Mentes bizarras [One Shot]

By Blue_Dog1515

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Marcela es una chica que, tras haber matado a treinta y siete personas, es internada en un hospital psiquiátr... More

Ensayo de literatura: «Mentes bizarras»

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Por Chloe Baker.
Noveno Grado.

«Las mentes más interesantes son las que más se llenan de turbios pensamientos».

Marcela era una chica de unos dieciséis años, estatura promedio, pelirroja y con unos grandes ojos grises. Una joven como cualquier otra, inofensiva y dulce, pero solo a simple vista.

—Marcela —le llamó la doctora. Su voz era chillona y poco tranquilizadora—. Marcela, querida, necesito que respondas mi pregunta —repitió intentando no perder la cabeza por cada vez que la chica se distraía mirando las gotas de lluvia que golpeaban la ventana.

La habitación en la que estaban ambas tenía paredes de un tono amarillo. Marcela estaba sentada en una de las dos sillas que daban a la mesa en la que la psiquiatra apoyaba su computadora.

—Odio a los doctores —acotó la chica sin despegar su mirada de la ventana y con una carencia de expresión tanto en su rostro como en sus palabras.

—Eh... —la mujer no sabía cómo responder ante la afirmación—. Marcela, ¿por qué crees que estás aquí?

—Por error —contestó la joven.

—¿Por error?

—Así es.

Estaba claro que la pelirroja no reconocería su crimen.

La psiquiatra se levantó de su silla de golpe. No le explicó a Marcela el por qué y salió del cuarto. Sus tacones resonaron en las baldosas mientras buscaba a su superior, y tras encontrarlo, le llamó.

—No voy a lograr sacarle mucha información, pero está claro que tiene un problema —susurró la doctora a un hombre alto de cabello castaño.

—Pero...

—No voy a seguir intentándolo.

Y de esta forma, el hombre alto acabó refunfuñando, resignado a entrar en la habitación con la niña que se encontraba junto a la ventana, ahora abierta, y que miraba a través de ella, contemplando la lluvia.

—Marcela —inició. La muchacha volteó hacia su dirección, expectante—. ¿Puedes responder a mis preguntas?

—Puedo.

Ambos doctores se posicionaron junto a la puerta, dejando ésta abierta tras ellos.

—¿Dónde conseguiste el arma que traías al llegar aquí?

—La tomé del mueble de papá.

—¿Por qué mataste a treinta y siete personas con ella?

—Me obligaron.

—¿Quién?

Silencio.

Marcela centró la mirada en sus zapatos. Ella sabía lo que venía. La iban a encerrar durante un tiempo, pero, a diferencia de la otra vez, no saldría del psiquiátrico tan fácilmente. Lo que había hecho era grave y ella, muy en el fondo, lo sabía. Sin embargo, no se arrepentía ya que las voces habían cesado.

—Marcela, ¿quién te obligó?

—Matías —respondió la chica con una voz casi inaudible.

Matías era el mejor amigo de Marcela. Un chico con el mismo color de cabello que ella, pero de ojos marrones, quien tendía a tener una actitud inocente, pero a la vez era muy manipulador.

—¿Quién es Matías?

—Es mi amigo, pero me obligó a hacerlo.

Y la conversación acabó en este punto, pero dio paso a una larga charla con los padres de la niña.

Marcela tuvo que ir por una maleta con sus pertenencias a su hogar y volver al sitio en el que estaba para acabar internada en este. Sus padres no opusieron mucha resistencia debido a que no eran muy apegados a ella. Su madre trabajaba la mayor parte del día y su padre andaba metido en asuntos ilegales con drogas.

Los primeros días fueron duros, peores para ella que para otros de los enfermos porque su comportamiento errático le traía problemas con los médicos... y con todos en general. Al cumplir una semana en la instalación, aún no se acostumbraba a la constante vigilancia y a los gritos de gente que no provenían de su cabeza. Pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación, hablando con Matías y Max, su otro mejor amigo.

Max era de cabello negro y ojos marrones, de comportamiento agresivo, posesivo e igual de manipulador que Matías.

Un día, Marcela se encontraba almorzando en el comedor, una habitación gigantesca, tanto como la cafetería de su escuela. Max y Matías la acompañaban, y mientras ellos charlaban, los demás pacientes miraban con extrañeza. Marcela no se percataba de esto por su desconexión con la realidad.

