Cénit (Sol Durmiente Vol.3)

By AlbenisLS

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Tercera Parte de la Trilogía "Rosa Inmortal". El mundo de Rosa Arismendi es completamente diferente al de hac... More

En algún lugar del bosque. Octubre de 1988.
Capítulo 1: Puerto La Cruz, Venezuela. Octubre de 1988.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14.
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20.
Capítulo 21
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28: Cielo.
Capítulo 29: Infierno
Capítulo 30: Eternidad
Capítulo 31.
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36

Capítulo 32

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By AlbenisLS


A un lado del jardín, un vampiro herido y una neófita. Al otro, un ejército de brujas teniendo a un buen amigo de rehén.

—Ya basta—dijo Alaysa con una voz severa, peligrosa.—Estoy harta de todas estas persecuciones sin sentido cuando simplemente pudiste entregarte y todos en paz. Pero no, decidiste ser la heroína de una historia que sabías que iba a terminar de este modo. Eres bastante ingenua, Rosa Arismendi, pero tus días de prófuga han terminado. Enfréntame.

Tenía a Cristóbal entre mis brazos. Sola, desarmada y temerosa por la vida de Stefan, estaba acorralada en ese espacio abierto. Podía huir, seguro, pero eso significaba la muerte del hermano de Sonia. No iba a permitir que eso ocurriera.

—Tienes... Tienes razón, Alaysa. Es hora de finalizar con todo esto.

«¿Qué estás haciendo? No puedes hacer eso, ella te matará y... si tú mueres, yo iré tras de ti. Para siempre» La voz de Cristóbal resonó perfecta dentro de mi cabeza. Miré a su magullado rostro pero sus labios no se movían. Aquello era una sensación extraña, como usar unos audífonos. 

«Poderes de vampiro» pensé, mirando a mi amado de nuevo. No podía apartar mis ojos de él, luego de un año sin tenerlo a mi lado, ahora estábamos juntos.

—Tengo que hacerlo, Cristóbal. 

Con delicadeza, lo bajé de mis brazos hasta que se apoyó en el suelo. El vampiro hizo un gemido que casi me hizo volverlo a cargar, pero me abstuve. 

Di un paso hacia adelante. Sentí la cálida mano de Cristóbal tratar de agarrar mi brazo pero se deslizó pues estaba muy débil. Sabía que si me atrevía a mirar hacia atrás y ver aquellos ojos cautivadores todo habría terminado para Stefan. Di otro paso, cada vez más cerca de la muerte que me esperaba en forma de una mujer enorme.

—Rosa...—gimió Cristóbal. Escuché arrastrarse tras de mí y caer al suelo. Me estremecí pero no me giré a ayudarlo. Unas lágrimas comenzaron a salir de mis ojos y rodaron por mis mejillas. Por suerte, estaba de espaldas al amor de mi vida. No quería que me viera llorar. Con el dorso de la mano las limpié y me percaté que era agua sanguinolenta, producto de las últimas lágrimas humanas que me quedaban. Di otro paso, cada vez más pesados que los anteriores.

—¡Rosa! ¡Huye de aquí! ¡Llévate a Cristóbal y déjame!—Stefan, incluso con aquel afilado cuchillo en su garganta, era tan valiente para gritar aquello. 

Necesitaba ayuda.

—Alaysa—me detuve a mitad de camino y ella pareció despertar de un letargo al escuchar su nombre.— Antes de... Antes de terminar con esto, te ruego que escuches lo que tengo que decir.

La reina de las brujas cerró los ojos y bajó el puñal, haciendo que Stefan respirase hondo y pudiese agarrarse la garganta, de donde pequeñas gotas de sangre fluyeron. Unas brujas le tomaron por los musculosos brazos y se hicieron a un lado.

—Bien, habla—Alaysa abrió de nuevo los ojos, dedicándome una mirada de odio. Un odio que no me explicaba el por qué.

—Sé que me odias como a nadie y deseas verme muerta, pero antes de que hagas esto debo decirte que cometes un grave error. Yo no quise causar nada de lo que pasó, nunca fue mi intención provocar esas muertes. El culpable de todo esto fue un vampiro llamado Ariel. Él inició la matanza de brujas de tu aquelarre para ganar poder.

—Eso ya lo sé—cortó Alaysa, desafiante—Pero él no habría llegado a ese extremo de no ser porque tú estás, o mejor dicho estabas, viva. Terminando con tu humanidad, él no habría matado a todos nuestros hermanos. ¿Acaso la muerte de tu amiga Sonia no te dolió? ¿No te habría gustado terminar con ese dolor?

