Sky - Finding Love

By TheGirlToKillFor

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TIENES LA MITAD DE NUESTRO PODER Y YO TENGO LA OTRA....... Cuando Sky ve por primera vez a Zed, el chico malo... More

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Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9

Capitulo 3

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By TheGirlToKillFor

Durante lo días siguientes, deambulé por la escuela completando gradualmente los espacios en blanco y aprendiendo cómo funcionaban las cosas. Una vez que me puse al día con la tarea, descubrí que podía manejar el estudio, aun cuando el estilo de enseñanza me resultara un poco desconocido. Era más formal que en Inglaterra: nada de llamar a los alumnos por el nombre, todos nos sentábamos en hileras de a uno y no de a dos... pero me pareció que me había adaptado. Demasiado confiada por esa falsa sensación de seguridad, la primera clase de gimnasia resultó un rudo golpe.

El miércoles muy temprano, la Sra.Green, nuestra malvada profesora de educación física, anunció una gran sorpresa a las mujeres. Debería existir una ley que prohibiera a los profesores de hacer algo así: eso nos daría tiempo de conseguir un justificativo de ausencia por enfermedad.

-Señoritas, como ustedes saben,seis de nuestras mejores porristas ya han partido  para la  universidad. Por lo tanto, estoy en la búsqueda de nuevas postulantes.

Al parecer, no fui la única con expresión de desánimo...

-¡Vamos, esa no es forma de reaccionar! Los equipos necesitan de su apoyo. No podemos dejar que las secundaria de Aspen nos supere en cánticos y bailes, ¿no creen?

Sí podemos, entoné por lo bajo como si se tratara de una manifestación sindical.

Oprimió un control remoto y brotó por los altoparlantes la voz de Taylor Swift a todo volumen cantando You belong with me.

-Sheena, ya sabes lo que tienes que hacer. Muéstreles a las demás los pasos de la primera secuencia.

Una chica larga y finita de cabello rubio se dirigió hacia el frente con pasos largos y comenzó a hacer lo que a mí me pareció que era una coreografía terriblemente dificultosa.

-Ven, es muy sencillo -declaró la Sra. Green-.Las demás pónganse en fila -me arrastré hacia el fondo-. Tú, la chica nueva. No puedo verte -justamente esa había sido la idea -ven hacia adelante. Y empecemos desde el principio: y uno y dos y tres, patada.

Muy bien. No soy un caso perdido, hasta me las arreglé para realizar algunos pasos parecidos a los de Sheena. En el reloj, la aguja del minutero se movía muy lentamente.

-Ahora vamos a intercambiar la acción -anunció la profesora. Al menos alguien la estaba pasando bien-. ¡Busquen los pompones!

Ni loca. No pensaba agitar esas cosas ridículas. Al observar por encima del hombro de la mujer, alcancé a distinguir a algunos de los chicos de mi clase que ya habían regresado de correr y nos espiaban a través de la ventana del pasillo con sonrisitas burlonas. Fabuloso. 

Alterada por las miradas de la primera fil, la Sra. Green se dio cuenta de que teníamos público. Ni lenta ni perezosa, se abalanzó sobre los chicos antes de que ellos reaccionaran y los arrastró hacia adentro.

-En esta escuela , creemos en la igualdad de oportunidades -exclamó la mujer jubilosamente y les colocó pompones en las manos.

-Chicos, colóquense en la fila.

Obligados, los rostros sonrojados de los varones se sumaron a la práctica: ahora era nuestra oportunidad de reírnos. Desde el frente, la profesora evaluaba nuestra destreza... o falta de ella.

-Mmm, ne es suficiente. Creo que tenemos que practicar algunos lanzamientos. Neil -eligió a un chico de espaldas anchas y cabeza rapada-, tú estabas en el equipo del año pasado, ¿verdad? Ya sabes lo que hay que hacer.

El lanzamiento no estaba mal: arrojar pompones era mejor que agitarlos.

La Sra. Green palmeó en el hombro a otros tres alumnos.

-Señores, me gustaría que se colocaran cuatro al frente. Formen una cuna con los brazos... así, muy bien. Ahora necesitamos a las chica más pequeña de todas.

No, de ninguna manera. Me arrimé más a Tina quien, lentamente, se colocó los pompones en las caderas e intentó aparentar el doble de su circunferencia.

-¿Adónde se fue... esa chiquita inglesa? Estaba aquí hace un segunndo.

- Está detrás de Tina, señora -anunció Sheena, arruinando mi plan de permanecer oculta.

-Ven acá, querida- Es muy simple. Siéntate sobre sus manos entrelazadas y ellos te arrojarán al aire y luego te atraparán. Tina y Sheena, traigan una colchoneta por las dudas -mis ojos debías estar abiertos como platos porque la mujer me dio una palmada en la mejilla-. No te preocupes lo único que tienes que haeres estirar las manos y los pies y poner cara de que lo estás pasando genial.

