El plan C (publicado con LESE...

By Newage1119

182K 11.1K 5.5K

Cuando Clarke se entera de que acababa de comprometerse a pasar una semana junto a su "maniática" compañera d... More

Anuncio de «El Plan C»
Actualización de la publicación en papel y digital
Fecha oficial, presentación y libros firmados
Capítulo 2. Aceptación
Capítulo 3. La revelación
Capítulo 4. Cita con el pasado.
Capítulo 5. Samantha
Capítulo 6. Girls just want to have fun.
Capítulo 7. Porque "Se llama Logan"
Capítulo 8. Mañana.
Capítulo 9. Ambivalencia.
Capítulo 10. It's gonna be me
Capítulo 11. Las cartas sobre la mesa.
Capítulo 12. La cucaracha.
Capítulo 13. La intervención.
Capítulo 14. Una noche con Clarke Griffin.
Capítulo 15. Can't fight the moonlight
Capítulo 16. La excepción.
Capítulo 17: "Increíblemente cerca"
Capítulo 18. La retirada.
Capítulo 19. La vendedora de enciclopedias.
Capítulo 20. El Plan C.
Capítulo 21. En el término medio.
Epílogo: Luciérnagas.

Capítulo 1. La oportunidad.

23.8K 957 548
By Newage1119

¡Maldita sea, Griffin! ¡Piensa, piensa, piensa! Pero pensar ¿el qué? Estaba encerrada en uno de los baños de su trabajo con un ramo de rosas que debía hacer desaparecer ya. No había muchas opciones. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¿Eso que había oído era la puerta de acceso a los lavabos? Se quedó quieta como una estatua, con el maldito ramo de flores sujeto contra su pecho y sin apenas respirar. El corazón le bombeaba a toda pastilla, pero debía mantener la calma. Un movimiento en falso y no tendría escapatoria posible.

—¿Clarke? —escuchó aquella voz estridente y un escalofrío recorrió de arriba a abajo su metro sesenta y cinco de estatura—. Clarke, sé que estás aquí —insistió la voz chillona.

Dio un respingo al escuchar un golpe brusco unos metros a su derecha. Volvió a sobresaltarse con otro igual de fuerte dos segundos después. ¡Hostia puta! Aquella lunática debía estar abriendo todos los cubículos a base de patadas, como en las películas. Dos puertas más y llegaría a la suya. Las rosas empezaron a quemarle en las manos. Ahora o nunca, Griffin. Ahora o nunca.

No iba a funcionar y lo sabía, pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas y en aquellos momentos no podía haber nadie más desesperado que ella en todo el planeta tierra. Levantó la tapa del inodoro, arrojó las rosas dentro, tiró de la cadena y con la escobilla y kilos y kilos de angustia interna intentó por todos los medios hacerlas desaparecer. Pero no, qué va, lo único que consiguió fue atascar el váter. Normal, porque aquel plan había sido una mierda de plan desde el principio. Aquel plan era una puta vergüenza y los demás planes se reirían de él por siempre jamás, señalándole con el dedo y cuchicheando a sus espaldas.

Debía aceptarlo. Su vida había llegado a su fin. Bueno, habían sido veinticinco años maravillosos, sobre todo los diez últimos, desde que perdió la virginidad. Un placer haber sido Clarke Griffin, atractiva hasta rozar lo imposible, con un cuerpo diez y una cara de portada de revista. El buen Dios había sido generoso cuando repartió sus genes, pero ella había utilizado sus superpoderes para el mal, para seducir a chicas inocentes. Bueno, y a las no tan inocentes también, porque es que se las llevaba de calle a todas. Estos pensamientos dibujaron una pícara sonrisa en su rostro y una bota del 38 reventando la puerta del baño de al lado la hizo desaparecer en microsegundos. Como si nunca hubiera estado ahí.

