Grita | Teen Wolf #1|

By -SmokeGirl-

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«No los escuches... No les contestes.... No los veas.... NO. GRITES.» Lydia Martin puede parecer una chica no... More

-G-R-I-T-A-
Capítulo I: La nueva normalidad
Capítulo II: Cuando Lydia conoció a Stiles
Capítulo III: Dos voces y un recuerdo
Capitulo IV: Heridas del pasado
Capitulo V: La invitación
Capitulo VI: Fiesta de sangre
Capitulo VII: Él lo sabe
Capitulo VIII: Siempre hay un precio que pagar
Capitulo IX:Espiritu
Capitulo X: Toda la verdad
Capitulo XI: El muerto que habla
Capitulo XII: Baile de perdidas
Epílogo

Prefacio

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By -SmokeGirl-

Silencio.

Lydia miró alrededor, las frías paredes le daban la bienvenida en su despertar. La habitación se encontraba congelada, esa era la segunda cosa que siempre se percataba cuando abría los ojos, la primera era el hecho que seguía viva.

Mientras se acomodaba en la cama hasta sentarse, sus ojos se iban deslizando por la pared hasta posarse en un reloj que se encontraba frente a la cama.

8.59 ya casi era la hora.

Ese conocimiento hizo que su mirara se apartara del reloj y recorriera la reducida habitación, mientras su mente comenzaba a conjurar recuerdos de un tiempo pasado. Uno en el que era una niña feliz, normal, inclusive. Una niña con el cabello rojizo que jugaba con su hermano a las escondidas, pensando que los únicos monstruos que existían eran en los cuentos.

Recuerdos donde no había oscuridad.

Sin darse cuenta comenzó a frotar su mano derecha contra su muslo, lo hacía siempre, cuando se acercaba la hora. Aunque ni siquiera se daba cuenta de ese hecho, o al menos no lo hacía hasta que su doctor lo había señalado semanas atrás.

A pesar de que había intentado evitar volver a hacerlo, se dio cuenta de que era imposible.

Se acomodó nuevamente sobre el duro colchón, ni siquiera se molestó en tender la cama, sabía que en cuanto el doctor se fuera estaría horas nuevamente allí encerrada hasta que la dejaran salir. Si la dejaban. Esa semana apenas recordaba si se había comportado como esperaban que se comportara.

Se obligó a si misma a concentrarse en la hora, si se concentraba podía limpiar su mente de la niebla que los medicamentos le producían, aspiró una bocana de aire y el olor a hospital inundó sus fosas nasales.

Hospital no.

Se recordó.

Psiquiátrico.

Había pasado el suficiente tiempo allí para no confundirlos, en el hospital la gente mejoraba, en el psiquiátrico acababan aquellos sin salvación. Los demasiado extraños, los demasiado dañados para vivir en una sociedad donde eran condenados.

Ella era uno de ellos ahora, aunque intentase olvidarlo.

Pero era difícil cuando se veía los brazos pálidos, o se cruzaba por accidente con su reflejo mientras caminaba por los jardines. Su rostro demacrado y las ojeras que acentuaban su falta de lucidez eran un recordatorio constante de quién era.

Una de ellos.

Loca.

La palabra le hizo apretar los ojos. Se negó a escuchar, si se negaba a escuchar siempre se iba.

Quince años, tenía solo quince años cuando acabó allí, todavía lo recordaba, tan vívidamente que seguía ardiendo.

«Piensa en el hielo» se recordó, si se congelaba no dolería, tenía que evitar que doliera.

A los quince años la habían diagnosticado con esquizofrenia paranoide, su hermano había sido quien le había contado a sus padres sobre las voces. Ella era solo una niña que creía que era normal que escuchar cosas que no estaban allí.

Claramente se equivocaba.

También solía pensar que no sucedería nada malo si hablaba con ellas.

Se equivocaba de nuevo.

Ahora estaba pagando el precio por su error fatal, al fin y al cabo, si dejas entrar a la oscuridad, no puedes luego culparla por consumirlo todo.

09.00 am.

No se molestó en dirigir su mirada a la puerta, ni siquiera cuando esta se abrió con un chirrido y el doctor Cordero entró.

Su mirada se volvió a perder en una esquina para el momento en el que él colocó su mirada en ella. Lydia podía sentir sus ojos clavados en ella, como aguijones que buscaban diseccionarla y estudiarla como un animal bajo el microscopio.

Sabía lo que buscaba. La chica que era antes de la locura, el cristal antes de que se partiera en pedazos.

Existían veces en las que quería decirle que no se molestara, que, al fin y al cabo, ella ya había aceptado la locura y la oscuridad, la rotura y los cristales rotos. Quería decirle que si se acercaba demasiado, acabaría dañándose, pero, a pesar de todos esos años, nunca se había ido.