Claro que me dolía. Me seguía doliendo

—¡No menciones a mi hermana, bruja! ¡Ella es todo lo que tú jamás serás!

El sonido de la cachetada resonó en todo el jardín de Lleuad.

—Ariel está muerto, Alaysa. Al beber de todas esas brujas, se había convertido en un monstruo, una criatura extraña...

Neamh Mairbh — dijeron las brujas del aquelarre en un susurro.

—Sí, en esa criatura. Stefan lo asesinó, el mismo brujo que amenazaste con un puñal y ahora abofeteas salvó tu aquelarre de la extinción absoluta. ¿En serio quieres acabar con él?

—¡No!—Alaysa, por primera vez desde que la conocía, sonrió.—Sólo quiero acabar contigo. Por tu culpa, un nigromante casi se apodera de mi aquelarre. ¿Quién sabe lo que habría ocurrido? No, eso ya está en el pasado...

—¡Exacto!—la interrumpí. Alaysa tembló ligeramente de ira— Tú misma lo has dicho, está en el pasado. El nigromante está muerto, el Neamh Mairbh está muerto...

«Yo estoy muerta» pensé, pero decidí no decirlo.

En la cara de la reina bruja había una mirada frenética, angustiada, confusa. Podía imaginarme el remolino que se formaba en aquella mente repleta de recuerdos, tan antigua, testigo de cosas que a mi parecer no fueron del todo buenas. La bruja habló nuevamente.

—Pero, ¿a qué costo? — se dirigió a sus súbditos— Esta mujer y este hombre, o mejor dicho estos vampiros, casi destruyen nuestro aquelarre por algo tan vacío y carente de significado como el amor. ¡Ja! Amor, la causa de las catástrofes en el mundo. Deben entender, yo siempre hago lo mejor para mi aquelarre y su supervivencia, evitar otra tragedia como la que ocurrió en el Polo Sur hace tantos años.

Los integrantes del aquelarre se lamentaron. Quizás ese evento en el Polo Sur había causado tales estragos en la memoria colectiva de las brujas que su reina decidió acabar con cualquier cosa que alterase la paz. Según entendí, el amor era la principal causa. 

En cierta forma, ella tenía razón. El amor que le tenía a Cristóbal me había obligado a hacer cosas que jamás creí posibles. Matar a una vampiro y enfrentarme a una poderosa bruja, por ejemplo.

—El amor es la fuerza más poderosa del mundo—declaré—por eso tiene muchos enemigos, dispuestos a acabar con aquellos que aman profundamente así como yo amo a Cristóbal. Tú eres una enemiga del amor, lo entiendo, pero nada de lo que hagas podrá acabar con esa fuerza que es incluso más poderosa que tú.

Alaysa retrocedió dos pasos, luciendo un aspecto derrotado, pero luego volvió a sonreír. De ese modo, la reina bruja lucía más aterradora.

—Eres tan ingenua, Rosa Arismendi. Suficiente de charlas.

Alzó los brazos hacia una de las torres del magnífico castillo de Lleuad, como si fuese a atrapar algo. De una de las ventanas, salió un objeto. Un bastón blanco y lustroso como los colmillos de un elefante o un hueso cayó en las manos de la reina. Un estruendo, unos murmullos de asombro y terror y pude escuchar a Cristóbal gritarme que corriera.

—¡Rosa, vete de aquí!—Stefan, incluso retenido por las brujas, prefería que lo dejara solo.

Una fuerte brisa provino de la entrada del castillo, levantando polvo, hojas y ramas. Un huracán parecía formarse en el cielo que comenzó a relampaguear con fuerza. Las brujas, atemorizadas, comenzaron a alejarse del colorido jardín, cuyas flores eran arrancadas de raíz por el viento que agitaba todo. 

Me giré para ver a Cristóbal, quien se había puesto de pie. Estaba llorando lágrimas de sangre y pronto le imité, pues sabía que esa era la última vez que lo vería en esta vida, en caso que existiera una vida posterior para un vampiro. Caminé hacia él, pero en un segundo estábamos frente a frente. Lo besé en los labios, helados como la muerte que se aproximaba.

—Adiós, mi amor.

—Adiós, mi Rosa.

Fue en el instante que abracé a Cristóbal y cerré los ojos cuando escuché a Alaysa.

—¿Qué está ocurriendo?