—¿No estás cansada de esto? —le cuestionó Max a la chica.

—Es mejor que estar en la cárcel o en una correccional.

—¡Basura! —clamó Max.

—No es basura, Max.

—¿Hablando con tu amigo imaginario?, ¿no crees que estás algo grande para eso? —dijo una voz a las espaldas de Marcela.

La pelirroja volteó. Le esperaba una joven de apariencia ruda, junto con otras dos igual o más rudas que ella.

Marcela calló. No iba a contestar a lo que parecía un insulto.

—Creo que no habla —dijo otra de las chicas.

Marcela tomó sus cosas, y a petición de Max se largó del lugar. Las tres chicas saltaron en carcajadas. Cuando Marcela ya se había ido, siguieron hablando de ella durante unos cuantos minutos, en los que lo que salía de la boca de aquellas muchachas no eran más que injurias.

De vuelta a su cuarto lloró. Las interacciones con personas reales no eran lo suyo. Y tras hablar con Max y Matías sobre aquello, no hizo más que deprimirse. Los chicos no eran muy optimistas o buenos consejeros, todo lo contrario.

—¿Acaso quieres ser el nuevo blanco de bullying en este lugar? —decía Matías.

—Tienes que hacerlo, tienes que demostrarles que no lo eres —le seguía Max.

—Tienes que hacerles daño —repitieron ambos chicos al unísono.

Marcela accedió. Y al anochecer se las ingenió con un par de almohadas para que pensaran que estaba acostada en su cama, mientras tanto ella se escondía en una de las habitaciones de los talleres, en los cuales durante el día, trabajaban los pacientes. Estuvo ahí durante media hora, aguardando a que dieran las diez de la noche, cosa que se le hizo eterna, pero sólo así estaría segura de no encontrar a las enfermeras que custodiaban los pasillos por las noches. Pudo ver la hora en el gigantesco reloj perteneciente al cuarto en el que se encontraba, y dando las diez, se movió a las habitaciones de las chicas, que le habían dado tanta angustia en esa mañana.

Marcela no era tonta, por lo que había previsto que necesitaría las llaves de las habitaciones de las muchachas a las que visitaría, o en este caso, un pequeño alambre que había colado en su maleta cuando llegó al psiquiátrico.

Las tres habitaciones fueron sencillas de abrir, lo que no resultó fácil fue sacar la navaja que llevaba en su sujetador, asfixiar a cada joven con su propia almohada, y clavarles con el objeto punzante en un ojo. No, fue difícil, pero el irse a dormir con la imagen de las chicas apuñaladas le dio cierta tranquilidad.

A la mañana siguiente, todos despertaron con una voz proveniente de los altavoces:

—"Cada paciente de la instalación hacer el favor de presentarse en el gimnasio. Repito, cada paciente de la instalación hacer el favor de presentarse en el gimnasio".

Marcela se presentó en aquel lugar como todos sus compañeros de edificio, actuó natural y no levantó sospecha alguna.

Se anunciaron las muertes de tres jóvenes, pacientes del lugar que habían sido apuñaladas en el ojo izquierdo y asfixiadas. Todos se sorprendieron, todos excepto dos chicas. Estaba claro que una de ellas era Marcela, pero... ¿quién era la otra?

Una joven de cabellos rubios y ojos azules observaba a Marcela desde la distancia. Su nombre era Daniela, la otra chica.

¿Cómo es que una muchacha que Marcela, hasta el momento desconocía, pudo enterarse del crimen? Simple, Daniela también había roto las reglas esa noche del incidente, por lo que vio a Marcerla en el salón de los talleres.

Cuando iba finalizando la reunión, Daniela vio entrar a un oficial de policía al gimnasio, el cual, le llamó con una seña, específicamente a ella a conversar. La rubia avanzó a la puerta del gimnasio y se detuvo a hablar con aquel hombre. Todos observaron a la chica.

—¿Daniela Grace? —le preguntó. La chica afirmó con la cabeza—. Bien, Daniela, soy el oficial James, e investigo el caso de homicidio triple en este hospital psiquiátrico. Necesitamos tu ayuda para espiar a una de las sospechosas.

