta noche hay una cena importante y debes estar allí.

Sel <3»

Tomé las píldoras y luego busqué la cartera que llevaba puesta, allí adentro estaba mi celular y necesitaba ver la hora. No la encontraba por ningún lado con la mirada y aún no me sentía lista para levantarme de la cama. Tampoco fue hasta que moví mis brazos y uno rozó con algo a mi costado, que fui consciente de que aún la tenía puesta. Lo saqué con fastidio solo para ver que eran las seis y debía estar lista dentro de poco. ¡Maldición! Había dormido una eternidad, o así era como se sentía.

Me metí en el baño para disfrutar de una ducha rápida y caliente. Cuando salí aún era temprano, así que decidí llamar a Candace. En Nueva York era mediodía y ella ya estaría despierta.

—¡Bren! —exclamó con felicidad al segundo tono.

Reí y recobré la alegría.

—¿Cómo estás Candie?

—Aburrida. Mis padres salieron y no tengo con nadie con quien pasar la tarde. ¿Qué hay de ti?

Le relaté los sucesos del día y mi actitud vergonzosa. La verdad era que no me arrepentía de haberlo hecho, necesitaba ver el mundo de la manera en que lo hacía cuando los cables de mi cabeza se desconectaban. Candace y yo conversamos hasta que le pregunté la hora y me dijo que eran las siete menos veinte minutos. Casi le cuelgo sin avisarle.

El vestido era color coral, con ese tono más naranja que rosa. Era de una tela muy fina, por lo que debajo venía con otra tela blanca para que nada se trasluciera. En la parte de frontal llegaba a unos cuantos centímetros por encima de mi rodilla, pero en el reverso terminaba al nivel de mis gemelos, casi como si fuera una cola. En la parte de la cintura tenía un lazo blanco antiguo que combinaba con los tacones.

Cuando toqué la puerta del cuarto de mi prima, ella me abrió con una sonrisa, pero había algo en sus ojos que demostraba nerviosismo. Entré sin decir una palabra, ya que aún mi cabeza andaba floja por los tragos de horas antes.

—Siéntate frente al tocador. Hay que estar en el comedor a las siete y media y has llegado tarde.

Puse los ojos en blanco e hice lo que me dijo. Comenzó a maquillarme y luego a peinarme. Esta vez mi mente estaba tan fuera de lo actual que ni siquiera me di cuenta de lo que estaba haciendo. Empecé a recordar mis palabras y acciones y me sentí avergonzada mientras lo hacía. Le había dicho a Evan que era sensual, practiqué el francés y también dejé que me tomara en brazos. Y, lo peor de todo, era que no lo había sentido como un error. ¡Por todos los malditos cielos! Aún estaba esperando la llamada de Sean. Era como si me estuviera dando por vencida y no me gustaba para nada.

—Estás lista. Vamos ya, no queremos llegar tarde.

Asentí distraídamente y tomé un momento para mirarme al espejo. Había vuelto a hacer el rodete con una trenza alrededor y me gustaba. Delineó mis párpados, rímel en mis pestañas, un polvo rosáceo en mis pómulos y un ligero brillo labial. Debía admitir, por más que odiara el maquillaje, que Seleste era buena en esto.

Caminamos en silencio hasta el castillo. Afortunadamente anduvimos por el sendero de cemento que nos llevaba allí, sino me hubiera resultado imposible caminar por el césped con los tacones enterrándose en él. Seleste llevaba una expresión que me preocupaba, no solo porque no estaba parloteando como siempre hacía, sino que tampoco irradiaba emoción y felicidad, que era propio de ella.

—¿Estará, ehm..., Marco en la cena de hoy? —aventuré a decir, tratando de que soltara algo.

Negó en silencio moviendo secamente la cabeza. Ni siquiera un amague de expresión. Nada.

En el comedor familiar, Alaric, Jacqueline y Lynn ya estaban ocupando sus lugares en la mesa. Mientras la menor de los Bourque revisaba su celular con aburrimiento, los futuros marido y mujer susurraban entre ellos en voz baja y se sonreían. Tomé mi lugar al lado de Jackie mientras Seleste lo hacía a mi otro lado. Un momento después, los reyes de Goldenwood y su hijo del medio hicieron su entrada. Evan tenía un semblante lúgubre ensombreciendo su rostro y evitó contacto visual con todos, cabizbajo. La reina emanaba cierta emoción que en su cara lucía un tanto tétrica, mientras el rey lucía serio.

