Las Heridas Del Pasado

By MaJoLh_29

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Después de que su relación con su prometido termina, Anastasia Steele cambia su actitud radicalmente. ¿Qué pa... More

Advertencia
Prologo
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 6
Capitulo 7
NO ES CAPITULO
Capitulo 8 Maraton 1/?
Capitulo 9 Maratón 2/3
Capitulo 10 Maratón 3/3
Capitulo 11 (Bonus)
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14 maratón 1/3
Capitulo 15 maratón 2/3
Capitulo 16 maratón 3/3
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Aqui Casual un espacio publicitario
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27. Maraton 1/3
Capítulo 28. Maraton 2/3
Capitulo 29. Maraton 3/3
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capito 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo 37
Capítulo 38
Capitulo 39
Capitulo 40
Capitulo 41
Epílogo Parte I
Epílogo Parte II
Nueva historia

Capitulo 5

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By MaJoLh_29

-Será interesante dormir en un ascensor. Contigo. –Declaró él. –Será mejor que te pongas cómoda. –Le dijo.

Estoy cómoda. –Contestó, sabiendo perfectamente que no era verdad. Seguía con aquel moño, con sus tacones y con su chaqueta.

Si tú lo dices. –Replicó, escéptico, mirándola con el ceño fruncido mientras se sentaba en el suelo del ascensor. –A ver. ¿Qué podemos hacer? –Comenzó a decir mientras pensaba.

Podemos sentarnos en el suelo, respetando el espacio y la privacidad de cada uno. –Contestó hostilmente, sentándose en una de las esquinas del ascensor, abrazándose a sus rodillas.

O podemos hacer que el tiempo pase más rápido... Una vez leí qué cosas se pueden hacer cuando estás encerrado en un ascensor.

– ¿Ah, sí? ¿Qué?

–Jugar, pero no hay juegos. Leer, pero no hay luz. Escuchar música, pero no creo que te guste la que tengo en el celular. –Hizo una leve pausa, aclarándose la garganta. – Tener sexo, pero creo que no vas a querer. –Dijo lentamente, observando su reacción, pero al ver que ella no movía ni un solo músculo, descartó aquella opción. –O contar historias y anécdotas... Creo que nos iremos por esa. ¿Quién empieza? ¿Tú o yo?

–Tú. –Contestó en un susurro.

Él comenzó a hablar, Anastasia solo se limitaba a escuchar aquella historia. De vez en cuando sonreía o hacía un breve comentario. Lo cierto era que aquella anécdota la estaba haciendo olvidar que se había quedado encerrada en el ascensor. Cuando él le contó que se había caído al lago, al ir a pescar con su hermano y padre, no pudo evitar soltar una sonora carcajada. Él se quedó allí, escuchando el sonido de su dulce risa, sonriendo al oírla.

Tienes una risa hermosa. –Le informó, escuchando cómo ella paraba de reír.

–Gracias. –Susurró levemente.

Esa es mi historia. Vienes tú.

Realmente no tengo nada interesante qué contar.

Todos tenemos algo interesante que contar. –Declaró él.

Pero no todo lo interesante suele ser bonito o agradable.

Bueno, cuéntame lo que sea. Así no sea bonito. –Contestó. –Honestamente creo que lo peor que pudo haberte pasado ha sido que una navidad no recibieses la Barbie que querías. –Agregó con cinismo.

– ¿Eso es lo que piensas de mí? –Preguntó, dándose cuenta de la clase de imbécil que tenía enfrente. Inmediatamente el ambiente relajado que habían tenido hasta ahora, comenzó a verse afectado.

Sí. Si te soy honesto me pareces la típica princesita que hace berrinches al no obtener lo que quiere. –Anastasia entrecerró los ojos con furia al oír cada palabra.

Vale, tienes razón; lo peor que me pasó fue que en mi cumpleaños número diez no recibí lo que quería. –Contestó, soltando un bufido.

– ¿Y qué era lo que querías? –Preguntó con notas de cinismo en la voz.

Una familia. –La nueva línea de Barbies que había salido para esa entonces. Papá no me la compró y yo lloré como nunca. ¿Feliz? ¿Eso cumplió tus expectativas?