Observé a los chicos con desconfianza. Me miraban con detenimiento -posiblemente por primera vez -para estimar mi peso.

- Sí, podemos hacerlo -exclamó finalmente Neil encogiéndose de hombros.

- ¡A la cuenta de tres! vociferó la profesora.

Me sujetaron y salí volando hacía arriba. Seguramente mi chillido se escuchó hasta Inglaterra. Al menos, hizo que el entrenador de básquet y el resto de los chicos llegaran corriendo creyendo que se estaba llevando a cabo un brutal asesinato.

No creo que la Sra. Green vaya a elegirme para el equipo. Sin haber superado la conmoción, me senté con Tina en el almuerzo, incapaz de comer nada: mi estómago todavía no había regresado a la tierra.

-Te arrojaron bastante alto, ¿no es cierto?0 -Tina me golpeó el brazo para interrumpir mi mirada perdida.

-Por Dios.

-Eres muy ruidosa para ser una persona tan pequeña.

-Tú también lo serías si una profesora sádica decidiera torturarte.

Tina sacudió su cabellera.

- Ese no es mi problema. Soy demasiado grandota -la muy traidora lo consideró graciosa-. Sky, dime, ¿qué harás durante el resto del tiempo libre?

Ya superado mi estupor, extraje un folleto de mi paquete de bienvenida y lo coloqué en medio de nosotras.

-Pensé que podría ir a la clase de música. ¿Quieres venir conmigo?

Tina lo apartó con una carcajada irónica.

-Lo siento, te dejo sola. A mí no me permiten ni acercarme a la sala de música. Los vidrios se quiebran cuando me ven venir con la boca abierta. ¿Qué tocas?

-Un par de instrumentos -admití

-Quiero detalles, hermana - me pidió haciendo señas con los dedos como si extrajera las palabras de mi boca.

-Piano, guitarra y saxofón.

-Cuando se entere, el Sr. Keneally se va a morir de la emoción. ¿También cantas?

Sacudí la cabeza.

-¡Menos mal! Pensé que iba a tener que odiarte por seer espontáneamente talentosa -arrojó la bandeja-. Música es para allá. Yo te muestro.

A pesar de haber visto fotografías en el sitio de la escuela, las salas de música estaban mucho mejor equipadas de lo que había imaginado. En la clase principal había un fabuloso piano de cola negro brillante que me provocó unos tremendos deseos de tocar. Cuando entré, los alumnos pululaban por el lugar: algunos rasgueaban la guitarra, un par de chicas practicaban escalas con las flautas. Con expresión seria, un chico alto de cabello oscuro con lentes tipo John Lennon cambiaba la lengüeta de su clarinete. Busqué un lugar disimulado donde sentarme: perfectamente, con una buena vista del piano. En el rincón opuesto, había un sitio libre junto a una chica. Enfilé hacía allí pero su amiga llegó antes que yo.

- Lo lamento, pero este asiento está ocupado -dijo la chica al ver que yo continuaba observando por encima de su hombro.

- Está bien.

Tratando de no hacer contacto visual con nadie, me senté sola en el borde de un escritorio y esperé.

-Hola, eres Sky, ¿no? -un chico con la cabeza afeitada y piel bien morena me tomó de la mano y la estrechó con torpeza. Se movía con la comodidad y la gracia de los patilargos. Dentro de uno de mis sueños de historietas, sería algo así como El Hombre Elástico.

Basta, Sky. Concéntrate.

- Ah... hola. ¿Me conoces?

- Sí, soy Nelson. Tú conociste a mi abuela. Me dijo que te cuidara. ¿Te están tratando bien?

Así que, después de todo, no era como la Sra Hoffman: tenía mucha onda.

-Sí, todos han sido muy agradables.

Esbozó una sonrisa al oír mi acento, se dejó caer a mi lado y apoyó los pies en la silla de adelante.

-Genial. Me parece que no vas a tener ningún problema para adaptarte a esta escuela.

Era justo lo que necesitaba escuchar porque, en ese momento, comenzaba a tener serias dudas. Decidí que Nelson me gustaba.

La puerta se abrió de golpe y entró el Sr. Keneally : un hombre fornido con el pelo rojo de los celtas. Garabateando en mi tableta, lo definí de inmediato: era el Maestro de Música, el Heraldo del Juicio Final de todas las disonancias.