Sin ninguna palabra, la cena fue servida por las personas de uniforme azul y blanco y, esta vez, el hombre moreno no presentó a Nenna y a Ninni; ellas ni siquiera aparecieron. Los mismos que situaron las bandejas sobre las mesas fueron los que nos sirvieron la comida.

La cena transcurrió en silencio, a pesar de que se suponía que era importante; todos estábamos bien vestidos y todavía no había palabra articulada. Era incómodo: sentía a mi prima tensa cada vez que nuestros brazos se rozaban y el príncipe frente mí apretaba con exagerada fuerza su mandíbula. Cuando todos terminamos, los platos ya habían sido retirados y esperábamos el postre, la reina golpeó suavemente su copa de vidrio.

—¿Puedo tener su atención, por favor? Tú, especialmente, Brenda.

—Aquí vamos —masculló Jackie.

—¿Qué sucede? —pregunté con curiosidad, intentando ser cordial.

No soportaba a la reina, pero tampoco podía dirigirme a ella como yo quisiera.

—No viniste aquí a aprender a ser una señorita particularmente, Brenda, sino a casarte.

¿Qué?

Seguro había escuchado mal.

Mis sienes comenzaron a punzar y había sangre rugiendo en mis oídos. De pronto sentía que la comida subía por mi esófago. Iba a vomitar, lo haría en cualquier momento.

—¿Disculpe? —pregunté en un hilo de voz.

—Tus padres no te lo dijeron porque creyeron más conveniente que nosotros lo hiciéramos. Cuando Alaric y Lynn regresen de su luna de miel, en aproximadamente tres semanas, tú y Evan se casarán.

Me miraba con su sonrisa de emoción y sus gestos de presumida, pero podía ver la frialdad en sus ojos. ¿Por qué ella no era como sus hijos y esposo? Amable y gentil. Se notaba que estaba disfrutando de darme las noticias que estaban a punto de arruinar mi vida.

—Mis padres no me harían algo así —dije con la voz quebrada y trémula—. Además, yo soy mayor de edad y no soy ciudadana de Goldenwood. No pueden obligarme a casarme, ni siquiera si mis padres firman por mí. No tendría validez.

Sin embargo, sabía que lo que decía no era del todo cierto. Ellos me habían enviado aquí con el falso motivo de ser una señorita. Me dejé por Sean y porque quizás me merecía el castigo luego de decepcionarlos. Pero ahora tenía conocimiento del verdadero motivo.

Arreglaron un matrimonio a mis espaldas. Por supuesto...

Lucinda negó con la cabeza, aún con esa sonrisa en sus labios.
—Eres mayor de edad en Estados Unidos, no aquí. Y sí eres ciudadana de Goldenwood, puedes chequear tu certificado de nacimiento y los papeles legales de tu ciudadanía si lo deseas, Richard tiene copias en su despacho. Aquí nosotros somos tus tutores legales, así que no tienes demasiadas opciones, Brenda querida. No te alteres, no debes preocuparte de nada, Seleste me ayudará con los planes de boda mientras tú te emborrachas en lugares públicos —manifestó ásperamente con dulzura fingida.

Vomitaría, era definitivo.

Y mi mandíbula estaba desencajada.

A mis padres nunca se les ocurrió decirme que tenía la ciudadanía goldenwoodense. Nunca. Siempre fui neoyorquina y siempre lo seré. Nacida y criada. ¿Y ahora los reyes eran mis tutores legales? ¿Desde cuándo? ¿Cómo se les había ocurrido a mis padres hacer todo esto a mis espaldas?

—Madre —intervino Evan con voz envenenada—, no le hables así.

La reina Lucinda sonrió aún más.

—Adorable. El príncipe defendiendo a su futura princesa. Esa es la actitud que quiero.

