Serendipity

Від raquellu47

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Sustantivo, \ser-uh n-dip-i-tee\: hallazgo afortunado e inesperado que se produce de manera accidental o casu... Більше

PARTE 1
PARTE 2
INTERLUDIO
PARTE 4
EPÍLOGO

PARTE 3

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Від raquellu47

N/A: Título sacado de: "From the Dining Table" - Harry Styles.

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PARTE 3: EVEN MY PHONE MISSES YOUR CALLS, BY THE WAY

Una semana.

Una semana desde fin de año. Una semana desde Chloe.

Una semana en la que ya has roto incontables veces tu propósito de seguir adelante y olvidarte de la pelirroja que conociste en un ascensor.

Una semana que ha ido exactamente como predijiste, mirando el móvil constantemente solo para sentir decepción cuando se ilumina tu pantalla vacía y te recuerda que Chloe no tiene intención alguna de contactar contigo.

Una semana con ojos azules y ondas cobrizas que plagan tu mente en cuanto tienes un momento de paz. En cuanto bajas la guardia un segundo. Y que, por más que intentas empujar su recuerdo lejos de ti, es como un puto boomerang, porque no importa cómo de lejos lo lances ni hacia dónde, que va a encontrar el camino de vuelta a ti y golpearte igual que una patada en pleno pecho.

Tratas de mantenerte lo más ocupada posible, de no darte ni un solo minuto de respiro para no tener tiempo para pensar. Ayuda bastante el hecho de que, con el año nuevo, todos los artistas parezcan haber encontrado inspiración divina y estén solicitando productores para grabar sus nuevas canciones.

Tus días empiezan a las ocho de la mañana y nunca se sabe exactamente cuándo van a terminar.

Te pasas la mayor parte del día corriendo de un lado para otro, a donde los caprichos de tu jefe te manden; y encerrada en diferentes estudios de grabación, discutiendo técnicas musicales, ritmos, letras y notas con cantantes que creen tener algo nuevo y diferente, pero que en realidad solo están haciendo más de lo mismo.

O quizá sea que tú estás más cínica de lo normal.

El hecho es que, cuando llegas a casa, a veces a las dos, tres de la noche, solo te recibe un apartamento vacío y la silenciosa presencia de Sombra mirándote fijamente desde el escondite que haya escogido ese día para que no le devuelvas a la señora Robinson.

Y, aunque estás agotada, no puedes evitar ver el fantasma de Chloe parada en medio de tu salón en ese precioso vestido negro diciéndote que le gusta que estés llena de misterios. O su esbelto cuerpo en solo ropa interior recorriendo tu habitación con notable curiosidad y admirando tu póster firmado de David Guetta.

Se niega a ser borrada, a ser olvidada. Es como si fuera un poltergeist que viene a atormentarte.

Así que, cuando se cumple la semana y llega el sábado, y ya no te puedes refugiar en el trabajo, decides poner toda la casa patas arriba para limpiarla. Subes todas las cosas del suelo a un lugar alto, te pones la música a todo trapo a pesar de que sabes que tus vecinos luego se quejarán cuando inevitablemente coincidas con alguno en el ascensor, y limpias el polvo, el baño, pasas la aspiradora y friegas los suelos.

Nunca pensaste que fueras una de esas personas que descarga sus frustraciones limpiando, pero ahí estás. Con la aspiradora en la mano, arrodillada en el suelo frente a tu cama y sintiendo una extraña satisfacción cuando ves las pequeñas pelusas incapaces de resistir la corriente y desaparecer por el agujero del cepillo.

Ojalá pudieras hacer lo mismo con tu cabeza.

Ojalá pudieras ser como Dumbledore y tener un Pensadero al que echar todas aquellas cosas que no te dejan en paz y a las que no quieres dar más vueltas.

Pero, siendo las cosas como son, solo puedes pasar la aspiradora y conformarte con imaginarte que esas pequeñas pelusas de polvo son tus pensamientos, tus recuerdos.

Ves un papel revolotear por el aire hasta acercarse peligrosamente al cepillo de la aspiradora, pero eres suficientemente rápida como para apagarla segundos antes de que sea tragado. Te tumbas en el suelo para poder arrastrarte por debajo de tu cama y lo agarras entre dos dedos, rodando otra vez hacia fuera.

Sentada en el suelo, pasas el pulgar por el papel fino, blanco, con la mancha de agua que ha dejado un vaso al ser apoyado encima. Le das la vuelta hasta que las letras escritas en rotulador negro están al derecho.

Llámame ;)

1-877-415-1337

Al ponerlo a contraluz, descubres que el papel tiene algo por el otro lado. Aunque la tinta está pegajosa y algo borrosa, se nota a primera vista que es el recibo de un bar en el que bebiste tres whiskeys y un Margarita.

Frunces el ceño, intentando recordar cuándo demonios bebiste tú un Margarita, ya que la fecha es solo un manchurrón negro desteñido por la marca redonda del vaso. Entonces, te viene a la cabeza la imagen de una atractiva joven sentada a tu lado en la barra, bebiendo un Margarita.

No tienes ni idea de cómo se llamaba, pero sí sabes que te inclinaste hacia ella tras un breve rato de conversación y mucho flirteo, y propusiste ir a un sitio más privado. Ella aceptó y vinisteis a tu casa, porque era la más cercana.

Suspiras y conviertes el recibo en una pequeña bolita de papel.

Aquello fue un lío más de una noche y no tienes interés alguno en repetir. Especialmente porque ni siquiera te acuerdas de su nombre, ni sabrías decir si era rubia o morena, o si sus ojos eran marrones o azules. Solo recuerdas que tenía el tatuaje de unas golondrinas bajo su pecho derecho.

Continuas con la limpieza hasta que ya no te queda mota de polvo que recoger, ni mancha que frotar del suelo o cualquier otro tipo de superficie, y te ves obligada a parar. Te metes en la ducha para quitarte la capa de sudor adherida a ti como una segunda piel y, mientras miras tu nevera vacía y piensas si hay algo que puedas juntar para hacer algo comestible, escuchas tu móvil vibrar repetidamente sobre la encimera.

Lo ignoras, porque sabes perfectamente quién es. O, mejor dicho, quiénes.

Stacie, Amy la Gorda y Jesse.