Su Apocalipsis había llegado e iría directa al infierno. Aniquilada por una de esas chicas a las que había embaucado sexualmente. Muy poético todo. ¡Y no iba a tener tiempo de confesarse para salvar su pobre y atractiva alma! Porque había pecado tantísimo en tan poco tiempo que debía ser récord olímpico o algo. En un último intento desesperado, bajó la tapa del inodoro y se sentó encima justo cuando la puerta de su escondite cedía ante el calzado de diseño de su penúltima conquista. Las flores que le había mandado la última a la redacción estaban justo debajo de su culo. Si aquella pirada las veía: adiós mundo cruel.

—Clarke Griffin. —Casi escupió la muchacha al encontrarla allí.

—Ey, Debbie —saludó con una media sonrisa nerviosa y un leve movimiento de mano. El corazón se le iba a salir por la boca.

—¡Llevo llamándote días! ¡Días! Y ni siquiera me has devuelto los mensajes. —La acusó.

—Si, eh... es verdad, Debbie. Yo... verás...—titubeó levantándose y saliendo del cubículo.

Debía alejarla de allí con discreción, porque ya se sabe que "sin rosas no hay delito" y tal vez, ¡solo tal vez!, su encanto natural pudiera salvarla en el último segundo. Si alguien podía salir de una situación así era ella. Confianza, Clarke, confianza. Una sonrisita por aquí, un besito por allá y el hechizo Griffin haría el resto.

—Ya sabes que Joanna me encargó a mí el artículo sobre la monja lesbiana de Las Vegas —comenzó a explicarse.

Aunque pudiera parecer lo contrario eso del artículo de la monja lesbiana de Las Vegas no se lo estaba inventando. Era bien cierto, y estaba mal que ella lo dijera, pero si había algo que no la caracterizaba era la modestia, de modo que iba a decirlo de todas formas: ¡menudo articulazo le había quedado! Bajo el título "Más cerca de la Virgen María que del Señor" había dejado a la directora de la revista literalmente "Sin. Palabras". Se le hubieran caído las bragas al suelo de haberlas llevado, pero sabía de buena tinta que Joanna no solía usar ropa interior. Aquella era otra historia.

—¿Qué tiene que ver una monja lesbiana de Las Vegas con el hecho de que no me hayas cogido el teléfono en tres días, Griffin? —Quiso saber Debbie y por los decibelios de su tono su enfado estaba en pleno apogeo.

—¡Me dejé el teléfono en casa! —Mintió—. No me di cuenta de que no lo había cogido hasta que fui a apagarlo en el avión. Me he pasado tres días usando cabinas de teléfono de dudosa salubridad para poder hablar con la revista. —Por su cara, Debbie no estaba muy convencida y no podía culparla, tenía una reputación—. ¿Tienes idea de cuantos chicles he comido para conseguir cambio? ¡Pregúntale a Joanna si no me crees! —señaló con un tono cuidadosamente pensado para sonar herido por la desconfianza.

Abracadabra y... ¡ahí estaba! Las facciones de Debbie se habían suavizado considerablemente, señal de que estaba empezando a tragarse el anzuelo. Muy bien, Griffin, ahora recoge el sedal y cenaremos trucha.

—Debs, dime... ¿porque iba yo a no querer hablar contigo? ¿Eh? —inquirió tomándola por ambas manos y acariciando con su nariz la de la chica.

—No lo sé —admitió la muchacha, sonrojándose levemente cuando le sonrió.

—Te he echado de menos —susurró.

—Yo también te he echado de menos. —Sonrió Debbie—. Pensé que estabas pasando de mí, que habías conocido a otra —admitió bajando la mirada.

Joder... estaría loca, pero el sexto sentido femenino le funcionaba a la perfección, porque lo había clavado. Bueno, Griffin, un beso ahora y callará para siempre; uno de los buenos, venga. Tampoco era un gran sacrificio porque por algo se había acostado con ella, porque estaba buena. Como una puta cabra, eso sí. Pero era una puta cabra muy atractiva. La besó sujetándola por la barbilla con su dedo índice y casi de inmediato sintió cómo la pobre se olvidaba de que había tenido que seguirla hasta los baños, de que no le había llamado en tres días y seguramente también de cómo se llamaba porque es que sus besos eran así de increíbles.

—¡Iros a un hotel, joder! —Les sobresaltó una voz inconfundible.