Siempre lo supe, siempre supe que eras una vanidosa de primera, una materialista.

– ¿Y si lo soy qué? –Lo retó.

Nada, eso solo me demuestra que eres igual a todas las mujeres que he conocido.

–Y tú eres igual a todos los hombres que he conocido.

– ¿Has conocido muchos, cierto? –Preguntó odiosamente. Anastasia abrió la boca sorprendida al darse cuenta de las insinuaciones que estaba haciendo.

–Una dama no tiene memoria. –Contestó, evadiendo una respuesta concisa.

Dudo mucho que seas una dama. –La retó. Anastasia apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos, apretó los dientes hasta que estos soltaron un leve ruidito. Le daría una cachetada de no ser porque para aquello tendría que pararse y no estaba segura de que sus piernas pudiesen sostenerla. Simplemente quedó en silencio, contando mentalmente hasta diez. Quizá así podría pasársele la rabia que estaba atacándola en aquel momento. –El que calla, otorga. –Volvió a provocarla, recibiendo solo el silencio por parte de ella.

Los minutos comenzaron a pasar, él volvió a tratar de romper el hielo pero Anastasia seguía callada. Si bien sabía que había hecho mal al insultarla de esa manera, simplemente no había podido evitarlo. Y ahora se arrepentía, había logrado que ella bajase la guardia, que se sintiese en confianza... Y lo había arruinado en un solo segundo.

No puedes permanecer callada por el resto de nuestra estadía aquí. –Le dijo, obteniendo como respuesta un largo y tenso silencio. Él se dio por vencido. Más horas transcurrieron y sintió como el sueño comenzaba apoderarse de él. Iluminó con la luz de su iPhone el cuerpo de Anastasia, que estaba sentado en la esquina, dándose cuenta de que estaba dormida, pero temblando levemente.

Inmediatamente supuso que era por el frío que hacía allí, debido al aire acondicionado.

El aire acondicionado.

Tenía que haber energía eléctrica. Se colocó de pie, comenzó a pulsar el botón que supuestamente haría que aquellas puertas se abriesen, pero nada ocurrió. De acuerdo, quizá había energía eléctrica pero el ascensor seguía sin funcionar. Recogió su chaqueta del suelo, llegando hasta la esquina en donde estaba Anastasia, se sentó a su lado, la haló de tal forma de que se recostara en su pecho, ella seguía dormida y pareció no darse cuenta de aquel movimiento. Él la cubrió con su chaqueta mientras la apretaba en contra de su cuerpo.

Christian. –Susurró ella, acurrucándose aún más en los brazos de él. Christian la miró a la cara por unos minutos, dándose cuenta de lo angelical, tierna e indefensa que parecía estando entre sus brazos. Con su mano derecha comenzó a delinear sus rasgos; sus mejillas, sus perfectas cejas, su nariz respingona, toda ella era... Hermosa. Parecía una muñeca de porcelana. Una muñeca... frágil. –Protégeme. –Susurró aun entre sueños.

Aquí estoy. –Contestó en un mismo susurro, abrazándola más, acariciando su espalda. –Aquí estoy. –Repitió. Anastasia alzó su rostro, estaba en aquel estado semi dormido y semi despierto, la niebla de la confusión la atacaba. Entreabrió los labios, quedando muy cerca de los de Christian, él la miró con intensidad, acercándose cada vez más a ella, dándose cuenta de que Anastasia parecía estarse despertando. Ella abrió los ojos como platos al sentir cómo los labios de él se posaban sobre los suyos. Él ejerció una leve presión, simplemente se encargó de besarla con delicadeza e incluso con dulzura. Comenzó a besar su labio inferior, mientras que ella parecía haberse quedado paralizada. Él la agarró de sus mejillas, obligándola a juntar más sus labios, Anastasia comenzó a poner resistencia, alejó su cabeza, haciendo que él retirase sus manos. Se colocó de pie, pasándose la mano por su frente, aún sin saber qué rayos era lo que había hecho.

