Soy tu cliché personal

By OMCamarena

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Claudeen, mejor conocida como "Cliché", es la típica chica nerd, estudiando en el típico colegio de niños ric... More

AVISO
Sinopsis
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
Epílogo

IX

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By OMCamarena

Demasiado cerca, pensó Claudeen.

Sin darse cuenta, estaba conteniendo la respiración. Claudeen era consciente del más mínimo detalle. Afuera se desarrollaban los entrenamientos de los diversos equipos deportivos, unas chicas animaban el partido de sus amigas, los pájaros surcaban el cielo y cantaban una canción tranquilizante para los oídos de Claudeen, a pesar de eso no conseguía que su cerebro dejara de enviar señales para que dejara de temblar. Se trataba de la primera vez, los pájaros siempre la sacaban de sus estados de shock.

—¿Claudeen? —inquirió Henry, dejando de ejercer tanta fuerza en sus pequeños hombros.

Las palabras de Frank gritaron desde el fondo de su cabeza. Sabes lo que sucede si dices algo o alguien más te pone un dedo encima. Inmediatamente, el suave tacto de Henry pareció quemarle y su piel se erizó. Se obligó a despegar los pies del suelo, uno después del otro. Al hacerlo casi tropezó, Henry intentó ayudarla a equilibrarse nuevamente, pero se encontró con el rechazo total de la pelirroja. Herido, la vio retroceder y chocar contra los casilleros. La chica profirió un grito de dolor, se llevó las manos a la nuca.

—¿Claudeen? —insistió dando un paso hacia ella. Creyó ver una lágrima resbalar por la mejilla derecha, al segundo siguiente no había rastro. Quizá fue solo su imaginación.

—¡No! —chilló, pegándose más al metal—. No, por favor —rogó con un hilo de voz, quebrado.

—¿Qué sucede?

—No te acerques, por favor —pidió poniendo sus manos al frente. Henry leyó en sus transparentes ojos verdes el miedo a otra persona, por la forma en que agarró su brazo a la altura del moretón, entendió más de lo que Claudeen hubiera deseado—. No lo hagas —susurró, desviando la mirada a la ventana del rincón.

Henry se agachó. Quedando a su nivel, le quitó un mechón del rostro, produciendo un pequeño respingón en la chica. Concluyó que ese día no conseguiría sacarle la verdad, Claudeen se quedaría callada por un buen tiempo antes de contestarle con una evasiva que parecería la verdad pura y él le creería. Soltó un sonoro suspiro. Se volvió a poner de pie, rindiéndose por un buen rato.

—Regresemos —dijo, abotonándose la camisa—. El quinteto ha de estar a punto de hacer volar el lugar —agregó, inyectándole un poco de diversión a sus palabras, aunque sonó muy forzado.

Le tendió una mano a Claudeen, pero no la tomó. Se limitó a asentir con la cabeza, sin moverse.

—¿No podrías confiar en mí? ¿Solo una vez? —pidió, sin retirar la mano—. Me está hartando tener que repetir que quiero ayudar.

—Pero yo... tú... —Henry rodó los ojos—. No es que no quiera, no puedo —bajó la vista a sus manos, dejó escapar una bocanada de aire.

¿Qué estaba a punto de decir? Las palabras que saldrían de su boca darían pistas del tipo de vida que llevaba, pero Henry insistía. Sentía que debía de darle una buena razón para que se alejara de ella, entre más juntos estuvieran, más problemas se causarían. Frank no se limitaría a castigar a Claudeen, ella lo sabía por experiencia.

—No hables —advirtió, alzando la mano—. Pides que confíe en ti, te digo que no cien veces y no entiendes. ¿Es tan difícil entender? —Claudeen clavó sus ojos en los de Henry, no permitió perderse en ellos o sentir ese imán súper poderoso. No era el momento para abobarse con la belleza sobrenatural del Dios griego que sabía tener enfrente—. No confío porque no puedo darme la libertad de enredar a una persona más en mis problemas. Relacionarte conmigo es algo similar a tentar a la muerte.

—¿Tiene que ver con la persona que te hizo eso? —señaló el brazo. Antes de poder dejarle a su cuerpo realizar cualquier movimiento, Claudeen se encontraba moviendo afirmativamente la cabeza.

Claudeen se encogió de hombros.

—¿Qué harías si fuera así? —preguntó, ladeando la cabeza sutilmente.

Henry no lo pensó dos veces.

—Romperle el rostro, por no decir otra palabra —Cliché dejó ver una diminuta sonrisa.

—Ojalá fuera tan fácil... —se levantó con un impulso. Se arregló la falda y la sudadera, procedió a acomodar sus lentes—. Aunque no creo que lo hagas, no creo que nadie lo haga.