Raven Reyes, su compañera de piso y de trabajo, acababa de entrar en los lavabos aparentemente con el único objetivo de admirar su rostro en el espejo. Y luego la vanidosa era ella. Se apresuró en sacar a Debbie de allí, porque Raven tendría muchas virtudes, pero la de la discreción no era una de ellas y a lo mejor se le escapaba algo de la chica con la que había tenido que desayunar aquella mañana en su casa. Efectivamente, la chica del ramo de rosas.

Le susurró al oído a Debbie que la invitaba a un café y se la llevó de allí esquivando a la muerte por los pelos.

* * *

Había salido bien, ¿verdad? Contra todo pronóstico, lo había conseguido. Una jugada maestra, una obra de arte, jodidamente brillante su interpretación, ganadora en los globos de Oro y la favorita de todos para los Oscar. Se le había pasado la taquicardia y los sudores fríos del que ve próxima su hora, y estaba tomándose un café en la sala de reuniones con Debbie y un par de compañeras más. Tranquila, sosegada, hasta cómoda y con la guardia baja, porque lo peor ya había quedado atrás.

Y entonces sucedió.

Algunos le llaman fatalidad, otros le llaman tragedia, ella le llama "Raven entrando en la sala de juntas con el puto ramo de flores remostadas goteando por todo el parquet". Pero qué coño...

—Oye, Clarke, ya puedes decirme dónde guardas esos cereales que te tomas para cagar así, porque evidentemente son mucho mejores que mis "Special K". Deben de tener más fibra o algo, ¿no? —inquirió acercándole las rosas empapadas a la cara.

—¡Ugh! Aparta eso —exclamó. Era agua de váter, ¡por el amor de Dios!

—¿Platos acumulados en la fregadera durante días? Lo dejo correr. —Uno de los sermones de su compañera de piso ahora no, señor, por favor. No con Debbie atando cabos justo a su lado—. ¿Cajas de pizza y botellines de cerveza permanentes en la mesa del salón? Puedo soportarlo. ¿Tu ropa tirada por todos los rincones de la casa? Lo tolero, aunque aún tienes que explicarme cómo llegaron tus bragas a la lámpara de la cocina después de tu aventurilla con Katie Delfinno. —Recordó de pronto, y sonrió al revivir aquella noche tan memorable en su mente, pero enseguida borró el gesto porque Debbie la estaba mirando y casi echaba fuego por los ojos—. ¡¿Esto, Clarke?! Esto no lo puedo aguantar. No sabía si estaba en un urinario o en los putos Kensington Gardens. —Continuó su amiga sacudiendo las rosas frente a su cara y salpicándole con aquel agua de váter—. Estos lavabos son de toda la plantilla de la revista, Griffin. Los desechos de tus múltiples amantes los tiras en otro sitio.

Dicho esto, su compañera de piso y, por supuesto, "ex mejor amiga", le arrojó las flores y salió de la sala dejándola a ella allí, junto a una extremadamente cabreada Debbie. En el noveno círculo del infierno.

—¡¿Cómo se puede ser tan rastrera Clarke?! —se puso a gritar aquella pirada.

En serio, estaba gritándole como si hubiesen estado juntas toda la vida en vez de solo haber echado un par de polvos. Jesús Bendito... ¡cuánta susceptibilidad! Y ella se estaba limpiando el agua de váter de la camiseta con una servilleta y tampoco le prestaba mucha atención, pero es que el resto de la plantilla de la revista había acudido en masa, alertadas por un nuevo drama en la redacción. Buff... lesbianas.

—Debbie, déjame que te explique... —Lo intentó, aunque aquello ya no tenía remedio. Los Griffin mueren intentándolo.

—¡No necesito que me expliques nada! ¡¿Te has estado tirando a otra a mis espaldas?! —Sonó medio a pregunta, medio a acusación, y, por un momento, no supo si lo había dicho así, en plan retórico, o si realmente estaba esperando una respuesta.

—Mmmm... ¿preguntas o afirmas? —Quiso aclarar y al parecer Debbie no era muy amiga de las aclaraciones, porque puso una cara que... ¡madre mía! Y roja. Se puso muy muy roja de la rabia.