Llevan encima de ti desde que diste señales de vida el uno de enero, unas exigiendo saber qué tal con el chili picantón y pidiendo todos los detalles de la noche loca, el otro preguntando a dónde demonios habías escapado y por qué no se te había ocurrido decirle algo para que no se preocupara – bufaste y contestaste con un "como que te diste cuenta..." y eso fue lo último que le dijiste aún a día de hoy.

Les has estado evitando todo lo posible y más, ignorando sus mensajes, alegando estar muy ocupada en el trabajo y no tener ni tiempo para respirar. Lo cual no es una mentira muy alejada de la realidad...

Pero es sábado. Los sábados son tus noches. Es la noche de salir a cazar.

Y tú no podrías tener menos ganas.

Tú (13.32): Lo siento chicas. Estoy muerta.

Tú (13.32): Ha sido una semana loca.

Tú (13.32): Lo dejamos para la próxima.

Es raro que tú digas que no. Normalmente, tras una semana dura, esperas el fin de semana con más ganas que nunca porque es el momento en el que por fin puedes descargar la tensión y el estrés en la pista de baile con tus amigos, y más tarde, en la cama con una nueva desconocida.

Sabes que, que hayas dicho eso, solo va a causar más intriga por su parte y no te van a dejar en paz.

Por eso, inmediatamente, bloqueas el móvil, lo pones en silencio y vuelves a ignorar las llamadas que puedes ver iluminar tu pantalla mientras mantienes la mirada fija en la sartén en la que estás revolviendo huevos y arroz.

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Son cerca de las ocho cuando alguien llama a la puerta de tu apartamento.

Extrañada porque no estás esperando ninguna visita, alzas la mirada del portátil y ves a Sombra, hecho un ovillo en el otro extremo del sillón, desperezarse y maullar. Dejas el ordenador en peligroso equilibro sobre el reposabrazos de tu sillón y vas a abrir; el gato salta para perseguirte y frotarse contra tus piernas.

Sumido en la oscuridad del pasillo del edificio, está Jesse con un pack de seis cervezas en una mano, dos cartones de humeante pizza en la otra, y una sonrisa esperanzada en el rostro.

- ¿Jesse? – preguntas, innecesariamente, porque sabes perfectamente que es él.

- Si Mahoma no va a las montañas, las montañas van a Mahoma – te dice, agitando sus regalos en el aire.

Te quedas parada en el umbral de tu puerta durante un rato, debatiendo si merece la pena. Puede parecer un gesto totalmente desinteresado por parte de tu mejor amigo, pero tú sabes que, si le invitas a pasar y aceptas su pizza y su cerveza, van a venir con un precio.

El precio de responder cualquier pregunta que te haga.

Tu estómago ruge con fuerza cuando te llega el delicioso olor a pizza recién hecha y decides arriesgarte. Supones que merece la pena soportar su interrogatorio de tercer grado a cambio de pizza y cerveza.

- Vale – aceptas y das un paso a un lado para dejar la entrada libre –. Pero solo porque traes comida y me muero de hambre.

Jesse deja escapar un pequeño grito de victoria y entra en tu apartamento, rápidamente acomodándose como si también fuera su casa. Echa a Sombra de la mesita del centro del salón, pone en su lugar los dos cartones de pizza y los abre para dejar que el olor se expanda por el aire y haga que te salive la boca más de lo normal.

Te tiende una cerveza ya abierta cuando te dejas caer en el sillón a su lado y, tras poner tu portátil en un sitio menos peligroso, coges un delicioso triángulo de pizza hawaiana. Dejas escapar un gemido placentero cuando muerdes y el queso, el tomate, el salado del beicon y el dulce de la piña explotan en tu boca para formar lo que tú denominas siempre, una mezcla traída directamente del paraíso.

Recuerdas decirle esas mismas palabras a Chloe cuando discutisteis sobre si la pizza debería llevar piña o no, pero te niegas a pensar en ello. Te niegas a que también te arruine la pizza.

Así que lanzas el recuerdo lejos de ti con toda la fuerza que puedes y le das un largo trago a la cerveza con la esperanza de que el alcohol comience a hacer efecto.

- ¿Sabes?, no estaba muy seguro de si te iba a encontrar viva cuando llamé a tu puerta – comenta Jesse una vez os habéis comido una pizza entera y bebido cuatro cervezas entre los dos.

- Ya sé que he estado bastante desaparecida – suspiras, sin apartar la mirada de la televisión y el episodio de Mentes Criminales que estáis viendo.

- ¿Bastante? – bufa él –. Di más bien, totalmente. Bec, te marchaste de la fiesta y no he vuelto a saber nada más de ti – te acusa, y puedes ver en sus ojos que está dolido por tu forma de actuar.

- Eso no es verdad – te defiendes apuntándole con un dedo –. Contesté a tu mensaje.

- Ah, cierto – Jesse saca el móvil y lee con sorna –: "Como que te diste cuenta" – vuelve a guardarlo y tu encogimiento de hombros despreocupado parece molestarle más aún –. Pues para tu información, me di cuenta bastante rápido. Chloe descubrió que su novio le estaba poniendo los cuernos y se montó gorda cuando salió corriendo de allí sin dar más explicaciones – aprietas los labios en una fina línea y te aguantas las ganas de suspirar en favor de mantener el rostro neutro y no dar señales de que ya te sabes esta historia –. Te busqué para ver si estabas bien, te mandé mensajes que no leíste, intenté llamarte, pero tenías el móvil apagado.

- Fuera de cobertura, en realidad – aclaras innecesariamente.

- Lo que fuera – desestima con un gesto de la mano, frustrado con tu actitud –. Al final tuve que enterarme por Aubrey de que mi mejor amiga estaba bien.

Eso llama tu atención y alzas la mirada de golpe de tu cerveza.

- ¿Cómo coño sabía eso Aubrey? – espetas.

- Habló con Chloe. Le contó que estabais bien, que ibais a pasar la noche juntas y que no nos preocupáramos.

- Oh – se te escapa.

La verdad, no sabes muy bien cómo sentirte al respecto. Pensabas que esa noche había quedado entre tú y Chloe. Porque, aunque Stacie y Amy saben que estabas con una chica pelirroja, no tienen ni idea de quién era y puedes inventarte cualquier historia.

Pero, el hecho de que, ahora, Aubrey y Jesse también sepan que pasasteis fin de año juntas...

No sabes si eso hace vuestra noche más relevante o no.