El rey Richard estaba cabizbajo con una expresión seria en su rostro. Él era un buen hombre, pero nunca se enfrentaba a su mujer en público, eso lo había comprobado con los pocos días que había pasado en el castillo recorriendo pasillos sin fin. Los escuché discutir, pero nunca cuando había gente alrededor.

—En exactamente dos semanas y un par de días —dijo la reina con una felicidad que sonaba y se veía perversa—, tú y Evan serán marido y mujer. Príncipe y princesa —escupió.

No pude soportarlo más; me levanté de un salto, provocando que la silla se deslizara detrás de mí haciendo un chillido horrible, y salí de allí rápidamente. Escuché la voz de Seleste y Evan llamándome, pero los ignoré. Me deshice de los horrendos tacones y corrí hacia el jardín.

Corrí, corrí y corrí hasta dejarme colisionar con un mural de ladrillos rojos. Apoyé mi espalda contra él y me dejé caer al césped, abrazándome a mí misma mientras lloraba sin consuelo. Estaba decepcionada y enojada, sin remedio. Mis padres estaban al otro lado del océano Atlántico, no podía decirles lo que sentía en sus caras y eso me provocaba todavía más impotencia.

Mis ojos se vieron atraídos hacia la derecha, donde estaba el gran portón de reja color negra. Mi llanto cesó, pero las lágrimas seguían fluyendo. Había algo en ese lugar que, como la primera vez que lo vi, me traía paz. Aún no había entrado al que todos aquí llamaban Bosque Dorado, pero el solo pensamiento me apaciguaba.

El césped, bajo mis piernas desnudas, me hacía cosquillas frías y la suave brisa primaveral me erizaba la piel. Todavía notaba una enorme tristeza que apresaba mi pecho, pero estar cerca de este lugar especial me calmaba de manera considerable. Si bien sabía que al alejarme me quebraría de nuevo, ahora aprovechaba el extraño momento de serenidad.

—¡Brenda! —alguien llamó.

Volteé hacia el frente, donde el príncipe Evan estaba trotando hacia mí con los tacones. Tenía una curiosa expresión que incomodaba sus facciones. Pude distinguir en él un gesto entre la desesperación y preocupación al mismo tiempo. Cuando estuvo cerca, se agachó frente a mí.

—¿Te parece si vamos adentro? No al comedor, a cualquier lugar en el que estés tranquila y podamos hablar. —Su voz era tranquila, entrecortada tal vez por el trote. Y sus ojos suplicaban que dijera que sí.

Estiró su mano libre hacia mí y me dio un atisbo de sonrisa. Coloqué mi mano sobre la de él un momento antes de sujetarla, observando cómo su gran tamaño y su leve bronceado hacían parecer a la mía escuálida, pequeña y pálida. Volviendo mi atención a sus ojos, dejé que me impulsara hacia arriba.

Sin soltar su mano, caminé hacia el sector de las habitaciones. Si él quería hablar y que yo estuviera tranquila, ese era el mejor lugar. Además, no era cualquier tema el que él tocaría, sino el del compromiso, y creía que si escuchaba esa palabra la cena haría su camino fuera de mi estómago.

—No te preguntaré de qué quieres hablar, porque me parece que es obvio —dije con voz rasposa y nasal en cuanto entramos a mi cuarto.

Me senté con pesadez sobre el sillón largo que estaba frente al pantalla plana. Percibí el ruido de los zapatos contra el suelo y los pasos de Evan al acercarse. Un momento después, lo tenía a mi lado. ¿Ya había mencionado que el sillón no era tan largo? Su lado estaba prácticamente tocando el mío.

—Sí... Yo solo... —vaciló—. Yo solo quiero disculparme contigo por no habértelo dicho. No es que no haya querido, sino que me lo tenían prohibido y yo soy lo demasiado idiota como para seguir todas las reglas. No lo hago a propósito, es por la inercia a hacer las cosas bien. Pero ahora me pregunto...

—¿Si has hecho lo correcto? —pregunté por él, girando un poco más mi cuerpo para poder verlo. El príncipe asintió y volteó para verme también. Respiré hondamente y solté el aire con suavidad—. No estoy enojada contigo, Evan —farfullé para su grata sorpresa—. Ojalá pudiera, pero esto no es tu culpa.