—¡No he conocido a nadie tan despreciable como tú! ¡Nunca! —chilló tan alto que casi solo los perros pudieron oírlo.

—Debbie, por favor, tomate el café y déjame que... —Un último intento.

—¡Vete al infierno, Griffin! ¡Y métete tu café por donde te quepa! —berreó.

Y para poner punto y final a aquel drama decidió derramar el contenido de su vaso de café contra su camiseta y salir de la sala en plan amante despechada, llorando y sorteando a sorprendidas compañeras periodistas.

¡Me cago en la leche! ¿Aquel café lo hacía esa máquina o el puto Vulcano en su fragua? Porque, joder, ¡cómo quemaba! Separó la camiseta de su cuerpo tomando el tejido con solo dos dedos e intento ventilar la zona afectada porque es que se le estaba escaldando la piel. Y se dio cuenta de que al menos ocho pares de ojos la observaban de lo más entretenidos. Genial, sería la comidilla de la redacción durante los próximos dos meses, mínimo. ¡Mínimo!

—Ya se ha acabado el espectáculo —masculló pasando por entre sus compañeras para intentar minimizar los daños a su camiseta en el lavabo.

Escuchó algunas risitas a sus espaldas y se tragó un suspiro. ¿A quién quieres engañar, Griffin? Te lo has buscado todo tú solita saltándote la regla de oro de "no salir con compañeras de trabajo". Esquivó mesas en dirección a los baños y localizó a la única persona de toda la redacción que no había acudido a la sala de juntas como un tiburón al oler la sangre. Allí estaba, tecleando en su ordenador, como si aquello no fuera con ella. Imperturbable. Y podría haberse llamado perfectamente Dalai Lama, pero se llamaba Lexa Woods.

Y Lexa Woods salió de su Nirvana privado tan solo un momento para lanzarle una mirada de esas que le lanzaba de vez en cuando a ella y que decían "Típico, típico" con un tono de desaprobación bastante importante, la verdad. No tenía ni idea del por qué, pero ella a Lexa Woods no le caía demasiado bien. Y era un misterio, porque, en general, ella le caía bien a todo el mundo. Era muy simpática y era bastante divertida, y un poco golfa, sí, pero en plan entrañable.

Y era verdad que cuando Lexa se incorporó a la plantilla hacía ya un par de años, ella la había visto allí, en aquella misma mesa en su primer día de trabajo, con ese pelo tan moreno y esos ojos de ese verde tan verde que es que deberían estar prohibidos de lo verdes que eran. Y, bueno, se había colado un poco por la chica nueva. ¡Hasta había estado dos meses enteros sin enrollarse con nadie! Pero luego había descubierto que Lexa no venía del planeta tierra, en la redacción se rumoreaba que no tenía ombligo porque no era humana, era una máquina de precisión milimétrica, cinco estrellas en puntualidad, cinco estrellas en orden y pulcritud, y cinco estrellas en discreción, porque nadie sabía nada en realidad de aquella morena. ¿Hablaba con la gente? Sí, por supuesto. ¿Hablaba con la gente de ella misma? No, nunca jamás. Sabían que era gay porque en aquella revista todas eran gays porque era una revista gay que trataba temas gays, por y para los gays. Muy gay todo.

Pero eso era todo lo que sabían de Lexa Woods: que era gay, imperturbable por los asuntos de los simples mortales, que le gustaba que todo estuviera ordenado, que clasificaba las cosas por colores, tamaños o formas, que era puntual como el más británico de los británicos y que ella no le caía del todo bien.

A pesar de eso, quien tuvo retuvo, y en el presente más inmediato el rollito que se traía Lexa le hacía un poco tilín, la verdad. A veces intentaba tontear un poco con ella, pero aquel Buda reencarnado parecía ser tristemente inmune a su encanto natural y le lanzaba su mirada desaprobadora de "Típico, típico" y seguía ordenado los post-it por colores sin prestarle más atención.

Pero ella era una Griffin, y los Griffin no se rinden jamás, de modo que al pasar por su lado le dijo "Hola, preciosa" y le guiñó un ojo. Lexa la miró por un segundo a ella, bajó la vista a su camiseta manchada de café e hizo "Pfff" negando con la cabeza y devolviendo la vista a la pantalla del ordenador de nuevo.