-Damas y caballeros -comenzó sin detenerse-.La Navidad está llegando con alarmante rapidez y nosotros tenemos agendado un extenso programa de conciertos. Y es de esperar que todos brillen como nunca -ahora podía escuchar su melodía característica: muchos tambores para crear tensión, una versión renovada de la obertura "1812" de Tchaikovsky-. La orquesta comienza el miércoles. La banda de jazz el viernes. Estrellas de rock ciernes, si quieren reservar las salas de música para ensayar con su propia banda, tienen que hablar primero conmigo. Pero no sé por qué me preocupo si ustedes ya conocen el sistema -arrojó los papeles sobre una mesa-. Excepto tú, tal vez - el Maestro de Música posó su visión de rayos X sobre mí.

Detesto ser nueva.

- Estoy aprendiendo todo rápidamente, señor.

-Me alegro. ¿Nombre?

El odio a mis padres por la elección extravagante de nombre iba en aumento. Cuando lo dije, recibí las risitas usuales de los que todavía no me conocían.

El Sr. Keneally les echó una mirada severa.

-Señorita Bright, ¿Qué instrumento toca?

-Un poco de piano. Ah, y guitarra y saxo tenor.

El profesor se balanceó sobre los pies y me recordó a un nadador a punto de lanzarse al agua.

-¿"Un poco" es algún extraño código inglés que significa "muy buena"?

-Mmm...

-¿Jazz, clásico o rock?

-Eh... jazz, supongo -respondí. Mientras viniera en un pentagrama, cualquier cosa me hacía feliz.

-¿Jazz, supone? No suena muy segura, señorita Bright. La música no es algo que se toma o se deja: es cuestión de vida o muerte.

Su breve discurso fue interrumpido por la llegada de un rezagado. Las manos en los bolsillos, el motociclista moreno ingresó tranquilamente a la sala, las piernas kilométricas devoraron el piso mientras caminaba hasta la ventana para sentarse junto al clarinetista. Me llevó unos instantes superar la sorpresa de que el motociclista realmente participaba en alguna actividad escolar: lo había imaginado por encima de todo esto. ¿O habría venido tan solo a mofarse de nosotros? Se apoyó contra la ventana como si fuera el asiento de la moto: los tobillos cruzados despreocupadamente, una expresión divertida en el rostro como si hubiera escuchado todo antes y ya no le importara.

Lo único que se me ocurrió fue que, en Richmond, no había tipos así. No era solo que tuviera el típico aspecto del chico del afiche sino que tenía una energía  salvaje que vibraba bajo su piel, furia contenida como la de un tigre enjaulado. No podía apartar la mirada de él. y no fui la única afectada por su presencia: la atmósfera de la sala había cambiado. Las chicas se enderezaron en sus asientos, los varones estaban inquietos, todo porque esa criatura divina se había dignado mezclarse con nosotros, simples mortales. ¿O era el lobo en medio de las ovejas?

-Sr. Benedict, es muy loable de su parte unirse a nosotros -comentó el profesor con un tono cargado de sarcasmo, su previo buen humor había desaparecido. Una breve escena brotó de mi mente: el Maestro de Música enfrentando al malvado Hombre Lobo y disparando una bla de notas musicales-. Todos estamos emocionados de que haya logrado escapr de sus compromisos evidentemente más importantes para hacer música con nosotros, aun cuando su llegada sea algo tardía.

El chico arqueó una ceja con expresión claramente impertinente. Tomó un par de palillos de batería y los hizo rodar entre los dedos.

-¿Llegué tarde? -su voz era profunda como yo había imaginado, un aire de indiferencia en tonos graves. El clarinetista le dio un valiente codazo en las costillas para que se comportara bien.

Pero el Sr. Keneally ya estaba fuera de quicio.

- Sí, llegó tarde. Creo que es un costumbre de esta escuela pedir disculpas al profesor si uno llega después que él.

Los palillos se detuvieron, el chico se quedó mirándolo durante unos instantes con expresión arrogante como la de un joven amo contemplando a un campesino que osó corregirlo. Finalmente dijo: "Lo siento".

Tuve la sensación de que el resto de la sala lanzó un sutil suspiro de alivio al ver que el conflicto se había evitado.

-No lo... es suficiente. Cuídese, Sr. Benedict: usted podría ser talentoso pero yo no estoy interesado en tener una prima donna que no sabe tratar a sus compañeros. A usted, señorita Bright, ¿le gusta tocar en grupo? -el Sr. Keneally volteó hacia mí frustrado mi esperanza de que me hubiera olvidado-. ¿O la aqueja la misma mala disposición que al alumno Zed Benedict?

Era un pregunta muy injusta. Estábamos frente a una batalla de superhéroes y yo no era ni siquiera la compañera el héroe. Todavía no había hablado con el Hombre Lobo y ya me pedía que lo criticara. Él tenía ese aspecto que hacía que aun la chica más segura de sí misma se sintiera deslumbrada y, dedo que mi autoestima estaba tocando fondo, lo que sentí se parecía bastante al terror.

-Yo... no sé. Pero también llegué tarde.