Supones que sí. ¿...No? Chloe no tenía obligación alguna de mencionarte, podría haber asegurado que estaba bien y que solo quería estar sola, y estás segura de que Aubrey habría respetado su decisión.

Suspiras y te pasas una mano por la cara, sintiendo que, como cada vez que la pelirroja te viene a la mente, toda tu fuerza vital desaparece de tu cuerpo. No tienes energías para ponerte ahora mismo a descifrar las acciones inexplicables e incomprensibles de Chloe.

- Mira, lo siento, ¿vale? – te disculpas, ligeramente arrepentida ahora que puedes ver lo mucho que Jesse se preocupó. Estás acostumbrada a ir a tu aire y a veces se te olvida que existe gente en este mundo a la que le importas –. No pensé que fueras a darte cuenta porque estabas muy entretenido con Aubrey, y luego me fui con Chloe y... – encoges un hombro –. Me olvidé completamente del móvil.

- ¿Y esta semana qué? – reprocha él, aunque notas que ya está empezando a perdonarte.

- No mentí cuando dije que he tenido una semana loca – prometes –. Pero, trabajo aparte... Necesitaba un poco de espacio para aclarar mi mente y eso – agitas una mano en el aire para quitarle importancia a lo que acabas de decir, pero puedes ver que Jesse no se lo traga.

Se pausa y te examina por primera vez de cerca.

Ahora que ya se ha olvidado de su enfado contigo, probablemente se da cuenta de tu rostro agotado y apagado, de tus gestos lentos y faltos de energía, de la maraña de pensamientos que te sigue a todas partes como si ya formara parte de tu sombra, siempre suspendida sobre tu cabeza.

- Jesús, Bec – musita con notable sorpresa –. ¿Qué te hizo Chloe?

No puedes evitar dejar escapar una risa, aunque no sea muy alegre. Entonces, vuelves a ponerte seria, frunces el ceño y sacudes la cabeza.

No sabes por qué, pero tienes unas ganas repentinas de echarte a llorar, lo cual es absolutamente ridículo. Por dios, fue una noche. Una. Y estás actuando como si tu novia acabase de cortar contigo sin explicación alguna.

- No lo sé – susurras, enterrando el rostro en las manos, y en tu voz se nota todo lo que estás sintiendo: el cansancio, la confusión, la frustración.

Escuchas el golpe de una cerveza sobre la mesita del centro y, a continuación, el sillón se hunde a tu lado bajo el peso de Jesse, quien rodea tus hombros con un brazo y te atrae hacia su cuerpo.

Dice mucho de ti que le dejes.

Dice mucho más de ti que empieces a contarle todo sin que él tenga que presionarte.

Reconoces para ti misma que, lo más confuso de todo lo ocurrido, no es tanto lo que hizo Chloe, sino lo que sus acciones despiertan en ti: estás en una pelea constante contigo mismo, dividida en cuatro bandos y atrapada, al mismo tiempo, en el medio de todos.

Por un lado, está el bando que ya había predicho todo esto e intentaba avisarte a lo largo de esa noche. El bando que tu ignoraste en favor de disfrutar el poco tiempo que tuvieras en presencia de la pelirroja. El bando que ahora mismo te pincha con sus dedos acusatorios y te susurra "te lo dije" todo el rato desde algún odioso rincón de tu cabeza.

Por otro lado, está el bando de la esperanza. El bando que había sido tan tonto como para creer que a lo mejor Chloe no estaba contigo solo porque habías sido su única opción, sino que había visto algo en ti que le gustaba. El bando que se creyó completamente sus promesas de volver a beber juntas para que invitases tú, de que le gustaban los misterios y quería resolver todos los tuyos, de que te compensaría que nunca pasase nada entre vosotras. El bando que cayó en la trampa, en la ilusión, que se olvidó de la realidad y se dejó llevar por la aventura de Chloe, por la sensación de que estabais en una cita. El bando que ahora se lame las heridas y se siente profundamente dolido por haber sido engañado.

Luego, está el bando al que no le gusta estar atado a nadie. El bando que es el único capaz de mantenerse medianamente objetivo y racionalizar lo ocurrido con fría lógica. El bando que te dice que es absurdo estar tan decepcionada, que Chloe no te debe nada porque no sois nada. El bando que te recuerda que tú haces lo mismo cada noche que te acuestas con una desconocida.

Por último, está el bando que sale en tu defensa y se niega a creer que esto último sea cierto. El bando que argumenta que tú nunca haces promesas vacías, que siempre eres bastante clara y directa con lo que esperas de las chicas con las que te enrollas. El bando que demuestra que tú no pintas fantasías, no creas ilusiones, tus aventuras nunca se sienten como citas.

Y perdida en medio de esa tormenta de acusaciones y decepción, estás tú.

Sin saber cómo has llegado allí. Sin idea alguna de cómo salir de allí.

Tú nunca has sido ese tipo de persona que se hace ilusiones. Aprendiste bien pronto en tu vida que las ilusiones pueden ser muy bonitas, te suben a las nubes y todo es maravilloso. Pero también te ciegan, no dejan que veas la realidad. Y, cuando esta se impone, la caída hasta el suelo es sin paracaídas y puede matarte.

Tu padre te enseñó en nunca tener expectativas, porque si nunca esperas algo, entonces nunca te decepcionará que no pase.

Llegó un momento en el que ya no buscabas su cabeza en medio del mar de padres sentados frente al escenario en el salón de actos del colegio, porque sabías que no le ibas a encontrar e ibas a ver a tu madre discutiendo con él por el móvil al fondo del auditorio, donde no molestaba.

Has aplicado la misma regla en todos y cada uno de los aspectos de tu vida. A rajatabla. Sin excepciones. Te has ahorrado muchas penas y te has llevado muchas sorpresas.

Hasta Chloe.

Y lo que más te confunde, es que no entiendes qué tiene ella de diferente. Por qué ha sido tu excepción, por qué causó que rompieras una de tus normas vitales.

- ...y no sé, estoy hecha un lío – dices al terminar de relatarle a Jesse todo lo que ocurrió esa noche –. No sé si soy yo que estoy loca y lo interpreté todo mal, pero creí que había algo entre nosotras. Obviamente no esperaba que me pidiera matrimonio nada más despertar, pero no sé, por lo menos dejarme un número de teléfono, una señal de que podemos explorar qué es ese algo.