– ¿Qué fue eso?–Preguntó sorprendida. –No, no me contestes. –Lo interrumpió al ver que él iba a contestar. –Eso estuvo mal. Tú y yo somos colegas, eres mi jefe, mi jefe casado. Y yo... Yo no seré nada tuyo, ni tu amante ni nada.

Solo fue un beso, Anastasia. –Contestó calmadamente.

Pues para mí un beso es mucho. Esto no debió pasar, no. –Repitió, arrepentida, comenzando a pasarse la mano por el cabello, desordenando su moño, caminando de un lado a otro.

Vas a abrirle un hueco al ascensor. –Dijo con cinismo. Anastasia paró en seco al escuchar su tono de voz, ¿Realmente ese hombre tan pedante era el mismo que la había besado hacía unos segundos con tanta ternura? Era increíble aquel cambio.

– ¡Ojalá! –Gritó. – ¡Así podría irme de aquí!

Vamos, Ana, te repito que un beso no significa nada.

– ¿Realmente no te pesa la conciencia? ¡Eres casado!

–Hago cosas peores que besar a una mujer y créeme que no me pesa la conciencia. –Contestó poniéndose de pie.

– ¿Te digo una cosa? ¡Eres un cínico! ¡Le prometiste fidelidad a tu mujer! ¡Y no te pesa la conciencia al no cumplir esta promesa!

– ¡Oh, vamos! ¡Me dijiste que no eras católica! –Espetó.

– ¡No soy católica pero tengo el mínimo de sentido común como para saber que los votos matrimoniales son sagrados! ¡Se supone que la amas!

–Anastasia, soy hombre.

– ¿Y por eso ya tienes el derecho de revolcarte con mil mujeres y volver a casa de tu esposa como si nada?

Ella lo acepta. –Contestó calmadamente.

No se valora en lo más mínimo. Ella vale demasiado. Demasiado como para aguantarte, como para aguantar que le seas infiel de esta manera tan... cruel, tan inhumana.

–Todos los hombres son así.

Oh, claro que sí. –Dijo ella con pesar, mirando su silueta con rabia.

Vamos, Anastasia, sé que has de tener el mínimo de sentido común como para saber que ningún hombre es de una sola mujer.

–Sí, lo sé. Todos son iguales. –Replicó cruzándose de brazos.

No tenemos la culpa de que nuestra mujer no sea capaz de satisfacernos.

– ¡No hay justificación alguna para esto! ¡Todos son tan... tan viles, tan crueles! ¡Si no son capaces de ser fieles, por lo menos no se casen!

–Supongo que en algún momento tenemos que hacerlo, presentar aunque sea una sola mujer como nuestra ante la sociedad.

– ¿Ah sí? ¿Y cómo te sentirías si Leila te fuese infiel?

–Ella me es infiel.

-¿Es en serio? –Preguntó sorprendida. – ¿Ninguno en ese matrimonio es fiel?

–Ninguno. –Contestó.

– ¿Entonces cómo rayos pueden seguir con esa farsa?

Hay que aparentar ante la sociedad.

– ¡Los dos son despreciables! –Gritó de repente.

Vamos, Anastasia, no me digas que tú serías fiel.

– ¡Por supuesto que sí! –Gritó, sintiéndose ofendida.

No te creo.

No me creas. –Replicó con calma. –No tienes por qué hacerlo, yo sé que digo la verdad.

–Si tú lo dices.

¡Sí! ¡Yo lo digo! ¡No concibo la idea de tener relaciones con alguien sin amor! –Le gritó de repente.

– ¡Por Dios! –Contestó, soltando una enorme carcajada. – ¡Pero si eres una romántica de primera, Anastasia! –Soltó aun riéndose.

– ¡Llámame como quieras, pero esa es mi manera de pensar! –Gritó.

Una idea de pensar muy antigua... Realmente es muy fácil mantener relaciones sin sentir amor, ¿sabes? Además de ser relajante... Sin compromisos y sin responsabilidades. –Comentó él.