La mirada del chico se desvió hacia mí y después me descartó como si no fuera más que una mancha de loso en sus súper botas de Hombre Lobo.

- Veamos qué puede hacer. La banda de jazz, fórmese de inmediato -el Sr. Keneally disparaba la música como si tratara de frisbees-. Sr. Hoffman, usted tome el saxo; Yves Benedict, la parte del clarinete. ¿Tal vez usted podría persuadir a su hermano para que nos deleite en la batería?

-Por supuesto, señor -respondió el de los lentes de John Lennon y le lanzó al motociclista una mirada dura-. Zed, ven.

¿Su hermano? Guau, increíble. Podían parecerse un poco pero en cuanto a la actitud eran polos opuestos.

- La señorita Bright puede ocupar mi lugar en el piano - el profesor acarició el instrumento con cariño.

to realmente no quería tocar delante de todos.

-Mmm... señor, yo preferiría...

-Siéntese.

Me senté y adapté la altura del taburete. Al menos la música me resultaba familiar.

- No le hagas caso al profesor -masculló Nelson dándome un apretón en el hombro-. Le hace esto a todo el mundo.. Dice que es para poner a prueba tus nervios. 

Sintiendo que los míos ya estaban destrozados, esperé que los demás se acomodaran.

-Muy bien, ¡que comience la música! -exclamó el Sr. Keneally mientras se sentaba entre el público.

Con solo tocarlo, supe que el piano era una maravilla: cristalino, poderoso, con un amplio rango de timbre. No había nada que me relajara tanto y me proporcionaba una barrera que me separaba del resto de la sala. Al perderme en la partitura, mi nerviosismo se esfumó y comencé a disfrutar. Yo vivía para la música de la misma forma que mis padres vivían para el arte. No me interesaba la interpretación: prefería tocar para una sala vacía; para mí, lo importante era ser parte de la composición tomar las notas y utilizar mi habilidad para producir el encantamiento. Al tocar con otros, percibía a mi compañeros no como personas sino como sonidos: Nelson, suave y relajado; Yves, el del clarinete, lírico, inteligente, gracioso por momentos; Zed... bueno, él era la fuerza que impulsaba la música. Sentí que entendía la música igual que yo, su anticipación de los cambios de tono y de ritmo eran impecables.

-Muy bien, es más ¡excelente! -declaró el profesor cuando terminamos-. Temo que me acaban de echar de la banda de jazz -y me hizo un guiño.

-Estuviste genial -dijo Nelson en voz baja al pasar detrás de mí.

El Sr. Keneally se avocó a otras cuestiones como organizar los ensayos del coro y de la orquesta, pero no llamó a nadie más a tocar al frente. Poco dispuesta a abandonar mi barrera, permanecí en el lugar observando el reflejo de mis manos en la tapa levantada al tiempo que tamborileaba los dedos sobre las teclas sin presionarlas. Sentí una palmada suave en el hombre. Los alumnos se estaban yendo pero Nelson y el clarinetista se encontraban a mis espaldas, Zed más alejado con la misma expresión de que preferiría estar en otro lado.

-Sky, te presento a Yves -dijo Nelson apuntando al del clarinete.

-Hola. Eres bueno -repuse. Yves sonrió y se acomodó los lentes más arriba de la nariz.

-Gracias.

-Ese idiota es mi hermano Zed -estiró la mano hacia el ceñudo motociclista.

-Vámonos, Yves -gruño Zed.

Yves lo ignoró.

- No le hagas caso. Es así con todo el mundo.

Nelson rio y nos dejó solos.

-¿Son mellizos? -pregunté. Tenían el mismo color de piel café dorado, pero Yves tenía cara redonda y pelo negro lacio, un Clark Kent joven. Zed tenía rasgos muy definidos, una nariz fuerte, ojos grandes con pestañas largas y gruesos rizos: era más probable encontrarlo entre los chicos malos e interesantes que entre los buenos y aburridos. Un héroe caído, uno de esos personajes trágicos que se pasan al lado oscuro como Anakin Skywalker...

Sky, regresa a la realidad.

-De ninguna manera. Yo tengo un año más, estoy en cuarto. Él es el bebé de la familia.

Nunca había visto a nadie que pareciera menos un bebé. El respeto que me producía Yves aumentó al constatar que no se sentía intimidado en lo más mínimo por su hermano.

- Diablos. Gracias, hermano, estoy seguro de que ella quería saber eso -Zed cruzó los brazos y golpeó el pie contra el piso.

- Nos vemos en el ensayo de la banda -se despidió Yves mientras se llevaba a Zed a la rastra.

-Sí, seguro -murmuré observando a los hermanos-. Apuesto a que se mueren de deseos de tocar -tartamudeé una irónica cancioncilla de despedida al imaginarlos a ambos brincando por los aires mientras se alejaban de la vista de nosotros, los simples mortales.


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