Caída libre #CheArgentina (Bo...

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Podés estar toda tu vida dentro de un aula con alguien y no conocerlo en verdad. Seis adolescentes de Argenti... More

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Paloma Aragón volvió a despertar como cada mañana gracias a la tercera alarma de su teléfono celular. Ya eran las siete y veinte y si no comenzaba pronto llegaría tarde al colegio. Mientras la casa a la que luchaba por llamarle hogar se mantenía en un inquebrantable silencio, ella ponía música para ducharse con energías, las precisaría para sobrevivir otro día más de soledad.

Se colocó la camisa blanca del uniforme junto a la pollera tableada escocesa reglamentaria y mientras se calzaba apuntaba mentalmente las cosas que no podría olvidarse ese día. Desde el cuaderno de matemáticas a los apuntes de historia para el examen. Maldito lunes, ella detestaba los lunes con cada fibra de su corazón.

Para cuando bajase a desayunar, todo estaría abandonado. Tanto su papá como su mamá se despertaban muchísimo más temprano que ella para comenzar sus jornadas laborales de manera eficiente. Eran adictos al trabajo y a las "cosas buenas de la vida" pero su hija nunca se sintió como una de ellas.

Tomó un té con leche a las apuradas como siempre y con una tostada en la boca cerró con llave la puerta principal. Como todos los lunes estaría sola hasta las diez de la noche. ¿Qué podría hacer durante aquella ocasión? Todavía no tenía planes pero durante el transcurso del día encontraría algo con lo que ocupar sus horas, si sus padres no se hacían tiempo para ella entonces ella ya tampoco lo haría para ellos.

Decidida y afirmando en su cabeza la decisión final, sintió cómo en su cerebro las palabras rebotaban tal pelota de ping pong haciéndole doler: no me necesitan, no me hacen falta. Un lunes común y corriente.

El maldito lunes había llegado y Amadeo Franco lo sabía. Por más que había dado lo mejor de sí para prepararse sabía a la perfección que sufriría una vez más, como en todos sus exámenes. Su tío le había ayudado, sí; le había leído en voz alta y tomado distintas preguntas para que se sintiera más seguro. Por supuesto eso no ayudó pues Amadeo siempre se equivocaba en algo. El pobre chico, resignado, se limitó a tomar su leche chocolatada en silencio mientras su tío Lucas le buscaba charla.

-Te tengo mucha fe, Ama, estudiaste muchísimo para este examen. Solo debés creer en vos mismo. Si los resultados no son los que esperabas, no te tenés que preocupar, ¿sí? Ya estás haciendo todo lo que vos podés y en la escuela saben de tu dislexia. Distinto ese año en que casi repetiste de curso porque pensabas que no eras inteligente. Tenés que tener eso en claro: SOS INTELIGENTE, tenés dislexia nada más y tampoco es algo eterno. Lo vas a poder solucionar con un poco de ayuda. Que algunas materias te cuesten por eso no tiene nada de malo, relajate.

-Lo intento, tío, pero no me sale. Tengo miedo de confundirme con las preguntas y que las palabras se me cambien. Me va a costar horrores leer y ni hablemos de corregir lo que haya escrito. Voy a ser el último en salir como siempre. Mis compañeros ya empezaron a hablar. Odio que hagan eso. Nadie más que los directivos y los profesores saben que tengo dislexia, para ellos soy estúpido, nada más.

-Los estúpidos son ellos por pensar que pueden andar por ahí criticando sin saber. Ignoralos si se ponen densos. Vos sabés a la perfección quién sos y cuánto vales. Que se jodan si no se dan cuenta. Ahora terminate esa bendita leche y anda yendo, que vas a llegar tarde.

-Nos vemos a la tarde, tío. Rezá por mí.

-Ya te prendí la vela hoy temprano. ¡Fuerza, campeón!

La evaluación inició, como prometido, a las ocho en punto. El primer módulo de un lunes, ¿a qué ser desalmado se le ocurría tomar un examen en el peor momento de la semana? Amadeo y Paloma estaban sentados dentro del mismo salón de clases pero parecía como si en verdad estuviesen en polos opuestos.

De las tres filas que había, ella estaba al frente de todo en la del medio. Amadeo siempre se iba a lo último del lado derecho, junto a las ventanas y tan alejado de la puerta de entrada y del docente como fuese posible. Les tenía pánico.

Mientras el chico parecía un desastre con sus pantalones sueltos y su corbata desaliñada, Paloma vestía su uniforme de manera pulcra e inmaculada. Uno gritaba peligro con su apariencia y la otra mostraba docilidad y seriedad. A pesar de las apariencias, el chico problemático luchaba por poder pasar su evaluación cuando la buena chica se había prometido desaprobar por puro gusto. Quería ver la cara de sus padres cuando Palomita, la buena de Palomita, le llegara con esas malas noticias. Tal vez con eso se viesen obligados a ser padres de verdad.