–Para los hombres todo siempre es más fácil. –Replicó ella, con hostilidad. – ¿No te has puesto a pensar nunca en tener hijos? ¿Y no te gustarían que fuesen fruto del amor que le tienes a tu mujer? –Anastasia sintió que hablaba con una pared. Simplemente volvió a escuchar cómo él se carcajeaba cínicamente.

–Sé que en algún momento tendré que tener un hijo, pero me da igual si amo o no a su madre. ¿Acaso en algo influye el amor? Yo creo que no.

No influye para nada en el hijo, pero... ¿no sentirías algo más mágico sabiendo que esa personita es mitad tuyo y mitad de la mujer a la que amas?

– ¡Anastasia, basta ya! ¡Deja el romanticismo! –Gritó de repente, haciendo que ella abriese los ojos como platos.

–Solo estoy dando a conocer mi forma de pensar. –Susurró.

– ¡Una forma muy cursi!

– ¡Si soy cursi o no, no te afecta! –Gritó.

– ¡Me estresa la cursilería! –Estalló, alejándose de ella, recostándose en una de las paredes. –Aplícala en tu vida, pero deja de hablarme de eso.

–No creo que pueda aplicarla en mí. –Susurró.

–Claro que sí, tú ya sentirás algo "bonito" al tener a tu hijo, mitad tuyo y mitad del hombre que amas.

-No tendré hijos. –Comentó, antes de pensarlo.

– ¿Por qué? ¿No puedes?

No quiero. –Contestó cortantemente. Aunque honestamente lo que no quería era tener que hacer aquello que se necesitaba para tener hijos. Últimamente estaba pensando en adoptar, pero el día anterior a ir al orfanato había tenido una de sus pesadillas terribles, aquellas pesadillas que la dejaban débil, que hacían que todos sus temores se reviviesen. Y entonces se había dado cuenta de que así no podría criar a un niño, ¿cómo criarlo si ella todavía no podía hacerse responsable de sí misma, si todavía le tenía miedo a la vida propia? Además, para adoptar tendría que estar casada.

– ¿Sabes? Es irónico que te hayas especializado en derecho familiar si no te gustan los niños.

Nunca dije que no me gustasen. –Contestó.

– ¿Entonces por qué no quieres tener hijos?

– ¡Simplemente no quiero! ¿Vale? ¡No quiero! –Gritó, dejando a Christian anonadado. Después de aquello el silencio volvió a apoderarse del ascensor. Ana cayó al suelo abrazada a sus rodillas, mientras él seguía de pie, mirándola fijamente.

Buenas noches. –Le dijo.

–No son buenas si estoy contigo. –Contestó retándolo, pero él solo se arropó con su chaqueta en una de las esquinas del elevador. Los dos hacían lo posible por estar lo más alejados del otro.

*****

– ¿Hay alguien allí? –Escucharon que gritaban al otro lado de la puerta. La primera en despertar fue Anastasia, honestamente no podía dormir bien sabiendo que estaba encerrada en un lugar tan pequeño con él, además, se había estado congelando durante toda la noche. Se colocó de pie, apoyando la oreja en el frío metal de la puerta del ascensor.

– ¿Hola? –Preguntó.

– ¿Quién está ahí? –Escuchó que preguntaba un hombre.

– ¡La Dra. Steele! –Gritó.

– ¡Y el Dr. Grey! –Agregó él, sorprendiendo a Anastasia. Realmente no lo había sentido llegar a su lado.

– ¿Están encerrados? –Realmente aquella pregunta estúpida solo hizo que Anastasia colocase los ojos en blanco y que Christian soltase unos cuantos improperios. – ¿Hace cuánto están allí?

–Doce horas. –Contestó Christian después de haber mirado su reloj.

Vale, ya los sacaremos.

Es lo menos que pueden hacer. –Contestó él, agresivamente.

–Cálmate. –Le susurró ella.

Después de unos cuantos minutos y que el equipo de seguridad del edificio llegase, por fin Christian y Anastasia estaban fuera. Ella fue directa a las escaleras, comenzando a bajar apresuradamente. No tenía el valor de ver a Christian a la cara después del beso y las palabras de anoche. Consiguió parar un taxi, el cual la llevó directamente a su casa.