Abrí de nuevo los ojos. La tormenta continuaba, los rayos parecían caer sobre las torres del castillo, y la reina estaba asustada. Había bajado ambos brazos, con ese terrible bastón entre sus largos dedos, pero su cara estaba consternada. Algo había cambiado. Algo estaba pasando.

Tres rayos cayeron uno tras otro en la entrada de Lleuad, causando un estruendo ensordecedor. Miré hacia allá y distinguí a tres figuras que caminaban lentamente hacia el jardín donde todo aquello ocurría. Pronto comprendí que aquellas tres siluetas eran las causantes de tal alboroto, y temiendo que fuese algo incluso peor que Alaysa, tomé a Cristóbal de la mano y lo conduje a un sitio techado que nos daba la oportunidad de observar todo desde una perspectiva menos insegura.

Las tres figuras se materializaron y fue cuando vi a tres personas a quienes no había visto en toda mi vida.

Era un hombre y dos mujeres, en el sentido abstracto de la palabra. Al fijarme en el hombre, pensé que se trataba de un anciano, pero al enfocar bien con mi visión mejorada noté que se trataba de un hombre alto de cabello plateado que parecía brillar bajo la tormenta. Estaba ataviado con una túnica negra. Sus facciones eran severas, peligrosas, pero lo más llamativo era que sus ojos eran de una tonalidad púrpura. La primera mujer era mucho más baja que el hombre, de tez morena y ojos negros al igual que su abundante y largo pelo que caía en cascada frente a ella. Nariz aguileña y rostro preocupado, tal vez triste. La segunda mujer, sin embargo, podría ser una ninfa de los bosques o un hada, pues era increíblemente hermosa. Su piel emitía cierto resplandor, tan dorado como la larga trenza que lucía frente a su pequeño cuerpo. De cara redonda, labios gruesos y rosados, cejas tan rubias como su cabello y ojos tan azules como un lago congelado, me hicieron dar cuenta que aquella niña, pues podría tener unos quince o dieciséis años, no era humana.

La tormenta comenzó a apaciguarse a medida que los tres seres se adentraban en la escena de violencia, y una vez interpuestos entre Alaysa y yo, el hombre de cabello plateado comenzó a hablar.

—Hiciste ya mucho daño, Alaysa. Has transgredido los límites del antiguo pacto entre brujas y vampiros que ha existido mucho antes que todos aquí viniésemos al mundo.

La chica rubia interrumpió.

—Yo he estado aquí desde mucho antes de que se forjara el pacto, antes que hubiese aquella guerra que casi extingue tanto a las brujas como a nosotros.

—Pido disculpas, entonces— La mirada púrpura del hombre se movió de la niña, obviamente un vampiro.

La cara de la reina de las brujas era de absoluta incredulidad. Miró a la mujer morena y escupió a sus pies.

—Aztrith, ¿cómo pudiste hacerme esto? Eres parte del aquelarre de brujas del sur, un miembro honorable. ¿Cómo has traído al rey Ydras y a esta vampiro a mis dominios?

La morena, llamada Aztrith, contestó.

—Si mal no recuerdo, tú me expulsaste del aquelarre la noche en que decidiste destruir al clan Bolívar con el Cetro de Hueso. Debía buscar a alguien que te detuviera y los encontré.

Alaysa bufó. En su cara había desprecio al ver a Aztrith.

—Ya veo, querías demostrar ante los ojos de otro aquelarre mi supuesta maldad. Ustedes no saben lo que es la maldad. Hice bien en expulsarte entonces, pues una nigromante como tú jamás sería aceptada en nuestra sociedad. Además, estás equivocada. Nadie puede detenerme...

El hombre de cabello plateado alzó una mano, haciendo que Alaysa se callara de inmediato.

—Sí que puedo detenerte. Como rey del aquelarre del océano del oriente y como descendiente directo de las primeras brujas, tengo el poder para hacerlo. Aztrith me lo ha contado todo, y me hizo hablar con testigos de la masacre que intentabas cometer debido a tu error de no acabar con el Neamh Mairbh tú misma.

Estaba allí, inmóvil mientras sostenía a Cristóbal quien se abrazaba a mi cuello cual infante aprendiendo a caminar, cuando observé a dos figuras más entrar en el castillo. Lucía y Héctor, vivo y bien, aunque bastante agotado. No pude evitar sonreír.

—Estos vampiros han sido víctimas por algo que no ha sido su culpa. Debiste usar tus poderes para acabar con el nigromante que ayudaba al vampiro Ariel, pero no lo hiciste. En cambio, decidiste acabar con la vida de una humana llamada Rosa Arismendi.

