Él es un niño.
Está volando. El aire es cálido y el mundo naciente se encuentra tan abajo que puede verlo todo. Juega con su hermano Magnus a perseguirse a través del cielo, empujándose con corrientes de aires y golpes de alas.
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Ya no es un niño. Lucha en la arena para convertirse en un guerrero.
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Es un soldado. Vuela bajo las órdenes de su hermano Luzbel.
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Está en el campo de batalla. Luzbel es desterrado del paraíso junto con los ángeles traidores. Magnus cae. El llora de tristeza al saber que no volverá a verlo.
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Está enamorado. Siente esa luz en su interior, que los humanos denominan amor. Por primera vez en su milenaria existencia desea no ser un angel.
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Sueña con el fin de los tiempos. El cielo se tiñe de rojo y el aire es ennegrecido por el azufre y la sangre. Deben destruir al heredero del Lucero del Alba.
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Asciende al patíbulo. Miles y miles de ángeles lo contemplan, pero el solo ve una.
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Suelta la cuerda del arco, la saeta vuela hasta hundirse en el cuello del demonio. Se acerca al infante y se arrodilla en la nieve junto a la pequeña bruja de ojos violeta que llora asustada.
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La envuelve con sus alas. Comente el más delicioso de los pecados. La piel ardiendo, un amor abrasador y profano.
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Se revela contra el Cielo. Se niega a matar a su amada.
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Él es Alexander, séptimo Arcángel de la orden celestial.
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Gloriosa aparece enorme y brillante, en las manos de su hermano mayor. De un movimiento rasga el aire y se clava certera en su pecho. La sangre y el fuego lo consumen.