********

Christian bajó hasta el estacionamiento, encontrándose a su hermano allí. Y el verlo tan arreglado, con ocho horas de sueño encima mientras que él había dormido a duras penas unas cuatro, lo enfureció levemente.

– ¡Qué cara traes! –Le dijo él, pasándole por un lado.

Quisiera ver qué cara traerías tú si te quedases encerrado en un ascensor durante toda la noche.

– ¿Qué? ¿Es en serio? –Preguntó asombrado.

Muy en serio. –Le contestó. –Y para colmo fue con Anastasia...

– ¿Qué? ¿O sea que te acostaste con ella en un ascensor? –Preguntó directamente.

– ¡Por supuesto que no! ¡La mujercita tiene su carácter! Es conservadora y se alborotó totalmente por un ligero beso.

–O sea que la besaste.

Sí, pero la muy santa se sintió fatal al recordar que era casado.

–O eso dice. –Lo interrumpió.

– ¿A qué te refieres?

Recuerda que hay mujeres así. Algunas se las tiran de santas cuando no son más que unas... mujeres alegres, por decirlo así.

Tienes razón. En fin, me voy a casa a dormir un rato. –Dijo, alejándose de él.

–Pero recuerda que yo ya la besé, eh. Punto a mi favor. –Le recordó a su hermano.

********

Los días transcurrieron. La relación de Anastasia y Christian mejoraba constantemente, aunque lo cierto era que ella no podía evitar mirarlo con otros ojos después de su directa confesión. Si bien, se llevaban con cordialidad y respeto, Anastasia hacía lo posible para mantener las distancias. Un par de veces se quedaron hasta tarde en las oficinas, planeando las demás estrategias que usarían el día del juicio, y un par de veces sus pieles se rozaron. Si bien Anastasia se veía totalmente afectada al sentir una corriente eléctrica por todo su cuerpo, él parecía no inmutarse en lo absoluto. Bien. Así era mejor.

Durante aquellas semanas que pasaron, habían estado muy cerca, Anastasia poco a poco fue conociéndolo mejor. Y si bien, le parecía un hombre encantador, se decía a sí misma que no debía olvidar su anterior plática en el ascensor.

Lo cierto era que Christian estaba comenzando a alegrarle los días. Siempre se aparecía por su oficina y se encargaba de sacarle una sonrisa. Comenzaba a considerarlo como un excelente amigo. Nunca hacía preguntas demás. Cuando se metían en terreno personal, él parecía captar su incomodidad y cambiaba el tema de forma sutil. Cosa que realmente ella agradecía.

En cambio, Elliot era un total pesado. Se la mantenía agobiándola con piropos excesivos, regalándole alguna baratija de vez en cuando, que ella, por supuesto, terminaba rechazando. Aún no entendía cómo dos hermanos podían ser tan diferentes. Cómo uno podía ser tan encantador, dulce, simpático y el otro tan... Asfixiante y ridículo.

**********

Honestamente, este jueguito me está sacando de quicio. –Le informó Christian a Elliot, mientras daba un sorbo al vodka que tenía en su copa. Contempló rápidamente cómo el sol comenzaba a ocultarse por las montañas, mientras el cielo tomaba un color naranjado con algunos destellos de azul.

Ni que lo digas. –Contestó su hermano, quitándose la chaqueta y tomando una pequeña copa del mini bar que tenían en el penthouse que compartían ambos. Allí siempre llevaban a sus apuestas. Se podría decir que era como su motel personal. Si estaba en 'uso', tenían que colocar en el ojo visor de la puerta, el anillo que su padre les había regalado hacía ya un par de años. –Se está haciendo la difícil. Esto no me gusta. –Agregó, mientras comenzaba a caminar hacia la enorme ventana que había allí, parándose al lado de su hermano, sintiendo cómo el líquido se deslizaba por su garganta.

–De eso no hay duda. –Contestó después de soltar un gruñido, soltándose la corbata. –He tratado de ser paciente, he tratado de ser dulce y amable con ella, de no presionarla pero simplemente no responde. No responde a mis tácticas de conquista.