Bueno... no había ido tan mal.

Prosiguió su camino hasta llegar al baño y antes de entrar, pidió a Dios mentalmente que, por favor, por favor, por favor, Debbie se hubiera ido a casa deprimida y no estuviera al otro lado de esa puerta. Accedió a los servicios casi conteniendo la respiración y, cuando los encontró vacíos, suspiró aliviada. Se acercó al lavabo más cercano para echar agua sobre la extensísima mancha de café en que se había convertido su camiseta. Una verdadera pena, era de sus preferidas. Y eso estaba haciendo, limpiarse la camiseta, cuando escuchó el sonido de una cisterna. ¡Oh, mierda! Que no fuera Debbie, que no fuera Debbie. Y no, no era Debbie, era la segunda persona a quien menos le apetecía ver en esos momentos: Raven.

—Ey, Clarke —la saludó tan tranquila mientras se colocaba a su lado para lavarse las manos—. Menuda escenita te han montado ahí afuera, ¿eh?

—Gracias, por cierto —le contestó irónicamente mientras se frotaba la camiseta con papel seca-manos.

—Oh, no me las des a mí. Dáselas a la pelirroja con la que he tenido que compartir mis tostadas esta mañana —le reprochó sacudiendo sus manos justo frente a su cara cuando terminó de aclarárselas, y ella le pegó un manotazo para que parase—. Eres una rata de cloaca, Griffin, ¿lo sabías?

—Sí, pero me quieres de todas formas. —Le sonrió, y cuando Raven terminó de secarse las manos hizo una bola con el papel y se lo tiró a la cara para borrar aquel gesto.

—Es posible que te tenga cierto cariño —admitió—, pero, Clarke, amiga del alma mía, la próxima vez que te tires a una chica y desaparezcas a lo Houdini por la mañana dejándome a mí el marrón, te mataré mientras duermes. Te mataré y luego esparciré tus restos por todos los vertederos de la ciudad para que todos los miembros de tu extensa familia de ratas puedan acudir a tu velatorio. ¿Ha quedado lo suficientemente claro? —Quiso saber.

—Sí, vale. Lo que tú digas, Rave. —Asintió distraídamente mientras seguía peleándose con el desastre.

La mancha de café que decoraba su camiseta le preocupaba mucho más que las vacías amenazas de la psicópata que tenía por amiga. Raven se había apoyado en la pared y se miraba las uñas distraídamente.

—¿Sabes? Me gustaría no tener que decirte esto, Clarke, pero... —comenzó a decir. Y las dos dijeron "te lo advertí" a la vez—... ¡Te lo advertí, Griffin! ¿Qué te dije?

Puso los ojos en blanco y suspiró.

—Que es mejor no mezclar el trabajo y el placer —contestó con voz cansada.

—¡No se puede mezclar el trabajo con el placer! Y mucho menos si el placer te lo da la psicótica de Debbie Morris —exclamó—. Se está medicando, Clarke. Yo lo he visto, y dice que es para el resfriado, pero si es verdad debe ser el puto catarro más largo de la jodida historia. Y da gracias que lo único que ha hecho es tirarte el café a la camiseta, porque lo mismo te podía haber tirado ácido a la cara y sin pestañear.

—Me hubiera dolido menos, ¡¿sabes cuánto me costó esta camiseta?! —rebatió frotando con más fuerza.

—¡Olvida la camiseta, Griffin! Y repite conmigo —La invitó, sujetándola por los hombros con sus manos para centrar su atención—: "No mezclaré trabajo con placer"

—No mezclaré trabajo con placer. —Complació a su amiga.

—"Donde tengas la olla, no metas la po..."

—¡Raven! —Puso cara de disgusto total y absoluto y se libró de los brazos de su amiga—. Estás enferma, ¿lo sabes?

—¡Son dichos de mi abuela! —Se defendió la aludida.

—Pues tu abuela está enferma —sentenció dándose por vencida y tirando el papel a la basura. Si tenía que estar el resto de la jornada con la camiseta manchada de café, que así fuera. Se encaminó a salida de los baños con Raven pisándole los talones.