Te muerdes el labio inferior un rato, pensando a mil kilómetros por hora.

- En plan, no soy tonta. Sabía que había una gran probabilidad de que se arrepintiera – aclaras, y cuando ves las cejas arqueadas de Jesse, bufas de incredulidad –. Por dios, ¿la has visto? ¿Me has visto? ¿En qué mundo pega alguien como ella con alguien como yo? Somos polos opuestos.

- Los opuestos se atraen, Bec – te recuerda Jesse con una sonrisita.

- Ya, solo en las pelis. En la vida real se tiran de los pelos tras mucho tiempo juntos – respondes, sarcástica –. Sabía que podía decirme adiós en cualquier momento e irse con alguien mejor, pero no pensé que fuera a hacer eso. No pensé que fuera ese tipo de persona.

- Si te consuela – suspira Jesse, estirándose para cogerte una cerveza nueva –. Yo tampoco pensé que fuera ese tipo de persona. Parece demasiado dulce para algo así.

Musitas un "mmhh" que es a la vez de afirmación, y pensativo, mientras le das un largo trago a la cerveza. Coges otro trozo de pizza, ya fría, y lo masticas lentamente. Tu cabeza está dando vueltas otra vez de esa forma que ya empiezas a considerar familiar tras una semana entera sintiéndolo ahora sí y ahora también.

- Si quieres... – empieza a proponer Jesse con lentitud, lo cual te alerta de que quizá su idea no te va a gustar. Estiras la espalda y te giras para mirarle, a la expectativa –. Puedo preguntarle a Aubrey.

- ¿Qué? – exclamas, más por sorpresa que de incomprensión.

- Piénsalo bien – te pide tu mejor amigo, extendiendo ambas manos frente a él –. Es la mejor amiga de Chloe, estoy seguro de que algo le comentaría.

- Ni de coña – sacudes la cabeza con fuerza para mostrar tu desacuerdo –. No, Jess. Ni se te ocurra – le adviertes, seriamente.

- Pero... ¡Podrías averiguar qué piensa Chloe sobre todo este lío!

- Jesse, si le preguntas a Aubrey, esta luego le irá con el cuento a Chloe. Tú mismo lo has dicho, son mejores amigas. Y las mejores amigas se cuentan absolutamente todo entre ellas – puedes ver que tus palabras están surgiendo efecto en él, que se está dando cuenta de que no es tan buena idea como creía; y dejas escapar un suspiro en el que se mezclan el alivio y el sarcasmo –. Lo último que necesito es que Chloe piense que soy una niñata patética con un estúpido enamoramiento.

Los labios de Jesse se curvan en una sonrisa maliciosa incluso antes de que abra la boca para contestarte.

- Ah, ¿que no lo eres? – se burla.

Recibes la pulla con más alegría de la normal, ya que agradeces esa salida que te está proporcionando. Tú siempre recurres al humor cuando una situación se vuelve demasiado seria y emocional y no sabes cómo manejarla, y Jesse, porque te conoce como a la palma de su mano, te está dando esa oportunidad ahora.

Sin embargo, tampoco dejas que se lo crea mucho. Le das un suave puñetazo en el brazo a modo de reprimenda.

- Oye – ríe él, alzando las manos en señal de paz –. Tampoco te culparía si tuvieras un estúpido enamoramiento. Al fin y al cabo, estamos hablando de Chloe Beale.

Tomas nota mental de su apellido, el dato número doce en tu lista de cosas que sabes sobre la pelirroja. Cuando miras hacia tu salón, vuelves a ver su fantasma pidiéndote que le bajes la cremallera del vestido y se te escapa un suspiro.

- Y que lo digas... – entonces, frunces el ceño y preguntas algo que lleva dándote vueltas por la cabeza desde que Chloe te preguntó en el ascensor si sabías quién era Jesse –. De todos modos, ¿de qué conoces tú a Aubrey y Chloe?

Las mejillas de Jesse se tiñen ligeramente de rojo y le da un trago a su cerveza para evitar tener que contestar de manera inmediata. Empieza a despegar la etiqueta de la botella, rompiéndola en tiras húmedas que deja sobre la servilleta que tiene en la pierna.

- Aubrey trabaja en un bufete de abogados que está en mi mismo edificio. Coincidíamos todas las mañanas en el ascensor y un día le invité a tomar algo al final del día. La acompañé a su casa y allí conocí a Chloe.

- ¡No me contaste nada de eso! – exclamas, con falso dolor.

- Quería estar seguro de que iba a alguna parte primero – se disculpa él, haciendo una mueca.

- ¿Y...?

- Y... Estamos saliendo.

No puede contener una enorme sonrisa ilusionada que le cruza la cara de oreja a oreja, de las que siempre te hacen pensar en Jesse como en un niño pequeño. Se la devuelves, aunque la tuya es notablemente más pequeña.

- Enhorabuena, tío – le felicitas, sincera, y brindáis con vuestras cervezas –. Por una relación llena de normas y vómito a propulsión.

Te lanza una mirada de advertencia, probablemente arrepintiéndose de haber dejado escapar ese pequeño detalle sobre el pasado de su ahora novia, pero le brillan tanto los ojos con felicidad contenida que no tiene efecto alguno sobre ti. Al revés, te hace reír con ganas y luego le aseguras que estabas bromeando. En parte.

- Hablando de Aubrey – dice Jesse de repente –. Me dijo que quería que fuéramos a cenar los tres juntos.

Te ríes, pensando que es una broma. Pero tienes que cortarte de golpe cuando ves la expresión de confusión en la cara de tu mejor amigo.

- ¿Vas en serio? – exclamas, incrédula –. ¿De verdad crees que eso es una buena idea?

- Bree quiere disculparse, se dio cuenta de que fue muy borde contigo y quiere hacer borrón y cuenta nueva.

- No sé yo, Jess...

- Venga, Bec. Eres mi mejor amiga, y ella mi novia. Sois las dos personas más importantes de mi vida, tenéis que llevaros bien – parpadea mucho, esperando a que el chantaje emocional surta efecto.

Le miras, bastante escéptica, aunque terminas por aceptar con un encogimiento de hombros.

- Eso sí – adviertes, apuntando a Jesse con un dedo para que se tome en serio lo que vas a decir –. Si acabamos intentando estrangularnos, no será porque no te avisé.