Asintió con entendimiento y, en un movimiento inseguro, ubicó su gran mano sobre la mía. La suya era cálida, mientras que la mía parecía un trozo de hielo comparada con la de él.

—No quiero hacerlo, créeme que no quiero, pero mi madre trajo a los paparazzi de Goldenwood y debo proponértelo en un rato —dijo para mi espanto. Tomó aire y lo soltó en un bufido—. Quizá odies más a toda mi familia por lo que te contaré, pero es la razón por la que todos se sorprenden cuando saben que tú eres Brenda Morel.

—¿No era porque mi abuelo es un duque? —pregunté entrecerrando los ojos.

—Ese es otro. Pero el real motivo es que todos pensaban que tú eras mi novia.

—¿Qué? —pregunté en un murmullo.

—Sí —suspiró—. El compromiso ha sido arreglado hace más de un mes. La gente aquí piensa que nosotros hemos estado juntos desde hace años y que esta es tu primera vez en Goldenwood porque yo te he invitado para proponerte matrimonio. Suena horrible, lo sé. Mi madre se ha ocupado de que sea así —musitó avergonzado, bajando su cabeza y evitando el contacto visual.

A pesar de que estaba perpleja por las nuevas noticias, puse mi mano libre sobre la de él para llamar su atención. Sus ojos verdes me observaban confundidos y su entrecejo estaba ligeramente apretado. Muy a mi pesar, le di una muy pequeña sonrisa.

—Es un espanto, todo lo es. Y ojalá pudiera escaparme de aquí con algún plan siniestro, pero ¿de qué serviría? Todavía no sé cuidar de mí misma, menos en un lugar que no conozco. Y en el caso de volver a mi hogar por mi cuenta, mis padres me darían un horrible castigo y estaría de regreso aquí al instante. —Me gané una sonrisa de su parte por decir eso—. Nunca perdonaré a mis padres por esto y, disculpa por decirlo, pero no dejaré que tu mamá controle todo. Quieren que me case a los 18, bien, lo haré porque no tengo opción, pero al menos yo seré la que elija el maldito vestido.

Evan dejó escapar una carcajada de sus labios y luego solo se limitó a sonreír. Nos quedamos en silencio un momento. No sé qué habría estado pensando él, pero yo estaba sumida en mis pensamientos mientras sacaba conclusiones sobre hechos pasados. Ahora entendía por qué mis padres habían acordado en dejarme este año libre antes de comenzar la universidad y por qué me dejaban vivir como un murciélago. Dejaron que hiciera de mi vida tiempo un desastre, porque luego estaría en mano de los Bourque: sin salida.

También el hecho de que Seleste se puso como loca cuando se enteró que tenía novio y la reina me llamó irrespetuosa. No solo por haber hablado por teléfono en el desayuno, sino porque habría sido una falta de respeto hablar con un novio si estaba comprometida con otro.

Estaba algo indignada, tenía 18 años recién cumplidos, aún era una adolescente en Goldenwood, mis tutores legales eran un rey que no se enfrentaba a su esposa y una reina que me odiaba, y para completar sería la esposa de un príncipe en menos de un mes. Sería una jodida princesa.

—¿Evan? —lo llamé con suavidad. Él volteó a verme enseguida. Nuestras manos seguían enredadas—. ¿Qué edad tienes?

Me dio una sonrisa divertida.

—Tengo 22. Los cumplí el mes pasado.

—Ah —expresé sorprendida—. Eres más joven de lo que esperaba.

—¿Acaso esperabas que tuviera, no sé, 30? —preguntó divertido.

—No —reí—, pero creí que tendrías la edad de Seleste.

Negó con la cabeza, aún sonriendo.

—Ella es cuatro años mayor.

—A veces parece más chica que mucha gente —bromeé.

Él rio de mi patético intento de broma y yo me uní. Ambos estábamos riendo a carcajadas y no era exactamente por mi chiste malo, sino porque ninguno quería sentirse miserable por la situación en la que nos encontrábamos. No obstante, mi risa se convirtió en llanto de un momento para otro. Solté sus manos y tapé mi cara, sin importarme que tuviera los ojos llenos de maquillaje negro.