—Di quién es —Claudeen guardó silencio—. No mereces ser tratada así, ninguna mujer lo merece. Ustedes son fuertes por naturaleza, puede que muchas no lo sepan, pero lo son. Aun así, ya has resistido mucho tiempo. Claudeen, deja que alguien te ayude. Déjame a mí, ábrete un poquito a las posibilidades de cambiar tú mundo —en ese momento Claudeen le regaló una de esas miradas llenas de ternura que acostumbraba acaparar Molly. Un fuego cálido subió por la garganta de Henry, de haber sido un dragón hubiera escupido fuego.

No puedes encariñarte con nadie basándote en sus palabras, dijo una voz dentro de Claudeen. Su actitud cambió drásticamente. Su ceño se frunció al descubrirse cediendo nuevamente ante las palabras de un chico. Se sintió muy débil, no físicamente. El verde de sus ojos se oscureció, sus manos se cerraron en puños tan duros como piedras. No cometería el mismo error dos veces, se dijo. Henry la trataba bien por curiosidad, una vez que obtuviera toda la información se olvidaría de ella o peor aún, utilizaría esa información contra ella. Volvería a subir los muros de autodefensa nuevamente, ¿cómo se había atrevido a hablar de más? Así conseguiría lo que menos quería: a Henry Winters en su vida. En realidad, no quería a ningún hombre.

—Siempre he creído que las personas más peligrosas son las que hablan bonito, Winters —el rostro de Henry se rompió en pedazos. La sonrisa de Claudeen resultó tétrica, atemorizante—. Ya aprendí la lección con Frank.

Claudeen se detuvo. El nombre salió de su boca antes de detenerlo. Maldijo en su interior, debía de controlarse nuevamente. Mejor dicho, aprender a controlar sus palabras estando con Henry. A su lado le daba la impresión de poder soltar un río de palabras sin problema alguno, se desahogaba. ¿Cuánto le costaría?

—Te demostraré lo errada que estás.

—Seguro —repuso, poniendo los brazos en jarras.

—Por lo pronto, regresaremos al salón...

—El quinteto ha de estar quemando el lugar —completó Claudeen, prediciendo las palabras de Henry.

—Somos el uno para el otro.

—Si, claro, lo que digas —puso los ojos en blanco, Henry soltó una risita.

—Completaste mi frase, es una señal del destino.

—¿Qué te fumaste?

—Marihuana y mota —Claudeen abrió los ojos como platos—. Vamos, estaba bromeando. Tomo, no fumo, no me drogo y juro que uso condón —soltó una carcajada al ver que Claudeen no podía controlar los colores en su rostro.

—¡Ya! ¡Silencio! —exclamó, agitando las manos—. ¡No me interesan las perversidades que haces!

Entre risas, Henry atrapó la mano de Claudeen y, sin esperar una reacción negativa, la arrastró por el pasillo de camino al salón del consejo. La muñeca de Claudeen era extremadamente flaca, al igual que el resto de ella, se encontraba fría. Le costaba creer que esa chica pudiera adquirir una temperatura mayor, cada vez que había tenido la oportunidad de tener un contacto físico con ella la había encontrado fría. Intentó restarle importancia diciéndose que se debía a su complexión delgada y no al miedo que sentía hacia los hombres.

Instintivamente, deslizó su mano hasta la de Claudeen y la apretó suavemente. Inesperadamente, recibió un apretón igual de suave, casi imperceptible. Oh, esa niña era impredecible. ¿Cómo se estaría sintiendo?, se preguntó Henry con la mirada puesta al frente, ¿cómo luciría su pálido rostro? ¿Sorprendido o asustado? Lástima que no se animaba a voltear, no quería parecer muy interesado.

—Esa mano es perfecta para producir placer —dijo Henry, rompiendo con el silencio menos incómodo.

—Espero que te la hayas lavado.

—Nunca dije qué tipo de placer.

—No pienses que no entendí el significado, Tudor.

Fueron aminorando el paso conforme la música iba aumentando. Era fuerte y muy viva, en el fondo escuchaba las órdenes de Amelie y las respuestas de los demás. Henry maldijo en voz baja, soltó a Claudeen y se apresuró a verificar el estado del salón. La chica lo siguió un par de pasos detrás. Claudeen se detuvo en la puerta, al tiempo que se llevaba las manos a la boca. La habitación ahora estaba sencillamente adornada. Un letrero grande que decía "Bienvenida Cliché", la mesa de té repleta de dulces variados y un pequeño pastel en el centro. Un detalle pequeño... no lo necesitaba, tampoco pensó que le dieran una bienvenida. Era más de lo que le habían hecho en los últimos años para su cumpleaños.