—Si te repites estás cosas en plan "mantra", esta mierda funciona, Clarke. ¿Acaso me has visto fumar desde que voy a esas clases de meditación? —le preguntó mientras pasaba descaradamente de ella dirigiéndose a su mesa de trabajo.

Se sentó frente a su ordenador haciéndose con la libreta en la que escribía sus brillantes ideas para posibles artículos, y miró a su amiga cuando esta se apoyó en su mesa. Al parecer para ella la conversación del baño no había terminado aún.

—Si vas a seguir sermoneándome, tengo trabajo que hacer —le advirtió fingiendo escribir algo en la libreta para darle más credibilidad a sus palabras.

—Sé que no tienes nada que hacer porque acabas de entregar el artículo ese de la monja bollera. —Le desmontó la coartada—. Y debe ser bueno, porque desde que se lo entregaste Joanna ha estado como levitando por los pasillos, así que: o es el mejor artículo que ha leído en su vida o está mañana se le ha ido la mano con los Xanax. Y se le ha tenido que ir mucho, porque esta tía se los toma como si fueran lacasitos —señaló jugueteando con uno de sus bolígrafos—. Y, cambiando de tema, ¿te la tiraste?

—¿Perdona? —inquirió dejando a un lado la libreta.

—A la monja bollera —aclaró Raven—. ¿Te la tiraste?

—¡¿Qué?! ¿Pero qué coño...? —exclamó frunciendo el ceño en señal de disgusto—. ¡Es una puta monja! ¿Cómo voy a tirarme a una monja? ¿Qué te pasa en la cabeza?

—Ella es una monja, pero tú eres Clarke Griffin. —Insistió Raven—. Y no lo has negado todavía. —La señaló con un dedo acusador.

—¡Claro que no me he acostado con una monja! ¡Están casadas con Dios! —exclamó.

—Los maridos a ti nunca te han frenado. —Le recordó su amiga.

Se pasaron al menos diez minutos de reloj discutiendo acaloradamente acerca de si se había acostado o no con la hermana Mary, y Raven le preguntó treinta veces que si debajo del hábito llevaba lencería y ella le contestó cuarenta "¡Estás enferma!". Y, entre tanto "Te has acostado con una monja" por aquí y "No me he acostado con una monja" por allá, Lexa Woods pasó por al lado de su mesa con unos folios grapados y cuidadosamente alineados en sus manos y algo debió de captar acerca de trajinarse a religiosas, porque la miró brevemente, "Típico, Típico", y desapareció en el despacho de Joanna.

—¡Joder, Griffin! Con las miradas que te echa la mujer biónica se podrían derretir glaciares —observó Raven cuando Lexa ya no estuvo a la vista.

—¡Cállate! —exigió golpeándola en la pierna—. Y cuida esa boca, porque una mañana de estas podrías encontrártela para desayunar en nuestra cocina —añadió.

La risotada que soltó su amiga al escucharla dejó bastante claro que estimaba que las posibilidades de que eso llegara a pasar eran más bien escasas. ¡Bah! ¿Qué sabría ella? Al menos había logrado que dejara de meterse con la morena. No le gustaba que la llamaran cosas como "la mujer biónica", porque vale que fuera la hostia de rara, pero sí que era un ser humano. Ella le había visto el ombligo una vez mientras se estiraba a coger unos folios para recargar la fotocopiadora.

—Griffin, llevas como dos vidas enteras metiéndole fichas. ¿Merece la pena tanto esfuerzo por un polvo? —Quiso saber mientras cotilleaba su libreta de ideas brillantes.

—Ey, ¡busca tus propios artículos! —le recriminó arrebatándosela de entre las manos—. ¡Y sería un polvo de la hostia! —matizó.

—Bueno, supongo que, si te has follado a una monja, aún tienes alguna posibilidad con ella —concedió su amiga.