—¿Mi ayuda?

—Así es —dijo y sacó una foto de su bolsillo—. Marcela Young, es nuestra principal sospechosa y necesitamos alguien que nos dé información para deducir si es culpable o no.

Y así empezó todo.

Daniela, en un principio, partió por observar a Marcela sin que ella se percatase. Al día siguiente se decidió a escribir todo acerca de la pelirroja en un cuaderno, el cual se prometió a no soltar nunca. A los dos días ya tenía escrito cinco páginas y no paraba de hablar sobre Marcela a quien se le acercase.

—¿Te das cuenta de lo obsesiva que eres? —le preguntó Louis a Dani.

Sole rio al ver la expresión de su amiga rubia.

Louis y Sole eran los mejores amigos de Dani. Louis era de cabello negro y unos ojos marrones, muy parecido a Max, el amigo de Marcela. En cambio, Sole era de cabellera castaña y unos brillantes ojos verdes.

Se encontraban en la cafetería del hospital. Dani desayunaba lo que parecía ser un plato de leche con cereales.

—No soy obsesiva, solo hago mi trabajo —contestó la chica a lo que, después de una cucharada de su desayuno, ojeaba su cuaderno con información de Marcela.

Daniela les había contado, tanto a Sole como a Louis, acerca del oficial de policía que pidió su ayuda, y ambos chicos habían prometido guardar el secreto.

—¿Y qué tanto llevas escrito? —cuestionó Sole.

—Cinco páginas —respondió Dani.

Louis tragó saliva.

—¡¿Cinco?! —habló, impresionado.

Pero la conversación fue interrumpida.

—Hablando del rey de Roma —enunció Sole.

Marcela había entrado a la cafetería con la intención de tomar una taza de té. Sus pasos eran lentos, para así poder analizar su entorno. La pelirroja vio a Daniela, sentada comiendo su cereal. La rubia cerró rápidamente su cuaderno.

—Hola —dijo Marcela—. Daniela, ¿verdad?

"Parece simpática", pensó Daniela, "simpática para ser una asesina".

—Sí, ¿y tú eres...? —dijo Dani, fingiendo no saber con quién hablaba.

—Marcela —respondió la chica—. Oh, me imagino que irás a la charla que darán esta noche en el salón de los talleres, ¿no? Es mi deber asegurarme de que vaya la mayor cantidad de gente.

Daniela pensó su respuesta durante unos segundos. ¿Marcela era encargada de asegurarse de que los pacientes asistieran a una charla? ¿Cómo es que ella no lo sabía?

"Está mintiendo", dedujo la rubia. Era imposible que Marcela fuera encargada de aquello, si ella la había vigilado durante días y no se había enterado.

—Iré a la charla —mencionó Dani con una falsa sonrisa.

—Perfecto, nos vemos allí —dijo Marcela y se despidió de Dani, comenzando un nuevo trayecto para servirse un té.

—Tendrás un plan para esta noche, ¿no es así? —le habló Sole a Dani.

—Exactamente.

Daniela, cuando tenía algo en mente, era imposible detenerla. Se vistió con su mejor ropa esa noche e hizo una selección de materiales que le ayudarían en su misión, metiéndolos en su mochila, sin olvidar su grabadora de mano, que le serviría para grabar la confesión de Marcela. La confesión de todos sus crímenes.

La rubia, a las 8:30 pm, ya estaba en el salón de los talleres. Se sentó en una de las treinta sillas que llenaban la habitación y esperó con la mochila sobre su regazo.

Marcela apareció a las 8:40 pm, cuando la charla ya había iniciado. Ella saludó a Daniela, y la rubia le indicó que se sentara a su lado. La pelirroja avanzó entre la gente y tomó asiento junto a su compañera.

—¿Qué tal estás? —inició la conversación la rubia.

—Cansada —contestó Marcela—. Me tocó exámenes hoy.

Hablaron durante unos diez minutos, hasta que Dani decidió terminar, para dar comienzo a su plan.

—¿Qué te parece si nos vamos de aquí? Está bastante aburrido.

Marcela accedió sorprendentemente fácil, incluso sugirió un sitio para hablar con mayor tranquilidad, sin tanta gente. Daniela la siguió.