—Ven —dijo Ashton. A simple vista se parecía a Joe, el mismo tono castaño de cabello y una sonrisa muy similar. Claudeen se vio influida por una fuerza superior a ella que le decía que podía bajar la guardia, ahí no le harían nada.

—¡Tardaron mucho! —exclamó May, comía una barra de chocolate.

—Empezaste antes que todos —señaló Henry el dulce. A modo de respuesta May le sacó la lengua—. Muy graciosa.

—¡Hora de partir el pastel! —exclamó Collins, rodeando la cintura de May con el brazo. Le plantó un beso en la mejilla.

Amelie los vio esperando una explicación.

—Tarde o temprano les sacaré la información —dijo, entrecerrando los ojos y cuchillo en mano.

Claudeen sonrió, divertida. Le bastaba con observarlos para olvidar todo lo que tenía que vivir al cruzar las puertas del instituto. El consejo estudiantil parecía ser una familia de jóvenes y cada uno era muy distinto del otro. Francis casi no hablaba. Ashton... Claudeen no podía decir como era. May era la bombita atómica del grupo y siempre estaba Collins a un par de metros de ella. Amelie era la diva del grupo y parecía tener una relación especial con Henry, ¿la cercanía se debía a una relación similar a la hermandad o a una posible relación afectiva entre ellos? Clau optó por no forzar su cerebro, tenía suficiente tiempo para descubrirlo.

—¡OKAY! ¡Todos cállense! —intervino Henry, alzando la voz para ser escuchado entre el mercado que armaban los cinco chicos—. Regresemos a lo importante.

—¡Yo hago las introducciones! —dijo Amelie con una energía que cegó a todos por un momento—. Una vez que cruzas la puerta estás en El País de Nunca Jamás —Claudeen arqueó una ceja, definitivamente debía de estar loca—. Ashton y Francis son Garfio y el señor Smee respectivamente...

—Ésta está inventando todo —interrumpió Francis desde la sala a unos metros—. Los únicos con "título", como ésta loca dice, son Henry y ella.

—Déjame adivinar, Peter Pan y Campanita —repuso Claudeen, diciendo los únicos personajes que recordaba, sin contar a Wendy.

—Exacto.

—Campanita le queda perfecto —comentó la pelirroja—. Las dos igual de rubias.

—Y celosas —agregó Ashton, Amelie lo fusiló con la mirada—. ¿Miento? Bien que te pones como fiera cada vez que una chica se le acerca a Henry, ¿eh?

—Mentiras —Henry la abrazó por la espalda y posó su barbilla en el hombro de Amelie—. Quítate de encima —ordenó, cruzándose de brazos. Henry no se hizo de rogar—. Me bullean.

—No te hagas a la ofendida —rezongó Ashton, manteniéndole la mirada—. La verdad es la verdad.

Viendo que las cosas iban para largo y ella tenía que irse en menos de media hora, Claudeen cortó, muy en su contra, la bienvenida que le estaban dando. Recordando haber dejado la libreta dentro del casillero, terminó usando la laptop. Pensar que había perdido tanto tiempo en el pasillo... con Henry. Si, definitivamente había hablado de más. Se regañó cientos de veces en un minuto por haberlo hecho, ahora quedaba a merced de él por segunda vez. Basándose en su experiencia, Henry podía volver a aprovecharse de lo que sabía de ella. Eso la enfurecía y la convencía de que los hombres eran lo peor en éste mundo. Sería una solterona por vida y si existía otra vida, también en esa.

—Viviré sola y tendré quince gatos —masculló sin intención de ser escuchada.

Levantó la vista de la pantalla para dejar descansar sus ojos por unos minutos. Ganas de darles dos golpes a los chicos no le faltaron, seguían discutiendo con Amelie. No trabajaban en nada pendiente, no buscaban actividades que poner para los diferentes grados. Henry observaba por la ventana con una papeleta en la mano. Al menos él parecía estar haciendo algo, pues escribía cada cierto tiempo. Sin embargo, la mayor parte del tiempo estaba perdido en la nada.

—¡Soy divergente y nadie puede controlarme! —exclamó May, corriendo por la sala, brincando los sillones en ocasiones. Entre sus manos sostenía el jarro con galletas de chocolate. Amelie la intentaba alcanzar, pero era demasiado lenta y se preocupaba mucho por no romper las cosas—. ¡Lentucha!

—¡Dame las galletas!

—¡Son mías!

El rubio se volteó hacia ellas. Su expresión mostraba que estaba irritado, no tenía paciencia en esos momentos para soportar los gritos de las chicas.

—¡Empiecen a trabajar de una vez por todas! —vociferó.