Sin decir nada, Evan me atrajo a su pecho. Mi frente quedó apoyada sobre su hombro, mientras él abrazaba mi cuerpo con uno de sus brazos y con el otro acariciaba mi espalda tratando. No sabía si sentirme bien porque la situación no era incómoda o sentirme de esa manera porque no lo era. Pero, ¡vamos! Era una maldita adolescente que le gustaba salir de fiesta y pasar las noches con su novio, y ahora se estaba por casar con un hombre a quien conocía hace cuatro días.

—Está bien, Brenda —pronunció con suavidad—. Déjalo salir.

Sollocé aún más. Estaba avergonzada por haberme quebrado frente a él, pero al mismo tiempo estaba cómoda. Tomé respiraciones hondas y traté de dejar de llorar. Tenía que ser fuerte. Saqué las manos de mi cara y limpié mis mejillas, corroborando que se me había corrido todo el maldito maquillaje y todavía teníamos que fingir que me pedía matrimonio. Seguí respirando profundamente y apoyé una de mis manos debajo de su codo, mientras giraba mi cabeza y me acomodaba mejor en su hombro.

Después nos quedamos en silencio, abrazados.

Luego de un momento, se escucharon voces detrás de la puerta de la habitación, pero ninguno de los dos se movió. Un minuto más tarde, la puerta se abrió con un estruendo.

—Cielos —suspiró Jackie—. Vuelvan al castillo —se dirigió a alguien más—, estaremos allí en un momento.

—Pero los camarógrafos están como locos —se quejó Alaric con los dientes apretados.

—Vamos, amor.

Esa era Lynn.

Unos ruidos más tarde, la puerta fue cerrada y los tacones de Jacqueline indicaban que se estaba acercando a nosotros. Sus ojos azules miraron directamente a mis ojos marrones cuando estuvo parada frente a nosotros. Estaban llenos de lástima y empatía.

—Lo siento tanto. Ojalá hubiera podido decírtelo antes, Bren.

Me separé de Evan con un suspiro. Mi boca aún estaba posicionada en un continuo mohín que era inevitable.

—Está bien, Jack. No te preocupes —le di una sonrisa tenue.

Me la devolvió y estiró su mano. La tomé con seguridad y cuando ella me impulsó a ponerme de pie, me recibió con abrazo. La abracé devuelta sin incomodidad. Algo en ella, al igual que Evan, me hacía sentir a gusto. Se separó de mí luego de un momento y me sonrió traviesa.

—No creo que quieras ser mirada por mucha gente con esa cara. ¿Te parece si mejoro un poco tu maquillaje?

No me quedó otra que asentir.

Pasado un rato, yo ya estaba lista otra vez, con mi rostro bien maquillado y mis pies dentro de los zapatos blancos. Cualquiera que nos viera nunca sospecharía que minutos atrás había estado llorando con el alma hecha pedazos. Evan y Jackie ya me habían dicho lo qué sucedería y ya tenía claro qué hacer. Nos detuvimos en un pasillo anterior al gran salón principal.

—Esperen aquí —ordenó Jacqueline—, y cuando yo diga «están viniendo», cuenten hasta cinco y entren al salón. ¿Entendido?

—Entendido —contestamos al unísono.

Jackie giró sobre sus talones y caminó a paso firme y apresurado por el pasillo. Mientras tanto, Evan tomó mi mano y entrelazó nuestros dedos. Giré para verlo con las cejas enarcadas, sorprendida.

—Se supone que hace años que somos pareja, ¿recuerdas? —preguntó con humor y tristeza.

Le sonreí de esa misma manera.

—Sí, lo siento. Tardaré en acostumbrarme.

—Los dos lo haremos, no te preocupes.

Asentí al mismo tiempo que se escuchaba a Jackie exclamar con apuro:

—¡Están viniendo, corran, escóndase!

Uno... Dos... Tres... Cuatro... Cinco.