—Disculpen—interrumpí, acercándome al diálogo.—Yo soy Rosa Arismendi, fui la sangre real del vampiro Ariel, quien había jurado perseguirme hasta matarme. Por suerte, el clan Bolívar me protegió de su amenaza. Fue Stefan Deville—señalé al enorme hombre, quien ya no estaba sujetado por las brujas—quien acabó con la criatura en la que se había convertido Ariel.

—Stefan Deville, un gusto volverte a ver. Ven a nuestro lado, pues eres inocente de todo castigo.

El rubio caminó, pasando al lado de Alaysa que le miró atónita hasta que el hombre se colocó del lado izquierdo del jardín.

—En cambio tú, Alaysa, quisiste matar a esta mujer cuando aún era humana e incluso después de haberse convertido en vampiro -cosa que no planeo discutir- secuestras al hombre que ella ama para atraerla como una mosca. Eso es imperdonable.

Ydras, el que dijo ser el rey del aquelarre del océano del oriente, alzó sus manos hacia Alaysa, y en seguida el peligroso cetro se escurrió entre sus huesudos dedos hasta alcanzar los del hombre. 

—No mereces este Cetro. Y no mereces ser reina. Necesito otros dos brujos que apoyen mi causa para iniciar.

Stefan y Aztrith se acercaron a Ydras sin pensarlo dos veces.

El hombre de cabello plateado apuntó la pequeña calavera hacia Alaysa quien quedó tan estática como el resto de los presentes.

—El Poder de las Antiguas Brujas te arrebata el derecho de reinar sobre los hijos de la naturaleza. No eres ni serás reina desde este momento hasta que las estrellas caigan del cielo.

Acto seguido, Alaysa comenzó a levitar mientras una extraña energía parecía salir de ella. Reflejos blancos y dorados, rojos y negros se arremolinaban a su alrededor mientras que los miembros del aquelarre se retiraban despavoridos al interior del castillo.

Yo estaba sosteniendo a Cristóbal mientras me acercaba lentamente hasta el brujo Ydras quien parecía apuñalar a Alaysa con aquellos ojos púrpura.

—¿Qué está pasando, señor?

Fue la mujer llamada Aztrith quien me respondió.

—Ydras está destronando a Alaysa. Ya ella no es la reina del aquelarre del sur.

Las luces de varios colores se despegaron del cuerpo de Alaysa y se acumularon frente a los tres brujos en un remolino que daba la impresión de tratarse de una bola de cristal gigante. La enorme mujer cayó al suelo.

—Hiciste mucho daño, Alaysa. Este es el castigo por tus errores.

Alaysa se puso de pie con dificultad y miró a todos los que la rodeaban. De pronto, los otros brujos salieron de su escondite. Entre murmullos logré escuchar a varios decir que ya no podían "sentirla" en sus mentes. Sabía lo que significaba aquello.

—Le hice una promesa a la reina Lorean, mi antecesora. Juré que protegería el aquelarre del mal luego que el ejército de vampiros de Alphonse atacara el lugar sagrado de reunión de brujas en el Polo Sur. Tú no estabas allí, Ydras. Tú no viviste la matanza de esa noche. Sin importar lo que costara, mi deber era impedir que nuestra especie desapareciera a manos de los vampiros.

—Eso fue ya hace muchos años, Alaysa. Alphonse y su ejército están muertos, tú los mataste a todos con el Cetro de Hueso que de alguna manera que desconozco te fue otorgado. Pero ya fue suficiente. Es hora de cederle el deber de reina a otra bruja.

El rey Ydras miró a cada uno de los brujos presentes, hasta que se fijó en Stefan Deville.

—¿Quieres tener esta responsabilidad?

Stefan se presionó la pequeña herida del cuello y sonrió incómodo.

—Ni en un millón de años. Además, yo tengo mi aquelarre nómada. Estoy bien así.

—Bien, ¿qué dices tú, Aztrith?

El resto de las brujas asintió a aquello, y la mujer llamada Aztrith miró al rubio asustada.

—Yo no... Yo jamás... No puedo. Soy una nigromante, eso sería...

—Has sido la única bruja lo suficientemente valiente como para buscarme y solucionar esto que estaba ocurriendo aquí. Si pudiste hacerlo y confío en que puedes hacer eso y más, serás una reina asombrosa.

—Una nigromante, ¡¿reina?! ¡Jamás! ¡No lo acepto!—exclamó Alaysa quien se apresuró hacia la mujer. Ydras la detuvo.