—¿A dónde nos dirigimos? —cuestionó la rubia, después de unos minutos caminando.

—Oh, te encantará. Es mi lugar secreto, donde tengo televisión, comida y lo mejor, no hay señal de enfermeras.

Daniela no hizo preguntas. Su plan resultaba cada vez mejor con la llegada a este lugar secreto, en el cual nadie escucharía los gritos de Marcela.

Llegaron al ascensor y Marcela pulsó el botón que las llevaría al piso -1.

—Es un sótano —aclaró la pelirroja.

Daniela pensaba que todo no podía ir mejor. ¡Un sótano, qué maravilla!

—Suena genial.

Y Marcela sonrió. Dani se extrañó que la chica hiciera eso, pero no le tomó importancia. Necesitaba concentrarse en su primer movimiento.

—Llegamos —anunció Marcela cuando el ascensor se detuvo y abrió sus puertas.

Ambas chicas avanzaron. El lugar era tan oscuro que no podían ver ni sus propios pies. Daniela se detuvo, sin saber, en el centro de la habitación.

—Marcela, no veo nada, ¿puedes prender la luz?

La rubia ya había sacado de su mochila una pequeña pistola que tenía, pensando en utilizarla para amenazar a Marcela. Un arma que había colado en su ropa interior el día en el que la internaron. Y con la grabadora en el bolsillo de su pantalón, estaba lista para el ataque. Pero, ¿y Marcela?

—¿Marcela? —Susurró Daniela, girando para intentar ver si la chica estaba a sus espaldas, aunque se le hizo imposible con tanta oscuridad—. Marcela, ¿dónde estás?

La rubia escuchó unos pasos. Su respiración se aceleró y antes de que pudiera disparar, cayó al suelo, inconsciente.

Marcela la había golpeado en la cabeza con un palo. ¿En dónde lo había conseguido? ¿Qué estaba pasando?

—Pobre ingenua —habló Marcela.

***

Daniela despertó atada a una silla de manos y pies con una soga que la lastimaba.

Todavía se encontraba en ese sótano, pero le costó identificar debido a que ahora las luces estaban encendidas.

—¿Estás cómoda? —dijo una voz que le resultó familiar.

Era Marcela.

—¿Qué está pasando? —preguntó Daniela, aterrada.

Marcela soltó una risotada.

—¿Acaso creíste que la mente maestra, en todo este tiempo, fuiste tú? —le cuestionó la pelirroja.

Daniela estaba asimilándolo todo. No, no podía ser verdad que había caído en una trampa tendida por Marcela. ¡Era Marcela quien iba a caer, no ella!

—¿Qué hiciste? No... —pronunció Dani—. Esto no... ¡no está pasando!

—Créelo, Daniela —musitó Marcela—. Todo este tiempo, quien tenía la ventaja era yo.

—¡Suéltame! —Gritó la rubia—. ¡Que alguien me ayude!

Marcela volvió a reír.

—Nadie escuchará tus gritos.

Los ojos de Dani se llenaron de lágrimas y comenzó a gritar cada vez más fuerte.

Marcela caminó con calma hacia una mesa de madera desgastada en una de las esquinas de la habitación y tomó dos cosas. Dani no pudo identificar de qué se trataba, hasta que la pelirroja se las puso en frente. Eran su pistola y la grabadora de mano.

—¿Qué haces? —le cuestionó Dani.

Y Marcela, con una sonrisa, disparó con la pistola al centro de la grabadora tras dejarla caer al suelo.

—¿Con qué vas a grabar mi confesión ahora? —acotó en tono burlesco.

—¿Tú, cómo sabes que...?

—Leí tu cuaderno mientras estabas inconsciente.

Y a este punto, Dani ya estaba llorando a mares. ¿Cómo era posible que Marcela la haya engañado? Todavía lo estaba asimilando todo.

Marcela empezó a rebuscar entre los objetos que poseía la mesa de madera. Encontró múltiples herramientas que ella catalogó como "de tortura".