Él lo desestima con un gesto de la mano y, aunque esperas estar equivocada por su bien, te da la impresión de que, en un futuro muy próximo, se arrepentirá de no haberte echo caso.

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El temido día llega antes de lo que estás realmente preparada.

Jesse te ha insistido tanto, pero tanto, en que seas puntual, que casi tienes ganas de llegar tarde solo para tocarle las narices. Si no fuera porque sabes que no es cosa suya, sino una de las muchas manías de Aubrey y que ser impuntual no va a hacer que volváis a empezar con buen pie, probablemente lo harías.

Pero, siendo las cosas como son, te presentas diez minutos antes de la hora acordada y, por si acaso, compruebas en el móvil que hayas ido a la dirección correcta.

Para matar el tiempo, te apoyas contra una de las columnas de piedra de la entrada del restaurante y decides cotillear a la gente que entra y sale de él. Es mucho más pijo de lo que esperabas y, cuando contrastas tu ropa con la de los clientes, te das cuenta de que quizá no vienes vestida acorde con la etiqueta del sitio. Te preguntas si te van a prohibir la entrada por llevar una cazadora de cuero y vaqueros rotos, o si te retirarán a un armario oculto y te ofrecerán una americana que tengan ellos guardada para los casos de emergencia.

No puedes negar que eso sería gracioso.

Por suerte para ti, la manía de Aubrey hace que ella y Jesse también se presenten más pronto de la hora acordada, así que apenas llevas esperando allí fuera cinco minutos cuando les ves cruzar la calle un poco más debajo de donde tú estás.

Jesse va con una camiseta, americana y vaqueros oscuros, pero Aubrey se ha embutido en un vestido floreado y tacones que, de nuevo, hacen que mires tu cazadora de cuero y pantalones rotos con ojo crítico.

Llegan a tu altura y compartís un saludo cordial, pero puedes ver cómo ojos verdes escanean tu ropa con la misma sombra crítica.

El camarero os indica el camino hacia la mesa reservada bajo el nombre de Aubrey, y los tres camináis en fila y en silencio. Os repartís en los sitios, tú te sientas sola en uno de los lados mientras que la parejita toma asiento frente a ti.

Te fijas que, en cuanto Aubrey se sienta, lo primero que hace es coger la servilleta de encima del plato y estirársela sobre las piernas, así que la imitas, mordiéndote la lengua para no hacer comentario alguno. Te contentas con beber del vino que piden para compartir, aunque tu cuerpo te está pidiendo un whiskey que calme la incomodidad que provoca en ti el saber que estás en un ambiente al que no perteneces ni de lejos.

No sabes cómo Jesse puede estar tan tranquilo comiendo en un restaurante en el que tienes tres tipos de tenedores, cucharas y cuchillos; y de los que solo diferencias los del pescado y los demás no tienes ni idea de para qué sirven. ¡Pero si hasta hay copas de distinto tamaño! Y menos mal que el camarero se encarga de serviros las bebidas en sus vasos correspondientes, porque si no habrías estado aún más perdida.

- ¿Os importa si dejo el móvil sobre la mesa? – inquiere Aubrey, con el iPhone ya en la mano –. No es típico en mí, pero Chloe ha ido hoy a una cita y accedí a ser su llamada de emergencia en caso de que necesite huir de allí.

Te detienes a medio camino de coger un entrante de los platos colocados en el centro de la mesa, y cuando alzas la mirada, puedes ver la mueca de simpatía que te hace Jesse y los intensos ojos verdes de Aubrey clavados en ti, como si estuviera esperando a ver tu reacción.

Respiras hondo, aprietas los dientes y esbozas una sonrisa que rezas para que parezca sincera y no tan falsa como la sientes.

- Claro – respondes con toda la despreocupación que eres capaz de acumular, encogiéndote de hombros –. Aunque esperemos que no lo necesite.

No pasa nada, te dices a ti misma. Deberías haberlo visto venir, al fin y al cabo, ya quedó claro que lo vuestro fue algo de una noche que no tiene intención de continuar. No tienes derecho a molestarte por que haya ido a una cita.

Chloe no te debe nada. Chloe es libre de hacer y salir con quien le dé la gana.

Y tú también.

Empujas a un lado el dolor y el ardor de la noticia, y te centras en pasar página tú también. Esta vez de verdad. Esta vez, completamente dispuesta a olvidar a la pelirroja.

- ¿No es un poco pronto para tener una cita? – observa Jesse con cierto retintín juzgón en su voz.

Alzas la vista de tu plato y le lanzas una mirada fulminante, un silencioso "¿qué coño haces?" que él ignora de forma bastante descarada. Suspiras y sacudes la cabeza cuando ves la furia arder en los ojos verdes de su novia.

Entiendes que, de alguna forma que solo en la cabeza de tu mejor amigo tiene sentido, esta es su forma de salir en tu defensa. Pero no sabe lo profundo que acaba de cavar el hoyo en el que ha metido la pata.

Nunca juzgues a una chica estando su mejor amiga delante. Nunca.

- Nadie es quien para juzgar si es demasiado pronto o no – replica Aubrey, su tono frío y brusco –. Es perfectamente libre de hacer lo que quiera, y si siente que está preparada para pasar página, me parece muy bien por ella

- Ya, vale. Es solo que... ¡Ow! – se queja cuando le das una patada por debajo de la mesa, agachándose para rascarse la zona dolorida.

- Déjalo – musitas sin emitir sonido alguno.

Pero, una vez más, Jesse no te hace ni caso y se vuelve hacia la rubia otra vez.

- Es solo que – repite –, rompió con su novio hace nada. ¿No es un poco pronto para buscar atarse a otra persona?

- Ir a una cita no significa que automáticamente se vaya a atar a esa persona – Aubrey tiene la mandíbula apretada y las aletas de la nariz abiertas en un claro esfuerzo por mantener un tono de voz bajo y controlado –. Una cita sirve para conocerse y decidir si quiere seguir adelante con eso o si ha sido un error.

- ¿Entonces por qué me pidió el móvil de Beca si está ya buscando a otras personas? ¿A qué juega?

Se hace un profundo silencio en la mesa tras el fuerte golpe que da tu cubierto al dejarlo caer contra el plato. Pero tú ni te das cuenta, porque estás teniendo bastantes problemas procesando lo que acabas de escuchar.