Ni a las mías tampoco, Christian. Le he regalado de todo y la mujer no acepta ni siquiera ir a almorzar conmigo. Ni siquiera como colegas.

–Me ha dicho que en realidad no quiere nada con los hombres. –Contestó, mirándolo de reojo. –Pero no pongas esa cara. Ha tenido novios, así que igual se siente atraída por el sexo opuesto.

–Es un alivio. –Dijo ásperamente. – ¿Pero entonces por qué no accede a tener nada con ninguno de nosotros? ¡Me harta! –Estalló, tirando bruscamente la copa de alcohol al suelo, lo que provocó que se rompiera en mil pedazos y el líquido comenzase a derramarse por toda la alfombra.

–Cálmate. –Le dijo Christian, sin siquiera inmutarse. Conocía a su hermano, conocía sus ataques de ira. –Caerá, tenlo por seguro.

El problema no es que caiga, lo hará tarde o temprano, lo sé.

– ¿Entonces cuál es el problema? –Preguntó, mirándolo rápidamente de reojo, fijando de nuevo su vista en el atardecer.

–Me voy a Nueva York. Papá insiste en que observe cómo va la empresa. Esto me dejará en desventaja.

Es una pena. –Soltó con cinismo, mientras de sus labios escapaba un ligero silbido. –Podemos modificar la apuesta. –Comenzó a plantear, tomando otro sorbo de licor.

– ¿Cómo? –Preguntó con cierto recelo.

Tú te vas, yo me quedo. Si la conquisto antes de que llegues, gano; si no, pierdo. Simple.

Pero yo no disfrutaría ni obtendría nada.

–No todo en esta vida se disfruta. –Contestó con aspereza en su voz, mientras se giraba para mirarlo cara a cara, con una mano en su bolsillo. – ¿Y qué me dices?

–Si no lo logras, me darás tu nuevo auto. Además de las acciones, obvio. –Le dijo, mirándolo con los ojos entrecerrados.

–Acepto. –Contestó, estirando su mano izquierda, para que su hermano la agarrase.

********

Estaba saliendo del cine con una sonrisa en el rostro. Haber ido a ver una comedia había sido su mejor decisión. Era sábado, todo el trabajo que tenía estaba terminado. Había terminado de leer una de sus novelas favoritas. Y al ver que no tenía absolutamente nada que hacer, su mente le había sugerido ir a ver una película.

Había hecho bien. Aquello la había relajado, había alegrado su tarde.

Extrañamente hacía ya un par de días que se sentía mejor, se sentía más alegre. Aquel sentimiento constante de querer desaparecer y querer morir, había disminuido. Comenzó a dar una vuelta por el centro comercial, recogió un poco las mangas del suéter que tenía, colocándolas hasta sus codos. Estaba vestida informalmente, una camisa cómoda y ancha, color blanco, un jean negro, su suéter azul y su bolso negro que tenía en aquel momento cruzado, además de sus zapatillas también negras. Su cabello castaño oscuro caía libremente por su cuello, y espalda, teniendo el fleco sostenido hacia atrás con un gancho.

Después de recorrer el centro comercial, decidió que ya era tiempo de irse a su casa, así que comenzó a caminar. Su apartamento quedaba a unas diez cuadras de allí, pero honestamente a ella le encantaba recorrer aquellas distancias. Emprendió su marcha, pensando en miles de cosas con cada paso que daba. Extrañamente no podía alejar de su mente el recuerdo de Christian. Jamás pensó que él podría ser tan amable, tan confiable. Estaba comenzando a quererlo...

Como amigo... Sí, como amigo.

Él era casado y en lo que se refería a asuntos de 'amor', era un total perro.

Se giró, comenzando a mirar a ambos lados antes de cruzar la calle, notando que un auto negro se había detenido justo en frente de ella. Anastasia soltó un pequeño juramento por lo bajo, no podía ser que alguien fuese tan imprudente para estacionarse justo en frente de ella.