—No puedes impedir nada. Sigues siendo una bruja importante, Alaysa, pero ya no tienes poder de decisión.

Aztrith asintió y la bola de luz se movió hacia ella, introduciéndose en su piel.

—He aquí a Aztrith, reina del aquelarre de brujas del sur.

Todos vitorearon, menos Alaysa, quien resignada, se inclinó ante la nueva reina.

—Ustedes, queridos vampiros, pueden irse. Vayan y restablezcan el orden en su territorio así como las brujas han restablecido el suyo. Tú igual , Stefan, lo has hecho bien. Tu hermana estará feliz de escuchar esto.

Así como si nada, éramos libres. No podía estar más feliz. Los Bolívar, Stefan, la niña rubia y yo salimos de Lleuad que se cerró mágicamente tras nosotros, dejando sólo un montón de árboles espesos. Caminamos a velocidad humana, mientras Lucía y Héctor y Cristóbal y yo hablábamos en nuestras mentes.

Para ser la primera vez que lo hacía, no se me daba mal. Era como hablar, pero sin mover los labios.

«¿Cómo pasó todo esto? ¿Cómo es que estás bien, Héctor?» pregunté, asombrada.

«Aztrith lo recordó. Recordó que fue Héctor quien se interpuso entre ella y Alaysa la noche en que atacaron la mansión. Usó su magia para hacerlo despertar.» respondió Lucía, sonriendo.

«Sí que fue extraño todo aquello, ¿eh?» dijo Héctor, con su característica voz rasposa. Escucharlo nuevamente me alivió el alma. «nunca antes una bruja había hecho una cosa así por uno de nosotros»

«Claro que sí. Stefan nos ayudó. Le debemos mucho al hermano de Sonia» dije, mirando al rubio que andaba a nuestro paso. 

—Sólo quería decirte lo mucho que te agradecemos por todo lo que has hecho por nosotros, Stefan. Casi mueres allí en el castillo por ayudarme. Pusiste en riesgo a tu aquelarre por ayudar a los Bolívar. Eres una excelente persona y... Gracias, de verdad.

Stefan sonrió, igual como lo habría hecho Sonia. Ahora que lo detallaba mejor, eran muy parecidos. 

—No hay nada que agradecer. Tú mataste al asesino de mi hermana. 

Iba a comenzar a explicarle sobre cómo no fui yo directamente la que había matado a Laura, pero decidí dejarlo así. Meter a Ángel en la conversación y tener que explicar la existencia de los portadores de luz y de la maldición de los Arismendi estaba mejor para otro momento.

Cristóbal guardaba silencio. Tenía los ojos cerrados mientras nos trasladábamos lentamente por el bosque. Sabía que estaba bien, pues escuchaba sus pensamientos que vagaban. Parecía estar soñando, si eso era posible para un vampiro.

Al cabo de un rato, llegamos a la carretera frente a la casa blanca de los Deville. Allí, Stefan nos quiso invitar a pasar a todos, pero decidimos dejarlo para otro momento, cuando Cristóbal estuviese mejor. El rubio asintió y entró a su casa.

Miré al cielo y observé unas finas líneas de color púrpura, similares a los ojos de aquel rey brujo que nos había salvado de la muerte inminente. Recordé cuando estudiaba que aquel tipo de situaciones en una novela se denominaban "deus ex machina", y no pude estar más agradecida porque aquello ocurriese en mi vida.

—Está amaneciendo. Debemos irnos al refugio ya que no tenemos casa—dijo Lucía, quien miraba también al alba.

Todos estuvimos de acuerdo. Yo cargué de nuevo a Cristóbal y procedimos a ascender por la montaña hacia el refugio. Cuando era humana, no conocía la ubicación exacta del refugio, pero ahora todo parecía estar anclado en mi memoria. Podía tener acceso a información que sólo conocían los Bolívar, y aquello me fascinaba.

Fui la primera en llegar a la pequeña plaza circular del refugio. Luego llegaron Lucía y Héctor y finalmente la niña rubia. No fue hasta entonces que me pregunté quién rayos sería aquella vampiro.

—Disculpa mis modales, querida—dijo la niña, con una voz tan suave y melodiosa que me provocó escalofríos, o algo similar—Soy Marianne, la creadora de estos tres tesoritos. Puedes decirme "abue".

La chica se carcajeó por su propio chiste, mientras yo miraba impresionada a quien había creado a mi amado, a dos de mis mejores amigos, y a un monstruo que casi acaba con todo.

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