- ¿Qué? – exclamas, tu voz es baja y tiembla un poco. Jesse y Aubrey te miran, el primero con cara de arrepentimiento, la segunda todavía con restos de enfado y sorpresa por tu reacción –. ¿Chloe te pidió mi número?

- Eeerrmm – tartamudea Jesse, rascándose la nuca.

- ¿Cuándo? – exiges saber sin mover la mirada de la figura nerviosa de tu mejor amigo.

- El lunes.

- ¿El lunes? – gritas en voz queda para no montar un escándalo –. Jesse, estamos a viernes. Y esto es lo primero que escucho sobre el tema – entonces te pausas. Entornas los ojos y ladeas la cabeza al ver la expresión de culpabilidad en su rostro, y piensas en tu móvil silencioso, en la ausencia de llamadas y mensajes –. No se lo diste, ¿verdad? – acusas.

- Bueno, yo... – empieza a escaquearse él.

- ¡Jesse! – sisea Aubrey.

Tu mejor amigo da un brinco en su silla, y si no fuera porque estás tan cabreada con él que casi te sale humo de las orejas, lo encontrarías inmensamente divertido.

- No, no se lo di – admite al final con un suspiro. Ante tu gruñido, alza ambas manos para pedir que no saltes todavía sobre la mesa y le arranques la cabeza –. ¡Tenía mis razones! – se excusa –. Me dijo que, si tú no la llamabas, tendría que llamarte ella a ti.

Frunces el ceño y sacudes la cabeza.

- Pero... Ella no me dejó su número.

- ¡Lo sé! ¡Eso le dije yo! – Jesse asiente, como si eso le absolviera inmediatamente de su anterior crimen –. O sea, se me acerca actuando como si fueras tú la mala de la película, cuando es ella la que se marchó de tu casa en medio de la noche sin decir nada, y la que tiene hoy una cita.

- Jesse – llamas la atención de tu mejor amigo con absoluta seriedad y una calma que aterroriza más que si estuvieras gritando –. ¿Te dijo Chloe algo más?

- No, porque justo llegó Aubrey y nos fuimos.

- ¿Estás seguro?

- Sí.

- ¿Completamente?

- ¡Sí! – estalla, exasperado –. Mira, se me acercó y me pidió tu número. Me negué, me preguntó por qué, y le dije que no querías saber nada de ell...

- ¿Qué? – le interrumpes, incrédula una vez más –. ¿Por qué coño le dijiste eso cuando sabes que no es verdad?

- Porque, Bec – grita él de vuelta en un siseo, lanzándote una mirada reprobatoria –. ¿No viste cómo estabas el sábado? ¡Completamente destrozada! Nunca te había visto así y no quería volver a verte así, así que tomé una decisión – se encoge de hombros, demostrando que de esto no se arrepiente porque cree que actuó correctamente.

- ¡Una decisión que no era tuya para tomar!

- Bueno, tan equivocado no estaba – alega él –. Mira los hechos, está en una cita.

- Chloe no quería ir a la cita – interrumpe Aubrey, su tono es agresivo y sus ojos prácticamente lanzan dagas a Jesse; pero estás tan enfadada con tu mejor amigo que ni puedes sentirte una pizca mal por probablemente ser la causa de que su relación con la rubia se vaya a pique. Crees que él ha hecho un buen trabajo en arruinarla sin tu ayuda –. La obligué yo. Ha estado muy alicaída esta semana y creí que era por Tom. Le dije que le vendría bien salir y conocer a gente nueva, olvidarse de él.

Jesse parece palidecer ante esta nueva información y se gira para mirarte con una mueca arrepentida.

- Enhorabuena – le felicitas fríamente. Tiras la servilleta de tela sobre la mesa y arrastras tu silla hacia atrás –. Espero que estés orgulloso.

Dejas quince dólares sobre la mesa para esperas que cubra tu parte de la cena, coges tu cazadora de cuero del respaldo de la silla y te marchas de allí sin mirar atrás.

Puedes escuchar a Jesse llamar tu nombre, pedirte que vuelvas, que seas razonable, hasta que Aubrey le manda callar y le mandas un agradecimiento silencioso a la rubia mientras cruzas la puerta acristalada del restaurante.

Sales a la calle y te recibe el frescor de la noche. Te aclara la cabeza cuando coges una profunda bocanada de aire, pero no apaga el fuego de rabia que arde con fuerza en tu estómago. Sus llamas se alzan y lamen el interior de tu pecho, haciendo que actúes de manera impulsiva.

Sacas el móvil del bolsillo trasero de tus pitillos rotos y pulsas el segundo nombre en tu lista de llamadas recientes.

- ¿Dónde estáis? – dices en cuanto contestan al otro lado de la línea.

- Saliendo por la puerta de casa – te informa Stacie, sin dejarse perturbar por tu abrupto saludo. Ya está acostumbrada, ya sabe lo que una llamada así significa, por eso es ella la que propone el plan que sabe que vas a aceptar sin dudar –: ¿Nos vemos donde siempre en quince minutos?

- ¿Es nuestro Hobbit? – escuchas a Amy preguntar por el fondo, pero Stacie le chista para que se calle.

- Quince minutos – respondes simplemente.

- Vale.

Paras al primer taxi vacío que pasa por la calle en ese momento y le dices rápidamente la dirección al conductor. Lleva la radio apagada, y aparentemente, no es de los que les da por llenar el silencio con charlatanería; pero casi lo habrías agradecido porque el silencio permite que tu mente comience a dar vueltas.

Piensas en todo lo que has descubierto esta noche e intentas encontrarle el sentido: Chloe le pidió tu número a Jesse cuando se cansó de esperar a que le llamaras tú. Chloe piensa que tú no quieres saber nada de ella. Chloe accedió a ir a la cita solo porque Aubrey le presionó, porque ella en realidad no tenía ganas.

No sabes qué significa. Tienes distintas piezas de un puzzle y ninguna encajan juntas.

No te cuadra lo que te han dicho sobre Chloe. Que ha estado alicaída. Que estaba esperando a que le llamaras. Porque entonces no tiene sentido su forma de actuar en año nuevo, el hecho de que escapara de tu casa en medio de la noche sin siquiera dejar una mísera nota de adiós, o su teléfono móvil.

Si tan interesada está en ti, ¿por qué huyó sin dejar rastro?