Claudeen lo miró en silencio. Henry se percató de su mirada, pero justo cuando se volteó, ella regresó la vista al monitor. Las mejillas rosaditas quedaban escondidas entre los mechones zanahoria que le caían sobre la cara como una cortina. El rincón donde se había instalado estaba rodeado de estantes de libros, lo que daba la impresión de estar en una biblioteca con mesas redondas. Sus manos sobre el teclado eran ágiles y el reflejo de la luz en los cristales de sus lentes no le dejaban ver los ojos esmeralda como deseaba. Eran bonitos, Henry apreciaba lo bonito. Aunque en su rostro eran una pieza necesaria para alcanzar la armonía perfecta entre sus rasgos. Así que además de bonito rostro, era armonioso.

Frunció el ceño, se mordió el labio.

También era tierna.

Tecleó unos comandos, abrió una pantalla que Henry desconocía. Hizo un par de cosas... siguió con el trabajo. Nuevamente frunció el ceño, chistó. Volvió a hacer lo mismo, tecleó y apareció la pantalla. A continuación probó con algo distinto. Sonrió, el problema que haya tenido se había arreglado.

Y decidida.

Henry sonrió para sus adentros.

—¡Ya, Collins! —decía Amelie, echaba humo de los oídos y la nariz—. Henry, has algo.

—Puedes defenderte sola, estas grandecita —respondió Henry, dándole la mínima importancia.

—¡Henry! —insistió haciendo un puchero.

El muchacho resopló.

—Hablo en serio, Ame —se levantó de su lugar a lado de la ventana—. Aprende a cuidarte, ¿qué harás cuando no esté?

—Llamarte.

—No tienes remedio, arregla el problema sola.

Amelie observó con ojos bien abiertos como su eterno salvador lo cambiaba por la recién llegada. Rechinó los lentes, a cambio obtuvo una risa burlona de May. Entonces, le quitó a Collins el libro que intentaba alcanzar.

—Idiota —murmuró para dos personas. El rubio y el chico roba libros.

El presidente estudiantil se colocó detrás de Claudeen, proyectando una sombra sobre ella. Lentamente, con una ceja alzada, Claudeen se volteó. Se quedó en silencio observándolo, esperando que dijera que deseaba. Viendo que no decía nada, regresó su atención a la pantalla. Ahora fue Henry el que alzó una ceja. ¿Simplemente lo ignoraba? ¿A él, Henry Winters? No pudo evitar sentirse irritado. Era absolutamente anormal que eso sucediera, comúnmente las chicas se le pegaban como chicle. Esta no, hacía lo posible para mantenerlo lejos.

Y Henry no se rendía.

—¿Qué demonios son esos códigos raros? —preguntó, poniendo su cara al nivel de la de ella.

—Códigos... comandos.

—¿Para qué sirven?

—Cosas.

—Oh, vamos, di algo más que un par de palabras.

—Nada de tu incumbencia —respondió, contó el número de palabras mentalmente—. Cuatro palabras.

Henry rodó los ojos. Y antes de que pudiera decir algo, el celular de Claudeen comenzó a sonar. Confundida, miró un par de segundos la pantalla. En ella se leía "Jasmine" en letras grandes. Una alarma se disparó en Claudeen, ya que esas horas no eran a las que acostumbraba llamar Jasmine en esas raras ocasiones en que lo hacía.

—¿Jas? —dijo al responder la llamada.

—Hola, Clau. Tranquila todo bien con Molly —Claudeen soltó un suspiro, liberando todo el aire que no se había dado cuenta que contenía—. Solo quería asegurarme de que Frank tiene permiso para llevarse a Molly.

El color se drenó de Claudeen, la mano le tembló con fuerza y su voz salió como un chillido.

—No —respiró profundamente, pasando los ojos por varios puntos—. No, claro que no. No la dejes salir con Frank por nada del mundo, voy por ella.

Al colgar, se pasó las manos por el cabello.

—¿Claudeen, estás bien?

—Si, no... si, si, estoy bien —respondió apresuradamente—. Lo siento, me tengo que ir...

Apagó la laptop más rápido que Flash y en cuarto de segundo ya estaba cruzando la puerta. Todo fue tan rápido que el muchacho tardó en comprender la gravedad de las cosas. "Frank" y "No la dejes salir", ambas partes sonaban importantes. Guiándose por la rapidez de Claudeen y la carencia de color en su rostro, no era nada bueno. Esta vez sí fue detrás de ella. Reconoció que se encontraba preocupado por la chica, quizá sería la primera después de May y Amelie, que conseguía preocuparlo. Sin embargo, esa chica llena de secretos ocupaba su prioridad en los últimos días.

—¡Claudeen! —gritó en el pasillo—. ¡Espérame, voy contigo!

Y Claudeen aceptó su compañía.

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