Primero, partió por interrogar a Dani. Quería saber qué tanto conocía la rubia sus crímenes. Estuvo unos minutos haciéndolo y Dani no paraba de responder que no sabía nada. A Marcela le sorprendió que la chica pudiera seguir mintiendo a pesar de la tortura. Lo que más utilizó fue una navaja de bolsillo, la cual clavaba en los brazos y piernas de la joven cuando respondía mal. En diez minutos, tanto Marcela como Daniela estaban agobiadas. ¿Cómo es que Dani podía resistir diez minutos sin confesar todo lo que sabía? Y, ¿cómo es que Marcela no se cansaba de torturar a Dani?

—Está bien, ¡me rindo! —exclamó Daniela al fin.

Marcela sonrió victoriosa, avanzando por la habitación hasta posicionarse frente a Dani.

La rubia estaba hecha polvo. Tenía la ropa sucia y destrozada, con múltiples cortes realizados con la navaja de la pelirroja. Una gota de sudor corrió por su frente. Estaba nerviosa.

—Dime en dónde conseguiste la información de ese cuaderno —escupió Marcela y apuntó al cuaderno de Dani, ubicado sobre la mesa de madera.

—Te espié durante días —le dijo la chica atada a la silla.

—¿Nadie más sabe de esto? —la pelirroja esperó unos segundos, y al ver que Dani no respondía, la abofeteó—. ¡Contesta!

—¡Sí, más gente lo sabe, y cuando se enteren de mi desaparición, irán por ti!

Dani pensó en Sole y Louis, sus amigos, quienes en este momento eran su única esperanza.

Marcela rio a carcajadas. Daniela no entendió el porqué.

—¿Crees que tus amigos imaginarios vendrán a salvarte?

Dani quedó pálida y perpleja. ¿Cómo que imaginarios? Sole y Louis eran reales... ¿O no?

—¿Qué dices?

—Escuchaste bien.

—No sé de quiénes hablas, pero mis amigos son más reales que los tuyos.

—Estás loca —sentenció la pelirroja y se dirigió hacia la mesa con las herramientas.

Dani, en este punto de la conversación, no sabía qué más hacer. Su cabeza daba vueltas, llegando a una conclusión, "Marcela miente". Conclusión que era, lamentablemente, errónea.

Marcela, tomando la navaja con su mano izquierda, caminó hacia las espaldas de la silla en la que Dani se sentaba. Tomó aquella silla con su derecha y la arrastró, con la rubia, hasta una de las esquinas de la habitación. Tras soltarla, la de ojos azules casi cayó.

—¿Qué haces?

—Hay un teléfono fijo en esta pared —habló Marcela, dirigiendo su dedo índice al lugar en el que estaba el teléfono—. ¿Por qué no intentas llamar a alguno de tus amigos?

—¿Y qué pasa si llamo a la policía?

—Te daré en la cabeza con tu propia arma —amenazó.

Marcela se aproximó a Dani y le soltó una mano para que pudiera marcar el número.

Dani observó su muñeca izquierda, toda repleta de marcas por la cuerda y estiró su brazo, para alcanzar el teléfono en la pared. Comenzó a marcar.

—¿Hola? ¿Sole?, ¿estás ahí?

Nada.

Marcela rio.

¿Por qué no funcionaba?

Empezó a marcarle a Louis.

—¡Louis, Louis!

Nada.

—¿Has escuchado de la esquizofrenia? —habló Marcela.

—Sí...

La rubia empezó a recordar una charla que tuvo hace unos meses con su psicólogo. El hombre le había dicho que ella padecía de esquizofrenia, pero Dani no se dio por aludida. Creyó que le mentían, que le mentían para que se convenciera de que estaba enferma y comprara remedios que solo acabarían durmiéndola. Sus amigos eran reales, o eso creía ella.

—Nunca tomas tus medicinas, ¿verdad? —Dani no dijo nada—. Es por eso que sigues alucinando.

—¡¿Y qué hay de ti?! Tú tampoco las tomas.

—¿Y eso qué? Estamos hablando de ti en este minuto.

Dani empezó a maquinar planes para escapar en su cabeza. Y recordó...

—¡El oficial James! —soltó—. Si me asesinas, el oficial James irá por ti.

—¿Cuál, Dani?, ¿el policía invisible con el que hablaste en la reunión que hicieron en el gimnasio?

No podía ser verdad.

La mente y el mundo de Dani se derrumbaban de golpe. Nada de lo que ella consideraba real, era real.

—Mátame.

Y Marcela le disparó.

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