Afortunadamente, porque ya puedes empezar a sentir que todo te da vueltas, el taxi frena delante de la discoteca. Pagas la distancia recorrida y te bajas en la misma acera en la que hay formada una larga cola para entrar.

Stacie y Amy ya están esperándote, y te reciben entre gritos y abrazos de oso de los que no eres suficientemente rápida para escapar. Juntas, pasáis de largo frente a la cola de espera y os dirigís directamente al enorme portero que está regulando quién entra y quién no.

- ¡Pero si es la gran BMitch! – grita cuando te ve acerarte, flanqueada por Stacie y Amy.

- Hola, Max – saludas con una sonrisa, chocando el puño que él te ofrece y extendiendo los dedos en el aire cuando él hace el sonido de una explosión con la boca –. ¿Qué tal todo por aquí?

- Aburrido – suspira él. Desengancha la cuerda que prohíbe el paso y os hace un gesto para que entréis –. Espero que vuelvas a subirte a la tarima pronto. Se te echa de menos.

- Hablaré con Luke y veré lo que puedo hacer – prometes, guiñándole un ojo con picardía.

Las tres entráis en Vértigo y la música asalta vuestros tímpanos.

No es la discoteca más grande de Los Ángeles ni de lejos, pero fue el primer sitio que te dio una oportunidad como DJ cuando más lo necesitabas, así que le tienes un cariño especial.

Además, aquí fue donde conociste a los dos bichos raros que llamas amigas y responden a los nombres de Stacie y Amy la Gorda. La primera solía trabajar de camarera por las noches para pagarse el máster, y la segunda es relaciones públicas de la discoteca, su personalidad extravagante y don de gentes le convierten en una de las mejores que Luke ha contratado en su vida.

Fue Amy la Gorda quien primero te habló de Vértigo. Estabas en una cafetería, trabajando en tus mixes, cuando se te acercó con un flyer rosa fosforito y te soltó todo el rollo sobre la discoteca que se inauguraba en una semana. Fue ella también la que propuso que fueras a hablar con Luke al descubrir que hacías música, y aunque le dejaste muy claro que no eras DJ, insistió tanto que terminaste aceptando aunque solo fue para que te dejara en paz y pudieras seguir trabajando.

Nunca te arrepentiste. De hecho, nunca serás capaz de agradecérselo suficiente.

Gracias a ese trabajo como DJ conseguiste mantener el cuchitril al que llamabas piso, y ganar algo de reputación logró que por fin te tomasen en serio las discográficas y, con ello, tu actual trabajo en Residual Heat.

Lo bueno de Stacie y Amy, es que vuestra amistad es fácil.

No te preguntan qué ha ocurrido para que estés así, ni por qué has terminado tu cena mucho más pronto de lo planeado. Simplemente aceptan que necesitas olvidarte del mundo por una noche y se encargan de que tus manos siempre estén llenas de diferentes bebidas alcohólicas que ayudan en la misión.

Pronto tu cerebro está sumido en el sopor de la borrachera, demasiado ocupado por el esbelto cuerpo de una chica presionado contra tu pecho como para pensar en Chloe y en lo que ha ocurrido a lo largo de estas dos semanas.

Tus manos en sus caderas, aprietas la ardiente piel cuando empieza a restregarse y empujar contra ti. Lleva puesta una apretada mini falda y un ligero crop top que deja su terso estómago al aire y permite que lo recorras con las puntas de tus dedos de una forma que debería estar reservada a la privacidad de la habitación, y no en medio de una pista de baile con Stacie a menos de dos pasos de distancia guiñándote un ojo.

Os movéis al ritmo de las bases electrónicas que resuenan a lo largo de toda la discoteca y hace que te retumben los tímpanos de esa forma casi dolorosa que echas de menos de tu breve época como DJ.

Con cada golpe de música, tus manos trepan más y más arriba, y la chica se apoya más y más en ti, y tú te aprovechas más y más del esbelto cuello que pone a la altura de tu cuello. Las luces estroboscópicas tiñen todo y hace que no estés muy segura del color de su pelo y sus ojos, pero te da igual.

Te abandonas a los labios que devoran tu boca con pasión y ya no importa nada más.

Sus manos tiran de tu pelo, sus caderas siguen con su sensual vaivén contra las tuyas, y cuando sus dientes atrapan tu labio inferior y tiran de él al separarse de ti, sientes una oleada de placer recorrer tu cuerpo entero y hacer que te dé vueltas la cabeza.

O quizá eso sea el alcohol.

Sea lo que sea, la chica establece un poco de espacio entre vosotras y sonríes cuando ves su oscuro pintalabios corrido, sabedora de que es obra tuya. Su mano baja por tu brazo hasta que entrelaza vuestros dedos juntos y te da un apretón a la vez que hace un gesto de cabeza hacia la puerta de la discoteca.

Tienes un momento de pausa cuando te asalta el recuerdo de otra mano, otros dedos entre los tuyos. Un poco más allá, Stacie agita sus pulgares levantados en el aire para darte su aprobación y Amy la Gorda agita la camiseta que se ha quitado por encima de su cabeza en círculos mientras grita algo incomprensible.

Sin querer pensar, asientes rápidamente.

Algo mareada, sigues a la chica entre la masa de cuerpos danzantes y tardáis un poco, pero al fin lográis abriros paso hasta la salida. Te despides de Max cuando, tambaleantes, tropezáis juntas por el umbral de la puerta y chocáis contra el enorme cuerpo musculoso del portero, que os equilibra con una escandalosa carcajada.

Ahora que no estáis bajo luces de colores, fuerzas a tus borrosos ojos a fijarse en la chica de la que todavía no sabes el nombre.

Tu corazón se detiene en mitad de un latido al ver que es pelirroja.

Pero, cuando la chica se gira y te empuja contra la pared exterior de Vértigo, sus ojos son de un verde oscuro parecido al de las botellas, y no del azul bebé que casi estás esperando encontrar. Sin embargo, a pesar de la decepción, permites que sus hábiles labios en tu boca y cuello creen un tsunami de placer y deseo que ahoga los recuerdos de Chloe.

No sabes cómo ni cuándo, pero la chica tira de ti hacia un Uber que os está esperando aparcado con una rueda subida en la acera. Abre la puerta y se gira antes de subir primero.

- Me llamo Mindy, por cierto – te dice con un guiño. Su voz es grave y, por alguna razón, no te pega para ella.