Empezamos a caminar por el corredor y, antes de entrar al salón, ambos pusimos una sonrisa en nuestras caras. Se suponía que nos amábamos, no que estábamos miserables. Nos detuvimos en un ventanal, aún preparándonos para ser filmados. Los otros también estaban en el salón, seguramente poniendo en actuación diálogos animados para que no pareciera que todo estaba planeado.

—¿Estás lista para sonreír como nunca? —musitó Evan, sonando desdichado.

—Sí —susurré.

Soltó mi mano y pasó ese brazo por encima de mis hombros, y yo atravesé el mío por detrás de su espalda. Apoyé mi cabeza sobre su hombro y él apoyó la suya sobre la mía. Teníamos que tomarnos nuestro tiempo, no podíamos apurarnos y levantar sospechas de que todo estaba horriblemente planeado. Odiaba esto.

A pesar de que esa era la verdad, porque todo estaba, en efecto, meticulosamente ideado, ninguno de los dos dejaríamos que se supiera. Primero, porque su familia se hundiría por el repudio social y, segundo, porque mis padres harían alguna otra cosa para castigarme. No sé, tal vez casarme con un hombre con problemas alcohólicos.

—Lo siento, otra vez, Brenda.

—No lo sientas. No te odio. Si voy a hacer esto, será mejor tener a alguien de mi lado. No tendría sentido odiarte y que además nos vayamos a casar.

—Tienes razón —murmuró—. Bueno, prepárate, porque apesto para las propuestas de matrimonio.

Fruncí el ceño al escuchar sus palabras.

—¿A qué te refieres?

—Esta no es la primera vez que le propongo matrimonio a alguien —dijo sorprendiéndome—. Pero hablaremos de eso en otro momento, ahora no tenemos tiempo.

Su voz se había tornado tan triste.

—¿La amabas? —pregunté sin poder evitarlo.

—Todavía lo hago.

Somos dos, entonces.

—Yo también amo a alguien, Evan. Cuando me lo propongas, piensa en ella y todo saldrá mejor. Yo haré lo mismo cuando tenga que decirte que sí. Solo... No gires cuando te abrace.

—Bueno —susurró apenas audible.

Se separó de mí y me tomó por los hombros, mirando directamente a mis ojos. Tenía una expresión de determinación en su rostro, al igual que de miedo.

—Te amo, Brenda. Y por esa razón quiero pasar el resto de mi vida contigo, porque no sé qué sería de mí sin ti. Sería como... Como estar solo en este mundo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y la muchacha cursi en mi interior pensó que la mujer que Evan amaba habría sido muy feliz de escuchar sus palabras. Apoyó una rodilla en el piso y tomó mi mano izquierda. Sacó una cajita de color negra de su bolsillo y lo abrió, mostrando un anillo con un hermoso diamante en el medio

—¿Me harías el honor de ser mi esposa para que compartamos el resto de nuestras vidas juntos?

Mi cara de sorpresa era honesta. No solo por las hermosas palabras, sino por el tamaño y brillo de ese diamante. Yo odiaba las cosas que brillaban, pero eso era... Era impresionante. Y, por supuesto, mi mente estaba con Sean. Si bien tenía a Evan Bourque frente a mí, traté de imaginarme cómo hubiera sido que el hombre que realmente amaba me lo hubiera propuesto. Obviamente no sería lo mismo, ya que le hubiera dicho que no porque aún soy muy joven para atarme a un hombre de por vida, pero ahora...

—¿Brenda?

Una lágrima solitaria caía de mi ojo derecho al dar mi respuesta.

—Sí. —Sonreí de todas formas—. Por supuesto que quiero.

Evan me sonrió, sacó el anillo de su caja y lo deslizó por mi dedo anular. Cuando el anillo estaba en su lugar y él sobre sus pies, dejé salir una carcajada y me lancé a su cuello, ocultando mi cara de las cámaras que sabía que nos rodeaban.

Él abrazó mi cintura, encerrándola entre sus brazos, acariciando mi espalda en el momento en que sintió que me vendría abajo. Porque las lágrimas estaban comenzando a caer sin control y aunque podía decir que eran de extrema felicidad por estar comprometida con el amor de mi vida, necesitaba un tiempo para poder recobrar la compostura sin que nadie me viera.

Ah, Sean...

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