Pero aquel desconcierto y leve ira, se transformó en asombro al ver que Christian bajaba del auto. Estaba impecable y totalmente guapo. Tenía puesta una camisa azul marino, con rayas verticales blancas, combinada con un jean también oscuro.

Qué sorpresa encontrarte aquí, Ana. –Dijo él en tono amable. Ella por su parte estaba muy sorprendida al ver a aquel adonis griego enfrente de sí. El olor de su exquisito perfume, penetró en sus sentidos, haciendo que se atontara aún más.

Lo mismo digo, Chris... tian. –Completó. No era tan bueno aquel excesivo tuteo.

– ¿Quieres que te dé un aventón a tu casa? –Le preguntó, señalando su auto.

Oh, no. –Comenzó a decir. –Muchas gracias, pero disfruto caminar. –Concluyó con una sonrisa ladeada.

–En ese caso, creo que caminaré contigo. –Dijo con otra sonrisa, cerrando la puerta del auto e indicándole a su chófer que se fuese.

–No tienes por qué. –Susurró.

–Vamos. –Contestó, indicándole que siguiese el camino.

Hay que cruzar. –Le informó con otra sonrisa.

–Bueno, vamos. –El extendió su brazo, para que Anastasia pudiese aferrarse a él. Ella lo hizo tímidamente, mientras las pulseras que tenía, emitían un leve campaneo al chocar entre sí. Aquello solo logró que el perfume que se había aplicado en sus muñecas, se liberase, invadiendo los sentidos de Christian. Siempre le había encantado el perfume de ella, era exquisitamente dulce... Tal y como era ella. Dulce.

Aún con la mano colocada en el brazo de Christian., comenzaron a cruzar la calle y a caminar.

– ¿Y qué hacías por aquí? –Comenzó a preguntar ella.

–Estaba en el banco. –Susurró él, tratando de notar la reacción de ella. Nunca había probado cómo reaccionaría ante el dinero.

De seguro como todas las mujeres. –Pensó.

Oh, yo estaba en el cine. –Contestó, tratando de cambiar el tema.

–Interesante. ¿Y qué película viste?

– ¡Una comedia! –Exclamó emocionada, recordando lo bien que lo había pasado viéndola. –No sé si la habrás visto, se llama "Norbit".

–He escuchado hablar de ella, pero no la he visto. ¿De qué trata?

–Realmente es muy cómica. –Ella comenzó a relatarle el argumento de aquella película, soltando una que otra risita al recordar las partes más cómicas. Él se reía al imaginar aquellas escenas.

–Se ve interesante.

–Deberías verla.

Me encantaría verla contigo. –Susurró.

Puede ser. –Dijo antes de pensarlo, pero, ciertamente aquello no tenía nada de malo, ¿cierto? Solo serían dos amigos viendo una película. Una inofensiva película.

Nunca te lo he preguntado, pero supongo que solo necesitas tus lentes para leer...–Susurró él, entrecerrando los ojos. Ella se llevó la mano izquierda al lado de su cabeza, dándose cuenta de que había olvidado sus nuevos lentes, los que había mandado a hacer hacía un par de semanas.

Sí, solo para leer. –Le mintió.

Su charla y sus pasos siguieron, hasta llegar al conjunto residencial. Anastasia le dio las gracias por acompañarla, y el momento de la despedida se volvió incómodo. Tenía la intención de darle un apretón de manos pero terminó dándole un beso en la mejilla... Y honestamente, la chispa que la había recorrido al sentir el contacto de su piel con sus labios, la había desestabilizado.

********

Contempló su reflejo en el espejo con cierto desconcierto. Sus mejillas habían tomado color y sus ojos tenían aquel marrón intenso. ¿Por qué? ¿Por qué?

Honestamente se había acostumbrado a ver su rostro pálido y sin vida en el espejo.

– ¡Hermanita! –Anastasia pegó un leve brinco al escuchar cómo Kate le gritaba al oído.

– ¡Maldición! ¡Casi me da un infarto! –Le gritó, girándose a verla, con una mano en el pecho.

– ¡No era mi intención! –Contestó, riéndose. – ¿Qué te pasó?

– ¿A qué te refieres? –Preguntó más calmada.