- Beca – respondes como mejor puedes.

El conductor hace sonar el claxon, impaciente, cuando continuáis haciéndole esperar. Ambas os metéis entre risitas y os disculpáis, a lo que el hombre responde con una mirada despectiva y se limita a deciros que, si tenéis ganas de vomitar, saquéis la cabeza por la ventana, pero ni se os ocurra manchar su tapicería porque es nueva.

- Este la tiene pequeña – le susurras a Mindy, quien estalla en sonoras carcajadas que trata de sofocar con las manos sobre su boca.

Tienes suerte de que el viaje sea relativamente corto y Mindy sepa cómo distraerte, porque los bamboleos que da el todoterreno cada vez que pasa por encima de un pequeño bache en la carretera hace que se te revuelva el estómago. Y crees que el tío escuchó tu comentario, a juzgar por las miradas fulminantes que te lanza a través del espejo interior.

Le falta tiempo para dejaros tiradas en medio de una nube de humo de su tubo de escape, en la acera frente a un edificio en alguna parte de la ciudad que no reconoces.

Todo vuelve a darte vueltas y lo único estable es el cálido cuerpo de Mindy presionado completamente contra ti y la pared tras tu espalda. El ascensor hacia el que te empuja. La puerta de su apartamento en la que te apoyas mientras ella intenta abrir.

Su cama.

Escuchas tu gemido reverberar por las paredes de la pequeña habitación, escuchas cómo la chica de la que has olvidado el nombre te chista que seas silenciosa porque vas a despertar a su compañera de piso, escuchas los suaves golpes de vuestra ropa cayendo al suelo.

Te ves a ti misma moverte, pero no eres realmente consciente de que eres tú. Es como si alguien hubiera tomado las riendas de tu cerebro y fuera quien está mandando las órdenes que llegan a tus músculos sin pasar por la pequeña parte de ti que todavía entiende qué está ocurriendo.

Enredas las manos en lisos mechones pelirrojos y parpadeas varias veces, preguntándote por qué su pelo no brilla como hacía el de Chloe.

- Oh, Ch... – el nombre se te atraganta cuando su húmeda boca empieza a descender por tu estómago.

Y, (des)afortunadamente, ella no se da cuenta, demasiado ocupada tirando de tus bragas con sus dientes como para prestar atención a tus balbuceos inconexos.

Aprietas los labios en una fina línea, cierras los ojos para olvidar la realidad, y dejas que la chica haga maravillas con su lengua entre tus piernas.

---------------------------------  

Es noche cerrada cuando despiertas de un sobresalto, creyendo por culpa de tu sueño que estás a punto de caerte de morros contra el suelo.

Te frotas los ojos en la oscuridad de un cuarto que no reconoces. Tu garganta está tan seca como si hubieras estado todo el día comiendo cenizas y papel de lija, y todavía te dura un poco del mareo.

Colgada del borde de la cama, tanteas por el suelo en busca de tus pantalones y, por el tacto de la tela y las múltiples roturas que adornan las piernas, los encuentras. Sacas el móvil del bolsillo trasero y presionas el botón central. Guiñas los ojos cuando el brillo de la pantalla te ciega, y a través de tus pestañas puedes ver que son las cuatro y veinticinco de la madrugada.

Iluminas la habitación con tu móvil hasta que encuentras todas las prendas de ropa que reconoces como tuyas y te vistes en silencio. Coges tus botas de tacón con las manos para no hacer ruido, girando en tus calcetines para comprobar que lo llevas todo contigo.

Con el pomo de la puerta ya en la mano, le lanzas un último vistazo a la figura desnuda de la chica que duerme pacíficamente en su cama, sin saber que te estás escabullendo en medio de la noche tras una sesión de sexo torpe y desesperado.

Ves su alborotado pelo pelirrojo y notas un pinchazo en el abdomen al recordar cómo antes casi pronuncias el nombre equivocado. Cómo te has imaginado que era otra persona la que llenaba tu cuerpo de besos.

Te pones las botas con ayuda de la pared del ascensor para mantenerte recta y te alejas del edificio calle abajo sin mirar ni una sola vez atrás, prometiéndote a ti misma que no vas a volver a cometer semejante estupidez.

No más pelirrojas a las que poder confundir. No más pelirrojas a las que comparar constantemente con aquello que no puedes tener.

No es justo para las chicas. No es justo para Chloe. No es justo para ti.

Hora de pasar página.

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El destino es un gran hijo de puta.

Eso es lo que primero y único que piensas el lunes cuando llegas a casa tras un duro día de trabajo y encuentras a alguien sentado en el umbral de tu puerta, pobremente iluminado por la luz que desprende la pantalla del móvil que sujeta en las manos.

Las luces del pasillo detectan tu presencia, se encienden con un click, y tu mandíbula cae abierta.

Las llaves con las que estás jugando caen al suelo con un estrépito que atrae la atención de la persona de su móvil a ti. Una sonrisa, aunque algo titubeante, se abre paso por su rostro y se tuerce un poco cuando ve tus mejillas sonrojadas y cómo tropiezas contigo misma en tu prisa por recoger las llaves del suelo.

Te acercas como quien se acerca a un león enjaulado, sin saber muy bien cómo va a reaccionar a tu cercanía y siempre con miedo a que se lance a por ti con las garras por delante.

- ¿Chloe? – preguntas, tu voz unas octavas más aguda de lo normal por culpa de la sorpresa –. ¿Qué estás haciendo aquí?

La pelirroja se incorpora para no tener que estar mirando hacia arriba para hablar contigo y se muerde el labio inferior con expresión arrepentida.

- Creo que ha habido un gran malentendido – dice con suavidad.

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N/A: ¿A dónde se ha ido corriendo el verano?, pregunto entre sollozos por la depresión post-vacacional...

Bueno, mañana vuelvo a Madrid. Vuelvo a la vida normal. Ay.

Estoy loca. Y estoy pensando en hacer una especie de interludio en la que cuente toda la historia desde el punto de vista de Chloe. Que no debería hacerlo porque es solo más trabajo para mí y empiezo la universidad en unos días y con suerte consigo un trabajo, pero oye, ya se me ha metido la idea de la cabeza y ahora a ver quién la saca de ahí...

Así que ya veré qué hago. Os mantendré informados :)

Ahora, tras esta breve pausa, perdonadme pero me vuelvo a llorar en mi esquina.

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