¿Dónde se realizó el pronunciamiento y por quién? Paloma leyó de mal humor, la pregunta era tan estúpida que se le estaba haciendo difícil desaprobar. ¿Quién no sabía que había sido Urquiza en Entre Ríos? Se rio para sus adentros mientras despistada miraba a sus compañeros. Uno le llamó la atención entre el mar de desesperación que se percibía en el aire y esa persona era la más desesperada de todas.

Amadeo tiene pinta de problemático al que le da igual lo que pase, pero cuando llega un examen se vuelve una hoja a punto de caer. Creo que nunca lo vi temblar tanto, parece perro al que están a punto de degollar. Siempre tiene malas notas aunque se nota que algo ha estudiado, ¿será que en verdad no debería estar en su último año? No sé para qué lo dejan pasar si la cabeza no le da. Analizó ella a conciencia mientras hacía tiempo para entregar su evaluación. Luego de haberse ido por las ramas por un ratito con el chico, decidió que Rosas, Buenos Aires era la peor y mejor respuesta que podía dar a la vez.

¿Dónde se realizó el pronunciamiento y por quién? Él lo sabía, estaba seguro. Si tan solo pudiese leer bien la pregunta. Había estudiado durante dos semanas y se había aprendido a la perfección todo lo que debía saber. Él lo sabía, su tío lo sabía, el profesor lo sabía. Ahora solo tenía que demostrarlo. Levantó la mano en silencio esperando que el docente enfocara la vista en él, cuando así fue le pidió que se acercara y en un susurro le rogó le leyera la pregunta pues a él le costaría horrores lograrlo a tiempo para responder todo antes de que el timbre sonara.

La sonrisa de José Ugarte no se hizo esperar, se notaba orgulloso de que por fin Amadeo pidiese ayuda cuando la necesitaba. Le leyó con lentitud y muy bajo cada una de las preguntas cosa que él pudiera recordarlo y así contestar luego. Le daba impotencia la situación de ese chico. Él sabía a la perfección lo que se esforzaba para llegar al seis mientras que otros de sus alumnos sin esfuerzo alguno llegaban al nueve o al diez incluso. Para él el esfuerzo lo era todo, le daba igual la facilidad a la hora de estudiar.

Ahora sí, al fin podía escribir sus respuestas. Solo tenía que recordar las preguntas y prestar atención a lo que estaba escribiendo. Rezó una vez más a Dios para que aquella vez saliese bien y volvió a enfocarse en lo que debía hacer. Urquiza, Entre Ríos, Concepción del Uruguay. Él había estudiado, esa vez tenía que aprobar.

Amadeo terminó el primer módulo de clases exhausto e inseguro una vez más. Él tenía muy en claro que sabía, solo rogaba haberlo demostrado en el papel. Estiró las piernas por debajo del banco individual y los brazos por sobre su cabeza intentando así sacudirse aquella tensión que se había hecho lugar en sus músculos. La había pasado bien feo pero al menos ya estaba. No más nervios por un rato.

Escaneó con su mirada a sus compañeros que, al estar de recreo, se andaban preguntando entre ellos las respuestas correctas para saber cómo les había ido. Nadie le hablaba a él, eso no era raro. El único que de vez en cuando aparecía para saludarlo y charlar era Nicolás. Amadeo lo llamaba "el simpático" porque Nicolás era amigo de todos y todas*. Él no tenía problema alguno si lo quedaban mirando raro por hablar con el renegado del curso, él nunca te dejaba solo si podía evitarlo. Era más, en ese mismo momento se estaba acercando a él para asegurarse que estaba bien.

-¡Amadeo, qué cara de nervioso! ¿Estás bien? ¿Te habías olvidado que hoy teníamos examen?

-No, -Le respondió el chico enderezándose en su banco para poder hablar más tranquilo -, me acordé y estudié mucho pero siempre se me confunden las fechas y esas cosas. Espero por lo menos aprobar.

-Seguro y aprobás, vas a ver. La que me dijo recién que contestó todo mal de gusto fue Paloma, está loca. No sé por qué quiere ir a recuperatorio, lo último que quiero yo es tener que volver a estudiar historia. Odio historia, como a vos, se me mezcla todo.

-¿A vos te cuesta historia? ¡Me tenés que estar cargando! No bajas del ocho.

-¡Eso es porque estudio, boludo! Lo mío son los números no la historia. Si querés ayuda en matemática sabes que tenés que avisarme nada más. Eso sí que me gusta.

-Estás loco, a mí no se me da nada.

-¡Nico, vení! ¡Me parece que contestamos mal la tercera! -Lo llamó Abril, otra de sus compañeras, sin saber que estaba interrumpiendo la charla.

Conversar con Nicolás era así y Amadeo lo sabía, era un ratito con todos, no se podía quedar por demás porque si no lo andaban llamando. Otro tipo popular como él no había, Amadeo estaba seguro de eso. ¿Qué se sentiría si todos te hablasen como si nada? ¿Cómo sería moverse para entablar conversación con los demás? Él quería intentarlo pero el posible rechazo le daba miedo. Por eso siempre se quedaba en el fondo, callado, esperando que Nico volviese a hablarle otro ratito más.

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