–Pareces... feliz. –Susurró, con el ceño fruncido.

Pues hoy fui al cine, vi una comedia. Una comedia pone feliz a cualquiera. –Susurró, bajando la mirada.

– ¿Segura de que fue eso?

–Sí. –Sí. ¿Sí, verdad? Sí... No podía estar feliz por haber visto a Christian. Eso no era lógico.

************

– ¡Buenos días! ¿Cómo amanecimos hoy? ¡Es una hermosa mañana! –Declaró emocionada, viendo cómo Kate entraba aún dormida a la cocina, mientras que ella ya estaba vestida y... maquillada. Su hermana abrió los ojos como platos al verla así.

– ¿Qué pasó? –Preguntó, desconcertada, rascándose la cabeza.

–Nada. Es que hoy me desperté temprano y aproveché el tiempo. –Susurró, mientras Kate se acercaba a ella, alzó la mirada, tomando el rostro de Anastasia con sus manos.

– ¡Madre mía! ¿Eso que te pusiste es maquillaje?

–Sí, ¿por qué? ¿Se ve mal? –Preguntó.

– ¡Te ves espléndida! –Le dijo su hermana.

Bueno. Si ese es el caso, creo que ya me voy. –Comenzó a decir, alejándose de la cocina, yendo a la sala, tomando su maletín y su bolso. –Te preparé el desayuno. Hasta luego. –Al estar en la puerta, se giró, para decirle unas últimas palabras a su hermana. – ¡Te quiero, Kate!

Ella quedó sorprendida ante la actitud de su hermana, pero no tenía derecho a reclamar nada. Muchas veces había deseado que la anterior Anastasia volviese y al parecer, su deseo se estaba haciendo realidad.

**************

– ¡Qué guapa te ves hoy, Ana! –Le informó Carolina, mirándola de arriba abajo. – ¡Me encanta tu cabello! –Le comunicó. Esta vez se había hecho una media cola; la mitad de su cabello estaba recogido con un gancho, mientras la parte inferior caía libremente y su flequillo estaba detrás de su oreja.

–Gracias. –Susurró, sonrojándose. –Bueno, quería hablar contigo porque creo que te debo una disculpa. Cuando fuiste a mi casa...–Comenzó a decir.

–No te preocupes, a veces no nos gusta que toquen ciertos temas que nos incomodan, supongo que eso fue lo que pasó.

–Sí. –Susurró con una tímida sonrisa.

***********

–Señores, lo de hoy será rápido. –Comenzó a decir Carrick, entrando a la sala de juntas. Anastasia tomó asiento al lado de Christian.

Te ves hermosa hoy. –Escuchó que decía él. Ella solo sintió cómo se sonrojaba notablemente. Carrick la miró al entrar, frunciendo el ceño. Ella no supo si aquel desconcierto era por su maquillaje o por su sonrojo. No lo supo y no quiso averiguarlo.

–Punto uno; Vera, me has decepcionado, ese caso era para ganarlo, será mejor que te recuperes en el próximo. Punto dos; Rodríguez, te vas con Torres a , tienen un nuevo caso allá. Punto tres; Elliot está en Nueva York, así que... Steele, te vas con Grey a Miami.

– ¿Qué? –Preguntó alarmada.

Marquina intentó escaparse de la cárcel, así que lo llevaron a la prisión de máxima seguridad de Miami, por lo que será juzgado allá y es su deber como abogados perseguir el caso.

Pero...

–Yo pagaré todos los gastos, no se preocupe.

– ¿Cuándo nos vamos? –Preguntó Christian.

Pasado mañana. –Contestó cortantemente él. –Eso es todo. ¡A trabajar! –Gritó, yéndose del lugar, dejando a Anastasia todavía en shock. Si bien tenía cierta confianza con Christian, no tenía la suficiente como para viajar con él. Un viaje era algo muy personal.

De pronto todos sus temores volvieron a atacarla.

Tendría que ir de viaje con él.

De viaje con un hombre que era un mujeriego empedernido.

Con un hombre que estaba provocando miles de reacciones y sensaciones desconocidas para ella.



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