Volvieron a discutir como otros diez minutos acerca de si se había tirado o no se había tirado a la monja lesbiana de Las Vegas y, cuando su discusión estaba llegando al punto más álgido, se vio bruscamente interrumpida por el sonido de la bocina de aire comprimido de Joanna. Era una de esas que usan los hinchas de fútbol, las que emiten un pitido infernal, debía habérsela comprado a un hooligan durante la semana que pasó en Londres a principios de año, porque desde que había vuelto de Europa aquella se había convertido en la manera de captar la atención de la plantilla cuando tenía algún asunto importante que tratar. ¡Y, joder, si era eficaz! Silencio absoluto, todas habían parado su actividad y observaban a su jefa; bueno, a su jefa y a Lexa Woods, que estaba a su lado con sus ordenadísimos y grapadísimos folios abrazados contra su pecho.

—Compañeras y amigas, periodistas todas. —Comenzó Joanna su discurso como siempre lo hacía, con ese tonillo que sonaba a mitin político socialista, solo le faltaba llamarles "Camaradas"—. Primero, felicitaros por el último número, porque se está vendiendo como si fuera marihuana a las puertas de un instituto público. Reyes, muy bueno el artículo de la lesbiana ciega adicta a los deportes de riesgo, debe ser una inspiración para todas nosotras. ¡Superación, superación!

Hizo sonar de nuevo la bocina de aire comprimido dejándose llevar por la emoción, y a lo mejor Raven tenía razón y aquella mañana se había pasado con los Xanax o los Valiums, o lo que quiera que fuese que tomaba. Su amiga estaba sonriendo henchida de orgullo por la mención especial al artículo que había publicado en el número pasado y, a decir verdad, se lo merecía, porque se había pegado una semana entera andando por la casa con los ojos vendados para poder meterse más en la piel de aquella pobre lesbiana invidente.

—Dicho esto, pasamos al asunto que nos ocupa en el momento presente —prosiguió Joanna—. Nuestra co-trabajadora, Lexa Woods, acaba de proponerme una idea que...

Bah... menudo coñazo. ¿Qué sería en esta ocasión? ¿Mesas alineadas hacia la Meca de los ángulos rectos? ¿El puto Feng shui en la oficina otra vez? Porque de verdad que Lexa estaba buena y le hacía tilín y tolón, pero es que, como siguiera en esa línea y dando esas ideas, se le iban a quitar las ganas de defenderla delante del resto de la plantilla. Raven tampoco parecía estar muy entusiasmada ante la perspectiva de otro discursito Woods, porque bostezó sin mucho disimulo, y estirándose y todo; con uno de sus brazos le tiró el bote de los bolígrafos al suelo y le dijo "Perdona", pero ni el más mínimo amago por ordenarlos de nuevo. Zorra.

Ella misma se agachó para recogerlos porque, a lo mejor, si estaba haciendo algo físico, evitaba quedarse dormida durante el monólogo de la señorita "me hago la línea de los ojos con escuadra y cartabón". Estaba bajo su mesa, intentando alcanzar un portaminas, y a sus oídos llegaban retazos de lo que Joanna estaba comentando en el exterior: "una historia conmovedora... bla, bla... puede ser un gran artículo... bla, bla, bla... portada del próximo número... bla, bla, bla... ¿alguna voluntaria que quiera escribirlo con Lexa?". Eh... ¿Cómo?

¡Uh, uh, uh!

¡Ella joder!

¡Ella era voluntaria!

¡Ella!

¡La oportunidad perfecta de derretir sus barreras de hielo con el calor de sus encantos!

—¡Yo! ¡Yo quiero! —exclamó tratando de salir de debajo de la mesa a la velocidad de la luz, pero fallando en sus cálculos y pegándose un cabezazo contra la madera de esos que hacen historia. ¡Hostia puta! Joder, ¡qué daño! Su Cociente Intelectual debía haber descendido en diez puntos por lo menos. Igual estaba sangrando y todo, pero le dio igual—. Yo quiero escribir el artículo con Lexa —indicó una vez de pie frotándose el lugar del impacto con la mano.

A través del dolor, le guiñó un ojo a la morena y le sonrió, y a cambio consiguió que esta pusiera los ojos en blanco y preguntara en voz muy alta y casi desesperada si nadie más se presentaba voluntaria. ¿Nadie? ¿En serio?