—Buenos días Lydia —su voz era suave, casi paternal. Sabía que la usaba con todos sus pacientes, Cordero era de los pocos doctores en Eichen que intentaba ser humano. Ella conocía al resto, algunos disfrutaban jugando con los demás pacientes, Lydia los escuchaba gritar en las noches, susurras plegarias a dioses que no existían, gritar por ayuda.

Quizás ella había sido afortunada, Cordero había estado con ella desde que fue ingresada, él había sido nuevo en el hospital y le habían dado una lista de pacientes con los que trabajaría. Lydia era una de ellos.

Pero a pesar de todo, Lydia nunca había confiado del todo en él. Había algo en su mirada, algo en la forma en la que se movía, ella podía verlo cuando él no se daba cuenta. Algo calculador en la forma en la que actuaba, casi podía jurar que detrás de sus ojos veía pequeños engranajes funcionando.

Aunque claro, eso era producto de su imaginación. Cordero no era un robot, él simplemente era un médico que buscaba entender cómo una niña se convirtió en lo que era.

Él siempre esperaba, pacientemente, a que ella dijese algo, sino lo hacía, miraba los nuevos dibujos que había en las paredes, aquellos que solía dibujar cuando las voces no la dejaban dormir por las noches. Aquellos que las enfermeras se encargaban de borrar cada vez que ella salía.

Monstruos, personas, a veces imposibles de distinguir unos de otros.

Mientras pensaba en ello, comenzó nuevamente a frotar su muslo, su vista nunca se apartó de la pared, recordando el último dibujo a su colección. Una bestia aterradora que la había acechado en sus sueños, claro que la pared no le hacía justicia, tampoco a sus ojos. Lydia los recordaba perfectamente, ojos azules, como un mar congelado.

Al tiempo que ella se encontraba en su transe personal, Cordero se limitó a observarla, sabiendo que ella no pronunciaría palabra.

Las sesiones con Lydia solían ser siempre iguales. Frío silencio de su parte, una mirada perdida en algún sitio de la pared y su mano frotando su muslo derecho.

Una especie de melodía o transe siniestro que ella solo parecía conocer y que la transportaba a un lugar por fuera de esa estéril habitación.

—Hoy vinieron tus padres a visitarte —le contó en un intento por llamar su atención. Un parpadeo. Esa fue toda su respuesta. Estaba escuchándolo—. Te llevarán a casa mañana, les dije que te daríamos de alta. ¿Te gusta la idea, Lydia? ¿Volver a casa? ¿Ser la chica que eras antes de que todo esto sucediera?

«La chica que eras» Lydia repitió las palabras en su mente varias veces, la chica que era, ¿quién era? No sabía responder a esa pregunta sin pensar en la oscuridad y en los cristales, y pensar en ellos siempre atraía a las voces, y las voces hacían que su cabeza doliera.

¿Existió una Lydia antes de esta?

—Bien... —Lo escuchó moverse mientras se reclinaba sobre el asiento, acercándose, el sonido de su tablilla de metal, la cual utilizaba para tomar notas de sus sesiones, resonó contra sus piernas—, ahora te haré una pregunta y espero que me contestes con absoluta sinceridad ¿está claro?

No esperó a que respondiese.

—Lydia, ¿ves u oyes a alguien más en esta habitación además de nosotros dos?

Dile que no.

Lydia se negó a mirar alrededor para confirmar si la figura que la atormentaba se encontraba encorvada en una esquina. Hacía tiempo que se había resignado a nunca verle el rostro ni a librarse de él.

—No, doctor —Contestó ella con voz pausada y casi mecánica, era la primera vez que pronunciaba palabra frente a él desde hacía años. Su voz estaba rasposa por su desuso, su mirada fija ahora en los ojos del doctor.

Por primera vez, pudo percibir un deje de lucidez pintando los ojos verdes de la chica. Intentó ocultar su sorpresa ante sus palabras. Siempre supo que Lydia hablaba con otros pacientes, pero nunca había sido capaz de hablar con él, no desde que la ingresaron y aquella primera noche donde se había refugiado en un muro tan alto que ni siquiera él pudo entrar.

Mientras observaba los ojos de la chica, intentó dilucidar aquellos secretos que escondía y que jamás le dejó descubrir, pero antes de que siquiera pudiera acercarse, la chica volvió a mirar la pared.

Ajena a todo, especialmente a la pequeña sonrisa que pintó los labios de su doctor.

—Todo estará bien, Lydia —Cordero habló, mientras se levantaba. La miró un largo momento, sosteniendo su tableta contra el pecho. No había escrito ni una palabra, ella sabía que no lo haría.

Salió por la puerta y la cerró detrás de sí, y sólo cuando se encontró en los solitarios pasillos de Eichen House, es que acabó:

—Todo estará absolutamente bien.

Lydia deslizó la mirada de la pared, recorriendo los dibujos que parecían mirarla fijamente, hasta detenerse en el reloj que posaba frente a la cama.

09.30 am.

Silencio.

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