Miró a su alrededor en busca de manos levantadas y, por supuesto y tal como esperaba, no vio ninguna. Lexa lo preguntó una vez más, y dos y tres. Nada. Ni una sola manita en el aire. A la cuarta, casi se sintió ofendida, pero Joanna intervino poniendo fin a aquella pseudo-subasta y dijo:

—Clarke a la una... —Ni rastro de más voluntarias—. Clarke a las dos... —El gesto de Lexa era casi agónico llegado ese punto—. ¡Y Clarke a las tres! —exclamó alegremente e hizo sonar de nuevo la maldita bocina—. ¡Vendido a Clarke Griffin! Las dos afortunadas, pasad a mi despacho, por favor. —Les pidió—. A las demás: muchas gracias por vuestra atención, y ya podéis seguir creando magia lésbica con vuestras prodigiosas mentes. ¡Fin de la reunión informativa!

Un último bocinazo y desapareció en el interior de su oficina, y, tras mirarla por unos segundos con un gesto indescifrable en sus ojos, Lexa hizo lo mismo. En serio, ¿por qué la odiaba tanto? Raven la sacó de su ensimismamiento pegándole un golpe en el brazo. De los fuertes.

—¡¿Se te ha ido toda la puta olla, Griffin?! —exclamó—. Ya sé que siempre bromeamos con eso de probar lo de esnifar pegamento, pero, joder, ¿te has metido un tubo entero o qué? ¿Vas a pasarte una semana entera en el culo del mundo con una tía que tiene ordenados de menor a mayor hasta los jodidos dígitos de su carnet de identidad?

¿Una semana? ¿En el culo del mundo? ¿De qué coño estaba hablando su amiga? A lo mejor era ella la que se había metido el tubo entero de pegamento, porque solo había accedido a escribir un artículo con la morena, eso le daría unas horas por aquí y por allá para poder ir ablandándola poco a poco. El plan perfecto.

¿Unas horas con Lexa? Genial. ¿Una semana entera con Lexa? Un puto suicidio.

Porque era verdad que la morena le gustaba un poco con su rollo de "qué bien huelo", "menudo culo me hacen los vaqueros" y su mirada de "Típico, Típico". Le ponía un poco esa actitud estirada tipo profesora de matemáticas de instituto. Pero ¿una semana entera de miradas desaprobadoras y líneas rectas junto a la señorita Rottenmeier? Me cago en la leche, Griffin.

—¿De qué coño estás hablando? —Necesitó aclarar, aunque sabía que la estaban esperando en el despacho de su jefa.

—¿Que de qué coño estoy...? —Se exasperó Raven—. ¿Otra vez has estado evadida recorriendo mentalmente la mansión Playboy, Clarke? —exclamó.

Y lo que dijo a continuación. Madre mía, ¡lo que dijo a continuación!

Demasiada información y muy poco tiempo para asimilarla:

"Te vas una semana".

"Con Lexa Woods".

"A Fall River, Kansas".

* * *

Bienvenidos a un nuevo fic. 

¿Qué os ha parecido el primer capítulo de "El plan C"?

Me gustaría aclarar que empezaré a subirlo cada viernes una vez se suba el último capítulo de Cosas del destino. Ginsey se encargará de anunciarlo en la review final de CDD, pero tenía ganas de ver lo que os parece el primer capítulo. 

Muchas gracias por leer y hasta el próximo capítulo. 

Newage. 

Continue Reading

You'll Also Like

44.6K 4.5K 18
Steve Harrington era el hombre más heterosexual del mundo y Eddie Munson, era un chico que con tan solo existir, confundía a Steve. "Creo que estoy...
6.6K 264 31
¿Qué pasa cuando la novia de tu padre se muda a tu casa, y con ella, su linda y sexy hija? Lauren Jauregui es una universitaria, buena onda, amigable...
161K 6.1K 25
AU. Flor se casa. Jazmín se va a Córdoba. Siete meses después, lo inevitable se cobra una deuda.
2.7K 182 23
¿Qué pasaría si te enamoras de la hermanastra de tú novio? *En proceso*